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2 TIMOTEO
Esta segunda Epístola a Timoteo la escribió Pablo en Roma, donde estaba
encarcelado y en peligro de muerte: «Porque yo ya estoy siendo derramado, y el tiempo
de mi partida es inminente», escribe en 4:6. Y los intérpretes están de acuerdo en que
ésta fue la última epístola que escribió. Poco después, según la tradición, fue decapitado
en la Vía Ostia, al oeste de Roma. Es una carta intensamente personal.
Para su división, seguimos los epígrafes del esquema inicial de Ryrie:
I. Saludo (1:1, 2).
II. Acción de gracias por Timoteo (1:3–7).
III. El llamamiento del soldado de Cristo (1:8–18).
IV. El carácter del soldado de Cristo (2:1–26).
V. Las precauciones del soldado de Cristo (3:1–17).
VI. El encargo al soldado de Cristo (4:1–5).
VII. El consuelo del soldado de Cristo (4:6–18).
VIII. Saludos finales (4:19–22).
CAPÍTULO 1
Después de la introducción (vv. 1, 2), tenemos: I. el sincero amor de Pablo a
Timoteo (vv. 3–5); II. diversas exhortaciones que le hace (vv. 6–14). III. Habla de
Figelo y Hermógenes, y cierra el capítulo con una mención a Onesíforo (vv. 15–18).
Versículos 1–5
1. La inscripción de la epístola. «Pablo, apóstol de Cristo Jesús» es la misma
expresión que hemos visto en 1 Timoteo 1:1, pero ahora añade: «por voluntad de Dios
(como en 1 Co. 1:1; 2 Co. 1:1; Ef. 1:1; Col. 1:1), según la promesa de la vida que es en
Cristo Jesús» (v. 1). La frase «que es (hay o está) en Cristo Jesús» nos recuerda que la
vida cristiana está centrada en Cristo (v. Gá. 2:20), porque en el Hijo está la vida (Jn.
1:4; 3:36; 5:26; 1 Jn. 5:11, 12); y de Cristo, que es la Cabeza, es suministrada a los
miembros de su Cuerpo (Ef. 4:15, 16). Lo de «según la promesa de la vida» va
conectado con apóstol de Cristo Jesús, no con lo de la voluntad de Dios, aunque esto
último entra también en la designación de Pablo como apóstol. Hendriksen explica
atinadamente: «Ese apostolado por la voluntad de Dios estaba “en armonía con (o ‘de
acuerdo con’) la promesa de la vida”, es decir, fue el resultado de tal promesa, en el
sentido de que, si no hubiese existido tal promesa, no habría podido existir un apóstol
designado por Dios para proclamar la promesa».
2. El destinatario (v. 2): «A Timoteo, amado hijo». En 1 Timoteo 1:2, le había
llamado «genuino hijo en la fe». Se palpan ya, desde el comienzo de la epístola, una
solemnidad especial y una evidente ternura, propias de un padre cuya vida está a punto
de derramarse en sacrificio de libación por la causa del Evangelio. La bendición que
sigue (v. 2b) está al pie de la letra en 1 Timoteo 1:2, donde puede verse el comentario.
3. Como en muchas otras ocasiones (la estadística nos da mayoría; V. Ro. 1:8; 1 Co.
1:4; Fil. 1:3; Col. 1:3; 1 Ts. 1:2; 2 Ts. 1:3; Flm. 4), Pablo expresa su gratitud a Dios al
comienzo de la epístola. En esta ocasión, con una ternura que conmueve. Dicen así los
versículos 3–5 en la NVI: «Doy gracias a Dios, a quien sirvo, a imitación de mis
antepasados, con conciencia limpia, siempre que en mis oraciones hago memoria de ti
incesantemente, noche y día. Al recordar tus lágrimas, deseo vivamente verte, para
quedar lleno de gozo. A menudo evoco el recuerdo de tu fe sincera, fe que arraigó
primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y ahora también en ti, como estoy
persuadido de que así es». Analicemos estos versículos:
(A) El griego, en el «doy gracias», lleva una fórmula especial (Khárin ékho), que
podría traducirse mejor por: «estoy en una continua acción de gracias».
(B) Es curiosa la mención de sus antepasados, al decir: «a Dios, a quien sirvo, a
imitación de mis antepasados, con conciencia limpia». En 1 Timoteo 1:5, el mismo
adjetivo de aquí (kathará) se aplica a «corazón», mientras que «conciencia» va
acompañado de «buena» (gr. agathés, buena moralmente). La mención de sus
antepasados (ya difuntos) está designada a establecer un paralelo con los antepasados
de Timoteo, su madre y su abuela (todavía vivas). Los antepasados de Pablo (y él antes
de convertirse) sirvieron a Dios con una conciencia limpia, irreprochable (comp. con lo
que dice en Hch. 24:14, 15), de la misma manera que la abuela y la madre de Timoteo
(y el mismo Timoteo) sirven a Dios en la fe de Jesucristo. Como certeramente observa
Hendriksen: «Pablo pone de relieve que él no ha introducido una nueva religión. Lo que
ahora cree es esencialmente lo que creyeron también Abraham, Isaac, Jacob, Moisés,
Isaías y todos los piadosos antepasados». Comenta J. Collantes: «Al convertirse, no ha
cambiado de Dios ni de aquella fundamental actitud generosa que caracterizaba su
espíritu».
(C) Este paralelo de sí mismo con sus antepasados, por una parte, y de Timoteo, con
los suyos, por otra, brota espontáneamente en la mente del apóstol «siempre que en sus
oraciones hace memoria de él incesantemente, noche y día» (comp. con 1 Ti. 5:5).
«Pablo viene a decir que siempre que piensa en Timoteo, lo contempla como a quien
igualmente sirve al verdadero Dios con pura conciencia» (Hendriksen).
(D) En la medida en que el recuerdo de Timoteo se le hace más vivo en la mente del
apóstol orante, se le aumenta la constante nostalgia (gr. epipothón, en participio de
presente), esto es, el vivo deseo de verle (v. 4). Hay un motivo interior, profundo, en el
avivamiento de esa nostalgia del apóstol: «al recordar tus lágrimas», dice. Si lo de «las
incesantes oraciones, noche y día» nos recuerda lo que el propio Pablo dice en Hechos
20:31, lo de las lágrimas de Timoteo nos conduce de la mano a la escena que describe
Lucas en Hechos 20:37. Aquella última despedida debió de resultar tremendamente
amarga para el fiel discípulo e hijo en la fe.
(E) Pero por eso precisamente Pablo desea vivamente volver a ver a su amado
Timoteo ¡para llenarse de gozo! ¿Tan cerca de las lágrimas el gozo? Sí, porque el
reencuentro es siempre tanto más gozoso cuanto más amarga ha sido la despedida. Dice
J. Collantes: «Cargado de cadenas, próximo a la muerte, abandonado de todos (4:10–
12), desea ver a Timoteo para secar sus lágrimas, y con esto solo se llenará de alegría.
No es su propia pena la que le entristece; es el desconsuelo de su discípulo el que le
impide que su gozo sea completo».
(F) Si no conociésemos a Pablo, el que con tanto anhelo tenía puestos los ojos en la
meta futura (v. por ej., Fil. 3:10 y ss.), diríamos que, próximo ya a la muerte, sólo vive
de recuerdos (v. 5): «A menudo evoco el recuerdo de tu fe sincera (lit. no hipócrita)…».
Pablo es testigo de la sinceridad con que el joven Timoteo había recibido el Evangelio y
había profesado su fe en el Señor. El griego dice literalmente: «Al recibir el
recordatorio», por lo que algunos autores opinan que Pablo había recibido
recientemente noticias de Timoteo. Guthrie hace notar que, en cuatro versículos (3–6),
hallamos cuatro diferentes expresiones que denotan recuerdo.
(G) El apóstol dice que esta fe, actitud propia del sincero creyente cristiano, habitó
primero en Loida, la abuela de Timoteo, y en su madre Eunice, y Pablo estaba seguro
de que también habitaba en el propio Timoteo. Estas frases requieren un análisis
especial:
(a) La metáfora de habitar, residir como en propia casa, es favorita de Pablo. Así
habla del habitar de Dios (2 Co. 6:16), del Espíritu (Ro. 8:11 y en el v. 14 del capítulo
que venimos estudiando), de la Palabra (Col. 3:16) y aun del pecado mismo (Ro. 7:17),
en el creyente. En todos estos casos, se trata de una residencia dinámica, activa; más
propia de un obrero que de un simple huésped.
(b) El apóstol menciona la buena conciencia (v. 3), así como el temor reverente a
Dios (v. Hch. 10:2; 16:14, por ej.), en judíos observantes, no convertidos todavía al
cristianismo, pero sólo atribuye la fe o el epíteto de creyente al que se ha convertido a
Cristo (v. Hch. 16:31, 34). La fe, pues, que había habitado en la abuela y en la madre de
Timoteo era la fe cristiana. Seguramente que también ellas habían sido convertidas
mediante el ministerio del apóstol.
(c) La fe que había habitado en la abuela de Timoteo y en su madre eran propias
respectivamente de ellas. Timoteo hubo de creer también personalmente para ser salvo.
En otras palabras: la fe no se hereda ni se comunica. Nadie puede creer por otro, ni dar
la fe a otro, como no puede alimentarse por otro ni dar la salvación a otro. Así que
Erdman, citado por Collantes, se equivoca de medio a medio cuando dice: «Pablo nos
enseña que la fe puede ser comunicada». Es cierto que los padres, maestros,
predicadores, etc., pueden instruir en las verdades de la fe cristiana; es cierto que una
familia cristiana es una atmósfera propicia para que brote la planta de la fe, pero la fe
personal de entrega al Salvador es algo exclusivamente personal, algo que sucede
íntimamente en un acontecimiento vital entre la propia persona y Dios.
Versículos 6–14
A continuación, el apóstol hace diversas exhortaciones a Timoteo.
1. La primera exhortación, en forma de hacer a la memoria (gr. anamimnésko), es
(v. 6): «que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis
manos». Recuérdese que a este don se había referido Pablo en 1 Timoteo 4:14, en cuyo
comentario explicamos ya algunos de los conceptos. Allí le pedía que no descuidara tal
don; ahora le pide algo más y, precisamente, ante el recuerdo de la fe que habita
seguramente en él («Por la cual causa», dice, con una expresión poco frecuente en
Pablo); le pide que reavive el fuego del don de Dios. El verbo anazopureín (aná, de
nuevo, zo, vida, pur, fuego) significa aquí atizar el fuego, especialmente soplando, a fin
de que lo que son como carbones encendidos, pero más o menos ocultos bajo la ceniza
del miedo o de la indolencia, se manifiesten en llamarada que calienta e ilumina. El
apóstol dice de este don «que está en ti mediante la imposición de mis manos» (v. 6b),
expresión más fuerte que la de 1 Timoteo 4:14 («con la imposición, etc.»). El apóstol da
la razón por la cual exhorta a Timoteo a reavivar dicho don (v. 7): «Porque no nos ha
dado (lit. dio, en aoristo) Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de
cordura (gr. sophronismoú, único lugar en que aparece este vocablo, aunque términos
de la misma raíz aparecen en otros quince lugares). Los dos versículos (6 y 7) se aclaran
mutuamente:
(A) Dios, dice Pablo, no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder (v. 8b)
para actuar en medio de circunstancias difíciles, de amor para sacrificarse por el bien de
los demás (comp. con Jn. 10:11) y de cordura, para obrar con la ecuanimidad que exijan
las circunstancias. Dice Collantes: «La fuerza puede llevar al ministro de Dios a ser
duro a veces; la caridad (esto es, el amor), a un celo indiscreto. La prudencia sabrá
endulzar los rigores de la fuerza y encauzar ordenadamente la torrentera del celo.
Fuerza, caridad y prudencia, unidas, harán al ministro de Cristo animoso sin debilidad,
enérgico sin aristas, bondadoso sin claudicaciones, celoso sin exageración».
(B) Aunque espíritu aparece correctamente escrito con minúscula, no cabe duda de
que, como en otros muchos lugares (comp. con Ro. 8:15, por ej.), en el origen
sobrenatural de todo lo que acontece en nuestro espíritu regenerado está el Espíritu (con
mayúscula) de Dios. Este Espíritu Santo de Dios es el que otorga el don (v. 1 Co. 12:4,
7 y ss.). La imposición de las manos de Pablo no tenía en sí ninguna eficacia
«sacramental» (ni principal, ni instrumental). El apóstol usa en el versículo 6b la
preposición diá con genitivo instrumental (como, por ej., en Ef. 2:8, «mediante la fe»),
porque la imposición de las manos simbolizaba la prolongación del ministerio de Pablo
en la persona de Timoteo. Esto acontece dentro de la comunidad eclesial animada y
estimulada por el Espíritu Santo. Por tanto, Timoteo no podía sacar de su propio espíritu
la fuerza necesaria para avivar el don de otro modo que al echar mano del poder que
imparte el propio Espíritu de Dios.
(C) Esta exhortación era muy oportuna, habida cuenta de las múltiples dificultades
que asediaban a Timoteo desde dentro y desde fuera, ya que, además de ser un joven (1
Ti. 4:12, comp. con 2 Ti. 2:22) débil físicamente (1 Ti. 5:23) y tímido, según insinúa el
apóstol en 1 Corintios 16:10, estaba expuesto a los ataques de los falsos maestros de
Éfeso (1 Ti. 1:3–7, 19, 20; 4:6, 7; 6:3–10; 2 Ti. 2:14–19, 23) y a las persecuciones que
el Estado y los judíos inconversos desencadenaban contra los cristianos.
2. La segunda exhortación (v. 8) es consecuencia de la primera. Es como si ahora le
dijera Pablo a su discípulo e hijo en la fe: «Mira, Timoteo, tienes en ti el don de Dios;
no tienes excusa; por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni (te
avergüences) de mí, preso suyo (comp. con Ef. 3:1), sino comparte conmigo el sufrir
por el Evangelio (NVI), conforme al poder de Dios; con el poder que da Dios, no por
tus propias fuerzas». La mención del poder de Dios lleva al apóstol a una declaración
grandiosa del plan amoroso de salvación (vv. 9 y 10), cuyo heraldo ha sido designado el
propio Pablo (v. 11) y por el que padece con la cabeza muy alta (v. 12). Todo lo que
Pablo dice en los versículos 9–12 está orientado a estimular a Timoteo para que ponga
por obra la exhortación que le hace en el versículo 8.
(A) Veamos primero el texto de los versículos 9–12, según la NVI, donde se
clarifica el sentido: «Quien (Dios) nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por algo
que nosotros hubiésemos hecho, sino por su propio designio y su gratuito favor. Esta
gracia nos fue otorgada en Cristo Jesús desde la eternidad (comp. con Ro. 16:25; Ef.
1:4; Tit. 1:2), pero se ha manifestado ahora mediante la aparición (gr. epiphaneías) de
nuestro Salvador, Cristo Jesús, que ha reducido a la impotencia (en aoristo: de una vez
por todas; el verbo es el mismo de Ro. 6:6, entre otros lugares) a la muerte y ha sacado
a la luz la vida incorruptible por medio de la predicación de la Buena Noticia, para lo
cual he sido yo designado heraldo, apóstol y maestro (lo de «de los gentiles» falta en
los MSS más importantes, y es añadidura tomada, probablemente, de 1 Ti. 2:7). Por este
motivo estoy padeciendo estas cosas, pero no me avergüenzo, pues sé a quién he creído,
y estoy convencido (o persuadido; gr. pépeismai, pretérito perfecto de la voz media-
pasiva) de que es poderoso para guardar (gr. phuláxai; el mismo verbo del v. 14 y de
4:15, así como de 1 Ti. 5:21; 6:20) lo que le he confiado (lit. mi depósito; el mismo
vocablo del v. 14 y de 1 Ti. 6:20) para el día aquel».
(B) Analicemos primero los versículos 9 y 10, en los que el apóstol hace su gran
declaración doctrinal acerca del plan de la salvación. Son muchos los autores que ven en
estos versículos un himno (o fragmentos de él), similar a los de Filipenses 2:5–11; 1
Timoteo 3:16; Tito 3:4–7.
(a) Nótese el orden de los dos primeros verbos («nos salvó y nos llamó») del
versículo 9. El sentido exacto del primero ha de verse a la luz de 1 Timoteo 1:15: vino a
salvarnos. Aplicado a Dios, como es aquí el caso, significa «procedió a salvarnos». No
se habla todavía de una aplicación personal ya hecha, sino de la declaración de un
propósito amoroso de Dios hacia nosotros. «Nos llamó» (comp. con Ro. 8:30, donde el
llamar aparece como el primer paso en el orden de la ejecución); al llamado
corresponde acudir «tal como uno está»: «no conforme a nuestras obras», añade Pablo
(v. 9b, comp. con Ef. 2:9; Tit. 3:5). Pero este llamamiento se halla aquí cualificado con
el complemento circunstancial «con un llamamiento santo» (lit.), es decir, con
llamamiento a la santidad (comp. con Ef. 1:4).
(b) Nuestra salvación y el llamamiento a una vida santa no se deben, añade Pablo (v.
9b) a nada que nosotros hayamos podido hacer o merecer, sino únicamente al designio
amoroso y gratuito (¡gracia!) de Dios hacia nosotros. El amor y el poder,
conjuntamente, de Dios han hecho posible la obra de nuestra salvación. Dice Collantes:
«El poder de Dios está trascendido de amor. Y por eso nos obliga más a serle fieles,
porque el mismo que opera en nosotros la fortaleza para sufrir es el que nos ha salvado
y nos ha dado la vocación al cristianismo».
(c) «Esta gracia, continúa Pablo, nos fue otorgada en Cristo Jesús desde la
eternidad (lit. antes de los tiempos eternos)». Es un favor que se nos otorgó cuando
fuimos escogidos en Cristo (Ef. 1:4), pero esa concesión estaba escondida, desde la
misma eternidad, en el seno del Padre (comp. con Jn. 1:18). Sólo se publicó a los cuatro
vientos, se manifestó (gr. phanerotheísan), cuando el propio Salvador (v. 10) fue
manifestado (ephaneróthe, el mismo verbo y en el mismo tiempo, aunque en diferente
modo) en carne (1 Ti. 3:16). Pablo describe al Salvador como al Yeshúa (Jesús, el
«Yahweh salva») Mesías (Cristo) ungido por Dios para el oficio específico de salvar (v.
Mt. 1:21).
(d) El apóstol describe la obra de la salvación, llevada a cabo por nuestro Salvador
Cristo Jesús (v. 10, lit.), en lo que más tiene de Buena Noticia: la oferta de la vida
eterna (v. Jn. 3:16). Para todo el que creyere, con el perdón de los pecados viene la
derrota de la muerte y la donación de la vida incorruptible. Es Cristo Jesús, nuestro
Salvador, el que, mediante la obra de la Redención, ha reducido a la impotencia a la
muerte, y ha abolido el dominio que ejercía sobre nosotros a causa del pecado (comp.
con Ro. 6:6), que es el aguijón de la muerte. Morir, para el cristiano, se ha convertido
en dormir. Y al resucitar de entre los muertos, Cristo Jesús (con quien hemos resucitado
a la nueva vida; v. Ef. 2:4–7), sacó a la luz la vida incorruptible. Todo el que lea con
atención el Antiguo Testamento se percatará de lo escondida que estaba la idea misma
de una vida incorruptible. Era como un misterio escondido desde los siglos en Dios (Ef.
3:9). La proclamación del Evangelio es la declaración solemne de que esa explosión de
luz y vida eternas ha tenido lugar en este pequeño planeta nuestro y, desde aquí, por
medio de la Iglesia, ha sido comunicada a los lugares celestiales (Ef. 3:10).
(C) En el versículo 11, el apóstol declara, con frases similares a las de 1 Timoteo
2:7, que, para el anuncio de la Buena Noticia, fue puesto (el mismo verbo de Jn. 15:16b)
por Dios como heraldo, apóstol y maestro. Las tres funciones tienen por objeto el
anuncio de lo mismo, pero cada una tiene su característica respectiva: «Como heraldo,
debe anunciar y proclamar en voz alta ese Evangelio. Como apóstol no puede decir ni
hacer sino lo que se le ha encomendado que diga y haga. Y como maestro, ha de poner
todo esmero en impartir instrucción en las cosas que pertenecen a la salvación y a la
gloria de Dios, y debe exhortar a la fe y a la obediencia» (Hendriksen). Nótese que el
que humildemente está hablando de las más altas funciones que, como a ministro suyo,
le ha encomendado Dios, ¡es un preso, condenado a muerte!
(D) Pero, precisamente por eso (v. 12), porque está padeciendo por la causa del
Evangelio («Por la cual causa padezco estas cosas», lit.), se siente más movido a hacer
una de sus grandiosas declaraciones, que se canta como estribillo de un himno bien
conocido en nuestras congregaciones: «Mas yo sé a quién he creído, / y estoy bien cierto
que es poderoso / para guardar mi buen tesoro / consigo, junto a Dios». Antes de estas
frases, dice: «pero no me avergüenzo». Ya había escrito esta misma frase a los fieles de
Roma (Ro. 1:16); ahora lo escribe desde Roma a su discípulo Timoteo. Entonces no se
avergonzaba del Evangelio «porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que
cree». Ahora no se avergüenza «porque sabe a quién ha creído», es decir, en quién ha
puesto su confianza. Y añade: «Y estoy convencido (o persuadido) de que es poderoso
para guardar (gr. phuláxai, custodiar) mi depósito con vistas a (gr. eis) aquel día». Dos
detalles necesitan especial aclaración:
(A) ¿A qué se refiere Pablo aquí con eso de «mi depósito» (gr. parathéken; el
mismo vocablo del v. 14 y de 1 Ti. 6:20)? ¿Se refiere al Evangelio que se le ha
encomendado proclamar, o a sí mismo y su completa salvación? Tanto en el versículo
14 como en 1 Timoteo 6:20, está claro que Pablo se refiere al depósito que Dios ha
puesto en las manos de Timoteo para que lo guarde, pero en el versículo 12 no dice «el
depósito», sino «mi depósito»; además, en el versículo 14, como en 1 Timoteo 6:20, es
Timoteo quien tiene que guardar el depósito, pero en el versículo 12 no es Pablo el que
ha de guardarlo, sino Dios en Cristo. Como demuestra Hendriksen, todo el contexto
anterior, además del texto en sí mismo, favorecen la opinión de que Pablo se está
refiriendo a sí mismo y a su completa salvación, la cual está bien segura en las manos de
Dios (v. Jn. 10:28–30). Así opinan también la mayoría de los autores y así lo ha
entendido siempre el pueblo cristiano.
(B) ¿Cuál es el día aquel al que se refiere Pablo al final del versículo 12? Es claro
que debe entenderse del día de las recompensas (comp. con el v. 18 y con 4:8, así como
con 1 Co. 3:13 y 2 Ts. 1:10). En todos estos lugares hallamos la misma expresión
indefinida («el día aquel» o, simplemente, «el día»). No era necesario precisar más,
pues los lectores sabían perfectamente a qué día se estaba refiriendo el apóstol.
3. La tercera exhortación (v. 13) dice así en la NVI: «Lo que escuchaste de mis
labios, guárdalo como pauta directriz de sanas doctrinas, con fe y amor de índole
cristiana». Para «pauta directriz», el apóstol usa el vocablo griego hupotíposin, que ya
conocemos por 1 Timoteo 1:16; son los dos únicos lugares en que tal vocablo aparece
en todo el Nuevo Testamento. Aquí está todavía más clara la figura de «poner debajo
para calcar» con la mayor exactitud los contornos del modelo, pues se trata de las sanas
palabras (comp. con 1 Ti. 1:10), esto es, la doctrina revelada, infalible e inmutable; y,
por ello, más de fiar todavía que cualquier ser humano, aunque su santidad sea del
calibre de la del gran apóstol. A estas enseñanzas del Evangelio, que Timoteo escuchó
de labios de Pablo, ha de atenerse en todo cuanto enseñe y haga. Dice W. Hendriksen:
«El lema, tan popular hoy, de “No importa lo que usted crea, con tal que sea sincero en
lo que cree”, es diametralmente opuesto a la enseñanza de las Epístolas Pastorales. No
obstante, el espíritu con que uno se aferra a la verdad y la comunica a otros sí que
importa. Por eso añade el apóstol: “Haz esto con fe y amor centrados en Cristo Jesús”».
Versículos 15–18
En estos versículos, Pablo pasa ahora a referirse a la situación en que se halla
personalmente, debido a una triste circunstancia, ya conocida («Ya sabes esto») de
Timoteo. Aunque el abandono por parte de «todos los que están en Asia» no puede
menos de deprimir el ánimo del apóstol, dedica, sin embargo, solamente un versículo a
mencionar lo que le causa dolor, para referirse, en tres versículos, a lo que le causa
gozo.
1. Entre los que le abandonaron («todos los que en el Asia», lit.), el apóstol
singulariza a Figelo y Hermógenes, quizás, como apunta D. Guthrie, «porque éstos eran
la causa principal del disturbio». La forma en que Pablo se refiere a los que le
abandonaron («los que [están] en Asia»), no en Roma, da a entender que «algunos
líderes cristianos en la provincia cuya capital era Éfeso habían sido invitados por Pablo
a venir a Roma con el fin de aparecer como testigos a su favor … Con la mayor
probabilidad, el miedo les retuvo». Comenta Collantes: «Aunque dolido, más por estas
defecciones que por sus cadenas, Pablo no tiene ni una palabra de reprensión para esos
hombres cobardes. Porque no se trataba de una apostasía de la fe, sino de una falta de
fidelidad a su propia persona. Y para Pablo es únicamente el Evangelio lo que cuenta en
la vida».
