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UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO.
FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS SOCIALES.

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Fecha: 2010.10.25 12:00:12 -05'00'

“ANÁLISIS JURÍDICO DEL JUICIO DE JESUCRISTO”

TESIS

QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE:

LICENCIADO EN DERECHO

PRESENTA:

GUADALUPE NÚÑEZ GALLARDO

ASESOR:

MAESTRA EN DERECHO YASNAYA TORRES FERNÁNDEZ

MORELIA, MICHOACÁN, AGOSTO 2010.
INTRODUCCIÓN.
Despierta una gran polémica toda investigación que gira en torno a uno de los
personajes sobre los que más se ha escrito a lo largo de los siglos, del hombre
cuya influencia es notable en todo el mundo, tan es así, que fue capaz de dividir la
historia de la humanidad en un antes y un después de su nacimiento. No
pretendemos en este estudio citar una biografía de Jesucristo, probar su
existencia o dar un enfoque religioso, —no obstante se hará referencia a aspectos
religiosos dada la naturaleza del caso—. El objeto de nuestra investigación se
traduce en analizar jurídicamente el juicio contra Jesús de Nazaret, demostrar —
en la medida de lo posible—, que en el mismo se cometieron una serie de
irregularidades, que dieron como resultado que las autoridades judías y romanas
permitieran desarrollar uno de los procesos más injustos e ilegales que se ha
escrito en la historia.
¿Por qué fue ilegal el juicio de Jesucristo? Este es el punto central de nuestra
investigación, poner de manifiesto que, tanto en el Derecho Hebreo como en el
Derecho Romano se cometieron los peores atropellos en detrimento de ambos
sistemas jurídicos vigentes en aquélla época.
El primer capítulo está basado en abordar temas fundamentales dentro del
Derecho Procesal y Penal tanto romano como hebreo, sobre cómo debía
efectuarse un proceso público y cómo era considerado el delito de sedición, —del
que Jesús es acusado ante la autoridad romana—, haciendo referencia además,
para una mejor comprensión del tema, a los orígenes del pueblo hebreo, a las
reglas que debían normar el proceso judío, a la concepción de la justicia de aquél
pueblo, al máximo tribunal que fue el Sanhedrín, al delito de blasfemia —del que
Jesús es culpado ante el tribunal judío—, su cultura y tradiciones, citando al final
del capítulo algunas palabras pronunciadas por el célebre jurista romano Marco
Tulio Cicerón en torno a este caso.
Ya en el segundo capítulo, se habla propiamente del juicio contra Jesús, el
cual es dividido en dos: ante el Sanhedrín (máximo tribunal judío) que debía ser
desarrollado respetando el ordenamiento hebreo, y el segundo juicio ante Poncio
Pilatos (autoridad romana) quien debió aplicar el Derecho Romano. Tratando de
plantear todo con objetividad, es asombroso cada episodio narrado en ambos
juicios, por las escenas de extrema violencia física y moral de las cuales fue
víctima Jesús siendo inocente. Todo el proceso de principio a fin fue un
quebrantamiento a la ley, una burla a la justicia y una verdadera tortura hacia el
procesado.
En el capítulo tercero haremos referencia concretamente a las violaciones
procesales cometidas por la autoridad judía y romana en dicho proceso, cómo
antes de que el juicio empezara, ya se había conspirado la muerte de Jesús,
buscaron testigos falsos para que declararan en contra de él; cuando en el
proceso judío se establecían reglas elaboradas con escrutinio para elegir testigos
a fin de asegurar justicia, no se permitió defensa para el reo, fue juzgado durante
la noche en casa de Caifás no el sitio oficial del máximo tribunal judío . Ante
Pilatos se observará un juez manipulado por los judíos, una influencia notable de
la política en la impartición de justicia —tema tan frecuente en nuestros días—,
que termina por

aplicar una pena sin delito al igual que lo había hecho el

Sanhedrín.
Por último, en el capítulo cuarto hemos abordado un análisis comparativo de
las violaciones procesales contra Cristo y las garantías constitucionales del
inculpado, así como los principios que rigen el proceso penal en nuestro sistema
jurídico mexicano, considerando criterios jurisprudenciales, así como las opiniones
de diversos tratadistas.
Independientemente de su personaje, lugar y tiempo en que surgió, este
proceso penal nos lleva a reflexionar de manera considerable en temas que están
dentro del sistema de la legalidad y de la justicia, de los derechos fundamentales
del ser humano; lo que implica indudablemente lograr el bien común, conquistar la
libertad, la igualdad, la dignidad y la paz en una sociedad que demanda el
cumplimiento de los valores trascendentales del Derecho, porque creemos en los
ideales que inspiran y luchan por la transformación y el progreso de nuestra patria.
INDICE.
Introducción…………………………………………………………………………….Pág.
CAPÍTULO I. DERECHO ROMANO Y DERECHO HEBREO.
1.1.

Observación Previa…………………………………………………………….….1

1.2.

Concepto de Derecho Romano………………………………………………....1

1.3.

Concepto de Derecho Criminal Romano………………………………………..1

1.4.

Concepto de Proceso Criminal Romano……………………………………..1-2

1.5.

El Proceso Criminal ante la Asamblea del Pueblo…………………………….2

1.6.

Atentados a la Seguridad del Estado o Crimen Majestatis y Delito de

Sedición………………………………………………………………………………...3
1.7.

Orígenes del Pueblo Hebreo o Judío…………………………………………3-5

1.8.

El Decálogo o Diez Mandamientos…………………………………………...5-6

1.9.

Ley del Talión………………………………………………………………………6

1.10. La Blasfemia……………………………………………………………………..6-7
1.11. La Justicia Hebrea………………………………………………………………7-8
1.11.1.

El Sanhedrín………………………………………………………………..8

1.12. El Procedimiento Criminal Hebreo……………………………………………..8-9
1.13. Derecho Penal en Judea (provincia romana)………………………………..9-10
1.14. Carta a Marco Tulio Cicerón…………………………………………………10-11
1.15. Conversación de Marco Tulio Cicerón………………………………………12-13

CAPÍTULO II. LOS DOS JUICIOS INSTAURADOS A CRISTO.
2.1. Consideraciones Generales…………………………………………………...14-15
2.2. Breve Exposición de la Doctrina de Cristo…………………………………...15-17
2.3. El Proceso Religioso o Judío de Cristo ante el Sanhedrín…………………….18
2.3.1. Camino a Getsemaní…………………………………………………………….18
2.3.2. Arresto de Jesús……………………………………………………………...19-21
2.3.3. Jesús en Casa del Sumo Sacerdote Anás………………………………...21-23
2.3.4. Jesús ante Caifás……………………………………………………………23-27
2.4. El Proceso Político de Cristo ante Poncio Pilatos, Gobernador de Judea…...27
2.4.1. Breve Referencia de Poncio Pilatos………………………………………..27-28
2.4.2. Jesús es llevado al Pretorio…………………………………………………28-29
2.4.3. Comparecencia ante Pilatos………………………………………………...29-30
2.4.4. Interrogatorio a Jesús………………………………………………………30-31
2.4.5. Jesús ante Herodes…………………………………………………………..32-33
2.4.6. Jesús es llevado otra vez ante Pilatos……………………………………..33-36
2.4.7. Los Azotes y la Corona de Espinas………………………………………36-38
2.4.8. La Sentencia de Muerte Pronunciada por Pilatos………………………38-42
2.4.9. Crucifixión y Muerte de Cristo……………………………………………….42-44
2.4.10. Las Últimas Palabras de Cristo en la Cruz……………………………….45-46

CAPÍTULO III. VIOLACIONES PROCESALES CONTRA CRISTO.
3.1. Principios Rectores del Proceso Judío……………………………………….47-48
3.2. Análisis Jurídico de las Violaciones Procesales del Sumario Instaurado contra
Jesús de Nazaret…………………………………………………………………….48-53
3.3. Inexistencia del Juicio Político…………………………………………………53-55
3.4. Carta de Poncio Pilatos dirigida al Emperador romano Tiberio……………….56
3.5. Carta del Emperador romano Tiberio a Poncio Pilatos……………………..56-57

CAPÍTULO

IV.

