1. Simplezas
Cuatro paredones de piedra lajosa, tapiadas con barro, aún cobijan decenas de colmenas
hechas de corcho. ¿Habrá algo más simple que contenga tanta vida? El caminante pasa al
lado del colmenar, ajeno a la música chorreada del barranco y al dulce ajetreo de las abejas
cuando entran y salen de la piquera, en su continuo libar por los huertos floridos de
nuestros campos. Piedra y corcho -naturaleza mineral y vegetal ya muerta- que amparan a
la reina y al enjambre del ataque goloso de los zambos tejones. ¡Quién fuera abeja!, insinuó
el poeta de lo sencillo e incomprensible. Abeja viajera y aventurera, para adentrarme en el
túnel oloroso de los pétalos.
¡Qué poco necesito para detener mis cansinos pasos y sentirme mecido por manos de
madre que tararea una extraña nana de zumbidos! Parte de mis soterradas raicillas
infantiles están atrapadas entre paredes encaladas. Encima de ti, colmenar, no hay techo
de cal ni de caña. Tampoco, lámpara de luz. Te arropan cielos de estrellas o de borrascas
o de abejarucos. Eres calle, patio y jardín, amueblado con cilindros diseñados por
anónimos artesanos, y que contienen en su interior una perfecta arquitectura ensamblada
con andamiaje de palos rajados diestramente a navaja.
¿En qué hogares destilan miel sus paredes sino de tus ventanales hechos celdillas? Si
algún día dejo de recorrer el camino infinito que me lleva hasta las cosas humildes y
sorprendentes de nuestras sierras, vendré a sentarme junto a ti, colmenar de Timones, para
que me cuentes las historias dispares que ocurren cercanas al castañar de la Chillona. Me
revelarás quién amasó y coció las últimas harinas en el horno de los barrancales o me
hablarás de los ocultos amoríos de las serranas que abrían con sus blancas manos los
hirientes erizos y apañaban las pilongas.
Si acaso ya no hubiera vida humana a tu alrededor, dime entonces cómo roncan los
jabalíes cuando el viento revocón traiciona al cazador encaramado en la trepa del castaño
tempranero o cómo suena en la noche umbría el canto del pájaro más gallito del abierto
gallinero extendido tras de ti.
¿Alguien te ha sugerido que tú, colmenar de Timones, seas su tumba? ¡Qué hermoso
cementerio, callado y profundo! Quien gozara de la dicha de descansar dentro de ti viviría
tu sencilla eternidad: contemplar cómo se va el estío y vienen a restallar tus cielos las
tormentas septembrinas. Volveré a ti, colmenar de Timones, cada vez que necesite
encontrar lo mejor de mí entre tu grandeza hecha silencio, como hacen las abejas cuando
descubren el pentagrama azulado del nomeolvides y portan hasta aquí la amistad de la flor y
al amante eterno.
José Luis Lobo Moriche
Miércoles, 1 de septiembre de 2021