2. Pero hay una noble excepción (además, Pablo no está solo; v. 4:11): Onesíforo se
había portado muy bien con él. No dice Pablo que fuese uno de los que él había invitado
a que viniesen a Roma a dar testimonio a su favor. Que no es ése el caso se colige por lo
que de él dice aquí el apóstol (vv. 16–18): «Que el Señor muestre misericordia con la
familia (comp. con 4:19) de Onesíforo, porque me dio refrigerio muchas veces y no se
avergonzó de mis cadenas, sino que, por el contrario, cuando estuvo en Roma, me
buscó con solicitud hasta encontrarme. Que el Señor le conceda hallar misericordia de
parte del Señor en aquel día. Y la cantidad de servicios que prestó en Éfeso, tú la
conoces de sobra». (NVI, excepto en un «me»—«me prestó»—, que equivocadamente
añade dicha versión. Analicemos brevemente esta porción:
(A) Tengamos en cuenta que, cuando escribe esta epístola, Pablo no se halla, como
anteriormente, en el piso alquilado al que hace referencia Lucas en Hechos 28:30,
donde, aparte de poder recibir las visitas de los amigos, tenía libertad suficiente incluso
para moverse por las calles de Roma, aunque siempre encadenado a un soldado que le
vigilaba. Ahora está ya condenado a muerte y encerrado en lo más lóbrego de la prisión
interior, como había estado en Filipos (Hch. 16:24). Por eso, era mucho más difícil dar
con él y aun visitarle.
(B) Pero, aun así, Onesíforo, cuando estuvo en Roma, lo buscó con solicitud (gr.
spoudaíos) hasta dar con él. Y no sólo lo visitó muchas veces, sino que le reavivó el
ánimo (gr. anépsuxen, de ana y psúkho); le alivió también materialmente. El apóstol
menciona con profunda gratitud hacia Onesíforo, que no se avergonzó de las cadenas
de Pablo. W. Hendriksen hace notar la frecuencia con que menciona el apóstol en este
capítulo lo de no avergonzarse: «Timoteo no debe avergonzarse (v. 8). Pablo no se
avergüenza (v. 12). Onesíforo no se avergonzó (v. 16)».
(C) La mención de la familia (lit. casa) de Onesíforo, tanto aquí (v. 16) como en
4:19, y la expresión «en aquel día» (v. 18), clara referencia al día escatológico de las
recompensas (comp. con la del v. 12, al final), ha llevado a muchos autores a conjeturar,
y aun asegurar, que Onesíforo había muerto ya cuando Pablo escribió esta epístola. Esta
probabilidad no puede negarse, y hasta es posible que hubiese sido ejecutado. El apóstol
dice (v. 18, al comienzo): «Que el Señor le conceda hallar misericordia de parte del
Señor en aquel día». Esta frase plantea dos problemas:
(a) Si, efectivamente, Onesíforo había muerto, ¿tenemos aquí una oración del
apóstol por un difunto? Así piensan muchos, especialmente entre los católicos. Spicq,
por ejemplo (citado por Guthrie), ve aquí un ejemplo, único en el Nuevo Testamento, de
oración por los difuntos. Esto estaría de acuerdo con el precedente judío, también
invocado por la Iglesia de Roma, del caso mencionado en el apócrifo 2 Macabeos,
12:43–45, tenido por canónico por los catolicorromanos. Permítaseme dar mi juicio
sobre algo que evangélicos como Scott (y el mismo Guthrie) hallan alguna dificultad en
resolver: Primero, apoyar lo de la oración por los difuntos en una conjetura (de la
muerte de Onesíforo) es demasiado arriesgado. Segundo, la petición de una bendición
escatológica no exige, de suyo, que el sujeto aludido haya fallecido ya (comp. con 1 Ts.
5:23). Tercero, y más importante (puesto que esto afecta también al caso de 2
Macabeos, 12:43–45, no como libro canónico, sino como libro histórico que refleja la
mentalidad judía de la época próximamente anterior a nuestra era): Un deseo, más bien
que una petición, de que el Señor conceda misericordia, en el día de las recompensas, a
quien había usado de tanta misericordia con el propio apóstol (comp. con Mt. 5:7), NO
ES, EN MODO ALGUNO, UNA PRUEBA A FAVOR DEL PURGATORIO, PUESTO
QUE LO QUE EL APÓSTOL CONSIDERA AQUÍ NO ES EL ESTADO
INTERMEDIO, SINO EL DÍA DE LAS RECOMPENSAS. Cuarto, y último, si
Onesíforo había muerto como mártir de la fe cristiana, es de tener en cuenta que la
costumbre de orar por los mártires difuntos es algo que nunca se ha observado en la
historia de la Iglesia. ¿Será por esto por lo que el jesuita Collantes no menciona esta
cuestión? Por otra parte, el evangélico Hendriksen ni la plantea ¡cosa extraña!
(b) La repetición anómala del vocablo «Señor» en el versículo 18 (gr. ho Kúrios …
pará Kuriou) presenta la cuestión siguiente: ¿A quién se refiere Pablo, a Dios Padre o al
Señor Jesucristo? La respuesta no puede darse a priori, y decir, por ejemplo, que
«Señor» es, para Pablo, el Señor Jesucristo, puesto que hemos visto recientemente (por
ej. en 2 Ts. 3:3, 16; 1 Ti. 6:15) que eso no es invariablemente así. Las opiniones varían:
Algunos, como Scott (citado por Guthrie), lo aplican, en ambos casos, a Dios Padre.
Otros, al seguir a Bernardo de Claraval, aplican el primero (con artículo) a Jesucristo y
el segundo a Dios Padre. D. Guthrie añade que «esto se ajusta a la costumbre de los
LXX de aplicar el término sin artículo a Dios». También W. Hendriksen es de esta
opinión. A mi juicio, la solución es, precisamente, al revés: en el primer caso, «el
Señor» es Dios Padre, como término de referencia en nuestras peticiones; en el segundo,
es el Señor Jesucristo, puesto que es en su tribunal (Ro. 14:10; 2 Co. 5:10) donde se
celebra el juicio de recompensas.
(D) El apóstol menciona finalmente (v. 18b) los servicios que Onesíforo había
prestado en la iglesia de Éfeso. Eso lo sabía Timoteo suficientemente bien (éste es el
sentido de un comparativo sin segundo término de comparación, tanto en griego como
en latín). Qué servicios fuesen ésos no lo sabemos, pero debieron de ser importantes y
notorios para que Pablo los considerase dignos de especial mención. Ya dijimos que la
añadidura «me («me prestó») es un error de la NVI (y otras versiones, incluida la Biblia
de Jerusalén), pues está muy mal apoyada en el cuerpo de los MSS, faltan en la mayoría
de ellos y no se hallan en ninguno de los más importantes. Todavía peor es la añadidura
de «nos» («nos ayudó»), como aparece en la RV 1960, donde los traductores se
limitaron a poner en letra corriente lo que la antigua RV había suplido (malamente) en
cursiva, ya que el «nos» no tiene apoyo en ninguno de los MSS.
CAPÍTULO 2
El epígrafe que el Dr. Ryrie pone a este capítulo, como ya lo copiamos en la
introducción, es «El carácter del soldado de Cristo». En consonancia con esto, vamos a
adoptar también las subdivisiones que aparecen en la Ryrie Study Bible: 1. Es fuerte (vv.
1, 2). II. Es de recta intención (vv. 3, 4). III. Es estricto consigo mismo (vv. 5–10). IV.
Tiene seguridad (vv. 11–13). V. Es sano en la fe (vv. 14–19). VI. Practica la santidad
(vv. 20–23). VII. Es un buen siervo (vv. 24–26).
Versículos 1–2
1. Las primeras palabras de esta exhortación a Timoteo traen a la memoria las que,
con tanta frecuencia, dirige Yahweh a Josué (v. Jos. cap. 1) después de la muerte de
Moisés: «Esfuérzate y sé valiente». En contraste con la cobardía que «los que están en
Asia» (1:15) mostraron, Timoteo es exhortado a «revestirse de poder» (gr.
endunamoú). El verbo está en presente de imperativo de la voz media-pasiva. Esto
mismo indica que Timoteo no puede darse a sí mismo este poder, sino que ha de echar
mano del poder que le otorga el Señor mediante el Espíritu que habita en él. Ese poder
ha de hallarlo Timoteo en la gracia que fluye de Cristo Jesús como de la Cabeza (comp.
con Ef. 4:15, 16). Gracia es siempre un favor justificante, como en Efesios 2:8, o
fortificante, como en 1 Corintios 15:10. En este último aspecto ha de verse aquí (comp.
con 2 Co. 12:9).
2. Timoteo necesita revestirse de dicho poder a fin de que, en primer lugar, sea
capaz de cumplir debidamente con el serio cometido que el apóstol le da en el versículo
2: «Y las cosas que me has oído decir delante de muchos testigos, encomiéndalas a tu
vez a hombres de confianza (gr. pistoís; lit. fieles, esto es, de fiar), que estarán
capacitados (gr. hikanoís, competentes) para enseñar también a otros» (NVI). Las dos
últimas palabras de este versículo, en el original (hetérous didáxai), constituyen el
lema del Seminario Teológico Centroamericano (SETECA) de Guatemala. Analicemos
este importante versículo:
(A) Las cosas que Timoteo le había oído decir a Pablo coincidían, sin ningún
género de duda, con el depósito (1:14) de la sana doctrina cristiana.
(B) Probablemente, el apóstol había ofrecido un compendio de las verdades de la fe
en el mensaje pronunciado con ocasión de la inducción de Timoteo al ministerio. Esto
explicaría mejor la mención de los «muchos testigos»
(C) La frase que las versiones traducen por «delante de muchos testigos» es, en el
original, diá pollón martúron (lit. mediante muchos testigos) La construcción es rara y
ha dado que hablar a los autores, pero W. Hendriksen ha demostrado que tal
construcción no tiene nada de anormal, no sólo en el griego común del Nuevo
Testamento, pues se halla también de modo similar en el versículo 4 de 2 Corintios 2
(diá pollón dakrúon, con muchas lágrimas, no mediante muchas lágrimas), sino
también en la Odisea y en la Ilíada de Homero.
(D) Estas cosas, el depósito de la sana doctrina cristiana, es lo que Timoteo ha de
transmitir, encomendar (gr. paráthou; lit. pon al lado, sin distancias intermedias de
tiempo ni de lugar) a personas (gr. anthrópois, seres humanos, no sólo varones; por eso
se admiten también mujeres en nuestros centros de formación bíblica y teológica) que
sean de confianza, que sean de fiar, no sólo por la capacidad intelectual necesaria para
asimilar debidamente las enseñanzas que se les impartan, sino, sobre todo, por su
probada piedad y dedicación al Señor. El aoristo paráthou da a entender que el encargo
se ha de dar de una vez por todas.
(E) El apóstol añade una nueva cualidad, además de la fidelidad: «que estarán
capacitados para enseñar también a otros» (hetérous, de diferentes temperamentos,
mentalidades, etc.). El que no sea competente para comunicar lo que sabe, debe ser
empleado, por muy sabio que sea, en otros menesteres. Los dones que el Espíritu Santo
distribuye para bien de la comunidad eclesial son muchos y de diversa índole, y están
muy diversamente repartidos (v. 1 Co. 12:7–11, 28–30).
(F) Todas estas precauciones son necesarias, según el apóstol, para que el depósito
de la sana doctrina pase incorrupto de mano en mano; y es seguramente por la tremenda
importancia del encargo por lo que Pablo le recuerda a Timoteo que fue dado en
presencia de muchos testigos, con la mayor probabilidad, los ancianos que tomaron
parte en la inducción de Timoteo (comp. con 1 Ti. 4:14b).
Versículos 3–4
De la fortaleza que un buen soldado de Cristo necesita, pasa el apóstol a mencionar
la rectitud de intención y la total dedicación al ministerio, expuesto aquí bajo la
metáfora, tan frecuente en Pablo, de la milicia.
1 «Comparte conmigo, dice Pablo (v. 3), las dificultades como un buen soldado de
Cristo Jesús» (NVI). El «pues» de nuestra RV debe eliminarse, ya que no tiene
fundamento en los MSS, y puede causar confusión por la aparente conexión con el
versículo 2, conexión que Pablo no establece aquí. El verbo que traduce la NVI por
«compartir dificultades» ha salido recientemente (1:8; v. el comentario). Pablo da por
supuesto que Timoteo es un buen (gr. kalós, excelente) soldado de Cristo Jesús (lit.) y,
por eso, le exhorta a sufrir con él las penalidades que toda milicia comporta (comp. con
3:12). Comoquiera que el original usa el prefijo sun, con, pero no especifica quién es el
compañero de penalidades, opina Hendriksen que, en 1:8, es evidente que significa
«conmigo», pero aquí (2:3) debería interpretarse en plural «con nosotros», a la vista de
los muchos testigos citados en el versículo anterior. Es posible, pero no me resulta
convincente.
2. A continuación, el apóstol establece una condición que podría ser mal
interpretada (v. 4): «Ninguno de los que hacen el servicio militar se enreda en las
ocupaciones de la vida ordinaria, sino que procura agradar al oficial bajo cuyo mando
está» (NVI). A la vista de este versículo son muchos los autores que opinan de modo
demasiado estricto, como si el apóstol prohibiese a los ministros de Dios cualquier otra
ocupación que no sea la dedicación a la Obra a tiempo completo. Que esto es un ideal
digno de contemplarse, nadie lo negará, pero también es cierto que resulta, con
frecuencia, utópico.
(A) Está, en primer lugar, el ejemplo del propio apóstol, quien se había dedicado al
oficio de fabricar lonas para tiendas de campaña (v. Hch. 18:3; 20:34; 1 Co. 4:12), sin
que esto le estorbase en su ministerio de predicación del Evangelio. Es extraño, pues,
que un autor católico tan experto como M. Meinertz (entre otros) vea aquí «el origen de
la tradicional prescripción eclesiástica que prohíbe a los clérigos dedicarse al comercio
y aun buscar su subsistencia por medio de ocupaciones civiles» (citado por J.
Collantes). El único motivo de dicha «prescripción eclesiástica» ha de buscarse en el
falso nivel de superioridad espiritual que la Iglesia de Roma llegó a atribuir a los
clérigos y monjes.
(B) Pero la clave para la recta interpretación de este versículo se halla en el vocablo
griego empléketai (se enreda), de donde procede el castellano implicar, a través del
latín implicare Con este verbo el apostol quiere dar a entender que lo malo no es
ocuparse en un oficio de artesanía o de enseñanza secular, sino en negocios que
acaparan la atención de tal forma que constituyen un verdadero obstáculo a la
dedicación que el ministro de Dios ha de consagrar a la oración y al estudio de la
Palabra, así como a la visitación o, al menos, a la consejería. El vocablo griego expresa
gráficamente, como observa Guthrie, «el enredo de las armas del soldado en los
pliegues de su manto». Y añade: «El punto principal es, por consiguiente, la renuncia a
todo aquello que estorba el verdadero propósito del soldado de Cristo».
Versículos 5–10
De la metáfora de la milicia pasa el apóstol a la de la lucha atlética y a la de la
labranza, antes de estimular a Timoteo con el ejemplo del Señor Jesucristo.
1. «Y asimismo el que compite como atleta no recibe la corona de vencedor si no se
atiene a las reglas de la competición» (NVI). A eso se refirió ya en 1 Corintios 9:25.
Aquí viene a añadir un nuevo requisito: No basta con dedicarse de corazón al servicio
del Evangelio; es preciso también atenerse a las normas. Sin duda, la norma principal
que el apóstol tiene en mente es la del dominio propio, como puede adivinarse al
comparar este texto con el citado 1 Corintios 9:25. Por supuesto que se incluye la sana
doctrina y el sincero deseo de cumplir la voluntad de Dios, pero el espíritu de
mansedumbre, de amor, de sumisión a los demás (comp. con Ef. 5:21), a favor del
orden y de la edificación de la iglesia, son normas que han de observarse si el ministro
de Dios (y aun todo creyente) ha de dar fruto en el desempeño de su ministerio.
También aquí cabe dar «golpes bajos» que deben ser motivo de descalificación, como lo
serían en un combate de boxeo.
2. Pablo pasa después a exponer lo mismo bajo la metáfora del labrador (v. 6): «El
labrador que trabaja de recio debe ser el primero en participar de los frutos» (NVI). A
la dedicación del soldado y al orden con que un atleta guarda las normas, añade ahora el
apóstol el esfuerzo fatigoso (gr. kopiónta, verbo bien conocido) y constante (el verbo
está en participio de presente) del labrador (ver la misma comparación en Jn. 15:1 y ss.;
y especialmente 1 Co. 3:9). La segunda parte del versículo parece indicar, a primera
vista, que el ministro de Dios ha de tener un ojo puesto en los frutos personales de su
labor. Es cierto que mirar a la recompensa (sobre todo, cuando la recompensa es
espiritual) no tiene nada de malo. Pero aquí la recompensa es la elevación de su propio
nivel espiritual y el de otros. Dice Hendriksen: «No sólo será fortalecida su propia fe,
alentada su esperanza, ahondado su amor y reavivada la llama de su don, de forma que
será “dichoso en lo que haga” (Stg. 1:25), sino que, por añadidura, verá en las vidas de
otros (Ro. 1:13; Fil. 1:22, 24) los comienzos de los gloriosos frutos que se mencionan
en Gálatas 5:22, 23. Véase también Daniel 12:3; Lucas 15:10; Santiago 5:19, 20».
3. Como haciendo un alto, a fin de que Timoteo reflexione y saque las
consecuencias de lo que le viene diciendo, dice ahora el apóstol (v. 7): «Reflexiona en lo
que te estoy diciendo, pues ya te dará (el verbo, efectivamente, está en futuro) el Señor
una comprensión más profunda de todo esto» (NVI). En otras palabras, todo creyente
en general, y especialmente el ministro de Dios, ha de estudiar, reflexionar y orar, sin
esperar a que el Espíritu Santo le conduzca a toda la verdad cuando él no se aplica con
denuedo, dedicación y esfuerzo a la lectura y ponderación de la Palabra. Después de la
regeneración, como después de la creación (Gn. 1:2), el Espíritu de Dios ya no obra en
el vacío; el siervo de Dios ha de aportar su esfuerzo.
4. Y para animar a Timoteo a correr con ánimo esforzado la carrera que tiene por
delante, Pablo le exhorta a poner los ojos en Jesús (comp. con He. 12:2) «Recuerda a
Jesucristo, le dice (v. 8), resucitado de entre los muertos, del linaje de David» (NVI).
Como de costumbre, Pablo pone delante de los ojos el ejemplo de Jesucristo, nuestro
Gran Capitán. La alusión al resucitado es un gran estímulo para todo cristiano que
combate y, especialmente, para el que padece persecución por la fe (comp. con Ap.
1:18; 5:6). A. D. Guthrie le resulta extraña la añadidura de la última frase («del linaje de
David»). J. Collantes ve erróneamente en dicha expresión «la alusión a la comunidad de
la raza humana». No hay tal cosa. Hendriksen ha visto bien, ya que el contexto (vv. 11 y
12) lo aclara, que aquí Pablo une lo del vivir con Cristo con lo de reinar con Cristo. Lo
que me resulta extraño es que Hendriksen, entre los numerosos lugares que cita, tanto
del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento, no mencione Hechos 13:33, 34
que, a mi juicio, sigue la misma línea que aquí; y donde se ve la importancia de la
alusión a David, puesto que a él le fueron hechas las promesas del trono Por cierto, lo
del reinar con Cristo se refiere al futuro escatológico (comp. con Lc. 22:29, 30; Ap.
20:4, al final). «Al presente, dice el autor de Hebreos (He. 2:8b), no vemos que todo le
esté sometido». En efecto, el dios de este mundo (2 Co. 4:4), gobernador del reino del
aire (Ef. 2:2) es todavía el Maligno (1 Jn. 5:19b). Lo de «conforme a mi Evangelio»
(lit.), con que termina el versículo 8, ha de conectarse con «resucitado de entre los
muertos», puesto que este hecho constituye el núcleo del Evangelio (v. 1 Co. 15:3, 4).
5. La mención del Evangelio, por cuya causa (por haber proclamado salvación
también para los gentiles) Pablo se halla encadenado y condenado a muerte, lleva al
apóstol a presentar su propio caso después del de Jesucristo mismo, a fin de animar a
Timoteo más y más a sufrir penalidades (o dificultades) como las sufre él mismo, pues
el verbo del versículo 3 es un compuesto del que Pablo se aplica a sí mismo en el
versículo 9. En los versículos 9 y 10, va a presentar cuál es la gloria que comporta el
sufrir por la causa del Evangelio, así como el fruto que con ello se obtiene. Dicen así
dichos versículos en la NVI: «por el que (el Evangelio) estoy sufriendo hasta el punto
de estar encadenado como un criminal (gr. kakoúrgos; lit. malhechor) Pero la palabra
de Dios no está encadenada Por esto, lo aguanto (gr. hupoméno, soporto) todo por
causa de los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo
Jesús con gloria eterna».
(A) Notemos primero que, por causa del Evangelio, Pablo está preso y encadenado
como un malhechor público, es decir, como un criminal. El vocablo griego kakoúrgos
«es palabra técnica en el vocabulario judicial y engloba a los ladrones, asesinos,
sacrílegos» (Collantes). Dicho vocablo ocurre únicamente aquí y en Lucas 23:32, 39, en
todo el Nuevo Testamento. ¿De qué crimen era acusado Pablo ante Nerón? Sin duda, de
sedición Basta con recordar tres versículos, en su contexto: Hechos 16:20; 17:6 y 24:5.
Pero esta acusación era falsa, ya que Pablo, lejos de promover ninguna revuelta, urgía el
acatamiento a las autoridades (v. Ro. 13:1 y ss.; comp. también con 1 P. 2:17–20; 4:15,
16). El verdadero motivo de su arresto y posterior encarcelamiento fue la predicación
del Evangelio de salvación a los gentiles (v. Hch. 22:21, 22). ¿Y qué le importaba a
Nerón de esto? ¡Y tantos millones de mártires cristianos habían de morir como
enemigos del Estado y hasta de la Iglesia!
(B) Nótese, a continuación, la exclamación triunfal del apóstol: «Pero la Palabra de
Dios no está encadenada». Pablo está preso, ¡pero la Palabra de Dios está suelta;
ningún ser humano ni diabólico la puede atar ni encadenar! El Evangelio ha de cumplir
el objetivo para el que bajó del cielo a la tierra (v. 4:17, así como Is. 40:8; 55:11; Fil.
1:12–14). W. Hendriksen cita, al llegar a este punto, el famoso himno de Lutero, Ein
feste Burg ist unser Gott, bien conocido en la traducción que del mismo hizo nuestro
compatriota J. B. Cabrera.
(C) «Por esto, dice Pablo (v. 11), es decir, porque la Palabra de Dios no está
encadenada, todo lo aguanto por causa de los elegidos, para que también ellos
alcancen la salvación, etc.» Esta fraseología (especialmente eso de «también ellos»)
sugiere que Pablo se está refiriendo a los que estaban ya escogidos en Cristo (Ef. 1:4) en
los designios divinos, pero todavía no habían creído cuando el apóstol escribía esto. La
perspectiva de los campos blancos para la siega le consolaba de todos los sufrimientos
que padecía. No habían de faltar predicadores del Evangelio que llevasen la Palabra a
multitud de seres humanos, todavía inconversos, pero escogidos ya en los designios de
Dios para alcanzar la salvación que Cristo nos obtuvo y que poseen todos los que están
en Cristo. De esta forma, bien podía sufrir Pablo con gozo las penalidades de esta vida,
a la vista de la gloria eterna que muchos habían de compartir con él un día (comp. con
2 Co. 4:17).
Versículos 11–13
En estos versículos, y tras de la ya conocida frase: «Palabra fiel es ésta», Pablo
cobra nuevos ánimos, al considerar, como lo ha hecho otras veces, que si Cristo vive en
nosotros, con Él sufrimos, con Él morimos, con Él y en Él vivimos, con Él hemos de
reinar. La construcción misma de estos versículos nos convence de que forman parte de
un himno, en el que se exaltan estas bendiciones del creyente. Dice Collantes: «La
estrofa se compone de cuatro estiquios ligados entre sí por la anáfora (gr. ei), y el
paralelismo sinónimo o antitético. El último verso tiene una conclusión que rompe la
simetría, y que muy bien pudiera haberla añadido san Pablo». Veamos cómo aparece la
estrofa, al traducir literalmente del original:
«Fiel (es) la palabra porque,
Si morimos (aoristo) con (Él), también viviremos con (Él);
Si soportamos (presente), también reinaremos con (Él);
Si (le) negáremos (futuro), también Él nos negará;
Si somos infieles (presente), Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.»
1. La interpretación de estos versículos depende del sentido que se le dé al aoristo
morimos con (gr. sunapethánomen) del versículo 11b. Hay quienes ven ahí una
alusión al martirio (Bernardo de Claraval y, entre los modernos, Bouma), interpretación
que Hendriksen tiene como posible, aunque no le satisface del todo. En efecto, no puede
satisfacer puesto que el verbo está en aoristo, y apunta a un hecho pasado y de una vez
por todas. Así que la alternativa queda entre las dos siguientes interpretaciones:
(A) La mayoría de los autores, tanto evangélicos como, en especial,
catolicorromanos, opinan que Pablo se refiere aquí a la muerte simbólica que el creyente
muestra en la ceremonia del bautismo. Esta opinión explica bien el aoristo morimos,
pero no cuadra con el contexto anterior ni con el posterior, donde es evidente el
concepto de padecimiento literal, real, no simbólico.