ANÁLISIS

COMPARATIVO

DE

LAS

VIOLACIONES

PROCESALES CONTRA CRISTO Y LAS GARANTÍAS PROCESALES DE
NUESTRA CONSTITUCIÓN.
4.1. Introducción………………………………………………………………...............58
4.2. De las Formalidades Esenciales del Procedimiento……………...…………….58
4.2.1. Jurisprudencia………………………………………………………………...59-60
4.2.2. Garantía de Audiencia……………………………………………………….60-61
4.2.3. Jurisprudencia………………………………………………………………...61-62
4.3. Principio de Legalidad y Reserva de Ley en Materia Penal………………..62-63
4.3.1. Jurisprudencia…………………………………………………………………….64
4.4. Principio de Fundamentación y Motivación de la Causa Legal del
Procedimiento………………………………………………………………………...65-66
4.4.1. Jurisprudencia…………………………………………………………………….66
4.5. Garantías Procesales del Inculpado de acuerdo con el Artículo 20
Constitucional…………………………………………………………………………….67
4.5.1. Derecho a la Libertad Caucional……………………………………………67-68
4.5.2. Monto de la Caución……………………………………………………………..68
4.5.3. Derecho a no Declarar y Valor de la Confesión…………………………..67-69
4.5.4. Conocimiento de la Causa Penal……………………………………………….70
4.5.5. Careo………………………………………………………………………………71
4.5.6. Oportunidad Probatoria………………………………………………………….71
4.5.7. Audiencia Pública………………………………………………………………...72
4.5.8. Auxilio para la Defensa…………………………………………………………..72
4.5.9 .Plazos Procesales………………………………………………………………..72
4.5.10. Derecho a la Defensa………………………………………………………72-73
4.5.11. Prolongación de la Prisión………………………………………………….73-74
4.6. Cuadro Comparativo……………………………………………………………75-77
4.7. La Fe en los Tribunales de Justicia…………………………………………...77-79
Conclusiones
Fuentes de Información
“Bajo el puente de la justicia pasan todos los dolores, todas las miserias, todas las
aberraciones, todas las opiniones políticas, todos los intereses sociales. Sería de
desear que el juez estuviera en condiciones de volver a vivir en sí mismo, para
comprenderlos, todos y cada uno de esos sentimientos: haber probado la
extenuación de quien roba para satisfacer el hambre, ser alternativamente
inquilino y arrendador, obrero huelguista y patrón industrial. Justicia es
comprensión, es decir, considerar a la vez y armonizar los intereses opuestos: la
sociedad de hoy y las esperanzas del mañana; las razones de quien las defiende y
las de quien las acusa”…
Piero Calamandrei
CAPÍTULO I.DERECHO ROMANO Y DERECHO HEBREO.
1.1.

Observación Previa.
Es necesario el estudio de los aspectos fundamentales del Derecho Penal y

Procesal Penal, tanto Romano como Hebreo en esta investigación, en virtud, de
que ambos ordenamientos jurídicos están vinculados con el juicio de Jesús. El
gran jurista Ignacio Burgoa en su obra El Proceso de Cristo señala que éste “se
desenvolvió en dos juicios: el religioso o judío ante el Sanhedrín y el político ante
Poncio Pilatos, gobernador de Judea. Por tanto, el primero debió regirse por la ley
hebrea y el segundo por la ley romana”.
1.2.

Concepto de Derecho Romano.
“Es el conjunto de los principios de derecho que han regido la sociedad

romana en las diversas épocas de su existencia, desde su origen hasta la muerte
del emperador Justiniano”,1es decir, su evolución abarca los tres períodos en que
se divide la historia de Roma: Monarquía, República e Imperio (régimen coetáneo
a la vida de Cristo).

1.3.

Concepto de Derecho Criminal Romano.
“Es el conjunto, históricamente considerado, de normas de conducta

impuestas a los particulares por el Estado romano, para alcanzar la tutela de los
intereses de la colectividad, mediante la conminación a los transgresores, en las
formas de proceso de carácter público, de penas aflictivas”.2

1.4.

Concepto de Proceso Criminal Romano.
“Es el conjunto de actos realizados por los órganos estatales o bajo su control,

encaminados a la referida función sancionatoria”.3

1

PETIT Eugene, Tratado Elemental de Derecho Romano, Porrúa, 24ª ed., México, 2008, p. 17.
BURDESE, Manual de Derecho Público Romano, Bosch, Barcelona, 1972, p. 295.
3
Id.
2

1
Considerando los conceptos anteriores, diremos que se utiliza la expresión
“criminal", cuando se trata de un comportamiento que afecta o trasgrede los
intereses públicos, y en contraposición se usa el término “delictum” o “delito”, para
designar la conducta en la cual se afectan los intereses particulares. Por
consiguiente, se desarrollan procesos y se aplican penas de carácter público al
afectarse la colectividad. Y asimismo procesos y sanciones de carácter privado,
cuando sólo se quebranta la esfera individual. Se destaca una clara distinción
entre Derecho Público y Derecho Privado.

1.5.

El Proceso Criminal ante la Asamblea del Pueblo.
Este proceso aparece por primera vez —nos dice el autor Burdese—, “en la

edad monárquica, donde encuentra un doble origen: los delitos de perduellio y
homicidio. Los magistrados competentes, fueron los tribunos de la plebe, los ediles
y los cuestores. La competencia de los tribunos se introduce en lugar de la de los
antiguos duoviri para la represión de actos ilícitos de marcado carácter político,
especialmente los comprendidos en perduellio para abarcar también atentados
efectuados al ejercicio de las funciones tribunicias”.

El proceso se inicia cuando el magistrado impone la obligación al acusado de
comparecer ante la asamblea convocada para un día determinado: tratándose de
juicios capitales, la competencia corresponde a los comicios centuriados. La
convocatoria se lleva a cabo por medio de edicto, en el cual se citan: nombre del
acusado, el delito que se le imputa y la pena correspondiente. Antes del día
establecido para tal efecto, en tres sesiones consecutivas en presencia del pueblo;
el magistrado procede a una preliminar acusación, considerando la misma y
valorando

las

pruebas,

mientras

que

el

acusado

plantea

su

defensa.

