1. Autor:
Denisse
Adriana
Callejas
Jackson.
Cel:(55)
4459
6319
Mail
alternativo:
jlmcc_4@hotmail.com
Twitter:
@Denissecj
Título:
Los
Fantasmas
Del
Pygmalion.
Sinopsis:
En el pasado La Castilleja fue territorio de dos poderosos linajes de gitanos
conocidos como los “Hijos del Sol” y los “Hijos de la Luna”, hasta que la alianza
entre ambas castas llegó a su fin. Hoy en día, La Castilleja es una ciudad
fantasma cuyo misterio nadie ha logrado develar. Sin embargo, Luca un joven que
a sus 20 años ya se comporta como un anciano; vive obsesionado con la historia
del “Payaso Piérrot” y “Petrú la prisionera del reloj” cuyo trágico romance se ha
transmitido en su familia de generación en generación. Perseguido por el estigma
de su abuelo quien al final de sus días fue tildado como un viejo loco por alegar
haber visto al fantasma de Piérrot – amo y señor del “Circo Pygmalion” –
descubrirá que él mismo comparte un íntimo lazo con la isla fantasma a la que
todos temen. Con la ayuda de Elena, una locuaz arquitecta que también ha visto a
un fantasma relacionado con el misterio de La Castilleja; y Lully un apuesto
vagabundo que sabe más de lo que dice. Luca viajará en el tiempo a través de las
memorias de los muertos y aprenderá que éstos pueden regresar a nuestro
mundo para recuperar aquello que más añoran: “carne y huesos.”
Es una historia contada a través de historias, pues en el mundo de La
Castilleja las palabras de los gitanos poseen el poder para revivir a los muertos.
2. 1.
La
Prisionera
del
Reloj.
12.
Maldición
23.Sonreír,
sonreír,
sonreír...Payasito.
2.
El
Escritor.
13.
Mariposas
Negras.
24.
El
Canto
del
Cuervo.
3.
¡En
hora
buena
transeúntes!
14.
Adiós,
la
tercer
lápida.
25.
La
Hermitaña
de
la
Cabaña.
4.
Die
Hasen!
15.
Las
manecillas
que
navegan
a
Bizancio.
26.
El
Gato.
5.
La
Prisionera
y
El
Brujo.
16.
Navegando
hacia
la
Castilleja.
27.
La
Torre.
6.
El
Ladrón
de
Pizzas.
17.
Los
Guardianes
de
la
Castilleja.
28.
Piérrot
y
Petrú.
7.
El
Encuentro.
18.
Venganza.
29.
...Y
la
muerte
no
tendrá
Señorío.
8.
La
Familia
Del
Juguetero.
19.
¡Pygmalion!
30.
El
último
vals.
9.
Gitano
y
El
Señor
Brujo
20.
Radú.
31.
Epitafio.
10.
El
Sol
y
La
Luna.
21.
Las
12:31
INDICE
3.
El espectral payaso sonríe en el oscuro rincón de mi habitación, donde el
claro de la luna no le alcanza a iluminar. Entre sus largas manos juega con una
cajita musical, y al darle cuerda hace girar a la diminuta bailarina que dentro de
ella guarda. Me oculto bajo mis sábanas porque si le miro estoy seguro que me
hablará, pero aún le escucho rechinar los dientes agitado y de tanto en tanto la
madera cruje bajo sus pisadas al acercarse al borde de mi cama, pero siempre
regresa al mismo rincón. Como si la luna llena del cielo fuese un gran ojo cuya
mirada desea evadir a toda costa.
Con el correr de la madrugada su silueta se disuelve lentamente, y al llegar
el alba se pierde entre el polvo de aquél rincón suyo. – “Ha sido un mal sueño.” –
Me aseguran mis padres, culpando al abuelo por contarme tantas historias
fantásticas del pasado. Pero el abuelo ríe profundamente y les dice que nada
puede hacer porque los muertos se burlan de los vivos cada vez que el olvido
amenaza con desterrarlos para siempre de éste mundo, pues con cada nueva
historia que es contada el tiempo se vuelve la música que les transforma en
fantasmas… al menos eso solía decirme él hace mucho tiempo. Una vez, no,
muchas veces antes de que a sus oídos el infernal sonido de aquella música le
confinara para siempre a la sombra de aquellos que se rehúsan a perecer en
nuestras memorias…
4. 1. LA PRISIONERA DEL RELOJ.
La cálida lluvia de abril torna el aire espeso y se abraza a tu piel, hirviendo
de tedio tu nuca; la puesta del sol ha comenzado y sus rayos pintan el cielo de
púrpuras añejos que adormecen los sentidos, mientras que danzan molestamente
en el cristal del parabrisas. Tus párpados caen una y otra vez; luchando,
resistiéndose a aquel sueño empolvado que se rehúsa a morir en las pantanosas
profundidades del olvido. Y para cuando ya has andado un largo tramo en la
desierta carretera, descubrirás que el serpenteante camino te ha arrastrado hasta
una ciénaga oculta detrás de la tupida cortina de sauces llorones que le rodean.
Entonces la radio enloquecerá y en lugar de ésa monótona canción que has
estado tarareando todo el día, escucharás el alegre cantar de los bombos y
platillos de un circo; las manecillas en tu reloj de mano girarán frenéticamente y de
la señal en tu celular mejor ni hablar.
Sin saberlo; mientras te ocupas de hacer callar ésa molesta tonada circense
de tu auto; la tragedia ya ha comenzado a desarrollarse al otro lado del parabrisas.
Un joven y galante payaso; de estilizada silueta; ropas holgadas y
divertidamente distinguidas, se decide a cruzar la autopista. Con la mirada
cabizbaja y el delicado rostro oculto debajo de un paraguas en el que ha
capturado el cielo purpúreo con cada una de sus estrellas negras, así camina el
trágico payaso en una lluvia solitaria de preguntas y enigmas que lo empapan
5. hasta los huesos. Pues en su mente, ahora al borde de la demencia, se repinta la
silueta danzante de la bailarina estrella del legendario “Circo Pygmalion”. Su
diminuta cintura, su piel de seda recubierta de vestidos dignos de un carnaval de
primavera y ¡Su exquisito cuello de cisne! Pareciera que cada detalle en ella
hubiese sido minuciosamente tallado con el malicioso fin de embrutecer al más
cuerdo de los hombres; y así pues hay un último recuerdo que le devora las
entrañas mismas al apuesto payaso.
-‐ “¿Vendrás conmigo?” – Preguntó el payaso, sin maquillaje alguno que
ocultara sus ojos negros como la noche, ni sus agraciadas facciones de
ángel caído.
-‐ “¡¡Nunca!!” – Ruge la bailarina con su deliciosa voz de ruiseñor.
Harto, cruza por tu mente el arrancar la radio del auto, pero al final te
conformas con ignorarlo. Sin embargo, en ése instante te distrae una dulce
vocecita advirtiéndote que mires al frente, y al obedecerla, te topas con la figura
empapada de un esbelto hombre con ropas extrañas que se guarece de una lluvia
que no está ahí, al menos no al alcance de tu vista. Desconcertado, haces un
violento giro a la izquierda, y el paisaje se vuelve confuso. Todo da vueltas, las
bolsas de aire se activan y cuando por fin todo se ha detenido; te hayas atrapado
en esa verdosa ciénaga.
6. Con el corazón en la garganta, empujas la puerta del auto para acudir en
auxilio de aquel hombre al que casi atropellaste. Pero cuando te apresuras a su
lado, no hay rastro alguno de él... salvo una lluvia de pétalos rojos que lentamente
tiñen el asfalto de sangre.
Mientras que las aguas del pantano devoran con feroz apetito tu auto; el
eco de una multitud distante irrumpe el silencio de la solitaria carretera;
“¡Pygmalion, Pygmalion, Pygmalion...!” claman una y otra vez. Es entonces, que
el gusano morboso en tu interior lo sabe: ¡¡En hora buena transeúnte, has llegado
a La Castilleja!!
En toda la Iberia, no hay isla más vieja y supersticiosa que La Castilleja.
Cuando las olas rompen en sus peñascos, una brisa de sal salpica en nuestro
mundo y lo contagia de su magia. Algunos afirman que está directamente
relacionada con el Triángulo de las Bermudas, otros que se trata de un portal
hacia la ciudad perdida de la Atlántida; hay quienes piensan que se trata de una
ciudad de zombis; y los más aventurados incluso van tan lejos como para afirmar
que los habitantes de La Castilleja son en realidad una colonia de extraterrestres
esperando confirmación de su líder para poner algún siniestro plan en marcha. La
verdad – como a menudo suele suceder – es mucho más común y aburrida. La
Castilleja es una isla recóndita, cuyos pueblerinos conservan tradiciones simples y
que lentamente han ido muriendo con el pasar de los años; en donde lo
misterioso, un buen día sencillamente dejó de ser misterioso. Pese a ello, se ha
convertido en el objeto favorito del morbo de reporteros y escritores de revistas
paranormales venidas a menos, en las que se han publicado teorías y fotografías
retocadas que intentan documentar sus llamadas “experiencias sobrenaturales”
7. dentro de ésta peculiar ciudadcilla; y aunque en la gran mayoría de los casos –por
no desacreditar la imaginación de éstos mentirosos, diciendo que en todos los
casos – no se trata más que de un vulgar fraude; hay un nombre en particular que
siempre sale a colación: el de Petrú, la niña prisionera del reloj.
Se dice que más allá de la ciénaga que da la bienvenida a los mal
aventurados viajeros, existen casas con tejados rojizos y rosales que reptan en
sus ladrillos; castillos en ruinas que albergan entre sus grietas los lamentos de
fantasmas; nubes aborregadas y cielos tan extensos como el mar que rodea las
costas de La Castilleja; capillas grises y tenebrosas que custodian la entrada a los
cementerios; y en el centro de todo se halla una enorme plaza construida a la
imagen y semejanza de un tablero de ajedrez. Ahí los pueblerinos se reúnen bajo
la sombra de una torre de reloj para dar la bienvenida a los talentosos artistas del
“Circo Pygmalion”.
... Y mientras que el ajedrez viviente rebosa de música y bailes; hay alguien
que silenciosamente observa las piezas moverse de un cuadro a otro, desde la
colosal torre que tan engreídamente marca las horas....
Todos en La Castilleja la conocen como “Petrú”. Una delicada suerte de
mujer a medias, cuyos días y horas transcurren en una larga espera que parece
no tener fin. Sentada desde el mismo rincón de siempre – En ése donde los
estantes de libros se llenan de humedad, los sillones viejos pierden la vergüenza y
dejan enseñar sus resortes, los títeres han olvidado para qué servían sus hilos, las
pinturas cobran vida, y el fonógrafo ya no sabe cómo cantar. – Ahí, es donde Petrú
observa sus días correr.
8. Su vestido raído que algún día lució un exquisito tono lila con bordes de
flores doradas, ahora se ha vuelto gris y marchito. Su cabello color miel se ha
convertido en un refugio para las polillas que habitan en la torre. Y sin embargo;
ella permanece tan inmóvil, tan cubierta de polvo, y tan silenciosa; que si uno no la
mira con cuidado la dará por muerta. Mientras tanto, el suntuoso reloj (su único
compañero) contempla embelesado; ése delicado prodigio que más de un vulgar
reportero ha intentado capturar en borrosas fotografías ¡Y peor aún en palabras!
La tersura de su piel acanelada; el travieso desorden de su cabello como de
duende; la triste luz apagada de sus ojos dorados.
La dulce inocencia de sus eternos diecisiete años.
A través del vitral más ancho de aquella prisión metálica; Petrú asoma
medio cuerpo y escucha los silbidos jubilosos de los habitantes de La Castilleja; la
sensual música de las panderetas y castañuelas; aspira el sabor agridulce de la
cerveza, y a la distancia alcanza a vislumbrar a los fantasmas sepia que
sobrevuelan la arena en donde se erigen orgullosos los castillos más antiguos.
Pues en ésa diminuta canasta de sensaciones Petrú encuentra el consuelo de
saber que no es la única que espera impaciente por las doce y media campanadas
del reloj.
¡O si! Éste diabólico reloj es capaz de eso y más.
