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PROVERBIOS
El vocablo hebreo para «proverbio» (mashal) significa «comparación» y se usa para
designar símiles, parábolas y proverbios propiamente dichos, es decir, sentencias
breves, ya sea de la llamada «sabiduría popular» o, como aquí, de la sabiduría
divinamente inspirada. Según 1 Reyes 4:32, Salomón compuso tres mil proverbios. La
mayoría de los que se contienen en este libro fueron compuestos por él, concretamente
las secciones 1:1–9:18; 10:1–22:16 y 25:1–29:27, aunque los de esta última sección
fueron seleccionados por el rey Ezequías (25:1). El capítulo 30 es atribuido a un tal
Agur, y el 31 a Lemuel o Muel, de los que nada sabemos. El libro toca los aspectos más
interesantes de la vida humana. El primero y principal de los proverbios se halla en el
versículo 7 del capítulo 1, un eco de Job 28:28, que ya vimos.
CAPÍTULO 1
En este capítulo tenemos, I. El título del libro, que muestra el autor y el objetivo (vv.
1–6). II. El primer principio, encomendado a nuestra consideración (vv. 7–9). III. Una
precaución necesaria acerca de las malas compañías (vv. 10–19). IV. Una
representación fiel y viva de los razonamientos de la sabiduría con los hombres, y de la
ruina segura que les espera a los que se hacen el sordo a esos razonamientos (vv. 20–
33).
Versículos 1–6
1. Quién escribió estos dichos sabios y sentenciosos (v. 1). Leemos que son
«Proverbios de Salomón», cuyo nombre significa «pacífico». David cuya vida estuvo
llena de fatigas y aflicciones, escribió un libro de devoción (Salmos), pues, como
escribe Santiago (5:13): «¿está alguno entre vosotros afligido? Haga oración».
Salomón, que llevó una vida pacífica, escribió un libro de instrucción, porque cuando
las iglesias tenían paz eran edificadas (Hch. 9:31). En tiempo de paz debemos aprender,
y enseñar a otros, lo que debemos practicar en tiempo de aflicción. Era hijo de David.
Había sido bendecido con una buena educación, y se había orado por él (Sal. 72:1);
efecto de ello era su sabiduría y sus buenos servicios. Fue rey de Israel única vez que se
le llama así en los libros sapienciales (comp. con Ec. 1:1). Todo el mundo deseaba ir a
ver a Salomón para oír su sabiduría (1 R. 10:24), la cual era mayor que la de todos los
orientales (1 R. 4:30).
2. Estos proverbios fueron escritos (vv. 2–4) para uso y beneficio de todos. Este
libro nos ayudará: (A) Para formarnos nociones correctas de las cosas y tener ideas
claras y distintas, a fin de que sepamos cómo hablar y actuar con prudencia. (B) Para
distinguir entre la verdad y la falsedad, el bien y el mal. (C) Para ordenar rectamente
nuestra conducta (v. 3). Este libro nos dará el conocimiento que puede disponernos para
dar a cada uno lo suyo, a Dios lo que es de Dios, en todos los ejercicios de devoción, y a
los hombres lo que a los hombres se debe.
3. Son útiles para todos, pero están destinados especialmente: (A) A los simples (v.
4), es decir, a los que se dejan llevar fácilmente por las opiniones de otros y, por tanto,
son presa de la indecisión. Con estos proverbios adquirirán la instrucción necesaria para
ser sagaces y evitar pecados en los que la ignorancia juega gran papel. (B) A los
jóvenes. La juventud abunda en vitalidad, pero también en juicios precipitados, faltos de
la necesaria ponderación. (C) También los sabios aprenderán aquí, pues el verdadero
sabio es el que sabe que no sabe nada como se debe saber (comp. con 1 Co. 8:2). Si
estudian este libro, aumentarán su saber (v. 5) y adquirirán, si ya tienen alguna
discreción, destreza; el vocablo hebreo indica experiencia en manejar el timón de un
barco; en otras palabras: saber qué curso tomar en cada ocasión y circunstancia de la
vida. (D) Todos ellos aprenderán (v. 6) a entender proverbios, etc., es decir, a
interpretar los diferentes estilos y géneros literarios y las llamadas «figuras de dicción».
Versículos 7–9
En estos versículos, Salomón expone el principio y fundamento de todo el libro, que
puede resumirse en dos frases: temer a Dios y honrar a los padres.
1. «El principio del conocimiento(lit.) es el temor de Jehová» (v. 7). La base de toda
sabiduría verdadera es el temor de Dios. La frase aparece, con ligeras variantes, en Job
28:28; Salmos 111:10; Proverbios 9:10 y Eclesiastés 12:15, por donde vemos que
«conocimiento» y «sabiduría» son, a este respecto, sinónimos, aunque «conocimiento»
expresa una experiencia íntima, personal y práctica, no meramente intelectual, propia de
la «sabiduría» que es de lo alto (Stg. 3:12), equivalente al «saber de salvación» de 2
Timoteo 3:15. La frase «temor de Jehová» ocurre 15 veces en este libro y, como ya
sabemos, significa respeto o reverencia, que incluye acatamiento u obediencia. Así
pues, el verdadero sabio comienza por respetar y obedecer a Dios. Por contraste (v. 7b)
los necios (hebreo, evilim), «los mentalmente tontos y moralmente irresponsables»—
como comenta el Dr. Ryrie, desprecian la sabiduría y la corrección (lit.).
2. A este principio sigue el honor a los padres, el cual se manifiesta primordialmente
en la atención que se presta a los consejos y avisos de los progenitores (v. 8). Notemos
aquí tres detalles sumamente importantes e interesantes: (A) Salomón supone aquí que
los padres cumplen con su deber de enseñar y corregir a sus hijos; y, en el decurso del
libro, va a insistir en la necesidad de cumplir con este deber. (B) Exhorta a los hijos a
escuchar (a someterse y agradecer) la corrección (reprensión, disciplina, etc.) del padre.
El vocablo hebreo (musar) es el mismo del final del versículo 7 y corresponde al griego
que se traduce por «corrección» o «disciplina» en Efesios 6:4 y se refiere allí a los
«padres» (pater), no «progenitores» indistintamente. (C) también les exhorta (v. 8b) a
no descuidar (lit. dejar) la instrucción (hebreo, torat—¡la ley!) de la madre. Es
interesante observar que, mientras las leyes de los persas, los griegos y los romanos
mandaban que los hijos respetasen los avisos y preceptos de los padres, la ley de Dios
manda que se respeten los avisos, instrucciones, y «preceptos» de las madres. Y es de
notar que, en realidad, la madre es la verdadera educadora de los hijos, la que les
moldea el carácter, mientras el padre les moldea el criterio: la «fijeza de la mente»,
equivalente literal de «amonestación», en Efesios 6:4. Once veces más aparecen juntos
padre y madre, en este libro, en esta tarea educadora. Y en dos lugares más (29:15 y
31:1), sólo se menciona a la madre. «Hijo mío», en Proverbios, tiene el sentido de
«discípulo».
3. Con dos bellas comparaciones (v. 9) describe Salomón el buen resultado que al
joven se le seguirá de prestar atención a la corrección de su padre y a la instrucción de la
madre: guirnalda que agracia la cabeza y collar que adorna el cuello. Comenta J. J.
Serrano: «Las comparaciones son apropiadas, pues no es sólo la sabiduría el mejor
ornato de la persona, al ceñir la parte más noble del hombre, su entendimiento,
representado por la frente, sino que adorna también la voluntad simbolizada por el
corazón, sobre el que descansa el collar».
Versículos 10–19
Aquí Salomón da otra regla general a los jóvenes para que tengan mucho cuidado
con las malas compañías. Los pecadores gustan de tener cómplices en el pecado. Los
ángeles que cayeron fueron tentadores casi tan pronto como fueron pecadores. Los
perversos (v. 10) no amenazan ni discuten, sino que seducen con lisonjas. Por eso les
dice Salomón a los jóvenes: «No consientas, porque, aunque te seduzcan, no pueden
forzarte». Para corroborar este consejo que les da,
1. Presenta los falaces argumentos que los perversos usan en sus seducciones, a fin
de engañar a las almas inconstantes. Especifica a los bandidos que hacen cuanto pueden
para atraer a otros a su banda (vv. 11–14). «Ven con nosotros (v. 11); deseamos tu
compañía». Al principio, parece que se contentan con eso; pero pronto apuntan más alto
(v. 14): «Echa tu suerte entre nosotros; corramos los mismos riesgos y tengamos las
mismas ventajas; tengamos todos una misma bolsa», la del dinero o, más probable,
como sugiere J. J. Serrano, la de los dados (paralelismo con la primera parte del v.).
Tienen sed de sangre y odian a los buenos, porque con su honradez les avergüenzan y
condenan. Con el fin de enriquecerse (v. 13), no reparan en medios: «Preparan
asechanzas» (alevosía y premeditación) para matar sin motivo (capricho y saña) al
inocente (por tanto, homicidio con todas las agravantes). Llaman a las riquezas (v. 13)
«preciosa sustancia» (lit.), cuando no son ni sustancia ni preciosa; son una sombra y
son vanidad, especialmente cuando se adquieren por medio del robo (Sal. 62:10).
Compárese el versículo 12 con Números 16:30–33.
2. Muestra lo pernicioso de tal conducta (v. 15): «Hijo mío, no vayas de camino con
ellos; aparta tu pie de sus veredas; no sigas su ejemplo, no hagas lo que hacen ellos.
Considera su camino (v. 16): Sus pies corren hacia la maldad, a lo que desagrada a
Dios y es dañoso a la humanidad, pues van presurosos a derramar sangre». El camino
del vicio es como un plano inclinado hacia abajo, en el que no sólo no se puede parar,
sino que cada vez se cae más hondo y más deprisa mientras se continúa en él. Se les
dice que tal camino conduce a la perdición, y, sin embargo, persisten en él. El versículo
17 ha desconcertado a muchos comentaristas, pero, a la vista del contexto posterior, el
sentido es el siguiente: Un ave evita, por instinto, caer en la red o lazo que se tiende ante
sus ojos, pero a estos perversos les ciega de tal modo su codicia, que no se dan cuenta
de que se meten ellos mismos en el peligro.
Versículos 20–33
Después de mostrar cuán peligroso es prestar oídos a las tentaciones de Satanás,
Salomón muestra ahora cuán peligroso es no prestar oídos a los llamamientos de Dios.
1. Por medio de quién nos llama Dios:—Por medio de la sabiduría, la cual clama en
las calles, alza su voz, etc.» (vv. 20, 21). El hebreo está en plural: «sabidurías», porque
la sabiduría de Dios es, no sólo infinita, sino también «multiforme» (Ef. 3:10). Dios
habla a los hombres por medio de todas las clases de sabiduría: (A) El entendimiento
humano es sabiduría, la luz y la ley de la naturaleza, los poderes y las facultades de la
razón y el oficio de la conciencia (Job 38:36). (B) El gobierno civil es sabiduría, cuyos
vicegerentes son los magistrados. (C) La revelación divina es sabiduría; todos sus
dictados, todas sus leyes, son sabios como la sabiduría misma. Por medio de las
Escrituras, de sus siervos los profetas y de todos los ministros de su Palabra, Dios
declara a los pecadores sus sabias enseñanzas, promesas, advertencias y amenazas. (D)
Cristo es la sabiduría, pues en Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y
del conocimiento (Col. 2:3), y Él es el centro de la revelación divina; no sólo la
Sabiduría misma (v. Lc. 7:35), sino el Verbo de Dios, la Palabra eterna, por medio de la
cual nos habla Dios de forma definitiva y exhaustiva (He. 1:1–3), y a quien ha dado
todo juicio (Jn. 5:22).
2. La sabiduría clama: (A) Muy públicamente: en las calles, en las plazas, en los
lugares más concurridos, en las entradas de las puertas de la ciudad (vv. 20, 21), para
que todo el que tenga oídos pueda oír. La filosofía humana se enseñaba en colegios y
universidades, pero la sabiduría divina se enseña en los lugares donde concurren, no
sólo los sabios, sino el pueblo llano. (B) Muy patéticamente: clama, grita, con toda
claridad y con todo afecto.
Dios desea ser oído bien y por todos, pues desea que todos se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad (1 Ti. 2:4).
3. Cuál es el llamamiento de Dios por medio de la sabiduría:
(A) Reprende a los pecadores por su necedad y por su obstinación (v. 22). Los
simples aman la simpleza. Obran neciamente y se gozan en sus necedades malvadas
como quien se halla en su propio elemento. Los insolentes se complacen en la
insolencia y hacen burla de todo lo que se les dice. Los insensatos aborrecen el
conocimiento. Estos son los peores, pues se niegan a aprender lo que más les conviene.
Dios desea la conversión de los pecadores y no su ruina; por eso, espera paciente
(«¿hasta cuándo …?»), dispuesto a razonar con ellos (Is. 1:18).
(B) Les invita a arrepentirse y volverse sabios (v. 23): «Volveos, es decir,
convertíos, a mi reprensión: Recobrad la sanidad de juicio (comp. Lc. 15:17) y volveos
a Dios y a vuestro deber, y viviréis. Los que aman la simpleza se encuentran en
impotencia moral de cambiar su mentalidad y su conducta; no se pueden convertir por
su propio poder. Por eso les dice Dios: «He aquí yo derramaré mi espíritu sobre
vosotros (comp. con Jl. 2:28); poneos a disposición del Espíritu Santo, y la gracia de
Dios obrará en vosotros el querer y el hacer lo que, sin esa gracia, nunca podríais llevar
a cabo. El Espíritu de Dios usa como medio de la gracia la palabra de Dios: «Y os daré
a conocer mis palabras» (v. 23c), es decir, no sólo os las diré, sino que os las haré
entender.
(C) A los que continúan obstinados en rehusar los medios de gracia les lee la
sentencia (vv. 24–32). El crimen es, en pocas palabras, rechazar el ofrecimiento de la
gracia y rehusar someterse a las condiciones del Evangelio, lo que les habría salvado de
la maldición de la ley de Dios y del dominio de la ley del pecado. Cristo extiende los
brazos para ofrecerles el perdón, pero no hubo quien atendiese (v. 24). Desecharon su
consejo y no aceptaron su reprensión (v. 25). Esto se repite en el versículo 30. No
admiten el gobierno de la razón ni el de la revelación, ya que aborrecieron la sabiduría
y no escogieron el temor de Jehová (v. 29). Por no recibir el beneficio de la misericordia
de Dios cuando les fue ofrecido, caerán justamente víctimas de su justicia (29:1). Les
llegará la desgracia (v. 26) que temían; vendrá como un torbellino (v. 27) y les tomará
por sorpresa, pues vendrá de repente. Los versículos 26–28 han de entenderse a la luz
del contexto posterior. No significan que Dios niegue su auxilio a quien lo pide, sino
que, al obstinarse en no escuchar la voz de Dios, comerán el fruto de lo que sembraron,
pues, como las vírgenes de Mateo 25:10–13, hallarán cerrada la puerta, lo cual es una
figura para dar a entender que, con la muerte, se acaba el tiempo de la oferta de la
gracia.
(D) Concluye asegurando que los que se someten a las instrucciones de la sabiduría
disfrutarán de paz y tranquilidad (v. 33). Estarán bajo especial protección del Cielo, de
forma que nada les producirá verdadero daño. No sólo están libres de desgracia, sino
también del temor a la desgracia.
CAPÍTULO 2
En este capítulo, Salomón describe los buenos resultados de seguir las instrucciones
de la sabiduría. I. Les muestra a los que están dispuestos a ser instruidos que, si usan los
medios del conocimiento y de la gracia, obtendrán de Dios el conocimiento y la gracia
que buscan (vv. 1–9). II. Les muestra también las ventajas que se les seguirán con esto:
1. Serán preservados de las redes y lazos de los malvados (vv. 10–15) y de las malas
mujeres (vv. 16–19). 2. Serán guiados y guardados en el camino de los buenos (vv. 20–
22).
Versículos 1–9
1. Los medios que hemos de usar para obtener sabiduría: (A) Hemos de prestar
atención a la Palabra de Dios, que puede hacernos sabios para salvación (vv. 1, 2,
comp. con 2 Ti. 3:15). Las palabras de Dios son fuente y norma de sabiduría y
entendimiento. Muchas cosas sabias pueden hallarse en los escritos de hombres sabios,
pero en la divina revelación todo es sabiduría. (B) Hemos de pasar mucho tiempo en
oración (v. 3), clamando a la prudencia o discernimiento (hebreo, bináh) y dando voces
a la inteligencia (hebreo, tebunáh), vocablos sinónimos de sabiduría (hebreo, jokmá) y
conocimiento (hebreo dáat). (C) Hemos de estar dispuestos también a esforzarnos y
fatigarnos (v. 4) por buscar la sabiduría; «como a la plata … como a tesoros» no quiere
decir que la hayamos de buscar como buscaríamos la plata, etc., sino como se esfuerzan
y fatigan los que excavan en las minas.
2. El éxito que hemos de esperar si usamos tales medios. Nuestras fatigas no serán
en vano, pues entenderemos el temor de Jehová, esto es, sabremos cómo hemos de
adorarle y servirle, y hallaremos el conocimiento de Dios (v. 5), el cual es necesario
para que nuestro temor de Dios sea como debe ser. También sabremos cómo
conducirnos con los hombres (v. 9), pues entenderemos las tres cualidades que proceden
de la sabiduría: justicia, juicio y equidad (comp. con 1:3), que corresponden a nuestras
relaciones con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos y vienen a equivaler (si lo
leemos a la inversa) a «sobria, justa y piadosamente» de Tito 2:12. En efecto, justicia
(hebr. tsédeq) es la cualidad que regula nuestra relación con Dios; juicio (heb. mispat)
equivale a la «honradez» en nuestro trato con los demás; y equidad (heb. mesharim, de
yashar = recto) expresa la «rectitud» personal.
3. El fundamento que tenemos para esperar el éxito en nuestra búsqueda de la
sabiduría; los ánimos para ello hemos de esperarlos únicamente de Dios (vv. 6–8). (A)
«Porque Jehová da la sabiduría» (v. 6), pues Él es la Sabiduría infinita y fuente de toda
sabiduría verdadera. (B) «De su boca nacen el conocimiento y la inteligencia» (v. 6b).
Todo lo que nos hace realmente sabios procede de la Palabra de Dios, tanto escrita
como predicada por sus fieles ministros. (C) Dios provee de esa sabiduría a los que
están sinceramente dispuestos a hacer su voluntad (vv. 7, 8). Nótese que esa sabiduría
provee a los rectos, en paralelismo de sinonimia con los santos, de una defensa
completa: aptitud para improvisar soluciones acertadas (este es el significado del hebreo
tushiyáh), escudo, guardia y preservación. Y todo esto lo da Dios, por medio de su
sabiduría. Así que, si buscamos la sabiduría en Él, Él nos guardará en todos nuestros
buenos caminos, que son los de la justicia, el juicio y la equidad del versículo 9, comp.
con los versículos 7 y 8.
Versículos 10–22
La verdadera sabiduría nos preservará de las sendas del pecado y nos hará mayor
favor que si nos enriqueciese con todos los bienes de este mundo. En efecto:
1. Nos libra del mal camino de los hombres perversos (vv. 11–13). Si la sabiduría de
Dios entra en el corazón (v. 10), no sólo en la cabeza, da conocimiento, discreción e
inteligencia para protegerse, con claridad de juicio y sana libertad de voluntad, de los
principios corrompidos de hombres profanos y sin Dios, que se complacen en el vicio,
buscan las tinieblas y andan por veredas tortuosas (vv. 12–15). Dice J. J. Serrano:
«Estos versos caracterizan a los enemigos del joven como depravados y faltos de
sinceridad en pensamientos, palabras y obras». Los que odian la luz, odian la verdad y,
por consiguiente, aman las tinieblas y la mentira.
2. Nos libra también de los peligros de la mujer extraña (vv. 16–19). Llama así a la
adúltera, porque es «ajena», es decir, de otro. Nótense sus malas cualidades: (A) Es
lisonjera (v. 16b), esto es, halaga con buenas palabras, pero es falsa en lo que dice, pues
siente tanto afecto como el que sentía Dalila hacia Sansón; sólo le interesa satisfacer sus
bajos instintos y hacerse con el dinero del joven. (B) Es infiel a su marido (v. 17), lo que
equivale a quebrantar el pacto de su Dios (v, 17b). Este es el sentido que exige el
paralelismo (comp. también con Éx. 20:14), por lo que el adulterio es pecado contra
Dios y contra el hombre, contra la religión y contra la justicia. Es menester que la
discreción preserve al hombre no sólo de la mujer extraña, sino también de su casa (v.
18), pues entrar en ella es ponerse en ocasión incitante al pecado, y es un pecado que
pronto se convierte en vicio que embota la inteligencia, endurece el corazón y conduce
al hombre por la pendiente que conduce a la muerte. Por eso, es extremadamente raro el
caso de que, una vez metido en las redes de este vicio, se recobre el hombre hasta
alcanzar otra vez los senderos de la vida (v. 19).
3. Nos conduce y preserva por el camino de los buenos (v. 20). Cosa sabia es andar
por tal camino (v. Jer. 6:16; He. 6:12; 12:1), pues las veredas de los rectos son sendas
de vida (v. 21), mientras que los impíos van por caminos de muerte, pues serán cortados
y hasta desarraigados de la tierra (v. 22).
CAPÍTULO 3
Este capítulo es uno de los más excelentes de todo el libro, tanto por las razones que
da para persuadirnos a ser buenos como por las instrucciones que para ello nos ofrece. I.
Debemos ser constantes en el camino del deber, pues ese es el camino de la felicidad
(vv. 1–4). II. Debemos vivir en dependencia de Dios, pues ese es el camino de la
seguridad (v. 5). III. Debemos conservar el temor de Dios, pues ese es el camino de la
sanidad (vv. 7, 8). IV. Debemos servir a Dios con nuestros bienes de fortuna, pues ese
es el camino de la prosperidad (vv. 9, 10). V. Hemos de soportar con paciencia nuestras
aflicciones, pues ese es el camino de la comodidad (vv. 11, 12). VI. Hemos de poner
toda diligencia en obtener la sabiduría, pues ese es el camino de alcanzarla (vv. 13–20).
VII. Hemos de gobernarnos con las normas de la sabiduría, pues ese es el camino de la
tranquilidad (vv. 21–26). VIII. Hemos de hacer a nuestros prójimos todo el bien que
podamos y ningún mal (vv. 27–35).
Versículos 1–6
Una vida de comunión con Dios produce inefables beneficios.
1. Hemos de observar continuamente los preceptos de Dios (vv. 1, 2), y hacer de
ellos la norma de nuestra conducta. Y hemos de observarlos de todo corazón. Para
animarnos a someternos a todas las restricciones y ordenanzas que nos impone la ley de
Dios, se nos asegura aquí (v. 2) que ese es el camino cierto para la longevidad y la
prosperidad. Ni aun los días de la vejez serán malos, sino días en los que hallaremos
placer: «te añadirán … años de vida y paz». «Mucha paz tienen los que aman tu ley»
(Sal. 119:165).
2. Hemos de recordar continuamente las promesas de Dios, que van anejas a los
preceptos de Dios: «gracia y buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres» (v.
4) es promesa para los que obran con bondad y fidelidad (v. 3), ya que estas cualidades
se atribuyen precisamente, con mucha frecuencia, a Dios (Dt. 7:9, etc.), pero aquí, como
en 14:22; 16:6; 20:28 se atribuyen a los hombres (sin contar los lugares en que sólo el
jesed—amor o bondad—está explícito). Toda persona piadosa busca, ante todo, el favor
de Dios, aunque no haya de despreciarse la estima de los hombres (Est. 10:3).
3. Hemos de atender continuamente a la providencia de Dios, a fin de depender de
Él, con fe y oración, en todos nuestros asuntos. Hemos de fiarnos de Jehová con todo el
corazón (v. 5, comp. con Sal. 37:3, 5), no en nuestras propias opiniones, aunque nos
parezca que el asunto es como camino trillado, cosa fácil para la que no necesitamos
consejo de nadie. En todos nuestros caminos hemos de reconocerle (v. 6): tener
comunión con Él y reconocer su mano, poniéndonos en todo a su disposición, pues Él
hará derechas nuestras veredas, promesa que se repite en 11:5; 15:21 (comp. con Is.
45:13); nuestro camino será seguro y fácil, con un feliz resultado.
Versículos 7–12
Tenemos aquí tres exhortaciones, cada una de ellas corroborada con buenas razones:
1. Debemos vivir en humilde y respetuosa sumisión a Dios y a su gobierno (v. 7):
«teme a Jehová y apártate del mal», es decir, si temes a Dios te apartarás del mal, pues
lo segundo es consecuencia de lo primero. Para animarnos a vivir así en el temor de
Dios, se nos promete (v. 8) que nos aprovechará incluso corporalmente como alimento
para los músculos (lit. el ombligo) y para el tuétano de los huesos. Con el vigor del
cuerpo, el espíritu adquirirá también mayor firmeza para tomar las resoluciones
pertinentes; por otra parte, la prudencia, la templanza y la sobriedad, la calma mental y
el buen gobierno de las pasiones, que la religión nos enseña, no sólo fortalecen la salud
del alma, sino también la del cuerpo.
2. Debemos hacer buen uso de nuestros medios de fortuna, pues ése es el camino
recto para incrementarlos (vv. 9, 10): «Honra a Jehová con tus bienes, etc … y serán
llenos tus graneros, etc.». Las riquezas de este siglo son secundarias, frágiles, efímeras;
sin embargo, aun en esto suele Dios bendecir al que honra a Dios, especialmente al que
le honra con el buen uso de ellas. Sin embargo, como hace notar Cohen, la recompensa
que esas bendiciones materiales suponen no se presenta en la Biblia como un incentivo
para la buena conducta. Por eso, dice el salmista (Sal. 112:1): «Dichoso el hombre que
teme a Jehová, y en sus mandamientos (no en la recompensa) se deleita en gran
manera».