Posteriormente el magistrado, pronuncia formalmente la acusación, que se
resuelve en la propuesta de condena. Durante la cuarta sesión oficial, se efectúa
el juicio popular; previa votación según las reglas propias de cada tipo de
asamblea, el resultado es la condena a la pena propuesta por el magistrado o bien
la absolución del reo.
2
1.6. Atentados a la Seguridad del Estado o Crimen Majestatis y Delito de
Sedición.
En Roma —nuevamente remitiéndonos a Burdese—“el delito político más
grave fue el crimen maiestatis, (la existencia de su correspondiente quaestio
perpetua parece existir ya en el 104-103 a. de J.C.”; regulado por varias leyes,
éste se refería a todo atentado contra la seguridad del Estado y ultraje a
organismos públicos. La pena aplicable es la capital.

La sedición se ubica dentro del delito de perduellio, en su sentido más amplio,
agrupaba todo atentado contra la seguridad del Estado. “Durante la etapa de la
República, —escribe el autor Eduardo López en su obra Delitos en Particular—,
este delito consistía en perturbar el curso regular de las reuniones legales de los
magistrados y de los comicios, por tanto, formaban parte del concepto de sedición
todas las perturbaciones de la tranquilidad pública”. A los autores de este ilícito, se
les seguía causa por lesa majestad, se les seguía juicio por quebrantamiento de la
paz pública. En el Imperio se sigue sancionando el crimen majestatis con la pena
de muerte, por tratarse de actos hostiles contra el Estado Romano.

1.7. Orígenes del Pueblo Hebreo o Judío.
La historia del pueblo hebreo es descrita en la Biblia, durante muchos milenios
fue un pueblo nómada del desierto, pero al estar en contacto con los pueblos
civilizados, conocieron el alfabeto y otras tradiciones. “La alianza del pueblo
hebreo con su Dios Jehová, es lo que se conoce con el nombre de Biblia, palabra
de origen griego, que quiere decir los libros”.4
Como nos relata la autora Amalia López en su libro Historia Universal
“geográficamente estuvieron situados en la región de Palestina, o sea, una de las
tierras de la Media Luna; tenían a Siria al norte, al sur Egipto, al este el Desierto
de Arabia y al oeste el Mar Mediterráneo. Teniendo como lagos que influyen en su

4

LÓPEZ REYES, Amalia, Historia Universal, Cecsa, 32ª ed., México, 1999, p. 99.

3
historia, el Merón y el lago de Genesaret o mar de Tiberíades. El río Jordán fue la
base fluvial de este país”.
El autor José Humberto Zárate menciona que “el origen racial del pueblo judío
se encuentra en Jacob, el origen nacional y religioso se halla a su vez en Moisés,
quien acorde al Pentateuco bíblico logró para su pueblo la independencia de
Egipto, y con ello, coherencia social, normatividad jurídico-religiosa y un territorio
propio”.
Los hebreos tuvieron que partir a Egipto en la época de Jacob, debido a una
gran sequía que invadió Palestina, se establecieron en territorio egipcio donde se
convierten en esclavos de este pueblo. Un hebreo de la tribu de Leví, llamado
Moisés sacó a su pueblo de la cautividad egipcia y los guió a través del desierto, y
en el monte Sinaí, Dios le dio el Decálogo o los Diez Mandamientos de la Ley. Al
llegar a las fronteras de Palestina murió el gran líder, quien heredó a su nación
una legislación y una doctrina escrita.
Es importante destacar que también “se designa al hebreo como sinónimo de
judío, el apelativo judío identifica a todos los descendientes de un conjunto de
tribus semíticas nómadas que desde hace más de tres milenios vagaban por la
región mediterránea del cercano Oriente, a pesar de que la designación apropiada
es hebreo (aplicada por primera vez a Abraham en Génesis XIV, 13), tanto desde
el punto de vista racial, como lingüístico y religioso. Sin embargo, también el
apelativo israelita se puede aplicar a toda la raza, ya que equivale a “hijo de Israel”
o “hijo de Jacob”, quien llevó a su pueblo a Egipto, y cuyos doce hijos formaron las
doce tribus base del pueblo judío. En un principio el gentilicio judío era aplicado
únicamente a los miembros de la tribu de Judá, la cuarta de las doce tribus (es
interesante observar que entre los miembros de esta tribu encontramos a David,
Salomón y al propio Jesús de Nazaret). Más tarde, cuando se dividió el gran reino,

4
la parte del sur se llamó Judá y la parte norte Israel, y ya en los tiempos del
dominio romano, cualquier miembro de esta raza era llamado judío”. 5
1.8. El Decálogo o los Diez Mandamientos.
El Decálogo o Diez Mandamientos constituyeron la fuente principal del
Derecho Penal Hebreo, su inobservancia se consideraba una ofensa a Dios y al
pueblo judío, sus criterios establecidos como bien lo afirman algunos tratadistas,
son la base completa de nuestras ideas modernas de justicia. Este ordenamiento
surgió del Pentateuco (Antiguo Testamento formado por libros del Génesis, el
Éxodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio), a los cuales los hebreos
denominaron Torah o Ley. En ellos se consagra la descripción de los delitos y de
las penas, lo que actualmente es un Código Penal en nuestro sistema jurídico.
Es así como Moisés entendió perfectamente que el ser humano, positivo y
realista, debe conocer las penas que han de ser consecuencia de una mala
acción, así como también las recompensas y beneficios por el buen actuar.
Impulsó el rechazo hacia el vicio y el delito, así como la aceptación de la práctica
del amor, el bien, la justicia y la verdad en la vida cotidiana.
“Moisés dio el Decálogo o mandamientos a su pueblo cuando Jehová le
entregó en el monte de Sinaí las tablas de la ley:
1º. No tendrás otros dioses ante mi faz.
2º. No harás imágenes de ídolos, no te arrodillarás delante de ellas porque yo tu
Dios soy un Dios celoso de tu culto.
3º. No tomarás en vano el nombre de tu Dios.
4º. Santificarás el día del Señor. Trabajarás seis días, pero el séptimo
descansarás.
5º.Honrarás a tu padre y a tu madre.
5

ZÁRATE PÉREZ, José Humberto, et. al., Sistemas Jurídicos Contemporáneos, Mc Graw Hill, México, 2006, p.
192.

5
6º. No matarás.
7º. No cometerás adulterio.
8°. No robarás.
9º. No levantarás falsos testimonios ni mentiras.
10º. No desearás la mujer de tu prójimo”.6

1.9. Ley del Talión.
La Ley del Talión, —afirma el autor Mateo Goldstein—en su obra Derecho
Hebreo, “es un ensayo de adaptación adecuada del castigo al crimen”. Por medio
de esta ley se instituye un equilibrio, pues si se provoca un daño se recibe
exactamente el mismo. En el libro del Deuteronomio en el Antiguo Testamento se
señala: “Mas si hubiere muerte entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente
por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por
herida, golpe por golpe…” Algunos tratadistas suponen que la Ley del Talión era
extremadamente cruel, pero hay otros que consideran que la misma fue una
verdadera evolución en el campo del Derecho Penal. El célebre penalista
Castellanos Tena comenta en su obra Lineamientos Elementales de Derecho
Penal “como en ocasiones los vengadores, al ejercitar su reacción, se excedían
causando males mucho mayores que los recibidos, hubo necesidad de limitar la
venganza, para significar el derecho del ofendido a causar un mal de igual
intensidad al sufrido. Este sistema talional supone la existencia de un poder
moderador y, en consecuencia, envuelve ya un desarrollo considerable”.