En una ocasión el Circo del Pygmalion casi no llegó a tiempo; las
manecillas del reloj marcaban ya las 12:30 y las personas no tardaron en
enloquecer de aburrimiento. Comenzaron a golpearse entre ellas, a disparar
revólveres al aire, y a arremeter contra las puertas de la torre con antorchas en
mano. Los niños se echaron a llorar desconsolados – lo mismo que uno que otro
9. brabucón que añoraba la oportunidad de admirar a la primera bailarina del
Pygmalion–, los fantasmas asaltaron las iglesias, y Petrú... bueno ella esperó
porque sabía que al final él llegaría. – “Una promesa es una promesa.” – se repitió
a sí misma. El reloj debió haber pensado exactamente lo mismo porque se rehusó
a tañer las doce y media campanadas.
Y como el reloj era el único que jamás cometía errores en La Castilleja,
todos supusieron que tal vez eran ellos los que habían llegado demasiado pronto,
así que volvieron a cantar, a silbar y a aplaudir.
Tal como hacían ahora.
-‐ Ojalá siempre fueran las doce y media. – Murmuró Petrú, a la vez que
se sumía en uno de los sillones viejos de la torre. A menudo Petrú se
pillaba a sí misma pensando en voz alta; No porque le agradara el
sonido de su propia voz sino para el reloj que tanto se había
acostumbrado a su compañía. O mejor dicho a su presencia, porque
alguien que habla poco y hace nada más que esperar, resulta muy
aburrido, incluso para un reloj gigante.
Sin embargo para pasar el rato Petrú no necesitaba de la compañía de
nadie – aunque ocasionalmente recibía la visita de la exquisita Señora Reimei y su
títere Ékster – pues en su soledad ella había descubierto el consuelo de saber
soñar. Podía pasar horas, semanas y a veces hasta meses, sentada o parada;
contemplando al vacío sin hacer otra cosa que soñar; allí es donde radicaba su
verdadera libertad. Pero no se trataban de sueños comunes, de esos donde te
crecen alas o apareces desnudo frente a un montón de gente desconocida, no.
10. Los sueños de Petrú le permitían hablar y conocer personas y países más allá de
la torre; más allá de La Castilleja.
Y por obra de sus sueños, más de una vez Petrú había salvado la vida de
los viajeros que consumidos por la curiosidad acudían a La Castilleja en busca de
una buena historia...pero también –las más de las veces –los había condenado a
una muerte segura. Pues, con el pasar de las manecillas, la tolerancia de Petrú
hacia esos seres tan repulsivos había terminado por agotarse. Así es como la
población de fantasmas se había incrementado en los últimos años. Tanto que los
habitantes ya no se molestaban en elaborar epitafios para los muertos, sino que
sencillamente se habían limitado a mantener una rigurosa clasificación:
“Reportero”, “Escritor”, y “Extraviado (favor de encontrarlo)”.
Dentro de los límites de La Castilleja, sólo el Circo del Pygmalion podía ir y
venir a voluntad. Pues su presencia los complacía a todos. Le complacía a ella.
El horizonte ya teñía de rosa oscuro cuando los ojos de Petrú, cansados de
esperar, finalmente se cerraron.
En ése instante; los techos altos de la torre en la que Petrú descansaba,
lentamente perdieron su forma. Los pomposos libreros que la rodeaban fueron
sustituidos por cuatro estrechas paredes corroídas a causa de la humedad y
tapizados por un rascacielos de libros y revistas viejas. En el techo, en lugar del
deslumbrante candelabro de bronce, un foco opaco y amarillento se mecía de un
lado a otro, como un trapecista cansado.
De inmediato, Petrú reconoció de mala gana el lugar donde su sueño la
había llevado.
11. Detrás de la puerta amarilla por la que Petrú había entrado por primera
vez a ese departamento de mala muerte, estaba una litera de metal oxidado; y
justo a un lado una computadora tan vieja que su cabús era tres veces más
grande que el escritorio que a duras penas la sostenía. También si uno guardaba
silencio, se escuchaba un crujido proveniente de los agujeros en las paredes. –
“Seguro son cucarachas.” – dedujo Petrú apenas puso pie en ése apartamento.
Pues sabía de primera mano que las polillas generalmente son más respetuosas
de la privacidad. Y además, entre los restos de pizza que había tirados en el piso,
había una cucaracha aplastada.
Si bien es cierto que Petrú prefería soñar con lugares más extravagantes y
limpios, con praderas y construcciones tan imponentes que habían trascendido
más allá de la memoria de los hombres. También sabía que había algo especial
sobre ese departamento que la atraía como miel a las moscas. Pues últimamente
no era capaz de soñar ninguna otra cosa, y eso la hacía rabiar, ya que contrario a
lo que las personas solían pensar de ella; a Petrú no le complacía permanecer
mucho tiempo en un mismo lugar.
… Es decir, ya no más, para ella esos días de arraigado sedentarismo
habían quedado atrás. Desde aquél incendio que había reducido a La Castilleja en
un escombro de cenizas…
-‐ “Tal vez exista alguien por ahí que te esté llamando. “ – Le sugirió la
Señora Reimei en una ocasión.
12. -‐ Es hora de ponerle fin a esto. – Espetó Petrú decidida, a la vez que con
un toque de sus diminutos dedos oprimía el botón de encendido de la
computadora del departamento.
“Saludos, respetable Señor Brujo. – comenzó a tapear en el
teclado. El título de “señor” le pareció apropiado para alguien que tenía el poder de
hacerla aparecer a voluntad en ése lugar tan horrible; y que encima jamás había
tenido el placer ni el disgusto de conocer en persona. – Le agradecería si
tuviera usted la gentileza de dejar de llamarme a ésta
humilde pocilga. Si tiene algún asunto que tratar conmigo lo
invito a visitarme en la Torre del Reloj, no debería tener
problemas para encontrarla. Pregunte usted por “Petrú”, la
Gitana de los ojos Dorados. Todos saben quién soy. Dadas las
circunstancias creo que sobra intercambiar direcciones pero
sólo por si acaso: Castille...”
Un espasmo frío como el hierro sacudió el espinazo de Petrú; y las paredes
húmedas, los rascacielos de libros, y las cucarachas, se desvanecieron de golpe.
Cuando Petrú abrió los ojos, se hallaba sentada en una cómoda silla de
caoba, tapeando sus pequeños dedos en la barra de una rústica cantina. El
bullicio de las personas y el choque de los tarros y botellas, la aturdieron
momentáneamente, pues estaba acostumbrada al sordo “tic-tac” de la torre. Junto
a ella había un hombre de tez morena, espalda ancha, brazos musculosos, un
13. alborotado cabello castaño que enmarcaba su vivaz rostro, y una lengua tan
elocuente como la de un loro.
-‐ ...No lo niego los trucos del payaso son algo espectacular, pero de vez
en cuando me gustaría verla únicamente a ella bailando en el escenario.
Sin ése bastardo siguiéndola a todas partes, la pobre a veces parece a
nada de romper a llorar. ¡No la deja respirar ni un momento! – Decía el
corpulento hombre al que todos apodaban “El Gitano”, mientras que
jugaba con la navaja roja que lleva con él a todas partes.
Aunque a decir verdad, todo el mundo sabía que no la usaba para otra cosa
que no fuera tallar juguetes y amuletos de madera.
Gitano había quedado prendando de la bailarina del Pygmalion apenas la
vio contonearse de puntillas de un extremo a otro en el escenario. Fue el día en
que el circo representó su singular versión de “Petrushka”, así que la bailarina
llevaba un par de exageradas mejillas rojas que la hacían ver como una seductora
muñequita de madera. Nada más terminó la obra, Gitano se propuso convertirse
en el “Moro” de la historia; pues sería él aquel galante héroe que se ganara el
corazón de la hermosa bailarina y la arrebatara de las celosas manos del payaso
del Pygmalion.
-‐ ¿Ya terminó la función? – Preguntó Petrú, poniéndose de pie
abruptamente.
14. El Gitano, la miró con gesto sorprendido pues no se esperaba que la
pequeña Petrú despertara tan pronto. – Tranquila pequeña, el payaso cumplió su
promesa. – la consoló a la vez que colocaba su pesada mano sobre la alborotada
cabeza de Petrú, para sacudirle un poco el polvo que empañaba sus cabellos.
-‐ No me llames “pequeña”. – Le respondió Petrú retirándole la mano con
ademán brusco. No le molestaba cuando era la Señora Reimei o las
personas mayores quienes la llamaban así, pero el Gitano tenía apenas
tres años más que ella. – ¿Dónde está Ékster?
Con un movimiento de cabeza, Gitano le indicó el camino a la puerta de
salida. Pues Ékster aguardaba por Petrú, allá afuera. – Ya sabes que no le gustan
para nada, estos lugares de “perdición”. – Arremedó el Gitano, la vanagloriosa voz
de soprano de Ékster.
Desde luego, Petrú no se quedó a presenciar ése divertido acto de
pantomima; y salió bullida de la cantina a encontrarse con Ékster, la títere de la
Señora Reimei.
La historia de la pomposa títere, era una bastante famosa entre los
pueblerinos de La Castilleja; Era la única habitante con vida que no era nativa de
la isla. Hace algunos años, cuando los dedos de Ékster aún eran de carne y
hueso, ella era una afamada clarinetista. Hasta que un buen día, una de esas
tormentas de verano la hizo perder el camino. Cuando se detuvo a pedirle
direcciones al joven payaso que se hallaba a un costado de la carretera;
inesperadamente su auto derrapó y quedó estrellado contra los sauces llorones de
15. la ciénaga. Fue entonces que Petrú acudió en su auxilio, pero cuando por fin logró
llevarla con la Señora Reimei; ya era demasiado tarde. Ya no había manera de
salvar el cuerpo de Ékster, pues la piel olía a carne podrida y los huesos estaban
poco más que triturados. Así que con la ayuda de Gitano; la Señora Reimei le
construyó uno nuevo con la mejor madera que daban los robles de la Castilleja. Y
Petrú, se hizo cargo de decorarla, por lo que naturalmente los colores que
predominaban en el tocado de la títere Ékster eran los pasteles.
Es cierto que en otro tiempo, Ékster hubiera gritado histéricamente al
hallarse dentro de un cuerpo distinto al que estaba acostumbrada. Pues para
Ékster, la disciplina y el orden lo eran todo. Petrú siempre ha considerado irónico
que fuera precisamente ese amor por el orden lo que la hubiese llevado a perder
su cuerpo original. – “Sólo ibas unos minutos tarde, no tenías por qué correr. La
orquesta hubiera esperado por ti, estoy segura.” – le replicó Petrú luego de que
Ékster le explicara en qué azares había ido a dar a La Castilleja.
Pero una vez que Ékster vio el fino trabajo que Gitano y la Señora Reimei
habían fabricado y el alegre decorado que Petrú le había obsequiado; su única
respuesta había sido: “Es mucho más bonito que el de antes.”
Desde entonces, Ékster asiste a la Señora Reimei en todos sus
menesteres. Entre los que se incluye el cuidado de Petrú.
-‐ ¡Querida, recuerda tus modales! – Reprendió Ékster a Petrú, cuando
desconsolada Petrú la abrazó por la espalda.
16. -‐ ¡¿Estuvo aquí?! – Se soltó a llorar Petrú. Pues los brazos de Ékster por
duros y astillados que fueran, eran los únicos que le brindaban algún
consuelo siempre que Petrú se sentía triste.
-‐ ¡Qué si estuvo! Ve el cielo querida. – Petrú se soltó de ella y echó la
cabeza hacia atrás. El cielo estaba completamente negro y las estrellas
ardían en la distancia, burlándose de la inútil espera de Petrú. – Él
mismo te trajo en sus brazos ¿Sabes? – Ékster intentó alegrarla. – Muy
en contra de mi mejor juicio, debo añadir. Una cantina no es lugar para
una dama. Pero se estuvo todo el rato sentado junto a ti, esperando a
que despertaras. ¡Incluso te cantó al oído! ... Tiene una voz afinada, le
concederé eso. Casi como de barítono. – Replicó Ékster. Y viniendo de
ella, eso representaba un gran cumplido y un desmesurado respeto,
pues Ékster jamás bromeaba cuando de música se trataba.
Petrú imaginó al apuesto payaso, murmurándole dulces palabras al oído
mientras el resto de la clientela del bar lo vitoreaba con aplausos y golpes rítmicos
en las mesas y sillas. Imaginó el cálido abrazo en que debió haberla envuelto
antes de bajar las escaleras metálicas del reloj con ella en brazos; como una
pareja de recién casados. Imaginó que cuando despertó era el payaso y no
Gitano, quien platicaba con ella.
En fin, Petrú imaginaba muchas cosas, a veces demasiadas.