3. Debemos conducirnos rectamente bajo las aflicciones (vv. 11, 12). No hemos de
menospreciar la reprensión (hebreo musar, el mismo vocablo de 1:8) de Jehová; es
decir, no hemos de tomarla a la ligera como si nada tuviese que ver con nosotros, sino
que, al ver en ella un propósito benéfico de Dios, hemos de sacar de ella el beneficio
que Dios intenta. No se nos pide que seamos estoicos, duros como piedras, a fin de que
las aflicciones nos hagan menos daño, pero tampoco hemos de sentir asco de ellas (ése
es el sentido del verbo en hebreo, en vez de «fatigarse»), pues la aflicción es disciplina
del Señor (comp. con He. 12:6–11), y Él conoce de qué estamos hechos (Sal. 103:14) y
hasta dónde podemos aguantar (1 Co. 10:13). No estamos hablando de una justicia
vindicativa, sino de una corrección paternal para nuestro mayor bien.
Versículos 13–20
Dichoso el hombre que halla la sabiduría, la verdadera sabiduría, que consiste en
conocer y amar a Dios, y en conducirse enteramente de acuerdo con su verdad, su
providencia y su ley.
1. Qué sabiduría es la que hace feliz. Feliz es el hombre que, al hallar la verdadera
sabiduría, la hace suya extrayendo entendimiento, como dice el original hebreo. No la
tiene en sí, pero la extrae con el cubo de la oración de la fuente que ofrece
generosamente sabiduría (Stg. 1:5). Se fatiga en ello, como quien extrae oro de una
mina, porque le da un valor mayor que el de la plata, oro o piedras preciosas (v. 14). Es
la perla de gran valor (Mt. 13:45, 46), por cuya adquisición bien vale la pena venderlo
todo. «Compra la verdad», dirá después (23:23); no dice a qué precio, pero bien se da a
entender que cualquier precio es bueno para obtenerla, antes que perderla.
2. La dicha de los que la hallan es una dicha transcendente, como podemos ver (vv.
14, 15, comp. con Job 28:15 y ss.). Es un saber para salvación eterna (2 Ti. 3:15), con
la que no se puede comparar ningún bien de este mundo.
El universo entero no puede proveer el rescate de un alma que se va a perder por
falta de la verdadera sabiduría. Los versículos 16–18 vienen a explanar lo que ha dicho
en el versículo 2. La sabiduría aparece aquí como una reina, que reparte dones a diestra
y siniestra a quienes son sus fieles súbditos. Ofrece longevidad en su mano derecha,
pues da consejos y proporciona métodos para prolongar la vida (hasta la eternidad) y en
su mano izquierda ofrece riquezas y honor. El sentido de este binomio se entiende
mejor al comparar este lugar con Éxodo 28:2, 40 e Isaías 35:2. El deleite (v. 17) que
ofrece es de la mejor calidad, pues ningún placer de los sentidos puede compararse con
el que las almas piadosas hallan en la comunión con Dios y en hacer el bien a todos. La
mención del árbol de la vida (v. 18, comp. con Gn. 2:9) sugiere que es para el alma lo
que dicho árbol habría sido para nuestros primeros padres si se hubiesen alimentado de
él en lugar de comer del árbol prohibido (comp. también con Ap. 2:7; 22:2). Llega a ser
una participación de la propia dicha de Dios (vv. 19, 20), quien con la sabiduría (8:22 y
ss.) llevó a cabo la obra de la creación.
Versículos 21–26
1. Aquí se nos exhorta a tener siempre a la vista y en el corazón las normas de la
piedad sincera (v. 21): «Hijo mío, no se aparten estas cosas de tus ojos; que no se
aparten de ellas tus ojos para irse tras la vanidad. Tenlas siempre presentes, cultívalas y
practícalas mientras vivas. Guárdalas en tu corazón como en cofre de tesoros, pues es
ahí donde anidan la prudencia y la discreción».
2. El argumento para corroborar esta exhortación se toma de las inefables ventajas
que nos proporciona la sabiduría (v. 22): «Y serán vida para tu alma (comp. con v. 18);
te avivarán el sentido del deber y te fortalecerán durante tus aflicciones cuando
comiences a sentirte débil y decaído. También serán gracia para tu cuello, como un
hermoso collar de perlas o una cadena de oro. Entonces (v. 23) andarás por tu camino
confiadamente, y tu pie no tropezará (comp. Sal. 91:12); caminarás bajo la protección
de la providencia y de la gracia, mientras no seas tú quien se expone al peligro. El
camino del deber es el camino de la seguridad. Ella te servirá de estupenda medicina
contra los temores nocturnos a los ladrones, a los espectros, al fuego, etc. (v. 24) y aun
contra el pavor repentino (v. 25), es decir, contra una experiencia aterradora que
sobreviene de súbito, puesto que el Padre que vela por nosotros no duerme ni puede
haber cosa alguna que le tome por sorpresa. El mejor remedio para tener una buena
noche es tener una buena conciencia.
Versículos 27–35
Vienen ahora normas concernientes a nuestra relación con el prójimo.
1. Debemos dar a cada uno lo suyo, tanto lo que se le debe en justicia como lo que
exige la caridad, y eso sin dilaciones ni excusas (vv. 27, 28). El contexto indica que se
trata especialmente del prójimo pobre, a quien hay que dar lo que necesita sin hacerle
esperar. Prometer para mañana (v. 28) lo que se puede dar hoy, además de ser injusto,
es problemático pues nadie sabe si vivirá mañana ni el que debe dar ni el que necesita
recibir. Este deber incluye: (A) El pago de deudas; (B) El pago de rentas y salarios; (C)
La provisión para nuestros familiares necesitados; (D) Nuestra contribución tanto para
la iglesia como para el Estado; (E) La buena disposición para todo acto de amistad y
humanidad, a fin de aliviar problemas y necesidades locales, nacionales y mundiales de
toda índole.
2. Nunca hemos de tramar ningún daño contra nadie (v. 29), sobre todo cuando
nuestro prójimo está confiado, es decir, no sospecha ningún mal de nuestra parte y, por
ello, no se pone en guardia.
3. No hemos de ser foco de contención o discordia (v. 30); «No tengas pleito con
nadie sin motivo». Es aquí donde el amor juega un importante papel (v. 1 Co. 13:4–7),
pues no piensa mal. La mayoría de los pleitos perjudiciales surgen de sospechas
infundadas, y son por mala intención que quizá fue inadvertencia. Ir a los tribunales
debe ser el último recurso.
4. No hemos de envidiar la prosperidad de los malhechores (v. 31, comp. con Sal.
73:3), ni ceder a la tentación de imitarles. Para mostrar cuán pocos motivos tienen los
santos para envidiar a los pecadores, Salomón compara, en los últimos cuatro versículos
de este capítulo, la condición de unos y de otros: (A) Los santos gozan de íntima
comunión con Dios, pero Los perversos son abominables a los ojos de Jehová. El que
no odia nada de lo que creó, se ve en la necesidad de abominar a quienes de tal modo
han corrompido lo que Dios hizo en ellos. Los más dulces y benditos secretos del amor
de Dios son comunicados a sus amigos (comp. con Jn. 15:15). (B) Los santos, y su
morada, descansan bajo la bendición de Dios (v. 33), aunque su morada sea
simplemente un «aprisco de ovejas», como da a entender el original, mientras que la
«casa» (de suyo, morada fija y permanente) del impío está bajo la maldición de Jehová
¿De qué le sirve vivir en un palacio, si es un palacio maldito? (C) Aun lo que Dios da a
los escarnecedores o burladores (v. 34), lo da burlándose de ellos. Este parece ser el
sentido del original. En otras palabras, les paga con su misma moneda. En cambio, a los
humildes les muestra siempre su favor, pues al que se humilla a sí mismo, no de palabra
falsa, sino de obra sincera, Dios lo enaltece. (D) Los santos son los verdaderos sabios
(v. 35), por lo cual recibirán respeto y aprobación de quienes saben apreciar la
verdadera sabiduría, mientras que los necios en sentido moral (hebr. kesilim)
terminarán en perpetua confusión e ignominia.
CAPÍTULO 4
En este capítulo, Salomón inculca, con gran variedad de expresiones, las mismas
cosas de las que había tratado en los capítulos anteriores. I. Una seria exhortación al
deseo y estudio de la verdadera sabiduría (vv. 1–13). II. Una necesaria advertencia
contra las malas compañías (vv. 14–19). III. Instrucciones para adquirir y conservar la
sabiduría a fin de dar frutos de sabiduría (vv. 20–27).
Versículos 1–13
1. Invitación de Salomón a sus hijos (vv. 1, 2): «Escuchad, hijos, la instrucción de
un padre». Contra la opinión de J. J. Serrano—nota del traductor—y al seguir la del
rabino Cohen y del propio M. Henry—creemos que aquí no se trata de «discípulos»,
sino de verdaderos «hijos»—. La instrucción de un padre sabio ha de ser atendida con
toda diligencia, pues ese es el modo de adquirir cordura (hebreo, bináh, esto es, tanto
entendimiento como discernimiento). Tanto los magistrados como los ministros de Dios
han de mostrar un particular interés en instruir a sus hijos, pues a mayor conocimiento
corresponde mayor responsabilidad. Comenta Malbim que la expresión de «un padre»,
en contraste con 1:8 («tu padre»), «insinúa que está impartiéndoles una instrucción
paternal que él mismo había recibido de su padre». Esto se confirma por el vocablo
usado en la primera parte del v. siguiente para expresar esa instrucción, ya que el hebreo
leqaj significa «lo que se ha recibido» de los antepasados. En 2b, el vocablo hebreo es
torat, enseñanza que consiste en instrucciones basadas en la Ley. La religión tiene a la
razón de su lado y nos da enseñanzas fundadas en verdades ciertas y en normas seguras.
2. Instrucciones que les da. Él las recibió de sus padres y enseña a sus hijos lo
mismo que a él le enseñaron (vv. 3, 4). Sus padres le amaban y, por tanto, le enseñaron:
«Yo fui hijo de mi padre» (v. 3), no es una perogrullada; el sentido es: «hijo escogido y
obediente», como entendieron los LXX («también yo fui hijo obediente de mi padre»),
aun cuando así trastornaron el orden del hebreo y tradujeron por «obediente» el hebreo
raj, tierno.
Para su madre (3b) había sido el «preferido» (hebreo yajid, único). Es cierto que
Betsabé dio a David cuatro hijos (1 Cr. 3:5), pero Salomón fue el preferido de sus
padres y el escogido de Dios. Quizá fue David más estricto en la educación de Salomón
que en la de los otros hijos, pues, además de la excesiva condescendencia que mostró
con los caprichos de Amnón y Absalón, se nos dice expresamente en cuanto a Adonías
(1 R. 1:6) que «su padre nunca le había lastimado» (lit.; esto es, «contrariado»).
Aunque Salomón sobrepasó después a su padre en sabiduría, no tuvo empacho en
referirse con respeto a las enseñanzas que de él había recibido. Si resulta útil buscar las
sendas antiguas (Jer. 6:16) ¿por qué hemos de despreciar las enseñanzas antiguas?
Aunque no hemos de ser seguidores serviles de los maestros que nos precedieron,
tampoco hemos de despreciar lo mucho bueno que nos legaron.
3. Al pasar ya a detallar las principales instrucciones que les da, vemos que
consisten (vv. 4–13) en preceptos y exhortaciones acerca del valor de la sabiduría,
conforme le había enseñado su padre; y por cierto, lo había hecho con gran interés e
insistencia: (A) Le había preceptuado retener sus palabras (v. 4. Lit.), las buenas
lecciones que le había dado; sus dichos (v. 10), expresiones sueltas, llenas de prudencia;
había de retenerlos, guardarlos para vivir una vida honesta útil y dichosa (v. 4);
retenerlos en el corazón, no sólo en la cabeza, pues sólo cuando arraigan en
convicciones dan buen fruto las lecciones.
No había de olvidar ni dejar la sabiduría, sino guardarla, para ser guardado; amarla,
para ser protegido por ella; ensalzarla, para ser por ella ensalzado; abrazarla, para ser
honrado y adornado por ella (vv. 4–9). Ella otorga longevidad, rectitud, seguridad, vida
(vv. 10–13). (B) Para corroborar estas exhortaciones, que son mandamientos (mitsotay,
v. 4), enaltece la sabiduría como algo que tiene valor supremo (v. 7): «Lo primordial (es
la) sabiduría; adquiere sabiduría» (ésta es la mejor versión).
Todas las demás cosas de este mundo, comparadas con ella, son de valor
secundario; por eso, hay que adquirirla (v. 5), comprarla, a cualquier precio (23:23). La
sabiduría verdadera nos recomienda a Dios, embellece el alma, nos capacita para vivir
una vida santa, útil, llena de sentido, y nos encamina derechamente a la vida que no
tendrá fin.
No es extraño, pues, que haya de adquirirse aun a costa de todas las posesiones (v.
7b).
Es cierto que esta sabiduría es un don de Dios, como lo fue para Salomón, pero Dios
la da a quienes la piden (Stg. 1:5) y a quienes se esfuerzan por hallarla.
Si no podemos llegar a ser maestros de sabiduría, seamos amantes (v. 6) de
sabiduría.
Versículos 14–19
Si esta porción continúa con exhortaciones de David a Salomón o marca un
recomienzo de los consejos del propio Salomón no es de fácil solución. M. Henry se
inclina por eso último, pero la mayoría de los autores no parecen advertir aquí ningún
corte, tanto más cuanto que toda la porción restante (vv. 14–27) no hace sino ampliar la
alegoría de los dos caminos, ya iniciada anteriormente, especialmente a partir del
versículo 11. En los versículos que siguen, se nos previene contra los caminos de los
malvados. Veamos:
1. La advertencia misma (vv. 14, 15): «No entres por la vereda de los malvados,
etc.». El término hebreo reshaím contra los que pecan contra Dios de modo directo,
mientras que el «raím» del segundo estico (lit. malos) indica los que pecan
directamente contra el prójimo. La exhortación del versículo 15 da a entender, no sólo la
precaución de no poner los pies en el mal camino, sino también la de mantenerse lo más
lejos posible de él. Nunca hemos de pensar que nos apartamos demasiado de tal camino;
un pequeño acercamiento supone una gran concesión a la tentación que implica la
compañía de los malvados.
2. Las razones que corroboran esta precaución: «considera el carácter de tales
hombres: Son tan malos que no duermen tranquilos si han pasado el día sin cometer
alguna maldad de bulto (v. 16); para ellos, el crimen es su comida y su bebida (v. 17);
en realidad, comen y beben de lo que han robado a viva fuerza, por la rapiña y la
opresión. Pero, aunque ellos piensen que prosperan, su camino se va estrechando, y aun
oscureciendo, progresivamente; de forma que, faltos de luz verdadera, acaban por
tropezar y caer, sin percatarse siquiera de la causa de su final desventura (v. 19). En
cambio (v. 18), «la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento
hasta llegar a pleno día» (comp. con Job 22:28). Cristo es nuestra luz (Jn. 8:12) y
nuestro camino (Jn. 14:6). Los justos caminan guiados por la Palabra de Dios, la cual es
luz para el camino y para los pies (Sal. 119:105); ellos mismos son luz en el Señor (Ef.
5:8) y caminan en la luz como Él (Dios) está en la luz (1 Jn. 1:7). Es una luz que brota
en la oscuridad (Is. 58:10) y crece, brilla más y más; no es como la luz del meteoro, que
desaparece pronto, ni como la luz de la candela, que se debilita hasta apagarse, sino
como la del sol, que brilla más cuanto más sube.
Versículos 20–27
Tras exhortarnos a no hacer el mal, ahora nos exhorta a hacer el bien.
1. Los dichos de la sabiduría deben ser nuestras normas de conducta; por eso hemos
de inclinar el oído a ellas (v. 20); escucharlas con sumisión y prestarles diligente
atención, sin perderlas de vista (v. 21, comp. con 3:21). Hemos de guardarlas en nuestro
interior (comp. con 2:1) como se guarda un tesoro que se teme perder. La razón por la
que hemos de estimar así las palabras de la sabiduría es que ellas serán para nosotros
alimento y medicina (v. 22), como el árbol de la vida (Ap. 22:3). Así como nuestra vida
espiritual comenzó mediante la Palabra (Jn. 3:5; 1 P. 1:23), así también se ha de
conservar y mantener por medio de la Palabra. La segunda parte del versículo 22 es una
variante de 3:8. En la Palabra de Dios hay un remedio adecuado y completo para todas
las enfermedades espirituales y aun para muchas enfermedades físicas.
2. Especial vigilancia necesita nuestro corazón (v. 23) «porque de él mana la vida».
Al ser el corazón el centro y la fuente de nuestra conducta hemos de velar para que de él
salgan actividades santas, según las normas de Dios y en docilidad a la conducción del
Espíritu, pues así no saldrán las corrupciones de nuestra naturaleza caída. Guardar el
corazón es albergar buenos pensamientos y acallar los malos, poner el afecto en los
objetos que lo merecen y dentro de los límites debidos. Muchos son los modos de
guardar un objeto: el cuidado, la fuerza y la petición de la ayuda necesaria.
3. Otro objeto de especial vigilancia son los labios (v. 24), puertas por las que sale
lo que hay en el corazón (Mt. 12:34; Lc. 6:45). El hebreo usa dos vocablos que
significan respectivamente «torcedura» (de boca) y «desviación» (de labios). En ambos
casos vienen a significar, con la mayor probabilidad «falsificación de la verdad», en la
que se incluyen la mayoría de los pecados de la lengua.
4. El versículo 25 nos exhorta a mirar rectamente; un corazón recto, así como incita
a hablar rectamente, también incita a mirar rectamente; ésta es la recta intención que el
Señor recomendó bajo la expresión «ojo sano» (Mt. 6:22). Si ponemos nuestros ojos
fijos en el Señor (He. 12:2), no los desviaremos a ninguna mala parte.
5. Finalmente, hemos de vigilar nuestros pies (vv. 26, 27): «Examina (lit. pesa) la
senda de tus pies». Como si dijera: «Pondera bien las alternativas para no vagar sin
rumbo, sino poder pisar firme y fuerte. Pon en un platillo de la balanza la Palabra de
Dios, y en el otro lo que has hecho o vas a hacer, y mira a ver si coinciden; no obres con
precipitación; y, una vez que hayas escogido el sendero recto, no te desvíes a ningún
lado (v. 27)».
CAPÍTULO 5
El objetivo de este capítulo es parecido al del capítulo 2. Tenemos aquí: I. Una
exhortación a conocer y obedecer las leyes de la sabiduría en general (v. 2). II. Una
advertencia particular contra el pecado de prostitución (vv. 3–14). III. Remedios contra
ese pecado: 1. El amor conyugal (vv. 15–20). 2. Consideración de la omnisciencia de
Dios (v. 21). 3. Miedo al final miserable de los malvados (vv. 22, 23).
Versículos 1–14
1. Un solemne prefacio para dar paso a las importantes advertencias que siguen.
«Hijo» vuelve a significar «discípulo». Salomón quiere aquí que el alumno concentre
bien su atención sobre lo que le va a decir. No es «ciencia» lo que va a comunicar, sino
«conocimiento» (hebr. dáat) interior, penetrante, experimental. Las enseñanzas de
Salomón no tenían por objeto llenar de ideas la cabeza, sino de normas prácticas el
corazón.
2. La advertencia misma es que el alumno (todo el que esto lea) se abstenga de la
«mujer extraña», es decir, «ajena», como en 2:16. No se trata aquí, por consiguiente,
del adulterio espiritual o idolatría, sino del adulterio carnal. Bajo la metáfora de «miel»
(v. 3) se expresan las palabras seductoras de la mala mujer. La suavidad del aceite
(comp. Sal. 55:21) sirve aquí de símil por el que dichas palabras se asemejan a la
facilidad con que el aceite se desliza y penetra sin hacer ruido, sin golpear, sin herir,
pero véase el contraste (v. 4): «su fin es amargo como el ajenjo, aguzado como espada
de dos filos». Así, sin notarlo, el que se adhiere a la mujer ajena, sigue la misma ruta de
ella: ruta de muerte, puesto que sus pasos, sus mismos caminos, están desviados del
camino de la vida (vv. 5, 6). Nótese que todos los «su» o «sus» de los versículos 3–6
son femeninos («de ella») en el hebreo. Consideremos, pues, cuán falsos y engañosos
son todos los encantos, los atractivos, las palabras seductoras de la adúltera. Es probable
que, en lugar de «se percate» (v. 6), haya de leerse «te percates», al ser la forma del
verbo igual para ambas personas, lo cual cuadra mejor con el contexto. Es, pues, ella la
que no quiere que los hombres se percaten de lo que les espera, pues si se percatasen, se
apartarían de ella. Ignoran las maquinaciones de Satanás (2 Co. 2:11) quienes no
entienden que el principal objetivo que persigue él en todas sus tentaciones es
impedirnos escoger la senda de la vida.
3. La urgencia e insistencia de la admonición (vv. 7, 8): «Aleja de ella tu camino; si
llegas a cruzarte con ella en el camino, escoge otra ruta, antes que exponerte al peligro;
no te acerques a la puerta de su casa; camina por el otro lado de la calle; mejor aún,
vete por otra calle aunque tengas que dar un rodeo». Tal es la yesca que nuestra
corrompida naturaleza contiene, que es una locura, bajo cualquier pretexto, ponerse
cerca del fuego. La palabra que traducimos por «honor» (v. 9) suele significar
«esplendor» o «majestad», pero también «vigor» (Dn. 10:8), pero, a la vista del
contexto, podría significar las posesiones, y aun la vida, a manos del marido ofendido.
Sea por la pérdida de las fuerzas físicas a causa de la vida disoluta, o de los bienes de
fortuna a causa del despilfarro o de la revancha del marido (¿el «cruel» de 9b?), lo
cierto es que el que se une a la adúltera terminará mal en cuanto al alma, el cuerpo y los
bienes (vv. 10, 11). Gemirá al final, cuando ya no tenga remedio.
4. Arrepentimiento tardío (vv. 12–14). Salomón presenta al pecador convicto
reprochándose a sí mismo por haber desoído los consejos que se le habían dado (v. 12).
No puede menos de confesar que sus padres y los emisarios de Dios le habían instruido
y enseñado convenientemente (v. 13). El versículo 14 ha de entenderse a la luz de
Deuteronomio 22:22. Dice Cohen: «la frase final ocurre con frecuencia en
Deuteronomio, en conexión con pecados que se tienen por elementos desmoralizantes
dentro de la comunidad y deben ser de ella eliminados. Al reflexionar sobre esto, le
viene a las mientes a ese hombre que ha llegado a ser un gran mal en medio de la
congregación y ha incurrido en el peligro de ser exterminado de ella».
Versículos 15–23
Después de mostrar los males que brotan del adulterio, Salomón muestra los
remedios que han de adoptarse contra tales males.
1. El principal remedio es quedar satisfecho con los legítimos goces del matrimonio,
uno de cuyos fines fue preservar de la impureza. Que nadie se queje a Dios por
impedirle gozar de los placeres a los que tan fuertemente le lleva el instinto natural,
cuando Dios ha provisto el medio de satisfacerlo dentro de la santidad del matrimonio.
El que no se contenta con una mujer, no se contentará con dos ni con cuatro, pues la
concupiscencia nunca dice «¡Basta!» El joven que no pueda mantenerse casto, que se
case pronto, pues «mejor es casarse que estarse quemando» (1 Co. 7:9). Compárese el
versículo 15 con Cantares 4:15 para mejor entenderlo. En su esposa ha de hallar todo su
deleite. Es suya no sólo porque él la ha escogido, y debe contentarse con la elección que
hizo, sino también porque es la que la providencia divina destinó para él. El versículo
19 es como una explanación del versículo 15. El original hebreo dice «sus pechos»
donde las versiones (la RV) dicen «sus caricias». Los versículos 16–18 han sido mal
traducidos y se ha corregido el texto original por no entenderlo. El 16 presenta los hijos
abundantes que juegan por las calles de la ciudad (comp. Jer. 9:20; Zac. 8:5), sin
necesidad de añadir al texto negación o interrogación que no figuran en él. El versículo
17 se refiere a esos mismos hijos, todos del legítimo matrimonio, no de dudosa
paternidad («para los extraños contigo»). El «manantial» del versículo 18 es la propia
esposa, fuente de los hijos, los cuales son bendición de Dios.
2. El segundo remedio es andar en la presencia de Dios (v. 21). «Los caminos del
hombre, todo cuanto piensa y hace, están ante los ojos de Jehová». Dios los ve como
son, con sus motivos, sus circunstancias y sus consecuencias. No sólo los ve, sino que
los «pesa» (v. 21b. Lit.) para dar a entender que conoce su verdadero valor (comp. con
Dn. 5:27) y, de acuerdo con ese valor, emite su juicio sobre ellos.
3. Finalmente, un buen remedio contra el adulterio es prever a tiempo los males que
acarrea (vv. 22, 23). Los que se habitúan a este pecado se prometen a sí mismos
impunidad, pero se engañan a sí mismos. No necesitan cárcel ni cadenas, pues bastarán
sus propios pecados para retenerlos en prisión. Dice el Talmud: «Al principio, la mala
inclinación es como una tela de araña, pero finalmente los hilos aumentan hasta
convertirse en sogas de carreta».
CAPÍTULO 6
En este capítulo tenemos, I. Una advertencia contra la precipitación en salir fiador
por otro (vv. 1–5). II. Una reprensión de la pereza (vv. 6–11). III. El carácter y el
destino final del malicioso (vv. 12–15). IV. Recuento de siete cosas que Dios odia (vv.
