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SALMOS
La historia de Israel nos lleva a los campamentos y a los concejos y cortes de los
gobernantes; de esta forma nos instruye en el conocimiento de Dios. El libro de Job nos
conduce a las escuelas donde se disputa sobre Dios y su Providencia. Pero el libro de los
Salmos nos guía hasta el santuario, donde, lejos de políticos y filósofos, podemos tener
comunión directa con Dios, al levantar el corazón hasta Él. Así podemos estar en el
monte con Dios.
I. Título del libro. Se le llama los Salmos; con este título se alude a él en Lucas
24:44. 1. Los hebreos lo llaman tehillim, alabanzas, porque muchos salmos son de
alabanza; pero el vocablo castellano proviene del griego psalmós, que significa toda
composición métrica a propósito para ser cantada, especialmente con el
acompañamiento del «salterio»; en este sentido, pueden ser históricos, doctrinales, de
súplica o de alabanza. Aunque el canto suele expresar gozo, el objeto de estas
composiciones es venir en ayuda de la memoria y expresar otros afectos o sentimientos,
aunque no sean de gozo. Los sacerdotes tenían melodías de júbilo y de duelo, y la
institución divina de cantar salmos tiene este objetivo más amplio, pues se nos exhorta
no sólo a alabar a Dios, sino también a «enseñarnos y a amonestarnos unos a otros en
toda sabiduría, cantando con gracia en nuestros corazones al Señor con salmos,
himnos y cánticos espirituales (Col. 3:16)». 2. También se le llama el Libro de los
Salmos, pues así es citado por S. Pedro (Hch. 1:20). Es una colección de salmos
inspirados por Dios.
II. Autor del libro. El autor principal es el Espíritu Santo: son cánticos espirituales.
El redactor humano de gran número de ellos fue David el hijo de Isaí, por lo que se
llama «el dulce cantor (lit. salmista) de Israel» (2 S. 23:1). Algunos que no llevan
expreso su nombre son citados como de él en otros lugares, como el Salmo 2 (Hch.
4:25) y los Salmos 96 y 105 (1 Cr. 16). Un salmo se dice expresamente que es la
oración de Moisés (Sal. 90); el redactor de algunos fue Asaf, según se insinúa en 2
Crónicas 29:30, donde se habla de alabar a Jehová con las palabras de David y de Asaf
vidente. Otros, en fin, fueron redactados mucho más tarde como el Salmo 137, en el
tiempo de la cautividad de Babilonia.
III. Su objeto. No cabe duda de que tienen por objeto: 1. Servir de ayuda en los
ejercicios de piedad y excitar en el corazón del creyente los devotos afectos que
debemos albergar hacia Dios como nuestro Creador, Señor, Gobernador, y Bienhechor.
El libro de Job ayuda a demostrar nuestros principios básicos sobre las perfecciones de
Dios y de su Providencia, pero éste nos ayuda a elevarnos a Dios en alabanzas y
profesiones de dependencia de Él. Otras porciones de la Escritura muestran que Dios
está infinitamente por encima de los hombres, pero éste nos muestra que hay medios de
guardar la comunión con Él en medio de las diversas condiciones de la vida cotidiana.
2. Mostrar las excelencias de la religión revelada de la mejor forma en que puede ser
recomendada a los hombres. Hay en los Salmos poco o nada de la ley ceremonial.
Aunque los sacrificios y ofrendas habían de continuar aún por varios siglos, son
presentados aquí, sin embargo, como cosas a las que Dios da un valor muy relativo, y
hasta nulo, en comparación con el sacrificio interior del corazón (Sal 40:6; 51:16). Pero
los aspectos espirituales y morales de la ley que, de algún modo, habían de permanecer
en vigencia, se hallan aquí enaltecidos y recomendados. Y Cristo, que es centro y
corona de la religión revelada, es aquí claramente aludido en tipo y profecía, en sus
padecimientos y la gloria que había de seguírsele, así como en su reinado triunfal en el
mundo.
IV. Su utilidad. Toda Escritura es útil (v. 2 Ti. 3:16, 17) para llevar luz a nuestro
entendimiento, pero este libro es de singular utilidad para infundir en nuestro corazón
vida divina, poder espiritual y santo fervor. 1. Es útil para el canto en los cultos, ya en
comunidad o en privado, especialmente cuando se traducen de acuerdo con las normas
métricas, el ritmo y la rima de los idiomas respectivos. Son poemas divinos, que nunca
se pasan de moda. 2. Es también útil para que lo lean los ministros de Dios, pues
contiene verdades excelentes y normas concernientes a lo que se debe, o no se debe,
hacer. 3. Es de gran utilidad para que lo lean y lo mediten todas las personas buenas.
Las experiencias de los salmistas son de gran provecho para nuestra enseñanza, nuestra
precaución y nuestro aliento. Al decirnos lo que pasaba entre su alma y Dios, nos
permite saber lo que podemos esperar de Dios, y lo que espera Dios de nosotros. Si nos
familiarizamos con los salmos de David, sea cual sea el asunto que nos lleve al trono de
la gracia, hallaremos palabras aptas para revestirlo y sanas expresiones que están fuera
de todo reproche. De sumo provecho es tomar un salmo determinado, meditar y orar
sobre él y ofrecer a Dios nuestras propias meditaciones, conforme surgen de las
expresiones que hallamos allí. No es solamente nuestra devoción la que encuentra ayuda
y estímulo con este libro, al enseñarnos cómo alabar y glorificar a Dios, sino también
nuestra conducta entera halla aquí una dirección segura, pues nos enseña cómo ordenar
nuestro camino, con lo que, en fin de cuentas, nos será mostrada la salvación de Dios
(Sal. 50:23). Para los judíos del Antiguo Testamento, los Salmos cumplían todos estos
objetivos, pero todavía pueden sernos de mayor utilidad aún a los cristianos, pues, así
como los sacrificios de Moisés eran figura y sombra del sacrificio de Cristo, así también
los salmos de David quedan explicados y hechos más inteligibles mediante el evangelio
de Cristo, el cual nos introduce dentro del velo.
Los siete salmos llamados «penitenciales» han sido, de modo especial, objeto
favorito de la devoción de muchos. Se reconocen como tales los Salmos 6, 32, 38, 51,
102, 130 y 143. El libro se divide en cinco partes las cuales concluyen cada una de ellas
con «Amén y Amén» o «Aleluya». La primera parte concluye con el Salmo 41; la
segunda, con el 72; la tercera, con el 89; la cuarta, con el 106; y la quinta, con el 150.
SALMO 1
Este es un salmo de instrucción con respecto al bien y al mal, y pone ante nosotros
vida y muerte, bendición y maldición, a fin de que tomemos el camino recto que lleva a
la felicidad, y evitemos el que de cierto conduce a la miseria y a la ruina. Nos muestra:
I. La santidad y la dicha de una persona piadosa (vv. 1–3). II. La pecaminosidad y la
miseria del malvado (vv. 4, 5). III. El fundamento y la razón de ambos casos (v. 6).
Versículos 1–3
El salmista comienza por el carácter y la condición del piadoso.
1. El Señor conoce por su nombre a los que son suyos (Nm. 16:5; 2 Ti. 2:19), pero
nosotros hemos de conocerlos por su carácter, el cual se nos presenta aquí mediante las
normas que escoge para su conducta:
A) El hombre piadoso (v. l) no anda en consejo de malos, etc. Se pone primero esta
parte de su carácter, porque apartarse del mal es el primer paso por el que comienza la
sabiduría. (a) Ve en torno suyo malhechores, de los que el mundo está lleno. Se
describen aquí por medio de tres epítetos: malos, pecadores, escarnecedores. Primero
son malvados, carentes de temor de Dios. Cuando falta este temor de Dios, el hombre
muestra ser pecador, en abierta rebelión contra Dios. Las omisiones abren el camino a
las comisiones y así se endurece, a la larga, el corazón de tal manera que los pecadores
se hacen escarnecedores, desprecian todo lo sagrado, y se burlan de la piedad y toman a
broma el pecado. El vocablo hebreo para malos (mejor, malhechores) indica una
persona que no se somete a ninguna norma, sino que se deja llevar de todo mal deseo.
La persona piadosa no puede menos de ver con tristeza a los tales, cuyos criterios son
tan insensatos y tan opuestos a los suyos. (b) Por consiguiente, no anda según los
consejos, los criterios, de ellos. No sigue sus principios, ni toma el camino de ellos, ni
se sienta para participar en el corro de los burladores, lo cual equivaldría a asociarse con
quienes promueven el reino del diablo.
B) En cambio, el piadoso, para hacer el bien, se somete a la dirección de la Palabra
de Dios, y se familiariza con ella (v. 2). Todos los que se deleitan en que haya un Dios
han de deleitarse también en que haya una Biblia, la revelación de Dios y de su
voluntad, y del único camino hacia la dicha en Él: En su ley medita de día y de noche
(comp. Jos. 1:8). El estudio y la práctica de la Ley de Dios es la delicia del hombre
piadoso, como el autor del Salmo 119. El verbo hebreo para meditar significa
literalmente musitar: leer y dialogar consigo mismo sobre las grandes cosas que la
Biblia contiene, fijarlas en la mente y en el corazón y experimentar en la vida el sabor y
el poder de ellas.
2. Seguridad que se da al piadoso de que ha de disfrutar de las bendiciones de Dios.
El salmo comienza literalmente: «¡Oh, las bendiciones del varón!, etc.» (el hebreo
ashrey es plural). La bondad y la santidad no sólo son el camino hacia la felicidad (Ap.
22:14), sino que se identifican con la felicidad misma; aun cuando no hubiese otra vida
después de ésta, el hombre que va por el camino del deber es ya un hombre dichoso.
Será como árbol, fructífero y floreciente, pues las bendiciones divinas producen efectos
reales. El justo es plantado por la gracia de Dios; por naturaleza, todos somos olivos
silvestres y continuamos siéndolo hasta que somos injertados por un poder de arriba
celestial. Nunca crece por sí mismo un buen árbol; es plantío de Jehová para ser árbol
de justicia y en ello ha de ser glorificado Dios (Is. 61:3). Es plantado junto a los medios
de gracia, llamados aquí corrientes de aguas; de aquí saca el justo provisión abundante
de fuerza y vigor, pero de forma secreta, oculta a las miradas de la gente. De quienes
participan de los medios de gracia ha de esperarse que, tanto en sus criterios como en su
conducta, respondan a las intenciones de la gracia y lleven fruto. Y su hoja no cae. Su
follaje no se marchita, sino que son de hoja perenne. En cuanto a los que muestran
solamente las hojas de profesión cristiana, sin fruto alguno, las hojas mismas, al fin, se
marchitarán y caerán; pero si la Palabra de Dios gobierna el corazón, la profesión se
conservará siempre verde y fresca; tales laureles no se marchitan.
Versículos 4–6
1. Se describe ahora el carácter de los malvados (v. 4): (A) En general, son el
reverso de los justos tanto en carácter como en condición: no llevan fruto, sino agraces
de Sodoma que inutilizan la tierra. (B) En particular, mientras los justos son como
árboles útiles, valiosos y fructíferos, los malvados son como el tamo que arrebata el
viento son como la parte más liviana de la paja, el polvo que el amo de la era quiere ver
lejos de allí, puesto que para nada sirve.
2. Se describe luego el destino final de los malvados (v. 5): No se argüirán en el
juicio, es decir, serán hallados culpables, y no tendrán lugar alguno en la congregación
de los justos, pues ninguna cosa manchada ha de entrar en la Nueva Jerusalén. En este
mundo, no es cosa difícil para los hipócritas, bajo la máscara de una plausible profesión
de fe, penetrar en la congregación de los justos y permanecer allí sin ser descubiertos ni
perturbados (v. 1 Jn. 2:19), pero a Dios no se le puede engañar, aunque puedan ser
engañados sus ministros.
3. La razón que se da de este final tan distinto de los buenos y los malos (v. 6).
Jehová conoce, es decir, aprueba complacido y remunera la conducta de los justos, por
lo que les hace dichosos y prósperos (al menos, espiritualmente), pero está airado contra
la senda de los malos la cual, ya de suyo, lleva a los hombres a la ruina y a la perdición
(Ro. 6:23).
Al cantar estos versículos, y orar sobre ellos, dejémonos poseer de un santo temor
de la porción del malvado y de una santa diligencia en presentarnos a Dios aprobados en
todo, y busquemos su favor de todo corazón.
SALMO 2
Es este un salmo mesiánico y regio (como también los Sal. 18, 20, 21, 45, 72, 89,
101, 110, 132 y 144). Bajo el tipo del reino de David (dispuesto por Dios, opuesto por
muchos, pero prevaleciendo al fin), se profetiza aquí el reino del Mesías, el Hijo de
David (v. Hch. 4:25–27; 13:33; He. 1:5). En él nos predice el Espíritu Santo: I. La
oposición que había de hacerse al Reino del Mesías (vv. 1–4). II. La represión y el
castigo de tal oposición (vv. 4, 5). III. La erección del reino de Cristo a pesar de dicha
oposición (v. 6). IV. La confirmación y el establecimiento del reino mesiánico (v. 7). V.
La promesa de su ampliación y éxito (vv. 8, 9). VI. Un llamamiento y una exhortación a
los reyes y príncipes a que se sometan voluntariamente a ser súbditos de este reino (vv.
10–12).
Versículos 1–6
Tenemos una gran lucha entre el reino de Cristo y los que se oponen a Él. Vemos:
I. La tremenda oposición que se hace al Mesías y a su reino (vv. 1–3). Habría de
esperarse que una bendición tan grande para este mundo fuese universalmente
bienvenida y acogida. Sin embargo, no hubo jamás una doctrina o una escuela de
filósofos, ni gobierno alguno de este mundo, que haya sufrido una oposición tan
violenta como la doctrina y el gobierno de Cristo. Las naciones y los pueblos, las cortes
y los países, van a veces por caminos opuestos, pero aquí les vemos a todos unidos
contra Cristo. Aunque su reino no es de este mundo ni entra dentro de su programa el
debilitar los intereses terrenos, reyes y pueblos se alzan inmediatamente en armas. Así
como los filisteos con sus jefes, tanto como Saúl y sus cortesanos, se oponían a que
David accediese al trono, así también Herodes y Pilato, gentiles y judíos, extremaron su
violenta oposición contra Cristo y su obra benéfica (Hch. 4:27).
1. «Se levantan … contra Jehová y contra su ungido» (v. 2), esto es, contra toda
religión en general y contra el cristianismo en particular. El gran autor de nuestra
religión es llamado aquí el ungido (hebr. Meshiaju) de Jehová, tipificado en el ungido
David. Musitan o rumorean (v. 1. El mismo verbo que en 1:2), aquí con rabia, en
violenta y malvada oposición al reino del Mesías, métodos para suprimir o impedir los
avances de dicho reino en el mundo.
2. «Conspiran juntamente, etc.»(v. 2). Es una oposición combinada, confederada,
para ayudarse y animarse unos a otros. Si Jehová y su Mesías les hiciesen ricos y
grandes en este mundo, y si contemporizasen con sus violencias e injusticias, les darían
la bienvenida; pero, al frenar sus concupiscencias y sus pasiones corrompidas, no
quieren que ese hombre reine sobre ellos (Lc. 19:14). Cristo tiene para nosotros
ligaduras y cuerdas: vínculos morales que nos unen a Él y conducen a nuestra dicha,
porque son cuerdas humanas, cuerdas de amor (Os. 11:4). ¿Por qué se oponen los
hombres a la ley de Dios para seguir sus propios caminos, cuando son cosas vanas? No
pueden presentar ninguna razón válida para oponerse a una causa tan justa y a un
gobierno tan bueno y generoso. Tampoco pueden esperar éxito alguno al oponerse a un
rey tan poderoso.
II. La tremenda derrota que les espera a los rebeldes coligados. El perfecto reposo de
la Mente Eterna ha de ser nuestro consuelo bajo todo lo que amenace perturbar nuestra
mente. Nosotros somos zarandeados en la tierra y en el mar, pero Él se sienta (lit. v. 4)
en los cielos, donde tiene listo su trono para el juicio.
1. Los vanos intentos de los enemigos de Cristo no merecen otra cosa que el
ridículo: Dios (hebr. Adonay = el Señor Soberano) se reirá de ellos.
2. Serán justamente castigados (v. 5). Aunque Dios desprecia la impotencia de ellos,
también está airado contra la perversidad de ellos. Los enemigos pueden enfurecerse
contra Dios, pero no le pueden hacer daño. Son ellos los que se hacen daño a sí mismos
al oponerse al establecimiento del reino de Dios.
3. Son indudable e, ineludiblemente, derrotados; todos sus planes (vv. 1–3) se
vienen al suelo: «Yo mismo—dice Jehová—he instalado (lit. ungido) a mi rey sobre
Sion, mi santo monte» (v. 6). Jesucristo es Rey, y Dios se complace en llamarle su Rey,
porque Él le ha nombrado, le ha ungido con el Espíritu Santo (Is. 61:1) y a Él solo ha
entregado la administración del gobierno y el juicio; en Él tiene el Padre todas sus
complacencias.
Hemos de cantar estos versículos con santa exultación, triunfantes en Cristo, a la vez
que oramos con fervor: «Venga tu reino», pues Dios realmente reina cuando las gentes
se someten al gobierno de Cristo.
Versículos 7–9
Veamos ahora lo que el Mesías mismo va a decir de su reino.
1. El reino del Mesías está fundado sobre un decreto eterno de Dios el Padre (v. 7).
No ha sido una súbita resolución, ni la prueba de un experimento, sino el resultado de
los consejos de la sabiduría divina.
2. El decreto se publica para conocimiento y satisfacción de todos los que son
llamados a someterse al rey como súbditos, y para dejar sin excusa a los que no quieren
que Cristo reine sobre ellos. Cristo presenta aquí un doble título para su reino:
(A) El título de herencia (v. 7): «Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy». En
Hebreos 1:5 se cita esta Escritura para mostrar que Cristo tiene más excelente nombre
que los ángeles, y lo tiene por herencia (He. 1:4). «El Padre ama al Hijo, y todas las
cosas las ha entregado en su mano» (Jn. 3:35). Siendo el Hijo, e Hijo único, es el
heredero de todas las riquezas del Padre.
(B) El título de mutuo acuerdo (vv. 8, 9), que consiste en que el Hijo se compromete
a tomar las riendas del gobierno que Jehová pone en sus manos. Dice Arconada:
«Pídemelo no es condicional, ni propiamente exhortativo, sino, como el imperativo de
110:2, equivale a un futuro enérgico, y es forma poética de indicar el innato derecho
propio del “Hijo de Jehová” y la facilidad de poseer cuanto a Él pertenece».
3. Se le prometen al Mesías las naciones hasta los confines de la tierra (v. 8); no
sólo los judíos, sino también los gentiles. Gran parte del mundo de la gentilidad
recibieron el Evangelio cuando fue predicado por primera vez, pero esta Escritura
tendrá cumplimiento final y pleno cuando los reinos de este mundo pasen a ser los
reinos de nuestro Señor y de su Cristo (Ap. 11:15). Es entonces cuando con cetro de
hierro (v. 9) quebrantará a los que no se le sometan por amor. Esto se cumplió en parte
cuando fue destruida Jerusalén por el poder romano y, cuando más tarde, fue establecida
la religión cristiana con la destrucción oficial del paganismo, pero no se cumplirá
plenamente hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies (1 Co.
15:24, 25. V. Sal. 110:5, 6).
Al cantar esto, y orar por ello, hemos de glorificar a Cristo como al Hijo de Dios y
Señor legítimo nuestro, y tomar aliento con esta promesa de que el reino del Mesías será
establecido triunfante de toda oposición.
Versículos 10–12
Aplicación práctica de esta enseñanza concerniente al reino del Mesías, al exhortar
el salmista a los reyes y jueces de la tierra a que dejándose de cosas vanas (v. 1), sean
sensatos (v. 10) y se sometan de buena gana al gobierno de Cristo. El que tiene poder
para destruirlos muestra que no se complace en su destrucción, puesto que les exhorta a
tomar una actitud que puede conducir a su felicidad. Lo que se dice a ellos, se dice a
todos. Así que somos exhortados:
1. A reverenciar a Dios (v. 11), pues toda nuestra adoración, así como nuestra
conducta, ha de comenzar por un santo temor de Dios; es cierto que nos hemos de
alegrar en el Señor (Fil. 4:4), pero hemos de alegrarnos con temblor (v. 11b), es decir,
con sentido de nuestra responsabilidad. Nuestra salvación se ha de llevar a cabo con
temor y temblor (Fil. 2:12), frase que significa: con respeto y sentido de la
responsabilidad.
2. A dar nuestra acogida a Jesucristo y someternos a Él (v. 12), pues este es el
núcleo del cristianismo. (A) Hemos de besar al Hijo (v. 12, lit.) con el gesto del vasallo
que besa la mano de su señor y, además, con el gesto del amor sincero al que nos amó y
se entregó a sí mismo por nosotros (v. Gá. 2:20) y nos sigue amando (Ap. 1:5;
participio de presente en el original). (B) Las razones que respaldan este mandato
divino: (a) La ruina segura de quienes rechacen a Cristo (v. 12a), ya que perecerán al
enojarle; (b) la felicidad de quienes se sometan a Él (v. 12b), ya que son dichosos todos
los que en Él se refugian (lit.). Dichosos verdaderamente son los que, al haber recibido
a Cristo, tienen en Él su refugio y patrón en el día de la ira, pues mientras el corazón de
los otros desfallezca de miedo, el corazón de ellos exultará de gozo.
Al cantar esto, y orar sobre ello, hemos de sentir el corazón lleno de un santo temor
de Dios y, al mismo tiempo, de una alegre confianza en Cristo, en cuya mediación
podemos consolarnos y animarnos a nosotros mismos, así como unos a otros.
SALMO 3
Así como el salmo anterior nos mostraba la dignidad regia del Mesías Redentor, así
el presente nos muestra la paz y seguridad de los redimidos en la persona de David,
quien, al escribir este salmo, huía de su palacio y de la ciudad santa a causa de la
rebelión de su hijo Absalón. Aquí David: 1. Se queja a Dios de sus enemigos (vv. 1, 2).
II. No obstante, confía en Dios como en su protector poderoso (v. 3). III. Recuerda la
satisfacción que obtenía en las favorables respuestas que Dios daba a sus oraciones así
como su experiencia de la bondad de Dios hacia él (vv. 4 5). IV. Triunfa sobre sus
temores (v. 6) y sobre sus enemigos (v. 7). V. Da a Dios la gloria y toma para sí el
consuelo de las bendiciones divinas y de la salvación que está asegurada a todos los
hijos de Dios (v. 8).
Versículos 1–3
El título de este salmo, y el de muchos otros, es como una llave colgada a la misma
puerta para abrirlo. Cuando conocemos la ocasión en que se compuso el salmo, tenemos
la clave para interpretarlo mejor: 1. David estaba en gran apuro; cuando, en su huida,
subió al monte de los Olivos, lloró amargamente, iba con la cabeza cubierta y a pie
descalzo; sin embargo, fue entonces cuando compuso este salmo de confianza: lloró y
oró, lloró y cantó, lloró y creyó. ¿Está alguno afligido a causa de la desobediencia y
rebeldía de sus hijos? David lo estaba, pero eso no le estorbó su gozo en Dios, ni le hizo
cantar fuera de tono sus cánticos sagrados. 2. Estaba en gran peligro; el complot era
fuerte, formidable el partido de sus enemigos, y a la cabeza de ellos su propio hijo, de
forma que su situación parecía extrema; pero fue entonces cuando se asió del poder de
Dios. Los sustos y los peligros nos habrían de conducir a Dios, en lugar de alejarnos de
Él. 3. Era provocado por aquellos de quienes tenía motivos para esperar mejores cosas:
por su hijo, con quien había sido indulgente, y por sus súbditos, a quienes había
colmado de beneficios. 4. Padecía por su pecado en el asunto de Urías, pues éste era el
mal por el que Dios le había amenazado con la rebelión de su misma casa (2 S. 12:11);
pero no por eso perdió su confianza en el poder y en la bondad de Dios, ni desesperó de
obtener su socorro. Incluso nuestro pesar por el pecado no ha de estorbar ni nuestro
gozo ni nuestra esperanza en Dios. 5. Parecía una cobardía huir delante de Absalón y
abandonar la ciudad santa antes de haber librado una sola batalla; sin embargo, por lo
que vemos en este salmo, estaba lleno de santa valentía, surgida de su fe en Dios. En
estos tres versículos apela a Dios. ¿A quién, sino a Él, deberíamos acudir cuando algo
nos apena o nos asusta? David acude a Dios:
I. Con una presentación del aprieto en que se halla (vv. 1, 2). Mira en torno de sí,
como echando un vistazo al campamento de sus enemigos. David se había adueñado del
corazón de sus súbditos mejor que cualquier otro rey pudo haberlo obtenido; sin
embargo, ahora lo había perdido súbitamente. Se habían levantado contra él y le
perseguían a muerte. No sólo esto; decían: «No hay para él salvación en Dios».