17. La títere Ékster suspiró resignada, mientras observaba a Petrú perdida en
sus ilusiones, danzando en medio de la plaza. Parecía una preciosa dama de
marfil saltando de un cuadro a otro. Y su corazón de madera se estremeció, pues
conocía el significado de la sonrisa ausente en el rostro de Petrú y le dolía no
poder hacer nada para cambiarlo.
-‐ ¿A dónde vas Petrú? – Preguntó pese a conocer de antemano la
respuesta.
-‐ A la torre ¿No ves que ya casi son las doce y media?
18. 2. EL ESCRITOR.
El día se había alargado ¡Más que el de ayer! Sus sueños se perdieron
entre las hojas y estantes que albergan los nombres que el iluso muchacho tanto
admira; Kafka, Borges, Michael Ende, Julio Cortázar, Carroll, ¡Tolkien! – aunque a
veces le avergonzaba admitirlo por temor a parecer poco atractivo a sus ya de por
sí escasas pretendientes – El muchacho se ha resignado a vivir entre suspiro y
suspiro; ordenando lo que otros desordenan y encontrando lo que otros buscan. –
Y con gran pesar recuerda el día en que desafió la egoísta voluntad de su padre,
entonces las ambiciones de Luca habían alimentado su valor como la gasolina al
fuego. Pero luego de cinco años de una infructuosa búsqueda por una oportunidad
que jamás llegó; a sus escasos veinte años, Luca ya era un anciano decrépito.
Mirada clavada al suelo; aspecto ceniciento y escuálido; Pantalones de
mezclilla con el dobladillo descocido y repleto de lodo pues todas las noches
regresa a pie a su departamento porque el poco dinero que gana se le va en
comida y alquiler; un saco beige de cuadros escoceses que constituye su única
posesión de valor pues fue un regalo de su difunto abuelo – un eterno niño de diez
años –; y lentes tan grandes que se necesitarían dos caras para sostenerlos por
encima del puente de la nariz. En efecto, ése que miran con tan temeroso andar,
por el frío y húmedo pasillo del edificio cuyos cimientos están a punto de venirse
abajo, no es ningún otro que Luca, o como todos lo llaman en la universidad
donde trabaja: el “acomodador de libros”.
19. Recientemente Luca había sido degradado de escritor a acomodador de
libros, no por falta de imaginación sino porque después de cinco años de noches
interminables sentado frente a la luz parpadeante de su viejo ordenador, él mismo
había llegado a la conclusión de que no tenía nada que decirle a nadie. En vano
había abandonado las comodidades de su antigua vida y alejado a todos los que
se empeñaban en convencerlo de tragarse su orgullo y regresar con sus padres.
– “Tragarme mi orgullo... bueno al menos comería algo.” – Había pensado Luca
durante éste último mes, en que su departamento comenzaba a figurársele las
ruinas de su propia tumba. Tanto que hacía todo lo posible por retrasar su regreso;
andar a pie, auxiliar al anciano de la limpieza, ayudar a los estudiantes que se
quedaban hasta bien entrada la madrugada…Ciertamente ésa era su parte
preferida del día. – Y también la única que vale la pena mencionar. – Pues había
una estudiante en particular que le guardaba compañía durante aquellas solitarias
madrugadas en las que con rigurosa meticulosidad, el acomodador de libros se
ponía manos a la obra.
La primera vez que Luca la vio, creyó que se trataba de una visión, pues en
medio del húmedo y grisáceo ambiente de las galerías; los universitarios zombis; y
el solemne aroma del café negro; En una de las mesas se hallaba sentada una
muchacha sorbiendo leche directamente del cartón (aunque con bastante
decoro); con el cabello rojizo tan corto como el de un niño de ocho años; un
colorido vestido con mangas acampanadas; un curioso sombrero púrpura al estilo
de los años veinte y un par de botas a juego. En sus grandes ojos de cervatillo
tenía una expresión encantadoramente despreocupada y un perfil suave. Luca
tuvo que frotarse los ojos un par de veces antes de dar crédito a lo que veía; era
20. como asistir a un velorio y toparse con un ataúd rojo eléctrico. – “Tampoco ella
encaja en éste lugar.” – Dedujo, sólo de echarle un vistazo. Y aunque es verdad
que las más grandes historias de amor ocurren a primera vista – ¿Quién podría
olvidar a Romeo y Julieta; Tristán e Isolda; Rose y Jack; Edward y Bella…? –…
ésta tristemente no era una de ellas. Así que tendrían que suceder una larga
cadena de eventos antes de que se encontraran el uno al otro.
Con el pasar de las semanas y los meses, las visitas de la excéntrica chica
se volvieron cosa de rutina. Sin embargo, por arte y obra de la apatía de Luca; ella
apenas y se enteraba de su presencia; y él no sabía absolutamente nada de ella.
Salvo lo que los libros que la chica dejaba de tras le decían: “I quattro libri
dell'architettura”; “Vida y Obra de Frida Kahlo” ; “El jardín de senderos que se
bifurcan”; “El espejo en el espejo”; “Arquitectura Viva”; “El Lenguaje del Espacio”.
– “Es arquitecta.” – Concluyó Luca, transcurridos cinco meses. Y no una arquitecta
cualquiera, ésta sin duda sentía especial afición por los laberintos. Y sólo por ello,
en su fuero interno, Luca decidió que le agradaba tener cerca a aquella exquisita
mota de color, entre todo lo gris que era su vida.
Con todo, Luca no podía evitar el regreso a casa. Y nada era tan difícil
como éste último tramo de pasillo… Nada podía retrasarlo.
En cada piso del edificio donde vive Luca; hay seis departamentos pero
únicamente tres están habitados en el piso de Luca. El número quince, el
departamento de los ladrones. –Ladronzuelos en realidad, apenas mayores que
Luca y jamás han “robado” nada que no provenga de los tiraderos de basura. – El
número dieciocho, habitado por una anciana que colecciona búhos disecados. Y
21. finalmente el departamento de la puerta amarilla, el número diecinueve; el
departamento habitado por el escritor y su compañero, el excéntrico trotamundos.
Luca mira de reojo ésos tres números y durante el breve lapso que le toma
llegar a su puerta, desearía sencillamente dejar de existir.
– Más sencillo que morir, y decididamente más fácil que vivir. – Piensa en
voz alta, mientras se imagina esfumándose en medio del pasillo como una burbuja
de jabón, sin que ninguno de sus vecinos se inmute por su ausencia. De la misma
manera en que jamás se inmutaban por su presencia.
-‐ ¡Luca! – De pronto oye a alguien llamar su nombre, segundos antes de
sentir en la espalda el golpe que lo derriba al suelo.
Los lentes de Luca resbalan de su nariz pero no los oye caer al piso, es
entonces que se da cuenta que no los necesita para saber quién es la persona
que acababa de derribarlo. Con sólo cerrar los ojos puede verlo sonreír mordaz y
despreocupado, ágilmente sosteniendo una caja de pizza en la mano derecha y
los lentes de Luca en la otra. Con ésa estilizada silueta de trotamundos de antaño.
Sombrero negro de copa no muy alta (levemente inclinado hacia la izquierda) y
una desgarrada gabardina de piel azul oscuro.
-‐ ¡Un mes y todavía pareces un anciano! – Lo saluda, de nuevo el joven
trotamundos.
Luca, sacude la cabeza antes de levantarse. En cuanto oye la voz de su
amigo, desearía abrazarlo y decirle que éstos últimos treinta y dos días han sido
los peores de su vida, que durante las noches se duerme encima del teclado por
fuerza de hábito mas ha perdido la voluntad de escribir que antes le enardecía la
22. sangre y le nutría el cuerpo; que cada mañana siente ganas de llorar y que hoy
finalmente se había armado de valor para “terminarlo” de una buena vez. Sin
embargo; en cuanto se vuelve para encarar a su amigo, Luca se da cuenta de que
ya no siente nada eso.
-‐ ¡Maldito vago! ¿Dónde te habías metido? – Responde Luca, a la vez
que con un puñetazo en el brazo, devuelve el saludo de su amigo.
-‐ En todas partes. – Responde el muchacho, encogiéndose de hombros. –
Pero no encontré nada parecido a ésta pizza.
-‐ ¿Así que regresaste porque te dio hambre? – Pregunta Luca, mientras
le arrebata sus lentes al trotamundos. A la vez que el vagabundo asiente
señalando con la mirada la caja de pizza en su mano; Luca sonríe para
aceptar la invitación y se encamina hacia su departamento. La verdad es
que de pronto se le ha despertado el apetito.
Notando la súbita ligereza de sus pasos, Luca piensa en un gato llamado
“Espanto” que tuvo cuando niño. De pelaje gris obscuro como un atardecer
lluvioso, ojos grandes y azabache; y un sordo ronroneo que le brindaba seguridad
durante aquellas noches obscuras en que el viento lo asustaba y los “monstruos”
salían debajo de su cama y de su clóset. El gato entraba y salía de la casa a
voluntad pero todas las noches regresaba sin falta para guardarle compañía a
Luca... hasta que un buen día, no regresó más. Aunque Luca siempre imaginó que
23. no era capaz de vivir sin la compañía de “Espanto”, la verdad es que no le importó
demasiado cuando se perdió porque fue justamente por ésa época que conoció a
Lully; el trotamundos.
Después de que Luca abandonara su hogar, no tuvo más remedio que
pagar el alquiler de un cuarto viejo que el periódico había anunciado como
“Departamento, en buenas condiciones. Oportunidad única.” En ése entonces el
pasillo le había parecido demasiado largo para la emoción de abrir la puerta
amarilla de su nuevo hogar que lo estaba carcomiendo... sólo que nadie le había
advertido que tendría un compañero de cuarto ¡Y qué clase de compañero de
cuarto! Al principio, cuando entró y encontró a Lully sentado en la parte baja de
una vieja litera oxidada, luciendo esa extraña fachada de gitano bohemio; se sintió
engañado y de inmediato intentó excusarse de la habitación para ir a reclamarle al
arrendador; pero de alguna manera Lully se las había ingeniado para envolver a
Luca en la telaraña de sus sueños y en la belleza de un mundo al que Luca tan
sólo podía aspirar cuando el joven gitano permanecía a lado suyo.
En muchas maneras “Espanto” era idéntico a Lully: ojos vivaces que incluso
en la más sublime quietud lo escudriñaban todo, y una voluntad libre y egoísta. Se
desaparecería durante días o meses, pero justo como esas llaves escurridizas
que todos hemos perdido en algún momento; siempre regresaba en el momento
en que Luca más lo necesitaba.
-‐ ¿Qué es eso? – Pregunta Lully, mirando por encima del hombro de
Luca, que aún lucha contra la cerradura vieja de su departamento.
24. -‐ Cuentas por pagar supongo. – Responde distraído, mientras que Lully
recoge los miles de sobres acumulados al pie de la puerta.
Pronto Lully se da cuenta de que efectivamente Luca estaba en lo cierto.
Todos son sobres de cuentas vencidas, excepto por unos cuantos cupones de
descuentos o publicidad de algún restaurante.
Cuando Luca por fin abre la puerta, Lully se da a la tarea de guardar en sus
bolsillos los cupones de comida y tirar los de publicidad y cuentas por pagar. Tan
entretenido está en su tarea que no nota la devastación en que la depresión de
Luca ha sumido al departamento. Agujeros en las paredes, restos de comida en el
suelo, cartones de cerveza en el segundo nivel de la litera, el foco del techo a
nada de desprenderse, cucarachas asomándose por cada rincón... y si acaso lo
nota honestamente no le interesa. Lully lleva demasiado tiempo acostumbrado a
disfrutar de su libertad para ocuparse de las querencias de un hogar.
Mientras Luca intenta hacer de ése basurero un lugar medianamente
presentable, Lully se limita a dejar la caja de pizza sobre el diminuto escritorio y
recostarse en el reacio colchón de la parte baja de la litera.
-‐ ¿Qué hiciste todo éste tiempo? – Rompe el silencio Luca, aunque sabe
que no obtendrá respuesta, al menos no una seria. – ¿Escribiste una
canción, pintaste una catedral, bailaste con algún ballet?
-‐ Conocí una chica. – Responde Lully, con gesto ausente a la vez que
continúa con la inspección de sobres. – Elena. Es guapa, trabaja en la
25. pizzería. Te la presentaré algún día, es perfecta para ti. Tiene sesenta
años, recién cumplidos.
Al oír la edad de la “chica”, las fantasías de Luca llegan a un súbito fin. Y
enfadado quita la caja de pizza del escritorio y se la arroja en la cara a Lully.