16–19). V. Exhortación a familiarizarse con la ¨Palabra de Dios (vv. 20–23). VI.
Repetida admonición sobre las perniciosas consecuencias del pecado de prostitución
(vv. 24–35).
Versículos 1–5
Una de las excelentes cualidades de la Palabra de Dios es que nos enseña, no sólo
sabiduría divina para el otro mundo, sino también humana prudencia para este mundo, a
fin de que llevemos nuestros negocios con discreción; y aquí tenemos una buena norma:
1. Evitar el salir fiador por otro, ya que, por no seguir esta norma, entran a menudo
en las familias la pobreza y la ruina.
(A) Hemos de considerar la fianza como una trampa y, de consiguiente, evitarla (vv.
1, 2). Ya es bastante peligroso quedar ligado por un amigo cuyas circunstancias y
honradez conocemos bien, pero chocar la mano (lit.) con un extraño, de quien no se
conocen ni las circunstancias ni la honradez equivale a quedar preso. Si no hemos
tenido la prudencia suficiente para evitar salir fiadores, tengámosla para desenredarnos
cuanto antes (vv. 3–5). De momento, el asunto parece que duerme; no oímos nada de él.
No se demanda la deuda, y el causante dice: «No tenga miedo; ya nos las
arreglaremos». Pero la fianza sigue en vigor, el interés sigue su curso, y el acreedor
puede llamar a tu puerta con urgencia y severidad para exigir el pago. Por tanto, líbrate
(v. 3), no duermas tranquilo (v. 4) y escápate a toda prisa (v. 5). No dejes piedra sin
remover hasta que te hayas librado de la trampa en que te metieron tus labios (v. 2).
(B) ¿Cómo hemos de entender esto? No hemos de pensar que es ilegal en todo caso
el salir fiador por otro; puede llegar a ser una exigencia de la justicia o de la caridad.
Pablo salió fiador por Onésimo (Flm. 19). Podemos ayudar a un joven honesto a
comenzar un negocio procurándole crédito y prestigio con nuestras palabras, y hacer así
un gran bien al prójimo sin dañarnos nosotros mismos. Pero, (a) Es muestra de
prudencia evitar las deudas en lo posible, pues si llegan a pesar gravemente sobre uno,
se corre el peligro de enredarse con el mundo y llegar a hacer el mal o a sufrirlo. (b)
Una persona no debe ligarse como fiador por más de lo que pueda y quiera pagar; y, si
llega el caso, que pueda pagar sin perjudicar a su familia.
Versículos 6–11
Salomón se dirige ahora al holgazán, al amante de la comodidad, que vive como un
haragán y no se aviene a seguir ningún trabajo ni oficio.
1. Trata primero de instruirle (vv. 6–8), pues los holgazanes deben comenzar por ir a
la escuela. El haragán no quiere ir a la escuela propia de los estudiantes; por eso, el
sabio le envía a una escuela apropiada para él, la más elemental que puede hallar: «Ve a
la hormiga» (v. 6. Lit.) es decir, «anda a su escuela». ¡Qué vergüenza es para una
criatura racional el degenerar de su rango hasta el punto de necesitar ir a un insecto tan
pequeño e insignificante para aprender a trabajar y ganarse el pan de cada día! Aunque
las hormigas viven en sociedad estupendamente organizada, leemos aquí (v. 7) que no
tiene jefes ni capataces en el sentido de que no necesita que la obliguen por la fuerza a
trabajar, le basta su instinto para desempeñar el oficio que le corresponde dentro de su
comunidad. Al recoger en el verano para tener sustento en el invierno (v. 8), según es su
costumbre (así lo da a entender el tiempo del verbo hebreo), la hormiga nos da una
excelente lección, semejante a la que nos dio el Salvador cuando dijo: «andad
entretanto que tenéis luz» (Jn. 12:35) y «viene la noche cuando nadie puede trabajar»
(Jn. 9:4). Y, si es muestra de prudencia estar prevenido en lo material, ¡cuánto mayor lo
será el estar provisto a tiempo de lo necesario para la vida eterna! Y cuando una
hormiga no puede acarrear un grano de cereal por resultarle pesado en demasía, ¡cómo
le ayudan otras a llevarlo! ¡Ojalá existiese entre los creyentes una cooperación similar!
2. De la enseñanza, pasa Salomón a la reprensión (vv. 9–11). (A) Trata de
despertarle la conciencia: «¿Hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo piensas que será
hora de levantarse de la cama? Al haragán hay que despertarle y hasta obligarle a
levantarse. El creyente haragán es más culpable todavía que el holgazán mundano, pues
tiene mayores motivos para obrar el bien mientras tenemos tiempo. (B) Le pone al
descubierto las excusas con que se cubre para no trabajar: ¿Por qué no se le permite
dormir un poco más? Si duerme ahora lo suficiente, ¡ya se levantará luego y recobrará
con mayores fuerzas el tiempo perdido! Pero se engaña a sí mismo: cada vez que se
despierta, suplica que se le deje dormir un poco … un poco … otro poco. Es decir, vive
en una continua siesta, como lo describe la postura del v. 10b. Así se va alargando el
«poco» hasta dejar sin hacer los quehaceres más urgentes. (C) Le amonesta sobre las
fatales consecuencias de la pereza (v. 11). La necesidad y la pobreza vendrán como
salteadores que le roban al viajero todo su bagaje. De modo semejante, y más terrible,
el que es perezoso en el servicio de Dios no puede esperar otra cosa que la pobreza
espiritual.
Versículos 12–19
1. Si es de condenar el perezoso por no hacer nada, ¿qué diremos de los que se
afanan por hacer todo el mal que pueden? (vv. 12–15). Por «hombre malo» (mejor vil),
el hebreo dice «hombre de Belial» que, en realidad, significa «persona sin valor
alguno»; pero, además, es «varón de iniquidad» (lit.), cuyo oficio es hacer el mal,
especialemente con su boca llena de falsedad y calumnia. Guiñar el ojo, arrastrar
(mejor restregar) los pies y hacer señas con los dedos (v. 13) son gestos que indican el
modo de pasar información secreta a quienes son cómplices en algún pecado. «Anda
pensando el mal» (v. 14), hacer el mal por el mal, sin sacar ningún bien. J. J. Serrano ve
en los siete gestos de 12–14 una cierta correspondencia con las siete cosas que Dios
abomina (vv. 16–19). El final de este malvado no puede ser más terrible: (a) La
calamidad le llegará de repente, por lo que no podrá evitarla; (b) su quebrantamiento
será sin remedio, porque, como dice Malbim, «no se arrepentirá».
2. Catálogo de cosas que son, de manera especial, odiosas a Dios y que como hemos
visto, se hallan en el «hombre de Belial». Dios odia el pecado, pero hay pecados que
abomina de modo especial; todos los que se mencionan en esta lista son perjudiciales
para el prójimo. Lo que Dios odia, deberíamos odiarlo también nosotros: (A) Los ojos
altivos (v. 17). Se cita primero el orgullo o autosuficiencia, pues se halla en el fondo de
todo pecado; ojo altivo es el que se sobrevalora a sí mismo y subvalora a todos los
demás. (B) Después de una mirada altiva, no hay nada tan odioso a Dios como una
lengua mentirosa; nada tan sagrado como la verdad, ni nada tan necesario para la vida
de relación como decir verdad. (C) Viene ahora el asesinato del inocente; las manos que
derraman sangre inocente llevan grabada la imagen del diablo (Jn. 8:44, «homicida
desde el principio»). (D) Las maquinaciones perversas (v. 18, comp. con v. 14). Cuanto
mayores y más astutas son las artes empleadas para hacer el mal, tanto más abominable
es a Dios el pecado que se comete. (E) La prisa y la determinación para correr al mal.
La prisa y la maña que se dan los malos para el mal habrían de avergonzarnos a
nosotros, que tan indolentes somos en hacer el bien. (F) El testigo falso (v. 19) es, y ha
sido siempre, digno de especial abominación. Basta con leer Deuteronomio 19:16–21
para ver cuán en serio lo toma Dios. (G) Sembrar discordia entre hermanos, es decir, no
sólo entre parientes, sino también entre amigos, vecinos, socios, etc. Se incluye aquí el
enajenar los afectos de unos contra otros e incitar las pasiones de unos contra otros, lo
cual no puede menos de ser especialmente abominable al Dios de amor y de paz.
Versículos 20–35
1. La exhortación general a adherirse fielmente a la Palabra de Dios y a tomarla por
norma y guía de todas nuestras acciones.
(A) Hemos de considerar la Palabra de Dios como luz (v. 23) y como ley (v. 20, 23).
Es luz que ilumina el camino e ilumina el entendimiento para que vaya por el camino
que la luz marca (comp. Sal. 119:105); luz para los ojos a fin de descubrir la verdad; luz
para los pies para ver la ruta que hay que seguir. La luz de la Escritura es luz segura,
pues nos revela verdades de certeza eterna. También es ley a la que nuestra voluntad ha
de someterse.
(B) Hemos de recibirla como mandamiento de nuestro padre y como ley (lit.) de
nuestra madre. Es mandamiento y ley de Dios, pero nuestros padres nos instruyeron y
educaron en ella y nos acostumbraron a observarla. En realidad, no creemos por lo que
ellos nos dijeron, sino porque hemos experimentado personalmente que proviene de
Dios; con todo, les estamos obligados por habérnosla recomendado. Las advertencias,
los consejos y preceptos que nuestros padres nos dieron están de acuerdo con la Palabra
de Dios y, por tanto, hemos de adherirnos a ellos firmemente.
(C) Hemos de retener la Palabra de Dios y las buenas instrucciones que, con base en
ella, nos dieron nuestros padres: «Guarda el mandamiento de tu padre … (v. 20) y no lo
sueltes: Átalos siempre, no sólo en tu mano (Dt. 6:8), sino en tu corazón (v. 21). De
nada sirven las filacterias si no suscitan pensamientos piadosos en la mente y santos
afectos en el corazón. «Enlázalos a tu cuello (21b), no sólo como un adorno, sino como
guardas que impidan la entrada del fruto prohibido y la salida de la palabra perversa.
Así serán siempre tu guía perfecta (v. 22). Te guiarán cuando andes, como si dijese:
«Este es el camino, anda por él». Velarán por ti cuando duermas, expuesto a
inesperados ataques (comp. 3:24); y hablarán contigo cuando despiertes, dándote
consejo, aviso y ánimos.
2. Admonición particular contra el pecado de impureza.
(A) Cuando consideramos la abundancia de esta iniquidad, no nos ha de sorprender
la frecuencia con que se repiten las advertencias contra ella. Las reprensiones de la
disciplina (v. 23b. Lit.) son camino de vida, ya que están destinadas a guardarte de la
mala mujer (v. 24), quien, con la blandura de su lengua, de cierto ha de conducirte a la
muerte; simula amarte, pero intenta arruinarte. El mayor bien que podemos hacernos a
nosotros mismos es mantenernos lo más lejos posible de ese pecado (v. 25): «No
codicies su hermosura en tu corazón porque, si lo haces, ya habrás cometido
interiormente adulterio con ella (Mt. 5:28); ni te cautive con sus párpados» (lit.). Quizá
se refiere al «guiño» de que ha hablado en el versículo 13. Dice el apócrifo Eclesiástico
26:9 (copiamos de la Biblia de Jerusalén, nota del traductor): «La lujuria de la mujer se
ve en la procacidad de sus ojos, en sus párpados se reconoce».
(B) Argumentos con que corrobora Salomón dicha admonición: (a) Es un pecado
que empobrece, y reduce a los hombres a la miseria (v. 26): «A causa de la ramera se ve
reducido (el hombre) a una hogaza de pan» (lit.). (b) Es un pecado que conduce a la
muerte (v. 26b); recordemos el caso de Sansón y Dalila. (c) Es un juego peligroso. Así
como el que juega con fuego, está en continuo peligro de abrasarse (vv. 27, 28), así
también el que toca impúdicamente a la mujer de su prójimo, no quedará impune (v.
29). Si no se le castiga conforme a la ley, lo castigará el marido ofendido. (d) Es un
pecado más grave que el robo. El que roba para saciar el hambre no es tomado por un
villano (el v. 30 ha de leerse sin signos de interrogación); aun cuando sea sorprendido
robando, le bastará con restituir lo robado (v. 31), pero el que comete adulterio, no
dispone de este recurso para descargarse de responsabilidad, pues el marido ofendido no
aceptará pago ni excusas (vv. 34–35). (e) Produce insensatez, dolores e infamia (vv. 32,
33). Recuérdese la insensatez de Sansón al descubrir a Dalila el secreto de su fuerza.
Recuérdese el pecado de David en el asunto de Betsabé: Hirió su propio buen nombre,
llevó deshonra a su familia, ocasionó graves desastres a su descendencia y dio ocasión a
los enemigos de Israel para blasfemar el santo nombre de Dios.
CAPÍTULO 7
El objeto de este capítulo, como el de otros anteriores, es prevenir a los jóvenes
contra la concupiscencia de la carne. Salomón pudo tener en cuenta las fatales
consecuencias del pecado de su padre, así como lo que quizá había experimentado en sí
mismo y en otros. I. Exhortación general a poner la Palabra de Dios por nuestro guía y
gobernante y como soberano antídoto contra este pecado (vv. 1–5). II. Exposición
particular de los grandes peligros que entraña (vv. 6–23). III. Seria advertencia a prestar
diligente atención a los consejos sobre esta materia (vv. 24–27).
Versículos 1–5
Estos versículos son una introducción a la advertencia contra los deseos
desordenados de la carne; algo parecido a lo dicho en 6:20 y ss. Habla en nombre de
Dios o, mejor, como quien ha asimilado y puesto en práctica lo que Dios dice, y llega
así a ser portavoz de Dios: «mis razones … mis mandamientos … mi ley». Las niñas (o
pupilas) de los ojos (v. 2) son la parte más delicada del cuerpo y, por eso, les ha puesto
Dios los párpados como defensa (comp. con Sal. 17:8; Zac. 2:8). Atar una cuerda a los
dedos (v. 3) era una costumbre para ayudar a recordar alguna cosa. Escribir algo en la
tablilla del corazón (v. 3b) es recordarlo con afecto, como quedan escritos en el corazón
los nombres de las personas a las que amamos. Si nos familiarizamos (v. 4) con la
sabiduría y la inteligencia, estaremos a salvo de los peligros que presenta el
familiarizarse con una mala mujer (v. 5).
Versículos 6–23
Para corroborar la advertencia que ha dado contra el pecado de la impureza,
Salomón narra el caso de un joven arruinado por la seducción de una mala mujer. Los
actuales medios de comunicación presentarían este caso como a propósito para una
buena novela o película, pero la Palabra de Dios lo presenta como un caso digno de la
mayor lástima. Salomón era un magistrado y, como tal, inspeccionaba la conducta de
sus súbditos, pero aquí escribe como profeta en el oficio de centinela, a fin de avisar a
todos acerca de las maquinaciones de Satanás.
1. La persona tentada fue un joven (v. 7). Las pasiones carnales son llamadas
«pasiones juveniles» (2 Ti. 2:22). Por eso, los jóvenes deben redoblar sus resoluciones
contra este pecado. Era un joven «falto de entendimiento», sin norma, sin brújula, sin
rumbo. El texto (vv. 8, 9) da a entender que el joven caminaba intencionadamente en
dirección a la casa de la mala mujer: «iba camino de la casa de ella» (v. 8b), en la
negrura de la noche y en la oscuridad (v. 9b. Lit.). En lugar de volverse a su casa al
hacerse de noche, se expone a sí mismo a la tentación. Sin duda, era un holgazán (comp.
Ez. 16:49) y, en contra del aviso de 5:8, fue a pasar junto a la esquina de la calle donde
ella vivía (v. 8).
2. La persona tentadora no era una prostituta vulgar, sino una mujer casada (v. 19),
de la que no podía esperarse tal conducta. Se aprovecha de la ausencia de su marido
para ponerse atavío de ramera (v. 10b) y echar mano de todas las malas artes de
seducción. Era bullanguera (v. 11), esto es, alborotadora y falta de la seriedad y
compostura de toda buena mujer, y rebelde, refractaria al yugo, indómita (el vocablo
usado es el mismo de Os. 4:16). «Sus pies no pueden parar en casa, etc.» (vv. 11b, 12)
nos hace pensar en 1 Timoteo 5:13, aunque el caso de esta adúltera es mucho más grave,
pues acecha por todas las esquinas en busca de presa. La virtud es una penitencia para
las que tienen por prisión el hogar.
3. El encuentro con el joven (vv. 13 y ss.). Quizá le conocía ya; o, por su porte y
figura, pensó que era presa codiciable. Nótese con qué desvergüenza le agarró y besó
contra las reglas de la modestia en tiempos en que las caricias al sexo opuesto en la vía
pública eran tenidas por inmorales. No sólo le invita a su casa, sino también a su cama
(vv. 16–18). Para mejor cazarlo, véase qué buena carne pone en el anzuelo. Ha ofrecido
sacrificios de paz, cuya carne había de ser comida por el oferente (Lv. 7:15 y ss), y así,
al tener gran provisión de carne en casa, pensó que era excelente ocasión para
compartirla con un invitado. Esa es la fuerza del «por tanto» con que comienza el
versículo 15. Con este banquete sacrificial, (A) el joven podía dar por bien empleado el
dinero que diese a la mujer por sus favores; (B) Podía tener tranquila la conciencia, pues
ella era persona religiosa, que había pagado sus votos a Jehová (v. 14b). Es una pena
que tal alarde de piedad venga a ser una cubierta para la iniquidad. Los que la hubiesen
visto en el templo no se figurarían que esa mujer fuese de tal calaña. También los
fariseos hacían largas oraciones, para mejor poder así continuar con su codicia y sus
malignos planes. La mayor porción de la carne de los sacrificios de paz era entregada a
quienes habían presentado el sacrificio, para que la comieran con sus amigos (Lv. 7:15).
(C) Hace como que le tiene mayor afecto que a ningún otro hombre y, por eso, ha salido
a encontrarle, precisamente a él (v. 15). Se sentarán a comer y beber, para dar después
rienda suelta a su lujuria. La cama estaba bien preparada y perfumada (vv. 16, 17).
Llama «amores» a lo que no es más que pasión carnal; ¡así se mancha con tanta
frecuencia el nombre con que se define al mismo Dios (1 Jn. 4:8, 16)! El verdadero
amor viene del Cielo (1 Jn. 3:1). (D) Al joven le puede quedar aún el temor al marido,
pero ella se lo acalla prontamente (vv. 19, 20): «¡No tengas miedo! Mi marido no está
en casa» ¿Y qué pasará si vuelve inesperadamente?, pudo preguntar el joven. «¡Oh, no!,
responde ella; se ha ido a un largo viaje y no puede regresar de súbito; ha señalado el
día de su vuelta: hasta la luna llena no volverá a casa, y nunca cambia las fechas de sus
idas y venidas; además, se llevó la bolsa de dinero—ya fuese para comprar o para
jolgorio—; no volverá hasta que lo haya gastado.» Parece insinuar que es un mal marido
y, por tanto, bien se merece que ella no le guarde fidelidad. Esta excusa nunca es válida.
4. Al prometer al joven toda clase de placeres y asegurarle la impunidad, lo rindió
(v. 21) como a una plaza fuerte mal guarnecida. Por lo que se ve, el joven, aunque
insensato, no era mal intencionado; de lo contrario, no habría tenido ella necesidad de
emplear tanta zalamería. Pera sus corrupciones prevalecieron contra sus convicciones;
en lugar de hacerse el sordo a los cantos de sirena, se rindió. ¡Con qué compasión
describe Salomón el caso de este pobre joven, rendido por las malas artes de esta mala
mujer! Va desarmado, no lleva coraza ni sabe lo que le espera, hasta que la saeta le
traspasa el corazón (v. 23). Alegre y confiado se ha entregado al adulterio como va el
buey al degolladero (v. 22).
Versículos 24–27
Aplicación de la historia anterior: «Ahora, pues, hijos oídme (v. 24) a mí, no a esas
seductoras; dad oídos a un buen maestro que os quiere como un padre, no a una mala
mujer que sólo desea vuestro cuerpo y vuestro dinero; yo soy un buen amigo; ella es
una perversa enemiga. No sólo has de apartar los pies de su calle y de su casa, sino,
sobre todo, no se aparte tu corazón hacia sus caminos (v. 25). Si la razón, la conciencia
y el temor de Dios gobiernan en el corazón, resultará fácil controlar los impulsos del
apetito sensual. Miles y miles han caído a causa de este pecado; no sólo los jóvenes
débiles y necios, como el mencionado en la historia anterior, sino aun los más robustos
han sido muertos por ella (v. 26). Aprendan todos la lección.
CAPÍTULO 8
La Palabra de Dios es sabiduría. I. La revelación divina es palabra y sabiduría de
Dios, y la religión pura e incontaminada (Stg. 1:27) está edificada sobre ella; de eso
habla Salomón aquí (vv. 1–21). Dios instruye, gobierna y bendice a los hombres por
medio de su sabiduría. II. El Verbo eterno de Dios es la Sabiduría en persona. Él es la
Sabiduría que habla a los hombres en la primera parte del capítulo, y el que está
asociado al Padre en la obra de la creación (vv. 22–31). III. Concluye con una insistente
exhortación a prestar atención a la voz de Dios en su Palabra (vv. 32–36).
Versículos 1–11
1. Las cosas reveladas son fáciles de conocer, pues pertenecen a nosotros y a
nuestros hijos (Dt. 29:29) y, por eso, son proclamadas de alguna manera por las obras
de la creación (Sal. 19:1); con mayor fuerza, por la conciencia humana y por las razones
eternas del bien y del mal; pero, con la mayor claridad, por medio de Moisés y de los
profetas. Los preceptos de la sabiduría son proclamados en voz alta (v. 1): «¿No clama
la sabiduría?» Sí; como todo pregón importante, clama a voz en cuello (Is. 58:1). En
tres lugares, los cuales se expresan aquí (vv. 2, 3), se pronunciaban en voz alta los
pregones: en las alturas, en los cruces de caminos y en la entrada de la ciudad. El
corazón nos grita a veces, pues la conciencia tiene sus clamores como tiene sus
susurros. Desde lo alto del Sinaí se dio la Ley. La sabiduría no se oculta, no habla por
los rincones a unos pocos iniciados, sino en público y a todos, desde lugares altos, desde
los que puede ser vista y oída, en las encrucijadas por las que transitan los viajeros, y a
la entrada de la ciudad. Los necios no saben por dónde ir a la ciudad (Ec. 10:15); por
eso está la sabiduría colocada, no sólo en la encrucijada, para que nadie yerre el camino,
sino también a la entrada de la ciudad, presta a comunicar el lugar donde vive el vidente
(1 S. 9:18). Repetidamente insiste: «¡Oh, hombres, a vosotros clamo». A los hombres,
no a los ángeles, que no lo necesitan; ni a los demonios, que ya no pueden aprovecharse
de ello; ni a los brutos animales, que carecen de la capacidad natural para entenderlo. Su
designio es enseñar a los hombres discreción y cordura (v. 5. Comp. con 1:4); en
especial, a los que carecen de sano entendimiento.
2. Las cosas reveladas son dignas de aceptación. Son «excelentes» (v. 6. Lit.
«príncipes», esto es, «expresiones principescas»); con razón se llaman así, puesto que se
refieren a un Dios eterno, a un alma inmortal y a un estado perpetuo—para bien o para
mal—. Son también «rectas» (v. 6b. Comp. 1:3), verdaderas, sinceras y razonables, sin
mezcla de falsedad o torcedura (vv. 7–9). No hay en las verdades divinas nada duro,
nada que lastime la dignidad ni la libertad del ser humano. Toda palabra de Dios es
verdad (Jn. 17:17); sí y amén; nunca sí y no (2 Co. 1:18–20). Si son libro sellado, sólo
lo son para quienes voluntariamente lo ignoran.
3. El recto conocimiento de esas cosas ha de ser preferido a todas las riquezas de
este mundo (vv. 10, 11): «Recibid mi instrucción y no la plata, es decir, preferid mi
instrucción a cualquier riqueza de este mundo». No sólo es preferible la sabiduría a la
plata y al oro, sino también a las piedras preciosas y a cuanto se puede desear. Además
de ser de mayor valor, también se ofrece a mejor precio, pues se obtiene gratis.
Versículos 12–21
1. La sabiduría divina da a los hombres buena cabeza (v. 2): «Yo, la sabiduría,
habito con la cordura». Así que quien se familiariza con la aquí personificada sabiduría,
se familiariza también con esa cualidad tan deseable. Esa cordura no se aprende en los
teoremas de los matemáticos ni en los axiomas de los filósofos ni en las normas de los
estadistas, sino en las verdades de la Palabra de Dios.
2. También da a los hombres buen corazón (v. 13): El principio de la sabiduría y del
conocimiento es el temor de Dios (1:7; 9:10. V. también Job 28:28; Sal. 111:10; Ec.
12:15). Y el que teme a Dios, aborrece el mal (v. 13); especialmente, el orgullo, la
arrogancia, el mal camino y la boca perversa, que son los pecados más peligrosos.
3. Tiene gran influencia en los asuntos públicos (v. 14); consejo, acierto,
inteligencia y poder son cualidades de incalculable valor para quienes están en puestos
de autoridad; quienes carecen de estas virtudes conducen la sociedad al desastre
político, social y económico. Por eso, añade (vv. 15, 16): «Por mí reinan los reyes,
etc.», es decir, por ella reinan con tino, tacto, justicia y equidad. De los gobernantes que
temen a Dios puede y debe esperarse que conduzcan rectamente los asuntos públicos.