Sacaban maliciosas conclusiones del aprieto en que se veía como lo habían hecho de la
aflicción de Job sus tres amigos. Pensaban que, puesto que le habían abandonado sus
servidores y súbditos también Dios le había desamparado a él y había abandonado su
causa y, por lo tanto, había que considerarle como un malvado y un hipócrita. Se
esforzaban por sacudir la confianza que tenía él en Dios y llevarle a desesperar de
recibir socorro celestial. David acude a Dios y le declara lo que sus enemigos dicen de
él. Al final de los versículos 2, 4 y 8 aparece el vocablo hebreo selah, que significa
pausa. Esta señal—nota del traductor—servía, no sólo para hacer una pausa, sino
especialmente como indicación litúrgica y musical.
II. Con una profesión de su dependencia de Dios (v. 3). cuando sus enemigos dicen:
«No hay para él salvación en Dios» (v. 2), él clama con tanta mayor seguridad (v. 3):
«Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí para defenderme, ya que mis enemigos
me rodean por todas partes; tú eres mi gloria y el que levanta mi cabeza». Si, en el peor
de los casos, los hijos de Dios pueden levantar con gozo la cabeza, sabiendo que todo
cooperará para su bien, reconocerán que es Dios quien les levanta la cabeza, dándoles
motivo para alegrarse y corazón para regocijarse.
Versículos 4–8
David se ha asido de su Dios ante la oposición sañuda de los que se sublevaban
contra él, y había ganado valor y confianza para mirar hacia arriba cuando, al mirar en
torno suyo, todo servía para causarle desánimo. Ahora mira hacia atrás con agradables
reflexiones, y hacia delante con agradable expectación de un feliz resultado al que había
de dar paso en breve la oscura situación en la que al presente se hallaba.
1. David había sido ejercitado en muchas dificultades, se había visto con frecuencia
oprimido y en grave aprieto; pero siempre había hallado en Dios al Todosuficiente.
(A) Sus apuros le habían puesto siempre de rodillas y, en medio de todos sus
peligros y dificultades, había podido prestar a Dios su reconocimiento y levantar a Él el
corazón y la voz (v. 4): «Con mi voz clamé a Jehová».
(B) Siempre había hallado a Dios dispuesto a responder a su oración: «Y Él me
respondió desde su monte santo», el monte santificado por la presencia del Arca, de
sobre la cual solía responder a quienes le buscaban. Cristo ha de ser entronizado Rey
sobre Sion, el monte santo de Dios (2:6) y mediante tal Intercesor, al que el Padre
escucha siempre, son escuchadas nuestras oraciones.
(C) David se había encontrado siempre a salvo bajo la protección divina (v. 5): «Yo
me acosté y dormí, tranquilo y seguro, y desperté con nuevas fuerzas, porque Jehová me
sostenía». (a) Esto es aplicable a las bendiciones ordinarias de cada noche, de lo que
habríamos de dar gracias, tanto en privado como en familia, cada mañana. (b) Pero aquí
parece referirse a la maravillosa calma y seguridad del ánimo de David en medio de sus
peligros. Al haber encomendado, en oración, su persona y su causa a Dios, y al estar
seguro de su protección, su corazón estaba tranquilo y en paz.
(D) Dios había quebrantado con frecuencia el poder y la maldad de los enemigos de
David, y los había dejando confusos («heridos en la mejilla») y sin poder («con los
dientes quebrantados»), versículo 7.
2. Véase con qué confianza se encara con los peligros que tiene delante:
(A) Sus temores estaban silenciados (v. 6): «No temeré a diez millares de gente, ya
sea de invasión extranjera o de sublevación intestina, que pongan sitio contra mí, o
acampen en derredor de mí». Cuando David huía de Absalón, le pidió a Sadoc que
volviese el Arca de Dios a la ciudad y, dudando del resultado de la contienda, concluyó
en actitud de humilde penitente: «Aquí estoy; haga de mí lo que bien le parezca» (2 S.
15:26). Pero ahora, en actitud de firme creyente, habla confiadamente y sin temor acerca
del resultado.
(B) Sus oraciones rebosaban ánimo y aliento (v. 7). Creía en Dios como en su
Salvador, aun cuando oraba con urgencia: «Levántate, Jehová; sálvame, Dios mío».
(C) Su fe salió triunfante. Comenzó el salmo quejándose de la fuerza y malicia de
sus enemigos, pero lo concluye gozándose en el poder y la gracia de su Dios, pues ve
que los que están con él son más que los que están contra él (v. 2 R. 6:16; 2 Cr. 32:7;
Sal. 55:18; Ro. 8:31; 1 Jn. 4:4). Basa aquí su confianza en dos grandes verdades: (a)
«La salvación es de Jehová» (v. 37:39; Jon. 2:9; Ap. 7:10; 19:1). Él tiene poder para
salvar, por muy grande que sea el peligro en que nos hallemos. (b) «Tu bendición sobre
tu pueblo» (lit.). No sólo tiene Dios poder para salvarles, sino también para asegurarles
su gracia y sus bendiciones; de ello podemos estar seguros, aunque no sean visibles los
efectos de tales bendiciones (nota del traductor. Aunque no hay verbo en el hebreo, no
hay duda de que la frase tiene sentido de súplica: «Sobre tu pueblo SEA tu bendición».
También es de notar que la numeración de los versículos de este salmo es diferente en la
Biblia Hebrea—y en otras versiones—de la que aparece en nuestra Reina-Valera. Ello
se debe a que en ésta el título del salmo no entra en la numeración, mientras que en
aquéllas forma el versículo 1, con lo que el salmo tiene nueve versículos en lugar de
ocho).
SALMO 4
David era también predicador y muchos salmos suyos son doctrinales, no sólo
devocionales. La mayor parte de este salmo es como un sermón. I. Comienza con una
breve oración (v. 1) y se pone a predicar: II. Se dirige a los hijos de los hombres, es
decir, a los hombres en su condición pecadora, y 1. Les reprende, en nombre de Dios,
por el deshonor que dan a Dios y el daño que se hacen a sí mismos (v. 2). 2. Pone
delante de ellos la dicha que proporciona la piedad, a fin de animarles a ser piadosos (v.
3). 3. Les exhorta a que consideren sus caminos (v. 4). III. Les anima a servir a Dios y
poner su confianza en Él (v. 5). IV. Refiere sus propias experiencias de la gracia de
Dios que obra en él (vv. 6–8). En cuanto a la numeración de versículos, tenemos aquí el
mismo caso que en el salmo anterior (nota del traductor).
Versículos 1–5
El título del salmo nos da a conocer que David, tras componer este salmo por divina
inspiración, lo entregó al director de música de la congregación, para ser cantado sobre
Neguinoth es decir (con la mayor probabilidad), con acompañamiento de instrumentos
de cuerda. Para la constitución de las distintas clases de cantores, véase 1 Crónicas 25.
I. David se dirige a Dios (v. 1). El que Dios se digne escuchar nuestras oraciones y
las responda se debe, no a nuestro esfuerzo ni a nuestros méritos, sino únicamente a su
gracia. A dos cosas apela aquí David: 1. A la justicia de su causa. «Dios de mi justicia»
(v. 1) «no equivale aquí a Dios justo, sino al Dios que conoce mi justicia y conforme a
ella me trata» (Arconada). Lo dice con humildad, pues la humildad no se opone a la
verdad. 2. A la experiencia que tenía del socorro divino: «En mi angustia me diste
espacio» (lit.); es decir, cuando me hallaba en aprieto, en estrechura, me sacaste a
libertad, a lugar amplio. Apoyado en estas dos cosas, clama confiadamente: «Ten
misericordia de mí y oye mi oración».
II. Luego se dirige a los hombres, a fin de convencerles de pecado y exhortarles a
volverse a Dios.
1. Se esfuerza en convencerles de la insensatez de su impiedad (v. 2): «Hijos de los
hombres, ¿hasta cuándo volveréis mi honra (lit. gloria) en infamia?» Los que profanan
el nombre de Dios, así como los que ridiculizan su Palabra y sus otros medios de gracia,
convierten en infamia la honra y gloria que Dios se merece, aun cuando profesen
externamente una piedad cuyo poder no conocen. Además, se hacen daño a sí mismos,
pues van en busca de la vanidad y de la mentira, es decir, de cosas sin consistencia
alguna; en el contexto presente, en busca de objetivos que están abocados al fracaso más
rotundo. Todos los que aman las cosas mundanas, van en busca de vaciedades
engañosas. No se puede negar—nota del traductor—que la primera parte del versículo
ofrece cierta dificultad, por lo que los LXX vertieron: «… ¿hasta cuándo (estaréis)
endurecidos de corazón?» Sin embargo, si atendemos a una expresión similar del Salmo
3:3, es muy probable que lo que David declara es: «… ¿hasta cuándo deshonraréis al
que es mi gloria?»
2. Les muestra el peculiar favor que Dios muestra a los piadosos (implícitamente se
refiere a sí mismo, como se ve por el contexto), la protección especial que les otorga y
los singulares privilegios que les confiere (v. 3). Es tremendo el peligro en que se
precipitan los que ofenden a uno de los pequeñuelos que creen en Dios (Mt. 18:6). Dios
dice que quien les toca a ellos es como si tocara la niña de su ojo (Zac. 2:8); y Él hará
que los perseguidores lo sepan tarde o temprano. «Y ellos serán míos, dice Jehová de
los ejércitos, mi propiedad personal en el día que yo actúe» (Mal. 3:17).
3. Les amonesta contra el pecado (v. 4): Temblad y no pequéis». El verbo hebreo
ragaz indica conmoción, ya física, ya psíquica (sea de miedo o de ira), mientras que el
verbo jatá = pecar significa «errar el blanco». En este contexto, Arconada sugiere la
siguiente interpretación: «Temed ir contra la voluntad de Jehová, que me favorece,
porque hará inútiles vuestros conatos de contradicción». La cita de Pablo, en Efesios
4:26, se apoya en los LXX, y viene a significar, según la autorizada opinión de W.
Hendriksen: «Que vuestra ira no sea pecaminosa». Un buen medio para no pecar al estar
airados es refrenar la lengua y meditar, como expresa la 2.a parte del versículo 4:
«Meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y callad». Una persona reflexiva
lleva camino de ser una persona sabia y prudente. Es conveniente examinar nuestra
conciencia al acostarse para ver en qué hemos fallado durante el día y arrepentirnos de
ello.
4. Les aconseja que tomen conciencia de sus deberes para con Dios (v. 5): «Ofreced
sacrificios de justicia, es decir, con el rito debido y las indispensables condiciones
internas, y confiad en Jehová, puesto que quien cumple con sus deberes para con Dios,
puede estar seguro de la protección divina». Cuando la piedad es sincera, por proceder
de un corazón recto, bien se puede confiar en la gracia y en la providencia de Dios.
Versículos 6–8
1. El insensato deseo de los mundanos (v. 6): «Muchos son los que dicen: ¿Quién
nos mostrará el bien?» De qué clase de bien hablan se colige por el final del versículo
7. Se gozaban en el incremento de sus cosechas de cereales y de vino. Todo lo que
deseaban era la abundancia de los bienes de este mundo, para abundar en los deleites de
los sentidos. Preguntan por un bien que pueda verse y palparse, pero no muestran
interés por las cosas que no se ven y sólo se perciben por la fe. Así como se nos enseña
a rendir culto de adoración a un Dios invisible (Jn. 4:24; 1 Ti. 6:16; etc.), así también se
nos enseña a buscar bienes invisibles (2 Co. 4:18). Con los ojos de la fe podemos ver
cosas más lejanas que las que podemos ver con los ojos de la cara. Lo que los mundanos
desean es un bien exterior, presente, pequeño y perecedero: buena comida, buena
bebida, buen negocio y buena hacienda; y ¿qué son todas estas cosas comparadas con
un buen Dios y un buen corazón? Cualquier bien puede servir a los deseos de la
mayoría de los hombres, pero los espíritus selectos no se alimentan de bazofia; los hijos
de Dios tienen, por su gracia, más refinado el gusto espiritual.
2. La sabia elección que hacen los piadosos. David, y los pocos piadosos que
estaban de su parte, elevaban a Dios esta oración (v. 6b): «Alza sobre nosotros, oh
Jehová, la luz de tu rostro» (v. Nm. 6:26; Sal. 31:16; 80:3, 7, 19). David y sus amigos
escogen por bien suyo y meta de su felicidad el favor de Dios; éste es el bien que, según
ellos sabiamente valoran, es mejor que todos los bienes de la vida terrenal. Aun cuando
David habla solamente de sí en los versículos 7 y 8, en esta oración del versículo 6
habla también en nombre de otros, como Cristo nos enseñó a orar: «Padre nuestro».
Todos los hijos de Dios se acercan al trono de Dios con las mismas peticiones y
parecidos problemas, y en esto todos son uno, pues todos aspiran al favor de Dios como
al sumo bien. Aprendamos a orar por otros así como por nosotros mismos, porque en el
favor de Dios hay bastante para todos y nunca tendremos de menos por compartir con
otros lo que tenemos. Lo que constituye el motivo del regocijo de David es
precisamente eso (v. 7): «Tú diste alegría a mi corazón». Cuando Dios pone gracia en el
corazón, pone también alegría, no superficial, sino sólida y sustancial. Bien puede
David terminar el salmo (v. 8) con esta frase: «En paz me acostaré y asimismo dormiré;
porque sólo tú, Jehová, me haces vivir confiado» (v. Sal. 3:5). Se acuesta y duerme
tranquilo, porque se sabe sostenido y protegido por Dios. Así hemos de hacer nosotros.
Y cuando llegue el último sueño, el sueño de la muerte, podremos decir con el buen
Simeón: «Ahora, Soberano Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya, conforme a tu
palabra, en paz» (Lc. 2:29), seguros de que Dios acogerá en su seno a nuestra alma.
Sigamos el consejo del mismo David en otro lugar (Sal. 37:5): «Encomienda a Jehová
tu camino y confía en Él; y Él actuará». Si ponemos en manos de Dios nuestros
asuntos, bien podemos dejar también en sus manos el resultado.
SALMO 5
Este salmo es una oración, dirigida solemnemente a Dios en horas en que el salmista
era puesto en aprieto por la maldad de sus enemigos. I. David habla con Dios y le
promete orar con la esperanza de ser oído (vv. 1–3). II. Da a Dios la gloria, y toma para
sí el consuelo, por la santidad de Dios (vv. 4–6). III. Declara su resolución de practicar
con diligencia el culto público de adoración a Dios (v. 7). IV. Ora, en efecto: 1. Por sí
mismo, para que Dios le guíe (v. 8). 2. Contra sus enemigos, para que Dios los destruya
(vv. 9, 10). 3. Por todo el pueblo de Dios, para que Dios les conceda gozo y los guarde a
salvo (vv. 11, 12).
Versículos 1–6
El salmo comienza (v. 1 en la Biblia Hebrea) con la inscripción: «Al músico
principal (es decir, al director de música); sobre Nehilot (que viene a significar: para
acompañamiento de flauta). Salmo de David» En los versículos 1–6 (de nuestras
versiones), David ora a Dios:
1. Como a un Dios que escucha las oraciones, así lo ha sido Él desde el momento en
que los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová (Gn. 4:26), y así continúa
tan dispuesto a escuchar oraciones como siempre lo estuvo. David le invoca bajo el
nombre de Jehová (vv. 1, 3, 8, 12), el Ser Supremo, Eterno, Salvífico, al que debemos la
más rendida oración y el más absoluto amor, y como a «Rey mío y Dios mío» (v. 2), al
que había jurado homenaje de pleitesía y bajo cuya regia protección se había puesto.
Creemos que el Dios a quien oramos es no sólo Dios, sino también Rey, y lo hemos de
tener en cuenta en nuestras plegarias.
(A) La forma en que David ora aquí puede avivar nuestra fe y nuestra esperanza en
todas las invocaciones que dirigimos a Dios (v. 1): «Escucha, oh Jehová, mis palabras».
Muchas veces, los hombres no quieren o no pueden oírnos; nuestros enemigos son tan
altivos que no quieren, y nuestros amigos están tan lejos que no pueden; pero Dios, a
pesar de la altura de su trono en los cielos, puede y quiere. «Considera mi lamento»,
añade David. El vocablo hebreo indica meditar o musitar, respira, ya lamentos, ya
amenazas (v. 1:2; 2:1). La meditación y la oración vocal deberían ir juntas (19:14).
(B) Cuatro cosas promete aquí David (y lo mismo debemos hacer nosotros): (a) Que
va a orar, a tomar conciencia de que debe orar. La seguridad que Dios nos ha dado de su
disposición a escuchar las oraciones debería confirmarnos en nuestra resolución de vivir
y morir orando. (b) Que orará de mañana (v. 3). Es nuestro deber orar por la mañana,
pues es el tiempo más apropiado, ya que entonces estamos frescos y vivaces al despertar
con las energías renovadas por el sueño y sin turbar todavía con los pensamientos de los
quehaceres del día. (c) Que dirigirá fijamente su oración a Dios, como da a entender el
hebreo, lo mismo que un arquero que dirige su flecha al blanco. (d) David velará (« … y
esperaré») con anhelo hasta recibir la deseada respuesta. El hebreo dice literalmente: «y
miraré hacia arriba», como quien espera que se le responda de lo alto (85:8; Hab. 2:1);
con gratitud, si se le concede su petición; con paciencia, si se le difiere, y orar siempre,
en todo caso, sin desfallecer, como mandó el Señor.
2. Como a un Dios que odia el pecado (vv. 4–6). David toma nota de esto. El Dios
con quien nos las habemos es clemente y misericordioso, pero también es puro y santo;
aunque está dispuesto a escuchar las oraciones, no las escuchará si ve iniquidad en
nuestro corazón (66:18). Dios no se complace en la maldad, aun cuando ésta se cubra
con el manto de la piedad. Conozcan, pues, los que se deleitan en el pecado que Dios no
se deleita en ellos. Dios los aborrece y los destruirá. Dos clases de pecadores señala aquí
David en particular (vv. 5, 6): los insensatos engañadores y los crueles opresores. A
éstos abomina especialmente Jehová, pues el juicio será sin misericordia para aquel
que no haga misericordia (Stg. 2:13). La inhumanidad del hombre es lo más opuesto a
la misericordia de Dios.
Versículos 7–12
En estos versículos, David presenta tres caracteres:—el suyo mismo, el de sus
enemigos y el de todo el pueblo de Dios, y termina con sendas oraciones la descripción
de cada carácter.
1. Da primero cuenta de sí y ruega por sí mismo (vv. 7, 8). (A) Está firmemente
decidido a mantenerse en íntima comunión con Dios y asiduo en el cumplimiento de sus
deberes religiosos: «Entraré en tu casa, en los atrios de tu santuario, para adorarte allí
con otros adoradores fieles». Aunque David oraba muchas veces solo, en secreto (vv. 2,
3), era también constante y devoto en su asistencia al santuario. Asegura que a la mucha
bondad de Dios debe el poder acudir al santuario, y sentir allí santo temor ante la
infinita distancia que nos separa de nuestro Creador. (B) Ruega anhelante a Dios (v. 8)
que le guíe y le preserve en el camino del deber: «Allana tu camino delante de mí».
Parafrasea Arconada: «Que tu actuar providencial, Señor, conforme siempre a justicia,
que premia al bueno y castiga al malo, luzca ante mí con experiencia vivencial».
2. Da luego cuenta de sus enemigos y ora contra ellos (vv. 9, 10). Había dicho antes
(v. 6) que Dios abomina al hombre sanguinario y engañador. Ahora añade: «Señor así
son mis enemigos: en la boca de ellos no hay sinceridad; no son de fiar, puesto que no
cabe fidelidad en la boca de ellos». «Además, añade (v. 10) merecen la destrucción por
la multitud de sus transgresiones, con las que han llenado la medida de su iniquidad y
madurado para su propia ruina. Mira que se han rebelado contra ti. Si sólo fuesen
enemigos míos, estaría dispuesto a perdonarles pero se rebelan contra Dios, contra su
majestad y gobierno; no se arrepienten, continúan haciendo el mal; deben perecer para
que no sigan obrando inicuamente». La oración de David no brota de un espíritu de
venganza, sino del espíritu de profecía, por el que sabemos que quienes se rebelan
contra Dios, caerán destruidos por sus mismos planes.
3. Da finalmente cuenta del pueblo de Dios y ora por ellos, concluye con la
seguridad de que obtendrán las bendiciones divinas: son justos (v. 12), porque han
puesto en Dios su confianza (v. 11) y, por ello, están seguros del poder y de la
todosuficiencia de Dios, ya que confían así en la protección divina. «En ti se regocijen;
tienen motivo y corazón para regocijarse. ¡Llénales de un gozo inefable y glorioso!» (v.
1 P. 1:8). Todos los que tienen la garantía de las promesas de Dios han de tener también
la garantía de nuestras oraciones a favor de ellos. La gracia sea con todos los que aman
sinceramente a Cristo. «Como con un escudo lo rodearás de tu favor» (v. 12b). Un
escudo, en la guerra, sólo protege un lado, pero el favor de Dios protege a los suyos por
todos los lados, de forma que, mientras ellos se guardan bajo la protección divina, están
completamente seguros y deben estar también enteramente satisfechos.
SALMO 6
David fue un profeta llorón como Jeremías, y este salmo constituye una de sus
lamentaciones; fue redactado en tiempo de gran apuro. El que esté afligido o enfermo
recite o cante este salmo. Comienza con quejas dolientes, pero acaba con alabanzas
fervientes. De tres cosas se queja aquí el salmista: 1. Enfermedad del cuerpo. 2.
Turbación de la mente. 3. Insultos de sus enemigos. Aquí él: I. Derrama sus quejas
delante de Dios, pide a Dios que retire su ira y le ruega fervientemente que le devuelva
su favor (vv. 1–7). II. Se asegura a sí mismo una pronta respuesta de paz para su plena
satisfacción (vv. 8–10). Este salmo es como el libro de Job.
Versículos 1–7
También este salmo está dirigido al músico principal, o director de música del
santuario, en Neguinoth, es decir, para instrumentos de cuerda, y sobre Sheminith =
«sobre la octava» (esto es, para cantarlo una octava más alta o baja; o—según Ryrie—
sobre una lira de ocho cuerdas). Como dice la inscripción, es un salmo de David (v. 1,
en la Biblia Hebrea). Los versículos 1–7 (en nuestras versiones) hablan el lenguaje de
un corazón realmente humillado bajo providencias severas, y de un espíritu quebrantado
y contrito bajo graves aflicciones.
1. Cómo presenta a Dios sus quejas. Las expone delante de Dios. ¿A quién habría de
ir con sus quejas un hijo, sino a su padre? Se queja de enfermedad corporal (v. 2): «Mis
huesos se estremecen». Sus huesos y su carne estaban, como los de Job, afectados por la
enfermedad. Se queja también de turbación de ánimo (v. 3): «Mi alma también está muy
turbada», lo cual le causa mayor dolor que la debilidad y dolor de sus huesos. Triste
cosa es para un hombre tener doloridos a un tiempo los huesos y el alma. «¿Y tú, oh
Jehová, ¿hasta cuándo?» Hemos de dirigirnos al Dios viviente en tiempos como éstos,
pues Él es médico de cuerpos y almas, y no a los asirios ni al dios de Ecrón.
2. Cómo le afectan estas aflicciones. Le pesan demasiado, pues está consumido a
fuerza de gemir (v. 6). David era demasiado valiente y considerado como para dolerse
así de una aflicción exterior, pero cuando el pecado comenzó a cargar pesadamente
sobre su conciencia, se lamentó y lloró en secreto y aun su espíritu rehusó el consuelo.
Los verdaderos penitentes lloran en su retiro. David lloraba en la noche sobre su cama
mientras meditaba en su corazón y solamente le veía el ojo de quien es todo ojos. Sus
ojos se habían envejecido, de tanto llorar a causa de sus angustiadores (v. 7), los cuales
se alegraban de sus aflicciones y sacaban de sus lágrimas conclusiones falsas.
3. Cómo ora a Dios en esta situación tan triste. Lo que más teme es la ira de Dios;
por eso ruega (v. 1): «Jehová, no me reprendas en tu enojo, aunque lo tengo merecido,
ni me castigues con tu ira». Puede soportar bien la reprensión y el castigo, si Dios, al
mismo tiempo, alza sobre él la luz de su rostro y hace, mediante su Santo Espíritu que
pueda sentir el gozo y la alegría de su misericordia; la aflicción del cuerpo le resultará
tolerable si disfruta de consuelo en el alma (v. 4). Lo que más desea como supremo
bien, y lo que para él supondría la restauración de todo bien es el favor y la amistad de
Dios. Ruega a Dios que tenga misericordia de él y le mire con compasión, que le
perdone los pecados y que ejercite su poder para proporcionarle alivio: «Sáname, oh
Jehová» (v. 2), «Sálvame» (v. 4). También ora para que le retorne su favor: «Vuélvete,
oh Jehová» (v. 4), esto es: «Recíbeme de nuevo en tu favor y reconcíliate conmigo».
Ora en general para que le libre de todo mal: «Libra mi alma, esto es, mi persona» (v.
4).
4. Cómo presenta razones para apoyar sus peticiones, a fin de moverse a sí mismo,
no para mover a Dios. Apela a su propia miseria, a la misericordia divina y a la gloria de
Dios (v. 5): «Porque en la muerte no queda recuerdo de ti».