(B) W. Hendriksen, al seguir a Calvino, Ellicott y Van Andel, sostiene que Pablo se
refiere, no a un martirio real ya sufrido, sino «a una plena resignación a soportarlo, con
todas las aflicciones que puedan precederlo». Cita a favor de esto lugares como 1
Corintios 15:30, 31 y 2 Corintios 4:10, y muestra además que el contexto presente es
muy distinto del de Romanos 6:3 y ss. Estoy completamente de acuerdo con
Hendriksen, y me permito añadir una prueba más: La fraseología del versículo 12b («Si
(le) negáremos, también Él nos negará») no puede menos de recordarnos Mateo 10:32,
33; Lucas 12:9, donde el contexto implica la persecución y la conducción de un
creyente ante los tribunales, no la profesión de fe hecha en el bautismo, ¡donde no se
niega a Cristo!
2. Pasamos, pues, a la interpretación de estos versículos, basados en lo que
acabamos de sostener. Vayamos por partes:
(A) «Si morimos con Él (Cristo), también viviremos con Él» (v 11b). Como hemos
visto, el verbo morimos con está en aoristo. La decisión de sufrirlo todo por Cristo y con
Cristo se tomó en el pasado. Sin duda que Pablo tenía presente aquí lo que dice en
Gálatas 2:20 («Con Cristo estoy juntamente crucificado»), por lo que también era
consciente, no sólo de vivir con Cristo, sino de que Cristo era el que vivía en él. Lo de
aplicar esto únicamente a la vida de ultratumba no tiene sentido, pues el futuro
escatológico se limitará a manifestar, a sacar a la luz pública, la vida que ya estaba
escondida con Cristo en Dios (Col. 3:3, 4). Nótese, de paso, que Pablo no dice
«resucitaremos», sino «viviremos», lo cual es una confirmación de que no se trata del
bautismo.
(B) «Si soportamos (v. 12a), también reinaremos con Él». Que esto se refiere al
final de los tiempos, no cabe duda (v. Ap. 20:4, 6), aun cuando es cierto que los
creyentes son ya, por derecho, un regio sacerdocio (1 P. 2:9; Ap. 5:10). Dice W.
Hendriksen: «Reinar con Cristo significa experimentar en la propia vida la restauración
del oficio de profeta, sacerdote y rey. Como profeta, su mente estaba iluminada para
conocer a Dios. Como sacerdote, su corazón se deleitaba en Dios. Como rey, su
voluntad estaba en armonía con la voluntad de Dios. Este triple oficio, perdido por la
caída, es restaurado por la gracia de Dios. La respuesta gozosa de la voluntad del
creyente a la voluntad de Cristo, esa respuesta que es verdadera libertad, es el elemento
básico en este reinar con Cristo».
(C) «Si le negamos, también Él nos negará». El verbo negar está en futuro de
indicativo en el original, lo cual significa que se trata de una condicional que tiene
fundamento en la realidad. No es una mera posibilidad; es algo que se da todos los días.
Como Simón Pedro en el atrio del sumo sacerdote, también nosotros negamos al Señor
más de una vez. Por fortuna, lo mismo que a Pedro, nos queda aún abierta la puerta del
arrepentimiento y de la confesión, con la gracia de Dios que no se niega, a priori, a
nadie. En todo caso, no se trata de una apostasía total de la fe cristiana, sino de un
pecado de cobardía del que un día habremos de avergonzarnos (v. 1 Jn. 2:28b).
(D) «Si somos infieles (presente continuativo), Él permanece fiel» (v. 13a). ¡Qué
contraste! Los dos verbos están en presente: Frente a la continua infidelidad del
creyente está la continua fidelidad del Señor. Aquí está la gran seguridad del cristiano:
Hay una real posibilidad de que el cristiano continúe siendo infiel, lo que equivale a
estar negando constantemente a Cristo, pero no hay posibilidad de que el Señor pueda
quebrantar su fidelidad. ¿Por qué? Muy sencillo (v. 13b): «Porque el Señor no puede
negarse a Sí mismo». El verbo negar significa decir que no. En el hombre, el decir y el
hacer son dos cosas distintas (v. Mt. 21:28–30); por eso, el hombre puede negarse a sí
mismo ¡y ser fiel al Señor, en lugar de seguir siendo infiel ! Pero en Dios (y, por tanto,
en Cristo), el hacer no puede ser distinto del decir porque es la propia Verdad
personificada (Jn. 14:6). Así que negarse a Sí mismo equivaldría a destruirse a Sí
mismo. ¡Pero el YO SOY no puede dejar de ser! La conclusión gloriosa para el cristiano
es: Si Dios me salvó, no se puede volver atrás (comp. con 2 Co. 1:20–22).
Versículos 14–19
En estos versículos, vemos que el buen soldado de Cristo es sano en la fe.
1. En el versículo 14, el apóstol manda a Timoteo que conjure solemnemente a otros
(comp. con 1 Ti. 1:4; 6:4) a no contender sobre palabras (donde Pablo usa
precisamente el verbo de la misma raíz que el sustantivo griego logomakhías de 1 Ti.
6:4). Esto, dice, lejos de aprovechar, sólo sirve para catástrofe (lit) de los oyentes sólo
lo que edifica a los demás sirve de provecho a la comunidad, mientras que lo que los
falsos maestros predican y discuten no edifica, sino que destruye, pues la etimología de
la palabra catástrofe («volver de arriba abajo») «es la antítesis de la edificación»
(Guthrie).
2. De un mandato negativo acerca de otros, pasa el apóstol a mandar a Timoteo algo
muy positivo para sí mismo, en un versículo muy conocido de todos (v. 15): «Haz de tu
parte todo lo posible para presentarte a Dios de modo que obtengas su aprobación,
como un obrero que no tiene por qué avergonzarse y que maneja correctamente la
palabra de la verdad» (NVI) Analicemos este importante versículo:
(A) Lo que aquí manda el apóstol a Timoteo tiene validez para todo creyente, pero
está dirigido especialmente a los ministros de Dios. En primer lugar, le urge a que
ponga de su parte todo lo posible (lit. esfuérzate por …) para presentarse a Dios como
aprobado (gr. dókimon, aceptado después de ser puesto a prueba). El vocablo griego es
el contrario del que usa Pablo en 1 Corintios 9:27 («adókimos», descalificado;
«suspenso», diríamos hoy, frente al «aprobado» de 2 Ti. 2:15). «Aprobado» no significa
que haya pasado el examen «por las justas», sino que, más bien, equivale a
«sobresaliente». Como se ve por la comparación con 1 Corintios 9:24–27, esto incluye
también una conducta piadosa, pero el contexto actual pone énfasis en la doctrina.
(B) «Como un obrero que no tiene por qué avergonzarse.» Nótese que Pablo dice
«obrero» (gr. ergáten), es decir, un trabajador, no un solista o discutidor, como los
aludidos en el versículo 14. Un obrero, además, que es buen artesano, que no se
contenta con salir del paso, sino que hace las cosas del mejor modo posible ¡Cuánta
mediocridad se observa en muchos púlpitos y tribunas! ¡Qué superficialidad en la
exposición de las Escrituras! El ministro de Dios tiene que trabajar de tal modo que no
tenga por qué avergonzarse (comp. con 1 Jn. 2:28b) cuando el Señor pronuncie su
nombre para que acuda a su tribunal a recibir la recompensa.
(C) «Que maneja correctamente la palabra de la verdad», y muestra así que no
tiene por qué avergonzarse. El verbo griego orthotoméo, que aparece aquí en participio
de presente continuativo, significa, en su etimología, «cortar rectamente», metáfora que
se halla, por ejemplo, en Proverbios 11:5, donde el griego de los LXX usa este verbo
para significar «hacer derecho el camino». En nuestro lenguaje corriente, decimos
«cortar por lo sano» para referirnos a una decisión difícil, pero necesaria. El propio
verbo decidir significa «cortar de», pues toda decisión realiza una «separación» de otras
varias posibilidades. Trazar rectamente es, a mi juicio, la mejor traducción de dicho
verbo, como vierten la RV 1977 y la traducción de J. Collantes. Es una labor que exige
competencia, estudio y oración para ser claro y preciso en la exposición de la Palabra,
de forma que se explique llanamente el sentido del texto dentro de su contexto
inmediato y del contexto general de las Escrituras. Dice Hendriksen: «El hombre que
maneja la palabra de la verdad rectamente, no la cambia, ni la pervierte, mutila ni
distorsiona, ni la usa con mal propósito en su mente. Por el contrario, en actitud de
oración, interpreta la Escritura a la luz de la Escritura».
3. De nuevo vuelve el apóstol a urgir, en forma negativa, a Timoteo (v. 16, comp.
con el v. 23) lo que ya le dijo con respecto a otros en el versículo 14, así como en 1
Timoteo 1:4; 6:20. Son cosas vanas, que conducen más y más a la impiedad (gr.
asebeías, lo contrario de eusébeia, que es la verdadera devoción). Es, pues, uno más de
los malos frutos que en otros lugares, como los citados, aparecen como resultado de la
palabrería y de la falsa enseñanza. El verbo griego prokópto, que aquí usa Pablo,
significa «avanzar, progresar», pero ¡vaya un progreso!, ¡hacia la impiedad! En este
mal «avance», la palabra de tales «progresistas» se extenderá, dice Pablo (v. 17), como
gangrena. Dice Hendriksen: «No sólo se come el cáncer los tejidos sanos, sino que, al
obrar así, agrava la condición del paciente. De manera semejante, la herejía, anunciada
con tanta propaganda, se desarrolla tanto en extensión como en intensidad».
4. El apóstol singulariza (vv. 17b, 18), de entre otros, a Himeneo y a Fileto. Ya
vimos el nombre del primero en 1 Timoteo 1:20. Por lo que se ve, no le hizo efecto
alguno la «excomunión», sino que fue de mal en peor. Su mención en primer lugar en
ambos textos hace pensar a Hendriksen que «era posiblemente el cabecilla». Del
Alejandro de 1 Timoteo 1:20, no sabemos ya nada más. En el versículo 18, el apóstol
menciona explícitamente el error capital de estos falsos maestros: decían que la
resurrección ya se efectuó. ¿Qué significa esto? Si tenemos en cuenta que estos falsos
maestros estaban tocados de gnosticismo, y que para el gnosticismo es mala la materia,
la resurrección corporal era insostenible (comp. con 1 Co. 15:12). La resurrección, pues,
ya efectuada, era, para ellos, alegórica o espiritual: la iluminación recibida en el
bautismo, donde el espíritu tenia su encuentro con la verdad. Así trastornaban la fe de
algunos, como lo hacen hoy los teólogos liberales que niegan la resurrección corporal
de Jesús, mientras afirman profesar todavía la fe cristiana.
5. Por grande que sea este trastorno subjetivo de la fe, viene a decir Pablo (v. 19):
«Sin embargo, el fundamento sólido puesto por Dios se mantiene firme, sellado con esta
inscripción: “El Señor conoce a los que son suyos”, y “todo aquel que invoca el
nombre del Señor debe apartarse de la iniquidad”» (NVI). Este versículo requiere un
análisis especial.
(A) ¿Cuál es ese fundamento sólido que se mantiene firme? Nótense los cuatro
vocablos que denotan estabilidad: fundamento … sólido que permanece firme. Hay
quienes piensan que Pablo se refiere a la verdad objetiva del Evangelio, pero esta
opinión no guarda armonía con el contexto, que no trata de verdades reveladas, sino de
edificios sellados. La metáfora está tomada aquí de la costumbre de poner
inscripciones-sellos en los edificios públicos. Aquí, pues, ese edificio es, según están de
acuerdo los autores, la Iglesia (v. Mt. 16:18; 1 Co. 3:10–12; Ef. 2:20, 21; 1 P. 2:5 y ss.).
Para el significado del sello véase Efesios 1:13.
(B) El apóstol ve una doble inscripción-sello sobre este edificio de la Iglesia: (a) «El
Señor conoce a los que son suyos». Esta frase está tomada de Números 16:5, dentro del
informe sobre la revuelta de Coré y sus secuaces, donde se le recuerda a Israel gue
Yahweh sabe diferenciar entre lo verdadero y lo falso y ha de mostrar lo que es suyo.
Los hombres pueden ser engañados por las apariencias, pero Dios no se engaña, porque
su conocimiento infalible penetra hasta el fondo del corazón. Dice Guthrie: «Este
conocimiento del infalible discernimiento de Dios tiene por objeto suministrar grandes
ánimos a Timoteo y a todos los demás que estaban perplejos ante los elementos
indignos en la Iglesia. (b) «Todo aquel que invoca el nombre del Señor (Yahweh, no
Cristo) debe apartarse de la iniquidad». El sentido de esta cita está tomado de Isaías
52:11, pero puede verse también en Números 16:26. Esto significa, como pone de
relieve Hendriksen, que «la primera inscripción no tiene ningún sentido si se la separa
de la segunda, ni la segunda si se la separa de la primera. El Señor les dirá a los
malvados que nunca los conoció (Mt. 7:23; Lc. 13:27)». Como siempre, la
demostración notoria de la verdadera fe y, por tanto, de la elección de Dios, son las
buenas obras (comp. por ej., con 2 Ts. 2:13; Stg. 2:14; 1 P. 1:1, 2).
Versículos 20–23
En efecto, el soldado de Cristo y buen obrero, aprobado por Dios, ha de ser un «vaso
santificado, útil para el Dueño» (v. 21), si ha de ser «vaso de elección» (Hch. 9:15, lit.).
Con toda naturalidad, pues, y teniendo en mente, aunque implícito en el texto, el
concepto de edificio, analizado más arriba, el apóstol compara la Iglesia a «una casa
grande» (v. 20), donde los miembros son como «vasos» (lit.) de diferentes materiales y
para diversos usos. En los versículos 22 y 23, el apóstol deja la metáfora anterior, pero
sigue en la misma línea de la necesidad de conservar la pureza y la santidad. Vamos por
partes.
1. Dicen los versículos 20, 21 en la NVI: «En una casa grande hay objetos (gr.
skeúe, vasos o utensilios) no sólo de oro y plata, sino también de madera y de barro;
algunos están destinados a usos honoríficos, y otros a usos viles. Así, pues, quien no se
contamina con lo vil, será un instrumento (de nuevo, skeúos, vaso o utensilio)
destinado a usos honoríficos, santificado, útil para su Amo y apercibido para llevar a
cabo toda clase de obras buenas». Esta última frase está en plena conformidad con el v.
19b. Estos dos versículos requieren un cuidadoso análisis, pues se prestan a confusión.
Basta con leer las referencias que suelen hallarse en nuestras versiones, las cuales
favorecen también la confusión.
(A) Lo primero que hay que tener en cuenta es que Pablo describe aquí, bajo la
metáfora de los vasos de distintos materiales, los miembros en la iglesia, tanto genuinos
como falsos, pues se trata de la iglesia visible. Por tanto, como advierte Hendriksen, las
referencias a 1 Corintios 3:1–15 (que se refiere a materiales, no a miembros, de la
Iglesia) o a 1 Corintios 12:12–31 (que se refiere a distribución de carismas) no tienen
ningún sentido; «sólo sirven para confundir materias», dice. Lo mismo digo de la
referencia a 2 Corintios 4:7 (donde el barro no indica ninguna vileza, sino sólo
debilidad).
(B) La mayor dificultad del versículo 20 está en la aplicación de la metáfora de los
vasos a los miembros de la iglesia visible, puesto que en una casa grande tanto los
utensilios de oro y de plata como los de madera y de barro son útiles para diferentes
servicios; más aún, los más necesarios son los de madera y de barro, mientras que los de
oro y plata sirven más de adorno y ostentación que de utilidad. Es menester, pues, tener
mucho cuidado al pasar del uso físico de los vasos materiales a la calidad moral de los
vasos personales o miembros de la iglesia.
(C) Hecha esta advertencia, me aventuro por un terreno donde no encuentro camino
abierto; me temo, que por una falsa modestia de parte de los autores. En una casa
grande, los utensilios de oro y plata (que no se hallan en una casa pequeña) consisten
especialmente en vajilla: copas, platos, fuentes, etc. No se incluyen, con la mayor
probabilidad, las joyas de adorno, pues no se consideran en la Biblia como cosas útiles,
sino de pura ostentación. Dichos utensilios de oro y plata son para usos honrosos y
honran al dueño, pues muestran que es un gran señor. En cambio, los de madera y barro
se emplean para usos domésticos comunes: muebles ordinarios (los de madera) y vasijas
para preparación, cocción y conserva de alimentos (los de barro). Entre los vasos de
barro, no pueden pasarse sin especial mención los empleados para hacer aguas (v. el
comentario a Neh. 4:23). Es mi opinión que a estos últimos se refiere especialmente el
apóstol como a vasos para usos viles, esto es, sin honor (comp. con 1 Co. 12:23, 24).
(D) Luego viene (v. 20b) la aplicación a los miembros de la iglesia. Aquí, los vasos
de oro y plata representan a los miembros fieles (los de oro, a los de mayor fidelidad;
después, los de plata). Así lo entiende (a mi juicio, correctamente) W. Hendriksen. Los
vasos de madera y de barro (especialmente, algunos de estos últimos) representan a los
miembros profesantes que no tienen fe verdadera. El que no sean utensilios para honor
«no significa necesariamente que no cumplan ningún objetivo en la iglesia. ¡Lo
cumplen, y eso a pesar de sí mismos! Estudien Romanos 9:17, 22, 23. Incluso Faraón
fue de algún uso (Éx. 7:4, 5; 9:16; 10:1, 2). ¡Los platos baratos sirven para un propósito
útil, aun cuando una persona se deshaga pronto de ellos!» (Hendriksen).
(E) Y tras de la aplicación, viene la exhortación (v. 21): Para ser un utensilio (a)
destinado a usos honoríficos, (b) santificado, esto es, «consagrado al servicio de Dios»
(Collantes), (c) útil para su Amo y (d) apercibido, esto es, a punto para ser usado, para
toda obra buena (el participio de pretérito denota aquí un continuo estar a punto con
una preparación que se llevó a cabo en el pasado; no se puede improvisar en unos pocos
momentos), es menester estar purificado (no contaminado) de esas cosas (lit.). ¿Qué
cosas son ésas? La NVI da por supuesto que Pablo se refiere a lo que tienen de vil los
vasos de deshonor: suciedad interior, por muy lavados que parezcan por fuera (comp.
con Mt. 23:25–28). Esto incluye la obligación de separarse, no sólo de los errores de
los falsos maestros, sino también de la compañía de sus personas (vv. 16–18; comp. con
2 Jn. 10, 11).
2. Continúa luego el apóstol (vv. 22, 23) y exhorta personalmente a Timoteo del
modo siguiente: «Huye de las malas pasiones propias de la juventud, y marcha por el
camino de la rectitud, de la fe, del amor y de la paz, junto con los que invocan al Señor
de lo íntimo de un corazón puro. Rehúye el meterte en discusiones necias y estúpidas,
pues ya sabes que no producen sino altercados» (NVI). El versículo 23 repite los
conceptos que ya hemos considerado en el versículo 16, así como en 1 Timoteo 1:4;
6:20. Por tanto, nos limitaremos al análisis del versículo 22.
(A) Collantes hace notar que el «huye» de este versículo corresponde al «evita» del
versículo 16, mientras que el «ve en seguimiento de» (lit.) corresponde al «esfuérzate»
(lit) del versículo 15. Es uno más de los textos en que el apóstol, muy al estilo semita,
expresa sus exhortaciones en forma negativa, tanto como en forma positiva.
(B) Al mencionar las malas pasiones propias de la juventud, la primera impresión
del lector es que Pablo se está refiriendo (al menos, en parte) a los placeres sexuales, a
los que el instinto incita con mayor vehemencia en la edad juvenil. Hendriksen opina
que, en efecto, Pablo se refiere también (aunque no exclusivamente) a ellos. Sin
embargo, tanto el contexto anterior, como el contraste con las virtudes que a
continuación menciona el apóstol (y entre las que no figura la pureza sexual), excluyen
tal probabilidad (sin que neguemos de plano la posibilidad). Dice Collantes: «Las
pasiones de la juventud, en este contexto, son más bien las que dimanan de la naturaleza
impulsiva e irreflexiva de la juventud, como son la impaciencia, la violencia, la
tendencia a discutir, la efervescencia un poco alocada en el afán de novedades». Tanto
en esta primera parte del versículo como en la que sigue, se observa cierto paralelo con
1 Timoteo 6:11.
(C) Las virtudes que el apóstol exhorta a Timoteo a perseguir (lit), es decir, a ir en
pos de ellas, como de algo que nunca se consigue de forma perfecta, son: (a) la justicia
practicada, por la que nuestra voluntad está en armonía con la voluntad de Dios; (b) la
fe, en sentido de confianza constante en Dios; (c) el amor, con todos los matices que
caracterizan al amor cristiano (v. 1 Co. 13:4–7; 1 Ti. 1:5); y (d) la paz con todos los que
invocan (participio de presente) al Señor. Así, sin la coma que aparece en nuestras
versiones, leen el versículo autores como Hendriksen, Guthrie y Collantes. Dice
Guffirie: «Vivir en paz con todos los que invocan al Señor es un requisito indispensable
de todo ministro cristiano, como lo es, en realidad, de todo cristiano, aunque se ignora
con demasiada frecuencia».
(D) El fondo secreto del que brotan estas virtudes (al menos, esa paz, que
corresponde a la paciencia y la mansedumbre de 1 Ti. 6:11) es un corazón limpio
(comp. con 1 Ti. 1:5), limpio de las cosas viles a las que se ha referido en el versículo
21. «Paz y pureza nunca se hallan por largo trecho separadas» (Guthrie).
Versículos 24–26
En estos versículos, el apóstol declara cómo debe ser el siervo del Señor, y empieza
por decir cómo no debe ser. Dicen así en la NVI: «Y el servidor (gr. doúlon, esclavo)
del Señor no debe altercar, sino, más bien, ser amable con todos, apto para enseñar
(comp. con 1 Ti. 3:2; Tit. 1:9) y sin propensión al resentimiento. A quienes le
contradigan, debe instruirles con dulzura, a la espera de que Dios les conceda un
cambio de mentalidad que les conduzca al reconocimiento de la verdad, y a que
vuelvan sobre sí mismos y escapen de los lazos del diablo, que los ha tenido cautivos y
sometidos a su voluntad».
1. Al conectar con el final del versículo anterior, donde ha mencionado «las
discusiones necias e insensatas … que engendran altercados», el apóstol dice ahora que
… un siervo de(l) Señor no debe altercar» (lit.). J. Collantes ve aquí una alusión a Isaías
42:1–3; 53:7, donde se pone de relieve la mansedumbre del Siervo de Jehová. Por esta
razón, y habida cuenta de que «Señor» no lleva artículo (exactamente como el hebreo
ébed Yahweh), me inclino a pensar que Pablo se refiere a Dios Padre, más bien que a
Cristo. Está igualmente la proximidad de «Señor» en el versículo 22. Contrasta además
con la explicitación de «Cristo Jesús» en el versículo 3. Hendriksen opina que se refiere
a Jesucristo, y cita a su favor Romanos 1:1; Filipenses 1:1 y Santiago 1:1. ¡Pero
precisamente en todos esos lugares, Pablo y Santiago nombran expresamente a
Jesucristo! En todo caso, lo que Pablo exhorta a Timoteo es, primeramente, a no
altercar. Debe seguir el ejemplo del Maestro, según los lugares citados de Isaías 42 y
53.
2. En lugar de ser altercador, es decir, pendenciero (como traduce la RV 1977), un
siervo de Dios debe ser (v. 24b):
(A) Amable (gr. épion, suave, cortés, fino; lo contrario de áspero, grosero, sin
educación) para con todos. Dice Collantes: «En oposición a los hombres quisquillosos y
discutidores, guarda una actitud apaciguadora, una dulzura que los desarma a todos». Es
el único modo de que un ministro de Dios sea, no sólo accesible, sino también
«capacitado para impartir consejo e instrucción» (Hendriksen).
(B) Apto para enseñar es una cualidad que hemos visto y estudiado en el
comentario a 1 Timoteo 3:2.
(C) Sin propensión al resentimiento es la traducción que la NVI hace del griego
anexíkakon, única vez que tal vocablo aparece en todo el Nuevo Testamento. La
mayoría de las versiones, incluida nuestra RV, lo traducen por sufrido, en el sentido de
aguantar con paciencia las contrariedades y las injurias (comp. con 1 P. 2:21–24).
(D) A quienes (v. 25) le contradigan, debe instruirles con dulzura (lit.
mansedumbre). Ésta es la actitud recomendada en lugares como 1 Corintios 4:21; 2
Corintios 10:1; Gálatas 5:23; 6:1; Efesios 4:2; Colosenses 3:12; Tito 3:2; Santiago 1:21;
3:13; 1 Pedro 3:15. Esta actitud de suavidad, paciencia y mansedumbre no está en
contradicción con la energía que el ministro de Dios ha de desplegar en sus
exhortaciones, amonestaciones y aun reproches merecidos. Collantes aduce a este
respecto un pasaje, muy iluminador, del Crisóstomo, quien dice lo siguiente: «¿Cómo se
compagina esto con lo que ha escrito en otro lugar: Corrige con imperio (Tit. 2:15) y
nadie tenga en menos tu juventud (1 Ti. 4:12), y corrígeles duramente (Tit. 1:13)? Esto
se compagina también con la mansedumbre. Una inpugnación enérgica, cuando va
unida a la mansedumbre, puede hacer más impresión. Conviene, pues, corregir con
mansedumbre, más bien que rebatir con ferocidad».