1.10. La blasfemia.
Se contempla en el Derecho Hebreo este delito, —según el Antiguo
Testamento— este consistía en atribuirse la calidad de hijo de Dios, ésta fue la
causa por la cual Jesús de Nazaret es condenado por el Sanhedrín, no obstante la

6

LÓPEZ REYES, Amalia, op. cit., p. 101.

6
pena prescrita para los autores de éste ilícito fue la lapidación, esto es el
apedreamiento del condenado.

1.11. La Justicia Hebrea.
El Pentateuco eleva los deberes del juez hasta considerarlos como un
verdadero sacerdocio. Puede decirse con toda certeza que ninguna legislación
antigua ni moderna, ha impregnado tanto honor y dignidad a la facultad de juzgar,
como lo hizo la legislación mosaica; colocaron de forma contundente el significado
de la justicia en la cumbre de sus mandatos. El Antiguo Testamento hace una gran
aportación de reglas y consejos para aplicar la justicia de manera pronta e
imparcial, haciendo de ella una misión honorable y consagrada desde la
perspectiva jurídica e histórica.

Procederemos a citar algunas de sus máximas o principios básicos de aquélla
jurisprudencia:
…“Jueces y alcaldes pondrás en todas tus ciudades que Jehová tu Dios te dará en
tus tribus, los cuales juzgarán al pueblo con justo juicio. No debe el juez mostrarse
benevolente con uno y duro con otro, ni invitar a una de las partes a sentarse y a
la otra dejarla en pie, porque cuando el juez procede con parcialidad con una
parte, la contraria se siente impotente y se confunde .No tuerzas el derecho; no
hagas acepción de personas, ni tomes soborno, porque el soborno ciega los ojos
de los sabios y pervierte las palabras de los justos .La justicia, la justicia seguirás,
para que vivas y heredes la tierra que Jehová tu Dios te da .En el camino de la
justicia está la vida .La justicia engrandece a la nación”…7

Para ejercer la judicatura, era requisito indispensable además, poseer una
amplia cultura no sólo en los conocimientos de la ciencia jurídica, usos y

7

NELSON Thomas, et. al., Biblia del Diario Vivir, Caribe, Estados Unidos de América, 1997, Deuteronomio,
Cap. 16, Ap. 18-20).

7
costumbres, sino en todas las materias que eran objeto de juicio en los tribunales;
como la medicina, la astronomía, geografía, ciencias físicas, matemáticas,
filosofía, entre otras. A falta de peritos en ciencias, no le era permitido al juez
ignorar lo anterior.

1.11.1. El Sanhedrín.
Esta autoridad fue competente para conocer del juicio religioso o judío de
Jesús, el autor Joaquín Cardoso nos dice que el Sanhedrín era

“la autoridad

máxima del pueblo judío, presidido por el sumo sacerdote, que en la época de
Cristo era Caifás. Se formaba por tres clases de personas: los príncipes de los
sacerdotes; o sea los más notables de entre ellos, pertenecientes en su mayoría a
la secta de los saduceos, los escribas; o sea los sabios doctores de la ley,
pertenecientes en su mayoría a la secta de los fariseos, y finalmente los ancianos;
o sea los más antiguos jefes de las familias judías. El número total de sus
miembros era de setenta y uno”.
Este tribunal disponía de atribuciones religiosas, administrativas y judiciales,
vigilaba el cumplimiento de la ley de Moisés y del culto en el templo, conocía de
los delitos de idolatría y de blasfemia; en cuanto a la imposición de penas su
función se limitaba cuando se tratase de aplicar la pena de muerte, pues al
decretarla debía ser ratificada por el procurador romano.

1.12. El Procedimiento Criminal Hebreo.
Todo el procedimiento criminal hebreo, —sigue diciendo el autor Mateo
Goldstein—, “descansa sobre estas reglas:

a) Publicidad de los juicios.

b) Libertad dejada al acusado para su defensa.
8
c) Garantía contra el peligro del falso testimonio. Nunca se admitía como prueba
plena la declaración de un solo testigo, siendo requeridos dos o más y podían
serlo sólo las personas altamente calificadas que reuniesen las condiciones de
honestidad e imparcialidad, de las cuales sus testimonios debían coincidir en
circunstancias de modo, tiempo y lugar, y cuando tuviere lugar alguna
contradicción dicha prueba era desechada. Asombraba la minuciosidad en los
interrogatorios y en las declaraciones de los acusados por las severas lecciones
de moral y humanismo contenidas en la Ley de Moisés.

d) Los jueces no debían infundir terror al acusado a fin de extraerle la confesión de
un delito.
e) Que el crimen sea debidamente comprobado.

f) La confesión del reo no era bastante para condenarle.

g) En el proceso penal se empleaban todos los medios para llegar al
esclarecimiento de la verdad, procurando siempre la absolución antes que la
condena.

h) Las sentencias debían ser fundadas y los jueces estaban obligados a dar los
motivos de su pronunciamiento, por la condena o la absolución”.

Es sorprendente la extraordinaria astucia judicial y el admirable sentido
jurídico utilizados en el régimen hebreo para llegar al descubrimiento de la verdad,
no por medios violentos, sino razonables, para sobreponer la autenticidad a la
falsedad y lograr así castigar al culpable, o en su caso liberar al inocente, sin
afectar en lo más mínimo los sentimientos de la dignidad humana.

1.13. Derecho Penal en Judea (provincia romana).
Por lo que atañe a nuestra investigación referente a la materia penal, diremos
que en la época de Cristo la provincia de Judea pertenecía al dominio romano, era
9
independiente de Roma por lo que atañe a sus costumbres y organización jurídica,
política y religiosa, pues en su ámbito interno no intervenía el procurador romano.
No obstante, los gobernadores o procuradores quienes eran nombrados por el
emperador o por el Senado, gozaban de la facultad de homologar las sentencias
dictadas por los tribunales de las provincias cuando éstas ameritaban la pena de
muerte. En este caso el gobernador romano previo análisis de todo el
procedimiento objeto de la revisión debía determinar la homologación o ratificación
de dicha sentencia o, en su caso, pronunciar la absolución del reo, la existencia de
graves irregularidades procesales eran motivo suficiente para anular el proceso
mismo.