Versículos 8–10
¡Qué súbito cambio para bien vemos aquí! El que tanto se quejaba, lloraba y se
sentía sin remedio (vv. 6, 7), piensa y habla aquí de modo muy agradable.
1. Se aparta de los malvados y se fortalece contra los insultos de ellos (v. 8):
«Apartaos de mí, todos los hacedores de iniquidad». Los malvados le habían provocado
al decirle: «¿Dónde está tu Dios?» (v. 3:2), considerándose victoriosos al ver el
desánimo y la desesperación de él; pero ahora tenía razones para contestar a quienes le
reprochaban, pues Dios le había consolado el ánimo y pronto iba a completar su
liberación. Por eso dice: «Apartaos de mí». Como si dijese: «Nunca daré oído a vuestros
consejos ni a vuestras amenazas; vosotros deseabais que yo maldijera a Dios y me
muriese, pero yo le bendeciré y viviré». Cuando Dios ha hecho por nosotros grandes
cosas, hemos de ponernos a pensar qué podemos hacer por Él.
2. Se asegura a sí mismo de que Dios le era, y le había de ser, propicio, a pesar de
las presentes amenazas de ira bajo las que se veía. Confía en obtener una respuesta
favorable a la oración que está ahora pronunciando. Se da cuenta de que Dios le escucha
mientras está hablando y, por consiguiente, se expresa con aires de triunfo: «Jehová ha
oído..» (v. 8); «Jehová ha escuchado..» (v. 9); «Ha acogido Jehová mi oración» (v. 9b).
3. Tras esta seguridad, David pasa rápidamente a contemplar la futura derrota de sus
enemigos (v. 10). Los ve avergonzados, aterrados, huyendo confundidos. Ellos se
alegraban al ver a David afligido (vv. 2, 3), pero, como suele suceder, el mal que desean
a David se vuelve contra ellos mismos.
SALMO 7
Por el título y el texto de este salmo, parece que lo compuso David con referencia a
las maliciosas imputaciones que hacían contra él sus enemigos. En vista de ello, David,
I. Suplica el favor de Dios (vv. 1, 2). II. Apela delante de Dios a su inocencia (vv. 3–5).
III. Ruega a Dios que sostenga en alto su causa y juzgue a sus perseguidores (vv. 6–9).
IV. Expresa su confianza en que Dios lo hará (vv. 10–16). V. Promete dar a Dios la
gloria por su liberación (v. 17).
Versículos 1–9
El título del salmo (v. 1 en la Biblia Hebrea) contiene dos términos sumamente
oscuros. Shiggayón, que sólo aparece aquí y en Habacuc 3:1, es, según Ryrie, «quizá un
canto extático». Según Arconada, correspondería entonces a nuestro ditirambo. De Kush
el benjaminita no sabemos nada. Dice Ryrie: «Probablemente era uno de los escuderos
de Saúl enviados a matar a David». Lo cierto es que David, ante tal abuso, recurre a
Dios con ánimo tranquilo, sin permitir a su arpa notas disonantes. Las injurias que
recibimos de los hombres, en vez de provocar nuestras pasiones, han de servir para
avivar nuestras devociones.
1. Se pone bajo la protección de Dios (v. 1): «Sálvame de todos los que me
persiguen y líbrame del poder y de la maldad de ellos, para que no cumplan el deseo
que abrigan contra mí». Apela: (A) A su relación con Dios (v. 1): «Jehová Dios mío».
Como si dijese: «Tú eres mi Dios, ¿a quién acudiré sino a ti?» (B) A su confianza en
Dios: «En ti he confiado» (v. 1). Como si dijese: «No he confiado en brazo de carne,
sino en ti» (v. Jer. 17:5–8). (C) A la perversidad y a la furia de sus enemigos y al peligro
inminente en que se veía de ser devorado por ellos (v. 2): «No sea que desgarren mi
alma como león y me destrocen sin que haya quien me libre». Como si dijese: «Si tú no
me libras, nadie me podrá librar».
2. Protesta solemnemente de su inocencia en cuanto a las cosas de que le acusan y,
mediante una tremenda imprecación, apela a Dios, que escudriña los corazones, con
respecto a su inocencia (vv. 3–5). David no tenía en la tierra tribunal al que acudir, pero
tenía en el Cielo un tribunal divino, con un justo Juez sentado en él, a quien él llama su
Dios (vv. 1, 3). Le acusaban de planes siniestros contra la corona y la vida de Saúl, pero
él lo niega terminantemente (v. 4): «He libertado al que sin causa era mi enemigo». La
Providencia le había puesto a Saúl a merced de él, y había entre los seguidores de David
quienes le exhortaban a que le matara y aun estaban dispuestos a despacharlo ellos
mismos, pero David se lo impidió, tanto cuando le cortó la orla del manto a Saúl (1 S.
24:4 y ss.), como cuando le quitó la lanza (1 S. 26:12), para mostrarle lo que podía
haber hecho con él. «Si fuese culpable, dice (v. 5), persiga el enemigo mi alma y
alcáncela; huelle en tierra mi vida, y mi honra ponga en el polvo. Muerte e infamia
estoy dispuesto a soportar si soy culpable.»
3. Teniendo a favor de su inocencia este testimonio de su conciencia, ruega
humildemente a Dios que se muestre a favor suyo en contra de sus perseguidores y
respalda cada petición con un motivo apropiado:
(A) Ruega a Dios que manifieste su ira contra sus enemigos (v. 6): «Señor, ellos se
enojan injustamente contra mí; enójate tú justamente contra ellos y hazles saber que
estás airado; levántate, oh Jehová, en tu ira; álzate en contra de la furia de mis
angustiadores».
(B) Ruega a Dios que mantenga en alto su causa: «Apréstate (lit. despierta) a
defenderme en el juicio que has convocado para que se me haga justicia» (v. 6);
«vuélvete a sentar en lo alto, para que se reconozca universalmente que el mismo Cielo
está a favor de la causa de David, puesto que es justa y legítima» (v. 7). «Júzgame, oh
Jehová, conforme a mi justicia, y pronuncia a mi favor veredicto de absolución (v. 8);
así te rodeará la congregación de los pueblos (lit.) y reconocerá la justicia de mi causa
y la legitimidad de mi regio título» (v. 7).
(C) Ruega, ahora ya más tranquilo, (a) para que la intervención de la providencia
divina haga cesar la maldad de los inicuos (v. 9); no aboga por la destrucción del
pecador, sino por el cese del pecado. Así hemos de orar nosotros, aborrecer el pecado,
pero amar a los pecadores por quienes Cristo murió (v. 1 Ti. 1:15); (b) para que el justo
quede afianzado: protegido, asegurado, establecido. Así como hemos de orar para que
disminuya el mal, así también hemos de orar para que aumente el bien.
Versículos 10–17
Después de haber dejado en manos de Dios su apelación por medio de la oración y
de una solemne profesión de su inocencia, comienza ahora David con una afirmación de
confianza, esta especie de meditación que sigue a continuación.
1. Confía David hallar en Dios a su poderoso Protector y Salvador, así como al
abogado de su inocencia oprimida (v. 10): «Mi escudo (es decir, mi defensa) está en
Dios». Todos los que son hijos de Dios tienen en Él defensa y segura protección. En dos
cosas asienta David su confianza: (A) En el favor singular que Dios dispensa a cuantos
son sinceros: «Salva a los rectos de corazón»: les salva y preserva de los males
presentes en tanto en cuanto es para el bien de ellos. (B) En el respeto general que Dios
tiene a la justicia y a la equidad (v. 11): «Dios es juez justo, y no sólo obra siempre
justamente, sino que también protege a los justos (v. 10), y está airado contra el impío
todos los días, pues no puede menos de castigar la impiedad».
2. David confía igualmente en la destrucción de todos sus perseguidores, a menos
que se arrepientan (v. 12). La destrucción de los pecadores sólo puede detenerse
mediante su conversión (v. Ez. 33:11–16), y las amenazas de ruina a los impíos van así
presentadas con benévolas insinuaciones de misericordia. Mientras prepara sus
instrumentos de muerte, Dios de a los pecadores amonestaciones con respecto al peligro
que corren y les concede tiempo y espacio para que se arrepientan, no queriendo que
nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento (2 P. 3:9). De entre todos los
pecadores, los perseguidores son el blanco preferido de la ira divina, pues ellos desafían
de modo especial a Dios, sin percatarse de que no pueden ponerse fuera del alcance de
sus dardos, con lo que ellos mismos preparan su ruina y se destruyen a sí mismos (vv.
14–16). Se describe aquí al malvado como fatigándose en cavarse su propia fosa. Es
triste que el hombre malo trabaje para el diablo, y cobre salario de muerte, cuando
podría obtener gratis el don de la vida eterna (Ro. 6:23).
SALMO 8
Este salmo es una solemne meditación sobre la gloria y la grandeza de Dios.
Empieza y termina con el mismo reconocimiento de la excelencia transcendente del
nombre de Dios. Para probar la gloria de Dios, el salmista cita ejemplos de su bondad
con el hombre, pues la gloria de Dios es su bondad majestuosa. Dios debe ser
glorificado: I. Por darnos a conocer su persona y su gran nombre (v. 1). II. Por hacer uso
de los más débiles hijos de los hombres para que sirvan a sus designios (v. 2). III. Por
hacer que hasta los cuerpos celestes estén al servicio del hombre (vv. 3, 4). IV. Por
hacer al hombre señor de las criaturas del mundo terrestre, y ponerle así en un nivel
ligeramente inferior al de los ángeles (vv. 5–8). Este salmo se aplica en el Nuevo
Testamento a Cristo y a la obra de la redención que llevó a cabo; el honor que los niños
pequeños le tributan (v. 2, comp. con Mt. 21:16), y el honor que Él otorga a los hijos de
los hombres, tanto en su humillación, cuando fue hecho un poco menor que los ángeles,
como en su exaltación, al ser coronado de gloria y honor. Comparar los versículos 5 y 6
con 1 Corintios 15:27 y Hebreos 2:6–8.
Versículos 1–2
El salmo va dirigido, como en otras ocasiones, al director de música del santuario,
sobre Guittit, que no sabemos exactamente qué significa (¿sobre la guerra?). El salmo
es de David, y en él se propone dar al nombre de Dios la gloria que se merece. Dos
cosas admira David aquí:
1. La forma manifiesta en que despliega Dios su gloria (v. 1). Se dirige a Dios con
toda humildad y reverencia, como al Señor Soberano de su pueblo: «¡Oh Jehová, Señor
nuestro …!» (hebr. Jehová Adoneynu). Si de veras creemos que Dios es nuestro
Soberano, hemos de reconocerle y obedecerle como súbditos suyos. (A) Con qué
esplendor brilla la gloria de Dios incluso en este mundo de abajo: «¡Cuán glorioso es tu
nombre en toda la tierra!» Las obras de la creación y de la providencia muestran y
proclaman al mundo entero que hay un Ser infinito (Ro. 1:19, 20). Sin letras ni sonido
de palabras, se ve y se oye en la creación el nombre de Dios. (B) Con cuánto mayor
esplendor brilla en el mundo de arriba: «Has puesto tu gloria (lit. alabanza) sobre los
cielos». (a) Dios es infinitamente más glorioso y excelente que las más nobles criaturas
y las que más esplendorosamente brillan. (b) Mientras que en la tierra sólo oímos y
alabamos el excelente nombre de Dios, los ángeles y los espíritus bienaventurados ven
arriba su gloria y la alaban, pero, aun así, Él está exaltado muy por encima de la
bendición y alabanza de ellos. (c) Al exaltar al Señor Jesús a la diestra de Dios, siendo
el Hijo el resplandor de la gloria del Padre y la fiel representación de su ser real (He.
1:3), Dios ha puesto su gloria por encima de los cielos, muy por encima de todos los
principados y potestades.
2. El poder con que lo proclama por medio de las más débiles criaturas (v. 2): «Por
boca de los niños y de los que maman, afirmas tu fortaleza», esto es, la perfecta
alabanza de tu fortaleza (Mt. 21:16). Esto insinúa la gloria de Dios: (A) En el reino de la
naturaleza. El interés que tiene Dios en los niños pequeños (quienes, cuando vienen a
este mundo, son más desvalidos que los animales), la especial protección que les da y la
provisión que la naturaleza les suministra, todo ello debería ser reconocido por cada uno
de nosotros, para gloria de Dios, como un gran ejemplo de su poder y de su bondad;
tanto más cuanto que todos nos hemos beneficiado de ello. (B) En el reino de la
Providencia. En el gobierno del mundo terrestre, Dios hace uso de los hijos de los
hombres. (C) En el reino de la gracia, que es el reino del Mesías. Aquí podríamos ver
aludidos de alguna manera a los apóstoles, quienes al ser considerados casi como bebés
en erudición, «hombres sin letras y del vulgo» (Hch. 4:13), bajos y despreciables, por
medio de la locura de su predicación, habían de echar abajo el reino del diablo, del
mismo modo que fueron derribadas con el sonido de cuernos de carnero las murallas de
Jericó. El Evangelio es llamado el brazo del Señor y el bastón de su fuerza, pues estaba
designado a obrar maravillas, no de la boca de filósofos, oradores, políticos o estadistas,
sino de un grupo de pobres e iletrados pescadores. Oímos a los niños clamar: «Hosanna
al Hijo de David», mientras los principales sacerdotes y los fariseos no le reconocían
como a tal. A veces la gracia de Dios se manifiesta maravillosamente en algunos niños,
enseña conocimiento y hace entender el mensaje a los destetados y recién retirados de
los pechos (Is. 28:9). El poder de Dios se manifiesta muchas veces en su Iglesia por
medio de instrumentos débiles y humanamente ineptos.
Versículos 3–9
David continúa aquí engrandeciendo el honor de Dios al exponer los honores que
Dios ha otorgado al hombre, especialmente a Jesucristo Hombre. Las condescendencias
de la gracia divina exigen nuestras alabanzas tanto como la exigen las elevaciones de la
gloria divina. Véase aquí:
1. Lo que le induce a admirar el condescendiente favor de Dios hacia el hombre, que
es la consideración del brillo y de la influencia de los cuerpos celestes que están a la
vista de los hombres (v. 3): «Cuando veo tus cielos, y aquí en particular, la luna y las
estrellas». Nótese que no se menciona el sol. Es nuestro deber considerar los cielos. No
podemos menos de verlos por nuestra posición erecta; en esto, entre otras cosas, nos
distinguimos de los brutos animales, los cuales están formados para mirar hacia abajo,
mientras el hombre está formado para mirar hacia arriba. «Los cielos son los cielos de
Jehová» (115:16), no sólo porque Él los hizo, sino porque en ellos especialmente brilla
su gloria y se alza su trono: Son obra de sus dedos. Crearlos fue para Dios como un
juego de niños; no necesitó para ello extender el brazo, como se nos dice al hablar de la
salvación de su pueblo. Aun las luces inferiores: la luna y las estrellas, muestran la
gloria y el poder del Padre de las luminarias (Stg. 1:17) y nos suministran materia de
alabanza a Dios. Cuando consideramos la gloria de Dios que brilla en el mundo de
arriba, bien podemos admirarnos de que Dios se fijase en una criatura tan baja como es
el hombre. Y cuando consideramos la gran utilidad de los cielos para los hombres de la
tierra, bien podemos exclamar: Señor, ¿Quién soy yo para que hayas puesto a mi
servicio los astros del cielo?
2. Cómo expresa su admiración (v. 4): «Señor, ¿qué es el hombre (hebr. enosh = el
ser humano en su debilidad física y moral) para que de él te acuerdes, para que tomes
nota de él, de sus actos y de sus quehaceres? ¿Qué es el hijo del hombre para que lo
visites (lit.), como un amigo visita a otro amigo, complacido en conversar con él e
interesado en sus cosas?» Esto se aplica:
(A) A la humanidad en general. Aunque el hombre es como un gusano (Job 25:6),
Dios le respeta y le muestra en abundancia su benevolencia; el hombre es, muy por
encima de todas las criaturas de este mundo de abajo, el favorito de la Providencia (v. 1
Co. 9:9), hasta el punto de que ha sido hecho un poco inferior a los ángeles (v. 5), ya
que, por su cuerpo, es semejante a las bestias que perecen y está confinado a la tierra,
pero, por su alma espiritual e inmortal, es semejante a los ángeles, que son puros
espíritus. Por un poco de tiempo, los hijos de Dios son inferiores a los ángeles, mientras
su alma espiritual está como encerrada en vasos de barro, pero los hijos de la
resurrección serán como ángeles (gr. isángueloi. Lc. 20:36), no inferiores a ellos. El
hombre está dotado de nobles y maravillosas facultades: «Lo coronaste de gloria y de
honra». La razón del hombre es su corona de gloria; no debe profanar esa corona
mediante el mal uso de ella ni perder el derecho a ella por obrar en contra de sus
dictados. Dios ha puesto todas las cosas bajo los pies del hombre, para que pueda
servirse, no sólo del utillaje, sino también de los productos y de las vidas de las criaturas
inferiores. David especifica algunos animales inferiores: ovejas, bueyes, aves, peces
(vv. 7, 8), de los que puede servirse el hombre, aunque algunos de ellos son físicamente
mucho más fuertes que él.
(B) Al Señor Jesucristo en particular, como sabemos por Hebreos 2:6–8, donde el
autor de la epístola, para demostrar el soberano dominio de Cristo sobre los cielos y la
tierra, declara que Él es el hombre, el Hijo del Hombre, a quien Dios ha coronado de
gloria y honor y le ha hecho señorear sobre las obras de sus manos. Tenemos motivos
para tener humildemente recta estima de nosotros mismos y admirar con gratitud la
gracia de Dios en que: (a) Jesucristo asumió la naturaleza del hombre y, en esa
naturaleza, se humilló (Fil. 2:6–8). Al tomar la forma de esclavo y renunciar a la pompa
de su divina majestad, se hizo menor que los ángeles. (b) En esa misma naturaleza, fue
exaltado para ser proclamado Señor de todo lo creado. Dios el Padre le ensalzó porque
Él mismo se había humillado (Fil. 2:9–11). Todas las criaturas han sido puestas de
derecho bajo sus pies, y lo serán de hecho cuando haya puesto a todos sus enemigos por
escabel de sus pies (He. 2:8; 10:13, comp. con 1 Co. 15:27).
SALMO 9
En este salmo: I. David alaba a Dios por haber salido en defensa de su causa y
haberle concedido la victoria sobre los enemigos de su país (vv. 1–6), y convoca a otros
para que se unan a él en los cantos de alabanza (vv. 11, 12). II. Ruega a Dios que le
proporcione todavía ulteriores ocasiones de alabarle (vv. 13, 14, 19, 20). III. Exulta de
gozo con la seguridad de que Dios ha de juzgar al mundo (vv. 7, 8), ha de proteger a su
pueblo oprimido (vv. 9, 10, 18) y ha de llevar a la ruina a sus implacables enemigos (vv.
15–17).
Versículos 1–10
El salmo es de David y va dirigido (v. 1 en la Biblia Hebrea) al director de coro,
sobre Muth-labbén («¿muerte de un hijo?»), indicación musical de significado incierto.
En estos versículos vemos que:
1. David alaba a Dios por los favores y obras maravillosas que ha llevado a cabo
recientemente para él y su reino (vv. 1, 2). El gozo santo es la vida de la alabanza
agradecida, así como la alabanza agradecida es el lenguaje del gozo santo (v. 2: «Me
alegraré y me regocijaré en ti». Los triunfos del Redentor son también triunfos de los
redimidos (v. Ap. 12:10; 15:3, 4; 19:5).
2. Reconoce el poder omnímodo de Dios, al que ningún enemigo, ni aun el más
fuerte o el más astuto, puede hacer frente (v. 3). Todos sus enemigos se ven forzados a
emprender la retirada, y aun la retirada les llevará a la destrucción, sin que les salve la
huida más que la lucha. La presencia del Señor y la gloria de su poder son suficientes
para destruir a los enemigos de Dios y de su pueblo.
3. Da a Dios la gloria de su justicia al aparecer en favor de él (v. 4): «Porque has
mantenido mi derecho y mi causa, esto es, mi justa causa; cuando ha sido llevada a tu
tribunal, te has sentado en el trono juzgando con justicia».
4. Recuerda y anota con gozo las victorias del Dios de los cielos sobre todos los
poderes del infierno y celebra con alabanzas esos triunfos (v. 5): «Reprendiste a las
naciones, les diste pruebas evidentes del desagrado con que las miras, destruiste al
malvado, hasta borrar en el olvido incluso su nombre.
5. Exulta de gozo ante la destrucción de los enemigos y el derribo de sus ciudades
(v. 6).
6. Halla en Dios consuelo para sí mismo y para otros. Se satisface: (A) Con el
pensamiento de la eternidad de Dios (v. 7): «Jehová permanecerá para siempre»,
mientras que en este mundo no hay nada durable; aun las ciudades más populosas y
mejor fortificadas serán destruidas y dadas al olvido. (B) Con el pensamiento de la
soberanía de Dios tanto en el gobierno como en el juicio: «Ha dispuesto su trono para
juicio», su sabiduría es infinita y son inmutables sus designios. (C) Con el pensamiento
de la justicia de Dios en la administración de su gobierno (v. 8): «Él juzgará al mundo
con justicia», a todas las personas y todos los casos, y con toda rectitud, sin excepciones
ni favoritismos. (D) Con el pensamiento del singular favor que Dios dispensa a su
pueblo y la especial protección que le concede (v. 9): «Jehová será ciudadela (lugar alto
y fuerte) para el oprimido, lugar fuerte para el tiempo de angustia». (E) Con el
pensamiento de la satisfacción y tranquilidad mental de quienes han puesto en Dios su
refugio (v. 10): «En ti confiarán los que te conocen, como yo te conozco, y verán, como
yo lo he visto, que no desamparas a los que te buscan». Cuanto más se confía en Dios,
mejor se le conoce. Quienes saben que es un Dios de sabiduría, poder y bondad
infinitos, confiarán en Dios aunque los mate (Job 13:15, aunque—nota del traductor—
dicha traducción es improbable. V. el comentario a tal lugar). Quienes saben que es un
Dios de inviolable verdad y fidelidad se regocijarán y descansarán en sus ricas
promesas.
Versículos 11–20
1. Después de alabar a Dios, David invita a otros a que se unan a él en alabanzas al
Señor (v. 11): «Cantad alabanzas a Jehová, que habita en Sion». Así como la especial
residencia de su gloria es el Cielo, así también la especial residencia de su gracia es la
Iglesia, de la que Sion era tipo (v. Gá. 4:26). Así que han de tomar buena nota de la
justicia de Dios al vindicar la sangre de su pueblo Israel aquellos que les agredieron
bárbaramente, haciéndoles guerra sin cuartel (v. 12).
2. Después de haber cantado alabanzas a Dios por los favores y las liberaciones del
pasado, David ora fervientemente para que Dios se muestre a favor de él en el futuro,
pues todavía no se le han acabado los sinsabores (v. 13): «Ten misericordia de mí,
Jehová; mira mi aflicción que padezco a causa de los que me aborrecen». La
experiencia que tenía del socorro de Dios en los apuros pasados le da confianza para
esperar que le socorra en el aprieto presente: «Levántame de las puertas de la muerte».
El Dios que ha tenido compasión de nosotros y nos ha salvado de la muerte espiritual y
eterna, nos da ánimo para esperar su ayuda en medio de los más graves aprietos en que
podamos encontrarnos. David no ora llevado de un motivo egoísta, sino que quiere
servirse de esta liberación para proclamar todas las alabanzas de Dios en las puertas
de la hija de Sion (v. 14). Esta última expresión, que equivale a una personificación de
Sion, es única en los Salmos, aunque ocurra en Isaías 1:8; Miqueas 1:13 y Zacarías
2:14.
3. Por medio de la fe, David prevé y anuncia la ruina segura de todos los malvados.
Dios ejecuta sobre ellos su juicio cuando se ha colmado la medida de sus iniquidades,
pues se hunden en el pozo que ellos mismos han excavado (7:15). Los borrachos se
matan a sí mismos; los pródigos se hacen a sí mismos mendigos; los amigos de riñas y
disputas atraen violencia contra sí mismos. Con estos juicios, se revela desde el cielo la
ira de Dios contra toda impiedad e injusticia de los hombres (Ro. 1:18). Por eso añade
David (v. 17): «Los malos serán trasladados al Seol, como cautivos a la cárcel, todas
las gentes que se olvidan de Dios». El olvido de Dios es el fundamento de la impiedad
de los malvados.
4. David anima al pueblo de Dios a esperar la salvación, la perfecta liberación,
aunque se demore (v. 18). Los necesitados pueden pensar (y otros lo pueden pensar de
ellos) que Dios se ha olvidado de ellos y que ha perecido la expectación que tenían del
socorro divino; pero el verdadero creyente es también paciente; la visión es para el
tiempo señalado (comp. con Dn. 8:26). «El Señor no retarda su promesa» (2 P. 3:9);
por tanto, nuestra esperanza no se verá defraudada.
