La mayoría del agua para consumo humano proviene de fuentes superficiales como ríos y lagos, pero alrededor de un tercio proviene de aguas subterráneas. El agua superficial requiere un tratamiento complejo antes de su consumo, mientras que el agua subterránea generalmente es más limpia y no necesita tanto tratamiento. Tanto el agua superficial como la subterránea enfrentan amenazas como la contaminación y la sobreexplotación, lo que puede degradar la calidad y disponibilidad de estas fuentes de agua.