1.14. Carta a Marco Tulio Cicerón.
En relación con algunos aspectos de nuestro tema de investigación, citaremos
una carta escrita en la magnífica obra de Taylor La Columna de Hierro:
Noe ben Joel escribe a su amigo (Cicerón) desde Jerusalén:
… “Saludos querido amigo, te han nombrado cónsul de Roma, el cargo más
importante de la nación más importante del mundo. Y me lo comunicas con tu
sencillez habitual, sin la menor insinuación de vanidad u orgullo. ¡Cuánto me
alegro! Recuerdo divertido tus primeras cartas, en las que expresabas tu
pensamiento y tu creencia de que jamás ocuparías tal cargo. No creíste ni por un
instante que el partido senatorial te apoyara, pues siempre se mostró resentido y
receloso hacia los “hombres nuevos” de la clase media. Dices que te han apoyado
porque cada día temen más al alocado y maligno Catilina, que era uno de los seis
candidatos al puesto. Creo que te quitas méritos con tu excesiva modestia; hasta
los senadores venales pueden a veces sentirse conmovidos por el espectáculo de
las virtudes públicas o privadas y decidir apoyar a un hombre juicioso. Tampoco
creíste que los “hombres nuevos” de tu propia clase te apoyaran por envidia y con
tal de evitar que te elevaras por encima de ellos, ni que el partido popular te diera
sus votos favorables porque en estos últimos años declaraste frecuentemente, con
10
amargura, que el pueblo prefiere bribones que lo adulen y compren sus votos, a
un hombre que sólo les promete intentar restaurar la grandeza republicana y el
honor de su nación y que habla no de conceder más y más dones gratuitos a unos
ciudadanos ociosos, sino con la austera voz del patriotismo.
Sin embargo, ese mismo pueblo del que habías desconfiado te ha elegido
unánimemente con aclamaciones, a la vez vehementes y entusiastas. Esto no me
lo dijiste en tu carta, pero tengo otros amigos en Roma que me han mantenido
informado de todo lo relativo a ti en estos últimos años. Sé que eres muy querido,
a pesar de que te quejes de ser tenido por incongruente y de tu timidez y reserva
naturales. Además, Dios tiene muchos modos extraños de manifestarse cuando se
da cuenta de que una nación está en grave peligro. A menudo, como demuestra la
historia de Israel, saca a los hombres de su vida privada, en los lugares más
retirados, para que se pongan al frente de su pueblo y lo conduzcan con seguridad
a través de los peligros. Prefiero creer que Él ha intervenido a favor tuyo, por amor
hacia ti y para salvar a Roma de Catilina, a pesar de los sobornos, las mentiras y
promesas…
…Me vuelves a hacer preguntas sobre el Mesías, por el que estás más
interesado que de costumbre. ¡Siempre lo estamos esperando! Los fariseos
envían mensajeros a todos los lugares de Israel buscando a la Madre y al Divino
Hijo, mientras que los mundanos saduceos se ríen de ellos. Los saduceos se
llaman a sí mismos hombres pragmáticos, se burlan de lo que se enseña sobre el
futuro y ridiculizan las profecías del Mesías. Prefieren la razón helenística y hacen
detener sus doradas literas cuando algún rabino enfurecido, con los pies sucios de
polvo, habla de Belén y del que nacerá allí de una Virgen Madre, la Azucena de
Dios. Pero se detienen para burlarse y para mover la cabeza admirados de la
credulidad de los pobres y los desamparados, que ansían por un Salvador que se
llamará Emmanuel y que redimirá a su pueblo del pecado. Yo no me río como los
saduceos. Cada noche paso un rato bajo la fría luz de la luna o mirando a las
estrellas en la terraza de mi casa y pregunto a los cielos. ¿Ha nacido ya? ¿Dónde
lo encontraremos?...”
11
1.15. Conversación de Marco Tulio Cicerón.
… “Háblame de nuevo del Mesías —les rogaba Cicerón—. Me temo, —decía
Noe— que los hombres no le reconocerán cuando venga. Lo maltratarán, se
burlarán de Él y al final lo matarán. Porque escucha lo que dice David sobre lo que
será su destino y lo que Él dice de sí mismo: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me
has desamparado? ¿Por qué no me has ayudado? Grito de sol a sol, pero no me
oyes. Soy un reproche para los hombres, soy despreciado por el pueblo y los que
me ven se burlan de mí y mueven la cabeza diciendo: “Confió en que el Señor le
salvará. Dejemos que Él le salve, mostrando así que le es grato”. Me miraban con
la boca abierta como si fuera un rugiente león que merodease. Me han vaciado
como si fuera agua y todos mis huesos están descoyuntados. Mi corazón es como
cera y se ha mezclado con mis entrañas. Mis fuerzas se han secado como un
tiesto y Tú me has llevado al polvo de la muerte. Puedo contar mis huesos, que
parecen mirarme con fijeza. Me arrancan mis prendas y les echan suertes.”
Ya verás —prosiguió Noe— que, a pesar de que los fariseos declaran que el
Mesías aparecerá acompañado de muchas trompetas de plata y con poderes
celestiales, rodeado del trueno, en realidad nacerá como el más pobre y el más
humilde y tendrá que soportar una terrible muerte como sacrificio por los
pecadores. Es algo muy misterioso. ¿Llegaremos a conocerlo? Lo dudo. Sin
embargo, Dios lo dará a conocer algún día porque, como asegura David, Él ha
dicho: “He colocado a Mi Rey sobre Mi sagrada colina de Sión. Y pronunciaré Mi
decreto: Tú eres Mi hijo. En este día te he engendrado. Pídeme y te daré como
herencia a los gentiles y las partes más alejadas de la Tierra serán tu posesión”.
Cicerón escuchó con gran atención y en su interior oró: Perdóname por haber
dudado de Ti y por haberte olvidado. Por las noches rezaba con las palabras del
rey David que Noe le había enseñado.
A media noche se quedaba mirando los cielos y preguntaba a las estrellas
cuándo sería ese día o esa hora y buscaba la estrella de la que Anotis le había
hablado. Pero los cielos permanecían quietos y silenciosos. Se dirigió a su cama y
12
se quedó contemplando la imagen de la Virgen con el Niño, y mientras
reflexionaba, una agradable emoción recorrió su cuerpo, como si hubiera oído una
dulce voz que le llamase en medio de la tosquedad del mundo, una voz que lo
llamase al hogar. Y colocó un ramo de lirios ante la imagen. Luego besó los pies
de la Virgen Madre…”8

8

TAYLOR CALDWEL, Janet Miriam, La Columna de Hierro, Océano, México, 2004, p. 725-726.