4. Hace dichosos a los que la reciben (vv. 17–21). Estos versículos vienen a ser una
ampliación de lo dicho en los versículos 10 y 11. «Yo amo a los que me aman»
versículo 17. Así se lee en todas las versiones, aunque el texto hebreo dice: «la aman»).
Los que «madrugan» (v. 17b) para buscar la sabiduría son los que no perdonan
esfuerzo, estudio y oportunidades para alcanzarla. Los rabinos dicen: «Si alguien
asegura: “Yo me esforcé y no la hallé”, no le creáis». Se otorga especialmente a los que
con interés y fe la suplican a Dios en oración (Stg. 1:5 y ss.). Las riquezas que la
sabiduría ofrece son «duraderas» (v. 18), pues van acompañadas de justicia, y por eso,
son las únicas que se reconocen válidas en la aduana de los cielos (v. Ap. 14:13) y
forman parte de la heredad (v. 21) incorruptible a la que se refiere el apóstol Pedro (1 P.
1:4). Es una dicha que subsiste por sí misma, inserta en la persona misma, sin el soporte
de conveniencias o circunstancias exteriores. Las cosas eternas y espirituales son las
únicas que poseen solidez real y sustancial; no sólo llenan las manos, sino también las
arcas. Los bienes de este mundo pueden llenar el vientre (Sal. 17:14), pero no las arcas,
pues no pueden conservar por muchos años sus bienes.
Versículos 22–31
Aquí la sabiduría aparece personificada con propiedades y acciones netamente
personales y, aun cuando pueda hablarse de una personificación poética, no cabe duda
de que esta porción forma el trasfondo de Juan 1:1 y ss. Viene, pues, a ser una
anticipación de la doctrina claramente revelada en el Nuevo Testamento acerca del
Verbo de Dios, y en este sentido podemos interpretar esta porción. Con respecto a este
Verbo de Dios, obsérvese:
1. Su personalidad distinta; es uno con el Padre (Jn. 10:30), pero es persona distinta
de la del Padre. «En el principio» (v. 22, comp. con Jn. 1:1), antes de que formase la
tierra (v. 23), los abismos, esto es, las aguas de los océanos (v. 24) y los mismos cielos
(v. 27), allí estaba ya la sabiduría el Verbo, poseído (v. 22), instalado (probable sentido
del v. 23) y engendrado (vv. 24, 25) por Dios.
Si allí estaba ya en el principio, antes de la creación del Universo y, por tanto, antes
del tiempo, está claro que existía desde la eternidad, sin conocer comienzo.
2. Su intervención en la obra creadora de Dios. No sólo tenía su ser antes de la
creación del mundo, sino que estaba presente en tal creación y su presencia era, no la de
un espectador, sino la de un arquitecto. El Verbo es el ordenador del Universo (v. 30),
puesto que, en Él, por Él y para Él fueron hechas todas las cosas (Col. 1:16, 17). Él es el
arquitecto y el plano. Cuando en el primer día de la creación, dijo Dios: «¡Haya luz!»
(Gn. 1:3), este Verbo era su Palabra omnipotente. Igualmente intervino en la creación de
todo lo demás: «todo» (v. 30).
3. La suma complacencia que en Él tuvo el Padre, y Él en el Padre: «Era su delicia
de día en día, etc.» (v. 30b). En Él ha tenido siempre su complacencia Dios (Lc. 3:22,
entre otros lugares). Siempre hizo lo que veía hacer al Padre (Jn. 5:19) y lo que al Padre
agradaba (Jn. 8:29), obró conforme al mandamiento que había recibido del Padre (Jn.
10:18), y en Él tenía el Padre contentamiento (Is. 42:1). Puede también entenderse de la
satisfacción que mutuamente sentían con referencia a la gran obra de la redención del
hombre. En efecto, vemos que la Sabiduría se deleitaba en los hijos de los hombres, más
bien que en los más ricos productos de la tierra.
Versículos 32–36
Aplicación del discurso de la Sabiduría; su designio y tendencia es incitar a todos a
someterse a las leyes religiosas y a rectificar todo lo que no marcha bien en nuestro
corazón y en nuestra vida.
1. Exhortación a escuchar y obedecer la voz de la Sabiduría, y poder así discernir la
voz de Cristo, como conocen las ovejas la voz de su pastor: «Ahora, pues, hijos, oídme»
(v. 32). Que lean la palabra escrita, que se sienten bajo la palabra predicada, que
bendigan a Dios por ambas y le oigan en ambas porque les habla a ellos. Que los hijos
de la Sabiduría la justifiquen escuchándola. Oigamos las palabras de la Sabiduría con
corazón bien dispuesto (v. 33): «Atended mi instrucción (hebr. musar)… No la
menospreciéis, como si no la necesitaseis. Se os ofrece como un gran beneficio y corréis
un grave peligro si la rehusáis. Hemos de buscar y escuchar la voz de la Sabiduría
velando a sus puertas cada día (v. 34), como mendigos para recibir una limosna, como
clientes y pacientes para recibir un buen consejo, y como siervos para esperar con
humildad lo que el amo se digne darnos o mandarnos.
2. Seguridad de felicidad para todos los que escuchan a la Sabiduría. Hallarán lo que
buscan. ¿Recibirán recompensa si la hallan? Sí (v. 35): «El que me halle, hallará la
vida» (comp. 1 Jn. 5:12), es decir, todo bien que pueda necesitar o desear.
3. La sentencia pronunciada contra los que rechazan las exhortaciones de la
Sabiduría (v. 36): Se arruinan a sí mismos, y la Sabiduría no lo va a impedir, por cuanto
se han negado a escucharla; han actuado en rebelión contra Dios y en contradicción a
los propósitos de Dios, que son para vida y no para muerte.
CAPÍTULO 9
Cristo y el pecado rivalizan por apoderarse del corazón del hombre. El objeto de
este capítulo es poner delante de nosotros la vida y la muerte, el bien y el mal; y basta
con proponer la alternativa en sus términos precisos para que podamos decidir lo que
hemos de escoger. I. Cristo, bajo el nombre de la Sabiduría, nos invita a su banquete
para entrar en comunión con Él (vv. 1–6) y, después de predecir las diferentes
respuestas a su invitación (vv. 7–9), muestra lo que requiere de nosotros (v. 10) y lo que
nos tiene preparado si aceptamos (v. 11), luego deja a nuestra elección lo que hemos de
hacer (v. 12). II. El pecado, bajo la caracterización de una mujer insensata, nos invita
también a su festín (vv. 13–16), presentándolo muy atractivo (v. 17). III. Pero Salomón
nos advierte de lo que le espera al que acepta la invitación del pecado.
Versículos 1–12
La Sabiduría es presentada aquí como una reina magnífica, grande y generosa. El
vocablo está en plural («sabidurías»), lo mismo aquí (v. 1) que en 1:20; es, con toda
probabilidad, plural de intensidad y perfección, pues en Cristo están escondidos todos
los tesoros de la sabiduría (Col. 2:3).
1. La rica provisión que la Sabiduría ha hecho para la recepción de cuantos deseen
ser sus discípulos. (A) La recepción se va a celebrar en un majestuoso, regio, palacio (v.
1). Al no hallar una casa lo bastante espaciosa para todos sus invitados, ha edificado ex
profeso este gran palacio y ha labrado sus siete columnas. Siete es número de
perfección. Según Cohen, se indica aquí «una mansión edificada en torno a un patio,
con la estructura del edificio sostenida por tres columnas en cada lado y una en el centro
del tercer lado, que da cara al espacio abierto que es la entrada». Podemos ver aquí una
prefiguración del banquete de bodas del Cordero (Ap. 19:7–10) y de las mansiones
preparadas en la casa del Padre para los creyentes (Jn. 14:2, 3). (B) Allí se va a celebrar
un opíparo banquete (v. 2): «… Mató sus víctimas, mezcló su vino y puso su mesa». Es
una mesa bien preparada, con todas las satisfacciones que un alma pueda desear: justicia
y gracia, paz y gozo, la seguridad del amor de Dios, la consolación del Espíritu y todas
las garantías y arras de la vida eterna.
2. La generosa invitación que hace, no a unos pocos, especiales, amigos, sino a
todos en general (v. 3): «Envió sus criadas a invitar». Los ministros del evangelio son
comisionados a dar noticia de las preparaciones que Dios ha hecho, en el pacto eterno,
para todos los que quieran atenerse a los términos del mismo. Han de predicarlo con
pureza virginal, sin corromperse a sí mismos ni a la Palabra de Dios y con exacta
observancia de las órdenes que les han sido dadas, y exhortar a todos a venir al banquete
que la Sabiduría ha preparado (comp. con Lc. 14:17, 23). Hay invitación especial para
los faltos de cordura y para los simples (vv. 4–6). La Sabiduría urge a éstos con su
invitación, pues son los que más la necesitan. ¿Y quién podrá decir que tiene una mente
sana del todo? Equivaldría a decir que no tiene pecado (1 Jn. 1:8). Somos, pues,
invitados todos a su mesa (v. 5, comp. con Is. 55:1): «Venid, comed de mi pan, es decir,
de mis exquisitas viandas», pues viandas exquisitas son el conocimiento, el temor y el
amor de Dios. Apropiándonos por fe las promesas del Evangelio, nos alimentamos de
las provisiones que Cristo ha preparado para las almas perdidas. Pero hemos de romper
con el pecado (v. 6): «Dejad las simplezas y viviréis». Como si dijese: «No os
contentéis con vivir como animales; vivid como hombres; vivid espiritualmente y
viviréis eternamente» (Ef. 5:14).
3. Instrucciones que da la Sabiduría, tanto a los ministros del evangelio como a
todos los que, en sus respectivos lugares, se esfuercen en servir a los designios de ella.
Su trabajo ha de consistir, no sólo en notificar en general los preparativos hechos para
las almas, sino que deben dirigirse en particular a los individuos, corrigiendo,
reprendiendo, enseñando (vv. 7–9), pues ése es el objetivo de la Palabra de Dios (v. 2
Ti. 3:16, 17). Sin embargo, añade (v. 9): «No reprendas al escarnecedor», puesto que al
escarnecedor (v. 15:12, el mismo vocablo que aquí) no le gusta que le reprendan. Así
también dijo Cristo a sus discípulos, refiriéndose a los fariseos: «Dejadlos» (Mt. 15:14.
V. también Mt. 7:6). Hallarán también a otros dispuestos a escuchar. ¡Gracias a Dios
que no todos son escarnecedores! El sabio bien corregido se hace más sabio (v. 9);
crecerá en conocimiento y en gracia.
4. Instrucciones que las criadas enviadas por la Sabiduría han de inculcar en los
invitados: (A) Han de enseñarles en qué consiste la verdadera sabiduría (v. 10): «El
principio de la sabiduría es el temor de Jehová», afirmación semejante a la de 1:7, pero
con dos variantes que expone así Cohen: «Se emplea una palabra diferente para
principio; aquí significa el requisito esencial; allí denota el principal ingrediente».
Sabiduría sustituye a conocimiento por adaptarse mejor al contexto que se refiere al
«sabio». Esta es, pues, la condición esencial para alcanzar la sabiduría. (B) Han de
darles a conocer los beneficios que procura esta sabiduría (v. 11): «Porque por mí se
aumentarán tus años», es decir, contribuirá a la salud del cuerpo, con la consiguiente
longevidad. (C) También han de darles a conocer las consecuencias de aceptar o de
rechazar esta invitación (v. 12): «Si eres sabio, para tu provecho lo serás.; tú serás el
ganador, no la Sabiduría; y si eres escarnecedor, lo pagarás tú solo».
Versículos 13–18
Veamos ahora las mañas de que se sirve el tentador para desviar a los ignorantes por
las sendas del pecado.
1. Quién es el tentador —«la mujer de insensatez» (v. 13. Lit.). Así como la
Sabiduría aparece personificada en una mujer, también la necedad aparece personificada
en otra mujer. Se la describe como simple e ignorante, además de alborotadora (el
mismo vocablo de 7:11). Bien le cuadra el epíteto de insensatez, pues profana la mente
y llena de estupidez la conciencia. ¿Qué otra cosa puede hacer, si es simple e ignorante?
«Se sienta en una silla a la puerta de su casa (v. 14) y, como la Sabiduría, también se
coloca en los lugares altos de la ciudad» para ser vista y oída por todos.
2. Quiénes son los tentados—jóvenes que han sido bien educados y van por el
camino de la religión y de la virtud: «… van por sus caminos derechos» (v. 15); al revés
que el joven de 7:8, no va camino de la casa de ella. Pero son jóvenes inmaduros,
simples y faltos de cordura (v. 16) y, por eso, son fácil presa de la insensatez, la cual les
invita a venir a su escuela para que se curen del freno y de las formalidades de su
religión.
3. Cuál es la tentación —«las aguas hurtadas son dulces y el pan comido en oculto
es sabroso» (v. 17). Agua y pan, eso es todo, mientras que la Sabiduría invita a comer
de los animales que ha matado y a beber del vino que ha mezclado. Sin embargo, el pan
y el agua son suficientes para quienes tienen hambre y sed, especialmente cuando son
hurtados y se toman en secreto por miedo a ser descubiertos. El fruto prohibido siempre
atrae más que el fruto permitido.
4. Un antídoto efectivo contra la tentación (v. 18). El que carece de cordura y es
desviado del camino recto por oír los cantos de sirena de la insensatez, se precipita a sí
mismo, en su ignorancia, a una ruina inevitable: «No sabe el hombre que allí están los
muertos» (lit. las sombras). Es decir, no se ha dado cuenta de que la casa de la
insensatez es la puerta que conduce al Seol.
CAPÍTULO 10
Hasta ahora nos hemos hallado en el pórtico o prefacio de los proverbios. Ahora
comienzan. Son frases breves, pero sentenciosas, serias; la mayor parte de ellas son
dísticos, es decir, dos frases en un solo versículo, iluminándose mutuamente; pero raras
veces se halla entre los versículos suficiente coherencia como para distribuirlos en
secciones. Así que los consideraremos por separado. Gran parte de los proverbios de
este capítulo tratan del buen gobierno de la lengua.
Versículo 1
El consuelo de los padres depende, en gran medida, de la buena conducta de sus
hijos. Los hijos deben comportarse sabiamente y vivir conforme a la buena educación
que se les ha dado, para alegrar así el corazón de sus padres. También ellos pueden
alegrarse de que, de esta manera, hacen algo para recompensar a sus padres de los
cuidados y fatigas que se tomaron con ellos.
Versículos 2–3
Estos dos versículos persiguen un mismo objetivo. Las riquezas mal adquiridas no
serán de provecho; al menos, no lo serán en el día de la ira (comp. con 11:4). Así que,
por grande que sea la ganancia material adquirida de esta forma, nunca podrá
compararse con la pérdida colosal que le espera (Mt. 16:26). En cambio, la justicia libra
de la muerte. El vocablo hebreo tsedakah, justicia, pronto recibió el significado
especial de «beneficencia» (comp. con Dn. 4:24). Esto no quiere decir que las limosnas
puedan procurar al hombre la salvación, sino que son como un escudo que defiende
contra el ángel exterminador y hacen que el castigo de Dios no sea tan fuerte ni llegue
tan pronto. Dios rechaza (lit. arroja) la ambición (lit. el deseo) de los malvados (v. 3).
Muchas veces, la justicia de Dios esparce lo que la injusticia del hombre ha reunido.
Versículo 4
Por el camino de la pobreza caminan los perversos. Ordinariamente, los perezosos
acuden al fraude, al robo, etc., para hacerse con dinero, pero al ser descubiertos, se
encuentran con la infamia, junto con la miseria. El cuarto mandamiento del Decálogo
(Éx. 20:9–11) da la misma importancia, o mayor, al trabajo de los seis días que al
descanso del sábado. En los proverbios, se tiene en cuenta especialmente la ociosidad
como causa de pobreza. «El que no trabaje, que no coma» era ya un aforismo rabínico
que el apóstol recogió (2 Ts. 3:10).
Versículo 5
Este proverbio guarda conexión con el anterior y nos recuerda lo de 6:6–11. Los que
aprovechan las oportunidades para proveerse de lo que les será necesario después,
recogen en el verano, que es el tiempo de la cosecha. Éste es «hijo de sensatez» (lit.).
En cambio, el que duerme en verano, que es cuando tendría que recoger para el
invierno, es hijo de vergüenza (lit.), pues es un hijo insensato, cuya insensatez se
descubrirá especialmente cuando llegue el invierno.
Versículo 6
Gran variedad de bendiciones descenderán de arriba (v. Stg. 1:17) y se posarán
visiblemente sobre la cabeza del justo. Le servirán de diadema para dignificarle y de
yelmo para protegerle. La segunda parte, repetida en el versículo 11b, puede traducirse
de dos modos complementarios: «La boca de los malvados esconde violencia», en el
sentido de tramar la ruina de sus prójimos; o, «La violencia cubre la boca de los
malvados», en el sentido de que la violencia engendra violencia que recae sobre los que
comenzaron a practicarla.
Versículo 7
Tanto el justo como el malvado han de morir cuando se les cumpla el tiempo. En el
sepulcro, no se aprecia diferencia visible entre los cuerpos de unos y otros; pero entre el
alma de unos y la de otros hay una gran diferencia. Los justos dejan tras de sí recuerdos
de bendición, pues los que honran a Dios serán honrados por Dios (v. Sal. 112:3, 6, 9), y
deber de los sobrevivientes es honrar la memoria de los justos. Los malos, en cambio,
serán olvidados o recordados con odio y desprecio.
Versículo 8
El obediente tendrá por privilegio estar bajo el gobierno de otros y que le señalen su
deber. En esto está su sabiduría, pues será estimado y promovido, respetado y querido.
En cambio, el necio de labios (lit. como en el v. 10) corre a la ruina, pues con tanto
hablar sin sentido, no trabaja, ni obedece ni escucha el buen consejo; con ello, nunca
aprende, sino que cambia constantemente de oficio, siempre fracasa y acaba en ruina.
Versículo 9
La integridad es garantía de seguridad; en cambio, el que pervierte sus caminos será
descubierto, pues, tarde o temprano, se darán cuenta los demás de que sus caminos eran
torcidos, pues algún día le sobrevendrá la desgracia. El hombre íntegro goza de la
bendición de Dios y puede caminar por la vida con humilde osadía, bien armado contra
las tentaciones de Satanás, las tribulaciones del mundo y los reproches de los hombres.
La deshonestidad de una persona redundará en su propia infamia; será descubierto.
Versículo 10
Guiñar el ojo es uno de los gestos que descubren al malvado (6:13) en sus planes
maliciosos contra alguna persona, y causa así disgustos, no sólo a la persona
perjudicada, sino también a sí mismo cuando de algún modo se descubren sus tramas, y
a sus cómplices con quienes se confabula por medio de tales gestos. Quizá tarde más en
caer que el necio de labios, pero su caída será peor, pues todos aborrecen más al perro
que muerde sin ladrar, que al que ladra sin morder.
Versículo 11
¡Cuán beneficioso es el hombre bueno, pues comunica su bondad! Su boca, la puerta
de salida de la mente, es manantial de vida; es una fuente que mana palabras de
edificación, de consuelo, de consejo, de refrigerio. Para la segunda parte, véase lo dicho
en el versículo 6b.
Versículo 12
El gran sembrador de males es el odio, el cual, aun sin ser provocado, busca
ocasiones de hacer el mal, de sembrar rencillas entre amigos y aun entre hermanos, y es
causa de divisiones, riñas y guerras. El odio es hijo del egoísmo y de la envidia, y padre
de todos los demás males. Goza en hacer el mal y se irrita ante el bien, la paz, la virtud.
En cambio, el amor es el gran sembrador de bienes. Procura la paz y excusa las faltas de
los demás. Tiende a echar todo a buena parte y así cubre (de modo que no se vean)
todas las faltas (comp. con 1 Co. 13:4). Así se ha de entender siempre este proverbio,
que vuelve a ocurrir en 17:9, Santiago 5:20; 1 Pedro 4:8. El amor, en lugar de proclamar
y presentar como más grave la ofensa, la excusa tanto como puede ser excusada. Y,
cuando no se puede negar el hecho, tiende a pensar que no hubo mala intención, sino
que fue un descuido.
Versículo 13
Gran honor es para un buen hombre ser sabio, pero todavía mayor servir de
instrumento para hacer sabios a otros. Dice Gerondi: «De los labios de una persona que
tiene el suficiente discernimiento para trazar distinciones correctas entre lo que está bien
y lo que está mal, entre la verdad y el error, pueden oírse palabras de sabiduría
concernientes incluso a materias que él no aprendió». En cambio, los que carecen de
esta cualidad necesitan ser llevados por la fuerza en la dirección que deben tomar, como
hace el jinete para conducir y apresurar (o frenar) a la cabalgadura.
Versículo 14
1. Es propio de sabios hacerse con un buen almacén de conocimientos útiles,
atesorándolos para no olvidarlos y para emplearlos en el momento oportuno.
Precisamente se halla la sabiduría en sus labios (v. 13), porque está atesorada en el
corazón. 2. Es de necios hablar mucho, pues así descubren la necedad que llevan en el
corazón; esta necedad no es simplemente ignorancia, sino que lleva maldad, por la que
causan daño a otros y a sí mismos.
Versículo 15
Los ricos se consideran felices a sí mismos por los bienes materiales que poseen,
pero es un error. En su opinión, las riquezas son su ciudad fortificada, pero no pueden
protegerles del peor de los males. Los pobres, por su parte, se consideran desgraciados
por carecer de la mayoría de las cosas que poseen los ricos; pero también se equivocan,
pues una persona puede ser feliz contentándose con poco y poseyendo una buena
conciencia. Así se vive por fe, que no es lo mismo que vivir por ocio.
Versículo 16
La obra (mejor, lo que se gana con esfuerzo honesto) del justo es para vida,
entendiendo primordialmente este vocablo en el sentido de 27:27: «mantenimiento»
para sí y para los suyos, aun para dar a otros que estén más necesitados (Ef. 4:28). En
cambio, el fruto (ya sea del trabajo o adquirido de otra manera) del impío es para
pecado, pues le sirve de combustible para su orgullo y su lujuria, y le hace daño en
lugar de bien.
Versículo 17
Por buen camino van los que no sólo reciben instrucción, sino que también la
retienen para gobernarse por ella, así como para poder con ella instruir a otros. Por mal
camino van los que rechazan la instrucción; no quieren que se les diga cuáles son sus
obligaciones, porque así se les descubre lo mal que las cumplen. El viajero que equivoca
su camino y no consiente en que se le muestre la verdadera dirección, no puede menos
de errar el camino de la vida.
Versículo 18
Este versículo presenta, a primera vista, cierta anomalía, pues no se halla el
consabido contraste entre el bueno y el malo, pero es probable que Salomón quisiera
aquí contraponer dos extremos igualmente viciosos: La hipocresía en que la necedad y
la maldad se encubren por medio del disimulo y de la adulación —«labios
mentirosos»— y la abierta propagación de calumnias, igualmente maliciosa y más
dañosa todavía. Dice Cohen: «Solamente una persona sin seso se entrega a tales
prácticas, porque el hombre de sentido común sabe que, tarde o temprano, se conocerá
la verdad».
Versículo 19
De ordinario, los que hablan demasiado dicen cosas que no deberían decir, pues
entre muchas palabras no pueden faltar palabras ociosas. Hay personas a quienes les
gusta oírse a sí mismas y ni se percatan del tedio que causan a los que las oyen. Es,
pues, señal de prudencia poner freno a la lengua. Por algo le puso Dios doble puerta:
una de hueso, los dientes; otra de carne, los labios.
Versículos 20–21
El valer del hombre no está en su riqueza ni en su posición social, sino en su virtud.
Los hombres buenos son buenos para algo. Mientras tengan lengua para hablar, pueden
usarla para cosas de valor. Plata escogida, es decir, refinada y libre de escoria, es la
lengua del justo, porque es sincero, sin la escoria del engaño o de la mala intención. Los
que le oigan serán hechos ricos en sabiduría, serán apacentados con sano alimento del
alma, pues reciben doctrina sustanciosa, sacada de la Palabra de Dios, que es pan de
vida. En cambio, los malos no son buenos para nada: el corazón de los impíos es como
nada, es decir, no tiene valor alguno; sus principios, sus nociones, sus pensamientos y
propósitos y todas las cosas de que está lleno y le gustan, son cosas mundanas y
carnales y, por tanto, de ningún valor.
Así que no sólo no apacienta a otros, sino que muere por falta de alimento espiritual.
Versículo 22
La mayoría de los hombres tienen puesto el corazón en las riquezas materiales, pero
generalmente yerran, tanto en la naturaleza de la cosa que desean como en el modo con
que esperan obtenerla. La riqueza deseable ha de esperarse no por medio de la codicia y
del afán mundano (Sal. 127:2), sino por la bendición de Jehová. Esta es la que
enriquece y no añade tristeza, pues, al ir acompañada de la bendición de Dios, libra al
hombre de las ansiedades y preocupaciones que lleva consigo una fortuna mal
adquirida.
Versículo 23
Para el insensato, el pecado es una diversión. Hasta se burla de las admoniciones y
exhortaciones que se le hacen (comp. 14:9). En cambio, el sabio encuentra su recreo en
la sabiduría misma. No le cuesta trabajo ser bueno, puesto que ama la bondad.
Versículos 24–25
1. A los malvados les irá peor de lo que temen; a los buenos, mejor de lo que
desean., Aunque los malvados vivan confiados en su maldad y hasta se jacten de ella,
no dejan de sufrir a veces serios temores. En cambio, los justos pueden acallar
prontamente los temores que a veces puedan sufrir, pues saben que Dios les ama y les
concede lo que más les conviene. Se les concede de acuerdo con su fe, no con su miedo
(v. Sal. 37:4).
2. La prosperidad de los malvados se acabará pronto y rápidamente, mientras que la
dicha de los justos no tendrá fin.
