1. Ojos para
soñar Fabienne Bradu
La escritora Fabienne Bradu, autora de libros como Ecos de Pá-
ramo y Señas particulares, entre otros, comenta en este texto la
obra de la fotógrafa Graciela Iturbide, cuyas imágenes confor-
man el reportaje gráfico del presente número de nuestra revista.
“¿Qué hago yo detrás de los ojos?”. frecuente es una manera de sonambulismo que sólo rom-
Rafael Cadenas pe el imán de un objeto aislado, un rostro que se recorta
sobre el aire, un ángulo de realidad, una esquina, las esce-
“Me miro en lo que miro como entrar
por mis ojos en un ojo más limpio”.
nas insólitas cuyo milagro dura sólo un instante. Recor-
Octavio Paz demos que en la mitología los sabios eran ciegos —así lo
atestigua Tiresias—, como si la mutilación fuese la ga-
Antes de conocer a Graciela Iturbide, yo tenía una mala rantía de una mejor y mayor manera de ver. Ésta es la
opinión de la fotografía, quiero decir, una idea confu- paradoja que el cineasta Wim Wenders, citado por la crí-
sa y equivocada. No me he vuelto una especialista en tica española Marta Dahó, expresa en estos términos:
este arte —¡Dios me libre de esta cárcel!—, ni hablo
aquí como crítica autorizada de la obra de Graciela Tomar fotografías es un acto en dos direcciones: hacia
Iturbide, pero su amistad fue para mí la oportunidad y adelante y hacia atrás. La cámara es, pues, un ojo capaz
la guía hacia un conocimiento más profundo y, sobre de mirar en dos direcciones al mismo tiempo. Hacia ade-
todo, desempolvado de clichés y prejuicios. Es poco de- lante, de hecho, “dispara la fotografía”; hacia atrás regis-
cir que Graciela me enseñó a ver sus fotografías y me des- tra una vaga sombra, algo así como una radiografía de la
cubrió a algunos de los artistas afines a su sensibilidad. mente del fotógrafo, al mirar directamente a través de su
Nuestra amistad se inició en la Exposición Universal ojo al fondo de su alma.
de Hannover, en el año 2000, adonde nos había con-
vocado Mercedes Iturbe para documentar la presencia Como el trabajo en Hannover no era esclavizante,
de México en este concierto de naciones, yo con la plu- durante el mes que gastamos en esa ciudad excesivamen-
ma y ella, por supuesto, con su cámara. Como ya lo he te quieta, conversamos horas y días, y a veces hasta bue-
contado en otra ocasión, desde el primer día que cami- na parte de las noches. Le pregunté así muchas cosas que
namos por las calles mortecinas de Hannover, me di ignoraba sobre la fotografía, su vida y sus imágenes en
cuenta de la paradoja que encarna Graciela Iturbide: es particular. Tiempo después, Graciela decidió que reto-
incapaz de retener en la retina el nombre de una calle o, máramos el hilo de esta dilatada conversación para reali-
al menos, la sucesión de fachadas que forman el perfil de zar un libro sencillamente titulado: Graciela Iturbide
las mismas, al tiempo que ve lo que nadie ve a través de habla con Fabienne Bradu, que publicó la editorial La
la neblina que parece envolverla. Suele ir por el mundo Fábrica y la Fundación Telefónica de España, en 2003.
en un estado de distracción bastante legendario que, sin El hilo de nuestro diálogo estuvo tensado por mis lagu-
embargo, se antoja su condición sine qua non para mere- nas y mi curiosidad hacia el itinerario artístico y, hasta
cer la visión que plasmará con la cámara. Su estado más diría, espiritual de la fotógrafa mexicana. La confianza
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7. jes en el sueño, es decir, pronta a ser consumida por la que curiosamente coinciden con sus pupilas y su nariz.
misma ilusión o la misma eternidad. “La vida no puede El velo es lo suficientemente transparente para revelar
ser captada ni por el realismo ni por el naturalismo, los rasgos de la mujer, pero también lo suficientemente
sino solamente por el sueño, el símbolo o la imagina- encubridor para sugerir una aparición levemente gro-
ción”, aseguraba Brassaï, que mucho sabía de sombras tesca y amenazadora, una calavera sonriente, surgida
en el París nocturno y noctámbulo de los años veinte, y de la inmensidad de arena que se extiende a sus espal-
a quien Graciela Iturbide reconoce como una de sus das. “Así, acota el crítico Alejandro Castellanos, las imá-
inspiraciones más decisivas. genes de Graciela Iturbide son un conjuro contra la
En un Autorretrato de 2002, tomado en una de sus visibilidad como espectáculo y la mirada como prejui-
tantas visitas al jardín botánico de Oaxaca, al pie de un cio hacia el otro”.