-‐ Es de mala educación jugar con la comida. – dice el joven vagabundo,
sin inmutarse por el ataque de Luca, pues un sobre en especial ha
llamado su atención. – Y lo es más, rechazar a una dama sólo por su
edad. – replica entre risas.
Aún molesto, Luca coge un pedazo de pizza y se sienta al escritorio;
reparando por primera vez en que la pantalla está encendida y hay un extraño
mensaje escrito en ella.
“Saludos, respetable Señor Brujo. – Empieza a leer. – Le
agradecería si tuviera usted la gentileza de dejar de
llamarme a ésta humilde pocilga. Si tiene algún asunto que
tratar conmigo lo invito a...” – Lo que sigue le parece una broma
extremadamente cruel y un insulto a su nada entrañable infancia. E iracundo se
vuelca a golpes sobre Lully.
-‐ ¡Idiota! ¡Estoy harto de tus bromas! – Le reclama a Lully, quien se
protege el rostro con ambas manos, sin entender bien a bien a qué se
deben los reclamos... ni los golpes. – ¡Siempre haciéndote el payaso!
Entre las escazas virtudes de Lully se cuentan su cuestionable sentido del
humor y su inalterable paciencia, pero también entre sus numerosos defectos
26. está su poca tolerancia por las injusticias. Especialmente aquellas que le afectan
directamente.
Sin responder una sola de las acusaciones en su contra, Lully se quita su
sombrero y saca un bastón plateado con el que derriba fácilmente a Luca.
Dejándolo con la nariz sangrando en el piso y el cristal de sus lentes cuarteado.
Considera seriamente molerle la cara a golpes, pero al verle el hilillo de sangre en
las fosas nasales, de pronto una desagradable memoria le azota y nubla su juicio;
por lo que temeroso de su propia ira decide dejarlo por la paz.
-‐ “Nos complace informarle...” – Comienza a leer en voz alta Lully,
mientras esquiva el cuerpo adolorido de Luca con la felina gracia de un
bailarín y la desfachatada despreocupación de un niño. – “... que la
revista Portal Paranormal ha aceptado su solicitud de empleo. Lo
esperamos en nuestras oficinas, blablablá,... entregar su primera
investigación blablablá adjunta en el otro sobre blablablá”... – Cuando
Lully termina de leer, una traviesa luz asoma a sus ojos y la apatía de su
amigo termina por desesperarlo – ¡Hombre quita esa cara! ¡Qué has
conseguido el empleo!
Luca observa mientras su compañero sacude la carta en el aire, y temeroso
de que pudiera tratarse de otra broma se abstiene de celebrar. No se siente
capaz de tolerar otra desilusión.
27. Al darse cuenta de ello, Lully lo toma por el brazo y lo sienta frente al
escritorio, como si se tratase de un muñeco de madera que ha perdido sus hilos.
-‐ ¿No estás en broma? – Pregunta Luca, como en trance.
-‐ Míralo por ti mismo. – Responde Lully al entregarle la carta y el sobre
que contiene su primera asignación como escritor de la revista Portal
Paranormal.
Luca, pega un grito de alegría y de nuevo siente ésa vieja gasolina correr
en sus venas.
“Portal Paranormal.”; puede que no se trate de una revista de prestigio ni
mucho menos. Por el contrario, es una revista de poco presupuesto que se dedica
a recibir fotografías de sus lectores que aseguran haber capturado la imagen de
algún OVNI, a Pie Grande alimentando a “Nessi” en Escocia, o sencillamente
algún fantasma pidiendo auxilio. También hacen “investigaciones” de cualquier
lugar en que se registren sucesos inexplicables. En corto, es un trabajo deplorable
para cualquier escritor respetable, pero afortunadamente Luca es tan sólo un
acomodador de libros que acaba de ser promovido a “inventor de verdades”. Que
desde el punto de vista de Lully, es exactamente lo mismo que un escritor.
Lully se pasea inquieto de un lado a otro, mientras que Luca comienza a
leer de qué tratará su investigación. Conforme avanza la carta, su cara se torna
pálida y alternamente lleva su mirada de la carta, a la pantalla del ordenador, a
Lully, y de vuelta a la carta.
- Imposible. – Murmura cuando ha terminado de leer.
28. -¿Qué? – Pregunta Lully, aun paseándose en el departamento. Explorando
y olfateando juguetonamente las montañas de libros viejos que tapizan las
paredes.
- Tengo que ir a La Castilleja. – Apenas se las arregla Luca para pronunciar
en un murmullo aquellas palabras.
La traviesa expresión del trotamundos se torna seria de repente.
-‐ Felicidades ¿Eso es lo que has deseado todo este tiempo, no es así? –
Inquiere mientras hunde las narices en las páginas de un libro, para
ocultar la repentina sombra que ha caído sobre sus ojos.
Luca asiente, pues desde niño ha deseado comprobar que las leyendas
sobre La Castilleja son reales; al menos para él. Sin embargo, el sabor amargo en
su saliva y el nudo sobre su pecho, son ocasionados no por la emoción ni por el
contenido de su primer trabajo para “Portal Paranormal”; sino por el mensaje
escrito en la pantalla de su computadora.
Él sabe sobre coincidencias y por lo tanto reconoce al instante que no se
trata de una. Al igual que el día en que halló al trotamundos comiendo pizza en su
departamento, esto es algo que va más allá de la suerte o la casualidad; Es algo
que cuando el universo así lo decide, sencillamente es inevitable.
-‐ ¿Qué es lo que harás? – Se apresura a preguntar Lully cuando termina
de leer el mensaje que Luca le ha mostrado en la pantalla.
-‐ Ir. – Responde Luca, sin una mota de pretensión. Sólo determinación. –
Sería descortés plantar a ésta tal “Petrú.”
29. Lully, que jamás ha tenido un pelo de cobarde y cuya vida ha transcurrido
entre una desventura y otra, de repente siente su sangre helar. Él conoce algo que
la ingenuidad de Luca jamás sería capaz de imaginar, y que lo hará correr peligro
si llegara a poner un pie en las tierras de La Castilleja.
-‐ ¿Sabías que el índice de desapariciones es más alto que el del
Triángulo de las Bermudas? – Intenta, inútilmente, desanimar a Luca. –
¡Ése lugar es peor que la “Masacre en Texas”!
Un ataque de carcajadas internas le sobreviene a Luca, está acostumbrado
a los ataques melodramáticos de Lully, propios – piensa él – de un artista tan
prolífico como su amigo. Cantante, poeta, bailarín, compositor, pintor, ilusionista y
mago… Uno no puede ser tantas cosas en la vida a menos que se esté
ligeramente loco ¿No?
-‐ Tienes razón – responde tranquilamente Luca. Con el pasar de los años
ha aprendido a lidiar con las variadas excentricidades de su amigo
(Como la de no ingerir ningún otro alimento que no sea pizza). –
supongo que tendrás que acompañarme. Ya sabes, porque el
protagonista siempre necesita que “el mejor amigo” cometa todas las
estupideces que lo harán parecer el “héroe” al final de la película.
En el rostro de Lully se dibuja una sonrisa que está muy lejos de reflejar la
angustia que ha comenzado a embargarlo. Pero no se siente capaz de destrozar
las ilusiones de Luca, pues aunque la decadencia del departamento le ha pasado
desapercibida; el aspecto raquítico y los ojos marchitos de su amigo son lo
primero que ha notado al llegar.
30. -‐ Está bien. – Termina aceptando Lully de mala gana.
De inmediato Luca comienza los preparativos de su viaje; empaca en una
mochila vieja la poca ropa que posee, y revisa minuciosamente la antigua polaroid
que los vecinos del número quince hallaron un día en la basura y que Lully les
arrebató para obsequiársela a Luca de cumpleaños. Normalmente a Luca no le
agradaba cuando Lully se pasaba de listo con las personas – lo que dada su
agudeza mental y agilidad física, era muy seguido – pero ése día el vagabundo
estaba tan extrañamente melancólico que Luca decidió atesorar la cámara casi
tanto como su saco de cuadros escoceses.
-‐ ¡Maldición! – Exclama Luca, cuando ha terminado de contar el dinero
que ha ahorrado durante el mes. – No es suficiente para rentar un auto.
¡Y ningún taxi va a llevarnos ahí, sin cobrar honorarios “extras”!
El pantano de La Castilleja se había convertido en una de las leyendas
urbanas más populares entre los choferes de autobuses y taxis. Demasiados
colegas habían desaparecido en ésa ruta; por lo que como regla general, pasada
la media noche, las rutas se detenían y ninguno se atrevía a colocar sus manos al
volante… a menos que les ofrecieran un jugoso incentivo. El cual Luca no podía
costear; una y otra vez recuenta las monedas como esperando que se
multiplicaran entre sus manos; el pobre está a nada de tirarse a llorar – es de los
que se derrumba fácilmente. – Pero el gallardo vagabundo que lo observa con
ojos atentos y levemente avergonzados de tener un amigo tan achacoso e
insignificante como ése, se quita el sombrero y le da una paliza con el a Luca.
31. -‐ ¡¡Agh!! ¿¡Qué demonios llevas en ése sombrero?! – se queja Luca. Que
ha sentido como si acabara de ser golpeado con un martillo.
-‐ Todo lo que le quepa. – Responde Lully, volteando el sombrero, y
dejando caer centenares de dulces con envolturas multicolores; un
monociclo; su elegante bastón plateado; y otros artefactos inútiles que
dejan asombrado a su amigo.
-‐ Sería mejor si tuvieras dinero ahí escondido. – farfulla Luca.
-‐ No necesitamos dinero pedazo de imbécil ¿Te olvidas de nuestros
encantadores vecinos del número quince?
En ése instante el semblante de Luca se ilumina ¡Lully en verdad es un
genio! ... Dejando de lado sus escrúpulos morales, eso es. Normalmente Luca no
apoyaría las malas pasadas que el abusivo trotamundos les juega a los ingenuos
ladronzuelos del quince, pero éstas no son circunstancias normales ¡El sueño de
su vida está en juego!
Inflamado de la emoción, Luca se pone de pie y coge la maleta.
-‐ ¿Qué tanto podrás estafarles, ésta vez?
32. 3. ¡EN HORA BUENA TRANSEÚNTES!
Los rayos violetas comienzan a acariciar la extensa negrura del asfalto
húmedo. La feroz tormenta que torturó a Luca y a Lully durante todo el trayecto,
finalmente comienza a amainarse. Y debajo de la brizna que juega entre las largas
pestañas del vagabundo, se oculta el fatal espejo de su pasado.
Antes de partir, Luca esperó cerca de una hora fuera del edificio; cuando los
ladrones del número quince bajaron con la cara descompuesta y desamparada, en
compañía de Lully quien al contrario de sus desafortunados vecinos; sonreía de
oreja a oreja. – “No entiendo cómo lo hace, el muy bastardo.” – Espetó entre
dientes, uno de los ladrones al entregarle a Luca las llaves de dos Harley
Sportsters clásicas.
-‐ Caballeros, cómo siempre es un placer hacer negocios con ustedes. –
Dijo Lully, a la vez que realizaba una burlona reverencia.
-‐ ¿Qué…cómo…? – Inquiere Luca, incrédulo.
-‐ ¡No creímos que llegaría tan lejos! – Estalla de pronto el más joven de
los ladronzuelos, descompuesto al grado que es incapaz de controlar la
temblorina de su cuerpo. – ¡¡Casi me mata!!
-‐ Lully... – murmura el joven escritor, temiendo que el trotamundos haya
ido demasiado lejos ésta ocasión.
33. -‐ La bala apenas le rozó. – Responde Lully ignorando la expresión de
espanto de los ladrones y de Luca; mientras que arrebata un juego de
llaves y enciende una de las Sportsters. – No deben jugar “ruleta rusa”,
sino tienen el estómago. Además están vivos, deberían considerarse
afortunados. – Exclama Lully triunfal, antes de arrancar la moto y
perderse a la distancia.
Al hallarse solo, Luca aclara su garganta nerviosamente. A la vez que se
dispone a alcanzar a Lully.
-‐ … Si bueno, estoy seguro de que fue un juego limpio. – Pero conoce
demasiado bien al elegante gitano; y reconoce que lo más probable es
que la pistola que utilizaron estuviera trucada. Sin embargo en
ocasiones su osadía podía ser tan siniestra… que tal vez… Bueno, una
cosa era segura; ése montón de chillones ladronzuelos se habían
acobardado en cuanto la primera bala se disparó y cuando Lully no dio
señales de retroceder, no les quedó más remedio que acceder a
entregarle las motocicletas. – ¿Sin remordimientos, entonces?