5. David concluye con una oración para que Dios humille a los altivos, quebrante su
poder y haga fracasar todos sus malvados planes (v. 19): «¡Levántate, oh Jehová, no
triunfe el hombre!» Como si dijera; «¡Despierta, ponte en movimiento, ejercita tu poder,
pronuncia sentencia contra todos esos altivos y osados enemigos de tu nombre, de tu
causa y de tu pueblo, no triunfe el hombre, que no se gloríe el malvado de pisotear tu
honor y de prevalecer contra los intereses de tu reino!» Es cosa muy de desear, tanto
para la gloria de Dios como para la paz y el bienestar de los pueblos, que los hombres se
tengan en lo que son, meros hombres: criaturas dependientes, cambiantes, mortales y
responsables ante Dios.
SALMO 10
La versión de los LXX une este salmo con el noveno y hace de ambos uno, pero en
la Biblia Hebrea son dos salmos distintos; el tema y el estilo son diferentes ciertamente.
En este salmo, I. David se queja de la maldad de los inicuos y se percata de la demora
que Dios muestra en aparecer contra ellos (vv. 1–11). II. Ora a Dios a fin de que lo haga
para alivio de su pueblo, y se consuela con la esperanza de que lo hará a su debido
tiempo (vv. 12–18).
Versículos 1–11
En estos versículos David descubre:
1. Un gran amor a Dios y un ferviente deseo de la comunión con él (v. 1): «¿Por
qué estás lejos, oh Jehová, como a quien no le importan las indignidades que se
cometen contra tu nombre y las injurias que se hacen a tu pueblo?» ¡No juzguemos por
las apariencias! Nos alejamos de Dios con nuestra incredulidad, y luego nos quejamos
de que Dios se aleja de nosotros.
2. Un gran odio al pecado y gran indignación contra los pecadores. Al contemplar a
los transgresores, se apena, se asombra y presenta ante su Dios la maldad que cometen
con altivez y descaro. Las invectivas satíricas contra los malos suelen hacer más mal
que bien, a no ser que las presentemos únicamente a Dios en oración, pues sólo Él les
puede poner remedio y hacer mejores. La gran maldad del inicuo se compendia aquí en
pocas palabras (v. 2): «Con arrogancia el malo persigue al pobre». ¡Arrogancia y
persecución! La primera es la causa de la segunda, tanto en el Estado como en la Iglesia.
Tras comenzar con esta descripción, el salmista inserta una breve plegaria, como un
paréntesis, y dice: «¡Queden (lit. quedarán) atrapados en la trama que han urdido!» (v.
2b).
(A) El pecador se gloría arrogantemente de su poder y de sus éxitos. «Se jacta de los
antojos de su alma» (v. 3), esto es, se jacta de que puede llevar a cabo lo que desea. La
segunda parte de este versículo—nota del traductor—es algún tanto confusa en el
original, pero la única versión que, al ser fiel al hebreo, encaja bien en el contexto, es la
que da la Reina-Valera 1977: «El codicioso maldice (y) desprecia a Jehová». Véase
cómo la arrogancia lleva a la persecución, y la avaricia lleva a la blasfemia.
(B) El pecador echa de sí todo pensamiento de Dios (v. 4): Ni le busca ni piensa en
Él. La altivez conduce a la irreligión. Los hombres no buscan a Dios porque piensan que
no le necesitan y que sus propias manos les bastan. Menosprecian orgullosamente los
mandamientos de Dios (v. 5): «Tus juicios los tiene muy lejos de su vista», y piensa que
son pura abstracción sin realidad alguna. Confían tanto en sí mismos que no temen que
su prosperidad pueda tener jamás fin ni mengua (v. 6): «Dice en su corazón: No seré
inquietado jamás; nunca me alcanzará el infortunio». Son como Babilonia: «Para
siempre seré señora» (Is. 47:7. Comp. Ap. 18:7). Quienes de esta forma se creen más
lejos de la ruina, son los que más cerca están de ella.
(C) Para satisfacer su orgullo y su codicia, y para oponerse a Dios y a la religión,
oprimen y explotan a cuantos tienen al alcance de la mano. Hablan con malvada
amargura (v. 7): «Llena está su boca de maldición, y de engaños y fraude». Como Caín,
«se sienta en acecho cerca de las aldeas; para matar a escondidas al inocente. Sus ojos
están acechando al desvalido, etc.». (vv. 8, 9). «Se encoge y se agacha» (v. 10), no por
estar avergonzado de lo que hace, sino para mejor cazar a los incautos; ni por temor a la
ira de Dios, pues se imagina que Dios no se da cuenta de sus crímenes (v. 11), sino para
que no se descubran sus planes y sus intenciones. Los que tienen poder y autoridad
tienen también la obligación de proteger al inocente y proveer para el pobre, pero éstos
destruyen precisamente a los que deberían ser objeto de su protección.
Versículos 12–18
Tras la precedente presentación de la inhumanidad e impiedad de los opresores,
David se dirige ahora a Dios. Veamos:
I. Qué es lo que le pide. 1. Que Dios mismo haga acto de presencia (v. 12):
«(Levántate, oh Jehová Dios, alza tu mano, manifiesta tu poder y providencia en los
asuntos de este mundo de abajo, y confunde a los que dicen que tienes tapado el rostro»
(v. 11). 2. Que se manifieste a favor de su pueblo: «No te olvides de los pobres, de los
oprimidos y desvalidos. Sus opresores, en su presunción, dicen que los has olvidado, y
ellos mismos en su desesperación, están tentados a decir lo mismo. Manifiéstate Señor,
para que se vea que ambos están en un error». 3. Que se manifieste contra sus
perseguidores (v. 15): «Quebranta tú el brazo del inicuo, quítale el poder, haciendo que
no reine el hombre impío, ni enrede en sus mallas al pueblo» (Job 34:30).
II. A qué apela para avivar su propia fe en estas peticiones:
1. Apela a la grave afrenta que estos orgullosos opresores hacen al propio Dios (v.
13): «¿Por qué desprecia el malo a Dios?» Sí, le desprecia, puesto que le dice en su
interior: «Tú no lo inquirirás; no nos tomarás jamás cuenta de lo que hacemos». No se
puede causar mayor afrenta al honor de un Dios justo y poderoso. Los malos desprecian
a Dios porque no le conocen. ¿Y por qué permite Dios que le desprecien de ese modo?
Porque el día de rendir cuentas no se retrasará.
2. Apela al conocimiento que Dios tiene de todos los males que los opresores llevan
a cabo (v. 14): «Tú lo has visto, etc.».
3. Apela a la dependencia que los pobres y oprimidos tienen de Él (v. 14b): «A ti se
acoge el desvalido; tú eres el amparo del huérfano. En tu poder, sabiduría y bondad
confían. ¡No les abandones, protégeles!»
4. Apela a la relación que el propio Dios ha tenido a bien establecer con ellos: (A)
Como un gran Dios (v. 16): «Jehová es Rey eternamente y para siempre (es decir,
continuamente)». Como si dijera: «Señor, haz que todos los que te rinden tributo y
homenaje como a su Rey, hallen en tu gobierno el beneficio y el refugio». (B) Como un
buen Dios, pues Él es el protector de los desvalidos y de los huérfanos (v. 14).
5. Apela finalmente a la experiencia que el pueblo de Dios tiene de la prontitud con
que el Señor se manifiesta a favor de ellos (v. 16b): «De su tierra han sido barridos los
gentiles»; las siete naciones cananeas están ahora, por fin, desarraigadas del suelo de
Palestina, lo cual es un consuelo y un aliento para esperar que Dios quebrantará del
mismo modo el brazo de los opresores israelitas que, en muchos aspectos, son peores
que los mismos gentiles. Dios había oído la oración y conocía el deseo de los humildes
y oprimidos (vv. 17, 18); les había hecho justicia, por lo que sus clamores no habían
sido en vano. «Así, pues—viene a decir—tú vas a escucharles también ahora, pues eres
el mismo de siempre, con el mismo poder y la misma bondad». Él prepara los corazones
para la oración encendiéndoles el deseo santo y fortaleciéndoles la fe sincera; y luego
acepta benévolamente sus plegarias. Pondrá, pues, fin a la furia de los opresores, a fin
de que no vuelva (n) más a infundir terror al hombre (hebr. enosh = el ser humano en
su debilidad congénita) hecho de arcilla (lit. de la tierra), destinado a fenecer como
heno (Is. 51:12). El que nos protege es el Dios del Cielo, mientras que el que nos
persigue no es más que un hombre de la tierra.
SALMO 11
En este salmo, David se ve acechado por una tentación de desconfiar de Dios
(probablemente, en el contexto de 1 S. 18:11 y 19:10), y sale triunfador. I. Cómo
presenta la tentación (vv. 1–2). II. Cómo la resiste, al considerar el dominio y la
providencia de Dios (v. 4), su favor hacia los justos, y la ira para la que son reservados
los impíos (vv. 5–7). Cuando los hijos de Dios se hallen bajo la amenaza de los
enemigos de Dios y de su Iglesia, les será de gran provecho meditar en este salmo.
Versículos 1–3
La inscripción («Al músico principal. Salmo de David») forma parte del versículo 1
en la Biblia Hebrea lo mismo que en nuestras versiones; por lo que se corresponden los
números de los versículos respectivos. En estos versículos, vemos:
I. La firme resolución de David de poner su confianza en Dios (v. 1): «En Jehová he
confiado». Antes de dar cuenta de la tentación que le induce a desconfiar de Dios, el
salmista declara su decisión de confiar en Él, pase lo que pase.
II. Su firme oposición a la tentación: «¿Cómo decís a mi alma (es decir, a mí), que
escape al monte cual ave?», es decir, con la mayor premura (¡volando!—como solemos
decir—). Esto se lo sugieren a David sus bien intencionados amigos, apoyados en dos
razones aparentemente muy fuertes: 1. Los enemigos lo tenían todo preparado para
darle muerte (v. 2), por lo que su vida peligraba gravemente; 2. Su presencia entre los
suyos no servía de nada útil (v. 3): «Si se socavan los fundamentos de la sociedad, ¿qué
podrá hacer el justo?» Los asuntos del Estado se hallaban en situación caótica, debido a
la inquina de Saúl contra David y a la consiguiente mala administración de su gobierno.
En esta situación—piensan los consejeros de David—¿qué puede hacer David?
Versículos 4–7
Dicen que cuando se sacude un árbol, se le hace que arraigue más profunda y
rápidamente. El consejo de los amigos de David, que implicaba desconfianza en Dios, le
hace adherirse con tanta mayor fuerza a sus primeros principios. Lo que sacude la fe de
muchos es ver la prosperidad de los malvados a pesar de sus impiedades, y las
aflicciones que con frecuencia sufren los piadosos. De ahí puede surgir el mal
pensamiento: «De seguro que de nada sirve buscar a Dios». Pero, a fin de suprimir tal
pensamiento, David considera:
1. Que hay un Dios en el Cielo (v. 4): «Jehová está en su santo templo»; aquí, en el
cielo (2:4; 9:8; 18:7), desde el que todo lo ve y lo gobierna (18:7, comp. con Mi. 1:2;
Hab. 2:20).
2. Que este Dios es el Rey del Universo. El Señor tiene en el Cielo, no sólo su
residencia, sino también su trono, desde el que dispone sus poderes sobre la tierra (Job
38:33). ¡Veamos, por fe, a Dios en su trono: en su trono de gloria y de gobierno, dando
a todos leyes, motivaciones y deseos; en su trono de juicio; y en su trono de gracia, al
que todos los suyos tienen libre acceso por su misericordia y por su gracia! Entonces no
tendremos motivo alguno para sentirnos desanimados por el orgullo y el poder de los
opresores, ni por las aflicciones que puedan sobrevenir a los buenos.
3. Que este Dios conoce perfectamente el verdadero carácter de cada individuo
humano: «Sus ojos ven, sus párpados escudriñan a los hijos de los hombres». No sólo
los ve, sino que los atraviesa con su mirada, pues no sólo conoce lo que dicen y hacen,
sino también lo que piensan y planean, aun cuando aparenten otra cosa.
4. Que si aflige a los buenos es para ponerlos a prueba (v. 5a) y, por consiguiente,
para su bien (comp. Stg. 1:12); «para, a la postre, hacerles bien» (Dt. 8:16).
5. Que, por mucho que los impíos puedan prosperar y prevalecer, están siempre bajo
la ira de Dios y, tarde o temprano, perecerán (vv. 5, 6): «Su alma (de Dios) aborrece al
que ama la violencia. Sobre los impíos hará llover calamidades (lit. trampas)». En esta
última frase puede notarse una doble metáfora, a fin de presentar vivamente lo
ineludible del castigo de los malvados. Será como trampas que los atrapen y los tengan
sujetos, presos, hasta que llegue el día de la cuenta. Y hará llover, de la misma manera
que un repentino aguacero sorprende a veces al viajero en un día de verano, además de
esas trampas, fuego, azufre y viento abrasador; esto último parece aludir a la
destrucción de Sodoma y Gomorra.
6. Que, aunque las personas buenas puedan hallarse rodeadas de adversidades, Dios,
no obstante, les reconoce como hijos suyos y está a favor de ellos, y esta es la razón por
la que Dios juzgará con toda severidad a los perseguidores y opresores, puesto que
aquellos a quienes persiguen y oprimen son muy amados de Dios (v. 7b): «Los rectos
contemplarán su rostro (de Dios)», es decir, disfrutarán de su favor.
SALMO 12
El salmo es de David, pero no puede determinarse la ocasión que le indujo a
redactarlo; lo único que se deduce del texto es que se queja de la deslealtad y falta de
sinceridad, ya sea de sus enemigos o de sus falsos amigos. I. Le pide a Dios ayuda, pues
no puede fiarse de ningún ser humano (vv. 1, 2). II. Predice la destrucción de sus
arrogantes y amenazadores enemigos (vv. 3, 4). III. Se asegura a sí mismo y asegura a
otros de que, por mal que marchen las cosas de momento (v. 8), Dios preservará y
protegerá a su pueblo (vv. 5, 7), y les cumplirá las promesas que les ha hecho (v. 6).
Versículos 1–8
En este salmo, como en otros que hemos visto el título forma el primer versículo por
lo que tiene 9 versículos en la Biblia Hebrea. Sobre lo de Sheminith, véase lo dicho en
el comentario al título del Salmo 6. El salmo nos provee de buenos pensamientos para
malos tiempos.
I. Veamos aquí qué es lo que hace que los tiempos sean malos y cuándo podemos
decir que lo son. La escasez de dinero, el fracaso del negocio, las desolaciones de la
guerra, etc., hacen que los tiempos sean malos. Pero la Escritura achaca la maldad de los
tiempos a causas de otra naturaleza (2 Ti. 3:1): «… en los últimos días vendrán tiempos
difíciles». ¿Por escasez de dinero, quiebra del negocio o desolación de una guerra? ¡No!
El Apóstol lo atribuye a la maldad de los hombres en un grado no conocido
anteriormente. De esta maldad se queja David aquí. Los tiempos son malos:
1. Cuando hay una general decadencia de la piedad y de la honestidad entre los
hombres (v. 1): «… se acabaron los compasivos; … han desaparecido los leales de
entre los hijos de los hombres». Obsérvese cómo se colocan juntas estas dos cualidades:
la compasión (hebr. jasid = el piadoso para con Dios y los hombres) y la lealtad (hebr.
emunim = los fieles). Donde no hay sincera piedad, no se puede esperar lealtad. Se dice
aquí de estas personas que han cesado y que han caído (lit.). Los verdaderamente
buenos han sido quitados de en medio, y los que sólo lo parecían han degenerado hasta
dejar de ser lo que parecían.
2. Cuando los hombres son tan desvengonzados como para planear contra sus
prójimos los peores males y, no obstante, son tan viles como para cubrir sus designios
con plausibles profesiones de amistad (vv. 2, 3). Pueden besar para matar. Es la imagen
perfecta del diablo, mentiroso y homicida (Jn. 8:44) ¡Ciertamente son pésimos los
tiempos cuando ha desaparecido del todo la sinceridad!
3. Cuando los pecadores arrogantes han llegado a tal nivel de impiedad como para
decir: «Por nuestra lengua prevaleceremos contra toda causa virtuosa; nuestros labios
por nosotros (lit. son nuestros) y podemos decir lo que nos venga en gana; ¿quién va a
ser amo nuestro? (v. 4). Injustas y jactanciosas pretensiones, porque ¿quién nos hizo la
boca, en cuya mano está nuestro aliento y el aire que respiramos? ¿Y quién sino Él es el
que tiene plena autoridad, señorío y dominio sobre nosotros, para mandarnos y para
juzgarnos? (Comp. Éx. 5:2).
4. Cuando los pobres y necesitados se hallan bajo opresión y abuso. Esta maldad se
insinúa en el v. 5, donde Dios mismo toma nota de la opresión de los pobres y del
suspiro de los menesterosos.
5. Cuando abunda la maldad hasta tal punto que cunde descaradamente bajo la
protección o la vista gorda de los que están en autoridad (v. 8). «Porque la vileza es
exaltada entre los hijos de los hombres.»
II. Cuando los tiempos son tan malos, sirve de consuelo pensar:
1. Que tenemos un Dios a quien acudir para pedirle que salga a favor nuestro y nos
compense de los males que nos afligen. Con esto comienza precisamente David (v. 1):
«Salva oh Jehová …»
2. Que Dios tomará cuentas de seguro a los orgullosos y desleales; que castigará y
refrenará su insolencia. Los hombres no pueden descubrir a menudo la falsedad de los
aduladores, ni humillar la altivez de los que hablan con arrogancia; pero el Dios justo
arrancará los labios lisonjeros (v. 3). Así lo pide el salmista con toda confianza.
3. Que Dios llevará a cabo, a su debido tiempo, la liberación de sus hijos oprimidos
y les resguardará de los malignos designios de quienes les persiguen (v. 5b): «Ahora me
levantaré, dice Jehová». Cuando los opresores se hallen en el pináculo de su orgullo e
insolencia, cuando digan: «¿quién va a ser amo nuestro?» (v. 4), entonces es la hora de
Dios para hacerles saber, a costa de ellos, que está por encima de ellos. Y cuando los
oprimidos están en el fondo de su aflicción y desespero entonces es también la hora de
Dios para salir a favor de ellos, como salió a favor de Israel cuando los israelitas se
sentían más abatidos, y el faraón se sentía más exaltado. «Ahora me levantaré, dice
Jehová». Y añade Dios: «(le) pondré a seguro (lit.), es decir, le protegeré, le salvaré, le
restauraré de forma que no pierda nada por lo que haya sufrido, le cumpliré lo que él
anhela» (v. 5).
4. Que, aun cuando los hombres sean desleales, Dios es fiel (v. 6): Las palabras de
Jehová son palabras sinceras (lit. puras), como plata refinada, es decir, acrisolada siete
veces, esto es, perfectamente.
5. Que Dios se reservará de seguro un remanente suyo, por malos que sean los
tiempos (v. 7): «Tú, Jehová, nos guardarás; de esta generación nos preservarás para
siempre». En tiempos de general apostasía, el Señor conoce a los que son suyos y les
concederá gracia para que preserven su integridad.
SALMO 13
También este salmo es de David, salmo de lamentación amarga que acaba con
profesión de confianza y alabanzas a Dios. Tampoco se sabe con ocasión de qué
particular aflicción fue compuesto. I. David se queja de que Dios tarda en prestarle
auxilio (vv. 1, 2. Nótese ese cuádruple «¿Hasta cuándo?» en dos versos). II. Ruega
fervientemente a Dios que considere su caso y venga en su auxilio (vv. 3, 4). III. Se
asegura a sí mismo de obtener respuesta de paz y, por tanto, concluye el salmo con
notas de gozo y triunfo, pues sabe que su liberación es tan segura como si ya estuviese
realizada (vv. 5, 6).
Versículos 1–6
David, en su aflicción, derrama aquí su alma delante de Dios.
1. Siempre causa alivio al ánimo turbado dar suelta a sus pesares especialmente ante
el trono de la gracia, donde estamos seguros de hallar a uno que es afligido en las
aflicciones de su pueblo (Is. 63:9). Allá tenemos acceso libre mediante la fe,
literalmente «libertad de palabra» (gr. parrhesía). David llegó a pensar que Dios se
había olvidado de él. No es que una buena persona pueda dudar de la omnisciencia, de
la bondad y de la fidelidad de Dios, pero en un momento de enfado y temor puede
oscurecerse la mente y, cuando surge de una alta estima y de un ferviente deseo del
favor de Dios, aunque no exima de culpabilidad, puede perdonarse y excusarse, pues
una segunda reflexión llevará a la retractación y al arrepentimiento. Su mente estaba
llena de preocupación por lo que él creía el olvido de Dios (v. 1), la congoja le llenaba
el corazón cada día (v. 2). El pan de aflicción es algunas veces el pan cotidiano del
santo. Nuestro Señor mismo fue «varón de dolores» (Is. 53:3). La insolencia de sus
enemigos añadía nuevo pesar a la amargura de David. De ahí ese, cuatro veces repetido,
«¿Hasta cuándo?» y ese «para siempre» del versículo 1. Como si dijese: «¿Cuándo se
va a acabar esto? ¿Va a durar indefinidamente?» Es una tentación muy corriente,
cuando una aflicción dura mucho, pensar que no se va a acabar nunca; entonces la
desconfianza se convierte en desesperación, y quienes por largo tiempo han estado sin
gozo, comienzan, a la larga, a estar sin esperanza.
2. Sus quejas sirven de pábulo a sus plegarias (vv. 3, 4). Nunca nos debemos
permitir ninguna queja sino la que podamos derramar en presencia de Dios y la que nos
lleve a ponernos de rodillas. David pide a Dios que mire, que considere su caso, que le
responda en cuanto al objeto de sus quejas, y que le alumbre los ojos, no los de la cara,
sino los del corazón (Ef. 1:18). Los ojos de la fe por medio de la cual pueda ver por
encima, y a través, de las cosas que se perciben con los sentidos. Como si dijera:
«Señor, ayúdame a ver más allá de mis presentes apuros y a prever un feliz resultado de
ellos». Si no hay lumbre para sus ojos, se siente cercano a la muerte. Pero no es sólo por
escapar del sueño de la muerte por lo que pide alivio, sino también para que no se alegre
su enemigo y diga: «Lo vencí; ha caído; he prevalecido contra él y contra su Dios» (v.
4).
3. Sus plegarias se cambian pronto en alabanzas (vv. 5, 6): «… Mi corazón se
alegrará … Cantaré a Jehová … ». ¡Qué cambio tan sorprendente en tan pocas líneas!
Al comienzo del salmo, tenemos a David desanimado, acongojado, presto a hundirse en
la melancolía y la desesperación; pero al final le vemos regocijándose en Dios y
exaltado en alabanzas al Señor. Véase el poder de la fe y el poder de la oración, y cuán
bueno es acercarse a Dios. «En otros momentos de apuro—parece decir David—he
confiado en la misericordia de Dios y nunca me ha fallado; por eso, también en medio
de la presente aflicción, cuando parece que Dios esconde de mí su rostro, cuando hay
fuera conflictos y dentro temores (2 Co. 7:5), he confiado en la misericordia de Dios y
ella ha sido para mí ancla en la tormenta, con cuya ayuda, aunque he sido zarandeado,
no he sido anegado.» La fe en la misericordia de Dios llenaba el corazón de David de
gozo en la salvación que Dios le concedía (v. 5), pues el gozo y la paz vienen por el
creer (Ro. 15:13). «… en quien creyendo … os alegráis» (1 P. 1:8). Por eso, termina
David y dice (v. 6): «Cantaré a Jehová; cantaré en recuerdo del bien que me ha hecho
en otras ocasiones y, aunque nunca llegase a recobrar la paz que entonces tuve siempre
cantaría igualmente sus alabanzas».
Nota del traductor: Para información de nuestros lectores, es de notar que algunos
autores, para mantener mejor la unidad del salmo, rechazan el brusco cambio que
nuestras versiones efectúan en el versículo 5. Así por ejemplo, Arconada traduce los
versículos 5 y 6 del modo siguiente: «No vaya a decir mi enemigo: «Le pude» (v. 4 en
nuestras versiones), ni mis contrarios vayan a regocijarse si llegare a caer, cuando yo a
tu bondad me he confiado. Mi corazón pueda regocijarse en tu salvación, pueda yo
cantar a Jehová: “Me ha sido benéfico”». Ligeramente distinta es la traducción de la
Biblia de Jerusalén. Sin embargo, el texto hebreo, aunque no de una forma decisiva,
favorece a nuestras versiones, como lo reconoce la Nueva Biblia Española.
SALMO 14
También este salmo es de David, pero no se sabe en qué ocasión fue redactado. El
Apóstol, al citar parte de este salmo (vv. 2b, 3) para probar que tanto judíos como
gentiles están bajo pecado (Ro. 3:9–12) y que todo el mundo queda bajo el juicio de
Dios (Ro. 3:19), nos lo hace entender, en general, como una descripción de la
depravación de la naturaleza humana. En todos los salmos desde el 3 hasta el presente
(exceptuando el 8), David ha venido quejándose de los que le odiaban y perseguían.