Versículo 26
Los perezosos no son aptos para que se les encargue ningún asunto de importancia.
Un siervo perezoso causa a su amo una irritación parecida a la que produce el vinagre
en los dientes y el humo en los ojos. Más de un amo ha tenido que llorar por haber
puesto su negocio en manos de un haragán.
Versículos 27–28
La religión sincera prolonga la vida del hombre y corona sus esperanzas y, si sus
días no llegan a ser muchos, al menos serán buenos, pues la esperanza de los justos es
alegría, ya que no avergüenza (v. Ro. 5:5), pues tiene cumplimiento seguro. En
igualdad de condiciones, la vida del malvado es más corta que la del justo, pues la
merman los vicios.
Versículos 29–30
La fuerza y la estabilidad están ligadas a la integridad: El camino de Jehová es
fortaleza para el hombre íntegro, es decir, todo lo que Dios hace por él le fortalece y
corrobora en su integridad, incluso en los momentos adversos. La buena conciencia,
purificada del pecado, le confiere santa osadía.
El gozo de Jehová, que sólo se halla en el camino de Jehová, será nuestra fuerza
(Neh. 8:10) y, por tanto, el justo no será removido; no será sacudido ni retirado de su
sitio. En cambio, la ruina y la destrucción son las consecuencias ciertas de la impiedad.
Versículos 31–32
Proverbios
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Proverbios

  • 1. PROVERBIOS El vocablo hebreo para «proverbio» (mashal) significa «comparación» y se usa para designar símiles, parábolas y proverbios propiamente dichos, es decir, sentencias breves, ya sea de la llamada «sabiduría popular» o, como aquí, de la sabiduría divinamente inspirada. Según 1 Reyes 4:32, Salomón compuso tres mil proverbios. La mayoría de los que se contienen en este libro fueron compuestos por él, concretamente las secciones 1:1–9:18; 10:1–22:16 y 25:1–29:27, aunque los de esta última sección fueron seleccionados por el rey Ezequías (25:1). El capítulo 30 es atribuido a un tal Agur, y el 31 a Lemuel o Muel, de los que nada sabemos. El libro toca los aspectos más interesantes de la vida humana. El primero y principal de los proverbios se halla en el versículo 7 del capítulo 1, un eco de Job 28:28, que ya vimos. CAPÍTULO 1 En este capítulo tenemos, I. El título del libro, que muestra el autor y el objetivo (vv. 1–6). II. El primer principio, encomendado a nuestra consideración (vv. 7–9). III. Una precaución necesaria acerca de las malas compañías (vv. 10–19). IV. Una representación fiel y viva de los razonamientos de la sabiduría con los hombres, y de la ruina segura que les espera a los que se hacen el sordo a esos razonamientos (vv. 20– 33). Versículos 1–6 1. Quién escribió estos dichos sabios y sentenciosos (v. 1). Leemos que son «Proverbios de Salomón», cuyo nombre significa «pacífico». David cuya vida estuvo llena de fatigas y aflicciones, escribió un libro de devoción (Salmos), pues, como escribe Santiago (5:13): «¿está alguno entre vosotros afligido? Haga oración». Salomón, que llevó una vida pacífica, escribió un libro de instrucción, porque cuando las iglesias tenían paz eran edificadas (Hch. 9:31). En tiempo de paz debemos aprender, y enseñar a otros, lo que debemos practicar en tiempo de aflicción. Era hijo de David. Había sido bendecido con una buena educación, y se había orado por él (Sal. 72:1); efecto de ello era su sabiduría y sus buenos servicios. Fue rey de Israel única vez que se le llama así en los libros sapienciales (comp. con Ec. 1:1). Todo el mundo deseaba ir a ver a Salomón para oír su sabiduría (1 R. 10:24), la cual era mayor que la de todos los orientales (1 R. 4:30). 2. Estos proverbios fueron escritos (vv. 2–4) para uso y beneficio de todos. Este libro nos ayudará: (A) Para formarnos nociones correctas de las cosas y tener ideas claras y distintas, a fin de que sepamos cómo hablar y actuar con prudencia. (B) Para distinguir entre la verdad y la falsedad, el bien y el mal. (C) Para ordenar rectamente nuestra conducta (v. 3). Este libro nos dará el conocimiento que puede disponernos para dar a cada uno lo suyo, a Dios lo que es de Dios, en todos los ejercicios de devoción, y a los hombres lo que a los hombres se debe. 3. Son útiles para todos, pero están destinados especialmente: (A) A los simples (v. 4), es decir, a los que se dejan llevar fácilmente por las opiniones de otros y, por tanto, son presa de la indecisión. Con estos proverbios adquirirán la instrucción necesaria para ser sagaces y evitar pecados en los que la ignorancia juega gran papel. (B) A los jóvenes. La juventud abunda en vitalidad, pero también en juicios precipitados, faltos de la necesaria ponderación. (C) También los sabios aprenderán aquí, pues el verdadero sabio es el que sabe que no sabe nada como se debe saber (comp. con 1 Co. 8:2). Si estudian este libro, aumentarán su saber (v. 5) y adquirirán, si ya tienen alguna discreción, destreza; el vocablo hebreo indica experiencia en manejar el timón de un barco; en otras palabras: saber qué curso tomar en cada ocasión y circunstancia de la
  • 2. vida. (D) Todos ellos aprenderán (v. 6) a entender proverbios, etc., es decir, a interpretar los diferentes estilos y géneros literarios y las llamadas «figuras de dicción». Versículos 7–9 En estos versículos, Salomón expone el principio y fundamento de todo el libro, que puede resumirse en dos frases: temer a Dios y honrar a los padres. 1. «El principio del conocimiento(lit.) es el temor de Jehová» (v. 7). La base de toda sabiduría verdadera es el temor de Dios. La frase aparece, con ligeras variantes, en Job 28:28; Salmos 111:10; Proverbios 9:10 y Eclesiastés 12:15, por donde vemos que «conocimiento» y «sabiduría» son, a este respecto, sinónimos, aunque «conocimiento» expresa una experiencia íntima, personal y práctica, no meramente intelectual, propia de la «sabiduría» que es de lo alto (Stg. 3:12), equivalente al «saber de salvación» de 2 Timoteo 3:15. La frase «temor de Jehová» ocurre 15 veces en este libro y, como ya sabemos, significa respeto o reverencia, que incluye acatamiento u obediencia. Así pues, el verdadero sabio comienza por respetar y obedecer a Dios. Por contraste (v. 7b) los necios (hebreo, evilim), «los mentalmente tontos y moralmente irresponsables»— como comenta el Dr. Ryrie, desprecian la sabiduría y la corrección (lit.). 2. A este principio sigue el honor a los padres, el cual se manifiesta primordialmente en la atención que se presta a los consejos y avisos de los progenitores (v. 8). Notemos aquí tres detalles sumamente importantes e interesantes: (A) Salomón supone aquí que los padres cumplen con su deber de enseñar y corregir a sus hijos; y, en el decurso del libro, va a insistir en la necesidad de cumplir con este deber. (B) Exhorta a los hijos a escuchar (a someterse y agradecer) la corrección (reprensión, disciplina, etc.) del padre. El vocablo hebreo (musar) es el mismo del final del versículo 7 y corresponde al griego que se traduce por «corrección» o «disciplina» en Efesios 6:4 y se refiere allí a los «padres» (pater), no «progenitores» indistintamente. (C) también les exhorta (v. 8b) a no descuidar (lit. dejar) la instrucción (hebreo, torat—¡la ley!) de la madre. Es interesante observar que, mientras las leyes de los persas, los griegos y los romanos mandaban que los hijos respetasen los avisos y preceptos de los padres, la ley de Dios manda que se respeten los avisos, instrucciones, y «preceptos» de las madres. Y es de notar que, en realidad, la madre es la verdadera educadora de los hijos, la que les moldea el carácter, mientras el padre les moldea el criterio: la «fijeza de la mente», equivalente literal de «amonestación», en Efesios 6:4. Once veces más aparecen juntos padre y madre, en este libro, en esta tarea educadora. Y en dos lugares más (29:15 y 31:1), sólo se menciona a la madre. «Hijo mío», en Proverbios, tiene el sentido de «discípulo». 3. Con dos bellas comparaciones (v. 9) describe Salomón el buen resultado que al joven se le seguirá de prestar atención a la corrección de su padre y a la instrucción de la madre: guirnalda que agracia la cabeza y collar que adorna el cuello. Comenta J. J. Serrano: «Las comparaciones son apropiadas, pues no es sólo la sabiduría el mejor ornato de la persona, al ceñir la parte más noble del hombre, su entendimiento, representado por la frente, sino que adorna también la voluntad simbolizada por el corazón, sobre el que descansa el collar». Versículos 10–19 Aquí Salomón da otra regla general a los jóvenes para que tengan mucho cuidado con las malas compañías. Los pecadores gustan de tener cómplices en el pecado. Los ángeles que cayeron fueron tentadores casi tan pronto como fueron pecadores. Los perversos (v. 10) no amenazan ni discuten, sino que seducen con lisonjas. Por eso les dice Salomón a los jóvenes: «No consientas, porque, aunque te seduzcan, no pueden forzarte». Para corroborar este consejo que les da,
  • 3. 1. Presenta los falaces argumentos que los perversos usan en sus seducciones, a fin de engañar a las almas inconstantes. Especifica a los bandidos que hacen cuanto pueden para atraer a otros a su banda (vv. 11–14). «Ven con nosotros (v. 11); deseamos tu compañía». Al principio, parece que se contentan con eso; pero pronto apuntan más alto (v. 14): «Echa tu suerte entre nosotros; corramos los mismos riesgos y tengamos las mismas ventajas; tengamos todos una misma bolsa», la del dinero o, más probable, como sugiere J. J. Serrano, la de los dados (paralelismo con la primera parte del v.). Tienen sed de sangre y odian a los buenos, porque con su honradez les avergüenzan y condenan. Con el fin de enriquecerse (v. 13), no reparan en medios: «Preparan asechanzas» (alevosía y premeditación) para matar sin motivo (capricho y saña) al inocente (por tanto, homicidio con todas las agravantes). Llaman a las riquezas (v. 13) «preciosa sustancia» (lit.), cuando no son ni sustancia ni preciosa; son una sombra y son vanidad, especialmente cuando se adquieren por medio del robo (Sal. 62:10). Compárese el versículo 12 con Números 16:30–33. 2. Muestra lo pernicioso de tal conducta (v. 15): «Hijo mío, no vayas de camino con ellos; aparta tu pie de sus veredas; no sigas su ejemplo, no hagas lo que hacen ellos. Considera su camino (v. 16): Sus pies corren hacia la maldad, a lo que desagrada a Dios y es dañoso a la humanidad, pues van presurosos a derramar sangre». El camino del vicio es como un plano inclinado hacia abajo, en el que no sólo no se puede parar, sino que cada vez se cae más hondo y más deprisa mientras se continúa en él. Se les dice que tal camino conduce a la perdición, y, sin embargo, persisten en él. El versículo 17 ha desconcertado a muchos comentaristas, pero, a la vista del contexto posterior, el sentido es el siguiente: Un ave evita, por instinto, caer en la red o lazo que se tiende ante sus ojos, pero a estos perversos les ciega de tal modo su codicia, que no se dan cuenta de que se meten ellos mismos en el peligro. Versículos 20–33 Después de mostrar cuán peligroso es prestar oídos a las tentaciones de Satanás, Salomón muestra ahora cuán peligroso es no prestar oídos a los llamamientos de Dios. 1. Por medio de quién nos llama Dios:—Por medio de la sabiduría, la cual clama en las calles, alza su voz, etc.» (vv. 20, 21). El hebreo está en plural: «sabidurías», porque la sabiduría de Dios es, no sólo infinita, sino también «multiforme» (Ef. 3:10). Dios habla a los hombres por medio de todas las clases de sabiduría: (A) El entendimiento humano es sabiduría, la luz y la ley de la naturaleza, los poderes y las facultades de la razón y el oficio de la conciencia (Job 38:36). (B) El gobierno civil es sabiduría, cuyos vicegerentes son los magistrados. (C) La revelación divina es sabiduría; todos sus dictados, todas sus leyes, son sabios como la sabiduría misma. Por medio de las Escrituras, de sus siervos los profetas y de todos los ministros de su Palabra, Dios declara a los pecadores sus sabias enseñanzas, promesas, advertencias y amenazas. (D) Cristo es la sabiduría, pues en Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col. 2:3), y Él es el centro de la revelación divina; no sólo la Sabiduría misma (v. Lc. 7:35), sino el Verbo de Dios, la Palabra eterna, por medio de la cual nos habla Dios de forma definitiva y exhaustiva (He. 1:1–3), y a quien ha dado todo juicio (Jn. 5:22). 2. La sabiduría clama: (A) Muy públicamente: en las calles, en las plazas, en los lugares más concurridos, en las entradas de las puertas de la ciudad (vv. 20, 21), para que todo el que tenga oídos pueda oír. La filosofía humana se enseñaba en colegios y universidades, pero la sabiduría divina se enseña en los lugares donde concurren, no sólo los sabios, sino el pueblo llano. (B) Muy patéticamente: clama, grita, con toda claridad y con todo afecto.
  • 4. Dios desea ser oído bien y por todos, pues desea que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Ti. 2:4). 3. Cuál es el llamamiento de Dios por medio de la sabiduría: (A) Reprende a los pecadores por su necedad y por su obstinación (v. 22). Los simples aman la simpleza. Obran neciamente y se gozan en sus necedades malvadas como quien se halla en su propio elemento. Los insolentes se complacen en la insolencia y hacen burla de todo lo que se les dice. Los insensatos aborrecen el conocimiento. Estos son los peores, pues se niegan a aprender lo que más les conviene. Dios desea la conversión de los pecadores y no su ruina; por eso, espera paciente («¿hasta cuándo …?»), dispuesto a razonar con ellos (Is. 1:18). (B) Les invita a arrepentirse y volverse sabios (v. 23): «Volveos, es decir, convertíos, a mi reprensión: Recobrad la sanidad de juicio (comp. Lc. 15:17) y volveos a Dios y a vuestro deber, y viviréis. Los que aman la simpleza se encuentran en impotencia moral de cambiar su mentalidad y su conducta; no se pueden convertir por su propio poder. Por eso les dice Dios: «He aquí yo derramaré mi espíritu sobre vosotros (comp. con Jl. 2:28); poneos a disposición del Espíritu Santo, y la gracia de Dios obrará en vosotros el querer y el hacer lo que, sin esa gracia, nunca podríais llevar a cabo. El Espíritu de Dios usa como medio de la gracia la palabra de Dios: «Y os daré a conocer mis palabras» (v. 23c), es decir, no sólo os las diré, sino que os las haré entender. (C) A los que continúan obstinados en rehusar los medios de gracia les lee la sentencia (vv. 24–32). El crimen es, en pocas palabras, rechazar el ofrecimiento de la gracia y rehusar someterse a las condiciones del Evangelio, lo que les habría salvado de la maldición de la ley de Dios y del dominio de la ley del pecado. Cristo extiende los brazos para ofrecerles el perdón, pero no hubo quien atendiese (v. 24). Desecharon su consejo y no aceptaron su reprensión (v. 25). Esto se repite en el versículo 30. No admiten el gobierno de la razón ni el de la revelación, ya que aborrecieron la sabiduría y no escogieron el temor de Jehová (v. 29). Por no recibir el beneficio de la misericordia de Dios cuando les fue ofrecido, caerán justamente víctimas de su justicia (29:1). Les llegará la desgracia (v. 26) que temían; vendrá como un torbellino (v. 27) y les tomará por sorpresa, pues vendrá de repente. Los versículos 26–28 han de entenderse a la luz del contexto posterior. No significan que Dios niegue su auxilio a quien lo pide, sino que, al obstinarse en no escuchar la voz de Dios, comerán el fruto de lo que sembraron, pues, como las vírgenes de Mateo 25:10–13, hallarán cerrada la puerta, lo cual es una figura para dar a entender que, con la muerte, se acaba el tiempo de la oferta de la gracia. (D) Concluye asegurando que los que se someten a las instrucciones de la sabiduría disfrutarán de paz y tranquilidad (v. 33). Estarán bajo especial protección del Cielo, de forma que nada les producirá verdadero daño. No sólo están libres de desgracia, sino también del temor a la desgracia. CAPÍTULO 2 En este capítulo, Salomón describe los buenos resultados de seguir las instrucciones de la sabiduría. I. Les muestra a los que están dispuestos a ser instruidos que, si usan los medios del conocimiento y de la gracia, obtendrán de Dios el conocimiento y la gracia que buscan (vv. 1–9). II. Les muestra también las ventajas que se les seguirán con esto: 1. Serán preservados de las redes y lazos de los malvados (vv. 10–15) y de las malas mujeres (vv. 16–19). 2. Serán guiados y guardados en el camino de los buenos (vv. 20– 22). Versículos 1–9
  • 5. 1. Los medios que hemos de usar para obtener sabiduría: (A) Hemos de prestar atención a la Palabra de Dios, que puede hacernos sabios para salvación (vv. 1, 2, comp. con 2 Ti. 3:15). Las palabras de Dios son fuente y norma de sabiduría y entendimiento. Muchas cosas sabias pueden hallarse en los escritos de hombres sabios, pero en la divina revelación todo es sabiduría. (B) Hemos de pasar mucho tiempo en oración (v. 3), clamando a la prudencia o discernimiento (hebreo, bináh) y dando voces a la inteligencia (hebreo, tebunáh), vocablos sinónimos de sabiduría (hebreo, jokmá) y conocimiento (hebreo dáat). (C) Hemos de estar dispuestos también a esforzarnos y fatigarnos (v. 4) por buscar la sabiduría; «como a la plata … como a tesoros» no quiere decir que la hayamos de buscar como buscaríamos la plata, etc., sino como se esfuerzan y fatigan los que excavan en las minas. 2. El éxito que hemos de esperar si usamos tales medios. Nuestras fatigas no serán en vano, pues entenderemos el temor de Jehová, esto es, sabremos cómo hemos de adorarle y servirle, y hallaremos el conocimiento de Dios (v. 5), el cual es necesario para que nuestro temor de Dios sea como debe ser. También sabremos cómo conducirnos con los hombres (v. 9), pues entenderemos las tres cualidades que proceden de la sabiduría: justicia, juicio y equidad (comp. con 1:3), que corresponden a nuestras relaciones con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos y vienen a equivaler (si lo leemos a la inversa) a «sobria, justa y piadosamente» de Tito 2:12. En efecto, justicia (hebr. tsédeq) es la cualidad que regula nuestra relación con Dios; juicio (heb. mispat) equivale a la «honradez» en nuestro trato con los demás; y equidad (heb. mesharim, de yashar = recto) expresa la «rectitud» personal. 3. El fundamento que tenemos para esperar el éxito en nuestra búsqueda de la sabiduría; los ánimos para ello hemos de esperarlos únicamente de Dios (vv. 6–8). (A) «Porque Jehová da la sabiduría» (v. 6), pues Él es la Sabiduría infinita y fuente de toda sabiduría verdadera. (B) «De su boca nacen el conocimiento y la inteligencia» (v. 6b). Todo lo que nos hace realmente sabios procede de la Palabra de Dios, tanto escrita como predicada por sus fieles ministros. (C) Dios provee de esa sabiduría a los que están sinceramente dispuestos a hacer su voluntad (vv. 7, 8). Nótese que esa sabiduría provee a los rectos, en paralelismo de sinonimia con los santos, de una defensa completa: aptitud para improvisar soluciones acertadas (este es el significado del hebreo tushiyáh), escudo, guardia y preservación. Y todo esto lo da Dios, por medio de su sabiduría. Así que, si buscamos la sabiduría en Él, Él nos guardará en todos nuestros buenos caminos, que son los de la justicia, el juicio y la equidad del versículo 9, comp. con los versículos 7 y 8. Versículos 10–22 La verdadera sabiduría nos preservará de las sendas del pecado y nos hará mayor favor que si nos enriqueciese con todos los bienes de este mundo. En efecto: 1. Nos libra del mal camino de los hombres perversos (vv. 11–13). Si la sabiduría de Dios entra en el corazón (v. 10), no sólo en la cabeza, da conocimiento, discreción e inteligencia para protegerse, con claridad de juicio y sana libertad de voluntad, de los principios corrompidos de hombres profanos y sin Dios, que se complacen en el vicio, buscan las tinieblas y andan por veredas tortuosas (vv. 12–15). Dice J. J. Serrano: «Estos versos caracterizan a los enemigos del joven como depravados y faltos de sinceridad en pensamientos, palabras y obras». Los que odian la luz, odian la verdad y, por consiguiente, aman las tinieblas y la mentira. 2. Nos libra también de los peligros de la mujer extraña (vv. 16–19). Llama así a la adúltera, porque es «ajena», es decir, de otro. Nótense sus malas cualidades: (A) Es lisonjera (v. 16b), esto es, halaga con buenas palabras, pero es falsa en lo que dice, pues siente tanto afecto como el que sentía Dalila hacia Sansón; sólo le interesa satisfacer sus
  • 6. bajos instintos y hacerse con el dinero del joven. (B) Es infiel a su marido (v. 17), lo que equivale a quebrantar el pacto de su Dios (v, 17b). Este es el sentido que exige el paralelismo (comp. también con Éx. 20:14), por lo que el adulterio es pecado contra Dios y contra el hombre, contra la religión y contra la justicia. Es menester que la discreción preserve al hombre no sólo de la mujer extraña, sino también de su casa (v. 18), pues entrar en ella es ponerse en ocasión incitante al pecado, y es un pecado que pronto se convierte en vicio que embota la inteligencia, endurece el corazón y conduce al hombre por la pendiente que conduce a la muerte. Por eso, es extremadamente raro el caso de que, una vez metido en las redes de este vicio, se recobre el hombre hasta alcanzar otra vez los senderos de la vida (v. 19). 3. Nos conduce y preserva por el camino de los buenos (v. 20). Cosa sabia es andar por tal camino (v. Jer. 6:16; He. 6:12; 12:1), pues las veredas de los rectos son sendas de vida (v. 21), mientras que los impíos van por caminos de muerte, pues serán cortados y hasta desarraigados de la tierra (v. 22). CAPÍTULO 3 Este capítulo es uno de los más excelentes de todo el libro, tanto por las razones que da para persuadirnos a ser buenos como por las instrucciones que para ello nos ofrece. I. Debemos ser constantes en el camino del deber, pues ese es el camino de la felicidad (vv. 1–4). II. Debemos vivir en dependencia de Dios, pues ese es el camino de la seguridad (v. 5). III. Debemos conservar el temor de Dios, pues ese es el camino de la sanidad (vv. 7, 8). IV. Debemos servir a Dios con nuestros bienes de fortuna, pues ese es el camino de la prosperidad (vv. 9, 10). V. Hemos de soportar con paciencia nuestras aflicciones, pues ese es el camino de la comodidad (vv. 11, 12). VI. Hemos de poner toda diligencia en obtener la sabiduría, pues ese es el camino de alcanzarla (vv. 13–20). VII. Hemos de gobernarnos con las normas de la sabiduría, pues ese es el camino de la tranquilidad (vv. 21–26). VIII. Hemos de hacer a nuestros prójimos todo el bien que podamos y ningún mal (vv. 27–35). Versículos 1–6 Una vida de comunión con Dios produce inefables beneficios. 1. Hemos de observar continuamente los preceptos de Dios (vv. 1, 2), y hacer de ellos la norma de nuestra conducta. Y hemos de observarlos de todo corazón. Para animarnos a someternos a todas las restricciones y ordenanzas que nos impone la ley de Dios, se nos asegura aquí (v. 2) que ese es el camino cierto para la longevidad y la prosperidad. Ni aun los días de la vejez serán malos, sino días en los que hallaremos placer: «te añadirán … años de vida y paz». «Mucha paz tienen los que aman tu ley» (Sal. 119:165). 2. Hemos de recordar continuamente las promesas de Dios, que van anejas a los preceptos de Dios: «gracia y buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres» (v. 4) es promesa para los que obran con bondad y fidelidad (v. 3), ya que estas cualidades se atribuyen precisamente, con mucha frecuencia, a Dios (Dt. 7:9, etc.), pero aquí, como en 14:22; 16:6; 20:28 se atribuyen a los hombres (sin contar los lugares en que sólo el jesed—amor o bondad—está explícito). Toda persona piadosa busca, ante todo, el favor de Dios, aunque no haya de despreciarse la estima de los hombres (Est. 10:3). 3. Hemos de atender continuamente a la providencia de Dios, a fin de depender de Él, con fe y oración, en todos nuestros asuntos. Hemos de fiarnos de Jehová con todo el corazón (v. 5, comp. con Sal. 37:3, 5), no en nuestras propias opiniones, aunque nos parezca que el asunto es como camino trillado, cosa fácil para la que no necesitamos consejo de nadie. En todos nuestros caminos hemos de reconocerle (v. 6): tener comunión con Él y reconocer su mano, poniéndonos en todo a su disposición, pues Él
  • 7. hará derechas nuestras veredas, promesa que se repite en 11:5; 15:21 (comp. con Is. 45:13); nuestro camino será seguro y fácil, con un feliz resultado. Versículos 7–12 Tenemos aquí tres exhortaciones, cada una de ellas corroborada con buenas razones: 1. Debemos vivir en humilde y respetuosa sumisión a Dios y a su gobierno (v. 7): «teme a Jehová y apártate del mal», es decir, si temes a Dios te apartarás del mal, pues lo segundo es consecuencia de lo primero. Para animarnos a vivir así en el temor de Dios, se nos promete (v. 8) que nos aprovechará incluso corporalmente como alimento para los músculos (lit. el ombligo) y para el tuétano de los huesos. Con el vigor del cuerpo, el espíritu adquirirá también mayor firmeza para tomar las resoluciones pertinentes; por otra parte, la prudencia, la templanza y la sobriedad, la calma mental y el buen gobierno de las pasiones, que la religión nos enseña, no sólo fortalecen la salud del alma, sino también la del cuerpo. 2. Debemos hacer buen uso de nuestros medios de fortuna, pues ése es el camino recto para incrementarlos (vv. 9, 10): «Honra a Jehová con tus bienes, etc … y serán llenos tus graneros, etc.». Las riquezas de este siglo son secundarias, frágiles, efímeras; sin embargo, aun en esto suele Dios bendecir al que honra a Dios, especialmente al que le honra con el buen uso de ellas. Sin embargo, como hace notar Cohen, la recompensa que esas bendiciones materiales suponen no se presenta en la Biblia como un incentivo para la buena conducta. Por eso, dice el salmista (Sal. 112:1): «Dichoso el hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos (no en la recompensa) se deleita en gran manera». 3. Debemos conducirnos rectamente bajo las aflicciones (vv. 11, 12). No hemos de menospreciar la reprensión (hebreo musar, el mismo vocablo de 1:8) de Jehová; es decir, no hemos de tomarla a la ligera como si nada tuviese que ver con nosotros, sino que, al ver en ella un propósito benéfico de Dios, hemos de sacar de ella el beneficio que Dios intenta. No se nos pide que seamos estoicos, duros como piedras, a fin de que las aflicciones nos hagan menos daño, pero tampoco hemos de sentir asco de ellas (ése es el sentido del verbo en hebreo, en vez de «fatigarse»), pues la aflicción es disciplina del Señor (comp. con He. 12:6–11), y Él conoce de qué estamos hechos (Sal. 103:14) y hasta dónde podemos aguantar (1 Co. 10:13). No estamos hablando de una justicia vindicativa, sino de una corrección paternal para nuestro mayor bien. Versículos 13–20 Dichoso el hombre que halla la sabiduría, la verdadera sabiduría, que consiste en conocer y amar a Dios, y en conducirse enteramente de acuerdo con su verdad, su providencia y su ley. 1. Qué sabiduría es la que hace feliz. Feliz es el hombre que, al hallar la verdadera sabiduría, la hace suya extrayendo entendimiento, como dice el original hebreo. No la tiene en sí, pero la extrae con el cubo de la oración de la fuente que ofrece generosamente sabiduría (Stg. 1:5). Se fatiga en ello, como quien extrae oro de una mina, porque le da un valor mayor que el de la plata, oro o piedras preciosas (v. 14). Es la perla de gran valor (Mt. 13:45, 46), por cuya adquisición bien vale la pena venderlo todo. «Compra la verdad», dirá después (23:23); no dice a qué precio, pero bien se da a entender que cualquier precio es bueno para obtenerla, antes que perderla. 2. La dicha de los que la hallan es una dicha transcendente, como podemos ver (vv. 14, 15, comp. con Job 28:15 y ss.). Es un saber para salvación eterna (2 Ti. 3:15), con la que no se puede comparar ningún bien de este mundo. El universo entero no puede proveer el rescate de un alma que se va a perder por falta de la verdadera sabiduría. Los versículos 16–18 vienen a explanar lo que ha dicho en el versículo 2. La sabiduría aparece aquí como una reina, que reparte dones a diestra
  • 8. y siniestra a quienes son sus fieles súbditos. Ofrece longevidad en su mano derecha, pues da consejos y proporciona métodos para prolongar la vida (hasta la eternidad) y en su mano izquierda ofrece riquezas y honor. El sentido de este binomio se entiende mejor al comparar este lugar con Éxodo 28:2, 40 e Isaías 35:2. El deleite (v. 17) que ofrece es de la mejor calidad, pues ningún placer de los sentidos puede compararse con el que las almas piadosas hallan en la comunión con Dios y en hacer el bien a todos. La mención del árbol de la vida (v. 18, comp. con Gn. 2:9) sugiere que es para el alma lo que dicho árbol habría sido para nuestros primeros padres si se hubiesen alimentado de él en lugar de comer del árbol prohibido (comp. también con Ap. 2:7; 22:2). Llega a ser una participación de la propia dicha de Dios (vv. 19, 20), quien con la sabiduría (8:22 y ss.) llevó a cabo la obra de la creación. Versículos 21–26 1. Aquí se nos exhorta a tener siempre a la vista y en el corazón las normas de la piedad sincera (v. 21): «Hijo mío, no se aparten estas cosas de tus ojos; que no se aparten de ellas tus ojos para irse tras la vanidad. Tenlas siempre presentes, cultívalas y practícalas mientras vivas. Guárdalas en tu corazón como en cofre de tesoros, pues es ahí donde anidan la prudencia y la discreción». 2. El argumento para corroborar esta exhortación se toma de las inefables ventajas que nos proporciona la sabiduría (v. 22): «Y serán vida para tu alma (comp. con v. 18); te avivarán el sentido del deber y te fortalecerán durante tus aflicciones cuando comiences a sentirte débil y decaído. También serán gracia para tu cuello, como un hermoso collar de perlas o una cadena de oro. Entonces (v. 23) andarás por tu camino confiadamente, y tu pie no tropezará (comp. Sal. 91:12); caminarás bajo la protección de la providencia y de la gracia, mientras no seas tú quien se expone al peligro. El camino del deber es el camino de la seguridad. Ella te servirá de estupenda medicina contra los temores nocturnos a los ladrones, a los espectros, al fuego, etc. (v. 24) y aun contra el pavor repentino (v. 25), es decir, contra una experiencia aterradora que sobreviene de súbito, puesto que el Padre que vela por nosotros no duerme ni puede haber cosa alguna que le tome por sorpresa. El mejor remedio para tener una buena noche es tener una buena conciencia. Versículos 27–35 Vienen ahora normas concernientes a nuestra relación con el prójimo. 1. Debemos dar a cada uno lo suyo, tanto lo que se le debe en justicia como lo que exige la caridad, y eso sin dilaciones ni excusas (vv. 27, 28). El contexto indica que se trata especialmente del prójimo pobre, a quien hay que dar lo que necesita sin hacerle esperar. Prometer para mañana (v. 28) lo que se puede dar hoy, además de ser injusto, es problemático pues nadie sabe si vivirá mañana ni el que debe dar ni el que necesita recibir. Este deber incluye: (A) El pago de deudas; (B) El pago de rentas y salarios; (C) La provisión para nuestros familiares necesitados; (D) Nuestra contribución tanto para la iglesia como para el Estado; (E) La buena disposición para todo acto de amistad y humanidad, a fin de aliviar problemas y necesidades locales, nacionales y mundiales de toda índole. 2. Nunca hemos de tramar ningún daño contra nadie (v. 29), sobre todo cuando nuestro prójimo está confiado, es decir, no sospecha ningún mal de nuestra parte y, por ello, no se pone en guardia. 3. No hemos de ser foco de contención o discordia (v. 30); «No tengas pleito con nadie sin motivo». Es aquí donde el amor juega un importante papel (v. 1 Co. 13:4–7), pues no piensa mal. La mayoría de los pleitos perjudiciales surgen de sospechas infundadas, y son por mala intención que quizá fue inadvertencia. Ir a los tribunales debe ser el último recurso.