13
“… Es precisamente esta irresponsabilidad la que señala otro aspecto en demérito
del proceso penal. Es un hecho que este terrible mecanismo, imperfecto e
imperfectible, expone a un pobre hombre a ser llevado ante el juez, investigado,
no pocas veces arrestado apartado de la familia y de los negocios, perjudicado por
no decir arruinado ante la opinión pública, para después ni siquiera oír que se le
dan las excusas por quien, aunque sea sin culpa, ha perturbado y en ocasiones ha
destrozado su vida. Son cosas que, desgraciadamente suceden; y una vez más,
aún sin protestar, ¿no deberemos al menos reconocer la miseria del mecanismo,
que es capaz de producir estos desastres, y que es hasta incapaz de no
producirlos”…
Francesco Carnelutti
CAPITULO II.LOS DOS JUICIOS INSTAURADOS A CRISTO.
2.1. Consideraciones Generales.
Para efectos de nuestra investigación es pertinente mencionar que “en el
reinado de Augusto, se inicia la nueva era en la historia del mundo, por el
nacimiento de Jesús de Nazaret. Este nació en Belén; su vida y sus obras están
narradas en los libros llamados Evangelios o Buena Nueva. Belén era un pueblo
de Judea, al sur de Palestina, cuando ésta era provincia romana. La mayor parte
de su vida la pasó Jesús en Nazaret, ciudad de Galilea; hacia los treinta años
comenzó a predicar su doctrina, por medio de parábolas o cuentos para hacerla
más asequible a las mentes humildes”. 9Eligió a doce discípulos y en compañía de
ellos predicó por casi todo el país. Jesús tuvo una gran enemistad por parte del
sacerdocio hebreo, pues éstos temieron que se tratase de un revolucionario
político que derrocaría la ley mosaica.
Con la ayuda de la historia podemos comprender cómo era la vida en Judea o
Palestina en la época de Cristo; se vivía un ambiente patriótico y religioso muy
tenso, no existía unidad entre los habitantes de aquél pueblo, puesto que en
algunas ciudades, la mayoría era de gentiles, esto es de no hebreos,
especialmente griegos y siríacos. Por el contrario, el campo, era habitado por
hebreos, quienes eran labradores y pequeños artesanos pobres, trabajadores y
piadosos. Entre sus actividades además de las labores del campo, era parte
fundamental de sus costumbres rezar y ayunar, pues esa era la forma de rendirle
culto a su Dios eterno —que según el Antiguo Testamento que constituía su ley—,
debía enviar a su hijo para salvar a su pueblo de la opresión romana y establecer
en la tierra el reino de los cielos. Se dedicaban muy poco al comercio. Tanto la
política, la literatura, la filosofía y en general, toda la cultura que forma parte del
pueblo hebreo son de carácter sumamente religioso. Según el profeta Isaías, el
Mesías que ellos esperaban sería un hijo del hombre, descendiente de la familia
de David, quien acabaría con el mal e implantaría el bien, trayendo consigo un
reino de amor, paz, riqueza y prosperidad.
9

LÓPEZ REYES, Amalia, op. cit., p. 147.

14
Ahora bien, —dice el autor Indro Montanelli en su libro Historia de Roma—,
“esa esperanza en el redentor comenzaba entonces a ser comparada también por
los pueblos paganos sometidos a Roma, que, habiendo perdido la fe en su destino
nacional, la estaban transfiriendo al plano espiritual. Mas en ningún país la espera
era tan vibrante y espasmódica como en Palestina, donde los presagios y los
oráculos daban por inminente la gran aparición. Había gente que pasaba el día en
la explanada frente al templo, rezando y ayunando. Todos sentían que el Mesías
ya no podía tardar”.
Fue después de la muerte de Juan Bautista cuando comienza la vida pública
de Jesús. Al principio, el Sanhedrín no se preocupó mucho de éste, porque sus
seguidores eran escasos todavía, y, porque su doctrina no era totalmente
incompatible con la de los hebreos, Jesús decía: “Yo no he venido a destruir la ley
de Moisés, sino a aplicarla”. La discordia con las autoridades aconteció cuando
Jesús manifestó ser el hijo de Dios, el Mesías que todos esperaban, y la
muchedumbre le reconoció como a tal. Motivo suficiente para provocar la ira del
Sanhedrín, sobre todo, por razones políticas: temía que Jesús se ostentara su
título de Mesías para provocar una rebelión contra Roma.
Posteriormente los miembros del Sanhedrín conspiraron contra Jesús y
decidieron su arresto por denuncia de uno de sus apóstoles, —esto lo
explicaremos en los siguientes temas—, una noche de abril fue capturado
después de haber cenado con sus discípulos en casa de un amigo y en aquella
“última cena” les manifestó abiertamente que uno entre ellos le estaba
traicionando, y al mismo tiempo se despidió de ellos, y les dijo que ya le quedaba
poco tiempo para estar juntos. Le capturaron aquella misma noche en el huerto de
Getsemaní.

2.2. Breve Exposición de la Doctrina de Cristo.
E necesario conocer aspectos fundamentales de la doctrina de Jesús, en
virtud de que fue acusado por las autoridades romanas de sedicioso, y en este
15
análisis jurídico surge la pregunta ¿realmente su doctrina formó parte de una
sedición? esto lo comentaremos en los capítulos posteriores.
“Amar a Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo, es el
resumen de la moral cristiana. Pero no era el de la antigua ley, cuyo precepto de
amor al prójimo no estaba claramente enunciado. Para el judío, el prójimo era el
pariente, el amigo, el vecino, el paisano y el compatriota; y no lo era ni el
desconocido, ni el extranjero, ni el enemigo nacional o personal. Para Cristo, es el
hombre mismo, sin excepción ni restricción alguna.
El altruismo cristiano ha recibido su expresión más alta en lo que se llama la
regla de oro: “Todo lo que tú quisieras que los demás hicieran contigo, hazlo tú
con los demás: en esto están toda la ley y los profetas”, o en otras palabras: “Trata
a los demás, como tú quisieras que te trataran a ti”. 10Poner a los demás en
nuestro lugar, tratarlos siempre y en todo como quisiéramos ser tratados es una
práctica difícil de alcanzar, pues supone necesariamente acabar con nuestro
egoísmo. Es así como de la doctrina de Cristo se desprende como ley suprema: el
amor.
La doctrina cristiana permanece admirablemente en la época actual. “El Cristo
del Sermón de la Montaña —nos dice el autor Josefh Ratzinger en su obra
Caminos de Jesucristo—, se ha convertido en un mensajero de la bondad de Dios,
en aquél a través del cual la luz de lo eterno resplandece en el mundo”.
Para el autor Raúl Gutiérrez Sáenz en su libro Introducción a la Ética, del
cristianismo “se desprende un modo de vida práctico y de nivel moral superior.
Jesucristo no hizo definiciones, ni explicó por medio de causas; su lenguaje es
metafórico; no fue un profesor teórico; sino un maestro práctico acerca de la vida.
A lo largo de la Biblia, pero sobre todo en los Evangelios, y en las Epístolas de
San Pablo encontramos una serie de proposiciones de elevadísimo nivel
ontológico y moral. Aun prescindiendo del carácter revelado de las Sagradas
Escrituras, un profano tendría que considerar el objeto de tales juicios, y
10

PRAT Ferdinand, Jesucristo, su Vida, su Doctrina y su Obra, Tomo I, Jus, 3ª ed., México, 1956, p. 254-255.

16
maravillarse de la profundidad humana, altura teológica y armonía ontológica del
mensaje contenido en la Biblia. Ese mensaje, nos lleva en pocas palabras hasta la
médula del pensamiento cristiano”.
Jesucristo predicó una doctrina de salvación y elevación del hombre hacia
Dios. Su mensaje se extiende sin distinción a todo el género humano. Resalta los
valores de la dignidad, libertad e igualdad de los seres humanos, todo lo que era
calificado como indigno del hombre, es profundamente valorado: la humildad del
publicano, contraria a la soberbia del fariseo, el trabajo manual es considerado un
digno oficio, en una época donde sólo se apreciaba la sabiduría sofisticada de los
griegos.
En pocas palabras: “el dolor, la muerte, las penalidades, el fracaso, las
contradicciones, las humillaciones, la pobreza, el sacrificio; todo lo humano
adquiere el valor que le corresponde como medio para elevar el interior del
hombre a los valores trascendentes. Las bienaventuranzas escandalizaron a
muchos; han sido una verdadera trasmutación de valores. Algunos ni siquiera las
han entendido, como Nietzsche, que no comprendió que el amor al miserable es
un amor que levanta y redime, no un amor predicado por el inferior para el
demérito de los demás”. 11
Abroga la ley del talión, ordenando —lo que resulta paradójico para el ser
humano— hacer el bien a nuestros enemigos. La práctica del perdón es materia
fundamental y considerada la más alta nobleza del cristianismo. Para el autor Raúl
Gutiérrez Sáenz: “nunca nadie ha como lo hizo Jesucristo. Nunca nadie había
notado el valor allí en donde todos consideraban el fracaso y la desvalorización
humana. Pero, sobre todo, la muerte y la donación de su propia vida por amor al
prójimo, es el precio de nuestra salvación”.