Desde luego que Luca no se arriesgó a esperar por la respuesta de los
ladrones; y tan pronto arrancó la motocicleta salió disparado de ahí.
Sin mirar atrás, ni una sola vez.
Así pues, ambos; el escritor y el vagabundo emprendieron su camino hacia
el pantano que tan celosamente guarda las puertas de La Castilleja. Sin saber
que cada uno; conducía hacia destinos distintos. Luca hacia le realización de un
34. sueño que hacía tiempo que creía muerto; y Lully hacia una pesadilla que contra y
pese de todo, se había mantenido con vida.
-‐ Ya está amaneciendo. ¿¡Cuánto más tendremos que conducir, antes de
llegar a ésa jodida torre?! – Se queja Luca. Mitad en serio, mitad en
broma. Lo cierto es que ha comenzado a resentir el súbito silencio del
trotamundos; y no se le ocurre nada mejor qué decir, para hacerlo
hablar. “Es como cuando un perro deja de comer – teme Luca – es
cuando sabes que las cosas en verdad andan mal.”
-‐ Depende. – Responde Lully, a la vez que por primera vez en todo el
camino alza la mirada para encarar la espesa ciénaga que se vislumbra
bajo el horizonte del sol naciente.
-‐ ¿De qué? – Pregunta Luca intrigado.
Lully, sin embargo no pronuncia palabra, en su lugar extiende el brazo para
señalar el pantano delante de ellos. Sobra decir que en cuanto el joven escritor se
percata de la pastosa verdura de los árboles chillones, apenas puede contener las
lágrimas y los gritos de emoción. Sin previo aviso, sus manos se aferran con
fuerza al puño del acelerador y de pronto el paisaje a su alrededor se vuelve
incierto. Tan hilarante se halla Luca que no oye a Lully, pidiéndole que aguarde
por él.
35. Al frenar, la moto derrapa y Luca desciende de un salto. Sus ojos no dan
crédito a lo que ve... una ciénaga de aguas pantanosas, tan común y corriente
como cualquier otra.
-‐ ¿Qué...? ¡Qué es esto! – Estalla en frustración.
-‐ Parecen los restos de un carro viejo. – Responde con voz apagada
Lully, que finalmente ha logrado alcanzar a Luca. Refiriéndose al
enorme bulto de chatarra metálica cubierto por un manto de algas
pegajosas.
A Luca, sin embargo no le interesa escribir una aburrida historia sobre un
carro viejo devorado por las aguas del pantano; así que las patadas y los gruñidos
de desesperación no se hacen esperar.
-‐ ¡¡No entiendo, aquí debería de estar!! ¡Junto al pantano! Así lo dice en
todas las versiones de la leyenda.
El trotamundos sacude la cabeza, siempre le ha parecido, a la vez, un tanto
patético y un tanto gracioso los achaques de su amigo. – “Tan ingenuo, tan
desprovisto de todo sentido común.” – Continuamente se asombraba de la
facilidad con que Luca podía pasar de ser un brioso escritor, a un anciano
quejumbroso.
36. -‐ Te advertí que dependía. – Espeta Lully a la vez que se echa a la boca
un par de caramelos recién salidos de su sombrero.
-‐ ¿¡De qué!?
En la cara del trotamundos, una mueca divertida se dibuja en la comisura
de sus labios; y súbitamente ésa burlona sonrisa se torna en una diabólica
carcajada que le eriza la piel a Luca.
-‐ ...¿Qué te pasa?... – Pregunta Luca francamente aterrorizado, mientras
que mira a su amigo contraerse en espasmos de risa.
-‐ ¡¡Todo éste tiempo buscando, leyendo, rebuscando...Y no las oyes
llamar!! ... “¡Pygmalion, Pygmalion, Pygmalion, Pygmalion!” – Comienza
a imitar el hostigo de una multitud a la que Luca no puede ver ni oír.
A los ojos de Luca, el vagabundo finalmente ha perdido la cabeza pues ha
comenzado a danzar en círculos con los brazos extendidos hacia al cielo. Pero
visto a través de los ojos de Lully, la historia es completamente distinta. Lirios
rojos caen sobre el asfalto y lo tiñen todo de sangre, las campanadas de la torre
retumban en los oídos del vagabundo, y la multitud clama por la llegada del Circo
Pygmalion. Cuando las campanadas se detienen abruptamente, la divertida
música circense no tarda en impregnar el aire. Entonces Lully cesa su escabrosa
37. danza y con una mirada tan oscura como la garganta de la noche, se vuelve al
escritor:
-‐ Disculpa Luca, ¿Podrías darme la hora?
Como hechizado, Luca aparta la mirada del trotamundos y la vuelca de
lleno en su reloj de mano.
-‐ Son las... – Los huesos de Luca comienzan a temblar, pues con
asombro se da cuenta de que su reloj ha dejado de funcionar. –
...las...las... doce treinta. – Balbucea.
Cuando de nuevo levanta la mirada, horrorizado observa el cuerpo de Lully
fragmentarse como si se tratara de un espejo. El cielo se encapota sobre de Luca;
es entonces que el eco de la multitud que clama por la llegada del Pygmalion
finalmente alcanza sus oídos. Y de entre las negras nubes que emergen del
sombrero del trotamundos; un medallón plateado cae en sus manos.
Lo último que el escritor mira antes de cerrar momentáneamente los ojos,
es el pantano repleto de lirios rojos. Un aroma como de dulce y avellanas inunda
su nariz, y la próxima vez que Luca abre los ojos; se halla tirado en el pasto
húmedo, bajo la sombra de un letrero metálico con letras carmesí en el que se lee
la siguiente leyenda:
“¡EN HORA BUENA TRANSEÚNTES, HABEÍS LLEGADO A LA CASTILLEJA!”
38. 4. DIE HASEN!
Luca no se atreve a mover un sólo músculo, y sus ojos desorbitados se
niegan a creer lo que ven. En la distancia, una franja de robustos árboles cerca el
puerto de una pintoresca villa que se halla en pleno campo abierto; bordeada
únicamente por un extenso mar de azules y verdes cristalinos. Un viento cálido
arrastra la arena y el agua salada que se incrusta en los poros de su piel; y en el
cielo se oye el agudo cantar de las gaviotas que descansan en los mástiles de los
barcos que se mesen al compás de las olas. Y justo sobre de Luca, se encuentra
el letrero metálico que le deja saber que su más añorada fantasía se ha cumplido;
así pues, no se detiene a pensar en qué ha sido del joven vagabundo que lo
acompañaba, sino que obliga a sus piernas adormecidas a moverse hacia el
camino de piedra que se curva sobre la hierba seca.
Apenas da los primeros pasos, se topa con una ostentosa iglesia; con
grandes agujas y vitrales de colores. Los pilares decorados con centenares de
ángeles tocando clarinetes, cítaras, y arpas. Y a un costado, lápidas talladas en
piedra de mármol. Curioso, Luca se arrodilla en la primera hilera de tumbas; y
aunque no haya ningún nombre en ellas, llama su atención lo excelentemente
conservadas que están así como el hecho de que la gran mayoría comparten la
misma inscripción: “Reportero.” Y “Escritor”, únicamente la última del lado
izquierdo tiene escrito “Extraviado (favor de buscarlo)”.
39. -‐ Extraño. – Murmura, a la vez que se dispone a sacar la polaroid de su
mochila pero antes de hacerlo se percata de la extraña calidez que
emana del resplandeciente medallón que aferra entre sus manos.
Entonces, recuerda al excéntrico vagabundo resquebrándose bajo una
lluvia de lirios rojos. – ¡Lully! ¡Lully! ¡Lully!
Comienza a llamar su nombre en toda dirección y sin querer, provoca la ira
de aquellos que descansan bajo la tierra. Primero un leve temblor, apenas
suficiente para ahuyentar a las libélulas que revoletean en los alrededores, y
después centenas de figuras color sepia tan espesas como la bruma; brotan de las
profundidades para congregarse en torno a Luca.
De haber sido cualquier otra persona, sin duda hubiera salido corriendo de
ahí. Pero el alma anciana de Luca no puede sino maravillarse ante la belleza
melancólica que emanan aquellas figuras de sepia. Todas con una apariencia muy
similar entre ellas; sacos con coderas, gafas de armazón negro y grueso… de
hecho, todos ellos parecieran familiares de Luca.
-‐ Imposible. – Es lo único que se le ocurre decir a Luca.
-‐ ¿Qué te pasa niño? ¿Nunca antes habías visto muertos? – Preguntan
al unísono con voces profundas, aquellas temibles figuras. A la vez que
revoletean cerca de Luca.
40. -‐ No, no...ehem... Jamás fuera de sus tumbas. –Se las arregla para
responder, al tiempo que pone todas sus fuerzas en controlar la
temblorina de su quijada.
-‐ ¿¡Qué!? – Se acercan de golpe, sorprendidos todos los fantasmas.
Unos incluso, de la impresión, han dejado caer sus ojos podridos. –
¿¡De dónde vienes no tienen muertos!?
-‐ ¿Eh? No, eso no es lo que quise...
-‐ ¿Cómo es entonces? ¿Sus cuerpos se pudren cuando todavía están
vivos? Eso es repugnante.
-‐ No, ellos no... – Intenta explicarse Luca.
-‐ ¡¡No se pudren!! – gritan todos extasiados – Esos es maravilloso
¡¡Llévanos contigo, niño!! – Comienzan a halarlo de sus ropas y cabello.
-‐ ¡No, aléjense de mí! – Comienza a asustarse Luca, pues de cerca los
muertos son más terroríficos de lo que había pensado. Pero además, las
memorias de su infancia lo azotan implacablemente.
41. Las historias que su abuelo solía contarle sobre los fantasmas de La
Castilleja, y las noches en que aterrorizado se escondía bajo las sábanas cada
vez que las almas tortuosas del pasado lloraban al pie de su cama.
-‐ ¡Llévanos, por favor! ¡Ten piedad de nosotros! ¡Llévanos contigo! ¡¡Sí,
contigoooo!! – Rápidamente comienzan a aglomerarse las súplicas y los
berridos.
Las quijadas caídas, el penetrante aroma a azufre, las cuencas vacías, pero
sobre todo los agudos quejidos pronto abruman la frágil cordura de Luca. Le hace
falta el aire, y no puede pensar con claridad. – ¿Qué hago aquí? ¿Por qué vine en
primer lugar? – Su cabeza lentamente se vuelve una espiral de la que no sabe
cómo salir.
Sin quererlo, se pierde en los recuerdos de su niñez, cuando las figuras
monstruosas reptaban de entre las sombras hacia sus sábanas y le halaban los
pies para forzarlo a jugar con ellas. – Entonces ¿Quién las ahuyentaba? ... no
puedo recordarlo. – En sus manos empapadas de sudor frío, se aferra al
medallón plateado que el vagabundo le obsequió antes de desaparecer. – ¡Lully!
¿Era él... o alguien más...? ¿Cuál era su nombre? – Luca ha retenido el nombre
en el corazón pero la mente ya ha empezado a olvidar.
-‐ ¡¡Queremos ir contigo!! ¡Llévanos, llévanos, llévanos, llévanos, llévanos,
llévanos....!
42. Luca se resiste a la cercanía intrusa de los muertos, pero su lucha sólo
consigue encolerizarlos. Pronto las súplicas se tornan violentas, y el saco de Luca
es desgarrado por la furia de los fantasmas. Entonces a lo lejos, las campanas de
un reloj comienzan a sonar.
Una campanada, dos campanadas, tres campanadas, cuatro
campanadas....
-‐ ¡¡¡Piedad!!! ¡¡Llévanos!!
Un maullido se deja oír por encima de las funestas súplicas, y por fin Luca
es capaz de recordar, lo que él mismo no comprende por qué olvidó en primer
lugar.
-‐ ¡Espanto! – Exclama rebosante de alegría.
El gato salta de espaldas a Luca con ademán protector y los fantasmas se
dispersan rápidamente. – Igual que antes. – Cuando la doceava campanada
repica, el lomo del gato se eriza y los fantasmas salen volando disparados.
-‐ ¡¡Pygmalion!! – Abandonan el cementerio, como una espesa neblina de
azufre; y Luca los mira alejarse en dirección a la plaza que está justo en
el centro de la isla.
-‐ ¿Pigma- qué? – Farfulla Luca, aún agitado por el susto.
Mientras tanto, el gato trepa sobre la última lápida de la izquierda. Y
despreocupado lame una de sus patas. Un perro saltaría encima de su dueño y
agitaría la cola para mostrarle lo feliz que está de verle; Pero los gatos son
43. demasiado orgullosos así que cuando más felices están, más indiferentes se
muestran.