  • 9. 4. No hemos de envidiar la prosperidad de los malhechores (v. 31, comp. con Sal. 73:3), ni ceder a la tentación de imitarles. Para mostrar cuán pocos motivos tienen los santos para envidiar a los pecadores, Salomón compara, en los últimos cuatro versículos de este capítulo, la condición de unos y de otros: (A) Los santos gozan de íntima comunión con Dios, pero Los perversos son abominables a los ojos de Jehová. El que no odia nada de lo que creó, se ve en la necesidad de abominar a quienes de tal modo han corrompido lo que Dios hizo en ellos. Los más dulces y benditos secretos del amor de Dios son comunicados a sus amigos (comp. con Jn. 15:15). (B) Los santos, y su morada, descansan bajo la bendición de Dios (v. 33), aunque su morada sea simplemente un «aprisco de ovejas», como da a entender el original, mientras que la «casa» (de suyo, morada fija y permanente) del impío está bajo la maldición de Jehová ¿De qué le sirve vivir en un palacio, si es un palacio maldito? (C) Aun lo que Dios da a los escarnecedores o burladores (v. 34), lo da burlándose de ellos. Este parece ser el sentido del original. En otras palabras, les paga con su misma moneda. En cambio, a los humildes les muestra siempre su favor, pues al que se humilla a sí mismo, no de palabra falsa, sino de obra sincera, Dios lo enaltece. (D) Los santos son los verdaderos sabios (v. 35), por lo cual recibirán respeto y aprobación de quienes saben apreciar la verdadera sabiduría, mientras que los necios en sentido moral (hebr. kesilim) terminarán en perpetua confusión e ignominia. CAPÍTULO 4 En este capítulo, Salomón inculca, con gran variedad de expresiones, las mismas cosas de las que había tratado en los capítulos anteriores. I. Una seria exhortación al deseo y estudio de la verdadera sabiduría (vv. 1–13). II. Una necesaria advertencia contra las malas compañías (vv. 14–19). III. Instrucciones para adquirir y conservar la sabiduría a fin de dar frutos de sabiduría (vv. 20–27). Versículos 1–13 1. Invitación de Salomón a sus hijos (vv. 1, 2): «Escuchad, hijos, la instrucción de un padre». Contra la opinión de J. J. Serrano—nota del traductor—y al seguir la del rabino Cohen y del propio M. Henry—creemos que aquí no se trata de «discípulos», sino de verdaderos «hijos»—. La instrucción de un padre sabio ha de ser atendida con toda diligencia, pues ese es el modo de adquirir cordura (hebreo, bináh, esto es, tanto entendimiento como discernimiento). Tanto los magistrados como los ministros de Dios han de mostrar un particular interés en instruir a sus hijos, pues a mayor conocimiento corresponde mayor responsabilidad. Comenta Malbim que la expresión de «un padre», en contraste con 1:8 («tu padre»), «insinúa que está impartiéndoles una instrucción paternal que él mismo había recibido de su padre». Esto se confirma por el vocablo usado en la primera parte del v. siguiente para expresar esa instrucción, ya que el hebreo leqaj significa «lo que se ha recibido» de los antepasados. En 2b, el vocablo hebreo es torat, enseñanza que consiste en instrucciones basadas en la Ley. La religión tiene a la razón de su lado y nos da enseñanzas fundadas en verdades ciertas y en normas seguras. 2. Instrucciones que les da. Él las recibió de sus padres y enseña a sus hijos lo mismo que a él le enseñaron (vv. 3, 4). Sus padres le amaban y, por tanto, le enseñaron: «Yo fui hijo de mi padre» (v. 3), no es una perogrullada; el sentido es: «hijo escogido y obediente», como entendieron los LXX («también yo fui hijo obediente de mi padre»), aun cuando así trastornaron el orden del hebreo y tradujeron por «obediente» el hebreo raj, tierno. Para su madre (3b) había sido el «preferido» (hebreo yajid, único). Es cierto que Betsabé dio a David cuatro hijos (1 Cr. 3:5), pero Salomón fue el preferido de sus padres y el escogido de Dios. Quizá fue David más estricto en la educación de Salomón que en la de los otros hijos, pues, además de la excesiva condescendencia que mostró
  • 10. con los caprichos de Amnón y Absalón, se nos dice expresamente en cuanto a Adonías (1 R. 1:6) que «su padre nunca le había lastimado» (lit.; esto es, «contrariado»). Aunque Salomón sobrepasó después a su padre en sabiduría, no tuvo empacho en referirse con respeto a las enseñanzas que de él había recibido. Si resulta útil buscar las sendas antiguas (Jer. 6:16) ¿por qué hemos de despreciar las enseñanzas antiguas? Aunque no hemos de ser seguidores serviles de los maestros que nos precedieron, tampoco hemos de despreciar lo mucho bueno que nos legaron. 3. Al pasar ya a detallar las principales instrucciones que les da, vemos que consisten (vv. 4–13) en preceptos y exhortaciones acerca del valor de la sabiduría, conforme le había enseñado su padre; y por cierto, lo había hecho con gran interés e insistencia: (A) Le había preceptuado retener sus palabras (v. 4. Lit.), las buenas lecciones que le había dado; sus dichos (v. 10), expresiones sueltas, llenas de prudencia; había de retenerlos, guardarlos para vivir una vida honesta útil y dichosa (v. 4); retenerlos en el corazón, no sólo en la cabeza, pues sólo cuando arraigan en convicciones dan buen fruto las lecciones. No había de olvidar ni dejar la sabiduría, sino guardarla, para ser guardado; amarla, para ser protegido por ella; ensalzarla, para ser por ella ensalzado; abrazarla, para ser honrado y adornado por ella (vv. 4–9). Ella otorga longevidad, rectitud, seguridad, vida (vv. 10–13). (B) Para corroborar estas exhortaciones, que son mandamientos (mitsotay, v. 4), enaltece la sabiduría como algo que tiene valor supremo (v. 7): «Lo primordial (es la) sabiduría; adquiere sabiduría» (ésta es la mejor versión). Todas las demás cosas de este mundo, comparadas con ella, son de valor secundario; por eso, hay que adquirirla (v. 5), comprarla, a cualquier precio (23:23). La sabiduría verdadera nos recomienda a Dios, embellece el alma, nos capacita para vivir una vida santa, útil, llena de sentido, y nos encamina derechamente a la vida que no tendrá fin. No es extraño, pues, que haya de adquirirse aun a costa de todas las posesiones (v. 7b). Es cierto que esta sabiduría es un don de Dios, como lo fue para Salomón, pero Dios la da a quienes la piden (Stg. 1:5) y a quienes se esfuerzan por hallarla. Si no podemos llegar a ser maestros de sabiduría, seamos amantes (v. 6) de sabiduría. Versículos 14–19 Si esta porción continúa con exhortaciones de David a Salomón o marca un recomienzo de los consejos del propio Salomón no es de fácil solución. M. Henry se inclina por eso último, pero la mayoría de los autores no parecen advertir aquí ningún corte, tanto más cuanto que toda la porción restante (vv. 14–27) no hace sino ampliar la alegoría de los dos caminos, ya iniciada anteriormente, especialmente a partir del versículo 11. En los versículos que siguen, se nos previene contra los caminos de los malvados. Veamos: 1. La advertencia misma (vv. 14, 15): «No entres por la vereda de los malvados, etc.». El término hebreo reshaím contra los que pecan contra Dios de modo directo, mientras que el «raím» del segundo estico (lit. malos) indica los que pecan directamente contra el prójimo. La exhortación del versículo 15 da a entender, no sólo la precaución de no poner los pies en el mal camino, sino también la de mantenerse lo más lejos posible de él. Nunca hemos de pensar que nos apartamos demasiado de tal camino; un pequeño acercamiento supone una gran concesión a la tentación que implica la compañía de los malvados. 2. Las razones que corroboran esta precaución: «considera el carácter de tales hombres: Son tan malos que no duermen tranquilos si han pasado el día sin cometer
  • 11. alguna maldad de bulto (v. 16); para ellos, el crimen es su comida y su bebida (v. 17); en realidad, comen y beben de lo que han robado a viva fuerza, por la rapiña y la opresión. Pero, aunque ellos piensen que prosperan, su camino se va estrechando, y aun oscureciendo, progresivamente; de forma que, faltos de luz verdadera, acaban por tropezar y caer, sin percatarse siquiera de la causa de su final desventura (v. 19). En cambio (v. 18), «la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (comp. con Job 22:28). Cristo es nuestra luz (Jn. 8:12) y nuestro camino (Jn. 14:6). Los justos caminan guiados por la Palabra de Dios, la cual es luz para el camino y para los pies (Sal. 119:105); ellos mismos son luz en el Señor (Ef. 5:8) y caminan en la luz como Él (Dios) está en la luz (1 Jn. 1:7). Es una luz que brota en la oscuridad (Is. 58:10) y crece, brilla más y más; no es como la luz del meteoro, que desaparece pronto, ni como la luz de la candela, que se debilita hasta apagarse, sino como la del sol, que brilla más cuanto más sube. Versículos 20–27 Tras exhortarnos a no hacer el mal, ahora nos exhorta a hacer el bien. 1. Los dichos de la sabiduría deben ser nuestras normas de conducta; por eso hemos de inclinar el oído a ellas (v. 20); escucharlas con sumisión y prestarles diligente atención, sin perderlas de vista (v. 21, comp. con 3:21). Hemos de guardarlas en nuestro interior (comp. con 2:1) como se guarda un tesoro que se teme perder. La razón por la que hemos de estimar así las palabras de la sabiduría es que ellas serán para nosotros alimento y medicina (v. 22), como el árbol de la vida (Ap. 22:3). Así como nuestra vida espiritual comenzó mediante la Palabra (Jn. 3:5; 1 P. 1:23), así también se ha de conservar y mantener por medio de la Palabra. La segunda parte del versículo 22 es una variante de 3:8. En la Palabra de Dios hay un remedio adecuado y completo para todas las enfermedades espirituales y aun para muchas enfermedades físicas. 2. Especial vigilancia necesita nuestro corazón (v. 23) «porque de él mana la vida». Al ser el corazón el centro y la fuente de nuestra conducta hemos de velar para que de él salgan actividades santas, según las normas de Dios y en docilidad a la conducción del Espíritu, pues así no saldrán las corrupciones de nuestra naturaleza caída. Guardar el corazón es albergar buenos pensamientos y acallar los malos, poner el afecto en los objetos que lo merecen y dentro de los límites debidos. Muchos son los modos de guardar un objeto: el cuidado, la fuerza y la petición de la ayuda necesaria. 3. Otro objeto de especial vigilancia son los labios (v. 24), puertas por las que sale lo que hay en el corazón (Mt. 12:34; Lc. 6:45). El hebreo usa dos vocablos que significan respectivamente «torcedura» (de boca) y «desviación» (de labios). En ambos casos vienen a significar, con la mayor probabilidad «falsificación de la verdad», en la que se incluyen la mayoría de los pecados de la lengua. 4. El versículo 25 nos exhorta a mirar rectamente; un corazón recto, así como incita a hablar rectamente, también incita a mirar rectamente; ésta es la recta intención que el Señor recomendó bajo la expresión «ojo sano» (Mt. 6:22). Si ponemos nuestros ojos fijos en el Señor (He. 12:2), no los desviaremos a ninguna mala parte. 5. Finalmente, hemos de vigilar nuestros pies (vv. 26, 27): «Examina (lit. pesa) la senda de tus pies». Como si dijera: «Pondera bien las alternativas para no vagar sin rumbo, sino poder pisar firme y fuerte. Pon en un platillo de la balanza la Palabra de Dios, y en el otro lo que has hecho o vas a hacer, y mira a ver si coinciden; no obres con precipitación; y, una vez que hayas escogido el sendero recto, no te desvíes a ningún lado (v. 27)». CAPÍTULO 5 El objetivo de este capítulo es parecido al del capítulo 2. Tenemos aquí: I. Una exhortación a conocer y obedecer las leyes de la sabiduría en general (v. 2). II. Una
  • 12. advertencia particular contra el pecado de prostitución (vv. 3–14). III. Remedios contra ese pecado: 1. El amor conyugal (vv. 15–20). 2. Consideración de la omnisciencia de Dios (v. 21). 3. Miedo al final miserable de los malvados (vv. 22, 23). Versículos 1–14 1. Un solemne prefacio para dar paso a las importantes advertencias que siguen. «Hijo» vuelve a significar «discípulo». Salomón quiere aquí que el alumno concentre bien su atención sobre lo que le va a decir. No es «ciencia» lo que va a comunicar, sino «conocimiento» (hebr. dáat) interior, penetrante, experimental. Las enseñanzas de Salomón no tenían por objeto llenar de ideas la cabeza, sino de normas prácticas el corazón. 2. La advertencia misma es que el alumno (todo el que esto lea) se abstenga de la «mujer extraña», es decir, «ajena», como en 2:16. No se trata aquí, por consiguiente, del adulterio espiritual o idolatría, sino del adulterio carnal. Bajo la metáfora de «miel» (v. 3) se expresan las palabras seductoras de la mala mujer. La suavidad del aceite (comp. Sal. 55:21) sirve aquí de símil por el que dichas palabras se asemejan a la facilidad con que el aceite se desliza y penetra sin hacer ruido, sin golpear, sin herir, pero véase el contraste (v. 4): «su fin es amargo como el ajenjo, aguzado como espada de dos filos». Así, sin notarlo, el que se adhiere a la mujer ajena, sigue la misma ruta de ella: ruta de muerte, puesto que sus pasos, sus mismos caminos, están desviados del camino de la vida (vv. 5, 6). Nótese que todos los «su» o «sus» de los versículos 3–6 son femeninos («de ella») en el hebreo. Consideremos, pues, cuán falsos y engañosos son todos los encantos, los atractivos, las palabras seductoras de la adúltera. Es probable que, en lugar de «se percate» (v. 6), haya de leerse «te percates», al ser la forma del verbo igual para ambas personas, lo cual cuadra mejor con el contexto. Es, pues, ella la que no quiere que los hombres se percaten de lo que les espera, pues si se percatasen, se apartarían de ella. Ignoran las maquinaciones de Satanás (2 Co. 2:11) quienes no entienden que el principal objetivo que persigue él en todas sus tentaciones es impedirnos escoger la senda de la vida. 3. La urgencia e insistencia de la admonición (vv. 7, 8): «Aleja de ella tu camino; si llegas a cruzarte con ella en el camino, escoge otra ruta, antes que exponerte al peligro; no te acerques a la puerta de su casa; camina por el otro lado de la calle; mejor aún, vete por otra calle aunque tengas que dar un rodeo». Tal es la yesca que nuestra corrompida naturaleza contiene, que es una locura, bajo cualquier pretexto, ponerse cerca del fuego. La palabra que traducimos por «honor» (v. 9) suele significar «esplendor» o «majestad», pero también «vigor» (Dn. 10:8), pero, a la vista del contexto, podría significar las posesiones, y aun la vida, a manos del marido ofendido. Sea por la pérdida de las fuerzas físicas a causa de la vida disoluta, o de los bienes de fortuna a causa del despilfarro o de la revancha del marido (¿el «cruel» de 9b?), lo cierto es que el que se une a la adúltera terminará mal en cuanto al alma, el cuerpo y los bienes (vv. 10, 11). Gemirá al final, cuando ya no tenga remedio. 4. Arrepentimiento tardío (vv. 12–14). Salomón presenta al pecador convicto reprochándose a sí mismo por haber desoído los consejos que se le habían dado (v. 12). No puede menos de confesar que sus padres y los emisarios de Dios le habían instruido y enseñado convenientemente (v. 13). El versículo 14 ha de entenderse a la luz de Deuteronomio 22:22. Dice Cohen: «la frase final ocurre con frecuencia en Deuteronomio, en conexión con pecados que se tienen por elementos desmoralizantes dentro de la comunidad y deben ser de ella eliminados. Al reflexionar sobre esto, le viene a las mientes a ese hombre que ha llegado a ser un gran mal en medio de la congregación y ha incurrido en el peligro de ser exterminado de ella». Versículos 15–23
  • 13. Después de mostrar los males que brotan del adulterio, Salomón muestra los remedios que han de adoptarse contra tales males. 1. El principal remedio es quedar satisfecho con los legítimos goces del matrimonio, uno de cuyos fines fue preservar de la impureza. Que nadie se queje a Dios por impedirle gozar de los placeres a los que tan fuertemente le lleva el instinto natural, cuando Dios ha provisto el medio de satisfacerlo dentro de la santidad del matrimonio. El que no se contenta con una mujer, no se contentará con dos ni con cuatro, pues la concupiscencia nunca dice «¡Basta!» El joven que no pueda mantenerse casto, que se case pronto, pues «mejor es casarse que estarse quemando» (1 Co. 7:9). Compárese el versículo 15 con Cantares 4:15 para mejor entenderlo. En su esposa ha de hallar todo su deleite. Es suya no sólo porque él la ha escogido, y debe contentarse con la elección que hizo, sino también porque es la que la providencia divina destinó para él. El versículo 19 es como una explanación del versículo 15. El original hebreo dice «sus pechos» donde las versiones (la RV) dicen «sus caricias». Los versículos 16–18 han sido mal traducidos y se ha corregido el texto original por no entenderlo. El 16 presenta los hijos abundantes que juegan por las calles de la ciudad (comp. Jer. 9:20; Zac. 8:5), sin necesidad de añadir al texto negación o interrogación que no figuran en él. El versículo 17 se refiere a esos mismos hijos, todos del legítimo matrimonio, no de dudosa paternidad («para los extraños contigo»). El «manantial» del versículo 18 es la propia esposa, fuente de los hijos, los cuales son bendición de Dios. 2. El segundo remedio es andar en la presencia de Dios (v. 21). «Los caminos del hombre, todo cuanto piensa y hace, están ante los ojos de Jehová». Dios los ve como son, con sus motivos, sus circunstancias y sus consecuencias. No sólo los ve, sino que los «pesa» (v. 21b. Lit.) para dar a entender que conoce su verdadero valor (comp. con Dn. 5:27) y, de acuerdo con ese valor, emite su juicio sobre ellos. 3. Finalmente, un buen remedio contra el adulterio es prever a tiempo los males que acarrea (vv. 22, 23). Los que se habitúan a este pecado se prometen a sí mismos impunidad, pero se engañan a sí mismos. No necesitan cárcel ni cadenas, pues bastarán sus propios pecados para retenerlos en prisión. Dice el Talmud: «Al principio, la mala inclinación es como una tela de araña, pero finalmente los hilos aumentan hasta convertirse en sogas de carreta». CAPÍTULO 6 En este capítulo tenemos, I. Una advertencia contra la precipitación en salir fiador por otro (vv. 1–5). II. Una reprensión de la pereza (vv. 6–11). III. El carácter y el destino final del malicioso (vv. 12–15). IV. Recuento de siete cosas que Dios odia (vv. 16–19). V. Exhortación a familiarizarse con la ¨Palabra de Dios (vv. 20–23). VI. Repetida admonición sobre las perniciosas consecuencias del pecado de prostitución (vv. 24–35). Versículos 1–5 Una de las excelentes cualidades de la Palabra de Dios es que nos enseña, no sólo sabiduría divina para el otro mundo, sino también humana prudencia para este mundo, a fin de que llevemos nuestros negocios con discreción; y aquí tenemos una buena norma: 1. Evitar el salir fiador por otro, ya que, por no seguir esta norma, entran a menudo en las familias la pobreza y la ruina. (A) Hemos de considerar la fianza como una trampa y, de consiguiente, evitarla (vv. 1, 2). Ya es bastante peligroso quedar ligado por un amigo cuyas circunstancias y honradez conocemos bien, pero chocar la mano (lit.) con un extraño, de quien no se conocen ni las circunstancias ni la honradez equivale a quedar preso. Si no hemos tenido la prudencia suficiente para evitar salir fiadores, tengámosla para desenredarnos cuanto antes (vv. 3–5). De momento, el asunto parece que duerme; no oímos nada de él.
