1. El Siglo XVIII
1) Introducción
2) Contexto histórico
a. La Ilustración
b. El despotismo ilustrado
c. Revolución Francesa
3) Contexto literario
a. Postbarroco
b. El teatro neoclásico (tragedia neoclásica, comedia de costumbres)
c. El prerromanticismo
4) Autores y obras
a. 1ª ½ de siglo
i. Diego de Torres Villarroel (“Vida”)
ii. Benito Jerónimo Feijoo (“Teatro universal”, “Cartas eruditas”)
iii. Francisco Luzán (“Poética)
b. 2ª ½ de siglo
-Ensayo:
i. Melchor Gaspar de Jovellanos (“Inflorme sobre la ley agraria”)
ii. José Cadalso (“Cartas Marruecas”, “Noches lúgubres”)
-Teatro
iii. Tragedias: “Raquel”, V.G. de la Huerta
iv. Sátiras: “La ptimetra”, N.F. Moratín
v. Comedia sentimental: “El delincuente honrado”: M.G. Jovellanos
vi. Sainetes: Ramón de la Cruz
vii. Comedia de costumbres: L.F. Moratín.
viii. Leandro Fernández Moratín (El sí de las niñas”, “La comedia
nueva”)
5) Cierre
El ensayo y el teatro en el siglo XVIII
Es tradicional afirmar que el siglo XVIII no fue el de mayor esplendor de nuestras
letras. Pese a ello, tampoco es cierto que sea un siglo monolítico, donde el
Neoclasicismo, con sus virtudes y defectos, lo ocupara todo, sino que hubo distintas
corrientes y una evolución que últimamente ha merecido la atención de la crítica.
A lo largo del siglo, tanto en Europa como en España se dejaron sentir las
conquistas de la Ilustración. En ciencia, en economía y sobre todo en política. El
ascenso al poder de la clase burguesa a costa de la nobleza, la Iglesia e incluso de la
Monarquía terminó en la convulsa Revolución Francesa, que acabó para siempre con el
llamado Antiguo Régimen, con el absolutismo monárquico y el despotismo. En
literatura, este siglo llamado “de las luces”, en vehemente reacción contra los excesos
barrocos, se inclinó por el buen gusto, por una vuelta a los modelos clásicos y a sus
normas, por el equilibrio. Se trataba de hacer literatura útil, racional, que enseñara
deleitando. Quizá por ello se dejó más bien de lado la lírica y la prosa de ficción,
mientras se revalorizó el ensayo, las fábulas, la comedia de costumbres o la tragedia.
2. En la primera mitad del siglo, dejando aparte a Diego de Torres Villarroel, quien
siguió admirando a Quevedo y cultivando en obras tan personales como su “Vida” la
estética barroca, la figura principal es Benito Jerónimo Feijoo. Tanto en su “Teatro
crítico universal” como en las “Cartas eruditas”, con una prosa sencilla y limpia va
recorriendo una miscelánea de temas con espíritu ilustrado, defendiendo por ejemplo el
papel de la mujer en la sociedad o el estudio de idiomas extranjero, y atacando las
supersticiones y otras costumbres hipócritas de la sociedad. También es de destacar, por
su influencia posterior, la “Poética” de Francisco Luzán, manual relativamente estricto
sobre lo que debe ser la buena literatura: sencilla, útil, respetuosa con las normas, fruto
del trabajo y del conocimiento y, en resumidas cuentas, bien hecha. Especial
importancia dará el teatro, en el que ve, como todos los ilustrados, una herramienta vital
para la educación del pueblo. Conceptos como el decoro, la separación de géneros o el
respeto a las unidades de espacio, tiempo y acción se desarrollan a través de su ensayo
Pero va a ser en la segunda mitad del siglo donde el Neoclasicismo tenga sus
mejores exponentes. Figura principal será Melchor Gaspar de Jovellanos, que aunque
autor también de poesía y teatro, vio a estos como un divertimento superfluo y prefirió
la prosa ensayística. Obras suyas como el “Informe sobre la Ley Agraria” o la Memoria
sobre los espectáculos públicos” son perfectos ejemplos de prosa ilustrada, sencilla,
directa y bien construida. Amigo suyo y autor bajo su influencia fue José Cadalso, quien
destacó por sus “Cartas marruecas”, obra epistolar inspirada en las “Cartas persas” de
Montesquieu, entre la ficción y el ensayo, de la que se sirve para describir la sociedad,
criticando sus vicios y muchas de sus costumbres. Muy distintas son sus “Noches
lúgubres”, relato escrita en forma de teatro, donde reina un tono desesperado y
pesimista con abundantes motivos nocturnos y decadentes que han permitido a la crítica
incluirla dentro del prerromanticismo.
Enorme atención de los ilustrados mereció el teatro, por su poder como vehículo de
instrucción del pueblo. Sus esfuerzos se dirigieron primero a erradicar las comedias de
magia y de figurón barrocas, así como los autos sacramentales, muy degradados a esas
alturas de siglo. Cultivaron por un lado la tragedia, género extraño a nuestra cultura y
que fue siempre ignorado por el público. La mejor obra sería “Raquel”, de Vicente
García de la Huerta, quien recupera un asunto extraído de nuestra historia, los amores de
Alfonso VIII con la judía de Toledo, con final ejemplarizante. Por otro, intentaron con
las comedias la censura de vicios sociales, también con muy poco éxito. Nos referimos a
sátiras , como “La petimetra”, de Nicolás Fernández Moratín, o la denominada
“comedia sentimental”, que inauguró Jovellanos con “El delincuente honrado”. Ajeno al
didactismo ilustrado, el público prefería los sainetes divertidos y castizos de Ramón de
la Cruz. El único autor que logró reunir la estética ilustrada y el favor del público fue
Leandro Fernández Moratín. Sus comedias de costumbres, sobre todo “El sí de las
niñas”, todavía hoy se dejan leer (representar no tanto) con gusto, siendo perfectos
ejemplos de teatro neoclásico: decoro, verosimilitud, respeto a la división de géneros, a
las unidades de espacio, tiempo y acción, didactismo, etc. Choca ver cómo empleó casi
todo su talento teatral en un tema relativamente circunstancial como los matrimonios
concertados.
Podemos concluir diciendo que el XVIII fue un siglo cuya literatura perdió brillo
por su carácter didáctico y racional, que la aleja de los gustos de hoy. Sin embargo, la
prosa directa y clara, el estilo equilibrado y sobrio o el gusto por la verosimilitud, rasgos
propios de la literatura contemporánea, hunden en estos autores sus primeras raíces.