-‐ ¿Espanto? – Llama su nombre una vez más, pues teme que su cabeza
le esté jugando una mala pasada. Y justo cuando Luca teme estar en lo
cierto; Espanto trepa encima de Luca. – ¡Sabía que eras tú! ¿Dónde
has estado todo éste tiempo? – Exclama a la vez que lo levanta entre
sus manos para verlo mejor; sin embargo al mirarlo de cerca se lleva
una fuerte impresión y termina por soltarlo en seco... Afortunadamente,
ni siquiera en La Castilleja se ha sabido de un gato que no sepa caer de
pie.
Los ojos de Espanto ya no están en su lugar, y sus párpados están cosidos
con un grueso hilo negro. Alrededor del cual, aún se pueden apreciar diminutos
trozos de carne con gotas de sangre seca.
-‐ ¿Quién te hizo esto? – Pregunta asqueado. No porque en realidad
espere que Espanto le responda, igual que con Lully sabe que jamás
obtendrá respuesta alguna, pero su falta de malicia no le permite
imaginar con qué fin alguien haría algo tan horroroso cómo eso.
Sin embargo, de alguna manera, Espanto parece comprender las palabras
de Luca y a manera de respuesta sale corriendo, deteniéndose tan sólo un
instante con la cabeza ladeada para indicarle a Luca que lo siga.
44. El felino se escabulle velozmente entre las ramas de los árboles,
perdiéndose a momentos de la vista de Luca, que hace lo mejor que puede por
mantener el paso. A medida que avanzan, Luca comienza a escuchar la misma
música alegre de antes, y los castillos lejanos que a distancia se confundían con
los árboles parecen cada vez más enormes, los aplausos y cánticos se mezclan
en perfecta armonía con la tonada circense que anima a aquella curiosa isla.
Cuando por fin descienden la colina, Espanto se desliza rápidamente entre
los pies danzantes de los aldeanos que festejan sobre la plaza en forma de
ajedrez. Mientras que Luca embelesado por la magia de aquel lugar termina
resbalando y cae de sentón en medio de la multitud.
-‐ ¡Mira por dónde caminas! – Le riñe una pareja que ha tropezado con
Luca.
-‐ Di-disculpe.
La pareja lo pasa de largo y se unen de nuevo al baile. Luca, los observa
alejarse y todo parece salido de un sueño. Las personas danzan con grandes
vestidos y antifaces con vistosos decorados, los tarros de cerveza chocan uno con
otro y empapan a las personas con la espuma.
-‐ Si te quedas ahí sentado, provocarás un accidente. – Le aconseja una
bella mujer que se ha inclinado para ofrecerle una mano a Luca. – Si
estás en un baile, lo más adecuado es bailar ¿No te parece?
45. El cabello de la mujer cae a la altura de la cintura y es rojo como el fuego, al
igual que el resto de su atuendo. Porta un par de anteojos tan grandes como los
de Luca, excepto que ella sabe lucir hermosa con ellos puestos. Y aunque la
distinguida dama es lo suficientemente mayor para ser la madre de Luca, éste
último no puede evitar sonrojarse a la vez que deja volar su imaginación.
-‐ Y bien ¿Bailarás conmigo? – Pregunta gentilmente la mujer, fingiendo
no comprender por qué Luca se la queda mirando boquiabierto.
-‐ S-sí. – Responde Luca tímidamente.
En cuanto empiezan a bailar, no paran de chocar con las otras parejas y
pronto Luca termina con la cabeza bañada en cerveza. Así, la dama de rojo
descubre que Luca no tiene idea de cómo comportarse en un baile, por lo que lo
toma de la cintura con el ceño fruncido y es ella quien comienza a guiarle;
provocando que de nuevo Luca se sonroje de la pena.
-‐ Lo último que imaginé es que un chico tan lindo como tú, tuviera dos
pies izquierdos. – Espeta secamente la mujer. – Eres toda una
desgracia andante.
Gravemente ofendido, pero sobre todo desilusionado de que ésa dama tan
hermosa no fuera la mitad de lo delicada que aparentaba ser, Luca se suelta
bruscamente de ella y reacomoda sus lentes gigantes sobre su nariz; cómo hacía
siempre que necesitaba llenarse de valor para decir lo que pensaba.
-‐ ¡Pues yo no la invité a bailar!
46. Uno diría que luego de años de rechazos, Luca terminaría por
acostumbrarse a ser pisoteado por todas aquellas mujeres atractivas de las que se
enamoraba sin razón aparente. Pero la manera tan altanera de conducirse de ésta
mujer, hiere la poca vanidad que aún posee.
La mujer sacude la cabeza, como lo haría una madre que está por
reprender a su hijo.
-‐ Pero qué forma es esa de dirigirte a tus mayores, niño. – Responde,
sonriendo en anticipación a lo que ya sabe que está por suceder. Pues
hay un cierto muchacho con cuerpo de bisonte que hace rato que los
observa.
-‐ ¡No me venga con eso ahora, cuando hace sólo un momento...usted...! –
Puede que Luca carezca de malicia, pero eso no quiere decir que sea
estúpido; sabe que hace nada la dama de rojo estaba tratando de
seducirlo. Sin embargo, no se atreve a decirlo en voz alta.
La mujer comienza a reírse y enfurecido; a Luca se le ocurre que podría
hacer como los actores de antaño en las películas, cuando el viril
protagonista alzaba la mano para asustar a la rebelde heroína y cuando
ésta se cubría la cara; entonces el actor sonreiría triunfal y se retiraba
espetando alguna frase ingeniosa. Desafortunadamente para Luca, no sólo
ella es demasiado astuta para que un mocoso como Luca la asuste tan
fácilmente, sino que también el fornido muchacho que los vigila siente un
47. gran respeto por esa dama de fuego y jamás permitiría que nadie le hiciera
daño.
Así pues, Luca termina de nuevo en el suelo, con un moretón en la cara.
-‐ ¡Gitano! Deja al pobre niño en paz. – Le pide la mujer al musculoso
joven que está a punto de volcarse a golpes sobre de Luca, a la vez que
contiene una carcajada. Nada le resulta más entretenido que comprobar
una y otra vez lo manipulables que los hombres pueden llegar a ser
entre sus expertas manos; sobre todo cuando son tan jóvenes.
-‐ Pero... ¡Señora Reimei! Éste insecto iba a lastimarla. – Responde
indignado, mientras que Luca lo mira adolorido desde el suelo. Sabe que
si ése tal Gitano le golpea una vez más de seguro que lo tritura hasta los
huesos.
-‐ Gitano, si haces un escándalo ella se molestará. – Espeta
tranquilamente, la Señora Reimei. – Ha esperado largo rato por éste
momento, si se lo arruinas ni si quiera nuestra querida Títere Ékster
podrá consolarla.... Además no creo que a tu adorada bailarina le
agrade ése despliegue de fuerza bruta, en medio de su gran debut. –
Dice burlonamente.
Luca, se percata de como las mejillas de Gitano se tornan coloradas
rápidamente. Es un talento natural que la Señora Reimei posee desde jovencita.
48. Habiendo sido dotada con tan sensual belleza, los hombres son como barro entre
sus manos de artesana.
-‐ ¡Agh! ¡Oye tú, más te vale que te largues de mi vista! – Le gruñe Gitano
a Luca, quien al percatarse de la navaja que porta consigo Gitano no
siente ganas de quedarse en ése carnaval. Claro, el pobre Luca no sabe
que Gitano es demasiado gentil para herir de gravedad a nadie.
El joven escritor, se levanta y da la media vuelta de inmediato, pero es
entonces que nota el imponente gigante metálico que marca las horas sobre la
alegre plaza. A partir de ése instante, hay un único pensamiento en la mente de
Luca: “La niña prisionera de la Torre” y el misterioso mensaje en su computadora;
“...pregunte usted por Petrú, la gitana de ojos dorados...”
Luca, sabe que se arriesga a ser muerto a golpes, pero sólo alguien que
haya luchado por hacer de sus sueños una realidad podrá entender a la perfección
el predicamento de Luca. Así, la gasolina recorre de nuevo su sangre y de golpe
se vuelve gritándoles a Gitano y a la Señora Reimei; “¿¡Petrú, dónde puedo
hallarla!?”
-‐ ¿Qué has dicho? – Se acerca con ademán suspicaz la Señora Reimei.
-‐ ¡He venido a hablar con ella, y no me iré hasta verla!
49. -‐ ¿Eres amigo de la pequeña? – Inquiere sorprendido Gitano, sabe que
Petrú no es de las que va por ahí haciendo amigos.
-‐ Querido, no digas estupideces. – Le reprende la Señora Reimei, ésta
vez con un tono de voz más severo. – Ningún “amigo” de Petrú, asistiría
a ésta fiesta nuestra. – Lo que significa que eres uno de ésos ¿Verdad?
– Pregunta desdeñosamente. En La Castilleja, hay una sola persona
que odia a los reporteros más que Petrú, y Luca ha tenido la mala
fortuna de bailar con ella. – Con tu mochila y tus lentes. De seguro
también llevas una cámara contigo.
Luca, traga saliva luego de ésa última acusación, pero se aferra al cálido
medallón entre sus manos e imagina la manera en que Lully se zafaría de ésa.
-‐ Me ha ofendido usted profundamente, bella señora. – Responde Luca,
imitando el tono seductor y juguetón que el vagabundo tomaba cuando
se disponía a engañar a alguien.
La Señora Reimei oprime con tanta fuerza las uñas en sus puños, que
comienza a sangrar. Pues lejos de sentirse halagada, algo en las palabras del
joven escritor le ha hecho recordar a un ser querido del pasado.
– Yo...yo estoy aquí sólo porque Petrú me invitó. – Se excusa Luca,
rápidamente.
50. Enonces, las cejas de la Señora Reimei se separan, y su semblante pasa
de la ira a la sorpresa. No puede creer que ante ella se encuentre el poderoso
brujo que invoca a Petrú todos los días.
-‐ Vaya, vaya “Señor Brujo”; sí que he metido la pata esta vez. – Espeta
levemente avergonzada la Señora Reimei. – Permítame remediarlo ¿Ve
usted el reloj sobre nosotros? – Inquiere, a la vez que señala la torre
donde Petrú está sentada esperando anhelante por el payaso del Circo
Pygmalion. – En lo más alto, hallará a su anfitriona. Que se muere por
conocerlo, Señor Brujo.
Ante, el súbito cambio de actitud, Luca esconde su sorpresa y se apura a
seguir las instrucciones de la hermosa Señora Reimei. Quien lo mira perderse
entre la multitud.
-‐ Es usted una mujer en verdad malévola Señora Reimei. – Declara
Gitano, con tono mordaz. – ¿Cree usted que ése pobre infeliz logre salir
de aquí?
La Señora Reimei, coge un tarro de cerveza de uno de los vendedores que
se mezclan en el baile; y antes de dar el primer sorbo sonríe encogiéndose de
hombros.
-‐ Como un querido amigo mío solía decir; “Depende.”
51. 5. LA PRISIONERA Y EL BRUJO.
Por fin, Luca logra penetrar en el corazón de La Castilleja. Ése órgano de
formas curiosas e inconstantes, donde todo se halla en penumbras; las escaleras
metálicas en forma de caracol se tambalean; y los pesados engranajes giran sin
ocuparse de la presencia de los intrusos, al tiempo que los latidos de la torre rugen
con un poderoso “tic-tac”.
El escritor juega nerviosamente con el medallón entre sus delgados dedos,
y con cada peldaño que avanza puede sentir en su propio pecho el eterno girar de
las manecillas de La Castilleja. – “Son sólo historias de tu abuelo, deja de
imaginarte cosas.” – Retumba en las paredes, el eco de sus padres, maestros y
psicólogos que lo diagnosticaron irremediablemente chiflado cuando niño. Y sin
embargo ahora ¡Helo aquí! Al pie del último escalón, a unos escasos centímetros
de la habitación en dónde la prisionera del reloj pasa sus días.
En la parte más alta de la torre, hay una amplia habitación con gruesas
vigas negras en el techo, una elegante chimenea en donde se apilan montones de
ceniza, libreros y muebles de caoba podrida, y un gran ventanal a través del cual
difusas motas de luz bañan la polvosa estancia. Y de bajo de ellos la delicada
gitana de ojos dorados baila con los brazos extendidos al son de una antigua
canción que toca en el fonógrafo. Pues aburrida de observar a las piezas de marfil
beber y cantar allá afuera, cierra los ojos y se imagina bailando de la mano del
apuesto payaso del Pygmalion. Juega a ser una bailarina admirada y querida por
52. todo cuanto la rodea. Hasta que escucha un familiar maullido; seguido por un
pesado crujir proveniente de las escaleras.