  • 14. No se demanda la deuda, y el causante dice: «No tenga miedo; ya nos las arreglaremos». Pero la fianza sigue en vigor, el interés sigue su curso, y el acreedor puede llamar a tu puerta con urgencia y severidad para exigir el pago. Por tanto, líbrate (v. 3), no duermas tranquilo (v. 4) y escápate a toda prisa (v. 5). No dejes piedra sin remover hasta que te hayas librado de la trampa en que te metieron tus labios (v. 2). (B) ¿Cómo hemos de entender esto? No hemos de pensar que es ilegal en todo caso el salir fiador por otro; puede llegar a ser una exigencia de la justicia o de la caridad. Pablo salió fiador por Onésimo (Flm. 19). Podemos ayudar a un joven honesto a comenzar un negocio procurándole crédito y prestigio con nuestras palabras, y hacer así un gran bien al prójimo sin dañarnos nosotros mismos. Pero, (a) Es muestra de prudencia evitar las deudas en lo posible, pues si llegan a pesar gravemente sobre uno, se corre el peligro de enredarse con el mundo y llegar a hacer el mal o a sufrirlo. (b) Una persona no debe ligarse como fiador por más de lo que pueda y quiera pagar; y, si llega el caso, que pueda pagar sin perjudicar a su familia. Versículos 6–11 Salomón se dirige ahora al holgazán, al amante de la comodidad, que vive como un haragán y no se aviene a seguir ningún trabajo ni oficio. 1. Trata primero de instruirle (vv. 6–8), pues los holgazanes deben comenzar por ir a la escuela. El haragán no quiere ir a la escuela propia de los estudiantes; por eso, el sabio le envía a una escuela apropiada para él, la más elemental que puede hallar: «Ve a la hormiga» (v. 6. Lit.) es decir, «anda a su escuela». ¡Qué vergüenza es para una criatura racional el degenerar de su rango hasta el punto de necesitar ir a un insecto tan pequeño e insignificante para aprender a trabajar y ganarse el pan de cada día! Aunque las hormigas viven en sociedad estupendamente organizada, leemos aquí (v. 7) que no tiene jefes ni capataces en el sentido de que no necesita que la obliguen por la fuerza a trabajar, le basta su instinto para desempeñar el oficio que le corresponde dentro de su comunidad. Al recoger en el verano para tener sustento en el invierno (v. 8), según es su costumbre (así lo da a entender el tiempo del verbo hebreo), la hormiga nos da una excelente lección, semejante a la que nos dio el Salvador cuando dijo: «andad entretanto que tenéis luz» (Jn. 12:35) y «viene la noche cuando nadie puede trabajar» (Jn. 9:4). Y, si es muestra de prudencia estar prevenido en lo material, ¡cuánto mayor lo será el estar provisto a tiempo de lo necesario para la vida eterna! Y cuando una hormiga no puede acarrear un grano de cereal por resultarle pesado en demasía, ¡cómo le ayudan otras a llevarlo! ¡Ojalá existiese entre los creyentes una cooperación similar! 2. De la enseñanza, pasa Salomón a la reprensión (vv. 9–11). (A) Trata de despertarle la conciencia: «¿Hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo piensas que será hora de levantarse de la cama? Al haragán hay que despertarle y hasta obligarle a levantarse. El creyente haragán es más culpable todavía que el holgazán mundano, pues tiene mayores motivos para obrar el bien mientras tenemos tiempo. (B) Le pone al descubierto las excusas con que se cubre para no trabajar: ¿Por qué no se le permite dormir un poco más? Si duerme ahora lo suficiente, ¡ya se levantará luego y recobrará con mayores fuerzas el tiempo perdido! Pero se engaña a sí mismo: cada vez que se despierta, suplica que se le deje dormir un poco … un poco … otro poco. Es decir, vive en una continua siesta, como lo describe la postura del v. 10b. Así se va alargando el «poco» hasta dejar sin hacer los quehaceres más urgentes. (C) Le amonesta sobre las fatales consecuencias de la pereza (v. 11). La necesidad y la pobreza vendrán como salteadores que le roban al viajero todo su bagaje. De modo semejante, y más terrible, el que es perezoso en el servicio de Dios no puede esperar otra cosa que la pobreza espiritual. Versículos 12–19
  • 15. 1. Si es de condenar el perezoso por no hacer nada, ¿qué diremos de los que se afanan por hacer todo el mal que pueden? (vv. 12–15). Por «hombre malo» (mejor vil), el hebreo dice «hombre de Belial» que, en realidad, significa «persona sin valor alguno»; pero, además, es «varón de iniquidad» (lit.), cuyo oficio es hacer el mal, especialemente con su boca llena de falsedad y calumnia. Guiñar el ojo, arrastrar (mejor restregar) los pies y hacer señas con los dedos (v. 13) son gestos que indican el modo de pasar información secreta a quienes son cómplices en algún pecado. «Anda pensando el mal» (v. 14), hacer el mal por el mal, sin sacar ningún bien. J. J. Serrano ve en los siete gestos de 12–14 una cierta correspondencia con las siete cosas que Dios abomina (vv. 16–19). El final de este malvado no puede ser más terrible: (a) La calamidad le llegará de repente, por lo que no podrá evitarla; (b) su quebrantamiento será sin remedio, porque, como dice Malbim, «no se arrepentirá». 2. Catálogo de cosas que son, de manera especial, odiosas a Dios y que como hemos visto, se hallan en el «hombre de Belial». Dios odia el pecado, pero hay pecados que abomina de modo especial; todos los que se mencionan en esta lista son perjudiciales para el prójimo. Lo que Dios odia, deberíamos odiarlo también nosotros: (A) Los ojos altivos (v. 17). Se cita primero el orgullo o autosuficiencia, pues se halla en el fondo de todo pecado; ojo altivo es el que se sobrevalora a sí mismo y subvalora a todos los demás. (B) Después de una mirada altiva, no hay nada tan odioso a Dios como una lengua mentirosa; nada tan sagrado como la verdad, ni nada tan necesario para la vida de relación como decir verdad. (C) Viene ahora el asesinato del inocente; las manos que derraman sangre inocente llevan grabada la imagen del diablo (Jn. 8:44, «homicida desde el principio»). (D) Las maquinaciones perversas (v. 18, comp. con v. 14). Cuanto mayores y más astutas son las artes empleadas para hacer el mal, tanto más abominable es a Dios el pecado que se comete. (E) La prisa y la determinación para correr al mal. La prisa y la maña que se dan los malos para el mal habrían de avergonzarnos a nosotros, que tan indolentes somos en hacer el bien. (F) El testigo falso (v. 19) es, y ha sido siempre, digno de especial abominación. Basta con leer Deuteronomio 19:16–21 para ver cuán en serio lo toma Dios. (G) Sembrar discordia entre hermanos, es decir, no sólo entre parientes, sino también entre amigos, vecinos, socios, etc. Se incluye aquí el enajenar los afectos de unos contra otros e incitar las pasiones de unos contra otros, lo cual no puede menos de ser especialmente abominable al Dios de amor y de paz. Versículos 20–35 1. La exhortación general a adherirse fielmente a la Palabra de Dios y a tomarla por norma y guía de todas nuestras acciones. (A) Hemos de considerar la Palabra de Dios como luz (v. 23) y como ley (v. 20, 23). Es luz que ilumina el camino e ilumina el entendimiento para que vaya por el camino que la luz marca (comp. Sal. 119:105); luz para los ojos a fin de descubrir la verdad; luz para los pies para ver la ruta que hay que seguir. La luz de la Escritura es luz segura, pues nos revela verdades de certeza eterna. También es ley a la que nuestra voluntad ha de someterse. (B) Hemos de recibirla como mandamiento de nuestro padre y como ley (lit.) de nuestra madre. Es mandamiento y ley de Dios, pero nuestros padres nos instruyeron y educaron en ella y nos acostumbraron a observarla. En realidad, no creemos por lo que ellos nos dijeron, sino porque hemos experimentado personalmente que proviene de Dios; con todo, les estamos obligados por habérnosla recomendado. Las advertencias, los consejos y preceptos que nuestros padres nos dieron están de acuerdo con la Palabra de Dios y, por tanto, hemos de adherirnos a ellos firmemente. (C) Hemos de retener la Palabra de Dios y las buenas instrucciones que, con base en ella, nos dieron nuestros padres: «Guarda el mandamiento de tu padre … (v. 20) y no lo
  • 16. sueltes: Átalos siempre, no sólo en tu mano (Dt. 6:8), sino en tu corazón (v. 21). De nada sirven las filacterias si no suscitan pensamientos piadosos en la mente y santos afectos en el corazón. «Enlázalos a tu cuello (21b), no sólo como un adorno, sino como guardas que impidan la entrada del fruto prohibido y la salida de la palabra perversa. Así serán siempre tu guía perfecta (v. 22). Te guiarán cuando andes, como si dijese: «Este es el camino, anda por él». Velarán por ti cuando duermas, expuesto a inesperados ataques (comp. 3:24); y hablarán contigo cuando despiertes, dándote consejo, aviso y ánimos. 2. Admonición particular contra el pecado de impureza. (A) Cuando consideramos la abundancia de esta iniquidad, no nos ha de sorprender la frecuencia con que se repiten las advertencias contra ella. Las reprensiones de la disciplina (v. 23b. Lit.) son camino de vida, ya que están destinadas a guardarte de la mala mujer (v. 24), quien, con la blandura de su lengua, de cierto ha de conducirte a la muerte; simula amarte, pero intenta arruinarte. El mayor bien que podemos hacernos a nosotros mismos es mantenernos lo más lejos posible de ese pecado (v. 25): «No codicies su hermosura en tu corazón porque, si lo haces, ya habrás cometido interiormente adulterio con ella (Mt. 5:28); ni te cautive con sus párpados» (lit.). Quizá se refiere al «guiño» de que ha hablado en el versículo 13. Dice el apócrifo Eclesiástico 26:9 (copiamos de la Biblia de Jerusalén, nota del traductor): «La lujuria de la mujer se ve en la procacidad de sus ojos, en sus párpados se reconoce». (B) Argumentos con que corrobora Salomón dicha admonición: (a) Es un pecado que empobrece, y reduce a los hombres a la miseria (v. 26): «A causa de la ramera se ve reducido (el hombre) a una hogaza de pan» (lit.). (b) Es un pecado que conduce a la muerte (v. 26b); recordemos el caso de Sansón y Dalila. (c) Es un juego peligroso. Así como el que juega con fuego, está en continuo peligro de abrasarse (vv. 27, 28), así también el que toca impúdicamente a la mujer de su prójimo, no quedará impune (v. 29). Si no se le castiga conforme a la ley, lo castigará el marido ofendido. (d) Es un pecado más grave que el robo. El que roba para saciar el hambre no es tomado por un villano (el v. 30 ha de leerse sin signos de interrogación); aun cuando sea sorprendido robando, le bastará con restituir lo robado (v. 31), pero el que comete adulterio, no dispone de este recurso para descargarse de responsabilidad, pues el marido ofendido no aceptará pago ni excusas (vv. 34–35). (e) Produce insensatez, dolores e infamia (vv. 32, 33). Recuérdese la insensatez de Sansón al descubrir a Dalila el secreto de su fuerza. Recuérdese el pecado de David en el asunto de Betsabé: Hirió su propio buen nombre, llevó deshonra a su familia, ocasionó graves desastres a su descendencia y dio ocasión a los enemigos de Israel para blasfemar el santo nombre de Dios. CAPÍTULO 7 El objeto de este capítulo, como el de otros anteriores, es prevenir a los jóvenes contra la concupiscencia de la carne. Salomón pudo tener en cuenta las fatales consecuencias del pecado de su padre, así como lo que quizá había experimentado en sí mismo y en otros. I. Exhortación general a poner la Palabra de Dios por nuestro guía y gobernante y como soberano antídoto contra este pecado (vv. 1–5). II. Exposición particular de los grandes peligros que entraña (vv. 6–23). III. Seria advertencia a prestar diligente atención a los consejos sobre esta materia (vv. 24–27). Versículos 1–5 Estos versículos son una introducción a la advertencia contra los deseos desordenados de la carne; algo parecido a lo dicho en 6:20 y ss. Habla en nombre de Dios o, mejor, como quien ha asimilado y puesto en práctica lo que Dios dice, y llega así a ser portavoz de Dios: «mis razones … mis mandamientos … mi ley». Las niñas (o pupilas) de los ojos (v. 2) son la parte más delicada del cuerpo y, por eso, les ha puesto
  • 17. Dios los párpados como defensa (comp. con Sal. 17:8; Zac. 2:8). Atar una cuerda a los dedos (v. 3) era una costumbre para ayudar a recordar alguna cosa. Escribir algo en la tablilla del corazón (v. 3b) es recordarlo con afecto, como quedan escritos en el corazón los nombres de las personas a las que amamos. Si nos familiarizamos (v. 4) con la sabiduría y la inteligencia, estaremos a salvo de los peligros que presenta el familiarizarse con una mala mujer (v. 5). Versículos 6–23 Para corroborar la advertencia que ha dado contra el pecado de la impureza, Salomón narra el caso de un joven arruinado por la seducción de una mala mujer. Los actuales medios de comunicación presentarían este caso como a propósito para una buena novela o película, pero la Palabra de Dios lo presenta como un caso digno de la mayor lástima. Salomón era un magistrado y, como tal, inspeccionaba la conducta de sus súbditos, pero aquí escribe como profeta en el oficio de centinela, a fin de avisar a todos acerca de las maquinaciones de Satanás. 1. La persona tentada fue un joven (v. 7). Las pasiones carnales son llamadas «pasiones juveniles» (2 Ti. 2:22). Por eso, los jóvenes deben redoblar sus resoluciones contra este pecado. Era un joven «falto de entendimiento», sin norma, sin brújula, sin rumbo. El texto (vv. 8, 9) da a entender que el joven caminaba intencionadamente en dirección a la casa de la mala mujer: «iba camino de la casa de ella» (v. 8b), en la negrura de la noche y en la oscuridad (v. 9b. Lit.). En lugar de volverse a su casa al hacerse de noche, se expone a sí mismo a la tentación. Sin duda, era un holgazán (comp. Ez. 16:49) y, en contra del aviso de 5:8, fue a pasar junto a la esquina de la calle donde ella vivía (v. 8). 2. La persona tentadora no era una prostituta vulgar, sino una mujer casada (v. 19), de la que no podía esperarse tal conducta. Se aprovecha de la ausencia de su marido para ponerse atavío de ramera (v. 10b) y echar mano de todas las malas artes de seducción. Era bullanguera (v. 11), esto es, alborotadora y falta de la seriedad y compostura de toda buena mujer, y rebelde, refractaria al yugo, indómita (el vocablo usado es el mismo de Os. 4:16). «Sus pies no pueden parar en casa, etc.» (vv. 11b, 12) nos hace pensar en 1 Timoteo 5:13, aunque el caso de esta adúltera es mucho más grave, pues acecha por todas las esquinas en busca de presa. La virtud es una penitencia para las que tienen por prisión el hogar. 3. El encuentro con el joven (vv. 13 y ss.). Quizá le conocía ya; o, por su porte y figura, pensó que era presa codiciable. Nótese con qué desvergüenza le agarró y besó contra las reglas de la modestia en tiempos en que las caricias al sexo opuesto en la vía pública eran tenidas por inmorales. No sólo le invita a su casa, sino también a su cama (vv. 16–18). Para mejor cazarlo, véase qué buena carne pone en el anzuelo. Ha ofrecido sacrificios de paz, cuya carne había de ser comida por el oferente (Lv. 7:15 y ss), y así, al tener gran provisión de carne en casa, pensó que era excelente ocasión para compartirla con un invitado. Esa es la fuerza del «por tanto» con que comienza el versículo 15. Con este banquete sacrificial, (A) el joven podía dar por bien empleado el dinero que diese a la mujer por sus favores; (B) Podía tener tranquila la conciencia, pues ella era persona religiosa, que había pagado sus votos a Jehová (v. 14b). Es una pena que tal alarde de piedad venga a ser una cubierta para la iniquidad. Los que la hubiesen visto en el templo no se figurarían que esa mujer fuese de tal calaña. También los fariseos hacían largas oraciones, para mejor poder así continuar con su codicia y sus malignos planes. La mayor porción de la carne de los sacrificios de paz era entregada a quienes habían presentado el sacrificio, para que la comieran con sus amigos (Lv. 7:15). (C) Hace como que le tiene mayor afecto que a ningún otro hombre y, por eso, ha salido a encontrarle, precisamente a él (v. 15). Se sentarán a comer y beber, para dar después
  • 18. rienda suelta a su lujuria. La cama estaba bien preparada y perfumada (vv. 16, 17). Llama «amores» a lo que no es más que pasión carnal; ¡así se mancha con tanta frecuencia el nombre con que se define al mismo Dios (1 Jn. 4:8, 16)! El verdadero amor viene del Cielo (1 Jn. 3:1). (D) Al joven le puede quedar aún el temor al marido, pero ella se lo acalla prontamente (vv. 19, 20): «¡No tengas miedo! Mi marido no está en casa» ¿Y qué pasará si vuelve inesperadamente?, pudo preguntar el joven. «¡Oh, no!, responde ella; se ha ido a un largo viaje y no puede regresar de súbito; ha señalado el día de su vuelta: hasta la luna llena no volverá a casa, y nunca cambia las fechas de sus idas y venidas; además, se llevó la bolsa de dinero—ya fuese para comprar o para jolgorio—; no volverá hasta que lo haya gastado.» Parece insinuar que es un mal marido y, por tanto, bien se merece que ella no le guarde fidelidad. Esta excusa nunca es válida. 4. Al prometer al joven toda clase de placeres y asegurarle la impunidad, lo rindió (v. 21) como a una plaza fuerte mal guarnecida. Por lo que se ve, el joven, aunque insensato, no era mal intencionado; de lo contrario, no habría tenido ella necesidad de emplear tanta zalamería. Pera sus corrupciones prevalecieron contra sus convicciones; en lugar de hacerse el sordo a los cantos de sirena, se rindió. ¡Con qué compasión describe Salomón el caso de este pobre joven, rendido por las malas artes de esta mala mujer! Va desarmado, no lleva coraza ni sabe lo que le espera, hasta que la saeta le traspasa el corazón (v. 23). Alegre y confiado se ha entregado al adulterio como va el buey al degolladero (v. 22). Versículos 24–27 Aplicación de la historia anterior: «Ahora, pues, hijos oídme (v. 24) a mí, no a esas seductoras; dad oídos a un buen maestro que os quiere como un padre, no a una mala mujer que sólo desea vuestro cuerpo y vuestro dinero; yo soy un buen amigo; ella es una perversa enemiga. No sólo has de apartar los pies de su calle y de su casa, sino, sobre todo, no se aparte tu corazón hacia sus caminos (v. 25). Si la razón, la conciencia y el temor de Dios gobiernan en el corazón, resultará fácil controlar los impulsos del apetito sensual. Miles y miles han caído a causa de este pecado; no sólo los jóvenes débiles y necios, como el mencionado en la historia anterior, sino aun los más robustos han sido muertos por ella (v. 26). Aprendan todos la lección. CAPÍTULO 8 La Palabra de Dios es sabiduría. I. La revelación divina es palabra y sabiduría de Dios, y la religión pura e incontaminada (Stg. 1:27) está edificada sobre ella; de eso habla Salomón aquí (vv. 1–21). Dios instruye, gobierna y bendice a los hombres por medio de su sabiduría. II. El Verbo eterno de Dios es la Sabiduría en persona. Él es la Sabiduría que habla a los hombres en la primera parte del capítulo, y el que está asociado al Padre en la obra de la creación (vv. 22–31). III. Concluye con una insistente exhortación a prestar atención a la voz de Dios en su Palabra (vv. 32–36). Versículos 1–11 1. Las cosas reveladas son fáciles de conocer, pues pertenecen a nosotros y a nuestros hijos (Dt. 29:29) y, por eso, son proclamadas de alguna manera por las obras de la creación (Sal. 19:1); con mayor fuerza, por la conciencia humana y por las razones eternas del bien y del mal; pero, con la mayor claridad, por medio de Moisés y de los profetas. Los preceptos de la sabiduría son proclamados en voz alta (v. 1): «¿No clama la sabiduría?» Sí; como todo pregón importante, clama a voz en cuello (Is. 58:1). En tres lugares, los cuales se expresan aquí (vv. 2, 3), se pronunciaban en voz alta los pregones: en las alturas, en los cruces de caminos y en la entrada de la ciudad. El corazón nos grita a veces, pues la conciencia tiene sus clamores como tiene sus susurros. Desde lo alto del Sinaí se dio la Ley. La sabiduría no se oculta, no habla por los rincones a unos pocos iniciados, sino en público y a todos, desde lugares altos, desde
  • 19. los que puede ser vista y oída, en las encrucijadas por las que transitan los viajeros, y a la entrada de la ciudad. Los necios no saben por dónde ir a la ciudad (Ec. 10:15); por eso está la sabiduría colocada, no sólo en la encrucijada, para que nadie yerre el camino, sino también a la entrada de la ciudad, presta a comunicar el lugar donde vive el vidente (1 S. 9:18). Repetidamente insiste: «¡Oh, hombres, a vosotros clamo». A los hombres, no a los ángeles, que no lo necesitan; ni a los demonios, que ya no pueden aprovecharse de ello; ni a los brutos animales, que carecen de la capacidad natural para entenderlo. Su designio es enseñar a los hombres discreción y cordura (v. 5. Comp. con 1:4); en especial, a los que carecen de sano entendimiento. 2. Las cosas reveladas son dignas de aceptación. Son «excelentes» (v. 6. Lit. «príncipes», esto es, «expresiones principescas»); con razón se llaman así, puesto que se refieren a un Dios eterno, a un alma inmortal y a un estado perpetuo—para bien o para mal—. Son también «rectas» (v. 6b. Comp. 1:3), verdaderas, sinceras y razonables, sin mezcla de falsedad o torcedura (vv. 7–9). No hay en las verdades divinas nada duro, nada que lastime la dignidad ni la libertad del ser humano. Toda palabra de Dios es verdad (Jn. 17:17); sí y amén; nunca sí y no (2 Co. 1:18–20). Si son libro sellado, sólo lo son para quienes voluntariamente lo ignoran. 3. El recto conocimiento de esas cosas ha de ser preferido a todas las riquezas de este mundo (vv. 10, 11): «Recibid mi instrucción y no la plata, es decir, preferid mi instrucción a cualquier riqueza de este mundo». No sólo es preferible la sabiduría a la plata y al oro, sino también a las piedras preciosas y a cuanto se puede desear. Además de ser de mayor valor, también se ofrece a mejor precio, pues se obtiene gratis. Versículos 12–21 1. La sabiduría divina da a los hombres buena cabeza (v. 2): «Yo, la sabiduría, habito con la cordura». Así que quien se familiariza con la aquí personificada sabiduría, se familiariza también con esa cualidad tan deseable. Esa cordura no se aprende en los teoremas de los matemáticos ni en los axiomas de los filósofos ni en las normas de los estadistas, sino en las verdades de la Palabra de Dios. 2. También da a los hombres buen corazón (v. 13): El principio de la sabiduría y del conocimiento es el temor de Dios (1:7; 9:10. V. también Job 28:28; Sal. 111:10; Ec. 12:15). Y el que teme a Dios, aborrece el mal (v. 13); especialmente, el orgullo, la arrogancia, el mal camino y la boca perversa, que son los pecados más peligrosos. 3. Tiene gran influencia en los asuntos públicos (v. 14); consejo, acierto, inteligencia y poder son cualidades de incalculable valor para quienes están en puestos de autoridad; quienes carecen de estas virtudes conducen la sociedad al desastre político, social y económico. Por eso, añade (vv. 15, 16): «Por mí reinan los reyes, etc.», es decir, por ella reinan con tino, tacto, justicia y equidad. De los gobernantes que temen a Dios puede y debe esperarse que conduzcan rectamente los asuntos públicos. 4. Hace dichosos a los que la reciben (vv. 17–21). Estos versículos vienen a ser una ampliación de lo dicho en los versículos 10 y 11. «Yo amo a los que me aman» versículo 17. Así se lee en todas las versiones, aunque el texto hebreo dice: «la aman»). Los que «madrugan» (v. 17b) para buscar la sabiduría son los que no perdonan esfuerzo, estudio y oportunidades para alcanzarla. Los rabinos dicen: «Si alguien asegura: “Yo me esforcé y no la hallé”, no le creáis». Se otorga especialmente a los que con interés y fe la suplican a Dios en oración (Stg. 1:5 y ss.). Las riquezas que la sabiduría ofrece son «duraderas» (v. 18), pues van acompañadas de justicia, y por eso, son las únicas que se reconocen válidas en la aduana de los cielos (v. Ap. 14:13) y forman parte de la heredad (v. 21) incorruptible a la que se refiere el apóstol Pedro (1 P. 1:4). Es una dicha que subsiste por sí misma, inserta en la persona misma, sin el soporte de conveniencias o circunstancias exteriores. Las cosas eternas y espirituales son las
  • 20. únicas que poseen solidez real y sustancial; no sólo llenan las manos, sino también las arcas. Los bienes de este mundo pueden llenar el vientre (Sal. 17:14), pero no las arcas, pues no pueden conservar por muchos años sus bienes. Versículos 22–31 Aquí la sabiduría aparece personificada con propiedades y acciones netamente personales y, aun cuando pueda hablarse de una personificación poética, no cabe duda de que esta porción forma el trasfondo de Juan 1:1 y ss. Viene, pues, a ser una anticipación de la doctrina claramente revelada en el Nuevo Testamento acerca del Verbo de Dios, y en este sentido podemos interpretar esta porción. Con respecto a este Verbo de Dios, obsérvese: 1. Su personalidad distinta; es uno con el Padre (Jn. 10:30), pero es persona distinta de la del Padre. «En el principio» (v. 22, comp. con Jn. 1:1), antes de que formase la tierra (v. 23), los abismos, esto es, las aguas de los océanos (v. 24) y los mismos cielos (v. 27), allí estaba ya la sabiduría el Verbo, poseído (v. 22), instalado (probable sentido del v. 23) y engendrado (vv. 24, 25) por Dios. Si allí estaba ya en el principio, antes de la creación del Universo y, por tanto, antes del tiempo, está claro que existía desde la eternidad, sin conocer comienzo. 2. Su intervención en la obra creadora de Dios. No sólo tenía su ser antes de la creación del mundo, sino que estaba presente en tal creación y su presencia era, no la de un espectador, sino la de un arquitecto. El Verbo es el ordenador del Universo (v. 30), puesto que, en Él, por Él y para Él fueron hechas todas las cosas (Col. 1:16, 17). Él es el arquitecto y el plano. Cuando en el primer día de la creación, dijo Dios: «¡Haya luz!» (Gn. 1:3), este Verbo era su Palabra omnipotente. Igualmente intervino en la creación de todo lo demás: «todo» (v. 30). 3. La suma complacencia que en Él tuvo el Padre, y Él en el Padre: «Era su delicia de día en día, etc.» (v. 30b). En Él ha tenido siempre su complacencia Dios (Lc. 3:22, entre otros lugares). Siempre hizo lo que veía hacer al Padre (Jn. 5:19) y lo que al Padre agradaba (Jn. 8:29), obró conforme al mandamiento que había recibido del Padre (Jn. 10:18), y en Él tenía el Padre contentamiento (Is. 42:1). Puede también entenderse de la satisfacción que mutuamente sentían con referencia a la gran obra de la redención del hombre. En efecto, vemos que la Sabiduría se deleitaba en los hijos de los hombres, más bien que en los más ricos productos de la tierra. Versículos 32–36 Aplicación del discurso de la Sabiduría; su designio y tendencia es incitar a todos a someterse a las leyes religiosas y a rectificar todo lo que no marcha bien en nuestro corazón y en nuestra vida. 1. Exhortación a escuchar y obedecer la voz de la Sabiduría, y poder así discernir la voz de Cristo, como conocen las ovejas la voz de su pastor: «Ahora, pues, hijos, oídme» (v. 32). Que lean la palabra escrita, que se sienten bajo la palabra predicada, que bendigan a Dios por ambas y le oigan en ambas porque les habla a ellos. Que los hijos de la Sabiduría la justifiquen escuchándola. Oigamos las palabras de la Sabiduría con corazón bien dispuesto (v. 33): «Atended mi instrucción (hebr. musar)… No la menospreciéis, como si no la necesitaseis. Se os ofrece como un gran beneficio y corréis un grave peligro si la rehusáis. Hemos de buscar y escuchar la voz de la Sabiduría velando a sus puertas cada día (v. 34), como mendigos para recibir una limosna, como clientes y pacientes para recibir un buen consejo, y como siervos para esperar con humildad lo que el amo se digne darnos o mandarnos. 2. Seguridad de felicidad para todos los que escuchan a la Sabiduría. Hallarán lo que buscan. ¿Recibirán recompensa si la hallan? Sí (v. 35): «El que me halle, hallará la vida» (comp. 1 Jn. 5:12), es decir, todo bien que pueda necesitar o desear.