3. El apóstol tiene, en todo esto, la mirada puesta, como buen pastor de almas, en el
provecho de los que hayan de ser corregidos por el siervo de Dios: el arrepentimiento
para volver al buen sentido (vv. 25b, 26a) y escapar así del cautiverio del diablo (v.
26b).
(A) El objetivo de la corrección es el arrepentimiento: «Por si quizá les conceda
Dios arrepentimiento (gr. metánoian, cambio de mentalidad) en orden al
reconocimiento de la verdad» (v. 25b, lit.). Dice Hendriksen: «Esta esperanza ha sido
expresada posiblemente de una forma tan vacilante (quizá … conceda) por cuanto el
contradecir de los falsarios se había convertido en hábito. Se les había vuelto trabajoso
incluso el prestar oídos a la verdad. Si había de producirse algún cambio, nadie sino
Dios había de hacerlo surgir. El deseo ardiente de Pablo era que esta gran
transformación pudiese todavía efectuarse».
(B) De esta manera, y sólo así, espera el apóstol que recobren la cordura (gr.
ananépsosin). Es como si el diablo que los cautivó con sus lazos, les hubiese sorbido el
seso, «y quedado entumecida la conciencia, confusos los sentidos y paralizada la
voluntad» (Horton). Si se arrepintieran, volverían en sí (Lc. 15:17) y se darían cuenta de
lo engañados que los tenía el diablo.
(C) Para que se vea mejor el proceso de esta posible (y deseada por el apóstol)
recuperación, conviene traducir al pie de la letra todo el versículo 26, antes de entrar en
la discusión del problema que presentan los dos pronombres de la frase final: «y
recobren la cordura (o el sentido) de entre el lazo del diablo, capturados vivos por él,
en orden a (hacer) la voluntad de aquél». Veamos algunos detalles importantes, y hasta
controvertidos:
(a) Como puede verse en la traducción literal, el verbo escapando que aparece en las
versiones no aparece en el original; se suple únicamente para que no resulte forzada la
construcción gramatical castellana. Ahora bien, la preposición griega ek indica de suyo
una salida de en medio de algo. Ésta es la razón por la que, en el versículo 8, como en
otros lugares, la expresión ek nekrón se traduce apropiadamente por de entre los
muertos. Al suprimir el verbo que se añade para aclarar el texto, tenemos que ni el
recobrar el sentido precede al escapar del lazo del diablo, ni el escapar del lazo precede
al recobrar del sentido, sino que en el mismo momento en que sucede lo uno, sucede
también lo otro. Sólo hay una prioridad lógica: al recobrar el sentido se sale del lazo del
diablo (un caso similar al de 1 Tesalonicenses 1:9: «os convertisteis a—gr. pros—Dios
desde—gr. apó—los ídolos»).
(b) El verbo ezogreménoi, cazados vivos, está en participio de pretérito perfecto, lo
cual indica, no sólo que hubo un momento en el pasado de estos falsarios en que el
diablo se apoderó de ellos, sino que continúa teniéndolos sujetos y bien sujetos.
(c) La última frase ha provocado una gran variedad de interpretaciones; la discusión
se centra en los dos pronombres: él y aquél, según aparecen en la traducción literal que
hemos presentado.
Primera opinión: El pronombre personal él se refiere al siervo del Señor (v. 24),
mientras que el demostrativo aquél se refiere al Señor, esto es, a Dios. Apoyan su
opinión en el supuesto de que el demonio no captura vivos, sino espiritualmente
muertos. Este supuesto es falso, pues el diablo captura también vivos. Por otra parle, el
pronombre aquél se refiere siempre al más lejano de dos sujetos, y aquí es precisamente
el siervo el más lejano. En realidad, ambos se hallan demasiado alejados en la
construcción gramatical, mientras que el único sujeto que se halla lo bastante cercano
para aplicarle el pronombre personal él es el diablo.
Segunda opinión: En efecto, el pronombre personal él solamente puede referirse al
diablo, pero el pronombre aquél se refiere a Dios, pues, haga lo que haga, el diablo no
tiene más remedio que servir a los designios de Dios. Esta opinión tiene alguna
probabilidad, pero hay dos puntos que quedan muy oscuros si se la acepta: 1) La
referencia de aquél a Dios queda muy incierta, ya que el sujeto de la oración en la frase
aludida del versículo 24 no es el Señor, sino el siervo, con lo que la referencia a Dios
violaría las leyes de la gramática; 2) la preposición eis es una preposición de dirección
y, por tanto, de intención. Ahora bien, no hay cosa que esté más lejos de la intención del
diablo que hacer lo que Dios quiere.
Tercera opinión: Tanto el pronombre personal él como el pronombre demostrativo
aquél se refieren al diablo. Dice Hendriksen: «El antecedente de autoú (él) es
naturalmente el nombre más próximo (el diablo); y el antecedente de ekeínou (aquél)
es el pronombre más próximo (él, esto es, el diablo). Esto hace un sentido excelente».
No puede negarse que es una construcción algún tanto rara, pero es correcta, ya que el
apóstol suponía que la cosa estaba suficientemente clara y, por la razón que fuese, no
pensó que fuese necesario nombrar de nuevo el diablo, ni repetir el pronombre personal
griego autoú (él).
CAPÍTULO 3
En este capítulo, el apóstol, 1. hace una predicción de la apostasía final y de los
rasgos siniestros que caracterizarán a los malvados de aquellos días (vv. 1–9). II. En
contraste con la conducta de éstos, Pablo menciona con satisfacción la forma en que,
hasta el presente, se ha conducido su discípulo e hijo en la fe, Timoteo (vv. 10–13), y
III. le exhorta a continuar en el estudio y la práctica de lo que lleva aprendido en las
Sagradas Escrituras (vv. 14–17).
Versículos 1–9
1
1. El apóstol comienza como con «un toque de atención a lo que se va a decir»
(Collantes): «Ten en cuenta esto» (NVI). Lo que Pablo quiere aquí que Timoteo tenga
en cuenta es que «en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles» (lit.). «Los
últimos días» es una frase que, de suyo, significa el tiempo inmediatamente anterior a la
Segunda Venida del Señor. Sin embargo, el tiempo presente en que se hallan los verbos
de los versículos 6 y ss. indica que ya se estaban cumpliendo los tiempos (kairoí,
1
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.1758
sazones, circunstancias) difíciles a los que alude en el versículo 1 (comp. con 1 Jn.
2:18). Timoteo ha de tener en cuenta esto precisamente para apartarse de los sujetos
que menciona (v. 5b); una indicación más de que los «tiempos difíciles» ya habían
comenzado.
2. A continuación, el apóstol describe los rasgos que caracterizan a los malvados de
dichos tiempos difíciles; ellos mismos son los que están haciendo difíciles esos mismos
tiempos, esa sazón. El catálogo de vicios no es exhaustivo; puede completarse con lo
que el mismo Pablo menciona en Romanos 1:29–31; Gálatas 5:19–21; 1 Timoteo 1:9.
Aunque el apóstol no pretende establecer una secuencia rigurosamente organizada,
podemos distinguir tres grupos con sus correspondientes cabezas de serie: egoísmo,
desdén, traición.
(A) Comienza el apóstol (v. 2) por (a) el amor de sí mismo (gr. phílautoi), del que
pronto se llega, como dice Agustín de Hipona, al desprecio de Dios. Por supuesto, se
trata de un falso amor a sí mismo, pues el amor de sí mismo que es según Dios es
propuesto en la palabra de Dios como modelo para el buen amor al prójimo (v. Lv.
19:18; Mt. 7:12); (b) el egoísta es, por eso mismo, «amante de la plata» (lit.; gr.
philárguroi). (c) Una vez que el egoísta tiene amasada una gran fortuna, el próximo
paso suele ser la ostentación vanidosa (gr. alazónes, comp. con 1 Jn. 2:16, al final)
alazoneía tou bíou, la ostentación del tren de vida); (d) cerrando esta serie se halla la
arrogancia (gr. huperéphanoi, altaneros, amigos de aparecer por encima de los demás,
como indica su etimología).
(B) Encabezando la segunda serie (vv. 2b, 3), y como consecuencia de la altanería
que tiende a rebajar a los demás, tenemos (a) lo que el griego llama blásphemoi, que
suele verterse impropiamente por blasfemos, pues su verdadero sentido es maldicientes,
no porque echen maldiciones sino porque dicen mal de otros, divulgan sus defectos,
etc., o calumnian, lo cual es todavía peor. (b) En su desdén, no perdonan a sus propios
padres: son rebeldes a sus progenitores (gr. goneúsin apeitheís); (c) con ello, ya
muestran bien a las claras que son ingratos, sin apreciar las muchas cosas buenas que
sus padres han hecho y sufrido por ellos. (d) Su desdén no se detiene ni siquiera ante
Dios; son impíos (o, mejor, irreligiosos). Dice Collantes: «Así, la suprema ingratitud va
unida con la suprema impiedad». (e) El griego ástorgoi, con que comienza el versículo
3, significa «sin entrañas» (como muy bien traduce la NVI). No tienen corazón, ni para
sus padres, ni para sus hijos, ni para sus amigos. Dice Collantes: «Tanto valen sus
amigos cuanto les sirven para sus intereses». (f) De ahí que sean también implacables;
no se avienen a ninguna conciliación (comp. con Mt. 18:28–30). (g) Son también
calumniadores (gr. diáboloi, ¡diablos!), «puesto que la honra de los demás no la
estiman en nada» (Collantes). (h) Intemperantes (gr. akrateís, sin dominio de sí
mismos; lo opuesto a la enkráteia, que cierra la serie en el fruto del Espíritu—Gá.
5:23—), por lo que están a merced de sus bajos instintos. (i) Entre los bajos instintos,
campea la violencia: son crueles, que es precisamente una característica de los cobardes.
(j) En una palabra, aborrecen todo lo bueno. «Amigos únicamente de sí mismos, son
enemigos del bien en cualquiera de sus manifestaciones» (Collantes).
(C) Con todo ese desdén, acumulado bajo tantos epítetos, ya podemos imaginar que
tales individuos, llegada la ocasión, han de mostrar (v. 4) con (a) la traición su
deslealtad, efecto de su desdén. (b) Pagados de sí mismos y desdeñosos de los demás,
«son capaces de exponerse temerariamente al peligro con tal de conseguir sus
depravados intentos» (Collantes). (c) El orgullo les ciega de tal forma que se vuelven
infatuados y no prestan atención a nadie; son «los sabelotodo». (d) Amigos del placer
más bien que amigos de Dios (lit.). Antes que a Dios, prefieren a Epicuro. (e) Cerrando
la serie, y la lista (v. 5), están los hipócritas, «que tienen (presente continuativo)
apariencia (gr. mórphosin —no morphén, forma—, sino una como caricatura de
forma) de piedad religiosa (gr. eusebeías), pero han negado el poder de ella» (lit.). La
verdadera piedad contiene un dinamismo sobrenatural que se proyecta en
manifestaciones genuinas de amor a Dios, de respeto y lealtad al prójimo, y de dominio
propio. Todo esto les falta a estos malvados: lo han negado y lo siguen negando (de ahí,
el participio de pretérito perfecto), es decir, rechazan el poder efectivo de la piedad
genuina y, con su conducta no piadosa, están diciendo tácitamente que la piedad de que
alardean no es genuina, sino solamente un pretexto, una capa con la que pretenden
cubrirse para que los demás los acepten por buenas personas y hasta por fieles
cumplidores de sus deberes religiosos.
3. Que tales personas pueden llegar a ser admitidas (y de hecho lo son en muchas
ocasiones) en nuestras congregaciones, lo muestra Pablo en la frase que dirige a
Timoteo al final del versículo 5: «también de éstos apártate» (lit. vuélveles la espalda,
NVI). Dice Collantes: «El verbo empleado, que no se encuentra en ningún otro lugar de
la Biblia, es bastante fuerte, pues significa apartarse con horror. Es más duro que el
que se emplea en 1 Timoteo 6:20».
4. Después de describir las características de estos hipócritas, el apóstol describe
algunas de sus malvadas actividades (vv. 6–9).
(A) «Porque de entre éstos son …» (lit.), es decir, al círculo de esta gente pertenecen
los que va a mencionar en sus malas actividades: «se introducen de matute por las casas
para seducir a las mujeres (lit. mujercillas) necias y débiles de voluntad, cargadas de
pecados y que se dejan arrastrar por toda clase de pasiones» (NVI). Ya en 1 Timoteo
5:13, aludió Pablo a mujeres que corren este peligro por holgazanas, frívolas, chismosas
y entrometidas. Por lo que dice Pablo, estos falsos maestros, salidos del círculo de
malvados que acaba de mencionar, eran especialistas en meterse de rondón por las casas
donde sabían que las mujeres eran presa fácil, por su buena «hoja de servicios»
(cargadas de pecados, participio de pretérito), además de la falta de seso y de la
debilidad de voluntad de tales mujeres. Mientras los maridos se hallaban ausentes de
casa, ocupados en sus trabajos, estos falsarios se captaban (lit. llevándose cautivas de
guerra) a estas mujeres, ya de suyo rebosantes de pecados pasados y que se dejaban
conducir (participio de presente medio-pasivo) de concupiscencias de diversos colores
(lit. gr. poikílais; el mismo vocablo que usaron los LXX para describir—
equivocadamente—la túnica que Jacob hizo para su hijo favorito). Vamos a entresacar
un par de detalles que no deben quedar en el aire:
(a) Se preguntan los autores: «¿Por qué buscan precisamente a las mujeres?»
(Hendriksen, por ejemplo). A mi juicio, la razón es doble: 1) La mujer es más
impresionable y, por eso, más fácil de seducir, siente, no calcula. El primer ejemplo nos
lo ofrece la tentación en el Edén (Gn. 3:1–6). 2) La mujer puede ejercer una tremenda
influencia sobre el marido; si éste se resiste, unas pocas lágrimas lo enternecerán. No
nos dice la Biblia si nuestra primera madre usó también este recurso, pero es muy
posible.
(b) Me pregunto yo: ¿Puede deducirse de este versículo que la seducción no era sólo
ideológica, sino también sexual? Es más que probable, no sólo por la corrompida
condición de tales maestros y de tales discípulas, sino por un elemento de fondo que
debe tenerse en cuenta: Según la gnosis, de la que probablemente eran adeptos estos
falsarios (como todos los que suele mencionar Pablo en estas epístolas), la materia es
mala ontológicamente, pero neutral éticamente, con lo que los mismos que prohibían
casarse (v. 1 Ti. 4:3), a fin de que no se multiplicaran los cuerpos, podían permitirse los
pecados sexuales, puesto que son del cuerpo, es decir, según ellos, éticamente inocentes
(v. el comentario a 1 Juan 3:7, donde Juan tiene en cuenta este funesto error).
(B) El apóstol sigue diciendo de estas mujercillas (v. 7) que «siempre están
aprendiendo» (participio de presente; por el género neutro, sabemos que Pablo se
refiere a las mujercillas, no a los maestros, pues entonces estaría en masculino) y nunca
pueden llegar al conocimiento pleno de la verdad. Nótese que el apóstol no dice que
nunca llegan, sino que nunca pueden llegar, al conocimiento pleno de la verdad. ¿Por
qué? Sencillamente, porque lo que les seduce no es el deseo de aprender, sino la
curiosidad por los sensacionales conocimientos que, con su labia refinada, les propinan
estos seductores.
(C) Volviendo a los maestros (vv. 8, 9), el apóstol viene a decir que no es extraño
que las discípulas no puedan llegar nunca al conocimiento de la verdad, cuando sus
maestros resisten a la verdad (v. 8b). El apóstol los compara a dos prominentes magos
de Faraón, no mencionados en ningún otro lugar de la Biblia. Dicen así los versículos 8
y 9 en la NVI: «Igual que Yanes y Yambrés se opusieron a Moisés, así también estos
individuos se oponen a la verdad, hombres de mente corrompida, quienes, en lo que
concierne a la fe, están descalificados. Pero no han de llegar demasiado lejos, porque,
como pasó en el caso de los antes citados, también la insensatez de éstos quedará
patente a todos». Analicemos la comparación que establece aquí Pablo:
(a) Yannes y Yambrés, como los escribe Pablo, eran, según la tradición judía, dos
cabecillas de los magos de Faraón, que se opusieron a Moisés cuando éste, de parte de
Dios, urgió a Faraón para que dejase marchar al pueblo de Israel (Éx. 5:1). Estos magos
imitaron ciertos milagros de Moisés (Éx. 7:11, 22; 8:7), con los que cooperaron al
endurecimiento del corazón de Faraón.
(b) Así también estos individuos (los mencionados en los vv. 6 y ss.) se oponen a la
verdad, es decir, a la revelación de Dios proclamada por Pablo y sus colaboradores.
Siempre según la tradición judía, que Pablo tiene aquí en cuenta, Yanes y Yambrés
fingieron hacerse prosélitos de la religión judía y salieron de Egipto con el pueblo de
Israel entre la gran multitud no israelita que se menciona en Éxodo 12:38, y fueron
precisamente ellos los que indujeron al pueblo a fabricar el becerro de oro. Del mismo
modo, según insinúa el apóstol, estos falsos maestros hicieron una falsa profesión de la
fe cristiana y ahora resistían a la verdad como los magos resistieron a Moisés (en
ambos lugares usa Pablo el mismo verbo de Ef. 6:13b).
(c) El apóstol califica a estos sujetos con dos frases muy fuertes: 1) «son hombres
corrompidos (participio de pretérito) de mente» o, en mejor castellano, «de mente
corrompida». Dice Hendriksen: «En el caso de éstos, precisamente el órgano que se les
dio a los hombres para que pudiesen recibir las realidades espirituales y reflexionar
sobre ellas, ha quedado contaminado completa y permanentemente». 2) Están
descalificados en lo que concierne a la fe, puesto que cuando su fe ha sido puesta a
prueba, han demostrado que no tenía la consistencia necesaria para ser la fe que Dios
otorga y demanda.
(d) «Pero no han de llegar demasiado lejos, añade Pablo (v. 9), porque, como pasó
en el caso de los antes citados, también la insensatez de éstos quedará patente a todos».
Parece que están consiguiendo éxitos, pero no van a progresar (gr. prokópsousin, el
mismo verbo de 2:16) o avanzar mucho en el mal camino que han emprendido, pues no
tardará en manifestarse su impostura, como se manifestó la de los magos (Éx. 7:12;
8:18, 19), no sólo cuando la vara de Aarón devoró las varas de ellos, sino especialmente
cuando se vieron obligados a confesar que en los milagros que Moisés y Aarón llevaban
a cabo, estaba el dedo de Dios (comp. con Lc. 11:20).
Versículos 10–13
1. De este sombrío cuadro de maldad e hipocresía, el apóstol vuelve los ojos hacia
su querido hijo en la fe. Timoteo no se había opuesto a la verdad predicada por Pablo,
sino que la había recibido en su corazón; y su fe había sido probada en adversidades
semejantes a las de Pablo, y salido aprobado, no descalificado, de la prueba (vv. 10, 11):
«Tú, en cambio, has seguido de cerca mis enseñanzas, mi modo de vida, mis planes, mi
fe, mi anchura de corazón, mi caridad, mi paciencia, mis persecuciones y sufrimientos,
como los que tuve que soportar en Antioquía, Iconio y Listra» (versión de J. Collantes).
(A) La partícula griega de conexión de establece aquí un contraste con lo que
precede; contraste que queda muy bien expresado con ese en cambio de la versión de
Collantes. Timoteo no es como esos farsantes, sino que ha seguido de cerca (gr.
parekoloúthesas, en aoristo; había tomado esa decisión de una vez por todas; el mismo
verbo se halla en pretérito perfecto en 1 Ti. 4:6, al final) la enseñanza (lit. como en 1 Ti.
4:6) del apóstol.
(B) Pero Timoteo no se ha limitado a seguir de cerca las enseñanzas de Pablo, sino
que ha seguido también su modo de conducirse (gr. agogué; única vez que tal vocablo
sale en todo el Nuevo Testamento), su propósito (esto es, los planes decididos por el
apóstol), su fe, entendida como una inquebrantable confianza en el Señor, su
longanimidad (gr. makrothumía, anchura de ánimo) con respecto a los demás, su
amor, su paciencia (gr. hupomoné, el aguante bajo el peso de las circunstancias).
Como hace notar Hendriksen, cada una de las virtudes está particularizada mediante su
respectivo artículo definido.
(C) Estas virtudes las ha puesto Timoteo a prueba al seguir a Pablo en sus
persecuciones (v. 11) y en sus sufrimientos. De éstos singulariza el apóstol los que le
sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra. Timoteo, recién convertido entonces,
precisamente durante ese primer viaje misionero del apóstol, recordaría cómo Pablo fue
expulsado de Antioquía, la amenaza de muerte que confrontó en Iconio y, sobre todo, el
apedreamiento en Listra (con la mayor probabilidad, la ciudad nativa de Timoteo),
donde Pablo fue dejado por muerto (Hch. 14:19).
(D) El apóstol termina este párrafo con una exclamación: «¡Qué persecuciones sufrí,
y de todas me libró el Señor!» (v. 11b). Como hace notar el Crisóstomo, «no habla
Pablo por ostentación, sino para consolar a su discípulo». Dice Collantes: «¡Quién sabe
si, precisamente al ver la constancia y caridad de Pablo en la persecución, fue cuando
Timoteo comprendió la grandeza de la nueva religión!»
2. Frente a estas persecuciones que Pablo menciona como sufridas por él mismo, se
deslinda claramente el grupo de los creyentes genuinamente piadosos del de los falsos
profesantes. En el primer grupo vemos aquí ejemplarizados a Pablo y a Timoteo; en el
segundo, a los falsos maestros a quienes se ha referido en la primera parte del capítulo
(vv. 1–9).
(A) En el versículo 12, Pablo establece un principio general: «Y la verdad es que
todos los que aspiren a llevar una vida piadosa en Cristo Jesús, sufrirán persecución»
(NVI). Nótese el adjetivo universal distributivo pántes (todos y cada uno) que Pablo
emplea aquí. Si a alguien le parece demasiado fuerte esta declaración del apóstol, le
basta con dar un repaso a la historia de la Iglesia. Dice Hendriksen: «La razón por la que
les aguarda la persecución a todos los que están firmemente resueltos a adornar su
confesión con una vida verdaderamente cristiana es que, en medio de las
contradicciones que les vienen desde todos los lados, ellos rehúsan cerrar los oídos o
acobardarse y transigir … Siguen adelante, defienden con denuedo la fe contra cada
ataque y asaltan con valentía la fortaleza de la incredulidad». Ciertamente, toda iglesia
(y aun todo creyente) que se mueve en este mundo con tranquilidad, sin que nadie la
moleste, debe meditar seriamente acerca del contenido del Evangelio que proclama y de
la forma en que lo dirige a todos cuantos necesitan de él. Como alguien ha dicho; «Los
fariseos no tramaron la muerte de Jesús por haber dicho: ¡Mirad qué hermosos son los
lirios del campo!, sino por haberles dicho: ¡Mirad cuán explotadores e hipócritas sois!»
Me temo que los compromisos sociales y políticos no llevan la marca exclusiva de la
Iglesia de Roma.
(B) En el versículo 13 tenemos la otra cara de la moneda: «Mientras que los
perversos y los embaucadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados»
(NVI). Alguien podría pensar que estos embaucadores van a prosperar mientras los
piadosos sufren persecución, pero no es así. Sí que hay un avance, pues el apóstol usa el
mismo verbo que usó en Gálatas 1:14, así como en 2:16 y 3:9 de esta misma epístola,
pero es un avance sobre lo peor (lit.), esto es, de mal en peor. «Engañando y siendo
engañados», es, como dice Collantes, «una locución proverbial». Recuérdese lo que
dice el mismo Señor en Mateo 15:14: «Son ciegos guías de ciegos …». El error y el
vicio se aprenden fácilmente, porque halagan los bajos instintos de nuestra naturaleza
caída, y tienden a extenderse porque quienes practican el pecado se afanan en buscar
cómplices, a fin de establecer en el número una especie de plataforma de consenso
común. Dice Collantes: «Esos hombres no son tan sólo moralmente malos, sino activos
en su maldad; por el contraste con el verso precedente, se sigue que son perseguidores
del que quiere vivir la pureza del Evangelio». En efecto, el apóstol ya los ha clasificado
entre «los que resisten a la verdad». Es una resistencia activa y beligerante, como la que
debe ejercitar el creyente contra las huestes espirituales de maldad (Ef. 6:13). Pero
estos embaucadores (seguramente, una alusión a los magos de Egipto) no se oponen a la
maldad, sino a la verdad que es el máximo y supremo bien para el hombre.
Versículos 14–17
Estos versículos constituyen una de las porciones más conocidas de la Biblia; y con
razón, pues nos suministran la declaración más explícita de la inspiración divina de las
Escrituras, así como de la suprema utilidad de las mismas.
1. El apóstol ha descrito con sombrías pinceladas lo que les aguarda a todos los que
sinceramente desean llevar una vida piadosa en Cristo Jesús (v. 12), ante el progreso
que en el mal realizan los malvados y embaucadores (v. 13). Es cierto que el informe de
sus propios sufrimientos se termina con un grito de triunfo («… y de todas me libró el
Señor!», v. 11, al final). Sin embargo, para animar a Timoteo a seguir adelante en la
persuasión que un día adquirió de la verdad del Evangelio, pone delante de él el carácter
divino y sumamente pragmático de las Escrituras en que recibió su formación cristiana.
En los versículos 14 y 15, explica lo que las Escrituras han sido para el joven Timoteo.