Sin pensárselo demasiado, el gato salta a los brazos de Petrú, y juntos
comienzan a jugar. Espanto, hace del payaso y Petrú de la bailarina. Giran y giran,
al son del “Vals de las Flores” que ha empezado a sonar en el fonógrafo; hasta
que de pronto Petrú vislumbra con el rabillo del ojo a un muchacho de aspecto
deplorable, observándola estupefacto desde el umbral que separa las escaleras
de la habitación de Petrú.
Y no es para menos, Luca nunca antes había visto una chica de aspecto
tan dulce y delicado como ésa que ahora danzaba felizmente. – “En verdad sus
ojos resplandecen como el oro mismo.” – Piensa Luca.
Mientras que la diminuta figura de Petrú avanza hacia él con elegancia y
hasta el polvo que opaca su alborotado cabello maple, resulta mágico.
-‐ Muy buenas tardes, caballero. – Dice Petrú, al tiempo que toma los
pliegues de su vestido para realizar una reverencia que Luca no
corresponde, pues está demasiado conmocionado. Por lo que de
inmediato, Petrú se dirige a Espanto. – Lo hiciste de nuevo. – Espeta
Petrú con el entrecejo fruncido, y acto seguido lanza al gato por la
ventana.
-‐ ¡Espanto! – Grita Luca horrorizado, saliendo al fin de su estupor. Al
tiempo que se apresura a asomarse por la ventana. Comienza a darse
una idea de quién le ha cosido los ojos a su querido gato. – ¿¡Por qué
hiciste eso!?
53. En contraste a la repentina histeria de Luca, Petrú se aproxima
calmadamente a la ventana.
-‐ No me gusta que traiga invitados sin avisarme, y además aún le quedan
ocho vidas más. – Responde Petrú, echando un vistazo fuera de la
ventana.
-‐ ¿¡En verdad!? –La mirada de Luca, rápidamente recorre la trayectoria
que Petrú le señala y aliviado observa a Espanto avanzar felizmente
entre la multitud.
Luca sonríe al ver que Espanto está a salvo; sin percatarse de que junto a
él, Petrú estudia con cuidado su rostro.
A primera vista le parece que tiene la misma pinta que el resto de los otros
intrusos que han osado perturbar su morada, sin embargo, de cerca aprecia que el
idealismo de sus ojos no está contaminado por el morbo de los muchos otros que
la han visitado antes.
-‐ ¿Averiguamos cuántas vidas tienes tú? – Propone traviesamente Petrú,
a la vez que coloca su delicada mano en la espalda de Luca.
Asustado, Luca se aparta rápidamente de la ventana. – ¿¡Qué pasa
contigo!?
54. -‐ ¿Conmigo? – Pregunta confundida, pues considera que la suya ha sido
una pregunta legítima después de todo. – ¿Qué pasa contigo, qué pasa
con todos?
Sólo de verla, Luca se llena de miedo. No termina de explicarse cómo es
que puede asomarse tanta obscuridad en un par de ojos tan dorados como el sol.
– Éste es mi hogar. – Declara Petrú, con los brazos extendidos. – Eres
tú, quien ha irrumpido en el sin invitación.
Luca es un caballero y aunque en el fondo sabe que ha estado mal en
entrar sin avisar en la habitación de una jovencita; su orgullo no le permite
quedarse callado.
-‐ Eso no es del todo verdad, es decir ¿Tú eres Petrú, no? Tú me invitaste
a venir ¿Recuerdas? – Responde Luca con el corazón acelerado. La
mirada glacial de ésa jovencita le impone más de lo que él mismo
hubiera esperado. – “Respetable señor brujo... lo invito a visitarme en la
Torre del Reloj.” – Recita un fragmento del mensaje que Petrú dejó en
su computadora.
Petrú, inclina la cabeza, adoptando una expresión sorprendentemente
inocente.
55. -‐ ¿Eres tú? – Inquiere incrédula. Y de improviso se aproxima a Luca para
olfatearlo.
-‐ ¿Qu-qué haces? – Pregunta apenado; no se siente cómodo permitiendo
que una chica tan linda como ésa se le acerque tanto, y de modo tan
invasivo.
-‐ Mentiroso. – Declara Petrú cuando ha terminado de inspeccionar a
Luca. – Tú hueles a; humedad, manzanilla y cerveza... mucha cerveza.
– Espeta provocando que el joven escritor se avergüence, pues Petrú
no sabe que se la han derramado mientras intentaba bailar con la
Señora Reimei. – El Señor Brujo que me llama a ésa pocilga todos los
días, tiene un aroma dulce, similar al vino. Mezclado con especias y
pizza.
-‐ ¿¡Pizza!? … ¿Te refieres a Lully?
-‐ Cómo voy a saberlo, si nunca lo he conocido. – Responde Petrú, a la
vez que se acerca a apagar el fonógrafo. “Las Cuatro Estaciones” ha
comenzado a sonar, y ésa obra que en algún tiempo Petrú había
disfrutado con tanta pasión, ahora le destrozaba los nervios.
-‐ ... Él estaba conmigo antes de llegar aquí. – Empieza a explicar Luca.
56. -‐ ¿Y dónde se encuentra ahora, ése amigo tuyo? – Inquiere Petrú con
vivo interés. Al tiempo que se deja caer seductoramente sobre un futón
de terciopelo rojo.
-‐ No lo sé... – Responde Luca, atolondrado. La postura que Petrú ha
adoptado, le provoca un vuelco en el corazón. Su vestido tan raído y
desgastado, bajo los tenues rayos del sol, deja muy poco a la
imaginación; y sus largas piernas de gitana ejercen un efecto hipnótico
sobre el pobre muchacho que no acaba de comprender la naturaleza de
aquella mujercita a medio formar. Sin embargo, tan embelesado como
está, la culpabilidad comienza a atormentarlo. Recuerda que Lully se
había rehusado con todo su ser, a ir a La Castilleja. No puede evitar
sentirse culpable por el triste destino que el gallardo vagabundo sufrió al
final. –... Él se “rompió” antes de entrar aquí. – Le responde a Petrú con
voz ahogada.
-‐ ¿A si? En ése caso, no tienes de qué preocuparte. Cuando lo
encuentres, la Señora Reimei puede hacerle un cuerpo nuevo... Eso si
aún está vivo, claro. – Lo conforta Petrú.
-‐ ¿Qué dices? – Pregunta Luca, sin estar enteramente seguro de querer
saber la respuesta.
57. -‐ Para serte honesta, los fisgones de tu tipo me resultan molestos. Pero,
si en verdad has logrado deshacerte de ése Señor Brujo por mí, estoy
en deuda contigo. Si lo que quieres es tenerlo de regreso, pídelo y lo
tendrás…con algunas modificaciones, desde luego. – Dice Petrú, al
recordar lo diferente que La títere Ékster lucía en su antiguo cuerpo.
Las palabras de Petrú, no tienen sentido para el joven escritor. Sin
embargo, lo poco que logra deducir es que Lully, ha pasado a mejor vida.
-‐ ¿Está muerto?... ¡¿Qué le hiciste a Lully!? – Estalla de pronto y jala
violentamente a Petrú del vestido.
-‐ Deja de llorar, era sólo una broma. Si pudiera prescindir del Señor Brujo
tan fácilmente, no lo habría invitado a venir. Pero de seguro, que es tan
molesto cómo ése gato entrometido. ¡Tampoco he podido deshacerme
de él!
Lentamente Luca, la suelta. Y Petrú reacomoda con delicadeza los pliegues
de su vestido.
-‐ Entonces ¿Dónde...?
58. -‐ Bueno... si yo tratara de adivinar; diría que el Señor Brujo te ha
engañado. No es la primera vez que se vale de un pobre infeliz, como
tú, para fastidiarme la existencia. Hace algunos años utilizó a un
encantador anciano, pero al final tampoco él fue capaz de vencerme.
Ningún brujo, chamán o exorcista puede tocarme; No mientras me
resguarde aquí, en La Castilleja.
-‐ ¿”Señor Brujo”? No entiendo… Lully, él es mi amigo. – Balbucea Luca.
En un acto inesperado, Petrú toma gentilmente a Luca de las manos. Y éste
se siente desmallar; no es que Petrú sea una mujer despampanante pero hay algo
cautivador en el aire que la rodea.
-‐ No conozco a “Lully”, pero hay algo que debes saber; el Señor Brujo
no tiene amigos sólo peones. – Espeta al tiempo que guía a Luca hacia
el ventanal, y juntos contemplan el enorme tablero de ajedrez en el que
todas las piezas danzan conforme a la voluntad del Señor Brujo. – Cómo
veras ésta fiesta nuestra no nos concede tregua. Y ya me he cansado
de esperar, sólo quiero que se termine ¿Comprendes?
-‐ Lully, es decir, El Señor Brujo ¿Es el causante de esto? – Pregunta
Luca con el rostro descompuesto.
59. Petrú, esboza una suave sonrisa. – Ninguno de los dos somos tan jóvenes
como aparentamos. Y me temo que ambos compartimos la mitad de un mismo
destino.
-‐ ¿Qué quieres decir?
-‐ ¿No te has dado cuenta? Eres el único en ésta isla con un cuerpo de
carne y hueso.
-‐ Pero eso es imposible; porque hace un momento te sostuve entre mis
manos y antes bailé con esa dama de rojo; y además el... – se
interrumpe a sí mismo, a la vez que se lleva una mano al moretón que
Gitano le obsequió hace un rato.
-‐ ¡Ah claro, el moretón! Soy la Gitana de los ojos dorados, desde luego
que puedo hacer algo tan sencillo como eso. Puedo mantenernos con
vida, o algo parecido a una vida, en tanto permanezcamos en La
Castilleja, pero más allá del mar que nos rodea somos poco menos que
polvo y cenizas. El Señor Brujo, sin embargo es el único de nosotros
que ha logrado escapar de la maldición… ese gato Espanto dijo que tu
nombre es Luca ¿Es correcto? – Luca asiente con la cabeza. – Bien,
Luca ¿Te gustaría hacer un trato conmigo? Trae ante mí al Señor Brujo
con su dulce aroma a vino y convéncelo para que nos entregue la llave
60. que nos librará de La Castilleja. A cambio, te concederé aquello que
más anhelas… eliminaré tu existencia. El mundo jamás sabrá nada de ti.
Luca, siente una gota de sudor frío correr por su nuca. Enunciado en voz
alta el deseo de su corazón, suena hueco e insignificante. – “Como yo.” – La única
persona en el mundo que pensó que lloraría por él, había resultado ser una farsa
¿En verdad alguien notaría la diferencia, si un buen día su deseo se cumpliera?
-‐ De acuerdo. Es un trato. – Enuncia Luca solemnemente.
-‐ Ya lo creo, joven Luca. – Responde Petrú, a la vez que estrecha la
mano diestra del escritor. Y al hacerlo, Luca siente un ardor en la palma
de su mano derecha.
-‐ ¿Qué me hiciste? – Inquiere al ver con sorpresa, que en su mano se ha
grabado una intrincada cicatriz con forma de reloj. Marcando las doce y
media.
-‐ No le prestes atención, la marca me permitirá asegurarme de que
honres tu parte del trato cuando te marches a tu mundo.
-‐ Si, hablando de eso… ¿Cómo saldré de aquí?
61. -‐ ¿Ya deseas marcharte tan pronto? Puedes quedarte si lo deseas, no me
enfadaré, lo prometo. Esperaremos juntos al Pygmalion ¡Será divertido!
Luca, no sabe qué decir. Nunca antes había tenido que rechazar a una
joven tan bonita como la que ahora lo miraba con tiernos ojos suplicantes. Pero,
al final el miedo que Petrú le infunde puede más con él; al grado que de pronto
piensa que su aburrida vida es un tanto reconfortante y no puede esperar para
volver a ella.
-‐ No es que quiera irme, pero tengo que hacerlo. Para poder traerte a
Lully, digo al “Señor Brujo”.
-‐ Entiendo. – Asiente Petrú. – Entonces, te daré mi aurora boreal
-‐ ¿Aurora boreal?