  • 21. 3. La sentencia pronunciada contra los que rechazan las exhortaciones de la Sabiduría (v. 36): Se arruinan a sí mismos, y la Sabiduría no lo va a impedir, por cuanto se han negado a escucharla; han actuado en rebelión contra Dios y en contradicción a los propósitos de Dios, que son para vida y no para muerte. CAPÍTULO 9 Cristo y el pecado rivalizan por apoderarse del corazón del hombre. El objeto de este capítulo es poner delante de nosotros la vida y la muerte, el bien y el mal; y basta con proponer la alternativa en sus términos precisos para que podamos decidir lo que hemos de escoger. I. Cristo, bajo el nombre de la Sabiduría, nos invita a su banquete para entrar en comunión con Él (vv. 1–6) y, después de predecir las diferentes respuestas a su invitación (vv. 7–9), muestra lo que requiere de nosotros (v. 10) y lo que nos tiene preparado si aceptamos (v. 11), luego deja a nuestra elección lo que hemos de hacer (v. 12). II. El pecado, bajo la caracterización de una mujer insensata, nos invita también a su festín (vv. 13–16), presentándolo muy atractivo (v. 17). III. Pero Salomón nos advierte de lo que le espera al que acepta la invitación del pecado. Versículos 1–12 La Sabiduría es presentada aquí como una reina magnífica, grande y generosa. El vocablo está en plural («sabidurías»), lo mismo aquí (v. 1) que en 1:20; es, con toda probabilidad, plural de intensidad y perfección, pues en Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría (Col. 2:3). 1. La rica provisión que la Sabiduría ha hecho para la recepción de cuantos deseen ser sus discípulos. (A) La recepción se va a celebrar en un majestuoso, regio, palacio (v. 1). Al no hallar una casa lo bastante espaciosa para todos sus invitados, ha edificado ex profeso este gran palacio y ha labrado sus siete columnas. Siete es número de perfección. Según Cohen, se indica aquí «una mansión edificada en torno a un patio, con la estructura del edificio sostenida por tres columnas en cada lado y una en el centro del tercer lado, que da cara al espacio abierto que es la entrada». Podemos ver aquí una prefiguración del banquete de bodas del Cordero (Ap. 19:7–10) y de las mansiones preparadas en la casa del Padre para los creyentes (Jn. 14:2, 3). (B) Allí se va a celebrar un opíparo banquete (v. 2): «… Mató sus víctimas, mezcló su vino y puso su mesa». Es una mesa bien preparada, con todas las satisfacciones que un alma pueda desear: justicia y gracia, paz y gozo, la seguridad del amor de Dios, la consolación del Espíritu y todas las garantías y arras de la vida eterna. 2. La generosa invitación que hace, no a unos pocos, especiales, amigos, sino a todos en general (v. 3): «Envió sus criadas a invitar». Los ministros del evangelio son comisionados a dar noticia de las preparaciones que Dios ha hecho, en el pacto eterno, para todos los que quieran atenerse a los términos del mismo. Han de predicarlo con pureza virginal, sin corromperse a sí mismos ni a la Palabra de Dios y con exacta observancia de las órdenes que les han sido dadas, y exhortar a todos a venir al banquete que la Sabiduría ha preparado (comp. con Lc. 14:17, 23). Hay invitación especial para los faltos de cordura y para los simples (vv. 4–6). La Sabiduría urge a éstos con su invitación, pues son los que más la necesitan. ¿Y quién podrá decir que tiene una mente sana del todo? Equivaldría a decir que no tiene pecado (1 Jn. 1:8). Somos, pues, invitados todos a su mesa (v. 5, comp. con Is. 55:1): «Venid, comed de mi pan, es decir, de mis exquisitas viandas», pues viandas exquisitas son el conocimiento, el temor y el amor de Dios. Apropiándonos por fe las promesas del Evangelio, nos alimentamos de las provisiones que Cristo ha preparado para las almas perdidas. Pero hemos de romper con el pecado (v. 6): «Dejad las simplezas y viviréis». Como si dijese: «No os contentéis con vivir como animales; vivid como hombres; vivid espiritualmente y viviréis eternamente» (Ef. 5:14).
  • 22. 3. Instrucciones que da la Sabiduría, tanto a los ministros del evangelio como a todos los que, en sus respectivos lugares, se esfuercen en servir a los designios de ella. Su trabajo ha de consistir, no sólo en notificar en general los preparativos hechos para las almas, sino que deben dirigirse en particular a los individuos, corrigiendo, reprendiendo, enseñando (vv. 7–9), pues ése es el objetivo de la Palabra de Dios (v. 2 Ti. 3:16, 17). Sin embargo, añade (v. 9): «No reprendas al escarnecedor», puesto que al escarnecedor (v. 15:12, el mismo vocablo que aquí) no le gusta que le reprendan. Así también dijo Cristo a sus discípulos, refiriéndose a los fariseos: «Dejadlos» (Mt. 15:14. V. también Mt. 7:6). Hallarán también a otros dispuestos a escuchar. ¡Gracias a Dios que no todos son escarnecedores! El sabio bien corregido se hace más sabio (v. 9); crecerá en conocimiento y en gracia. 4. Instrucciones que las criadas enviadas por la Sabiduría han de inculcar en los invitados: (A) Han de enseñarles en qué consiste la verdadera sabiduría (v. 10): «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová», afirmación semejante a la de 1:7, pero con dos variantes que expone así Cohen: «Se emplea una palabra diferente para principio; aquí significa el requisito esencial; allí denota el principal ingrediente». Sabiduría sustituye a conocimiento por adaptarse mejor al contexto que se refiere al «sabio». Esta es, pues, la condición esencial para alcanzar la sabiduría. (B) Han de darles a conocer los beneficios que procura esta sabiduría (v. 11): «Porque por mí se aumentarán tus años», es decir, contribuirá a la salud del cuerpo, con la consiguiente longevidad. (C) También han de darles a conocer las consecuencias de aceptar o de rechazar esta invitación (v. 12): «Si eres sabio, para tu provecho lo serás.; tú serás el ganador, no la Sabiduría; y si eres escarnecedor, lo pagarás tú solo». Versículos 13–18 Veamos ahora las mañas de que se sirve el tentador para desviar a los ignorantes por las sendas del pecado. 1. Quién es el tentador —«la mujer de insensatez» (v. 13. Lit.). Así como la Sabiduría aparece personificada en una mujer, también la necedad aparece personificada en otra mujer. Se la describe como simple e ignorante, además de alborotadora (el mismo vocablo de 7:11). Bien le cuadra el epíteto de insensatez, pues profana la mente y llena de estupidez la conciencia. ¿Qué otra cosa puede hacer, si es simple e ignorante? «Se sienta en una silla a la puerta de su casa (v. 14) y, como la Sabiduría, también se coloca en los lugares altos de la ciudad» para ser vista y oída por todos. 2. Quiénes son los tentados—jóvenes que han sido bien educados y van por el camino de la religión y de la virtud: «… van por sus caminos derechos» (v. 15); al revés que el joven de 7:8, no va camino de la casa de ella. Pero son jóvenes inmaduros, simples y faltos de cordura (v. 16) y, por eso, son fácil presa de la insensatez, la cual les invita a venir a su escuela para que se curen del freno y de las formalidades de su religión. 3. Cuál es la tentación —«las aguas hurtadas son dulces y el pan comido en oculto es sabroso» (v. 17). Agua y pan, eso es todo, mientras que la Sabiduría invita a comer de los animales que ha matado y a beber del vino que ha mezclado. Sin embargo, el pan y el agua son suficientes para quienes tienen hambre y sed, especialmente cuando son hurtados y se toman en secreto por miedo a ser descubiertos. El fruto prohibido siempre atrae más que el fruto permitido. 4. Un antídoto efectivo contra la tentación (v. 18). El que carece de cordura y es desviado del camino recto por oír los cantos de sirena de la insensatez, se precipita a sí mismo, en su ignorancia, a una ruina inevitable: «No sabe el hombre que allí están los muertos» (lit. las sombras). Es decir, no se ha dado cuenta de que la casa de la insensatez es la puerta que conduce al Seol.
  • 23. CAPÍTULO 10 Hasta ahora nos hemos hallado en el pórtico o prefacio de los proverbios. Ahora comienzan. Son frases breves, pero sentenciosas, serias; la mayor parte de ellas son dísticos, es decir, dos frases en un solo versículo, iluminándose mutuamente; pero raras veces se halla entre los versículos suficiente coherencia como para distribuirlos en secciones. Así que los consideraremos por separado. Gran parte de los proverbios de este capítulo tratan del buen gobierno de la lengua. Versículo 1 El consuelo de los padres depende, en gran medida, de la buena conducta de sus hijos. Los hijos deben comportarse sabiamente y vivir conforme a la buena educación que se les ha dado, para alegrar así el corazón de sus padres. También ellos pueden alegrarse de que, de esta manera, hacen algo para recompensar a sus padres de los cuidados y fatigas que se tomaron con ellos. Versículos 2–3 Estos dos versículos persiguen un mismo objetivo. Las riquezas mal adquiridas no serán de provecho; al menos, no lo serán en el día de la ira (comp. con 11:4). Así que, por grande que sea la ganancia material adquirida de esta forma, nunca podrá compararse con la pérdida colosal que le espera (Mt. 16:26). En cambio, la justicia libra de la muerte. El vocablo hebreo tsedakah, justicia, pronto recibió el significado especial de «beneficencia» (comp. con Dn. 4:24). Esto no quiere decir que las limosnas puedan procurar al hombre la salvación, sino que son como un escudo que defiende contra el ángel exterminador y hacen que el castigo de Dios no sea tan fuerte ni llegue tan pronto. Dios rechaza (lit. arroja) la ambición (lit. el deseo) de los malvados (v. 3). Muchas veces, la justicia de Dios esparce lo que la injusticia del hombre ha reunido. Versículo 4 Por el camino de la pobreza caminan los perversos. Ordinariamente, los perezosos acuden al fraude, al robo, etc., para hacerse con dinero, pero al ser descubiertos, se encuentran con la infamia, junto con la miseria. El cuarto mandamiento del Decálogo (Éx. 20:9–11) da la misma importancia, o mayor, al trabajo de los seis días que al descanso del sábado. En los proverbios, se tiene en cuenta especialmente la ociosidad como causa de pobreza. «El que no trabaje, que no coma» era ya un aforismo rabínico que el apóstol recogió (2 Ts. 3:10). Versículo 5 Este proverbio guarda conexión con el anterior y nos recuerda lo de 6:6–11. Los que aprovechan las oportunidades para proveerse de lo que les será necesario después, recogen en el verano, que es el tiempo de la cosecha. Éste es «hijo de sensatez» (lit.). En cambio, el que duerme en verano, que es cuando tendría que recoger para el invierno, es hijo de vergüenza (lit.), pues es un hijo insensato, cuya insensatez se descubrirá especialmente cuando llegue el invierno. Versículo 6 Gran variedad de bendiciones descenderán de arriba (v. Stg. 1:17) y se posarán visiblemente sobre la cabeza del justo. Le servirán de diadema para dignificarle y de yelmo para protegerle. La segunda parte, repetida en el versículo 11b, puede traducirse de dos modos complementarios: «La boca de los malvados esconde violencia», en el sentido de tramar la ruina de sus prójimos; o, «La violencia cubre la boca de los malvados», en el sentido de que la violencia engendra violencia que recae sobre los que comenzaron a practicarla. Versículo 7
  • 24. Tanto el justo como el malvado han de morir cuando se les cumpla el tiempo. En el sepulcro, no se aprecia diferencia visible entre los cuerpos de unos y otros; pero entre el alma de unos y la de otros hay una gran diferencia. Los justos dejan tras de sí recuerdos de bendición, pues los que honran a Dios serán honrados por Dios (v. Sal. 112:3, 6, 9), y deber de los sobrevivientes es honrar la memoria de los justos. Los malos, en cambio, serán olvidados o recordados con odio y desprecio. Versículo 8 El obediente tendrá por privilegio estar bajo el gobierno de otros y que le señalen su deber. En esto está su sabiduría, pues será estimado y promovido, respetado y querido. En cambio, el necio de labios (lit. como en el v. 10) corre a la ruina, pues con tanto hablar sin sentido, no trabaja, ni obedece ni escucha el buen consejo; con ello, nunca aprende, sino que cambia constantemente de oficio, siempre fracasa y acaba en ruina. Versículo 9 La integridad es garantía de seguridad; en cambio, el que pervierte sus caminos será descubierto, pues, tarde o temprano, se darán cuenta los demás de que sus caminos eran torcidos, pues algún día le sobrevendrá la desgracia. El hombre íntegro goza de la bendición de Dios y puede caminar por la vida con humilde osadía, bien armado contra las tentaciones de Satanás, las tribulaciones del mundo y los reproches de los hombres. La deshonestidad de una persona redundará en su propia infamia; será descubierto. Versículo 10 Guiñar el ojo es uno de los gestos que descubren al malvado (6:13) en sus planes maliciosos contra alguna persona, y causa así disgustos, no sólo a la persona perjudicada, sino también a sí mismo cuando de algún modo se descubren sus tramas, y a sus cómplices con quienes se confabula por medio de tales gestos. Quizá tarde más en caer que el necio de labios, pero su caída será peor, pues todos aborrecen más al perro que muerde sin ladrar, que al que ladra sin morder. Versículo 11 ¡Cuán beneficioso es el hombre bueno, pues comunica su bondad! Su boca, la puerta de salida de la mente, es manantial de vida; es una fuente que mana palabras de edificación, de consuelo, de consejo, de refrigerio. Para la segunda parte, véase lo dicho en el versículo 6b. Versículo 12 El gran sembrador de males es el odio, el cual, aun sin ser provocado, busca ocasiones de hacer el mal, de sembrar rencillas entre amigos y aun entre hermanos, y es causa de divisiones, riñas y guerras. El odio es hijo del egoísmo y de la envidia, y padre de todos los demás males. Goza en hacer el mal y se irrita ante el bien, la paz, la virtud. En cambio, el amor es el gran sembrador de bienes. Procura la paz y excusa las faltas de los demás. Tiende a echar todo a buena parte y así cubre (de modo que no se vean) todas las faltas (comp. con 1 Co. 13:4). Así se ha de entender siempre este proverbio, que vuelve a ocurrir en 17:9, Santiago 5:20; 1 Pedro 4:8. El amor, en lugar de proclamar y presentar como más grave la ofensa, la excusa tanto como puede ser excusada. Y, cuando no se puede negar el hecho, tiende a pensar que no hubo mala intención, sino que fue un descuido. Versículo 13 Gran honor es para un buen hombre ser sabio, pero todavía mayor servir de instrumento para hacer sabios a otros. Dice Gerondi: «De los labios de una persona que tiene el suficiente discernimiento para trazar distinciones correctas entre lo que está bien y lo que está mal, entre la verdad y el error, pueden oírse palabras de sabiduría concernientes incluso a materias que él no aprendió». En cambio, los que carecen de
  • 25. esta cualidad necesitan ser llevados por la fuerza en la dirección que deben tomar, como hace el jinete para conducir y apresurar (o frenar) a la cabalgadura. Versículo 14 1. Es propio de sabios hacerse con un buen almacén de conocimientos útiles, atesorándolos para no olvidarlos y para emplearlos en el momento oportuno. Precisamente se halla la sabiduría en sus labios (v. 13), porque está atesorada en el corazón. 2. Es de necios hablar mucho, pues así descubren la necedad que llevan en el corazón; esta necedad no es simplemente ignorancia, sino que lleva maldad, por la que causan daño a otros y a sí mismos. Versículo 15 Los ricos se consideran felices a sí mismos por los bienes materiales que poseen, pero es un error. En su opinión, las riquezas son su ciudad fortificada, pero no pueden protegerles del peor de los males. Los pobres, por su parte, se consideran desgraciados por carecer de la mayoría de las cosas que poseen los ricos; pero también se equivocan, pues una persona puede ser feliz contentándose con poco y poseyendo una buena conciencia. Así se vive por fe, que no es lo mismo que vivir por ocio. Versículo 16 La obra (mejor, lo que se gana con esfuerzo honesto) del justo es para vida, entendiendo primordialmente este vocablo en el sentido de 27:27: «mantenimiento» para sí y para los suyos, aun para dar a otros que estén más necesitados (Ef. 4:28). En cambio, el fruto (ya sea del trabajo o adquirido de otra manera) del impío es para pecado, pues le sirve de combustible para su orgullo y su lujuria, y le hace daño en lugar de bien. Versículo 17 Por buen camino van los que no sólo reciben instrucción, sino que también la retienen para gobernarse por ella, así como para poder con ella instruir a otros. Por mal camino van los que rechazan la instrucción; no quieren que se les diga cuáles son sus obligaciones, porque así se les descubre lo mal que las cumplen. El viajero que equivoca su camino y no consiente en que se le muestre la verdadera dirección, no puede menos de errar el camino de la vida. Versículo 18 Este versículo presenta, a primera vista, cierta anomalía, pues no se halla el consabido contraste entre el bueno y el malo, pero es probable que Salomón quisiera aquí contraponer dos extremos igualmente viciosos: La hipocresía en que la necedad y la maldad se encubren por medio del disimulo y de la adulación —«labios mentirosos»— y la abierta propagación de calumnias, igualmente maliciosa y más dañosa todavía. Dice Cohen: «Solamente una persona sin seso se entrega a tales prácticas, porque el hombre de sentido común sabe que, tarde o temprano, se conocerá la verdad». Versículo 19 De ordinario, los que hablan demasiado dicen cosas que no deberían decir, pues entre muchas palabras no pueden faltar palabras ociosas. Hay personas a quienes les gusta oírse a sí mismas y ni se percatan del tedio que causan a los que las oyen. Es, pues, señal de prudencia poner freno a la lengua. Por algo le puso Dios doble puerta: una de hueso, los dientes; otra de carne, los labios. Versículos 20–21 El valer del hombre no está en su riqueza ni en su posición social, sino en su virtud. Los hombres buenos son buenos para algo. Mientras tengan lengua para hablar, pueden usarla para cosas de valor. Plata escogida, es decir, refinada y libre de escoria, es la
  • 26. lengua del justo, porque es sincero, sin la escoria del engaño o de la mala intención. Los que le oigan serán hechos ricos en sabiduría, serán apacentados con sano alimento del alma, pues reciben doctrina sustanciosa, sacada de la Palabra de Dios, que es pan de vida. En cambio, los malos no son buenos para nada: el corazón de los impíos es como nada, es decir, no tiene valor alguno; sus principios, sus nociones, sus pensamientos y propósitos y todas las cosas de que está lleno y le gustan, son cosas mundanas y carnales y, por tanto, de ningún valor. Así que no sólo no apacienta a otros, sino que muere por falta de alimento espiritual. Versículo 22 La mayoría de los hombres tienen puesto el corazón en las riquezas materiales, pero generalmente yerran, tanto en la naturaleza de la cosa que desean como en el modo con que esperan obtenerla. La riqueza deseable ha de esperarse no por medio de la codicia y del afán mundano (Sal. 127:2), sino por la bendición de Jehová. Esta es la que enriquece y no añade tristeza, pues, al ir acompañada de la bendición de Dios, libra al hombre de las ansiedades y preocupaciones que lleva consigo una fortuna mal adquirida. Versículo 23 Para el insensato, el pecado es una diversión. Hasta se burla de las admoniciones y exhortaciones que se le hacen (comp. 14:9). En cambio, el sabio encuentra su recreo en la sabiduría misma. No le cuesta trabajo ser bueno, puesto que ama la bondad. Versículos 24–25 1. A los malvados les irá peor de lo que temen; a los buenos, mejor de lo que desean., Aunque los malvados vivan confiados en su maldad y hasta se jacten de ella, no dejan de sufrir a veces serios temores. En cambio, los justos pueden acallar prontamente los temores que a veces puedan sufrir, pues saben que Dios les ama y les concede lo que más les conviene. Se les concede de acuerdo con su fe, no con su miedo (v. Sal. 37:4). 2. La prosperidad de los malvados se acabará pronto y rápidamente, mientras que la dicha de los justos no tendrá fin. Versículo 26 Los perezosos no son aptos para que se les encargue ningún asunto de importancia. Un siervo perezoso causa a su amo una irritación parecida a la que produce el vinagre en los dientes y el humo en los ojos. Más de un amo ha tenido que llorar por haber puesto su negocio en manos de un haragán. Versículos 27–28 La religión sincera prolonga la vida del hombre y corona sus esperanzas y, si sus días no llegan a ser muchos, al menos serán buenos, pues la esperanza de los justos es alegría, ya que no avergüenza (v. Ro. 5:5), pues tiene cumplimiento seguro. En igualdad de condiciones, la vida del malvado es más corta que la del justo, pues la merman los vicios. Versículos 29–30 La fuerza y la estabilidad están ligadas a la integridad: El camino de Jehová es fortaleza para el hombre íntegro, es decir, todo lo que Dios hace por él le fortalece y corrobora en su integridad, incluso en los momentos adversos. La buena conciencia, purificada del pecado, le confiere santa osadía. El gozo de Jehová, que sólo se halla en el camino de Jehová, será nuestra fuerza (Neh. 8:10) y, por tanto, el justo no será removido; no será sacudido ni retirado de su sitio. En cambio, la ruina y la destrucción son las consecuencias ciertas de la impiedad. Versículos 31–32