(A) «Tú, en cambio (dice Pablo, y colocar enfáticamente el pronombre tú al
comienzo del versículo, lo mismo que en el v. 10), al contrario de esos falsarios que
cada vez avanzan más hacia lo peor, tú, Timoteo, permanece en las cosas que
aprendiste y te fueron acreditadas (lit.). Este segundo aoristo (gr. epistóthes, única vez
que tal verbo ocurre en el Nuevo Testamento) puede tener dos significados: (a) «fuiste
acreditado», esto es, fueron encomendadas a tu fidelidad. Éste es su sentido en el griego
clásico y así aparece en la Vulgata Latina; (b) «fuiste convencido, o persuadido», esto
es, se te hizo creerlas. Este es el sentido que, por unanimidad, adoptan las versiones
modernas. Personalmente, me inclino hacia el primer sentido, a la vista de los lugares en
que, en ese sentido, aparece el verbo sinónimo de pistóo (pisteúo; v. Ro. 3:2; 1 Co.
9:17; Gá. 2:7; 1 Ts. 2:4; 1 Ti. 1:11; Tit. 1:3). La única objeción sería la aparente
conexión temporal de ambos aoristos, pero, aparte de que no es necesaria la
sincronización, bien podría significar, no que le fuese encomendada entonces a Timoteo
la predicación fiel del Evangelio, sino la fiel custodia del mismo en el interior de su
corazón. Esto encaja perfectamente en el contexto anterior (comienzo del versículo),
donde el verbo «permanece» adquiere un énfasis especial.
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2 timoteo

  • 1. 2 TIMOTEO Esta segunda Epístola a Timoteo la escribió Pablo en Roma, donde estaba encarcelado y en peligro de muerte: «Porque yo ya estoy siendo derramado, y el tiempo de mi partida es inminente», escribe en 4:6. Y los intérpretes están de acuerdo en que ésta fue la última epístola que escribió. Poco después, según la tradición, fue decapitado en la Vía Ostia, al oeste de Roma. Es una carta intensamente personal. Para su división, seguimos los epígrafes del esquema inicial de Ryrie: I. Saludo (1:1, 2). II. Acción de gracias por Timoteo (1:3–7). III. El llamamiento del soldado de Cristo (1:8–18). IV. El carácter del soldado de Cristo (2:1–26). V. Las precauciones del soldado de Cristo (3:1–17). VI. El encargo al soldado de Cristo (4:1–5). VII. El consuelo del soldado de Cristo (4:6–18). VIII. Saludos finales (4:19–22). CAPÍTULO 1 Después de la introducción (vv. 1, 2), tenemos: I. el sincero amor de Pablo a Timoteo (vv. 3–5); II. diversas exhortaciones que le hace (vv. 6–14). III. Habla de Figelo y Hermógenes, y cierra el capítulo con una mención a Onesíforo (vv. 15–18). Versículos 1–5 1. La inscripción de la epístola. «Pablo, apóstol de Cristo Jesús» es la misma expresión que hemos visto en 1 Timoteo 1:1, pero ahora añade: «por voluntad de Dios (como en 1 Co. 1:1; 2 Co. 1:1; Ef. 1:1; Col. 1:1), según la promesa de la vida que es en Cristo Jesús» (v. 1). La frase «que es (hay o está) en Cristo Jesús» nos recuerda que la vida cristiana está centrada en Cristo (v. Gá. 2:20), porque en el Hijo está la vida (Jn. 1:4; 3:36; 5:26; 1 Jn. 5:11, 12); y de Cristo, que es la Cabeza, es suministrada a los miembros de su Cuerpo (Ef. 4:15, 16). Lo de «según la promesa de la vida» va conectado con apóstol de Cristo Jesús, no con lo de la voluntad de Dios, aunque esto último entra también en la designación de Pablo como apóstol. Hendriksen explica atinadamente: «Ese apostolado por la voluntad de Dios estaba “en armonía con (o ‘de acuerdo con’) la promesa de la vida”, es decir, fue el resultado de tal promesa, en el sentido de que, si no hubiese existido tal promesa, no habría podido existir un apóstol designado por Dios para proclamar la promesa». 2. El destinatario (v. 2): «A Timoteo, amado hijo». En 1 Timoteo 1:2, le había llamado «genuino hijo en la fe». Se palpan ya, desde el comienzo de la epístola, una solemnidad especial y una evidente ternura, propias de un padre cuya vida está a punto de derramarse en sacrificio de libación por la causa del Evangelio. La bendición que sigue (v. 2b) está al pie de la letra en 1 Timoteo 1:2, donde puede verse el comentario. 3. Como en muchas otras ocasiones (la estadística nos da mayoría; V. Ro. 1:8; 1 Co. 1:4; Fil. 1:3; Col. 1:3; 1 Ts. 1:2; 2 Ts. 1:3; Flm. 4), Pablo expresa su gratitud a Dios al comienzo de la epístola. En esta ocasión, con una ternura que conmueve. Dicen así los versículos 3–5 en la NVI: «Doy gracias a Dios, a quien sirvo, a imitación de mis antepasados, con conciencia limpia, siempre que en mis oraciones hago memoria de ti incesantemente, noche y día. Al recordar tus lágrimas, deseo vivamente verte, para quedar lleno de gozo. A menudo evoco el recuerdo de tu fe sincera, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y ahora también en ti, como estoy persuadido de que así es». Analicemos estos versículos: (A) El griego, en el «doy gracias», lleva una fórmula especial (Khárin ékho), que podría traducirse mejor por: «estoy en una continua acción de gracias».
  • 2. (B) Es curiosa la mención de sus antepasados, al decir: «a Dios, a quien sirvo, a imitación de mis antepasados, con conciencia limpia». En 1 Timoteo 1:5, el mismo adjetivo de aquí (kathará) se aplica a «corazón», mientras que «conciencia» va acompañado de «buena» (gr. agathés, buena moralmente). La mención de sus antepasados (ya difuntos) está designada a establecer un paralelo con los antepasados de Timoteo, su madre y su abuela (todavía vivas). Los antepasados de Pablo (y él antes de convertirse) sirvieron a Dios con una conciencia limpia, irreprochable (comp. con lo que dice en Hch. 24:14, 15), de la misma manera que la abuela y la madre de Timoteo (y el mismo Timoteo) sirven a Dios en la fe de Jesucristo. Como certeramente observa Hendriksen: «Pablo pone de relieve que él no ha introducido una nueva religión. Lo que ahora cree es esencialmente lo que creyeron también Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Isaías y todos los piadosos antepasados». Comenta J. Collantes: «Al convertirse, no ha cambiado de Dios ni de aquella fundamental actitud generosa que caracterizaba su espíritu». (C) Este paralelo de sí mismo con sus antepasados, por una parte, y de Timoteo, con los suyos, por otra, brota espontáneamente en la mente del apóstol «siempre que en sus oraciones hace memoria de él incesantemente, noche y día» (comp. con 1 Ti. 5:5). «Pablo viene a decir que siempre que piensa en Timoteo, lo contempla como a quien igualmente sirve al verdadero Dios con pura conciencia» (Hendriksen). (D) En la medida en que el recuerdo de Timoteo se le hace más vivo en la mente del apóstol orante, se le aumenta la constante nostalgia (gr. epipothón, en participio de presente), esto es, el vivo deseo de verle (v. 4). Hay un motivo interior, profundo, en el avivamiento de esa nostalgia del apóstol: «al recordar tus lágrimas», dice. Si lo de «las incesantes oraciones, noche y día» nos recuerda lo que el propio Pablo dice en Hechos 20:31, lo de las lágrimas de Timoteo nos conduce de la mano a la escena que describe Lucas en Hechos 20:37. Aquella última despedida debió de resultar tremendamente amarga para el fiel discípulo e hijo en la fe. (E) Pero por eso precisamente Pablo desea vivamente volver a ver a su amado Timoteo ¡para llenarse de gozo! ¿Tan cerca de las lágrimas el gozo? Sí, porque el reencuentro es siempre tanto más gozoso cuanto más amarga ha sido la despedida. Dice J. Collantes: «Cargado de cadenas, próximo a la muerte, abandonado de todos (4:10– 12), desea ver a Timoteo para secar sus lágrimas, y con esto solo se llenará de alegría. No es su propia pena la que le entristece; es el desconsuelo de su discípulo el que le impide que su gozo sea completo». (F) Si no conociésemos a Pablo, el que con tanto anhelo tenía puestos los ojos en la meta futura (v. por ej., Fil. 3:10 y ss.), diríamos que, próximo ya a la muerte, sólo vive de recuerdos (v. 5): «A menudo evoco el recuerdo de tu fe sincera (lit. no hipócrita)…». Pablo es testigo de la sinceridad con que el joven Timoteo había recibido el Evangelio y había profesado su fe en el Señor. El griego dice literalmente: «Al recibir el recordatorio», por lo que algunos autores opinan que Pablo había recibido recientemente noticias de Timoteo. Guthrie hace notar que, en cuatro versículos (3–6), hallamos cuatro diferentes expresiones que denotan recuerdo. (G) El apóstol dice que esta fe, actitud propia del sincero creyente cristiano, habitó primero en Loida, la abuela de Timoteo, y en su madre Eunice, y Pablo estaba seguro de que también habitaba en el propio Timoteo. Estas frases requieren un análisis especial: (a) La metáfora de habitar, residir como en propia casa, es favorita de Pablo. Así habla del habitar de Dios (2 Co. 6:16), del Espíritu (Ro. 8:11 y en el v. 14 del capítulo que venimos estudiando), de la Palabra (Col. 3:16) y aun del pecado mismo (Ro. 7:17),
  • 3. en el creyente. En todos estos casos, se trata de una residencia dinámica, activa; más propia de un obrero que de un simple huésped. (b) El apóstol menciona la buena conciencia (v. 3), así como el temor reverente a Dios (v. Hch. 10:2; 16:14, por ej.), en judíos observantes, no convertidos todavía al cristianismo, pero sólo atribuye la fe o el epíteto de creyente al que se ha convertido a Cristo (v. Hch. 16:31, 34). La fe, pues, que había habitado en la abuela y en la madre de Timoteo era la fe cristiana. Seguramente que también ellas habían sido convertidas mediante el ministerio del apóstol. (c) La fe que había habitado en la abuela de Timoteo y en su madre eran propias respectivamente de ellas. Timoteo hubo de creer también personalmente para ser salvo. En otras palabras: la fe no se hereda ni se comunica. Nadie puede creer por otro, ni dar la fe a otro, como no puede alimentarse por otro ni dar la salvación a otro. Así que Erdman, citado por Collantes, se equivoca de medio a medio cuando dice: «Pablo nos enseña que la fe puede ser comunicada». Es cierto que los padres, maestros, predicadores, etc., pueden instruir en las verdades de la fe cristiana; es cierto que una familia cristiana es una atmósfera propicia para que brote la planta de la fe, pero la fe personal de entrega al Salvador es algo exclusivamente personal, algo que sucede íntimamente en un acontecimiento vital entre la propia persona y Dios. Versículos 6–14 A continuación, el apóstol hace diversas exhortaciones a Timoteo. 1. La primera exhortación, en forma de hacer a la memoria (gr. anamimnésko), es (v. 6): «que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos». Recuérdese que a este don se había referido Pablo en 1 Timoteo 4:14, en cuyo comentario explicamos ya algunos de los conceptos. Allí le pedía que no descuidara tal don; ahora le pide algo más y, precisamente, ante el recuerdo de la fe que habita seguramente en él («Por la cual causa», dice, con una expresión poco frecuente en Pablo); le pide que reavive el fuego del don de Dios. El verbo anazopureín (aná, de nuevo, zo, vida, pur, fuego) significa aquí atizar el fuego, especialmente soplando, a fin de que lo que son como carbones encendidos, pero más o menos ocultos bajo la ceniza del miedo o de la indolencia, se manifiesten en llamarada que calienta e ilumina. El apóstol dice de este don «que está en ti mediante la imposición de mis manos» (v. 6b), expresión más fuerte que la de 1 Timoteo 4:14 («con la imposición, etc.»). El apóstol da la razón por la cual exhorta a Timoteo a reavivar dicho don (v. 7): «Porque no nos ha dado (lit. dio, en aoristo) Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura (gr. sophronismoú, único lugar en que aparece este vocablo, aunque términos de la misma raíz aparecen en otros quince lugares). Los dos versículos (6 y 7) se aclaran mutuamente: (A) Dios, dice Pablo, no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder (v. 8b) para actuar en medio de circunstancias difíciles, de amor para sacrificarse por el bien de los demás (comp. con Jn. 10:11) y de cordura, para obrar con la ecuanimidad que exijan las circunstancias. Dice Collantes: «La fuerza puede llevar al ministro de Dios a ser duro a veces; la caridad (esto es, el amor), a un celo indiscreto. La prudencia sabrá endulzar los rigores de la fuerza y encauzar ordenadamente la torrentera del celo. Fuerza, caridad y prudencia, unidas, harán al ministro de Cristo animoso sin debilidad, enérgico sin aristas, bondadoso sin claudicaciones, celoso sin exageración». (B) Aunque espíritu aparece correctamente escrito con minúscula, no cabe duda de que, como en otros muchos lugares (comp. con Ro. 8:15, por ej.), en el origen sobrenatural de todo lo que acontece en nuestro espíritu regenerado está el Espíritu (con mayúscula) de Dios. Este Espíritu Santo de Dios es el que otorga el don (v. 1 Co. 12:4, 7 y ss.). La imposición de las manos de Pablo no tenía en sí ninguna eficacia
  • 4. «sacramental» (ni principal, ni instrumental). El apóstol usa en el versículo 6b la preposición diá con genitivo instrumental (como, por ej., en Ef. 2:8, «mediante la fe»), porque la imposición de las manos simbolizaba la prolongación del ministerio de Pablo en la persona de Timoteo. Esto acontece dentro de la comunidad eclesial animada y estimulada por el Espíritu Santo. Por tanto, Timoteo no podía sacar de su propio espíritu la fuerza necesaria para avivar el don de otro modo que al echar mano del poder que imparte el propio Espíritu de Dios. (C) Esta exhortación era muy oportuna, habida cuenta de las múltiples dificultades que asediaban a Timoteo desde dentro y desde fuera, ya que, además de ser un joven (1 Ti. 4:12, comp. con 2 Ti. 2:22) débil físicamente (1 Ti. 5:23) y tímido, según insinúa el apóstol en 1 Corintios 16:10, estaba expuesto a los ataques de los falsos maestros de Éfeso (1 Ti. 1:3–7, 19, 20; 4:6, 7; 6:3–10; 2 Ti. 2:14–19, 23) y a las persecuciones que el Estado y los judíos inconversos desencadenaban contra los cristianos. 2. La segunda exhortación (v. 8) es consecuencia de la primera. Es como si ahora le dijera Pablo a su discípulo e hijo en la fe: «Mira, Timoteo, tienes en ti el don de Dios; no tienes excusa; por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni (te avergüences) de mí, preso suyo (comp. con Ef. 3:1), sino comparte conmigo el sufrir por el Evangelio (NVI), conforme al poder de Dios; con el poder que da Dios, no por tus propias fuerzas». La mención del poder de Dios lleva al apóstol a una declaración grandiosa del plan amoroso de salvación (vv. 9 y 10), cuyo heraldo ha sido designado el propio Pablo (v. 11) y por el que padece con la cabeza muy alta (v. 12). Todo lo que Pablo dice en los versículos 9–12 está orientado a estimular a Timoteo para que ponga por obra la exhortación que le hace en el versículo 8. (A) Veamos primero el texto de los versículos 9–12, según la NVI, donde se clarifica el sentido: «Quien (Dios) nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por algo que nosotros hubiésemos hecho, sino por su propio designio y su gratuito favor. Esta gracia nos fue otorgada en Cristo Jesús desde la eternidad (comp. con Ro. 16:25; Ef. 1:4; Tit. 1:2), pero se ha manifestado ahora mediante la aparición (gr. epiphaneías) de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que ha reducido a la impotencia (en aoristo: de una vez por todas; el verbo es el mismo de Ro. 6:6, entre otros lugares) a la muerte y ha sacado a la luz la vida incorruptible por medio de la predicación de la Buena Noticia, para lo cual he sido yo designado heraldo, apóstol y maestro (lo de «de los gentiles» falta en los MSS más importantes, y es añadidura tomada, probablemente, de 1 Ti. 2:7). Por este motivo estoy padeciendo estas cosas, pero no me avergüenzo, pues sé a quién he creído, y estoy convencido (o persuadido; gr. pépeismai, pretérito perfecto de la voz media- pasiva) de que es poderoso para guardar (gr. phuláxai; el mismo verbo del v. 14 y de 4:15, así como de 1 Ti. 5:21; 6:20) lo que le he confiado (lit. mi depósito; el mismo vocablo del v. 14 y de 1 Ti. 6:20) para el día aquel». (B) Analicemos primero los versículos 9 y 10, en los que el apóstol hace su gran declaración doctrinal acerca del plan de la salvación. Son muchos los autores que ven en estos versículos un himno (o fragmentos de él), similar a los de Filipenses 2:5–11; 1 Timoteo 3:16; Tito 3:4–7. (a) Nótese el orden de los dos primeros verbos («nos salvó y nos llamó») del versículo 9. El sentido exacto del primero ha de verse a la luz de 1 Timoteo 1:15: vino a salvarnos. Aplicado a Dios, como es aquí el caso, significa «procedió a salvarnos». No se habla todavía de una aplicación personal ya hecha, sino de la declaración de un propósito amoroso de Dios hacia nosotros. «Nos llamó» (comp. con Ro. 8:30, donde el llamar aparece como el primer paso en el orden de la ejecución); al llamado corresponde acudir «tal como uno está»: «no conforme a nuestras obras», añade Pablo (v. 9b, comp. con Ef. 2:9; Tit. 3:5). Pero este llamamiento se halla aquí cualificado con
  • 5. el complemento circunstancial «con un llamamiento santo» (lit.), es decir, con llamamiento a la santidad (comp. con Ef. 1:4). (b) Nuestra salvación y el llamamiento a una vida santa no se deben, añade Pablo (v. 9b) a nada que nosotros hayamos podido hacer o merecer, sino únicamente al designio amoroso y gratuito (¡gracia!) de Dios hacia nosotros. El amor y el poder, conjuntamente, de Dios han hecho posible la obra de nuestra salvación. Dice Collantes: «El poder de Dios está trascendido de amor. Y por eso nos obliga más a serle fieles, porque el mismo que opera en nosotros la fortaleza para sufrir es el que nos ha salvado y nos ha dado la vocación al cristianismo». (c) «Esta gracia, continúa Pablo, nos fue otorgada en Cristo Jesús desde la eternidad (lit. antes de los tiempos eternos)». Es un favor que se nos otorgó cuando fuimos escogidos en Cristo (Ef. 1:4), pero esa concesión estaba escondida, desde la misma eternidad, en el seno del Padre (comp. con Jn. 1:18). Sólo se publicó a los cuatro vientos, se manifestó (gr. phanerotheísan), cuando el propio Salvador (v. 10) fue manifestado (ephaneróthe, el mismo verbo y en el mismo tiempo, aunque en diferente modo) en carne (1 Ti. 3:16). Pablo describe al Salvador como al Yeshúa (Jesús, el «Yahweh salva») Mesías (Cristo) ungido por Dios para el oficio específico de salvar (v. Mt. 1:21). (d) El apóstol describe la obra de la salvación, llevada a cabo por nuestro Salvador Cristo Jesús (v. 10, lit.), en lo que más tiene de Buena Noticia: la oferta de la vida eterna (v. Jn. 3:16). Para todo el que creyere, con el perdón de los pecados viene la derrota de la muerte y la donación de la vida incorruptible. Es Cristo Jesús, nuestro Salvador, el que, mediante la obra de la Redención, ha reducido a la impotencia a la muerte, y ha abolido el dominio que ejercía sobre nosotros a causa del pecado (comp. con Ro. 6:6), que es el aguijón de la muerte. Morir, para el cristiano, se ha convertido en dormir. Y al resucitar de entre los muertos, Cristo Jesús (con quien hemos resucitado a la nueva vida; v. Ef. 2:4–7), sacó a la luz la vida incorruptible. Todo el que lea con atención el Antiguo Testamento se percatará de lo escondida que estaba la idea misma de una vida incorruptible. Era como un misterio escondido desde los siglos en Dios (Ef. 3:9). La proclamación del Evangelio es la declaración solemne de que esa explosión de luz y vida eternas ha tenido lugar en este pequeño planeta nuestro y, desde aquí, por medio de la Iglesia, ha sido comunicada a los lugares celestiales (Ef. 3:10). (C) En el versículo 11, el apóstol declara, con frases similares a las de 1 Timoteo 2:7, que, para el anuncio de la Buena Noticia, fue puesto (el mismo verbo de Jn. 15:16b) por Dios como heraldo, apóstol y maestro. Las tres funciones tienen por objeto el anuncio de lo mismo, pero cada una tiene su característica respectiva: «Como heraldo, debe anunciar y proclamar en voz alta ese Evangelio. Como apóstol no puede decir ni hacer sino lo que se le ha encomendado que diga y haga. Y como maestro, ha de poner todo esmero en impartir instrucción en las cosas que pertenecen a la salvación y a la gloria de Dios, y debe exhortar a la fe y a la obediencia» (Hendriksen). Nótese que el que humildemente está hablando de las más altas funciones que, como a ministro suyo, le ha encomendado Dios, ¡es un preso, condenado a muerte! (D) Pero, precisamente por eso (v. 12), porque está padeciendo por la causa del Evangelio («Por la cual causa padezco estas cosas», lit.), se siente más movido a hacer una de sus grandiosas declaraciones, que se canta como estribillo de un himno bien conocido en nuestras congregaciones: «Mas yo sé a quién he creído, / y estoy bien cierto que es poderoso / para guardar mi buen tesoro / consigo, junto a Dios». Antes de estas frases, dice: «pero no me avergüenzo». Ya había escrito esta misma frase a los fieles de Roma (Ro. 1:16); ahora lo escribe desde Roma a su discípulo Timoteo. Entonces no se avergonzaba del Evangelio «porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que
  • 6. cree». Ahora no se avergüenza «porque sabe a quién ha creído», es decir, en quién ha puesto su confianza. Y añade: «Y estoy convencido (o persuadido) de que es poderoso para guardar (gr. phuláxai, custodiar) mi depósito con vistas a (gr. eis) aquel día». Dos detalles necesitan especial aclaración: (A) ¿A qué se refiere Pablo aquí con eso de «mi depósito» (gr. parathéken; el mismo vocablo del v. 14 y de 1 Ti. 6:20)? ¿Se refiere al Evangelio que se le ha encomendado proclamar, o a sí mismo y su completa salvación? Tanto en el versículo 14 como en 1 Timoteo 6:20, está claro que Pablo se refiere al depósito que Dios ha puesto en las manos de Timoteo para que lo guarde, pero en el versículo 12 no dice «el depósito», sino «mi depósito»; además, en el versículo 14, como en 1 Timoteo 6:20, es Timoteo quien tiene que guardar el depósito, pero en el versículo 12 no es Pablo el que ha de guardarlo, sino Dios en Cristo. Como demuestra Hendriksen, todo el contexto anterior, además del texto en sí mismo, favorecen la opinión de que Pablo se está refiriendo a sí mismo y a su completa salvación, la cual está bien segura en las manos de Dios (v. Jn. 10:28–30). Así opinan también la mayoría de los autores y así lo ha entendido siempre el pueblo cristiano. (B) ¿Cuál es el día aquel al que se refiere Pablo al final del versículo 12? Es claro que debe entenderse del día de las recompensas (comp. con el v. 18 y con 4:8, así como con 1 Co. 3:13 y 2 Ts. 1:10). En todos estos lugares hallamos la misma expresión indefinida («el día aquel» o, simplemente, «el día»). No era necesario precisar más, pues los lectores sabían perfectamente a qué día se estaba refiriendo el apóstol. 3. La tercera exhortación (v. 13) dice así en la NVI: «Lo que escuchaste de mis labios, guárdalo como pauta directriz de sanas doctrinas, con fe y amor de índole cristiana». Para «pauta directriz», el apóstol usa el vocablo griego hupotíposin, que ya conocemos por 1 Timoteo 1:16; son los dos únicos lugares en que tal vocablo aparece en todo el Nuevo Testamento. Aquí está todavía más clara la figura de «poner debajo para calcar» con la mayor exactitud los contornos del modelo, pues se trata de las sanas palabras (comp. con 1 Ti. 1:10), esto es, la doctrina revelada, infalible e inmutable; y, por ello, más de fiar todavía que cualquier ser humano, aunque su santidad sea del calibre de la del gran apóstol. A estas enseñanzas del Evangelio, que Timoteo escuchó de labios de Pablo, ha de atenerse en todo cuanto enseñe y haga. Dice W. Hendriksen: «El lema, tan popular hoy, de “No importa lo que usted crea, con tal que sea sincero en lo que cree”, es diametralmente opuesto a la enseñanza de las Epístolas Pastorales. No obstante, el espíritu con que uno se aferra a la verdad y la comunica a otros sí que importa. Por eso añade el apóstol: “Haz esto con fe y amor centrados en Cristo Jesús”». Versículos 15–18 En estos versículos, Pablo pasa ahora a referirse a la situación en que se halla personalmente, debido a una triste circunstancia, ya conocida («Ya sabes esto») de Timoteo. Aunque el abandono por parte de «todos los que están en Asia» no puede menos de deprimir el ánimo del apóstol, dedica, sin embargo, solamente un versículo a mencionar lo que le causa dolor, para referirse, en tres versículos, a lo que le causa gozo. 1. Entre los que le abandonaron («todos los que en el Asia», lit.), el apóstol singulariza a Figelo y Hermógenes, quizás, como apunta D. Guthrie, «porque éstos eran la causa principal del disturbio». La forma en que Pablo se refiere a los que le abandonaron («los que [están] en Asia»), no en Roma, da a entender que «algunos líderes cristianos en la provincia cuya capital era Éfeso habían sido invitados por Pablo a venir a Roma con el fin de aparecer como testigos a su favor … Con la mayor probabilidad, el miedo les retuvo». Comenta Collantes: «Aunque dolido, más por estas defecciones que por sus cadenas, Pablo no tiene ni una palabra de reprensión para esos