-‐ Es la única puerta que conozco, desafortunadamente yo no puedo
usarla. Así que te la obsequiaré, pero a cambio quiero una cosa. – “Así
que en realidad no es un obsequio”, piensa Luca a sus adentros. Y
como toda una escurridiza ladronzuela, Petrú se escabulle en los
bolsillos de Luca y hábilmente logra robarle el medallón que llevaba
consigo. – ¡Te tengo!
-‐ ¡Oye, eso es mío!
62. -‐ Y la aurora es mía. No me place entregártela sólo porque sí. Si deseas
salir de aquí, tendrás que obsequiarme el medallón. – Dice, alzando el
medallón para admirar las figurillas talladas en el. Pues de cerca, se
aprecia el semblante de un payaso sonriendo; y al oprimir un botoncillo
en el borde del medallón; maravillada contempla el suave tic-tac de un
reloj que hace que el medallón palpite suavemente. Como si fuese un
corazón.
-‐ Esto es absurdo, las auroras no pertenecen a nadie. – Responde Luca
enfadado, pues teme que ése medallón sea el último recuerdo de su
excéntrico amigo.
-‐ Ya lo sé, me pertenecen a mí. – Dice conteniendo una risilla, Petrú
piensa que el joven escritor dice cosas muy extrañas y graciosas.
Al verla jugando con la cadena del medallón entre sus manos, Luca
comprende que en realidad no tiene opción; Sencillamente es que Petrú ha decido
jugar a ofrecérsela.
-‐ Está bien, puedes quedártelo. Ahora dame la aurora boreal. – Dijo esto
último con un cierto tono de escepticismo. Pues en el fondo esperaba
que Petrú estuviera haciéndole una mala broma; y no que de los ojos
dorados de Petrú la aurora emergiera resplandeciente en la habitación.
63. Es una luminiscencia danzante de tonos pasteles, que súbitamente se
introduce en las pupilas de Luca, y lo ciega durante un breve instante en que todo
a su alrededor se vuelve brillante y difuso.
… Y es en ése preciso momento, que el reloj de la torre vuelve a dar sus
campaneos.
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, y doce
campanas resuenan; cada una más breve y fuerte que la anterior. Y cada una,
tocó siguiendo los latidos de Luca, que con cada repique sintió un intenso dolor en
el pecho.
Cuando las doce campanadas han terminado de sonar, les siguen treinta
repiques, tan veloces como el zumbido de un colibrí.
-‐ ... Otra vez son las doce treinta. – Murmura Luca para sí mismo,
mientras se deja desfallecer en un barranco de luz.
“¡Piérrot, por fin llegaste!”; Escucha el escritor, un eco distante de la jubilosa
voz de Petrú; antes de despertar sobre la litera oxidada de su departamento.
64. 6. EL LADRÓN DE PIZZAS
El monzón estaba en todo su apogeo y el frío comenzaba a enfermar a
Luca que tiritaba sin parar. Pese a eso, él no tenía intenciones de correr a
guarecerse pues temía regresar a casa, donde la soledad y la locura aguardaban
por él.
Cuando despertó en la litera, sintió el estómago volver y todo recuerdo que
poseía sobre su encuentro con la prisionera del reloj le resultó demasiado borroso
e impreciso. –“Por qué los muertos saldrían de sus tumbas y Cómo alguien podría
obsequiarme una aurora boreal; a menos que se tratara de un sueño, demasiado
real, pero sueño al fin.” – intentó convencerse a sí mismo, una y otra vez. Hasta
que reparó en la cicatriz de su mano derecha, sin embargo como medida de
precaución Luca contactó de inmediato a la revista “Portal Paranormal”, sólo para
asegurarse de que su imaginación no estuviera haciendo estragos en su cordura.
En cuanto hubo terminado la llamada, Luca salió en busca del vagabundo
o mejor dicho del “Señor Brujo”.
Llevaba alrededor de cuatro horas recorriendo; cada librería, bar, parque,
teatro, museo, y casa de apuestas; que sabía que Lully a menudo frecuentaba. En
ningún lado pudieron dar razón de él; en el mejor de los casos decían que lo
habían visto por última vez hace tres meses – Lo cual extrañó a Luca, dado que
hacía apenas un mes desde la última vez que su amigo había abandonado el
65. departamento –, así que su única esperanza yacía en “Noony`s” ése pintoresco
restaurante de pizzas al que el trotamundos era prácticamente adicto.
Cuando Luca se presentó en el restaurante, ya era bastante tarde, no había
ningún comensal que atender. Los manteles de cuadros rojos que cubrían las
mesas de madera, ya estaban doblados a un lado de la caja registradora; las velas
derretidas que decoraban el lugar estaban todas apagadas; y en la penumbra una
esbelta figura se movía apresuradamente de una mesa a otra. Pues Elena, la
joven encargada del lugar, se preparaba para cerrar.
Tan pronto la campanilla de la puerta anunciaba la salida del último
comensal, Elena ponía manos a la obra, sabía que disponía de pocos minutos
antes de la media noche. En otros tiempos, eso a ella no le habría importado en lo
absoluto porque si Don Chema – el dueño de la pizzería – tiene algo que decir
sobre Elena; es que se trata de una joven enérgica, tan responsable y trabajadora
que se quedaría hasta las cinco de la mañana de ser necesario; de hecho algunas
veces se veía forzada a hacerlo muy a pesar de ella misma.
Y es que desde una desafortunada noche, en que Elena presenció la
aparición de un fantasma que se había escabullido en el almacén de pizzas; su
valentía había sido lanzada al caño. Ahora, no había poder humano que la hiciera
entrar al almacén a no ser que alguno de los otros meseros la acompañara, a
menudo le rogaba a Don Chema que se quedara con ella a cerrar cuando los
comensales se rehusaban a marcharse temprano. Y normalmente Don Chema,
que es un señor bonachón, accedía pero hoy era el cumpleaños de su nieto más
pequeño; por lo que Elena había sido abandonada a merced de ése fantasma
devorador de pizzas.
66. -‐ ¡Fuera de aquí! – Amenazó Elena al escritor, con una diminuta cruz
dorada que llevaba colgada al cuello. Supuso que si había funcionado
en el “Exorcista”, también funcionaría con ése zombi de lentes que había
aparecido en la puerta de Noony´s.
Y es que los cabellos embarrados a la cara, no le iban nada bien a Luca.
-‐ Perdona, no quise asustarte. – Se disculpó Luca, tímidamente. A la vez
que se preguntaba cómo es que ése demonio de vagabundo se las
arreglaba para avergonzarlo sin siquiera estar presente. “Una anciana
de setenta años”, le había dicho a Luca, pero la chica ante él no tenía
más de veinte años…y tampoco se trataba de cualquier chica.
¡Ésa sicodélica pinta, Luca la reconocería aún si se quedara ciego! – “Es la
arquitecta de laberintos.” – Si Luca hubiera sabido que ésa era la encargada del
lugar, y no la señora arrugada y flácida que esperaba encontrar, se habría bañado
y arreglado antes de presentarse ante ella con esa facha fangosa de muerto
viviente.
-‐ Ya no estamos sirviendo. – Respondió Elena hostilmente, bajando
lentamente la crucecita dorada.
-‐ ...La puerta estaba abierta... Además apenas van a dar las doce. – Dijo
contrariado, pues Luca había oído de Lully y algunos estudiantes de la
67. universidad, que en ocasiones el ambiente en la pizzería era tan ameno
que las noches bohemias se armaban hasta la madrugada. Y así era,
pero únicamente en los fines de semana; Cuando Elena descansaba y
no tenía que quedarse a lidiar con ningún fantasma.
-‐ Entre semana cerramos temprano. – Se aseguró de poner un enfático
“Lárgate de una vez.”; en la última palabra.
-‐ Entiendo. No te quitaré mucho tiempo, sólo quiero saber si has visto a
un amigo mío. Es alto, de ojos negros, cabello alborotado, y un
sombr...
El tiempo seguía su paso, y con el la paciencia de Elena se agotaba; así
que lo interrumpió, mientras intentaba guiarlo “gentilmente” hacia la salida.
-‐ ...No quiero ser grosera – Era verdad, se estaba esforzando mucho por
no serlo. Pues una vez pasado el susto, el escritor le pareció más o
menos atractivo; aunque de una manera inusual. Además le molestaba
genuinamente, el no saber por qué su rostro le resultaba tan familiar. –
pero veo mucha gente durante el día. No puedo recordarla a toda.
-‐ Lo sé, pero si me dejas explicart... Aaa... ¡Achú!
El estornudo tomó por sorpresa tanto a Luca – que no daba crédito a la
mala suerte que lo había llevado a estornudarle encima a su hermosa arquitecta –;
68. como a Elena que brincó del susto al fijarse en el reloj en la muñeca del escritor, y
ver que faltaban dos minutos para las doce.
“Jamás terminaré en dos minutos.”, se lamentó la joven.
-‐ Sabes, he sido una grosera contigo. – Se disculpó Elena, a la vez que
acomodaba a Luca en una de las mesas. – Está lloviendo, y no es
bueno para el negocio que un cliente ande por ahí diciendo que lo
sacaron a patadas sin probar alimento. Don Chema jamás me lo
perdonaría. Espérame aquí, y en seguida tomo tu orden.
-‐ Pero, no traigo dinero... – Intentó ponerse de pie Luca, pero Elena no se
lo permitió.
-‐ Ésta va por la casa. – Dijo sonriendo servicialmente.
-‐ Gracias, pero en verdad tengo prisa. Mi amigo está desaparecido y ...
-‐ ¡No quiero estar sola con el fantasma! ¿¡Está bien!? – Estalló Elena. –
Está lloviendo, estás resfriado y te estoy ofreciendo una pizza gratis
¿¡Qué más tengo que hacer para que te quedes a acompañarme!?
Elena era bonita y generalmente amable, pero de temperamento corto...
muy corto. Luca, tuvo que aclarar la garganta para recobrar el aliento. – De
peperonni, por favor.
69. Compartieron la pizza, con una botella fría de cerveza para ella y una
tasa caliente de café para él; pues al igual que Petrú, Elena juzgó que por el
aroma de Luca, él ya había bebido más que suficiente. La noche se les resbaló
de las manos, sin que ninguno mirara el reloj una sola vez. Y es que lo que sus
ojos fallaron en ver durante seis meses sentados uno frente al otro en una fría
biblioteca; sus corazones lo reconocieron apenas sus manos se rosaron al
brindar en salud del infame “fantasma ladrón de pizzas”.
Bajo la media luz de las velas, Elena observó sin recato cada
movimiento que el joven escritor realizaba; y no tardó en memorizar sus
facciones delicadas ni la inusual fragilidad de su complexión; el dulce esmero
en sus modales o sus ropas desaliñadas. Pero sobre todo la paz que emanaba
de sus ojos cafés, que de tanto en tanto se le figuraba que refulgían con un
tenue resplandor dorado.
-‐ ¡No puedo creer que seas tú! El acomodador de libros ¿Quién lo diría? –
Exclamó Elena un par de veces, entre bocado y bocado. – Ya decía que
te me hacías conocido.
Elena se sonroja al pensar que Luca la vio beber leche cual mamarracho;
Por su parte Luca se siente en las nubes; la escucha reír y hablar pero en realidad
se halla absorto en sus ojos de ciervo, y hasta en la infantil manera en que tuerce
los labios cada que mencionan al “fantasma ladrón de pizzas.” Todo cuanto Elena
hace, ejerce un hechizo abrazador sobre de él. Así que mientras ella le cuenta
70. sobre las cajas que desaparecen sin explicación del almacén, los saleros y salsas
movidos de su lugar, y la figura oscura que prácticamente se había desvanecido
ante ella; lo único que a Luca se le ocurre es cuánta razón había tenido Lully…
“Es perfecta.” – Si qué es un ladrón de pizzas, pero no es ningún fantasma.
– Espeta Luca entre risas, una vez que Elena hubo terminado de contarle toda la
historia. – Ése, es Lully.
-‐ ¿Tu amigo desaparecido? No lo creo, se esfumó del almacén como por
arte de...
-‐ ...Magia. – la interrumpió Luca. – Es un ilusionista muy talentoso. De
hecho es su mejor talento de entre todos los que posee. – Luca, nunca
lo admitiría frente a nadie más, pero sentía una admiración desmedida
por las múltiples habilidades del vagabundo.
-‐ Pero, su ropa es tan anticuada...
-‐ ¿Gabardina exageradamente larga y sombrero de copa?
Elena azotó la cerveza en la mesa. – ¡Ése bastardo! – Luca, estalló en
carcajadas. – ¿A te parece gracioso?
-‐ No, lo siento. Es que... – Quiso excusarse, pero la risa se lo impedía.