11

GUTIÉRREZ SÁENZ, Raúl, Introducción a la Ética, Esfinge, 8ª ed., México, 2006, p. 244.

17
2.3. El Proceso Religioso o Judío de Cristo ante el Sanhedrín.
2.3.1. Camino a Getsemaní.
Aquí comienza propiamente el juicio contra Jesús de Nazaret. “Getsemaní era
un predio con un olivar y un lugar de aceitunas en la falda occidental del monte de
los Olivos. Aún hoy, subsiste una parte de este predio, el cual encierra dentro de
su cerca ocho viejísimos olivos, los cuales, —según la tradición—, fueron
contemporáneos de Jesús y testigos de su agonía. Dentro de este mismo jardín,
ahora siempre tranquilo y con una nota alegre y consoladora florecen
constantemente el romero y las célebres siemprevivas rojas llamadas sangre del
mesías”.12
Para evitar descontextualizar el proceso contra Jesús citaremos la narración
(de ambos juicios) que hace el autor Ferdinand Prat en su libro Jesucristo, su
Vida, su Doctrina y su Obra Tomo II:
“Jesús salió del Cenáculo con los apóstoles entre diez y doce de la noche.
Bajó a la quebrada del Tyropeón, sin duda por el camino en escalera que las
recientes excavaciones han descubierto, y salió de la ciudad por la puerta de la
Fuente; enseguida tomó la dirección del norte, dejó luego a la derecha las
famosas tumbas bautizadas con nombres ilustres, y debió de pasar el Cedrón,
casi por el mismo sitio del puente actual, el Cedrón no es —hablando con
propiedad—, ni un arroyo ni un torrente. Durante casi todo el año se le atraviesa
en pie enjuto, y no lleva mucha agua, cenagosa por cierto, más que en el tiempo
de las lluvias invernales. Profundamente encajonado entre el monte de los Olivos
y la colina del templo, no le llega el sol sino mucho después de su salida, Cedrón,
en hebreo, significa negro; y algunos piensan que debe su nombre al oscuro color
de sus aguas o a la penumbra que en él reina en la mañana y al declinar el día.

12

MESCHLER, Meditaciones sobre la Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Tomo III, Ibérica, Barcelona, 1954, p.
149.

18
2.3.2. Arresto de Jesús.
Habiendo salido del Cenáculo en aquella noche cerrada, se fue Judas a la
casa del sumo sacerdote, donde se le esperaba con impaciencia. La conjuración
lo había previsto todo hasta en sus menores detalles, pero ahora se trataba de
ejecutarla y no podía haber precauciones de sobra para evitar cualquier incidente
desagradable. Disponía el pontífice de un numeroso personal, pues tenía bajo sus
órdenes la guardia encargada de la policía del templo; pero si acaso había un
desorden o un choque con efusión de sangre, incurría él en una grave
responsabilidad, mientras que estaría a cubierto si contaba con el beneplácito y el
concurso del gobernador. Por lo cual se pidió a Pilatos un piquete de soldados
romanos.
Judas se había comprometido a seguir a la tropa. Sabía que Jesús se iba
algunas veces, al salir del templo, a pasar la noche a Betania; pero estaba seguro
de que esta ocasión no iría él tan lejos, porque después de comer el cordero
pascual no se podía salir de Jerusalén o de sus alrededores inmediatos,
comprendidos dentro de los límites del reposo sabático. Dos grutas servían de
refugio a Cristo en el monte de los Olivos: la luna cerca de la cima, precisamente
donde se levantó hace dos siglos la basílica constantiniana de Eleona,
reconstruida actualmente bajo el nombre del Sagrado Corazón; y la otra al pie de
la colina, cerca del huerto de Getsemaní. Se puede creer que el traidor vino a
rondar a los alrededores y que al ver que aquí se detenía Jesús, corrió a dar aviso
a sus cómplices.
Los soldados romanos, acuartelados en la Antonia, tomaron sus armas como
de costumbre y se proveyeron de linternas, como para una expedición nocturna.
Iban tan sólo para prestar auxilio en caso de necesidad, pues la aprehensión de
Jesús iba a ser ejecutada por los policías del templo y los criados de los sumos
sacerdotes. La mayor parte de esta gente llevaba garrotes, y —siendo
conveniente preverlo todo— algunas antorchas, para el caso de que las nubes
ocultaran la luna llena de pascua. Es probable que algunos ociosos se unieran a la
tropa, por la curiosidad de ver lo que iba a pasar. El gran cortejo se puso al fin en
19
marcha. No podía haber hora más propicia para un golpe de mano: todo dormía
en Jerusalén y sus alrededores.
Judas se había obligado a entregar a Jesús en manos de los sanhedritas,
quienes le prometieron treinta monedas de plata, pero guardándose de dar el
menor anticipo: los conspiradores desconfían siempre unos de otros y todos
toman sus precauciones. Como el traidor no tocaría la plata sino en caso de éxito,
tenía interés, tanto o más que nadie, en que todo saliera bien. Los criados de los
sumos sacerdotes tuvieron muchas veces la ocasión de encontrar a Jesús en el
templo y sin duda le conocían de vista; pero de noche y a la sombra de una
arboleda tupida no era difícil una equivocación, y convenía tener una contraseña
que evitara todo error y aún la menor duda. Judas les dijo: “Aquel a quien yo
besare, ese es; prendedle y no le dejes escapar”. Después de esta advertencia
Judas se adelantó, para que no se fuera a pensar que él formaba parte de la
banda.
Y Judas había dejado a Cristo hacía unas cuantas horas y nada parecía
justificar esta muestra de afecto extraordinario. Hecho Judas un verdadero
maestro en materia de hipocresía, y sabiendo que Jesús conocía sus pérfidas
intenciones, hizo la comedia del arrepentimiento. No se contenta Judas con besar
a Jesús, como era lo convenido, sino que lo abraza con efusión. Primero finge que
busca a Jesús y que no le ve; y luego se arroja a sus brazos y lo estrecha contra
su pecho, pronunciando el saludo habitual: “¡Dios te guarde, Maestro!”, como
diciéndole, “señor olvídalo todo, ya no soy el mismo”. Jesús le respondió: “Amigo,
haz eso para lo que has venido”, agregando luego tristemente: “Judas, ¿traicionas
al hijo del hombre con un beso?”
Advertidas por la contraseña, las gentes del Sanhedrín acudieron en
desorden. Jesús les salió al encuentro y les preguntó: “¿A quién buscáis?” —A
Jesús de Nazaret—. “Yo soy, si me buscáis a mí, dejad ir a éstos hombres que
están conmigo”. Apenas acababa de hablar cuando los esbirros se arrojaron sobre
él.