Ahora señala el camino de estas malas corrientes hasta lo que es su fuente: la general
corrupción de la naturaleza, y ve que no sólo sus enemigos, sino también todos los
hombres, están corrompidos. Aquí tenemos: I. La declaración de culpabilidad de un
mundo perverso (v. 1). II. La prueba de esta declaración (vv. 2, 3). III. Una seria
amonestación a los pecadores, y especialmente a los perseguidores, a causa de ello (vv.
4–6). IV. Una oración de fe por la salvación de Israel y una gozosa expectación de dicha
salvación (v. 7).
Versículos 1–3
El pecado es la enfermedad endémica de la humanidad, y aquí se ve la malignidad
de tal enfermedad.
1. Véase su malignidad (v. 1) en dos cosas:
(A) El desprecio que hace del honor de Dios, pues siempre hay algo de ateísmo
práctico en el fondo de todo pecado: Dice el necio (hebr. nabal = el insensato malvado)
en su corazón: No hay Dios. No es un ateo teórico; en la Biblia no se presenta el caso de
alguien que niegue seriamente la existencia de Dios; se trata de personas que viven
como si Dios no existiera (v. Sal: 10:4, 11, 13); son los que no buscan a Dios (v. 2) ni le
invocan (v. 4). En este sentido, necio se opone a sabio, el cual teme a Dios, guarda sus
mandamientos y se aparta del mal.
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Salmos

  • 1. SALMOS La historia de Israel nos lleva a los campamentos y a los concejos y cortes de los gobernantes; de esta forma nos instruye en el conocimiento de Dios. El libro de Job nos conduce a las escuelas donde se disputa sobre Dios y su Providencia. Pero el libro de los Salmos nos guía hasta el santuario, donde, lejos de políticos y filósofos, podemos tener comunión directa con Dios, al levantar el corazón hasta Él. Así podemos estar en el monte con Dios. I. Título del libro. Se le llama los Salmos; con este título se alude a él en Lucas 24:44. 1. Los hebreos lo llaman tehillim, alabanzas, porque muchos salmos son de alabanza; pero el vocablo castellano proviene del griego psalmós, que significa toda composición métrica a propósito para ser cantada, especialmente con el acompañamiento del «salterio»; en este sentido, pueden ser históricos, doctrinales, de súplica o de alabanza. Aunque el canto suele expresar gozo, el objeto de estas composiciones es venir en ayuda de la memoria y expresar otros afectos o sentimientos, aunque no sean de gozo. Los sacerdotes tenían melodías de júbilo y de duelo, y la institución divina de cantar salmos tiene este objetivo más amplio, pues se nos exhorta no sólo a alabar a Dios, sino también a «enseñarnos y a amonestarnos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en nuestros corazones al Señor con salmos, himnos y cánticos espirituales (Col. 3:16)». 2. También se le llama el Libro de los Salmos, pues así es citado por S. Pedro (Hch. 1:20). Es una colección de salmos inspirados por Dios. II. Autor del libro. El autor principal es el Espíritu Santo: son cánticos espirituales. El redactor humano de gran número de ellos fue David el hijo de Isaí, por lo que se llama «el dulce cantor (lit. salmista) de Israel» (2 S. 23:1). Algunos que no llevan expreso su nombre son citados como de él en otros lugares, como el Salmo 2 (Hch. 4:25) y los Salmos 96 y 105 (1 Cr. 16). Un salmo se dice expresamente que es la oración de Moisés (Sal. 90); el redactor de algunos fue Asaf, según se insinúa en 2 Crónicas 29:30, donde se habla de alabar a Jehová con las palabras de David y de Asaf vidente. Otros, en fin, fueron redactados mucho más tarde como el Salmo 137, en el tiempo de la cautividad de Babilonia. III. Su objeto. No cabe duda de que tienen por objeto: 1. Servir de ayuda en los ejercicios de piedad y excitar en el corazón del creyente los devotos afectos que debemos albergar hacia Dios como nuestro Creador, Señor, Gobernador, y Bienhechor. El libro de Job ayuda a demostrar nuestros principios básicos sobre las perfecciones de Dios y de su Providencia, pero éste nos ayuda a elevarnos a Dios en alabanzas y profesiones de dependencia de Él. Otras porciones de la Escritura muestran que Dios está infinitamente por encima de los hombres, pero éste nos muestra que hay medios de guardar la comunión con Él en medio de las diversas condiciones de la vida cotidiana. 2. Mostrar las excelencias de la religión revelada de la mejor forma en que puede ser recomendada a los hombres. Hay en los Salmos poco o nada de la ley ceremonial. Aunque los sacrificios y ofrendas habían de continuar aún por varios siglos, son presentados aquí, sin embargo, como cosas a las que Dios da un valor muy relativo, y hasta nulo, en comparación con el sacrificio interior del corazón (Sal 40:6; 51:16). Pero los aspectos espirituales y morales de la ley que, de algún modo, habían de permanecer en vigencia, se hallan aquí enaltecidos y recomendados. Y Cristo, que es centro y corona de la religión revelada, es aquí claramente aludido en tipo y profecía, en sus padecimientos y la gloria que había de seguírsele, así como en su reinado triunfal en el mundo. IV. Su utilidad. Toda Escritura es útil (v. 2 Ti. 3:16, 17) para llevar luz a nuestro entendimiento, pero este libro es de singular utilidad para infundir en nuestro corazón
  • 2. vida divina, poder espiritual y santo fervor. 1. Es útil para el canto en los cultos, ya en comunidad o en privado, especialmente cuando se traducen de acuerdo con las normas métricas, el ritmo y la rima de los idiomas respectivos. Son poemas divinos, que nunca se pasan de moda. 2. Es también útil para que lo lean los ministros de Dios, pues contiene verdades excelentes y normas concernientes a lo que se debe, o no se debe, hacer. 3. Es de gran utilidad para que lo lean y lo mediten todas las personas buenas. Las experiencias de los salmistas son de gran provecho para nuestra enseñanza, nuestra precaución y nuestro aliento. Al decirnos lo que pasaba entre su alma y Dios, nos permite saber lo que podemos esperar de Dios, y lo que espera Dios de nosotros. Si nos familiarizamos con los salmos de David, sea cual sea el asunto que nos lleve al trono de la gracia, hallaremos palabras aptas para revestirlo y sanas expresiones que están fuera de todo reproche. De sumo provecho es tomar un salmo determinado, meditar y orar sobre él y ofrecer a Dios nuestras propias meditaciones, conforme surgen de las expresiones que hallamos allí. No es solamente nuestra devoción la que encuentra ayuda y estímulo con este libro, al enseñarnos cómo alabar y glorificar a Dios, sino también nuestra conducta entera halla aquí una dirección segura, pues nos enseña cómo ordenar nuestro camino, con lo que, en fin de cuentas, nos será mostrada la salvación de Dios (Sal. 50:23). Para los judíos del Antiguo Testamento, los Salmos cumplían todos estos objetivos, pero todavía pueden sernos de mayor utilidad aún a los cristianos, pues, así como los sacrificios de Moisés eran figura y sombra del sacrificio de Cristo, así también los salmos de David quedan explicados y hechos más inteligibles mediante el evangelio de Cristo, el cual nos introduce dentro del velo. Los siete salmos llamados «penitenciales» han sido, de modo especial, objeto favorito de la devoción de muchos. Se reconocen como tales los Salmos 6, 32, 38, 51, 102, 130 y 143. El libro se divide en cinco partes las cuales concluyen cada una de ellas con «Amén y Amén» o «Aleluya». La primera parte concluye con el Salmo 41; la segunda, con el 72; la tercera, con el 89; la cuarta, con el 106; y la quinta, con el 150. SALMO 1 Este es un salmo de instrucción con respecto al bien y al mal, y pone ante nosotros vida y muerte, bendición y maldición, a fin de que tomemos el camino recto que lleva a la felicidad, y evitemos el que de cierto conduce a la miseria y a la ruina. Nos muestra: I. La santidad y la dicha de una persona piadosa (vv. 1–3). II. La pecaminosidad y la miseria del malvado (vv. 4, 5). III. El fundamento y la razón de ambos casos (v. 6). Versículos 1–3 El salmista comienza por el carácter y la condición del piadoso. 1. El Señor conoce por su nombre a los que son suyos (Nm. 16:5; 2 Ti. 2:19), pero nosotros hemos de conocerlos por su carácter, el cual se nos presenta aquí mediante las normas que escoge para su conducta: A) El hombre piadoso (v. l) no anda en consejo de malos, etc. Se pone primero esta parte de su carácter, porque apartarse del mal es el primer paso por el que comienza la sabiduría. (a) Ve en torno suyo malhechores, de los que el mundo está lleno. Se describen aquí por medio de tres epítetos: malos, pecadores, escarnecedores. Primero son malvados, carentes de temor de Dios. Cuando falta este temor de Dios, el hombre muestra ser pecador, en abierta rebelión contra Dios. Las omisiones abren el camino a las comisiones y así se endurece, a la larga, el corazón de tal manera que los pecadores se hacen escarnecedores, desprecian todo lo sagrado, y se burlan de la piedad y toman a broma el pecado. El vocablo hebreo para malos (mejor, malhechores) indica una persona que no se somete a ninguna norma, sino que se deja llevar de todo mal deseo. La persona piadosa no puede menos de ver con tristeza a los tales, cuyos criterios son tan insensatos y tan opuestos a los suyos. (b) Por consiguiente, no anda según los
  • 3. consejos, los criterios, de ellos. No sigue sus principios, ni toma el camino de ellos, ni se sienta para participar en el corro de los burladores, lo cual equivaldría a asociarse con quienes promueven el reino del diablo. B) En cambio, el piadoso, para hacer el bien, se somete a la dirección de la Palabra de Dios, y se familiariza con ella (v. 2). Todos los que se deleitan en que haya un Dios han de deleitarse también en que haya una Biblia, la revelación de Dios y de su voluntad, y del único camino hacia la dicha en Él: En su ley medita de día y de noche (comp. Jos. 1:8). El estudio y la práctica de la Ley de Dios es la delicia del hombre piadoso, como el autor del Salmo 119. El verbo hebreo para meditar significa literalmente musitar: leer y dialogar consigo mismo sobre las grandes cosas que la Biblia contiene, fijarlas en la mente y en el corazón y experimentar en la vida el sabor y el poder de ellas. 2. Seguridad que se da al piadoso de que ha de disfrutar de las bendiciones de Dios. El salmo comienza literalmente: «¡Oh, las bendiciones del varón!, etc.» (el hebreo ashrey es plural). La bondad y la santidad no sólo son el camino hacia la felicidad (Ap. 22:14), sino que se identifican con la felicidad misma; aun cuando no hubiese otra vida después de ésta, el hombre que va por el camino del deber es ya un hombre dichoso. Será como árbol, fructífero y floreciente, pues las bendiciones divinas producen efectos reales. El justo es plantado por la gracia de Dios; por naturaleza, todos somos olivos silvestres y continuamos siéndolo hasta que somos injertados por un poder de arriba celestial. Nunca crece por sí mismo un buen árbol; es plantío de Jehová para ser árbol de justicia y en ello ha de ser glorificado Dios (Is. 61:3). Es plantado junto a los medios de gracia, llamados aquí corrientes de aguas; de aquí saca el justo provisión abundante de fuerza y vigor, pero de forma secreta, oculta a las miradas de la gente. De quienes participan de los medios de gracia ha de esperarse que, tanto en sus criterios como en su conducta, respondan a las intenciones de la gracia y lleven fruto. Y su hoja no cae. Su follaje no se marchita, sino que son de hoja perenne. En cuanto a los que muestran solamente las hojas de profesión cristiana, sin fruto alguno, las hojas mismas, al fin, se marchitarán y caerán; pero si la Palabra de Dios gobierna el corazón, la profesión se conservará siempre verde y fresca; tales laureles no se marchitan. Versículos 4–6 1. Se describe ahora el carácter de los malvados (v. 4): (A) En general, son el reverso de los justos tanto en carácter como en condición: no llevan fruto, sino agraces de Sodoma que inutilizan la tierra. (B) En particular, mientras los justos son como árboles útiles, valiosos y fructíferos, los malvados son como el tamo que arrebata el viento son como la parte más liviana de la paja, el polvo que el amo de la era quiere ver lejos de allí, puesto que para nada sirve. 2. Se describe luego el destino final de los malvados (v. 5): No se argüirán en el juicio, es decir, serán hallados culpables, y no tendrán lugar alguno en la congregación de los justos, pues ninguna cosa manchada ha de entrar en la Nueva Jerusalén. En este mundo, no es cosa difícil para los hipócritas, bajo la máscara de una plausible profesión de fe, penetrar en la congregación de los justos y permanecer allí sin ser descubiertos ni perturbados (v. 1 Jn. 2:19), pero a Dios no se le puede engañar, aunque puedan ser engañados sus ministros. 3. La razón que se da de este final tan distinto de los buenos y los malos (v. 6). Jehová conoce, es decir, aprueba complacido y remunera la conducta de los justos, por lo que les hace dichosos y prósperos (al menos, espiritualmente), pero está airado contra la senda de los malos la cual, ya de suyo, lleva a los hombres a la ruina y a la perdición (Ro. 6:23).
  • 4. Al cantar estos versículos, y orar sobre ellos, dejémonos poseer de un santo temor de la porción del malvado y de una santa diligencia en presentarnos a Dios aprobados en todo, y busquemos su favor de todo corazón. SALMO 2 Es este un salmo mesiánico y regio (como también los Sal. 18, 20, 21, 45, 72, 89, 101, 110, 132 y 144). Bajo el tipo del reino de David (dispuesto por Dios, opuesto por muchos, pero prevaleciendo al fin), se profetiza aquí el reino del Mesías, el Hijo de David (v. Hch. 4:25–27; 13:33; He. 1:5). En él nos predice el Espíritu Santo: I. La oposición que había de hacerse al Reino del Mesías (vv. 1–4). II. La represión y el castigo de tal oposición (vv. 4, 5). III. La erección del reino de Cristo a pesar de dicha oposición (v. 6). IV. La confirmación y el establecimiento del reino mesiánico (v. 7). V. La promesa de su ampliación y éxito (vv. 8, 9). VI. Un llamamiento y una exhortación a los reyes y príncipes a que se sometan voluntariamente a ser súbditos de este reino (vv. 10–12). Versículos 1–6 Tenemos una gran lucha entre el reino de Cristo y los que se oponen a Él. Vemos: I. La tremenda oposición que se hace al Mesías y a su reino (vv. 1–3). Habría de esperarse que una bendición tan grande para este mundo fuese universalmente bienvenida y acogida. Sin embargo, no hubo jamás una doctrina o una escuela de filósofos, ni gobierno alguno de este mundo, que haya sufrido una oposición tan violenta como la doctrina y el gobierno de Cristo. Las naciones y los pueblos, las cortes y los países, van a veces por caminos opuestos, pero aquí les vemos a todos unidos contra Cristo. Aunque su reino no es de este mundo ni entra dentro de su programa el debilitar los intereses terrenos, reyes y pueblos se alzan inmediatamente en armas. Así como los filisteos con sus jefes, tanto como Saúl y sus cortesanos, se oponían a que David accediese al trono, así también Herodes y Pilato, gentiles y judíos, extremaron su violenta oposición contra Cristo y su obra benéfica (Hch. 4:27). 1. «Se levantan … contra Jehová y contra su ungido» (v. 2), esto es, contra toda religión en general y contra el cristianismo en particular. El gran autor de nuestra religión es llamado aquí el ungido (hebr. Meshiaju) de Jehová, tipificado en el ungido David. Musitan o rumorean (v. 1. El mismo verbo que en 1:2), aquí con rabia, en violenta y malvada oposición al reino del Mesías, métodos para suprimir o impedir los avances de dicho reino en el mundo. 2. «Conspiran juntamente, etc.»(v. 2). Es una oposición combinada, confederada, para ayudarse y animarse unos a otros. Si Jehová y su Mesías les hiciesen ricos y grandes en este mundo, y si contemporizasen con sus violencias e injusticias, les darían la bienvenida; pero, al frenar sus concupiscencias y sus pasiones corrompidas, no quieren que ese hombre reine sobre ellos (Lc. 19:14). Cristo tiene para nosotros ligaduras y cuerdas: vínculos morales que nos unen a Él y conducen a nuestra dicha, porque son cuerdas humanas, cuerdas de amor (Os. 11:4). ¿Por qué se oponen los hombres a la ley de Dios para seguir sus propios caminos, cuando son cosas vanas? No pueden presentar ninguna razón válida para oponerse a una causa tan justa y a un gobierno tan bueno y generoso. Tampoco pueden esperar éxito alguno al oponerse a un rey tan poderoso. II. La tremenda derrota que les espera a los rebeldes coligados. El perfecto reposo de la Mente Eterna ha de ser nuestro consuelo bajo todo lo que amenace perturbar nuestra mente. Nosotros somos zarandeados en la tierra y en el mar, pero Él se sienta (lit. v. 4) en los cielos, donde tiene listo su trono para el juicio. 1. Los vanos intentos de los enemigos de Cristo no merecen otra cosa que el ridículo: Dios (hebr. Adonay = el Señor Soberano) se reirá de ellos.
  • 5. 2. Serán justamente castigados (v. 5). Aunque Dios desprecia la impotencia de ellos, también está airado contra la perversidad de ellos. Los enemigos pueden enfurecerse contra Dios, pero no le pueden hacer daño. Son ellos los que se hacen daño a sí mismos al oponerse al establecimiento del reino de Dios. 3. Son indudable e, ineludiblemente, derrotados; todos sus planes (vv. 1–3) se vienen al suelo: «Yo mismo—dice Jehová—he instalado (lit. ungido) a mi rey sobre Sion, mi santo monte» (v. 6). Jesucristo es Rey, y Dios se complace en llamarle su Rey, porque Él le ha nombrado, le ha ungido con el Espíritu Santo (Is. 61:1) y a Él solo ha entregado la administración del gobierno y el juicio; en Él tiene el Padre todas sus complacencias. Hemos de cantar estos versículos con santa exultación, triunfantes en Cristo, a la vez que oramos con fervor: «Venga tu reino», pues Dios realmente reina cuando las gentes se someten al gobierno de Cristo. Versículos 7–9 Veamos ahora lo que el Mesías mismo va a decir de su reino. 1. El reino del Mesías está fundado sobre un decreto eterno de Dios el Padre (v. 7). No ha sido una súbita resolución, ni la prueba de un experimento, sino el resultado de los consejos de la sabiduría divina. 2. El decreto se publica para conocimiento y satisfacción de todos los que son llamados a someterse al rey como súbditos, y para dejar sin excusa a los que no quieren que Cristo reine sobre ellos. Cristo presenta aquí un doble título para su reino: (A) El título de herencia (v. 7): «Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy». En Hebreos 1:5 se cita esta Escritura para mostrar que Cristo tiene más excelente nombre que los ángeles, y lo tiene por herencia (He. 1:4). «El Padre ama al Hijo, y todas las cosas las ha entregado en su mano» (Jn. 3:35). Siendo el Hijo, e Hijo único, es el heredero de todas las riquezas del Padre. (B) El título de mutuo acuerdo (vv. 8, 9), que consiste en que el Hijo se compromete a tomar las riendas del gobierno que Jehová pone en sus manos. Dice Arconada: «Pídemelo no es condicional, ni propiamente exhortativo, sino, como el imperativo de 110:2, equivale a un futuro enérgico, y es forma poética de indicar el innato derecho propio del “Hijo de Jehová” y la facilidad de poseer cuanto a Él pertenece». 3. Se le prometen al Mesías las naciones hasta los confines de la tierra (v. 8); no sólo los judíos, sino también los gentiles. Gran parte del mundo de la gentilidad recibieron el Evangelio cuando fue predicado por primera vez, pero esta Escritura tendrá cumplimiento final y pleno cuando los reinos de este mundo pasen a ser los reinos de nuestro Señor y de su Cristo (Ap. 11:15). Es entonces cuando con cetro de hierro (v. 9) quebrantará a los que no se le sometan por amor. Esto se cumplió en parte cuando fue destruida Jerusalén por el poder romano y, cuando más tarde, fue establecida la religión cristiana con la destrucción oficial del paganismo, pero no se cumplirá plenamente hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies (1 Co. 15:24, 25. V. Sal. 110:5, 6). Al cantar esto, y orar por ello, hemos de glorificar a Cristo como al Hijo de Dios y Señor legítimo nuestro, y tomar aliento con esta promesa de que el reino del Mesías será establecido triunfante de toda oposición. Versículos 10–12 Aplicación práctica de esta enseñanza concerniente al reino del Mesías, al exhortar el salmista a los reyes y jueces de la tierra a que dejándose de cosas vanas (v. 1), sean sensatos (v. 10) y se sometan de buena gana al gobierno de Cristo. El que tiene poder para destruirlos muestra que no se complace en su destrucción, puesto que les exhorta a
  • 6. tomar una actitud que puede conducir a su felicidad. Lo que se dice a ellos, se dice a todos. Así que somos exhortados: 1. A reverenciar a Dios (v. 11), pues toda nuestra adoración, así como nuestra conducta, ha de comenzar por un santo temor de Dios; es cierto que nos hemos de alegrar en el Señor (Fil. 4:4), pero hemos de alegrarnos con temblor (v. 11b), es decir, con sentido de nuestra responsabilidad. Nuestra salvación se ha de llevar a cabo con temor y temblor (Fil. 2:12), frase que significa: con respeto y sentido de la responsabilidad. 2. A dar nuestra acogida a Jesucristo y someternos a Él (v. 12), pues este es el núcleo del cristianismo. (A) Hemos de besar al Hijo (v. 12, lit.) con el gesto del vasallo que besa la mano de su señor y, además, con el gesto del amor sincero al que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros (v. Gá. 2:20) y nos sigue amando (Ap. 1:5; participio de presente en el original). (B) Las razones que respaldan este mandato divino: (a) La ruina segura de quienes rechacen a Cristo (v. 12a), ya que perecerán al enojarle; (b) la felicidad de quienes se sometan a Él (v. 12b), ya que son dichosos todos los que en Él se refugian (lit.). Dichosos verdaderamente son los que, al haber recibido a Cristo, tienen en Él su refugio y patrón en el día de la ira, pues mientras el corazón de los otros desfallezca de miedo, el corazón de ellos exultará de gozo. Al cantar esto, y orar sobre ello, hemos de sentir el corazón lleno de un santo temor de Dios y, al mismo tiempo, de una alegre confianza en Cristo, en cuya mediación podemos consolarnos y animarnos a nosotros mismos, así como unos a otros. SALMO 3 Así como el salmo anterior nos mostraba la dignidad regia del Mesías Redentor, así el presente nos muestra la paz y seguridad de los redimidos en la persona de David, quien, al escribir este salmo, huía de su palacio y de la ciudad santa a causa de la rebelión de su hijo Absalón. Aquí David: 1. Se queja a Dios de sus enemigos (vv. 1, 2). II. No obstante, confía en Dios como en su protector poderoso (v. 3). III. Recuerda la satisfacción que obtenía en las favorables respuestas que Dios daba a sus oraciones así como su experiencia de la bondad de Dios hacia él (vv. 4 5). IV. Triunfa sobre sus temores (v. 6) y sobre sus enemigos (v. 7). V. Da a Dios la gloria y toma para sí el consuelo de las bendiciones divinas y de la salvación que está asegurada a todos los hijos de Dios (v. 8). Versículos 1–3 El título de este salmo, y el de muchos otros, es como una llave colgada a la misma puerta para abrirlo. Cuando conocemos la ocasión en que se compuso el salmo, tenemos la clave para interpretarlo mejor: 1. David estaba en gran apuro; cuando, en su huida, subió al monte de los Olivos, lloró amargamente, iba con la cabeza cubierta y a pie descalzo; sin embargo, fue entonces cuando compuso este salmo de confianza: lloró y oró, lloró y cantó, lloró y creyó. ¿Está alguno afligido a causa de la desobediencia y rebeldía de sus hijos? David lo estaba, pero eso no le estorbó su gozo en Dios, ni le hizo cantar fuera de tono sus cánticos sagrados. 2. Estaba en gran peligro; el complot era fuerte, formidable el partido de sus enemigos, y a la cabeza de ellos su propio hijo, de forma que su situación parecía extrema; pero fue entonces cuando se asió del poder de Dios. Los sustos y los peligros nos habrían de conducir a Dios, en lugar de alejarnos de Él. 3. Era provocado por aquellos de quienes tenía motivos para esperar mejores cosas: por su hijo, con quien había sido indulgente, y por sus súbditos, a quienes había colmado de beneficios. 4. Padecía por su pecado en el asunto de Urías, pues éste era el mal por el que Dios le había amenazado con la rebelión de su misma casa (2 S. 12:11); pero no por eso perdió su confianza en el poder y en la bondad de Dios, ni desesperó de obtener su socorro. Incluso nuestro pesar por el pecado no ha de estorbar ni nuestro
  • 7. gozo ni nuestra esperanza en Dios. 5. Parecía una cobardía huir delante de Absalón y abandonar la ciudad santa antes de haber librado una sola batalla; sin embargo, por lo que vemos en este salmo, estaba lleno de santa valentía, surgida de su fe en Dios. En estos tres versículos apela a Dios. ¿A quién, sino a Él, deberíamos acudir cuando algo nos apena o nos asusta? David acude a Dios: I. Con una presentación del aprieto en que se halla (vv. 1, 2). Mira en torno de sí, como echando un vistazo al campamento de sus enemigos. David se había adueñado del corazón de sus súbditos mejor que cualquier otro rey pudo haberlo obtenido; sin embargo, ahora lo había perdido súbitamente. Se habían levantado contra él y le perseguían a muerte. No sólo esto; decían: «No hay para él salvación en Dios». Sacaban maliciosas conclusiones del aprieto en que se veía como lo habían hecho de la aflicción de Job sus tres amigos. Pensaban que, puesto que le habían abandonado sus servidores y súbditos también Dios le había desamparado a él y había abandonado su causa y, por lo tanto, había que considerarle como un malvado y un hipócrita. Se esforzaban por sacudir la confianza que tenía él en Dios y llevarle a desesperar de recibir socorro celestial. David acude a Dios y le declara lo que sus enemigos dicen de él. Al final de los versículos 2, 4 y 8 aparece el vocablo hebreo selah, que significa pausa. Esta señal—nota del traductor—servía, no sólo para hacer una pausa, sino especialmente como indicación litúrgica y musical. II. Con una profesión de su dependencia de Dios (v. 3). cuando sus enemigos dicen: «No hay para él salvación en Dios» (v. 2), él clama con tanta mayor seguridad (v. 3): «Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí para defenderme, ya que mis enemigos me rodean por todas partes; tú eres mi gloria y el que levanta mi cabeza». Si, en el peor de los casos, los hijos de Dios pueden levantar con gozo la cabeza, sabiendo que todo cooperará para su bien, reconocerán que es Dios quien les levanta la cabeza, dándoles motivo para alegrarse y corazón para regocijarse. Versículos 4–8 David se ha asido de su Dios ante la oposición sañuda de los que se sublevaban contra él, y había ganado valor y confianza para mirar hacia arriba cuando, al mirar en torno suyo, todo servía para causarle desánimo. Ahora mira hacia atrás con agradables reflexiones, y hacia delante con agradable expectación de un feliz resultado al que había de dar paso en breve la oscura situación en la que al presente se hallaba. 1. David había sido ejercitado en muchas dificultades, se había visto con frecuencia oprimido y en grave aprieto; pero siempre había hallado en Dios al Todosuficiente. (A) Sus apuros le habían puesto siempre de rodillas y, en medio de todos sus peligros y dificultades, había podido prestar a Dios su reconocimiento y levantar a Él el corazón y la voz (v. 4): «Con mi voz clamé a Jehová». (B) Siempre había hallado a Dios dispuesto a responder a su oración: «Y Él me respondió desde su monte santo», el monte santificado por la presencia del Arca, de sobre la cual solía responder a quienes le buscaban. Cristo ha de ser entronizado Rey sobre Sion, el monte santo de Dios (2:6) y mediante tal Intercesor, al que el Padre escucha siempre, son escuchadas nuestras oraciones. (C) David se había encontrado siempre a salvo bajo la protección divina (v. 5): «Yo me acosté y dormí, tranquilo y seguro, y desperté con nuevas fuerzas, porque Jehová me sostenía». (a) Esto es aplicable a las bendiciones ordinarias de cada noche, de lo que habríamos de dar gracias, tanto en privado como en familia, cada mañana. (b) Pero aquí parece referirse a la maravillosa calma y seguridad del ánimo de David en medio de sus peligros. Al haber encomendado, en oración, su persona y su causa a Dios, y al estar seguro de su protección, su corazón estaba tranquilo y en paz.