pochote cuyas espinas se mimetizan con las piedras del
camino, aparece en primer plano la cabeza y la mano
de la fotógrafa. La cabeza se aureola con la sombra de BLANCO
un sombrero y la cámara queda disimulada en la ne-
grura del círculo que dibuja el rostro. La sombra figura Aunque uno no termina nunca de ver las fotografías de
un Cristo primitivo, parecido al de San Marcos en Graciela Iturbide, de verlas y volverlas a ver, de agotar
Venecia, y la imagen adquiere así un cariz simbólico por sus detalles y soñar en concierto con ellas, hay que fina-
las espinas, las piedras y el Cristo decapitado. Algunos lizar de alguna manera este rápido repaso. Quisiera men-
preguntarán: ¿todo esto está creado deliberadamente o cionar tres fotografías cuyos temas, aparentemente,
la visión sale de mi imaginación? Yo contestaría: ni lo nada tienen que ver entre sí. Se trata de Ritual (Nuevo
uno, ni lo otro únicamente. El talento excepcional de León, México, 2000), una inmersión según el rito del
Graciela Iturbide consiste en su intuición para concen- niño Fidencio, en la cual vemos la túnica de un hom-
trar en un diamante una mina de sentidos y símbolos. bre flotando boca abajo, henchida y mojada por el agua;
Ella es parca con la palabra oral y escrita, pero ¡qué elo- la segunda, sin título, (México, 2005) captó los blo-
cuencia despliega en sus fotografías! ques de hielo que todavía se transportan en un carrito
jalado por una bicicleta en algunas calles del Centro de
la Ciudad de México, arponados por unas pinzas dig-
DEVELAR Y VELAR nas de Alicia en el país de las maravillas. Cabe aventurar
de pasada que esta fotografía se antoja un homenaje al
Otra paradoja me parece singularizar el arte de Graciela fotógrafo sueco Christer Strömholm, muy apreciado
Iturbide y reside en su trato con el misterio. “No me por Graciela. Ella se pregunta acerca de una imagen de
gusta que me digan que mi fotografía es mágica, esto su admirado amigo: “Lo que te intriga es saber lo que
me pone furiosa. Más me interesaría, y no sé si lo logro, él sintió ante un pedazo de hielo que estaba tirado en la
que hubiera una dosis de poesía en mi fotografía”, con- calle”, y esa misma pregunta nos la hacemos frente a
fiesa la artista. Develar misterios es una de las ambicio- “su” hielo. La tercera se titula El sacrificio (La Mixteca,
nes más locas de la poesía, pero es asimismo la locura Oaxaca, México, 1982) y muestra a un cabrito nonato,
más ambiciosa de la fotografía. Incluso se antoja que recién sacado del vientre de su madre degollada y re-
esta ambición no puede serle deparada en razón del cién lavado en el río. Lo sostiene una mujer vestida de
exceso de visibilidad al que obliga este arte. ¿Cómo negro con cuchillo en la mano y los pies descalzos en el
enseñar sin desentrañar el misterio? Es obvio que la so- agua. El punto en común entre estas tres fotografías
lución no está en un desvanecimiento de los contornos está, para mí, en el blanco que horada el centro de la
o en su caso de los colores, ni en un excesivo oscureci- imagen. Es un blanco cegador, más una luz que un
miento de la imagen, tampoco en un “fuera de foco” color, un mármol traslúcido como ciertas tumbas mu-
que difumina la nitidez para registrar el movimiento y sulmanas de la India. No sabría explicar muy bien por
acaso sólo traicione la falta de pericia del fotógrafo. qué veo en este blanco, que no se antoja de este mundo,
Graciela Iturbide resuelve la paradoja con una propen- el probable color de lo sagrado, esa luz que los místicos
sión por volver a velar lo que su ojo devela. Pienso en la dicen vislumbrar en sus raptos. En el poema Blanco,
cantidad de velos, mallas, redes, barreras y filtros de Octavio Paz habla de “traslumbramiento”, un neolo-
toda índole que ha retratado para significar su resisten- gismo para calificar, a mi juicio, aquellas visiones que
cia a entregar una realidad demasiado desnuda o cruda, van atrás o más allá de las cosas a través de las cuales se
y como si con su arte ofendiera el misterio que, a un manifiesta lo sagrado cotidiano. Creo que esto es lo que
tiempo, la opaca y la protege. En el Desierto de Pushkar, nos ofrecen las imágenes de Graciela Iturbide: un tras-
en la India, retrató en 1999 a una mujer cuyo rostro lumbramiento que nos hace ver el mundo con un per-
está cubierto por un velo negro, salpicado de bordados petuo asombro.
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