  • 7. hombres cobardes. Porque no se trataba de una apostasía de la fe, sino de una falta de fidelidad a su propia persona. Y para Pablo es únicamente el Evangelio lo que cuenta en la vida». 2. Pero hay una noble excepción (además, Pablo no está solo; v. 4:11): Onesíforo se había portado muy bien con él. No dice Pablo que fuese uno de los que él había invitado a que viniesen a Roma a dar testimonio a su favor. Que no es ése el caso se colige por lo que de él dice aquí el apóstol (vv. 16–18): «Que el Señor muestre misericordia con la familia (comp. con 4:19) de Onesíforo, porque me dio refrigerio muchas veces y no se avergonzó de mis cadenas, sino que, por el contrario, cuando estuvo en Roma, me buscó con solicitud hasta encontrarme. Que el Señor le conceda hallar misericordia de parte del Señor en aquel día. Y la cantidad de servicios que prestó en Éfeso, tú la conoces de sobra». (NVI, excepto en un «me»—«me prestó»—, que equivocadamente añade dicha versión. Analicemos brevemente esta porción: (A) Tengamos en cuenta que, cuando escribe esta epístola, Pablo no se halla, como anteriormente, en el piso alquilado al que hace referencia Lucas en Hechos 28:30, donde, aparte de poder recibir las visitas de los amigos, tenía libertad suficiente incluso para moverse por las calles de Roma, aunque siempre encadenado a un soldado que le vigilaba. Ahora está ya condenado a muerte y encerrado en lo más lóbrego de la prisión interior, como había estado en Filipos (Hch. 16:24). Por eso, era mucho más difícil dar con él y aun visitarle. (B) Pero, aun así, Onesíforo, cuando estuvo en Roma, lo buscó con solicitud (gr. spoudaíos) hasta dar con él. Y no sólo lo visitó muchas veces, sino que le reavivó el ánimo (gr. anépsuxen, de ana y psúkho); le alivió también materialmente. El apóstol menciona con profunda gratitud hacia Onesíforo, que no se avergonzó de las cadenas de Pablo. W. Hendriksen hace notar la frecuencia con que menciona el apóstol en este capítulo lo de no avergonzarse: «Timoteo no debe avergonzarse (v. 8). Pablo no se avergüenza (v. 12). Onesíforo no se avergonzó (v. 16)». (C) La mención de la familia (lit. casa) de Onesíforo, tanto aquí (v. 16) como en 4:19, y la expresión «en aquel día» (v. 18), clara referencia al día escatológico de las recompensas (comp. con la del v. 12, al final), ha llevado a muchos autores a conjeturar, y aun asegurar, que Onesíforo había muerto ya cuando Pablo escribió esta epístola. Esta probabilidad no puede negarse, y hasta es posible que hubiese sido ejecutado. El apóstol dice (v. 18, al comienzo): «Que el Señor le conceda hallar misericordia de parte del Señor en aquel día». Esta frase plantea dos problemas: (a) Si, efectivamente, Onesíforo había muerto, ¿tenemos aquí una oración del apóstol por un difunto? Así piensan muchos, especialmente entre los católicos. Spicq, por ejemplo (citado por Guthrie), ve aquí un ejemplo, único en el Nuevo Testamento, de oración por los difuntos. Esto estaría de acuerdo con el precedente judío, también invocado por la Iglesia de Roma, del caso mencionado en el apócrifo 2 Macabeos, 12:43–45, tenido por canónico por los catolicorromanos. Permítaseme dar mi juicio sobre algo que evangélicos como Scott (y el mismo Guthrie) hallan alguna dificultad en resolver: Primero, apoyar lo de la oración por los difuntos en una conjetura (de la muerte de Onesíforo) es demasiado arriesgado. Segundo, la petición de una bendición escatológica no exige, de suyo, que el sujeto aludido haya fallecido ya (comp. con 1 Ts. 5:23). Tercero, y más importante (puesto que esto afecta también al caso de 2 Macabeos, 12:43–45, no como libro canónico, sino como libro histórico que refleja la mentalidad judía de la época próximamente anterior a nuestra era): Un deseo, más bien que una petición, de que el Señor conceda misericordia, en el día de las recompensas, a quien había usado de tanta misericordia con el propio apóstol (comp. con Mt. 5:7), NO ES, EN MODO ALGUNO, UNA PRUEBA A FAVOR DEL PURGATORIO, PUESTO
  • 8. QUE LO QUE EL APÓSTOL CONSIDERA AQUÍ NO ES EL ESTADO INTERMEDIO, SINO EL DÍA DE LAS RECOMPENSAS. Cuarto, y último, si Onesíforo había muerto como mártir de la fe cristiana, es de tener en cuenta que la costumbre de orar por los mártires difuntos es algo que nunca se ha observado en la historia de la Iglesia. ¿Será por esto por lo que el jesuita Collantes no menciona esta cuestión? Por otra parte, el evangélico Hendriksen ni la plantea ¡cosa extraña! (b) La repetición anómala del vocablo «Señor» en el versículo 18 (gr. ho Kúrios … pará Kuriou) presenta la cuestión siguiente: ¿A quién se refiere Pablo, a Dios Padre o al Señor Jesucristo? La respuesta no puede darse a priori, y decir, por ejemplo, que «Señor» es, para Pablo, el Señor Jesucristo, puesto que hemos visto recientemente (por ej. en 2 Ts. 3:3, 16; 1 Ti. 6:15) que eso no es invariablemente así. Las opiniones varían: Algunos, como Scott (citado por Guthrie), lo aplican, en ambos casos, a Dios Padre. Otros, al seguir a Bernardo de Claraval, aplican el primero (con artículo) a Jesucristo y el segundo a Dios Padre. D. Guthrie añade que «esto se ajusta a la costumbre de los LXX de aplicar el término sin artículo a Dios». También W. Hendriksen es de esta opinión. A mi juicio, la solución es, precisamente, al revés: en el primer caso, «el Señor» es Dios Padre, como término de referencia en nuestras peticiones; en el segundo, es el Señor Jesucristo, puesto que es en su tribunal (Ro. 14:10; 2 Co. 5:10) donde se celebra el juicio de recompensas. (D) El apóstol menciona finalmente (v. 18b) los servicios que Onesíforo había prestado en la iglesia de Éfeso. Eso lo sabía Timoteo suficientemente bien (éste es el sentido de un comparativo sin segundo término de comparación, tanto en griego como en latín). Qué servicios fuesen ésos no lo sabemos, pero debieron de ser importantes y notorios para que Pablo los considerase dignos de especial mención. Ya dijimos que la añadidura «me («me prestó») es un error de la NVI (y otras versiones, incluida la Biblia de Jerusalén), pues está muy mal apoyada en el cuerpo de los MSS, faltan en la mayoría de ellos y no se hallan en ninguno de los más importantes. Todavía peor es la añadidura de «nos» («nos ayudó»), como aparece en la RV 1960, donde los traductores se limitaron a poner en letra corriente lo que la antigua RV había suplido (malamente) en cursiva, ya que el «nos» no tiene apoyo en ninguno de los MSS. CAPÍTULO 2 El epígrafe que el Dr. Ryrie pone a este capítulo, como ya lo copiamos en la introducción, es «El carácter del soldado de Cristo». En consonancia con esto, vamos a adoptar también las subdivisiones que aparecen en la Ryrie Study Bible: 1. Es fuerte (vv. 1, 2). II. Es de recta intención (vv. 3, 4). III. Es estricto consigo mismo (vv. 5–10). IV. Tiene seguridad (vv. 11–13). V. Es sano en la fe (vv. 14–19). VI. Practica la santidad (vv. 20–23). VII. Es un buen siervo (vv. 24–26). Versículos 1–2 1. Las primeras palabras de esta exhortación a Timoteo traen a la memoria las que, con tanta frecuencia, dirige Yahweh a Josué (v. Jos. cap. 1) después de la muerte de Moisés: «Esfuérzate y sé valiente». En contraste con la cobardía que «los que están en Asia» (1:15) mostraron, Timoteo es exhortado a «revestirse de poder» (gr. endunamoú). El verbo está en presente de imperativo de la voz media-pasiva. Esto mismo indica que Timoteo no puede darse a sí mismo este poder, sino que ha de echar mano del poder que le otorga el Señor mediante el Espíritu que habita en él. Ese poder ha de hallarlo Timoteo en la gracia que fluye de Cristo Jesús como de la Cabeza (comp. con Ef. 4:15, 16). Gracia es siempre un favor justificante, como en Efesios 2:8, o fortificante, como en 1 Corintios 15:10. En este último aspecto ha de verse aquí (comp. con 2 Co. 12:9).
  • 9. 2. Timoteo necesita revestirse de dicho poder a fin de que, en primer lugar, sea capaz de cumplir debidamente con el serio cometido que el apóstol le da en el versículo 2: «Y las cosas que me has oído decir delante de muchos testigos, encomiéndalas a tu vez a hombres de confianza (gr. pistoís; lit. fieles, esto es, de fiar), que estarán capacitados (gr. hikanoís, competentes) para enseñar también a otros» (NVI). Las dos últimas palabras de este versículo, en el original (hetérous didáxai), constituyen el lema del Seminario Teológico Centroamericano (SETECA) de Guatemala. Analicemos este importante versículo: (A) Las cosas que Timoteo le había oído decir a Pablo coincidían, sin ningún género de duda, con el depósito (1:14) de la sana doctrina cristiana. (B) Probablemente, el apóstol había ofrecido un compendio de las verdades de la fe en el mensaje pronunciado con ocasión de la inducción de Timoteo al ministerio. Esto explicaría mejor la mención de los «muchos testigos» (C) La frase que las versiones traducen por «delante de muchos testigos» es, en el original, diá pollón martúron (lit. mediante muchos testigos) La construcción es rara y ha dado que hablar a los autores, pero W. Hendriksen ha demostrado que tal construcción no tiene nada de anormal, no sólo en el griego común del Nuevo Testamento, pues se halla también de modo similar en el versículo 4 de 2 Corintios 2 (diá pollón dakrúon, con muchas lágrimas, no mediante muchas lágrimas), sino también en la Odisea y en la Ilíada de Homero. (D) Estas cosas, el depósito de la sana doctrina cristiana, es lo que Timoteo ha de transmitir, encomendar (gr. paráthou; lit. pon al lado, sin distancias intermedias de tiempo ni de lugar) a personas (gr. anthrópois, seres humanos, no sólo varones; por eso se admiten también mujeres en nuestros centros de formación bíblica y teológica) que sean de confianza, que sean de fiar, no sólo por la capacidad intelectual necesaria para asimilar debidamente las enseñanzas que se les impartan, sino, sobre todo, por su probada piedad y dedicación al Señor. El aoristo paráthou da a entender que el encargo se ha de dar de una vez por todas. (E) El apóstol añade una nueva cualidad, además de la fidelidad: «que estarán capacitados para enseñar también a otros» (hetérous, de diferentes temperamentos, mentalidades, etc.). El que no sea competente para comunicar lo que sabe, debe ser empleado, por muy sabio que sea, en otros menesteres. Los dones que el Espíritu Santo distribuye para bien de la comunidad eclesial son muchos y de diversa índole, y están muy diversamente repartidos (v. 1 Co. 12:7–11, 28–30). (F) Todas estas precauciones son necesarias, según el apóstol, para que el depósito de la sana doctrina pase incorrupto de mano en mano; y es seguramente por la tremenda importancia del encargo por lo que Pablo le recuerda a Timoteo que fue dado en presencia de muchos testigos, con la mayor probabilidad, los ancianos que tomaron parte en la inducción de Timoteo (comp. con 1 Ti. 4:14b). Versículos 3–4 De la fortaleza que un buen soldado de Cristo necesita, pasa el apóstol a mencionar la rectitud de intención y la total dedicación al ministerio, expuesto aquí bajo la metáfora, tan frecuente en Pablo, de la milicia. 1 «Comparte conmigo, dice Pablo (v. 3), las dificultades como un buen soldado de Cristo Jesús» (NVI). El «pues» de nuestra RV debe eliminarse, ya que no tiene fundamento en los MSS, y puede causar confusión por la aparente conexión con el versículo 2, conexión que Pablo no establece aquí. El verbo que traduce la NVI por «compartir dificultades» ha salido recientemente (1:8; v. el comentario). Pablo da por supuesto que Timoteo es un buen (gr. kalós, excelente) soldado de Cristo Jesús (lit.) y, por eso, le exhorta a sufrir con él las penalidades que toda milicia comporta (comp. con
  • 10. 3:12). Comoquiera que el original usa el prefijo sun, con, pero no especifica quién es el compañero de penalidades, opina Hendriksen que, en 1:8, es evidente que significa «conmigo», pero aquí (2:3) debería interpretarse en plural «con nosotros», a la vista de los muchos testigos citados en el versículo anterior. Es posible, pero no me resulta convincente. 2. A continuación, el apóstol establece una condición que podría ser mal interpretada (v. 4): «Ninguno de los que hacen el servicio militar se enreda en las ocupaciones de la vida ordinaria, sino que procura agradar al oficial bajo cuyo mando está» (NVI). A la vista de este versículo son muchos los autores que opinan de modo demasiado estricto, como si el apóstol prohibiese a los ministros de Dios cualquier otra ocupación que no sea la dedicación a la Obra a tiempo completo. Que esto es un ideal digno de contemplarse, nadie lo negará, pero también es cierto que resulta, con frecuencia, utópico. (A) Está, en primer lugar, el ejemplo del propio apóstol, quien se había dedicado al oficio de fabricar lonas para tiendas de campaña (v. Hch. 18:3; 20:34; 1 Co. 4:12), sin que esto le estorbase en su ministerio de predicación del Evangelio. Es extraño, pues, que un autor católico tan experto como M. Meinertz (entre otros) vea aquí «el origen de la tradicional prescripción eclesiástica que prohíbe a los clérigos dedicarse al comercio y aun buscar su subsistencia por medio de ocupaciones civiles» (citado por J. Collantes). El único motivo de dicha «prescripción eclesiástica» ha de buscarse en el falso nivel de superioridad espiritual que la Iglesia de Roma llegó a atribuir a los clérigos y monjes. (B) Pero la clave para la recta interpretación de este versículo se halla en el vocablo griego empléketai (se enreda), de donde procede el castellano implicar, a través del latín implicare Con este verbo el apostol quiere dar a entender que lo malo no es ocuparse en un oficio de artesanía o de enseñanza secular, sino en negocios que acaparan la atención de tal forma que constituyen un verdadero obstáculo a la dedicación que el ministro de Dios ha de consagrar a la oración y al estudio de la Palabra, así como a la visitación o, al menos, a la consejería. El vocablo griego expresa gráficamente, como observa Guthrie, «el enredo de las armas del soldado en los pliegues de su manto». Y añade: «El punto principal es, por consiguiente, la renuncia a todo aquello que estorba el verdadero propósito del soldado de Cristo». Versículos 5–10 De la metáfora de la milicia pasa el apóstol a la de la lucha atlética y a la de la labranza, antes de estimular a Timoteo con el ejemplo del Señor Jesucristo. 1. «Y asimismo el que compite como atleta no recibe la corona de vencedor si no se atiene a las reglas de la competición» (NVI). A eso se refirió ya en 1 Corintios 9:25. Aquí viene a añadir un nuevo requisito: No basta con dedicarse de corazón al servicio del Evangelio; es preciso también atenerse a las normas. Sin duda, la norma principal que el apóstol tiene en mente es la del dominio propio, como puede adivinarse al comparar este texto con el citado 1 Corintios 9:25. Por supuesto que se incluye la sana doctrina y el sincero deseo de cumplir la voluntad de Dios, pero el espíritu de mansedumbre, de amor, de sumisión a los demás (comp. con Ef. 5:21), a favor del orden y de la edificación de la iglesia, son normas que han de observarse si el ministro de Dios (y aun todo creyente) ha de dar fruto en el desempeño de su ministerio. También aquí cabe dar «golpes bajos» que deben ser motivo de descalificación, como lo serían en un combate de boxeo. 2. Pablo pasa después a exponer lo mismo bajo la metáfora del labrador (v. 6): «El labrador que trabaja de recio debe ser el primero en participar de los frutos» (NVI). A la dedicación del soldado y al orden con que un atleta guarda las normas, añade ahora el
  • 11. apóstol el esfuerzo fatigoso (gr. kopiónta, verbo bien conocido) y constante (el verbo está en participio de presente) del labrador (ver la misma comparación en Jn. 15:1 y ss.; y especialmente 1 Co. 3:9). La segunda parte del versículo parece indicar, a primera vista, que el ministro de Dios ha de tener un ojo puesto en los frutos personales de su labor. Es cierto que mirar a la recompensa (sobre todo, cuando la recompensa es espiritual) no tiene nada de malo. Pero aquí la recompensa es la elevación de su propio nivel espiritual y el de otros. Dice Hendriksen: «No sólo será fortalecida su propia fe, alentada su esperanza, ahondado su amor y reavivada la llama de su don, de forma que será “dichoso en lo que haga” (Stg. 1:25), sino que, por añadidura, verá en las vidas de otros (Ro. 1:13; Fil. 1:22, 24) los comienzos de los gloriosos frutos que se mencionan en Gálatas 5:22, 23. Véase también Daniel 12:3; Lucas 15:10; Santiago 5:19, 20». 3. Como haciendo un alto, a fin de que Timoteo reflexione y saque las consecuencias de lo que le viene diciendo, dice ahora el apóstol (v. 7): «Reflexiona en lo que te estoy diciendo, pues ya te dará (el verbo, efectivamente, está en futuro) el Señor una comprensión más profunda de todo esto» (NVI). En otras palabras, todo creyente en general, y especialmente el ministro de Dios, ha de estudiar, reflexionar y orar, sin esperar a que el Espíritu Santo le conduzca a toda la verdad cuando él no se aplica con denuedo, dedicación y esfuerzo a la lectura y ponderación de la Palabra. Después de la regeneración, como después de la creación (Gn. 1:2), el Espíritu de Dios ya no obra en el vacío; el siervo de Dios ha de aportar su esfuerzo. 4. Y para animar a Timoteo a correr con ánimo esforzado la carrera que tiene por delante, Pablo le exhorta a poner los ojos en Jesús (comp. con He. 12:2) «Recuerda a Jesucristo, le dice (v. 8), resucitado de entre los muertos, del linaje de David» (NVI). Como de costumbre, Pablo pone delante de los ojos el ejemplo de Jesucristo, nuestro Gran Capitán. La alusión al resucitado es un gran estímulo para todo cristiano que combate y, especialmente, para el que padece persecución por la fe (comp. con Ap. 1:18; 5:6). A. D. Guthrie le resulta extraña la añadidura de la última frase («del linaje de David»). J. Collantes ve erróneamente en dicha expresión «la alusión a la comunidad de la raza humana». No hay tal cosa. Hendriksen ha visto bien, ya que el contexto (vv. 11 y 12) lo aclara, que aquí Pablo une lo del vivir con Cristo con lo de reinar con Cristo. Lo que me resulta extraño es que Hendriksen, entre los numerosos lugares que cita, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento, no mencione Hechos 13:33, 34 que, a mi juicio, sigue la misma línea que aquí; y donde se ve la importancia de la alusión a David, puesto que a él le fueron hechas las promesas del trono Por cierto, lo del reinar con Cristo se refiere al futuro escatológico (comp. con Lc. 22:29, 30; Ap. 20:4, al final). «Al presente, dice el autor de Hebreos (He. 2:8b), no vemos que todo le esté sometido». En efecto, el dios de este mundo (2 Co. 4:4), gobernador del reino del aire (Ef. 2:2) es todavía el Maligno (1 Jn. 5:19b). Lo de «conforme a mi Evangelio» (lit.), con que termina el versículo 8, ha de conectarse con «resucitado de entre los muertos», puesto que este hecho constituye el núcleo del Evangelio (v. 1 Co. 15:3, 4). 5. La mención del Evangelio, por cuya causa (por haber proclamado salvación también para los gentiles) Pablo se halla encadenado y condenado a muerte, lleva al apóstol a presentar su propio caso después del de Jesucristo mismo, a fin de animar a Timoteo más y más a sufrir penalidades (o dificultades) como las sufre él mismo, pues el verbo del versículo 3 es un compuesto del que Pablo se aplica a sí mismo en el versículo 9. En los versículos 9 y 10, va a presentar cuál es la gloria que comporta el sufrir por la causa del Evangelio, así como el fruto que con ello se obtiene. Dicen así dichos versículos en la NVI: «por el que (el Evangelio) estoy sufriendo hasta el punto de estar encadenado como un criminal (gr. kakoúrgos; lit. malhechor) Pero la palabra de Dios no está encadenada Por esto, lo aguanto (gr. hupoméno, soporto) todo por
  • 12. causa de los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo Jesús con gloria eterna». (A) Notemos primero que, por causa del Evangelio, Pablo está preso y encadenado como un malhechor público, es decir, como un criminal. El vocablo griego kakoúrgos «es palabra técnica en el vocabulario judicial y engloba a los ladrones, asesinos, sacrílegos» (Collantes). Dicho vocablo ocurre únicamente aquí y en Lucas 23:32, 39, en todo el Nuevo Testamento. ¿De qué crimen era acusado Pablo ante Nerón? Sin duda, de sedición Basta con recordar tres versículos, en su contexto: Hechos 16:20; 17:6 y 24:5. Pero esta acusación era falsa, ya que Pablo, lejos de promover ninguna revuelta, urgía el acatamiento a las autoridades (v. Ro. 13:1 y ss.; comp. también con 1 P. 2:17–20; 4:15, 16). El verdadero motivo de su arresto y posterior encarcelamiento fue la predicación del Evangelio de salvación a los gentiles (v. Hch. 22:21, 22). ¿Y qué le importaba a Nerón de esto? ¡Y tantos millones de mártires cristianos habían de morir como enemigos del Estado y hasta de la Iglesia! (B) Nótese, a continuación, la exclamación triunfal del apóstol: «Pero la Palabra de Dios no está encadenada». Pablo está preso, ¡pero la Palabra de Dios está suelta; ningún ser humano ni diabólico la puede atar ni encadenar! El Evangelio ha de cumplir el objetivo para el que bajó del cielo a la tierra (v. 4:17, así como Is. 40:8; 55:11; Fil. 1:12–14). W. Hendriksen cita, al llegar a este punto, el famoso himno de Lutero, Ein feste Burg ist unser Gott, bien conocido en la traducción que del mismo hizo nuestro compatriota J. B. Cabrera. (C) «Por esto, dice Pablo (v. 11), es decir, porque la Palabra de Dios no está encadenada, todo lo aguanto por causa de los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación, etc.» Esta fraseología (especialmente eso de «también ellos») sugiere que Pablo se está refiriendo a los que estaban ya escogidos en Cristo (Ef. 1:4) en los designios divinos, pero todavía no habían creído cuando el apóstol escribía esto. La perspectiva de los campos blancos para la siega le consolaba de todos los sufrimientos que padecía. No habían de faltar predicadores del Evangelio que llevasen la Palabra a multitud de seres humanos, todavía inconversos, pero escogidos ya en los designios de Dios para alcanzar la salvación que Cristo nos obtuvo y que poseen todos los que están en Cristo. De esta forma, bien podía sufrir Pablo con gozo las penalidades de esta vida, a la vista de la gloria eterna que muchos habían de compartir con él un día (comp. con 2 Co. 4:17). Versículos 11–13 En estos versículos, y tras de la ya conocida frase: «Palabra fiel es ésta», Pablo cobra nuevos ánimos, al considerar, como lo ha hecho otras veces, que si Cristo vive en nosotros, con Él sufrimos, con Él morimos, con Él y en Él vivimos, con Él hemos de reinar. La construcción misma de estos versículos nos convence de que forman parte de un himno, en el que se exaltan estas bendiciones del creyente. Dice Collantes: «La estrofa se compone de cuatro estiquios ligados entre sí por la anáfora (gr. ei), y el paralelismo sinónimo o antitético. El último verso tiene una conclusión que rompe la simetría, y que muy bien pudiera haberla añadido san Pablo». Veamos cómo aparece la estrofa, al traducir literalmente del original: «Fiel (es) la palabra porque, Si morimos (aoristo) con (Él), también viviremos con (Él); Si soportamos (presente), también reinaremos con (Él); Si (le) negáremos (futuro), también Él nos negará; Si somos infieles (presente), Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.»