  • 8. (D) Dios había quebrantado con frecuencia el poder y la maldad de los enemigos de David, y los había dejando confusos («heridos en la mejilla») y sin poder («con los dientes quebrantados»), versículo 7. 2. Véase con qué confianza se encara con los peligros que tiene delante: (A) Sus temores estaban silenciados (v. 6): «No temeré a diez millares de gente, ya sea de invasión extranjera o de sublevación intestina, que pongan sitio contra mí, o acampen en derredor de mí». Cuando David huía de Absalón, le pidió a Sadoc que volviese el Arca de Dios a la ciudad y, dudando del resultado de la contienda, concluyó en actitud de humilde penitente: «Aquí estoy; haga de mí lo que bien le parezca» (2 S. 15:26). Pero ahora, en actitud de firme creyente, habla confiadamente y sin temor acerca del resultado. (B) Sus oraciones rebosaban ánimo y aliento (v. 7). Creía en Dios como en su Salvador, aun cuando oraba con urgencia: «Levántate, Jehová; sálvame, Dios mío». (C) Su fe salió triunfante. Comenzó el salmo quejándose de la fuerza y malicia de sus enemigos, pero lo concluye gozándose en el poder y la gracia de su Dios, pues ve que los que están con él son más que los que están contra él (v. 2 R. 6:16; 2 Cr. 32:7; Sal. 55:18; Ro. 8:31; 1 Jn. 4:4). Basa aquí su confianza en dos grandes verdades: (a) «La salvación es de Jehová» (v. 37:39; Jon. 2:9; Ap. 7:10; 19:1). Él tiene poder para salvar, por muy grande que sea el peligro en que nos hallemos. (b) «Tu bendición sobre tu pueblo» (lit.). No sólo tiene Dios poder para salvarles, sino también para asegurarles su gracia y sus bendiciones; de ello podemos estar seguros, aunque no sean visibles los efectos de tales bendiciones (nota del traductor. Aunque no hay verbo en el hebreo, no hay duda de que la frase tiene sentido de súplica: «Sobre tu pueblo SEA tu bendición». También es de notar que la numeración de los versículos de este salmo es diferente en la Biblia Hebrea—y en otras versiones—de la que aparece en nuestra Reina-Valera. Ello se debe a que en ésta el título del salmo no entra en la numeración, mientras que en aquéllas forma el versículo 1, con lo que el salmo tiene nueve versículos en lugar de ocho). SALMO 4 David era también predicador y muchos salmos suyos son doctrinales, no sólo devocionales. La mayor parte de este salmo es como un sermón. I. Comienza con una breve oración (v. 1) y se pone a predicar: II. Se dirige a los hijos de los hombres, es decir, a los hombres en su condición pecadora, y 1. Les reprende, en nombre de Dios, por el deshonor que dan a Dios y el daño que se hacen a sí mismos (v. 2). 2. Pone delante de ellos la dicha que proporciona la piedad, a fin de animarles a ser piadosos (v. 3). 3. Les exhorta a que consideren sus caminos (v. 4). III. Les anima a servir a Dios y poner su confianza en Él (v. 5). IV. Refiere sus propias experiencias de la gracia de Dios que obra en él (vv. 6–8). En cuanto a la numeración de versículos, tenemos aquí el mismo caso que en el salmo anterior (nota del traductor). Versículos 1–5 El título del salmo nos da a conocer que David, tras componer este salmo por divina inspiración, lo entregó al director de música de la congregación, para ser cantado sobre Neguinoth es decir (con la mayor probabilidad), con acompañamiento de instrumentos de cuerda. Para la constitución de las distintas clases de cantores, véase 1 Crónicas 25. I. David se dirige a Dios (v. 1). El que Dios se digne escuchar nuestras oraciones y las responda se debe, no a nuestro esfuerzo ni a nuestros méritos, sino únicamente a su gracia. A dos cosas apela aquí David: 1. A la justicia de su causa. «Dios de mi justicia» (v. 1) «no equivale aquí a Dios justo, sino al Dios que conoce mi justicia y conforme a ella me trata» (Arconada). Lo dice con humildad, pues la humildad no se opone a la verdad. 2. A la experiencia que tenía del socorro divino: «En mi angustia me diste
  • 9. espacio» (lit.); es decir, cuando me hallaba en aprieto, en estrechura, me sacaste a libertad, a lugar amplio. Apoyado en estas dos cosas, clama confiadamente: «Ten misericordia de mí y oye mi oración». II. Luego se dirige a los hombres, a fin de convencerles de pecado y exhortarles a volverse a Dios. 1. Se esfuerza en convencerles de la insensatez de su impiedad (v. 2): «Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo volveréis mi honra (lit. gloria) en infamia?» Los que profanan el nombre de Dios, así como los que ridiculizan su Palabra y sus otros medios de gracia, convierten en infamia la honra y gloria que Dios se merece, aun cuando profesen externamente una piedad cuyo poder no conocen. Además, se hacen daño a sí mismos, pues van en busca de la vanidad y de la mentira, es decir, de cosas sin consistencia alguna; en el contexto presente, en busca de objetivos que están abocados al fracaso más rotundo. Todos los que aman las cosas mundanas, van en busca de vaciedades engañosas. No se puede negar—nota del traductor—que la primera parte del versículo ofrece cierta dificultad, por lo que los LXX vertieron: «… ¿hasta cuándo (estaréis) endurecidos de corazón?» Sin embargo, si atendemos a una expresión similar del Salmo 3:3, es muy probable que lo que David declara es: «… ¿hasta cuándo deshonraréis al que es mi gloria?» 2. Les muestra el peculiar favor que Dios muestra a los piadosos (implícitamente se refiere a sí mismo, como se ve por el contexto), la protección especial que les otorga y los singulares privilegios que les confiere (v. 3). Es tremendo el peligro en que se precipitan los que ofenden a uno de los pequeñuelos que creen en Dios (Mt. 18:6). Dios dice que quien les toca a ellos es como si tocara la niña de su ojo (Zac. 2:8); y Él hará que los perseguidores lo sepan tarde o temprano. «Y ellos serán míos, dice Jehová de los ejércitos, mi propiedad personal en el día que yo actúe» (Mal. 3:17). 3. Les amonesta contra el pecado (v. 4): Temblad y no pequéis». El verbo hebreo ragaz indica conmoción, ya física, ya psíquica (sea de miedo o de ira), mientras que el verbo jatá = pecar significa «errar el blanco». En este contexto, Arconada sugiere la siguiente interpretación: «Temed ir contra la voluntad de Jehová, que me favorece, porque hará inútiles vuestros conatos de contradicción». La cita de Pablo, en Efesios 4:26, se apoya en los LXX, y viene a significar, según la autorizada opinión de W. Hendriksen: «Que vuestra ira no sea pecaminosa». Un buen medio para no pecar al estar airados es refrenar la lengua y meditar, como expresa la 2.a parte del versículo 4: «Meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y callad». Una persona reflexiva lleva camino de ser una persona sabia y prudente. Es conveniente examinar nuestra conciencia al acostarse para ver en qué hemos fallado durante el día y arrepentirnos de ello. 4. Les aconseja que tomen conciencia de sus deberes para con Dios (v. 5): «Ofreced sacrificios de justicia, es decir, con el rito debido y las indispensables condiciones internas, y confiad en Jehová, puesto que quien cumple con sus deberes para con Dios, puede estar seguro de la protección divina». Cuando la piedad es sincera, por proceder de un corazón recto, bien se puede confiar en la gracia y en la providencia de Dios. Versículos 6–8 1. El insensato deseo de los mundanos (v. 6): «Muchos son los que dicen: ¿Quién nos mostrará el bien?» De qué clase de bien hablan se colige por el final del versículo 7. Se gozaban en el incremento de sus cosechas de cereales y de vino. Todo lo que deseaban era la abundancia de los bienes de este mundo, para abundar en los deleites de los sentidos. Preguntan por un bien que pueda verse y palparse, pero no muestran interés por las cosas que no se ven y sólo se perciben por la fe. Así como se nos enseña a rendir culto de adoración a un Dios invisible (Jn. 4:24; 1 Ti. 6:16; etc.), así también se
  • 10. nos enseña a buscar bienes invisibles (2 Co. 4:18). Con los ojos de la fe podemos ver cosas más lejanas que las que podemos ver con los ojos de la cara. Lo que los mundanos desean es un bien exterior, presente, pequeño y perecedero: buena comida, buena bebida, buen negocio y buena hacienda; y ¿qué son todas estas cosas comparadas con un buen Dios y un buen corazón? Cualquier bien puede servir a los deseos de la mayoría de los hombres, pero los espíritus selectos no se alimentan de bazofia; los hijos de Dios tienen, por su gracia, más refinado el gusto espiritual. 2. La sabia elección que hacen los piadosos. David, y los pocos piadosos que estaban de su parte, elevaban a Dios esta oración (v. 6b): «Alza sobre nosotros, oh Jehová, la luz de tu rostro» (v. Nm. 6:26; Sal. 31:16; 80:3, 7, 19). David y sus amigos escogen por bien suyo y meta de su felicidad el favor de Dios; éste es el bien que, según ellos sabiamente valoran, es mejor que todos los bienes de la vida terrenal. Aun cuando David habla solamente de sí en los versículos 7 y 8, en esta oración del versículo 6 habla también en nombre de otros, como Cristo nos enseñó a orar: «Padre nuestro». Todos los hijos de Dios se acercan al trono de Dios con las mismas peticiones y parecidos problemas, y en esto todos son uno, pues todos aspiran al favor de Dios como al sumo bien. Aprendamos a orar por otros así como por nosotros mismos, porque en el favor de Dios hay bastante para todos y nunca tendremos de menos por compartir con otros lo que tenemos. Lo que constituye el motivo del regocijo de David es precisamente eso (v. 7): «Tú diste alegría a mi corazón». Cuando Dios pone gracia en el corazón, pone también alegría, no superficial, sino sólida y sustancial. Bien puede David terminar el salmo (v. 8) con esta frase: «En paz me acostaré y asimismo dormiré; porque sólo tú, Jehová, me haces vivir confiado» (v. Sal. 3:5). Se acuesta y duerme tranquilo, porque se sabe sostenido y protegido por Dios. Así hemos de hacer nosotros. Y cuando llegue el último sueño, el sueño de la muerte, podremos decir con el buen Simeón: «Ahora, Soberano Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya, conforme a tu palabra, en paz» (Lc. 2:29), seguros de que Dios acogerá en su seno a nuestra alma. Sigamos el consejo del mismo David en otro lugar (Sal. 37:5): «Encomienda a Jehová tu camino y confía en Él; y Él actuará». Si ponemos en manos de Dios nuestros asuntos, bien podemos dejar también en sus manos el resultado. SALMO 5 Este salmo es una oración, dirigida solemnemente a Dios en horas en que el salmista era puesto en aprieto por la maldad de sus enemigos. I. David habla con Dios y le promete orar con la esperanza de ser oído (vv. 1–3). II. Da a Dios la gloria, y toma para sí el consuelo, por la santidad de Dios (vv. 4–6). III. Declara su resolución de practicar con diligencia el culto público de adoración a Dios (v. 7). IV. Ora, en efecto: 1. Por sí mismo, para que Dios le guíe (v. 8). 2. Contra sus enemigos, para que Dios los destruya (vv. 9, 10). 3. Por todo el pueblo de Dios, para que Dios les conceda gozo y los guarde a salvo (vv. 11, 12). Versículos 1–6 El salmo comienza (v. 1 en la Biblia Hebrea) con la inscripción: «Al músico principal (es decir, al director de música); sobre Nehilot (que viene a significar: para acompañamiento de flauta). Salmo de David» En los versículos 1–6 (de nuestras versiones), David ora a Dios: 1. Como a un Dios que escucha las oraciones, así lo ha sido Él desde el momento en que los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová (Gn. 4:26), y así continúa tan dispuesto a escuchar oraciones como siempre lo estuvo. David le invoca bajo el nombre de Jehová (vv. 1, 3, 8, 12), el Ser Supremo, Eterno, Salvífico, al que debemos la más rendida oración y el más absoluto amor, y como a «Rey mío y Dios mío» (v. 2), al que había jurado homenaje de pleitesía y bajo cuya regia protección se había puesto.
  • 11. Creemos que el Dios a quien oramos es no sólo Dios, sino también Rey, y lo hemos de tener en cuenta en nuestras plegarias. (A) La forma en que David ora aquí puede avivar nuestra fe y nuestra esperanza en todas las invocaciones que dirigimos a Dios (v. 1): «Escucha, oh Jehová, mis palabras». Muchas veces, los hombres no quieren o no pueden oírnos; nuestros enemigos son tan altivos que no quieren, y nuestros amigos están tan lejos que no pueden; pero Dios, a pesar de la altura de su trono en los cielos, puede y quiere. «Considera mi lamento», añade David. El vocablo hebreo indica meditar o musitar, respira, ya lamentos, ya amenazas (v. 1:2; 2:1). La meditación y la oración vocal deberían ir juntas (19:14). (B) Cuatro cosas promete aquí David (y lo mismo debemos hacer nosotros): (a) Que va a orar, a tomar conciencia de que debe orar. La seguridad que Dios nos ha dado de su disposición a escuchar las oraciones debería confirmarnos en nuestra resolución de vivir y morir orando. (b) Que orará de mañana (v. 3). Es nuestro deber orar por la mañana, pues es el tiempo más apropiado, ya que entonces estamos frescos y vivaces al despertar con las energías renovadas por el sueño y sin turbar todavía con los pensamientos de los quehaceres del día. (c) Que dirigirá fijamente su oración a Dios, como da a entender el hebreo, lo mismo que un arquero que dirige su flecha al blanco. (d) David velará (« … y esperaré») con anhelo hasta recibir la deseada respuesta. El hebreo dice literalmente: «y miraré hacia arriba», como quien espera que se le responda de lo alto (85:8; Hab. 2:1); con gratitud, si se le concede su petición; con paciencia, si se le difiere, y orar siempre, en todo caso, sin desfallecer, como mandó el Señor. 2. Como a un Dios que odia el pecado (vv. 4–6). David toma nota de esto. El Dios con quien nos las habemos es clemente y misericordioso, pero también es puro y santo; aunque está dispuesto a escuchar las oraciones, no las escuchará si ve iniquidad en nuestro corazón (66:18). Dios no se complace en la maldad, aun cuando ésta se cubra con el manto de la piedad. Conozcan, pues, los que se deleitan en el pecado que Dios no se deleita en ellos. Dios los aborrece y los destruirá. Dos clases de pecadores señala aquí David en particular (vv. 5, 6): los insensatos engañadores y los crueles opresores. A éstos abomina especialmente Jehová, pues el juicio será sin misericordia para aquel que no haga misericordia (Stg. 2:13). La inhumanidad del hombre es lo más opuesto a la misericordia de Dios. Versículos 7–12 En estos versículos, David presenta tres caracteres:—el suyo mismo, el de sus enemigos y el de todo el pueblo de Dios, y termina con sendas oraciones la descripción de cada carácter. 1. Da primero cuenta de sí y ruega por sí mismo (vv. 7, 8). (A) Está firmemente decidido a mantenerse en íntima comunión con Dios y asiduo en el cumplimiento de sus deberes religiosos: «Entraré en tu casa, en los atrios de tu santuario, para adorarte allí con otros adoradores fieles». Aunque David oraba muchas veces solo, en secreto (vv. 2, 3), era también constante y devoto en su asistencia al santuario. Asegura que a la mucha bondad de Dios debe el poder acudir al santuario, y sentir allí santo temor ante la infinita distancia que nos separa de nuestro Creador. (B) Ruega anhelante a Dios (v. 8) que le guíe y le preserve en el camino del deber: «Allana tu camino delante de mí». Parafrasea Arconada: «Que tu actuar providencial, Señor, conforme siempre a justicia, que premia al bueno y castiga al malo, luzca ante mí con experiencia vivencial». 2. Da luego cuenta de sus enemigos y ora contra ellos (vv. 9, 10). Había dicho antes (v. 6) que Dios abomina al hombre sanguinario y engañador. Ahora añade: «Señor así son mis enemigos: en la boca de ellos no hay sinceridad; no son de fiar, puesto que no cabe fidelidad en la boca de ellos». «Además, añade (v. 10) merecen la destrucción por la multitud de sus transgresiones, con las que han llenado la medida de su iniquidad y
  • 12. madurado para su propia ruina. Mira que se han rebelado contra ti. Si sólo fuesen enemigos míos, estaría dispuesto a perdonarles pero se rebelan contra Dios, contra su majestad y gobierno; no se arrepienten, continúan haciendo el mal; deben perecer para que no sigan obrando inicuamente». La oración de David no brota de un espíritu de venganza, sino del espíritu de profecía, por el que sabemos que quienes se rebelan contra Dios, caerán destruidos por sus mismos planes. 3. Da finalmente cuenta del pueblo de Dios y ora por ellos, concluye con la seguridad de que obtendrán las bendiciones divinas: son justos (v. 12), porque han puesto en Dios su confianza (v. 11) y, por ello, están seguros del poder y de la todosuficiencia de Dios, ya que confían así en la protección divina. «En ti se regocijen; tienen motivo y corazón para regocijarse. ¡Llénales de un gozo inefable y glorioso!» (v. 1 P. 1:8). Todos los que tienen la garantía de las promesas de Dios han de tener también la garantía de nuestras oraciones a favor de ellos. La gracia sea con todos los que aman sinceramente a Cristo. «Como con un escudo lo rodearás de tu favor» (v. 12b). Un escudo, en la guerra, sólo protege un lado, pero el favor de Dios protege a los suyos por todos los lados, de forma que, mientras ellos se guardan bajo la protección divina, están completamente seguros y deben estar también enteramente satisfechos. SALMO 6 David fue un profeta llorón como Jeremías, y este salmo constituye una de sus lamentaciones; fue redactado en tiempo de gran apuro. El que esté afligido o enfermo recite o cante este salmo. Comienza con quejas dolientes, pero acaba con alabanzas fervientes. De tres cosas se queja aquí el salmista: 1. Enfermedad del cuerpo. 2. Turbación de la mente. 3. Insultos de sus enemigos. Aquí él: I. Derrama sus quejas delante de Dios, pide a Dios que retire su ira y le ruega fervientemente que le devuelva su favor (vv. 1–7). II. Se asegura a sí mismo una pronta respuesta de paz para su plena satisfacción (vv. 8–10). Este salmo es como el libro de Job. Versículos 1–7 También este salmo está dirigido al músico principal, o director de música del santuario, en Neguinoth, es decir, para instrumentos de cuerda, y sobre Sheminith = «sobre la octava» (esto es, para cantarlo una octava más alta o baja; o—según Ryrie— sobre una lira de ocho cuerdas). Como dice la inscripción, es un salmo de David (v. 1, en la Biblia Hebrea). Los versículos 1–7 (en nuestras versiones) hablan el lenguaje de un corazón realmente humillado bajo providencias severas, y de un espíritu quebrantado y contrito bajo graves aflicciones. 1. Cómo presenta a Dios sus quejas. Las expone delante de Dios. ¿A quién habría de ir con sus quejas un hijo, sino a su padre? Se queja de enfermedad corporal (v. 2): «Mis huesos se estremecen». Sus huesos y su carne estaban, como los de Job, afectados por la enfermedad. Se queja también de turbación de ánimo (v. 3): «Mi alma también está muy turbada», lo cual le causa mayor dolor que la debilidad y dolor de sus huesos. Triste cosa es para un hombre tener doloridos a un tiempo los huesos y el alma. «¿Y tú, oh Jehová, ¿hasta cuándo?» Hemos de dirigirnos al Dios viviente en tiempos como éstos, pues Él es médico de cuerpos y almas, y no a los asirios ni al dios de Ecrón. 2. Cómo le afectan estas aflicciones. Le pesan demasiado, pues está consumido a fuerza de gemir (v. 6). David era demasiado valiente y considerado como para dolerse así de una aflicción exterior, pero cuando el pecado comenzó a cargar pesadamente sobre su conciencia, se lamentó y lloró en secreto y aun su espíritu rehusó el consuelo. Los verdaderos penitentes lloran en su retiro. David lloraba en la noche sobre su cama mientras meditaba en su corazón y solamente le veía el ojo de quien es todo ojos. Sus ojos se habían envejecido, de tanto llorar a causa de sus angustiadores (v. 7), los cuales se alegraban de sus aflicciones y sacaban de sus lágrimas conclusiones falsas.
  • 13. 3. Cómo ora a Dios en esta situación tan triste. Lo que más teme es la ira de Dios; por eso ruega (v. 1): «Jehová, no me reprendas en tu enojo, aunque lo tengo merecido, ni me castigues con tu ira». Puede soportar bien la reprensión y el castigo, si Dios, al mismo tiempo, alza sobre él la luz de su rostro y hace, mediante su Santo Espíritu que pueda sentir el gozo y la alegría de su misericordia; la aflicción del cuerpo le resultará tolerable si disfruta de consuelo en el alma (v. 4). Lo que más desea como supremo bien, y lo que para él supondría la restauración de todo bien es el favor y la amistad de Dios. Ruega a Dios que tenga misericordia de él y le mire con compasión, que le perdone los pecados y que ejercite su poder para proporcionarle alivio: «Sáname, oh Jehová» (v. 2), «Sálvame» (v. 4). También ora para que le retorne su favor: «Vuélvete, oh Jehová» (v. 4), esto es: «Recíbeme de nuevo en tu favor y reconcíliate conmigo». Ora en general para que le libre de todo mal: «Libra mi alma, esto es, mi persona» (v. 4). 4. Cómo presenta razones para apoyar sus peticiones, a fin de moverse a sí mismo, no para mover a Dios. Apela a su propia miseria, a la misericordia divina y a la gloria de Dios (v. 5): «Porque en la muerte no queda recuerdo de ti». Versículos 8–10 ¡Qué súbito cambio para bien vemos aquí! El que tanto se quejaba, lloraba y se sentía sin remedio (vv. 6, 7), piensa y habla aquí de modo muy agradable. 1. Se aparta de los malvados y se fortalece contra los insultos de ellos (v. 8): «Apartaos de mí, todos los hacedores de iniquidad». Los malvados le habían provocado al decirle: «¿Dónde está tu Dios?» (v. 3:2), considerándose victoriosos al ver el desánimo y la desesperación de él; pero ahora tenía razones para contestar a quienes le reprochaban, pues Dios le había consolado el ánimo y pronto iba a completar su liberación. Por eso dice: «Apartaos de mí». Como si dijese: «Nunca daré oído a vuestros consejos ni a vuestras amenazas; vosotros deseabais que yo maldijera a Dios y me muriese, pero yo le bendeciré y viviré». Cuando Dios ha hecho por nosotros grandes cosas, hemos de ponernos a pensar qué podemos hacer por Él. 2. Se asegura a sí mismo de que Dios le era, y le había de ser, propicio, a pesar de las presentes amenazas de ira bajo las que se veía. Confía en obtener una respuesta favorable a la oración que está ahora pronunciando. Se da cuenta de que Dios le escucha mientras está hablando y, por consiguiente, se expresa con aires de triunfo: «Jehová ha oído..» (v. 8); «Jehová ha escuchado..» (v. 9); «Ha acogido Jehová mi oración» (v. 9b). 3. Tras esta seguridad, David pasa rápidamente a contemplar la futura derrota de sus enemigos (v. 10). Los ve avergonzados, aterrados, huyendo confundidos. Ellos se alegraban al ver a David afligido (vv. 2, 3), pero, como suele suceder, el mal que desean a David se vuelve contra ellos mismos. SALMO 7 Por el título y el texto de este salmo, parece que lo compuso David con referencia a las maliciosas imputaciones que hacían contra él sus enemigos. En vista de ello, David, I. Suplica el favor de Dios (vv. 1, 2). II. Apela delante de Dios a su inocencia (vv. 3–5). III. Ruega a Dios que sostenga en alto su causa y juzgue a sus perseguidores (vv. 6–9). IV. Expresa su confianza en que Dios lo hará (vv. 10–16). V. Promete dar a Dios la gloria por su liberación (v. 17). Versículos 1–9 El título del salmo (v. 1 en la Biblia Hebrea) contiene dos términos sumamente oscuros. Shiggayón, que sólo aparece aquí y en Habacuc 3:1, es, según Ryrie, «quizá un canto extático». Según Arconada, correspondería entonces a nuestro ditirambo. De Kush el benjaminita no sabemos nada. Dice Ryrie: «Probablemente era uno de los escuderos de Saúl enviados a matar a David». Lo cierto es que David, ante tal abuso, recurre a
  • 14. Dios con ánimo tranquilo, sin permitir a su arpa notas disonantes. Las injurias que recibimos de los hombres, en vez de provocar nuestras pasiones, han de servir para avivar nuestras devociones. 1. Se pone bajo la protección de Dios (v. 1): «Sálvame de todos los que me persiguen y líbrame del poder y de la maldad de ellos, para que no cumplan el deseo que abrigan contra mí». Apela: (A) A su relación con Dios (v. 1): «Jehová Dios mío». Como si dijese: «Tú eres mi Dios, ¿a quién acudiré sino a ti?» (B) A su confianza en Dios: «En ti he confiado» (v. 1). Como si dijese: «No he confiado en brazo de carne, sino en ti» (v. Jer. 17:5–8). (C) A la perversidad y a la furia de sus enemigos y al peligro inminente en que se veía de ser devorado por ellos (v. 2): «No sea que desgarren mi alma como león y me destrocen sin que haya quien me libre». Como si dijese: «Si tú no me libras, nadie me podrá librar». 2. Protesta solemnemente de su inocencia en cuanto a las cosas de que le acusan y, mediante una tremenda imprecación, apela a Dios, que escudriña los corazones, con respecto a su inocencia (vv. 3–5). David no tenía en la tierra tribunal al que acudir, pero tenía en el Cielo un tribunal divino, con un justo Juez sentado en él, a quien él llama su Dios (vv. 1, 3). Le acusaban de planes siniestros contra la corona y la vida de Saúl, pero él lo niega terminantemente (v. 4): «He libertado al que sin causa era mi enemigo». La Providencia le había puesto a Saúl a merced de él, y había entre los seguidores de David quienes le exhortaban a que le matara y aun estaban dispuestos a despacharlo ellos mismos, pero David se lo impidió, tanto cuando le cortó la orla del manto a Saúl (1 S. 24:4 y ss.), como cuando le quitó la lanza (1 S. 26:12), para mostrarle lo que podía haber hecho con él. «Si fuese culpable, dice (v. 5), persiga el enemigo mi alma y alcáncela; huelle en tierra mi vida, y mi honra ponga en el polvo. Muerte e infamia estoy dispuesto a soportar si soy culpable.» 3. Teniendo a favor de su inocencia este testimonio de su conciencia, ruega humildemente a Dios que se muestre a favor suyo en contra de sus perseguidores y respalda cada petición con un motivo apropiado: (A) Ruega a Dios que manifieste su ira contra sus enemigos (v. 6): «Señor, ellos se enojan injustamente contra mí; enójate tú justamente contra ellos y hazles saber que estás airado; levántate, oh Jehová, en tu ira; álzate en contra de la furia de mis angustiadores». (B) Ruega a Dios que mantenga en alto su causa: «Apréstate (lit. despierta) a defenderme en el juicio que has convocado para que se me haga justicia» (v. 6); «vuélvete a sentar en lo alto, para que se reconozca universalmente que el mismo Cielo está a favor de la causa de David, puesto que es justa y legítima» (v. 7). «Júzgame, oh Jehová, conforme a mi justicia, y pronuncia a mi favor veredicto de absolución (v. 8); así te rodeará la congregación de los pueblos (lit.) y reconocerá la justicia de mi causa y la legitimidad de mi regio título» (v. 7). (C) Ruega, ahora ya más tranquilo, (a) para que la intervención de la providencia divina haga cesar la maldad de los inicuos (v. 9); no aboga por la destrucción del pecador, sino por el cese del pecado. Así hemos de orar nosotros, aborrecer el pecado, pero amar a los pecadores por quienes Cristo murió (v. 1 Ti. 1:15); (b) para que el justo quede afianzado: protegido, asegurado, establecido. Así como hemos de orar para que disminuya el mal, así también hemos de orar para que aumente el bien. Versículos 10–17 Después de haber dejado en manos de Dios su apelación por medio de la oración y de una solemne profesión de su inocencia, comienza ahora David con una afirmación de confianza, esta especie de meditación que sigue a continuación.
  • 15. 1. Confía David hallar en Dios a su poderoso Protector y Salvador, así como al abogado de su inocencia oprimida (v. 10): «Mi escudo (es decir, mi defensa) está en Dios». Todos los que son hijos de Dios tienen en Él defensa y segura protección. En dos cosas asienta David su confianza: (A) En el favor singular que Dios dispensa a cuantos son sinceros: «Salva a los rectos de corazón»: les salva y preserva de los males presentes en tanto en cuanto es para el bien de ellos. (B) En el respeto general que Dios tiene a la justicia y a la equidad (v. 11): «Dios es juez justo, y no sólo obra siempre justamente, sino que también protege a los justos (v. 10), y está airado contra el impío todos los días, pues no puede menos de castigar la impiedad». 2. David confía igualmente en la destrucción de todos sus perseguidores, a menos que se arrepientan (v. 12). La destrucción de los pecadores sólo puede detenerse mediante su conversión (v. Ez. 33:11–16), y las amenazas de ruina a los impíos van así presentadas con benévolas insinuaciones de misericordia. Mientras prepara sus instrumentos de muerte, Dios de a los pecadores amonestaciones con respecto al peligro que corren y les concede tiempo y espacio para que se arrepientan, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento (2 P. 3:9). De entre todos los pecadores, los perseguidores son el blanco preferido de la ira divina, pues ellos desafían de modo especial a Dios, sin percatarse de que no pueden ponerse fuera del alcance de sus dardos, con lo que ellos mismos preparan su ruina y se destruyen a sí mismos (vv. 14–16). Se describe aquí al malvado como fatigándose en cavarse su propia fosa. Es triste que el hombre malo trabaje para el diablo, y cobre salario de muerte, cuando podría obtener gratis el don de la vida eterna (Ro. 6:23). SALMO 8 Este salmo es una solemne meditación sobre la gloria y la grandeza de Dios. Empieza y termina con el mismo reconocimiento de la excelencia transcendente del nombre de Dios. Para probar la gloria de Dios, el salmista cita ejemplos de su bondad con el hombre, pues la gloria de Dios es su bondad majestuosa. Dios debe ser glorificado: I. Por darnos a conocer su persona y su gran nombre (v. 1). II. Por hacer uso de los más débiles hijos de los hombres para que sirvan a sus designios (v. 2). III. Por hacer que hasta los cuerpos celestes estén al servicio del hombre (vv. 3, 4). IV. Por hacer al hombre señor de las criaturas del mundo terrestre, y ponerle así en un nivel ligeramente inferior al de los ángeles (vv. 5–8). Este salmo se aplica en el Nuevo Testamento a Cristo y a la obra de la redención que llevó a cabo; el honor que los niños pequeños le tributan (v. 2, comp. con Mt. 21:16), y el honor que Él otorga a los hijos de los hombres, tanto en su humillación, cuando fue hecho un poco menor que los ángeles, como en su exaltación, al ser coronado de gloria y honor. Comparar los versículos 5 y 6 con 1 Corintios 15:27 y Hebreos 2:6–8. Versículos 1–2 El salmo va dirigido, como en otras ocasiones, al director de música del santuario, sobre Guittit, que no sabemos exactamente qué significa (¿sobre la guerra?). El salmo es de David, y en él se propone dar al nombre de Dios la gloria que se merece. Dos cosas admira David aquí: 1. La forma manifiesta en que despliega Dios su gloria (v. 1). Se dirige a Dios con toda humildad y reverencia, como al Señor Soberano de su pueblo: «¡Oh Jehová, Señor nuestro …!» (hebr. Jehová Adoneynu). Si de veras creemos que Dios es nuestro Soberano, hemos de reconocerle y obedecerle como súbditos suyos. (A) Con qué esplendor brilla la gloria de Dios incluso en este mundo de abajo: «¡Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!» Las obras de la creación y de la providencia muestran y proclaman al mundo entero que hay un Ser infinito (Ro. 1:19, 20). Sin letras ni sonido de palabras, se ve y se oye en la creación el nombre de Dios. (B) Con cuánto mayor
  • 16. esplendor brilla en el mundo de arriba: «Has puesto tu gloria (lit. alabanza) sobre los cielos». (a) Dios es infinitamente más glorioso y excelente que las más nobles criaturas y las que más esplendorosamente brillan. (b) Mientras que en la tierra sólo oímos y alabamos el excelente nombre de Dios, los ángeles y los espíritus bienaventurados ven arriba su gloria y la alaban, pero, aun así, Él está exaltado muy por encima de la bendición y alabanza de ellos. (c) Al exaltar al Señor Jesús a la diestra de Dios, siendo el Hijo el resplandor de la gloria del Padre y la fiel representación de su ser real (He. 1:3), Dios ha puesto su gloria por encima de los cielos, muy por encima de todos los principados y potestades. 2. El poder con que lo proclama por medio de las más débiles criaturas (v. 2): «Por boca de los niños y de los que maman, afirmas tu fortaleza», esto es, la perfecta alabanza de tu fortaleza (Mt. 21:16). Esto insinúa la gloria de Dios: (A) En el reino de la naturaleza. El interés que tiene Dios en los niños pequeños (quienes, cuando vienen a este mundo, son más desvalidos que los animales), la especial protección que les da y la provisión que la naturaleza les suministra, todo ello debería ser reconocido por cada uno de nosotros, para gloria de Dios, como un gran ejemplo de su poder y de su bondad; tanto más cuanto que todos nos hemos beneficiado de ello. (B) En el reino de la Providencia. En el gobierno del mundo terrestre, Dios hace uso de los hijos de los hombres. (C) En el reino de la gracia, que es el reino del Mesías. Aquí podríamos ver aludidos de alguna manera a los apóstoles, quienes al ser considerados casi como bebés en erudición, «hombres sin letras y del vulgo» (Hch. 4:13), bajos y despreciables, por medio de la locura de su predicación, habían de echar abajo el reino del diablo, del mismo modo que fueron derribadas con el sonido de cuernos de carnero las murallas de Jericó. El Evangelio es llamado el brazo del Señor y el bastón de su fuerza, pues estaba designado a obrar maravillas, no de la boca de filósofos, oradores, políticos o estadistas, sino de un grupo de pobres e iletrados pescadores. Oímos a los niños clamar: «Hosanna al Hijo de David», mientras los principales sacerdotes y los fariseos no le reconocían como a tal. A veces la gracia de Dios se manifiesta maravillosamente en algunos niños, enseña conocimiento y hace entender el mensaje a los destetados y recién retirados de los pechos (Is. 28:9). El poder de Dios se manifiesta muchas veces en su Iglesia por medio de instrumentos débiles y humanamente ineptos. Versículos 3–9 David continúa aquí engrandeciendo el honor de Dios al exponer los honores que Dios ha otorgado al hombre, especialmente a Jesucristo Hombre. Las condescendencias de la gracia divina exigen nuestras alabanzas tanto como la exigen las elevaciones de la gloria divina. Véase aquí: 1. Lo que le induce a admirar el condescendiente favor de Dios hacia el hombre, que es la consideración del brillo y de la influencia de los cuerpos celestes que están a la vista de los hombres (v. 3): «Cuando veo tus cielos, y aquí en particular, la luna y las estrellas». Nótese que no se menciona el sol. Es nuestro deber considerar los cielos. No podemos menos de verlos por nuestra posición erecta; en esto, entre otras cosas, nos distinguimos de los brutos animales, los cuales están formados para mirar hacia abajo, mientras el hombre está formado para mirar hacia arriba. «Los cielos son los cielos de Jehová» (115:16), no sólo porque Él los hizo, sino porque en ellos especialmente brilla su gloria y se alza su trono: Son obra de sus dedos. Crearlos fue para Dios como un juego de niños; no necesitó para ello extender el brazo, como se nos dice al hablar de la salvación de su pueblo. Aun las luces inferiores: la luna y las estrellas, muestran la gloria y el poder del Padre de las luminarias (Stg. 1:17) y nos suministran materia de alabanza a Dios. Cuando consideramos la gloria de Dios que brilla en el mundo de arriba, bien podemos admirarnos de que Dios se fijase en una criatura tan baja como es
  • 17. el hombre. Y cuando consideramos la gran utilidad de los cielos para los hombres de la tierra, bien podemos exclamar: Señor, ¿Quién soy yo para que hayas puesto a mi servicio los astros del cielo? 2. Cómo expresa su admiración (v. 4): «Señor, ¿qué es el hombre (hebr. enosh = el ser humano en su debilidad física y moral) para que de él te acuerdes, para que tomes nota de él, de sus actos y de sus quehaceres? ¿Qué es el hijo del hombre para que lo visites (lit.), como un amigo visita a otro amigo, complacido en conversar con él e interesado en sus cosas?» Esto se aplica: (A) A la humanidad en general. Aunque el hombre es como un gusano (Job 25:6), Dios le respeta y le muestra en abundancia su benevolencia; el hombre es, muy por encima de todas las criaturas de este mundo de abajo, el favorito de la Providencia (v. 1 Co. 9:9), hasta el punto de que ha sido hecho un poco inferior a los ángeles (v. 5), ya que, por su cuerpo, es semejante a las bestias que perecen y está confinado a la tierra, pero, por su alma espiritual e inmortal, es semejante a los ángeles, que son puros espíritus. Por un poco de tiempo, los hijos de Dios son inferiores a los ángeles, mientras su alma espiritual está como encerrada en vasos de barro, pero los hijos de la resurrección serán como ángeles (gr. isángueloi. Lc. 20:36), no inferiores a ellos. El hombre está dotado de nobles y maravillosas facultades: «Lo coronaste de gloria y de honra». La razón del hombre es su corona de gloria; no debe profanar esa corona mediante el mal uso de ella ni perder el derecho a ella por obrar en contra de sus dictados. Dios ha puesto todas las cosas bajo los pies del hombre, para que pueda servirse, no sólo del utillaje, sino también de los productos y de las vidas de las criaturas inferiores. David especifica algunos animales inferiores: ovejas, bueyes, aves, peces (vv. 7, 8), de los que puede servirse el hombre, aunque algunos de ellos son físicamente mucho más fuertes que él. (B) Al Señor Jesucristo en particular, como sabemos por Hebreos 2:6–8, donde el autor de la epístola, para demostrar el soberano dominio de Cristo sobre los cielos y la tierra, declara que Él es el hombre, el Hijo del Hombre, a quien Dios ha coronado de gloria y honor y le ha hecho señorear sobre las obras de sus manos. Tenemos motivos para tener humildemente recta estima de nosotros mismos y admirar con gratitud la gracia de Dios en que: (a) Jesucristo asumió la naturaleza del hombre y, en esa naturaleza, se humilló (Fil. 2:6–8). Al tomar la forma de esclavo y renunciar a la pompa de su divina majestad, se hizo menor que los ángeles. (b) En esa misma naturaleza, fue exaltado para ser proclamado Señor de todo lo creado. Dios el Padre le ensalzó porque Él mismo se había humillado (Fil. 2:9–11). Todas las criaturas han sido puestas de derecho bajo sus pies, y lo serán de hecho cuando haya puesto a todos sus enemigos por escabel de sus pies (He. 2:8; 10:13, comp. con 1 Co. 15:27). SALMO 9 En este salmo: I. David alaba a Dios por haber salido en defensa de su causa y haberle concedido la victoria sobre los enemigos de su país (vv. 1–6), y convoca a otros para que se unan a él en los cantos de alabanza (vv. 11, 12). II. Ruega a Dios que le proporcione todavía ulteriores ocasiones de alabarle (vv. 13, 14, 19, 20). III. Exulta de gozo con la seguridad de que Dios ha de juzgar al mundo (vv. 7, 8), ha de proteger a su pueblo oprimido (vv. 9, 10, 18) y ha de llevar a la ruina a sus implacables enemigos (vv. 15–17). Versículos 1–10 El salmo es de David y va dirigido (v. 1 en la Biblia Hebrea) al director de coro, sobre Muth-labbén («¿muerte de un hijo?»), indicación musical de significado incierto. En estos versículos vemos que:
  • 18. 1. David alaba a Dios por los favores y obras maravillosas que ha llevado a cabo recientemente para él y su reino (vv. 1, 2). El gozo santo es la vida de la alabanza agradecida, así como la alabanza agradecida es el lenguaje del gozo santo (v. 2: «Me alegraré y me regocijaré en ti». Los triunfos del Redentor son también triunfos de los redimidos (v. Ap. 12:10; 15:3, 4; 19:5). 2. Reconoce el poder omnímodo de Dios, al que ningún enemigo, ni aun el más fuerte o el más astuto, puede hacer frente (v. 3). Todos sus enemigos se ven forzados a emprender la retirada, y aun la retirada les llevará a la destrucción, sin que les salve la huida más que la lucha. La presencia del Señor y la gloria de su poder son suficientes para destruir a los enemigos de Dios y de su pueblo. 3. Da a Dios la gloria de su justicia al aparecer en favor de él (v. 4): «Porque has mantenido mi derecho y mi causa, esto es, mi justa causa; cuando ha sido llevada a tu tribunal, te has sentado en el trono juzgando con justicia». 4. Recuerda y anota con gozo las victorias del Dios de los cielos sobre todos los poderes del infierno y celebra con alabanzas esos triunfos (v. 5): «Reprendiste a las naciones, les diste pruebas evidentes del desagrado con que las miras, destruiste al malvado, hasta borrar en el olvido incluso su nombre. 5. Exulta de gozo ante la destrucción de los enemigos y el derribo de sus ciudades (v. 6). 6. Halla en Dios consuelo para sí mismo y para otros. Se satisface: (A) Con el pensamiento de la eternidad de Dios (v. 7): «Jehová permanecerá para siempre», mientras que en este mundo no hay nada durable; aun las ciudades más populosas y mejor fortificadas serán destruidas y dadas al olvido. (B) Con el pensamiento de la soberanía de Dios tanto en el gobierno como en el juicio: «Ha dispuesto su trono para juicio», su sabiduría es infinita y son inmutables sus designios. (C) Con el pensamiento de la justicia de Dios en la administración de su gobierno (v. 8): «Él juzgará al mundo con justicia», a todas las personas y todos los casos, y con toda rectitud, sin excepciones ni favoritismos. (D) Con el pensamiento del singular favor que Dios dispensa a su pueblo y la especial protección que le concede (v. 9): «Jehová será ciudadela (lugar alto y fuerte) para el oprimido, lugar fuerte para el tiempo de angustia». (E) Con el pensamiento de la satisfacción y tranquilidad mental de quienes han puesto en Dios su refugio (v. 10): «En ti confiarán los que te conocen, como yo te conozco, y verán, como yo lo he visto, que no desamparas a los que te buscan». Cuanto más se confía en Dios, mejor se le conoce. Quienes saben que es un Dios de sabiduría, poder y bondad infinitos, confiarán en Dios aunque los mate (Job 13:15, aunque—nota del traductor— dicha traducción es improbable. V. el comentario a tal lugar). Quienes saben que es un Dios de inviolable verdad y fidelidad se regocijarán y descansarán en sus ricas promesas. Versículos 11–20 1. Después de alabar a Dios, David invita a otros a que se unan a él en alabanzas al Señor (v. 11): «Cantad alabanzas a Jehová, que habita en Sion». Así como la especial residencia de su gloria es el Cielo, así también la especial residencia de su gracia es la Iglesia, de la que Sion era tipo (v. Gá. 4:26). Así que han de tomar buena nota de la justicia de Dios al vindicar la sangre de su pueblo Israel aquellos que les agredieron bárbaramente, haciéndoles guerra sin cuartel (v. 12). 2. Después de haber cantado alabanzas a Dios por los favores y las liberaciones del pasado, David ora fervientemente para que Dios se muestre a favor de él en el futuro, pues todavía no se le han acabado los sinsabores (v. 13): «Ten misericordia de mí, Jehová; mira mi aflicción que padezco a causa de los que me aborrecen». La experiencia que tenía del socorro de Dios en los apuros pasados le da confianza para
  • 19. esperar que le socorra en el aprieto presente: «Levántame de las puertas de la muerte». El Dios que ha tenido compasión de nosotros y nos ha salvado de la muerte espiritual y eterna, nos da ánimo para esperar su ayuda en medio de los más graves aprietos en que podamos encontrarnos. David no ora llevado de un motivo egoísta, sino que quiere servirse de esta liberación para proclamar todas las alabanzas de Dios en las puertas de la hija de Sion (v. 14). Esta última expresión, que equivale a una personificación de Sion, es única en los Salmos, aunque ocurra en Isaías 1:8; Miqueas 1:13 y Zacarías 2:14. 3. Por medio de la fe, David prevé y anuncia la ruina segura de todos los malvados. Dios ejecuta sobre ellos su juicio cuando se ha colmado la medida de sus iniquidades, pues se hunden en el pozo que ellos mismos han excavado (7:15). Los borrachos se matan a sí mismos; los pródigos se hacen a sí mismos mendigos; los amigos de riñas y disputas atraen violencia contra sí mismos. Con estos juicios, se revela desde el cielo la ira de Dios contra toda impiedad e injusticia de los hombres (Ro. 1:18). Por eso añade David (v. 17): «Los malos serán trasladados al Seol, como cautivos a la cárcel, todas las gentes que se olvidan de Dios». El olvido de Dios es el fundamento de la impiedad de los malvados. 4. David anima al pueblo de Dios a esperar la salvación, la perfecta liberación, aunque se demore (v. 18). Los necesitados pueden pensar (y otros lo pueden pensar de ellos) que Dios se ha olvidado de ellos y que ha perecido la expectación que tenían del socorro divino; pero el verdadero creyente es también paciente; la visión es para el tiempo señalado (comp. con Dn. 8:26). «El Señor no retarda su promesa» (2 P. 3:9); por tanto, nuestra esperanza no se verá defraudada. 5. David concluye con una oración para que Dios humille a los altivos, quebrante su poder y haga fracasar todos sus malvados planes (v. 19): «¡Levántate, oh Jehová, no triunfe el hombre!» Como si dijera; «¡Despierta, ponte en movimiento, ejercita tu poder, pronuncia sentencia contra todos esos altivos y osados enemigos de tu nombre, de tu causa y de tu pueblo, no triunfe el hombre, que no se gloríe el malvado de pisotear tu honor y de prevalecer contra los intereses de tu reino!» Es cosa muy de desear, tanto para la gloria de Dios como para la paz y el bienestar de los pueblos, que los hombres se tengan en lo que son, meros hombres: criaturas dependientes, cambiantes, mortales y responsables ante Dios. SALMO 10 La versión de los LXX une este salmo con el noveno y hace de ambos uno, pero en la Biblia Hebrea son dos salmos distintos; el tema y el estilo son diferentes ciertamente. En este salmo, I. David se queja de la maldad de los inicuos y se percata de la demora que Dios muestra en aparecer contra ellos (vv. 1–11). II. Ora a Dios a fin de que lo haga para alivio de su pueblo, y se consuela con la esperanza de que lo hará a su debido tiempo (vv. 12–18). Versículos 1–11 En estos versículos David descubre: 1. Un gran amor a Dios y un ferviente deseo de la comunión con él (v. 1): «¿Por qué estás lejos, oh Jehová, como a quien no le importan las indignidades que se cometen contra tu nombre y las injurias que se hacen a tu pueblo?» ¡No juzguemos por las apariencias! Nos alejamos de Dios con nuestra incredulidad, y luego nos quejamos de que Dios se aleja de nosotros. 2. Un gran odio al pecado y gran indignación contra los pecadores. Al contemplar a los transgresores, se apena, se asombra y presenta ante su Dios la maldad que cometen con altivez y descaro. Las invectivas satíricas contra los malos suelen hacer más mal que bien, a no ser que las presentemos únicamente a Dios en oración, pues sólo Él les
  • 20. puede poner remedio y hacer mejores. La gran maldad del inicuo se compendia aquí en pocas palabras (v. 2): «Con arrogancia el malo persigue al pobre». ¡Arrogancia y persecución! La primera es la causa de la segunda, tanto en el Estado como en la Iglesia. Tras comenzar con esta descripción, el salmista inserta una breve plegaria, como un paréntesis, y dice: «¡Queden (lit. quedarán) atrapados en la trama que han urdido!» (v. 2b). (A) El pecador se gloría arrogantemente de su poder y de sus éxitos. «Se jacta de los antojos de su alma» (v. 3), esto es, se jacta de que puede llevar a cabo lo que desea. La segunda parte de este versículo—nota del traductor—es algún tanto confusa en el original, pero la única versión que, al ser fiel al hebreo, encaja bien en el contexto, es la que da la Reina-Valera 1977: «El codicioso maldice (y) desprecia a Jehová». Véase cómo la arrogancia lleva a la persecución, y la avaricia lleva a la blasfemia. (B) El pecador echa de sí todo pensamiento de Dios (v. 4): Ni le busca ni piensa en Él. La altivez conduce a la irreligión. Los hombres no buscan a Dios porque piensan que no le necesitan y que sus propias manos les bastan. Menosprecian orgullosamente los mandamientos de Dios (v. 5): «Tus juicios los tiene muy lejos de su vista», y piensa que son pura abstracción sin realidad alguna. Confían tanto en sí mismos que no temen que su prosperidad pueda tener jamás fin ni mengua (v. 6): «Dice en su corazón: No seré inquietado jamás; nunca me alcanzará el infortunio». Son como Babilonia: «Para siempre seré señora» (Is. 47:7. Comp. Ap. 18:7). Quienes de esta forma se creen más lejos de la ruina, son los que más cerca están de ella. (C) Para satisfacer su orgullo y su codicia, y para oponerse a Dios y a la religión, oprimen y explotan a cuantos tienen al alcance de la mano. Hablan con malvada amargura (v. 7): «Llena está su boca de maldición, y de engaños y fraude». Como Caín, «se sienta en acecho cerca de las aldeas; para matar a escondidas al inocente. Sus ojos están acechando al desvalido, etc.». (vv. 8, 9). «Se encoge y se agacha» (v. 10), no por estar avergonzado de lo que hace, sino para mejor cazar a los incautos; ni por temor a la ira de Dios, pues se imagina que Dios no se da cuenta de sus crímenes (v. 11), sino para que no se descubran sus planes y sus intenciones. Los que tienen poder y autoridad tienen también la obligación de proteger al inocente y proveer para el pobre, pero éstos destruyen precisamente a los que deberían ser objeto de su protección. Versículos 12–18 Tras la precedente presentación de la inhumanidad e impiedad de los opresores, David se dirige ahora a Dios. Veamos: I. Qué es lo que le pide. 1. Que Dios mismo haga acto de presencia (v. 12): «(Levántate, oh Jehová Dios, alza tu mano, manifiesta tu poder y providencia en los asuntos de este mundo de abajo, y confunde a los que dicen que tienes tapado el rostro» (v. 11). 2. Que se manifieste a favor de su pueblo: «No te olvides de los pobres, de los oprimidos y desvalidos. Sus opresores, en su presunción, dicen que los has olvidado, y ellos mismos en su desesperación, están tentados a decir lo mismo. Manifiéstate Señor, para que se vea que ambos están en un error». 3. Que se manifieste contra sus perseguidores (v. 15): «Quebranta tú el brazo del inicuo, quítale el poder, haciendo que no reine el hombre impío, ni enrede en sus mallas al pueblo» (Job 34:30). II. A qué apela para avivar su propia fe en estas peticiones: 1. Apela a la grave afrenta que estos orgullosos opresores hacen al propio Dios (v. 13): «¿Por qué desprecia el malo a Dios?» Sí, le desprecia, puesto que le dice en su interior: «Tú no lo inquirirás; no nos tomarás jamás cuenta de lo que hacemos». No se puede causar mayor afrenta al honor de un Dios justo y poderoso. Los malos desprecian a Dios porque no le conocen. ¿Y por qué permite Dios que le desprecien de ese modo? Porque el día de rendir cuentas no se retrasará.