  • 13. 1. La interpretación de estos versículos depende del sentido que se le dé al aoristo morimos con (gr. sunapethánomen) del versículo 11b. Hay quienes ven ahí una alusión al martirio (Bernardo de Claraval y, entre los modernos, Bouma), interpretación que Hendriksen tiene como posible, aunque no le satisface del todo. En efecto, no puede satisfacer puesto que el verbo está en aoristo, y apunta a un hecho pasado y de una vez por todas. Así que la alternativa queda entre las dos siguientes interpretaciones: (A) La mayoría de los autores, tanto evangélicos como, en especial, catolicorromanos, opinan que Pablo se refiere aquí a la muerte simbólica que el creyente muestra en la ceremonia del bautismo. Esta opinión explica bien el aoristo morimos, pero no cuadra con el contexto anterior ni con el posterior, donde es evidente el concepto de padecimiento literal, real, no simbólico. (B) W. Hendriksen, al seguir a Calvino, Ellicott y Van Andel, sostiene que Pablo se refiere, no a un martirio real ya sufrido, sino «a una plena resignación a soportarlo, con todas las aflicciones que puedan precederlo». Cita a favor de esto lugares como 1 Corintios 15:30, 31 y 2 Corintios 4:10, y muestra además que el contexto presente es muy distinto del de Romanos 6:3 y ss. Estoy completamente de acuerdo con Hendriksen, y me permito añadir una prueba más: La fraseología del versículo 12b («Si (le) negáremos, también Él nos negará») no puede menos de recordarnos Mateo 10:32, 33; Lucas 12:9, donde el contexto implica la persecución y la conducción de un creyente ante los tribunales, no la profesión de fe hecha en el bautismo, ¡donde no se niega a Cristo! 2. Pasamos, pues, a la interpretación de estos versículos, basados en lo que acabamos de sostener. Vayamos por partes: (A) «Si morimos con Él (Cristo), también viviremos con Él» (v 11b). Como hemos visto, el verbo morimos con está en aoristo. La decisión de sufrirlo todo por Cristo y con Cristo se tomó en el pasado. Sin duda que Pablo tenía presente aquí lo que dice en Gálatas 2:20 («Con Cristo estoy juntamente crucificado»), por lo que también era consciente, no sólo de vivir con Cristo, sino de que Cristo era el que vivía en él. Lo de aplicar esto únicamente a la vida de ultratumba no tiene sentido, pues el futuro escatológico se limitará a manifestar, a sacar a la luz pública, la vida que ya estaba escondida con Cristo en Dios (Col. 3:3, 4). Nótese, de paso, que Pablo no dice «resucitaremos», sino «viviremos», lo cual es una confirmación de que no se trata del bautismo. (B) «Si soportamos (v. 12a), también reinaremos con Él». Que esto se refiere al final de los tiempos, no cabe duda (v. Ap. 20:4, 6), aun cuando es cierto que los creyentes son ya, por derecho, un regio sacerdocio (1 P. 2:9; Ap. 5:10). Dice W. Hendriksen: «Reinar con Cristo significa experimentar en la propia vida la restauración del oficio de profeta, sacerdote y rey. Como profeta, su mente estaba iluminada para conocer a Dios. Como sacerdote, su corazón se deleitaba en Dios. Como rey, su voluntad estaba en armonía con la voluntad de Dios. Este triple oficio, perdido por la caída, es restaurado por la gracia de Dios. La respuesta gozosa de la voluntad del creyente a la voluntad de Cristo, esa respuesta que es verdadera libertad, es el elemento básico en este reinar con Cristo». (C) «Si le negamos, también Él nos negará». El verbo negar está en futuro de indicativo en el original, lo cual significa que se trata de una condicional que tiene fundamento en la realidad. No es una mera posibilidad; es algo que se da todos los días. Como Simón Pedro en el atrio del sumo sacerdote, también nosotros negamos al Señor más de una vez. Por fortuna, lo mismo que a Pedro, nos queda aún abierta la puerta del arrepentimiento y de la confesión, con la gracia de Dios que no se niega, a priori, a
  • 14. nadie. En todo caso, no se trata de una apostasía total de la fe cristiana, sino de un pecado de cobardía del que un día habremos de avergonzarnos (v. 1 Jn. 2:28b). (D) «Si somos infieles (presente continuativo), Él permanece fiel» (v. 13a). ¡Qué contraste! Los dos verbos están en presente: Frente a la continua infidelidad del creyente está la continua fidelidad del Señor. Aquí está la gran seguridad del cristiano: Hay una real posibilidad de que el cristiano continúe siendo infiel, lo que equivale a estar negando constantemente a Cristo, pero no hay posibilidad de que el Señor pueda quebrantar su fidelidad. ¿Por qué? Muy sencillo (v. 13b): «Porque el Señor no puede negarse a Sí mismo». El verbo negar significa decir que no. En el hombre, el decir y el hacer son dos cosas distintas (v. Mt. 21:28–30); por eso, el hombre puede negarse a sí mismo ¡y ser fiel al Señor, en lugar de seguir siendo infiel ! Pero en Dios (y, por tanto, en Cristo), el hacer no puede ser distinto del decir porque es la propia Verdad personificada (Jn. 14:6). Así que negarse a Sí mismo equivaldría a destruirse a Sí mismo. ¡Pero el YO SOY no puede dejar de ser! La conclusión gloriosa para el cristiano es: Si Dios me salvó, no se puede volver atrás (comp. con 2 Co. 1:20–22). Versículos 14–19 En estos versículos, vemos que el buen soldado de Cristo es sano en la fe. 1. En el versículo 14, el apóstol manda a Timoteo que conjure solemnemente a otros (comp. con 1 Ti. 1:4; 6:4) a no contender sobre palabras (donde Pablo usa precisamente el verbo de la misma raíz que el sustantivo griego logomakhías de 1 Ti. 6:4). Esto, dice, lejos de aprovechar, sólo sirve para catástrofe (lit) de los oyentes sólo lo que edifica a los demás sirve de provecho a la comunidad, mientras que lo que los falsos maestros predican y discuten no edifica, sino que destruye, pues la etimología de la palabra catástrofe («volver de arriba abajo») «es la antítesis de la edificación» (Guthrie). 2. De un mandato negativo acerca de otros, pasa el apóstol a mandar a Timoteo algo muy positivo para sí mismo, en un versículo muy conocido de todos (v. 15): «Haz de tu parte todo lo posible para presentarte a Dios de modo que obtengas su aprobación, como un obrero que no tiene por qué avergonzarse y que maneja correctamente la palabra de la verdad» (NVI) Analicemos este importante versículo: (A) Lo que aquí manda el apóstol a Timoteo tiene validez para todo creyente, pero está dirigido especialmente a los ministros de Dios. En primer lugar, le urge a que ponga de su parte todo lo posible (lit. esfuérzate por …) para presentarse a Dios como aprobado (gr. dókimon, aceptado después de ser puesto a prueba). El vocablo griego es el contrario del que usa Pablo en 1 Corintios 9:27 («adókimos», descalificado; «suspenso», diríamos hoy, frente al «aprobado» de 2 Ti. 2:15). «Aprobado» no significa que haya pasado el examen «por las justas», sino que, más bien, equivale a «sobresaliente». Como se ve por la comparación con 1 Corintios 9:24–27, esto incluye también una conducta piadosa, pero el contexto actual pone énfasis en la doctrina. (B) «Como un obrero que no tiene por qué avergonzarse.» Nótese que Pablo dice «obrero» (gr. ergáten), es decir, un trabajador, no un solista o discutidor, como los aludidos en el versículo 14. Un obrero, además, que es buen artesano, que no se contenta con salir del paso, sino que hace las cosas del mejor modo posible ¡Cuánta mediocridad se observa en muchos púlpitos y tribunas! ¡Qué superficialidad en la exposición de las Escrituras! El ministro de Dios tiene que trabajar de tal modo que no tenga por qué avergonzarse (comp. con 1 Jn. 2:28b) cuando el Señor pronuncie su nombre para que acuda a su tribunal a recibir la recompensa. (C) «Que maneja correctamente la palabra de la verdad», y muestra así que no tiene por qué avergonzarse. El verbo griego orthotoméo, que aparece aquí en participio de presente continuativo, significa, en su etimología, «cortar rectamente», metáfora que
  • 15. se halla, por ejemplo, en Proverbios 11:5, donde el griego de los LXX usa este verbo para significar «hacer derecho el camino». En nuestro lenguaje corriente, decimos «cortar por lo sano» para referirnos a una decisión difícil, pero necesaria. El propio verbo decidir significa «cortar de», pues toda decisión realiza una «separación» de otras varias posibilidades. Trazar rectamente es, a mi juicio, la mejor traducción de dicho verbo, como vierten la RV 1977 y la traducción de J. Collantes. Es una labor que exige competencia, estudio y oración para ser claro y preciso en la exposición de la Palabra, de forma que se explique llanamente el sentido del texto dentro de su contexto inmediato y del contexto general de las Escrituras. Dice Hendriksen: «El hombre que maneja la palabra de la verdad rectamente, no la cambia, ni la pervierte, mutila ni distorsiona, ni la usa con mal propósito en su mente. Por el contrario, en actitud de oración, interpreta la Escritura a la luz de la Escritura». 3. De nuevo vuelve el apóstol a urgir, en forma negativa, a Timoteo (v. 16, comp. con el v. 23) lo que ya le dijo con respecto a otros en el versículo 14, así como en 1 Timoteo 1:4; 6:20. Son cosas vanas, que conducen más y más a la impiedad (gr. asebeías, lo contrario de eusébeia, que es la verdadera devoción). Es, pues, uno más de los malos frutos que en otros lugares, como los citados, aparecen como resultado de la palabrería y de la falsa enseñanza. El verbo griego prokópto, que aquí usa Pablo, significa «avanzar, progresar», pero ¡vaya un progreso!, ¡hacia la impiedad! En este mal «avance», la palabra de tales «progresistas» se extenderá, dice Pablo (v. 17), como gangrena. Dice Hendriksen: «No sólo se come el cáncer los tejidos sanos, sino que, al obrar así, agrava la condición del paciente. De manera semejante, la herejía, anunciada con tanta propaganda, se desarrolla tanto en extensión como en intensidad». 4. El apóstol singulariza (vv. 17b, 18), de entre otros, a Himeneo y a Fileto. Ya vimos el nombre del primero en 1 Timoteo 1:20. Por lo que se ve, no le hizo efecto alguno la «excomunión», sino que fue de mal en peor. Su mención en primer lugar en ambos textos hace pensar a Hendriksen que «era posiblemente el cabecilla». Del Alejandro de 1 Timoteo 1:20, no sabemos ya nada más. En el versículo 18, el apóstol menciona explícitamente el error capital de estos falsos maestros: decían que la resurrección ya se efectuó. ¿Qué significa esto? Si tenemos en cuenta que estos falsos maestros estaban tocados de gnosticismo, y que para el gnosticismo es mala la materia, la resurrección corporal era insostenible (comp. con 1 Co. 15:12). La resurrección, pues, ya efectuada, era, para ellos, alegórica o espiritual: la iluminación recibida en el bautismo, donde el espíritu tenia su encuentro con la verdad. Así trastornaban la fe de algunos, como lo hacen hoy los teólogos liberales que niegan la resurrección corporal de Jesús, mientras afirman profesar todavía la fe cristiana. 5. Por grande que sea este trastorno subjetivo de la fe, viene a decir Pablo (v. 19): «Sin embargo, el fundamento sólido puesto por Dios se mantiene firme, sellado con esta inscripción: “El Señor conoce a los que son suyos”, y “todo aquel que invoca el nombre del Señor debe apartarse de la iniquidad”» (NVI). Este versículo requiere un análisis especial. (A) ¿Cuál es ese fundamento sólido que se mantiene firme? Nótense los cuatro vocablos que denotan estabilidad: fundamento … sólido que permanece firme. Hay quienes piensan que Pablo se refiere a la verdad objetiva del Evangelio, pero esta opinión no guarda armonía con el contexto, que no trata de verdades reveladas, sino de edificios sellados. La metáfora está tomada aquí de la costumbre de poner inscripciones-sellos en los edificios públicos. Aquí, pues, ese edificio es, según están de acuerdo los autores, la Iglesia (v. Mt. 16:18; 1 Co. 3:10–12; Ef. 2:20, 21; 1 P. 2:5 y ss.). Para el significado del sello véase Efesios 1:13.
  • 16. (B) El apóstol ve una doble inscripción-sello sobre este edificio de la Iglesia: (a) «El Señor conoce a los que son suyos». Esta frase está tomada de Números 16:5, dentro del informe sobre la revuelta de Coré y sus secuaces, donde se le recuerda a Israel gue Yahweh sabe diferenciar entre lo verdadero y lo falso y ha de mostrar lo que es suyo. Los hombres pueden ser engañados por las apariencias, pero Dios no se engaña, porque su conocimiento infalible penetra hasta el fondo del corazón. Dice Guthrie: «Este conocimiento del infalible discernimiento de Dios tiene por objeto suministrar grandes ánimos a Timoteo y a todos los demás que estaban perplejos ante los elementos indignos en la Iglesia. (b) «Todo aquel que invoca el nombre del Señor (Yahweh, no Cristo) debe apartarse de la iniquidad». El sentido de esta cita está tomado de Isaías 52:11, pero puede verse también en Números 16:26. Esto significa, como pone de relieve Hendriksen, que «la primera inscripción no tiene ningún sentido si se la separa de la segunda, ni la segunda si se la separa de la primera. El Señor les dirá a los malvados que nunca los conoció (Mt. 7:23; Lc. 13:27)». Como siempre, la demostración notoria de la verdadera fe y, por tanto, de la elección de Dios, son las buenas obras (comp. por ej., con 2 Ts. 2:13; Stg. 2:14; 1 P. 1:1, 2). Versículos 20–23 En efecto, el soldado de Cristo y buen obrero, aprobado por Dios, ha de ser un «vaso santificado, útil para el Dueño» (v. 21), si ha de ser «vaso de elección» (Hch. 9:15, lit.). Con toda naturalidad, pues, y teniendo en mente, aunque implícito en el texto, el concepto de edificio, analizado más arriba, el apóstol compara la Iglesia a «una casa grande» (v. 20), donde los miembros son como «vasos» (lit.) de diferentes materiales y para diversos usos. En los versículos 22 y 23, el apóstol deja la metáfora anterior, pero sigue en la misma línea de la necesidad de conservar la pureza y la santidad. Vamos por partes. 1. Dicen los versículos 20, 21 en la NVI: «En una casa grande hay objetos (gr. skeúe, vasos o utensilios) no sólo de oro y plata, sino también de madera y de barro; algunos están destinados a usos honoríficos, y otros a usos viles. Así, pues, quien no se contamina con lo vil, será un instrumento (de nuevo, skeúos, vaso o utensilio) destinado a usos honoríficos, santificado, útil para su Amo y apercibido para llevar a cabo toda clase de obras buenas». Esta última frase está en plena conformidad con el v. 19b. Estos dos versículos requieren un cuidadoso análisis, pues se prestan a confusión. Basta con leer las referencias que suelen hallarse en nuestras versiones, las cuales favorecen también la confusión. (A) Lo primero que hay que tener en cuenta es que Pablo describe aquí, bajo la metáfora de los vasos de distintos materiales, los miembros en la iglesia, tanto genuinos como falsos, pues se trata de la iglesia visible. Por tanto, como advierte Hendriksen, las referencias a 1 Corintios 3:1–15 (que se refiere a materiales, no a miembros, de la Iglesia) o a 1 Corintios 12:12–31 (que se refiere a distribución de carismas) no tienen ningún sentido; «sólo sirven para confundir materias», dice. Lo mismo digo de la referencia a 2 Corintios 4:7 (donde el barro no indica ninguna vileza, sino sólo debilidad). (B) La mayor dificultad del versículo 20 está en la aplicación de la metáfora de los vasos a los miembros de la iglesia visible, puesto que en una casa grande tanto los utensilios de oro y de plata como los de madera y de barro son útiles para diferentes servicios; más aún, los más necesarios son los de madera y de barro, mientras que los de oro y plata sirven más de adorno y ostentación que de utilidad. Es menester, pues, tener mucho cuidado al pasar del uso físico de los vasos materiales a la calidad moral de los vasos personales o miembros de la iglesia.
  • 17. (C) Hecha esta advertencia, me aventuro por un terreno donde no encuentro camino abierto; me temo, que por una falsa modestia de parte de los autores. En una casa grande, los utensilios de oro y plata (que no se hallan en una casa pequeña) consisten especialmente en vajilla: copas, platos, fuentes, etc. No se incluyen, con la mayor probabilidad, las joyas de adorno, pues no se consideran en la Biblia como cosas útiles, sino de pura ostentación. Dichos utensilios de oro y plata son para usos honrosos y honran al dueño, pues muestran que es un gran señor. En cambio, los de madera y barro se emplean para usos domésticos comunes: muebles ordinarios (los de madera) y vasijas para preparación, cocción y conserva de alimentos (los de barro). Entre los vasos de barro, no pueden pasarse sin especial mención los empleados para hacer aguas (v. el comentario a Neh. 4:23). Es mi opinión que a estos últimos se refiere especialmente el apóstol como a vasos para usos viles, esto es, sin honor (comp. con 1 Co. 12:23, 24). (D) Luego viene (v. 20b) la aplicación a los miembros de la iglesia. Aquí, los vasos de oro y plata representan a los miembros fieles (los de oro, a los de mayor fidelidad; después, los de plata). Así lo entiende (a mi juicio, correctamente) W. Hendriksen. Los vasos de madera y de barro (especialmente, algunos de estos últimos) representan a los miembros profesantes que no tienen fe verdadera. El que no sean utensilios para honor «no significa necesariamente que no cumplan ningún objetivo en la iglesia. ¡Lo cumplen, y eso a pesar de sí mismos! Estudien Romanos 9:17, 22, 23. Incluso Faraón fue de algún uso (Éx. 7:4, 5; 9:16; 10:1, 2). ¡Los platos baratos sirven para un propósito útil, aun cuando una persona se deshaga pronto de ellos!» (Hendriksen). (E) Y tras de la aplicación, viene la exhortación (v. 21): Para ser un utensilio (a) destinado a usos honoríficos, (b) santificado, esto es, «consagrado al servicio de Dios» (Collantes), (c) útil para su Amo y (d) apercibido, esto es, a punto para ser usado, para toda obra buena (el participio de pretérito denota aquí un continuo estar a punto con una preparación que se llevó a cabo en el pasado; no se puede improvisar en unos pocos momentos), es menester estar purificado (no contaminado) de esas cosas (lit.). ¿Qué cosas son ésas? La NVI da por supuesto que Pablo se refiere a lo que tienen de vil los vasos de deshonor: suciedad interior, por muy lavados que parezcan por fuera (comp. con Mt. 23:25–28). Esto incluye la obligación de separarse, no sólo de los errores de los falsos maestros, sino también de la compañía de sus personas (vv. 16–18; comp. con 2 Jn. 10, 11). 2. Continúa luego el apóstol (vv. 22, 23) y exhorta personalmente a Timoteo del modo siguiente: «Huye de las malas pasiones propias de la juventud, y marcha por el camino de la rectitud, de la fe, del amor y de la paz, junto con los que invocan al Señor de lo íntimo de un corazón puro. Rehúye el meterte en discusiones necias y estúpidas, pues ya sabes que no producen sino altercados» (NVI). El versículo 23 repite los conceptos que ya hemos considerado en el versículo 16, así como en 1 Timoteo 1:4; 6:20. Por tanto, nos limitaremos al análisis del versículo 22. (A) Collantes hace notar que el «huye» de este versículo corresponde al «evita» del versículo 16, mientras que el «ve en seguimiento de» (lit.) corresponde al «esfuérzate» (lit) del versículo 15. Es uno más de los textos en que el apóstol, muy al estilo semita, expresa sus exhortaciones en forma negativa, tanto como en forma positiva. (B) Al mencionar las malas pasiones propias de la juventud, la primera impresión del lector es que Pablo se está refiriendo (al menos, en parte) a los placeres sexuales, a los que el instinto incita con mayor vehemencia en la edad juvenil. Hendriksen opina que, en efecto, Pablo se refiere también (aunque no exclusivamente) a ellos. Sin embargo, tanto el contexto anterior, como el contraste con las virtudes que a continuación menciona el apóstol (y entre las que no figura la pureza sexual), excluyen tal probabilidad (sin que neguemos de plano la posibilidad). Dice Collantes: «Las
  • 18. pasiones de la juventud, en este contexto, son más bien las que dimanan de la naturaleza impulsiva e irreflexiva de la juventud, como son la impaciencia, la violencia, la tendencia a discutir, la efervescencia un poco alocada en el afán de novedades». Tanto en esta primera parte del versículo como en la que sigue, se observa cierto paralelo con 1 Timoteo 6:11. (C) Las virtudes que el apóstol exhorta a Timoteo a perseguir (lit), es decir, a ir en pos de ellas, como de algo que nunca se consigue de forma perfecta, son: (a) la justicia practicada, por la que nuestra voluntad está en armonía con la voluntad de Dios; (b) la fe, en sentido de confianza constante en Dios; (c) el amor, con todos los matices que caracterizan al amor cristiano (v. 1 Co. 13:4–7; 1 Ti. 1:5); y (d) la paz con todos los que invocan (participio de presente) al Señor. Así, sin la coma que aparece en nuestras versiones, leen el versículo autores como Hendriksen, Guthrie y Collantes. Dice Guffirie: «Vivir en paz con todos los que invocan al Señor es un requisito indispensable de todo ministro cristiano, como lo es, en realidad, de todo cristiano, aunque se ignora con demasiada frecuencia». (D) El fondo secreto del que brotan estas virtudes (al menos, esa paz, que corresponde a la paciencia y la mansedumbre de 1 Ti. 6:11) es un corazón limpio (comp. con 1 Ti. 1:5), limpio de las cosas viles a las que se ha referido en el versículo 21. «Paz y pureza nunca se hallan por largo trecho separadas» (Guthrie). Versículos 24–26 En estos versículos, el apóstol declara cómo debe ser el siervo del Señor, y empieza por decir cómo no debe ser. Dicen así en la NVI: «Y el servidor (gr. doúlon, esclavo) del Señor no debe altercar, sino, más bien, ser amable con todos, apto para enseñar (comp. con 1 Ti. 3:2; Tit. 1:9) y sin propensión al resentimiento. A quienes le contradigan, debe instruirles con dulzura, a la espera de que Dios les conceda un cambio de mentalidad que les conduzca al reconocimiento de la verdad, y a que vuelvan sobre sí mismos y escapen de los lazos del diablo, que los ha tenido cautivos y sometidos a su voluntad». 1. Al conectar con el final del versículo anterior, donde ha mencionado «las discusiones necias e insensatas … que engendran altercados», el apóstol dice ahora que … un siervo de(l) Señor no debe altercar» (lit.). J. Collantes ve aquí una alusión a Isaías 42:1–3; 53:7, donde se pone de relieve la mansedumbre del Siervo de Jehová. Por esta razón, y habida cuenta de que «Señor» no lleva artículo (exactamente como el hebreo ébed Yahweh), me inclino a pensar que Pablo se refiere a Dios Padre, más bien que a Cristo. Está igualmente la proximidad de «Señor» en el versículo 22. Contrasta además con la explicitación de «Cristo Jesús» en el versículo 3. Hendriksen opina que se refiere a Jesucristo, y cita a su favor Romanos 1:1; Filipenses 1:1 y Santiago 1:1. ¡Pero precisamente en todos esos lugares, Pablo y Santiago nombran expresamente a Jesucristo! En todo caso, lo que Pablo exhorta a Timoteo es, primeramente, a no altercar. Debe seguir el ejemplo del Maestro, según los lugares citados de Isaías 42 y 53. 2. En lugar de ser altercador, es decir, pendenciero (como traduce la RV 1977), un siervo de Dios debe ser (v. 24b): (A) Amable (gr. épion, suave, cortés, fino; lo contrario de áspero, grosero, sin educación) para con todos. Dice Collantes: «En oposición a los hombres quisquillosos y discutidores, guarda una actitud apaciguadora, una dulzura que los desarma a todos». Es el único modo de que un ministro de Dios sea, no sólo accesible, sino también «capacitado para impartir consejo e instrucción» (Hendriksen). (B) Apto para enseñar es una cualidad que hemos visto y estudiado en el comentario a 1 Timoteo 3:2.
  • 19. (C) Sin propensión al resentimiento es la traducción que la NVI hace del griego anexíkakon, única vez que tal vocablo aparece en todo el Nuevo Testamento. La mayoría de las versiones, incluida nuestra RV, lo traducen por sufrido, en el sentido de aguantar con paciencia las contrariedades y las injurias (comp. con 1 P. 2:21–24). (D) A quienes (v. 25) le contradigan, debe instruirles con dulzura (lit. mansedumbre). Ésta es la actitud recomendada en lugares como 1 Corintios 4:21; 2 Corintios 10:1; Gálatas 5:23; 6:1; Efesios 4:2; Colosenses 3:12; Tito 3:2; Santiago 1:21; 3:13; 1 Pedro 3:15. Esta actitud de suavidad, paciencia y mansedumbre no está en contradicción con la energía que el ministro de Dios ha de desplegar en sus exhortaciones, amonestaciones y aun reproches merecidos. Collantes aduce a este respecto un pasaje, muy iluminador, del Crisóstomo, quien dice lo siguiente: «¿Cómo se compagina esto con lo que ha escrito en otro lugar: Corrige con imperio (Tit. 2:15) y nadie tenga en menos tu juventud (1 Ti. 4:12), y corrígeles duramente (Tit. 1:13)? Esto se compagina también con la mansedumbre. Una inpugnación enérgica, cuando va unida a la mansedumbre, puede hacer más impresión. Conviene, pues, corregir con mansedumbre, más bien que rebatir con ferocidad». 3. El apóstol tiene, en todo esto, la mirada puesta, como buen pastor de almas, en el provecho de los que hayan de ser corregidos por el siervo de Dios: el arrepentimiento para volver al buen sentido (vv. 25b, 26a) y escapar así del cautiverio del diablo (v. 26b). (A) El objetivo de la corrección es el arrepentimiento: «Por si quizá les conceda Dios arrepentimiento (gr. metánoian, cambio de mentalidad) en orden al reconocimiento de la verdad» (v. 25b, lit.). Dice Hendriksen: «Esta esperanza ha sido expresada posiblemente de una forma tan vacilante (quizá … conceda) por cuanto el contradecir de los falsarios se había convertido en hábito. Se les había vuelto trabajoso incluso el prestar oídos a la verdad. Si había de producirse algún cambio, nadie sino Dios había de hacerlo surgir. El deseo ardiente de Pablo era que esta gran transformación pudiese todavía efectuarse». (B) De esta manera, y sólo así, espera el apóstol que recobren la cordura (gr. ananépsosin). Es como si el diablo que los cautivó con sus lazos, les hubiese sorbido el seso, «y quedado entumecida la conciencia, confusos los sentidos y paralizada la voluntad» (Horton). Si se arrepintieran, volverían en sí (Lc. 15:17) y se darían cuenta de lo engañados que los tenía el diablo. (C) Para que se vea mejor el proceso de esta posible (y deseada por el apóstol) recuperación, conviene traducir al pie de la letra todo el versículo 26, antes de entrar en la discusión del problema que presentan los dos pronombres de la frase final: «y recobren la cordura (o el sentido) de entre el lazo del diablo, capturados vivos por él, en orden a (hacer) la voluntad de aquél». Veamos algunos detalles importantes, y hasta controvertidos: (a) Como puede verse en la traducción literal, el verbo escapando que aparece en las versiones no aparece en el original; se suple únicamente para que no resulte forzada la construcción gramatical castellana. Ahora bien, la preposición griega ek indica de suyo una salida de en medio de algo. Ésta es la razón por la que, en el versículo 8, como en otros lugares, la expresión ek nekrón se traduce apropiadamente por de entre los muertos. Al suprimir el verbo que se añade para aclarar el texto, tenemos que ni el recobrar el sentido precede al escapar del lazo del diablo, ni el escapar del lazo precede al recobrar del sentido, sino que en el mismo momento en que sucede lo uno, sucede también lo otro. Sólo hay una prioridad lógica: al recobrar el sentido se sale del lazo del diablo (un caso similar al de 1 Tesalonicenses 1:9: «os convertisteis a—gr. pros—Dios desde—gr. apó—los ídolos»).