  • 21. 2. Apela al conocimiento que Dios tiene de todos los males que los opresores llevan a cabo (v. 14): «Tú lo has visto, etc.». 3. Apela a la dependencia que los pobres y oprimidos tienen de Él (v. 14b): «A ti se acoge el desvalido; tú eres el amparo del huérfano. En tu poder, sabiduría y bondad confían. ¡No les abandones, protégeles!» 4. Apela a la relación que el propio Dios ha tenido a bien establecer con ellos: (A) Como un gran Dios (v. 16): «Jehová es Rey eternamente y para siempre (es decir, continuamente)». Como si dijera: «Señor, haz que todos los que te rinden tributo y homenaje como a su Rey, hallen en tu gobierno el beneficio y el refugio». (B) Como un buen Dios, pues Él es el protector de los desvalidos y de los huérfanos (v. 14). 5. Apela finalmente a la experiencia que el pueblo de Dios tiene de la prontitud con que el Señor se manifiesta a favor de ellos (v. 16b): «De su tierra han sido barridos los gentiles»; las siete naciones cananeas están ahora, por fin, desarraigadas del suelo de Palestina, lo cual es un consuelo y un aliento para esperar que Dios quebrantará del mismo modo el brazo de los opresores israelitas que, en muchos aspectos, son peores que los mismos gentiles. Dios había oído la oración y conocía el deseo de los humildes y oprimidos (vv. 17, 18); les había hecho justicia, por lo que sus clamores no habían sido en vano. «Así, pues—viene a decir—tú vas a escucharles también ahora, pues eres el mismo de siempre, con el mismo poder y la misma bondad». Él prepara los corazones para la oración encendiéndoles el deseo santo y fortaleciéndoles la fe sincera; y luego acepta benévolamente sus plegarias. Pondrá, pues, fin a la furia de los opresores, a fin de que no vuelva (n) más a infundir terror al hombre (hebr. enosh = el ser humano en su debilidad congénita) hecho de arcilla (lit. de la tierra), destinado a fenecer como heno (Is. 51:12). El que nos protege es el Dios del Cielo, mientras que el que nos persigue no es más que un hombre de la tierra. SALMO 11 En este salmo, David se ve acechado por una tentación de desconfiar de Dios (probablemente, en el contexto de 1 S. 18:11 y 19:10), y sale triunfador. I. Cómo presenta la tentación (vv. 1–2). II. Cómo la resiste, al considerar el dominio y la providencia de Dios (v. 4), su favor hacia los justos, y la ira para la que son reservados los impíos (vv. 5–7). Cuando los hijos de Dios se hallen bajo la amenaza de los enemigos de Dios y de su Iglesia, les será de gran provecho meditar en este salmo. Versículos 1–3 La inscripción («Al músico principal. Salmo de David») forma parte del versículo 1 en la Biblia Hebrea lo mismo que en nuestras versiones; por lo que se corresponden los números de los versículos respectivos. En estos versículos, vemos: I. La firme resolución de David de poner su confianza en Dios (v. 1): «En Jehová he confiado». Antes de dar cuenta de la tentación que le induce a desconfiar de Dios, el salmista declara su decisión de confiar en Él, pase lo que pase. II. Su firme oposición a la tentación: «¿Cómo decís a mi alma (es decir, a mí), que escape al monte cual ave?», es decir, con la mayor premura (¡volando!—como solemos decir—). Esto se lo sugieren a David sus bien intencionados amigos, apoyados en dos razones aparentemente muy fuertes: 1. Los enemigos lo tenían todo preparado para darle muerte (v. 2), por lo que su vida peligraba gravemente; 2. Su presencia entre los suyos no servía de nada útil (v. 3): «Si se socavan los fundamentos de la sociedad, ¿qué podrá hacer el justo?» Los asuntos del Estado se hallaban en situación caótica, debido a la inquina de Saúl contra David y a la consiguiente mala administración de su gobierno. En esta situación—piensan los consejeros de David—¿qué puede hacer David? Versículos 4–7
  • 22. Dicen que cuando se sacude un árbol, se le hace que arraigue más profunda y rápidamente. El consejo de los amigos de David, que implicaba desconfianza en Dios, le hace adherirse con tanta mayor fuerza a sus primeros principios. Lo que sacude la fe de muchos es ver la prosperidad de los malvados a pesar de sus impiedades, y las aflicciones que con frecuencia sufren los piadosos. De ahí puede surgir el mal pensamiento: «De seguro que de nada sirve buscar a Dios». Pero, a fin de suprimir tal pensamiento, David considera: 1. Que hay un Dios en el Cielo (v. 4): «Jehová está en su santo templo»; aquí, en el cielo (2:4; 9:8; 18:7), desde el que todo lo ve y lo gobierna (18:7, comp. con Mi. 1:2; Hab. 2:20). 2. Que este Dios es el Rey del Universo. El Señor tiene en el Cielo, no sólo su residencia, sino también su trono, desde el que dispone sus poderes sobre la tierra (Job 38:33). ¡Veamos, por fe, a Dios en su trono: en su trono de gloria y de gobierno, dando a todos leyes, motivaciones y deseos; en su trono de juicio; y en su trono de gracia, al que todos los suyos tienen libre acceso por su misericordia y por su gracia! Entonces no tendremos motivo alguno para sentirnos desanimados por el orgullo y el poder de los opresores, ni por las aflicciones que puedan sobrevenir a los buenos. 3. Que este Dios conoce perfectamente el verdadero carácter de cada individuo humano: «Sus ojos ven, sus párpados escudriñan a los hijos de los hombres». No sólo los ve, sino que los atraviesa con su mirada, pues no sólo conoce lo que dicen y hacen, sino también lo que piensan y planean, aun cuando aparenten otra cosa. 4. Que si aflige a los buenos es para ponerlos a prueba (v. 5a) y, por consiguiente, para su bien (comp. Stg. 1:12); «para, a la postre, hacerles bien» (Dt. 8:16). 5. Que, por mucho que los impíos puedan prosperar y prevalecer, están siempre bajo la ira de Dios y, tarde o temprano, perecerán (vv. 5, 6): «Su alma (de Dios) aborrece al que ama la violencia. Sobre los impíos hará llover calamidades (lit. trampas)». En esta última frase puede notarse una doble metáfora, a fin de presentar vivamente lo ineludible del castigo de los malvados. Será como trampas que los atrapen y los tengan sujetos, presos, hasta que llegue el día de la cuenta. Y hará llover, de la misma manera que un repentino aguacero sorprende a veces al viajero en un día de verano, además de esas trampas, fuego, azufre y viento abrasador; esto último parece aludir a la destrucción de Sodoma y Gomorra. 6. Que, aunque las personas buenas puedan hallarse rodeadas de adversidades, Dios, no obstante, les reconoce como hijos suyos y está a favor de ellos, y esta es la razón por la que Dios juzgará con toda severidad a los perseguidores y opresores, puesto que aquellos a quienes persiguen y oprimen son muy amados de Dios (v. 7b): «Los rectos contemplarán su rostro (de Dios)», es decir, disfrutarán de su favor. SALMO 12 El salmo es de David, pero no puede determinarse la ocasión que le indujo a redactarlo; lo único que se deduce del texto es que se queja de la deslealtad y falta de sinceridad, ya sea de sus enemigos o de sus falsos amigos. I. Le pide a Dios ayuda, pues no puede fiarse de ningún ser humano (vv. 1, 2). II. Predice la destrucción de sus arrogantes y amenazadores enemigos (vv. 3, 4). III. Se asegura a sí mismo y asegura a otros de que, por mal que marchen las cosas de momento (v. 8), Dios preservará y protegerá a su pueblo (vv. 5, 7), y les cumplirá las promesas que les ha hecho (v. 6). Versículos 1–8 En este salmo, como en otros que hemos visto el título forma el primer versículo por lo que tiene 9 versículos en la Biblia Hebrea. Sobre lo de Sheminith, véase lo dicho en el comentario al título del Salmo 6. El salmo nos provee de buenos pensamientos para malos tiempos.
  • 23. I. Veamos aquí qué es lo que hace que los tiempos sean malos y cuándo podemos decir que lo son. La escasez de dinero, el fracaso del negocio, las desolaciones de la guerra, etc., hacen que los tiempos sean malos. Pero la Escritura achaca la maldad de los tiempos a causas de otra naturaleza (2 Ti. 3:1): «… en los últimos días vendrán tiempos difíciles». ¿Por escasez de dinero, quiebra del negocio o desolación de una guerra? ¡No! El Apóstol lo atribuye a la maldad de los hombres en un grado no conocido anteriormente. De esta maldad se queja David aquí. Los tiempos son malos: 1. Cuando hay una general decadencia de la piedad y de la honestidad entre los hombres (v. 1): «… se acabaron los compasivos; … han desaparecido los leales de entre los hijos de los hombres». Obsérvese cómo se colocan juntas estas dos cualidades: la compasión (hebr. jasid = el piadoso para con Dios y los hombres) y la lealtad (hebr. emunim = los fieles). Donde no hay sincera piedad, no se puede esperar lealtad. Se dice aquí de estas personas que han cesado y que han caído (lit.). Los verdaderamente buenos han sido quitados de en medio, y los que sólo lo parecían han degenerado hasta dejar de ser lo que parecían. 2. Cuando los hombres son tan desvengonzados como para planear contra sus prójimos los peores males y, no obstante, son tan viles como para cubrir sus designios con plausibles profesiones de amistad (vv. 2, 3). Pueden besar para matar. Es la imagen perfecta del diablo, mentiroso y homicida (Jn. 8:44) ¡Ciertamente son pésimos los tiempos cuando ha desaparecido del todo la sinceridad! 3. Cuando los pecadores arrogantes han llegado a tal nivel de impiedad como para decir: «Por nuestra lengua prevaleceremos contra toda causa virtuosa; nuestros labios por nosotros (lit. son nuestros) y podemos decir lo que nos venga en gana; ¿quién va a ser amo nuestro? (v. 4). Injustas y jactanciosas pretensiones, porque ¿quién nos hizo la boca, en cuya mano está nuestro aliento y el aire que respiramos? ¿Y quién sino Él es el que tiene plena autoridad, señorío y dominio sobre nosotros, para mandarnos y para juzgarnos? (Comp. Éx. 5:2). 4. Cuando los pobres y necesitados se hallan bajo opresión y abuso. Esta maldad se insinúa en el v. 5, donde Dios mismo toma nota de la opresión de los pobres y del suspiro de los menesterosos. 5. Cuando abunda la maldad hasta tal punto que cunde descaradamente bajo la protección o la vista gorda de los que están en autoridad (v. 8). «Porque la vileza es exaltada entre los hijos de los hombres.» II. Cuando los tiempos son tan malos, sirve de consuelo pensar: 1. Que tenemos un Dios a quien acudir para pedirle que salga a favor nuestro y nos compense de los males que nos afligen. Con esto comienza precisamente David (v. 1): «Salva oh Jehová …» 2. Que Dios tomará cuentas de seguro a los orgullosos y desleales; que castigará y refrenará su insolencia. Los hombres no pueden descubrir a menudo la falsedad de los aduladores, ni humillar la altivez de los que hablan con arrogancia; pero el Dios justo arrancará los labios lisonjeros (v. 3). Así lo pide el salmista con toda confianza. 3. Que Dios llevará a cabo, a su debido tiempo, la liberación de sus hijos oprimidos y les resguardará de los malignos designios de quienes les persiguen (v. 5b): «Ahora me levantaré, dice Jehová». Cuando los opresores se hallen en el pináculo de su orgullo e insolencia, cuando digan: «¿quién va a ser amo nuestro?» (v. 4), entonces es la hora de Dios para hacerles saber, a costa de ellos, que está por encima de ellos. Y cuando los oprimidos están en el fondo de su aflicción y desespero entonces es también la hora de Dios para salir a favor de ellos, como salió a favor de Israel cuando los israelitas se sentían más abatidos, y el faraón se sentía más exaltado. «Ahora me levantaré, dice Jehová». Y añade Dios: «(le) pondré a seguro (lit.), es decir, le protegeré, le salvaré, le
  • 24. restauraré de forma que no pierda nada por lo que haya sufrido, le cumpliré lo que él anhela» (v. 5). 4. Que, aun cuando los hombres sean desleales, Dios es fiel (v. 6): Las palabras de Jehová son palabras sinceras (lit. puras), como plata refinada, es decir, acrisolada siete veces, esto es, perfectamente. 5. Que Dios se reservará de seguro un remanente suyo, por malos que sean los tiempos (v. 7): «Tú, Jehová, nos guardarás; de esta generación nos preservarás para siempre». En tiempos de general apostasía, el Señor conoce a los que son suyos y les concederá gracia para que preserven su integridad. SALMO 13 También este salmo es de David, salmo de lamentación amarga que acaba con profesión de confianza y alabanzas a Dios. Tampoco se sabe con ocasión de qué particular aflicción fue compuesto. I. David se queja de que Dios tarda en prestarle auxilio (vv. 1, 2. Nótese ese cuádruple «¿Hasta cuándo?» en dos versos). II. Ruega fervientemente a Dios que considere su caso y venga en su auxilio (vv. 3, 4). III. Se asegura a sí mismo de obtener respuesta de paz y, por tanto, concluye el salmo con notas de gozo y triunfo, pues sabe que su liberación es tan segura como si ya estuviese realizada (vv. 5, 6). Versículos 1–6 David, en su aflicción, derrama aquí su alma delante de Dios. 1. Siempre causa alivio al ánimo turbado dar suelta a sus pesares especialmente ante el trono de la gracia, donde estamos seguros de hallar a uno que es afligido en las aflicciones de su pueblo (Is. 63:9). Allá tenemos acceso libre mediante la fe, literalmente «libertad de palabra» (gr. parrhesía). David llegó a pensar que Dios se había olvidado de él. No es que una buena persona pueda dudar de la omnisciencia, de la bondad y de la fidelidad de Dios, pero en un momento de enfado y temor puede oscurecerse la mente y, cuando surge de una alta estima y de un ferviente deseo del favor de Dios, aunque no exima de culpabilidad, puede perdonarse y excusarse, pues una segunda reflexión llevará a la retractación y al arrepentimiento. Su mente estaba llena de preocupación por lo que él creía el olvido de Dios (v. 1), la congoja le llenaba el corazón cada día (v. 2). El pan de aflicción es algunas veces el pan cotidiano del santo. Nuestro Señor mismo fue «varón de dolores» (Is. 53:3). La insolencia de sus enemigos añadía nuevo pesar a la amargura de David. De ahí ese, cuatro veces repetido, «¿Hasta cuándo?» y ese «para siempre» del versículo 1. Como si dijese: «¿Cuándo se va a acabar esto? ¿Va a durar indefinidamente?» Es una tentación muy corriente, cuando una aflicción dura mucho, pensar que no se va a acabar nunca; entonces la desconfianza se convierte en desesperación, y quienes por largo tiempo han estado sin gozo, comienzan, a la larga, a estar sin esperanza. 2. Sus quejas sirven de pábulo a sus plegarias (vv. 3, 4). Nunca nos debemos permitir ninguna queja sino la que podamos derramar en presencia de Dios y la que nos lleve a ponernos de rodillas. David pide a Dios que mire, que considere su caso, que le responda en cuanto al objeto de sus quejas, y que le alumbre los ojos, no los de la cara, sino los del corazón (Ef. 1:18). Los ojos de la fe por medio de la cual pueda ver por encima, y a través, de las cosas que se perciben con los sentidos. Como si dijera: «Señor, ayúdame a ver más allá de mis presentes apuros y a prever un feliz resultado de ellos». Si no hay lumbre para sus ojos, se siente cercano a la muerte. Pero no es sólo por escapar del sueño de la muerte por lo que pide alivio, sino también para que no se alegre su enemigo y diga: «Lo vencí; ha caído; he prevalecido contra él y contra su Dios» (v. 4).
  • 25. 3. Sus plegarias se cambian pronto en alabanzas (vv. 5, 6): «… Mi corazón se alegrará … Cantaré a Jehová … ». ¡Qué cambio tan sorprendente en tan pocas líneas! Al comienzo del salmo, tenemos a David desanimado, acongojado, presto a hundirse en la melancolía y la desesperación; pero al final le vemos regocijándose en Dios y exaltado en alabanzas al Señor. Véase el poder de la fe y el poder de la oración, y cuán bueno es acercarse a Dios. «En otros momentos de apuro—parece decir David—he confiado en la misericordia de Dios y nunca me ha fallado; por eso, también en medio de la presente aflicción, cuando parece que Dios esconde de mí su rostro, cuando hay fuera conflictos y dentro temores (2 Co. 7:5), he confiado en la misericordia de Dios y ella ha sido para mí ancla en la tormenta, con cuya ayuda, aunque he sido zarandeado, no he sido anegado.» La fe en la misericordia de Dios llenaba el corazón de David de gozo en la salvación que Dios le concedía (v. 5), pues el gozo y la paz vienen por el creer (Ro. 15:13). «… en quien creyendo … os alegráis» (1 P. 1:8). Por eso, termina David y dice (v. 6): «Cantaré a Jehová; cantaré en recuerdo del bien que me ha hecho en otras ocasiones y, aunque nunca llegase a recobrar la paz que entonces tuve siempre cantaría igualmente sus alabanzas». Nota del traductor: Para información de nuestros lectores, es de notar que algunos autores, para mantener mejor la unidad del salmo, rechazan el brusco cambio que nuestras versiones efectúan en el versículo 5. Así por ejemplo, Arconada traduce los versículos 5 y 6 del modo siguiente: «No vaya a decir mi enemigo: «Le pude» (v. 4 en nuestras versiones), ni mis contrarios vayan a regocijarse si llegare a caer, cuando yo a tu bondad me he confiado. Mi corazón pueda regocijarse en tu salvación, pueda yo cantar a Jehová: “Me ha sido benéfico”». Ligeramente distinta es la traducción de la Biblia de Jerusalén. Sin embargo, el texto hebreo, aunque no de una forma decisiva, favorece a nuestras versiones, como lo reconoce la Nueva Biblia Española. SALMO 14 También este salmo es de David, pero no se sabe en qué ocasión fue redactado. El Apóstol, al citar parte de este salmo (vv. 2b, 3) para probar que tanto judíos como gentiles están bajo pecado (Ro. 3:9–12) y que todo el mundo queda bajo el juicio de Dios (Ro. 3:19), nos lo hace entender, en general, como una descripción de la depravación de la naturaleza humana. En todos los salmos desde el 3 hasta el presente (exceptuando el 8), David ha venido quejándose de los que le odiaban y perseguían. Ahora señala el camino de estas malas corrientes hasta lo que es su fuente: la general corrupción de la naturaleza, y ve que no sólo sus enemigos, sino también todos los hombres, están corrompidos. Aquí tenemos: I. La declaración de culpabilidad de un mundo perverso (v. 1). II. La prueba de esta declaración (vv. 2, 3). III. Una seria amonestación a los pecadores, y especialmente a los perseguidores, a causa de ello (vv. 4–6). IV. Una oración de fe por la salvación de Israel y una gozosa expectación de dicha salvación (v. 7). Versículos 1–3 El pecado es la enfermedad endémica de la humanidad, y aquí se ve la malignidad de tal enfermedad. 1. Véase su malignidad (v. 1) en dos cosas: (A) El desprecio que hace del honor de Dios, pues siempre hay algo de ateísmo práctico en el fondo de todo pecado: Dice el necio (hebr. nabal = el insensato malvado) en su corazón: No hay Dios. No es un ateo teórico; en la Biblia no se presenta el caso de alguien que niegue seriamente la existencia de Dios; se trata de personas que viven como si Dios no existiera (v. Sal: 10:4, 11, 13); son los que no buscan a Dios (v. 2) ni le invocan (v. 4). En este sentido, necio se opone a sabio, el cual teme a Dios, guarda sus mandamientos y se aparta del mal.