  • 20. (b) El verbo ezogreménoi, cazados vivos, está en participio de pretérito perfecto, lo cual indica, no sólo que hubo un momento en el pasado de estos falsarios en que el diablo se apoderó de ellos, sino que continúa teniéndolos sujetos y bien sujetos. (c) La última frase ha provocado una gran variedad de interpretaciones; la discusión se centra en los dos pronombres: él y aquél, según aparecen en la traducción literal que hemos presentado. Primera opinión: El pronombre personal él se refiere al siervo del Señor (v. 24), mientras que el demostrativo aquél se refiere al Señor, esto es, a Dios. Apoyan su opinión en el supuesto de que el demonio no captura vivos, sino espiritualmente muertos. Este supuesto es falso, pues el diablo captura también vivos. Por otra parle, el pronombre aquél se refiere siempre al más lejano de dos sujetos, y aquí es precisamente el siervo el más lejano. En realidad, ambos se hallan demasiado alejados en la construcción gramatical, mientras que el único sujeto que se halla lo bastante cercano para aplicarle el pronombre personal él es el diablo. Segunda opinión: En efecto, el pronombre personal él solamente puede referirse al diablo, pero el pronombre aquél se refiere a Dios, pues, haga lo que haga, el diablo no tiene más remedio que servir a los designios de Dios. Esta opinión tiene alguna probabilidad, pero hay dos puntos que quedan muy oscuros si se la acepta: 1) La referencia de aquél a Dios queda muy incierta, ya que el sujeto de la oración en la frase aludida del versículo 24 no es el Señor, sino el siervo, con lo que la referencia a Dios violaría las leyes de la gramática; 2) la preposición eis es una preposición de dirección y, por tanto, de intención. Ahora bien, no hay cosa que esté más lejos de la intención del diablo que hacer lo que Dios quiere. Tercera opinión: Tanto el pronombre personal él como el pronombre demostrativo aquél se refieren al diablo. Dice Hendriksen: «El antecedente de autoú (él) es naturalmente el nombre más próximo (el diablo); y el antecedente de ekeínou (aquél) es el pronombre más próximo (él, esto es, el diablo). Esto hace un sentido excelente». No puede negarse que es una construcción algún tanto rara, pero es correcta, ya que el apóstol suponía que la cosa estaba suficientemente clara y, por la razón que fuese, no pensó que fuese necesario nombrar de nuevo el diablo, ni repetir el pronombre personal griego autoú (él). CAPÍTULO 3 En este capítulo, el apóstol, 1. hace una predicción de la apostasía final y de los rasgos siniestros que caracterizarán a los malvados de aquellos días (vv. 1–9). II. En contraste con la conducta de éstos, Pablo menciona con satisfacción la forma en que, hasta el presente, se ha conducido su discípulo e hijo en la fe, Timoteo (vv. 10–13), y III. le exhorta a continuar en el estudio y la práctica de lo que lleva aprendido en las Sagradas Escrituras (vv. 14–17). Versículos 1–9 1 1. El apóstol comienza como con «un toque de atención a lo que se va a decir» (Collantes): «Ten en cuenta esto» (NVI). Lo que Pablo quiere aquí que Timoteo tenga en cuenta es que «en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles» (lit.). «Los últimos días» es una frase que, de suyo, significa el tiempo inmediatamente anterior a la Segunda Venida del Señor. Sin embargo, el tiempo presente en que se hallan los verbos de los versículos 6 y ss. indica que ya se estaban cumpliendo los tiempos (kairoí, 1 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.1758
  • 21. sazones, circunstancias) difíciles a los que alude en el versículo 1 (comp. con 1 Jn. 2:18). Timoteo ha de tener en cuenta esto precisamente para apartarse de los sujetos que menciona (v. 5b); una indicación más de que los «tiempos difíciles» ya habían comenzado. 2. A continuación, el apóstol describe los rasgos que caracterizan a los malvados de dichos tiempos difíciles; ellos mismos son los que están haciendo difíciles esos mismos tiempos, esa sazón. El catálogo de vicios no es exhaustivo; puede completarse con lo que el mismo Pablo menciona en Romanos 1:29–31; Gálatas 5:19–21; 1 Timoteo 1:9. Aunque el apóstol no pretende establecer una secuencia rigurosamente organizada, podemos distinguir tres grupos con sus correspondientes cabezas de serie: egoísmo, desdén, traición. (A) Comienza el apóstol (v. 2) por (a) el amor de sí mismo (gr. phílautoi), del que pronto se llega, como dice Agustín de Hipona, al desprecio de Dios. Por supuesto, se trata de un falso amor a sí mismo, pues el amor de sí mismo que es según Dios es propuesto en la palabra de Dios como modelo para el buen amor al prójimo (v. Lv. 19:18; Mt. 7:12); (b) el egoísta es, por eso mismo, «amante de la plata» (lit.; gr. philárguroi). (c) Una vez que el egoísta tiene amasada una gran fortuna, el próximo paso suele ser la ostentación vanidosa (gr. alazónes, comp. con 1 Jn. 2:16, al final) alazoneía tou bíou, la ostentación del tren de vida); (d) cerrando esta serie se halla la arrogancia (gr. huperéphanoi, altaneros, amigos de aparecer por encima de los demás, como indica su etimología). (B) Encabezando la segunda serie (vv. 2b, 3), y como consecuencia de la altanería que tiende a rebajar a los demás, tenemos (a) lo que el griego llama blásphemoi, que suele verterse impropiamente por blasfemos, pues su verdadero sentido es maldicientes, no porque echen maldiciones sino porque dicen mal de otros, divulgan sus defectos, etc., o calumnian, lo cual es todavía peor. (b) En su desdén, no perdonan a sus propios padres: son rebeldes a sus progenitores (gr. goneúsin apeitheís); (c) con ello, ya muestran bien a las claras que son ingratos, sin apreciar las muchas cosas buenas que sus padres han hecho y sufrido por ellos. (d) Su desdén no se detiene ni siquiera ante Dios; son impíos (o, mejor, irreligiosos). Dice Collantes: «Así, la suprema ingratitud va unida con la suprema impiedad». (e) El griego ástorgoi, con que comienza el versículo 3, significa «sin entrañas» (como muy bien traduce la NVI). No tienen corazón, ni para sus padres, ni para sus hijos, ni para sus amigos. Dice Collantes: «Tanto valen sus amigos cuanto les sirven para sus intereses». (f) De ahí que sean también implacables; no se avienen a ninguna conciliación (comp. con Mt. 18:28–30). (g) Son también calumniadores (gr. diáboloi, ¡diablos!), «puesto que la honra de los demás no la estiman en nada» (Collantes). (h) Intemperantes (gr. akrateís, sin dominio de sí mismos; lo opuesto a la enkráteia, que cierra la serie en el fruto del Espíritu—Gá. 5:23—), por lo que están a merced de sus bajos instintos. (i) Entre los bajos instintos, campea la violencia: son crueles, que es precisamente una característica de los cobardes. (j) En una palabra, aborrecen todo lo bueno. «Amigos únicamente de sí mismos, son enemigos del bien en cualquiera de sus manifestaciones» (Collantes). (C) Con todo ese desdén, acumulado bajo tantos epítetos, ya podemos imaginar que tales individuos, llegada la ocasión, han de mostrar (v. 4) con (a) la traición su deslealtad, efecto de su desdén. (b) Pagados de sí mismos y desdeñosos de los demás, «son capaces de exponerse temerariamente al peligro con tal de conseguir sus depravados intentos» (Collantes). (c) El orgullo les ciega de tal forma que se vuelven infatuados y no prestan atención a nadie; son «los sabelotodo». (d) Amigos del placer más bien que amigos de Dios (lit.). Antes que a Dios, prefieren a Epicuro. (e) Cerrando la serie, y la lista (v. 5), están los hipócritas, «que tienen (presente continuativo)
  • 22. apariencia (gr. mórphosin —no morphén, forma—, sino una como caricatura de forma) de piedad religiosa (gr. eusebeías), pero han negado el poder de ella» (lit.). La verdadera piedad contiene un dinamismo sobrenatural que se proyecta en manifestaciones genuinas de amor a Dios, de respeto y lealtad al prójimo, y de dominio propio. Todo esto les falta a estos malvados: lo han negado y lo siguen negando (de ahí, el participio de pretérito perfecto), es decir, rechazan el poder efectivo de la piedad genuina y, con su conducta no piadosa, están diciendo tácitamente que la piedad de que alardean no es genuina, sino solamente un pretexto, una capa con la que pretenden cubrirse para que los demás los acepten por buenas personas y hasta por fieles cumplidores de sus deberes religiosos. 3. Que tales personas pueden llegar a ser admitidas (y de hecho lo son en muchas ocasiones) en nuestras congregaciones, lo muestra Pablo en la frase que dirige a Timoteo al final del versículo 5: «también de éstos apártate» (lit. vuélveles la espalda, NVI). Dice Collantes: «El verbo empleado, que no se encuentra en ningún otro lugar de la Biblia, es bastante fuerte, pues significa apartarse con horror. Es más duro que el que se emplea en 1 Timoteo 6:20». 4. Después de describir las características de estos hipócritas, el apóstol describe algunas de sus malvadas actividades (vv. 6–9). (A) «Porque de entre éstos son …» (lit.), es decir, al círculo de esta gente pertenecen los que va a mencionar en sus malas actividades: «se introducen de matute por las casas para seducir a las mujeres (lit. mujercillas) necias y débiles de voluntad, cargadas de pecados y que se dejan arrastrar por toda clase de pasiones» (NVI). Ya en 1 Timoteo 5:13, aludió Pablo a mujeres que corren este peligro por holgazanas, frívolas, chismosas y entrometidas. Por lo que dice Pablo, estos falsos maestros, salidos del círculo de malvados que acaba de mencionar, eran especialistas en meterse de rondón por las casas donde sabían que las mujeres eran presa fácil, por su buena «hoja de servicios» (cargadas de pecados, participio de pretérito), además de la falta de seso y de la debilidad de voluntad de tales mujeres. Mientras los maridos se hallaban ausentes de casa, ocupados en sus trabajos, estos falsarios se captaban (lit. llevándose cautivas de guerra) a estas mujeres, ya de suyo rebosantes de pecados pasados y que se dejaban conducir (participio de presente medio-pasivo) de concupiscencias de diversos colores (lit. gr. poikílais; el mismo vocablo que usaron los LXX para describir— equivocadamente—la túnica que Jacob hizo para su hijo favorito). Vamos a entresacar un par de detalles que no deben quedar en el aire: (a) Se preguntan los autores: «¿Por qué buscan precisamente a las mujeres?» (Hendriksen, por ejemplo). A mi juicio, la razón es doble: 1) La mujer es más impresionable y, por eso, más fácil de seducir, siente, no calcula. El primer ejemplo nos lo ofrece la tentación en el Edén (Gn. 3:1–6). 2) La mujer puede ejercer una tremenda influencia sobre el marido; si éste se resiste, unas pocas lágrimas lo enternecerán. No nos dice la Biblia si nuestra primera madre usó también este recurso, pero es muy posible. (b) Me pregunto yo: ¿Puede deducirse de este versículo que la seducción no era sólo ideológica, sino también sexual? Es más que probable, no sólo por la corrompida condición de tales maestros y de tales discípulas, sino por un elemento de fondo que debe tenerse en cuenta: Según la gnosis, de la que probablemente eran adeptos estos falsarios (como todos los que suele mencionar Pablo en estas epístolas), la materia es mala ontológicamente, pero neutral éticamente, con lo que los mismos que prohibían casarse (v. 1 Ti. 4:3), a fin de que no se multiplicaran los cuerpos, podían permitirse los pecados sexuales, puesto que son del cuerpo, es decir, según ellos, éticamente inocentes (v. el comentario a 1 Juan 3:7, donde Juan tiene en cuenta este funesto error).
  • 23. (B) El apóstol sigue diciendo de estas mujercillas (v. 7) que «siempre están aprendiendo» (participio de presente; por el género neutro, sabemos que Pablo se refiere a las mujercillas, no a los maestros, pues entonces estaría en masculino) y nunca pueden llegar al conocimiento pleno de la verdad. Nótese que el apóstol no dice que nunca llegan, sino que nunca pueden llegar, al conocimiento pleno de la verdad. ¿Por qué? Sencillamente, porque lo que les seduce no es el deseo de aprender, sino la curiosidad por los sensacionales conocimientos que, con su labia refinada, les propinan estos seductores. (C) Volviendo a los maestros (vv. 8, 9), el apóstol viene a decir que no es extraño que las discípulas no puedan llegar nunca al conocimiento de la verdad, cuando sus maestros resisten a la verdad (v. 8b). El apóstol los compara a dos prominentes magos de Faraón, no mencionados en ningún otro lugar de la Biblia. Dicen así los versículos 8 y 9 en la NVI: «Igual que Yanes y Yambrés se opusieron a Moisés, así también estos individuos se oponen a la verdad, hombres de mente corrompida, quienes, en lo que concierne a la fe, están descalificados. Pero no han de llegar demasiado lejos, porque, como pasó en el caso de los antes citados, también la insensatez de éstos quedará patente a todos». Analicemos la comparación que establece aquí Pablo: (a) Yannes y Yambrés, como los escribe Pablo, eran, según la tradición judía, dos cabecillas de los magos de Faraón, que se opusieron a Moisés cuando éste, de parte de Dios, urgió a Faraón para que dejase marchar al pueblo de Israel (Éx. 5:1). Estos magos imitaron ciertos milagros de Moisés (Éx. 7:11, 22; 8:7), con los que cooperaron al endurecimiento del corazón de Faraón. (b) Así también estos individuos (los mencionados en los vv. 6 y ss.) se oponen a la verdad, es decir, a la revelación de Dios proclamada por Pablo y sus colaboradores. Siempre según la tradición judía, que Pablo tiene aquí en cuenta, Yanes y Yambrés fingieron hacerse prosélitos de la religión judía y salieron de Egipto con el pueblo de Israel entre la gran multitud no israelita que se menciona en Éxodo 12:38, y fueron precisamente ellos los que indujeron al pueblo a fabricar el becerro de oro. Del mismo modo, según insinúa el apóstol, estos falsos maestros hicieron una falsa profesión de la fe cristiana y ahora resistían a la verdad como los magos resistieron a Moisés (en ambos lugares usa Pablo el mismo verbo de Ef. 6:13b). (c) El apóstol califica a estos sujetos con dos frases muy fuertes: 1) «son hombres corrompidos (participio de pretérito) de mente» o, en mejor castellano, «de mente corrompida». Dice Hendriksen: «En el caso de éstos, precisamente el órgano que se les dio a los hombres para que pudiesen recibir las realidades espirituales y reflexionar sobre ellas, ha quedado contaminado completa y permanentemente». 2) Están descalificados en lo que concierne a la fe, puesto que cuando su fe ha sido puesta a prueba, han demostrado que no tenía la consistencia necesaria para ser la fe que Dios otorga y demanda. (d) «Pero no han de llegar demasiado lejos, añade Pablo (v. 9), porque, como pasó en el caso de los antes citados, también la insensatez de éstos quedará patente a todos». Parece que están consiguiendo éxitos, pero no van a progresar (gr. prokópsousin, el mismo verbo de 2:16) o avanzar mucho en el mal camino que han emprendido, pues no tardará en manifestarse su impostura, como se manifestó la de los magos (Éx. 7:12; 8:18, 19), no sólo cuando la vara de Aarón devoró las varas de ellos, sino especialmente cuando se vieron obligados a confesar que en los milagros que Moisés y Aarón llevaban a cabo, estaba el dedo de Dios (comp. con Lc. 11:20). Versículos 10–13 1. De este sombrío cuadro de maldad e hipocresía, el apóstol vuelve los ojos hacia su querido hijo en la fe. Timoteo no se había opuesto a la verdad predicada por Pablo,
  • 24. sino que la había recibido en su corazón; y su fe había sido probada en adversidades semejantes a las de Pablo, y salido aprobado, no descalificado, de la prueba (vv. 10, 11): «Tú, en cambio, has seguido de cerca mis enseñanzas, mi modo de vida, mis planes, mi fe, mi anchura de corazón, mi caridad, mi paciencia, mis persecuciones y sufrimientos, como los que tuve que soportar en Antioquía, Iconio y Listra» (versión de J. Collantes). (A) La partícula griega de conexión de establece aquí un contraste con lo que precede; contraste que queda muy bien expresado con ese en cambio de la versión de Collantes. Timoteo no es como esos farsantes, sino que ha seguido de cerca (gr. parekoloúthesas, en aoristo; había tomado esa decisión de una vez por todas; el mismo verbo se halla en pretérito perfecto en 1 Ti. 4:6, al final) la enseñanza (lit. como en 1 Ti. 4:6) del apóstol. (B) Pero Timoteo no se ha limitado a seguir de cerca las enseñanzas de Pablo, sino que ha seguido también su modo de conducirse (gr. agogué; única vez que tal vocablo sale en todo el Nuevo Testamento), su propósito (esto es, los planes decididos por el apóstol), su fe, entendida como una inquebrantable confianza en el Señor, su longanimidad (gr. makrothumía, anchura de ánimo) con respecto a los demás, su amor, su paciencia (gr. hupomoné, el aguante bajo el peso de las circunstancias). Como hace notar Hendriksen, cada una de las virtudes está particularizada mediante su respectivo artículo definido. (C) Estas virtudes las ha puesto Timoteo a prueba al seguir a Pablo en sus persecuciones (v. 11) y en sus sufrimientos. De éstos singulariza el apóstol los que le sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra. Timoteo, recién convertido entonces, precisamente durante ese primer viaje misionero del apóstol, recordaría cómo Pablo fue expulsado de Antioquía, la amenaza de muerte que confrontó en Iconio y, sobre todo, el apedreamiento en Listra (con la mayor probabilidad, la ciudad nativa de Timoteo), donde Pablo fue dejado por muerto (Hch. 14:19). (D) El apóstol termina este párrafo con una exclamación: «¡Qué persecuciones sufrí, y de todas me libró el Señor!» (v. 11b). Como hace notar el Crisóstomo, «no habla Pablo por ostentación, sino para consolar a su discípulo». Dice Collantes: «¡Quién sabe si, precisamente al ver la constancia y caridad de Pablo en la persecución, fue cuando Timoteo comprendió la grandeza de la nueva religión!» 2. Frente a estas persecuciones que Pablo menciona como sufridas por él mismo, se deslinda claramente el grupo de los creyentes genuinamente piadosos del de los falsos profesantes. En el primer grupo vemos aquí ejemplarizados a Pablo y a Timoteo; en el segundo, a los falsos maestros a quienes se ha referido en la primera parte del capítulo (vv. 1–9). (A) En el versículo 12, Pablo establece un principio general: «Y la verdad es que todos los que aspiren a llevar una vida piadosa en Cristo Jesús, sufrirán persecución» (NVI). Nótese el adjetivo universal distributivo pántes (todos y cada uno) que Pablo emplea aquí. Si a alguien le parece demasiado fuerte esta declaración del apóstol, le basta con dar un repaso a la historia de la Iglesia. Dice Hendriksen: «La razón por la que les aguarda la persecución a todos los que están firmemente resueltos a adornar su confesión con una vida verdaderamente cristiana es que, en medio de las contradicciones que les vienen desde todos los lados, ellos rehúsan cerrar los oídos o acobardarse y transigir … Siguen adelante, defienden con denuedo la fe contra cada ataque y asaltan con valentía la fortaleza de la incredulidad». Ciertamente, toda iglesia (y aun todo creyente) que se mueve en este mundo con tranquilidad, sin que nadie la moleste, debe meditar seriamente acerca del contenido del Evangelio que proclama y de la forma en que lo dirige a todos cuantos necesitan de él. Como alguien ha dicho; «Los fariseos no tramaron la muerte de Jesús por haber dicho: ¡Mirad qué hermosos son los
  • 25. lirios del campo!, sino por haberles dicho: ¡Mirad cuán explotadores e hipócritas sois!» Me temo que los compromisos sociales y políticos no llevan la marca exclusiva de la Iglesia de Roma. (B) En el versículo 13 tenemos la otra cara de la moneda: «Mientras que los perversos y los embaucadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados» (NVI). Alguien podría pensar que estos embaucadores van a prosperar mientras los piadosos sufren persecución, pero no es así. Sí que hay un avance, pues el apóstol usa el mismo verbo que usó en Gálatas 1:14, así como en 2:16 y 3:9 de esta misma epístola, pero es un avance sobre lo peor (lit.), esto es, de mal en peor. «Engañando y siendo engañados», es, como dice Collantes, «una locución proverbial». Recuérdese lo que dice el mismo Señor en Mateo 15:14: «Son ciegos guías de ciegos …». El error y el vicio se aprenden fácilmente, porque halagan los bajos instintos de nuestra naturaleza caída, y tienden a extenderse porque quienes practican el pecado se afanan en buscar cómplices, a fin de establecer en el número una especie de plataforma de consenso común. Dice Collantes: «Esos hombres no son tan sólo moralmente malos, sino activos en su maldad; por el contraste con el verso precedente, se sigue que son perseguidores del que quiere vivir la pureza del Evangelio». En efecto, el apóstol ya los ha clasificado entre «los que resisten a la verdad». Es una resistencia activa y beligerante, como la que debe ejercitar el creyente contra las huestes espirituales de maldad (Ef. 6:13). Pero estos embaucadores (seguramente, una alusión a los magos de Egipto) no se oponen a la maldad, sino a la verdad que es el máximo y supremo bien para el hombre. Versículos 14–17 Estos versículos constituyen una de las porciones más conocidas de la Biblia; y con razón, pues nos suministran la declaración más explícita de la inspiración divina de las Escrituras, así como de la suprema utilidad de las mismas. 1. El apóstol ha descrito con sombrías pinceladas lo que les aguarda a todos los que sinceramente desean llevar una vida piadosa en Cristo Jesús (v. 12), ante el progreso que en el mal realizan los malvados y embaucadores (v. 13). Es cierto que el informe de sus propios sufrimientos se termina con un grito de triunfo («… y de todas me libró el Señor!», v. 11, al final). Sin embargo, para animar a Timoteo a seguir adelante en la persuasión que un día adquirió de la verdad del Evangelio, pone delante de él el carácter divino y sumamente pragmático de las Escrituras en que recibió su formación cristiana. En los versículos 14 y 15, explica lo que las Escrituras han sido para el joven Timoteo. (A) «Tú, en cambio (dice Pablo, y colocar enfáticamente el pronombre tú al comienzo del versículo, lo mismo que en el v. 10), al contrario de esos falsarios que cada vez avanzan más hacia lo peor, tú, Timoteo, permanece en las cosas que aprendiste y te fueron acreditadas (lit.). Este segundo aoristo (gr. epistóthes, única vez que tal verbo ocurre en el Nuevo Testamento) puede tener dos significados: (a) «fuiste acreditado», esto es, fueron encomendadas a tu fidelidad. Éste es su sentido en el griego clásico y así aparece en la Vulgata Latina; (b) «fuiste convencido, o persuadido», esto es, se te hizo creerlas. Este es el sentido que, por unanimidad, adoptan las versiones modernas. Personalmente, me inclino hacia el primer sentido, a la vista de los lugares en que, en ese sentido, aparece el verbo sinónimo de pistóo (pisteúo; v. Ro. 3:2; 1 Co. 9:17; Gá. 2:7; 1 Ts. 2:4; 1 Ti. 1:11; Tit. 1:3). La única objeción sería la aparente conexión temporal de ambos aoristos, pero, aparte de que no es necesaria la sincronización, bien podría significar, no que le fuese encomendada entonces a Timoteo la predicación fiel del Evangelio, sino la fiel custodia del mismo en el interior de su corazón. Esto encaja perfectamente en el contexto anterior (comienzo del versículo), donde el verbo «permanece» adquiere un énfasis especial.