20
Luego se dirigió a la muchedumbre: “vosotros habéis venido con espadas y
palos para prenderme como a un ladrón. Yo enseñaba todos los días en el templo,
donde podíais apoderaros de mí; pero es necesario que los escritos de los
profetas tengan su cumplimiento. Esta es ya vuestra hora”. Entonces le
abandonaron todos los apóstoles y huyeron.

2.3.3. Jesús en Casa del Sumo Sacerdote Anás.
Jesús recorrió en sentido inverso el mismo trayecto de dos o tres horas antes.
Los esbirros se lo llevaron a lo largo del Valle del Cedrón, hasta la puerta cercana
a la piscina de Siloé; y luego escalaron el camino escarpado que conducía al
palacio común de Anás y Caifás, sobre la altura que ahora se llama colina de Sión.
El pelotón romano, terminado su cometido, volvió al cuartel; y la escolta judía
condujo al prisionero ante Anás, el personaje más activo e influyente del
Sanhedrín.
Durante nueve años ocupó Anás el puesto de pontífice, al cual fueron
elevados después, con diversos intervalos, cinco de sus hijos y uno de sus nietos.
Yerno suyo era Caifás, el sumo sacerdote a la sazón en funciones, de suerte que
parecía que consideraban ellos el Supremo Pontificado como una propiedad de la
familia. Anás tenía cuanto un judío de su época podía ambicionar: riqueza,
honores, prestigio y la estimación de Roma. Se reprochaba entonces en las
familias sacerdotales más encumbradas el fasto, la vida mundana, el materialismo,
la implacable dureza del alma; pero los miembros de la familia de Anás se
distinguían también por la perversidad y la avaricia.
Interrogó, pues, a Jesús sobre su doctrina y acerca de sus discípulos; “¿Quién
te ha dado autoridad para hablar en nombre de Dios y contra la ley de los
profetas?” pero la respuesta no fue la que él esperaba “Yo he hablado
abiertamente al mundo. Siempre enseñé en las sinagogas y en el templo, donde
acostumbran reunirse los judíos, y jamás dije nada en oculto. ¿Por qué me
interrogas? Pregunta a quienes oyeron mis palabras; ellos saben lo que dije yo”.
21
No se parecía Jesús a los traficantes de sabiduría humana, que reservan su
ciencia para un corto número de iniciados, a fin de hacerla más deseable y
lucrativa. La de Jesús accesible para las almas más sencillas y capaz de
satisfacer a los espíritus señeros, nada tiene de secreta ni de esotérica. Los
discípulos recibieron la orden de darla a conocer desde las azoteas.
Apenas había acabado él de hablar, cuando le dio una bofetada uno de los
alguaciles del pontífice, diciéndole: “¿Así respondes al Pontífice?” Ninguno de los
presentes protestó contra este indigno tratamiento infligido a un prisionero
indefenso, maniatado y sujeto a un interrogatorio que nada tenía de oficial. Jesús,
sin perder la calma, dijo al agresor: “Si hablé mal, muéstrame en qué; más si bien,
¿por qué me hieres?”
¿Por qué fue conducido Jesús desde luego a la casa de Anás, en lugar de
que se le llevara directamente ante el sumo sacerdote Caifás? ¿Sería esto un acto
de deferencia de parte de este último, siempre lleno de consideraciones y de
respeto para su poderoso suegro? ¿O Anás, habituado desde hacía mucho tiempo
a hacer y deshacer como jefe, maquinó esta intriga, tomó sus mediadas y dio sus
órdenes, de suerte que los esbirros se dirigían ahora a él como inspirador e
instigador de la conspiración? Esta hipótesis es tanto más verosímil, cuanto que a
los ojos del pueblo Anás seguía siendo el verdadero pontífice, al grado de que el
epíteto de sumo sacerdote estaba ya unido a su nombre. A pesar de su destitución
arbitraria aún podía ser considerado como el legítimo sucesor de Aarón, siendo
Caifás un mero testaferro y simple agente responsable ante la autoridad romana.
Nada tuvo de jurídico el interrogatorio que hizo Anás. No hubo allí ni testigos
ni acusadores; y los miembros del Sanhedrín no formaban quórum. Allí estaban
únicamente los más encarnizados y radicales, que habían ido con la expedición
nocturna hasta el huerto de Getsemaní. Se dieron prisa en convocar a los demás,
cuando menos a quienes merecían su confianza, pero a una hora tan avanzada de
la noche convenía mejor darles tiempo a que llegaran a la casa de Caifás, donde
habría de tenerse la reunión.

22
Semejante a un agente de investigaciones previas que se aprovecha de la
turbación moral que se apodera de un inculpado en el momento de su
aprehensión, Anás esperaba arrancar a su cautivo confesiones comprometedoras.

2.3.4. Jesús ante Caifás.
Comprendió luego Anás que no conduciría a nada su interrogatorio, puesto
que el prisionero se rehusaba a responder. Entonces lo envió, siempre atado, al
Pontífice Caifás. No fue largo el trayecto. Suegro y yerno ocupaban dos alas
distintas de un mismo palacio unidas por un patio común. La tradición tan antigua
como se puede suponer, sitúa la casa de Caifás en la colina de Sión, en la parte
alta de la ciudad que estaba fuera del recinto del campo romano, recinto que casi
coincidía, por el lado del sur, con la muralla actual. Según los datos tradicionales,
estaba esa casa no muy lejos del Cenáculo, cerca de lo que ahora se llama la
puerta de David, entre el antemural moderno y la iglesia del Tránsito construida
hace muy pocos años. La antigua tradición casi no se ocupa de la casa de Anás,
pero tampoco la distingue expresamente de la de Caifás.
Fuera del papel que Caifás desempeñó en el proceso de Cristo, nada
sabemos de él, sino es que era yerno de Anás, que fue nombrado sumo sacerdote
el año 18 de n.e. por Valerio Grato, y depuesto el año 36, por Vitelio, gobernador
de Siria, al mismo tiempo que Pilatos y quizá por las mismas causas. Así es que
Caifás tenía ya once o doce años en el pontificado y habría de conservarlo seis o
siete años más. ¿Porqué prodigios de servilismo, de sobornos y de bajas intrigas
había podido sostenerse allí durante tanto tiempo, siendo que cada uno de sus
tres predecesores no habían podido ocupar esa dignidad arriba de un año y la
tuvieron apenas un poco más de tiempo sus cinco sucesores inmediatos? ¿Cómo
había logrado conservar el favor de Pilatos, de este procurador suspicaz,
autoritario y codicioso, que parecía gozarse en humillar al sacerdocio y en reprimir
la menor tentativa de independencia de los judíos? Este es un problema imposible
de resolver por falta de documentos. Los cuales no son muy necesarios, por otra
23
parte, pues la conducta de Caifás en esta ocasión nos la va a pintar de cuerpo
entero.
El local en que el Sanhedrín sesionaba regularmente estaba situado en la
cuesta septentrional del monte Sión, cerca de la plaza con pavimento de lozas que
se llama el Xyste unida por un puente a la explanada del templo, cerca del muro
herodiano junto al cual van los judíos a exhalar sus lamentos cada viernes por la
tarde. Pero todo había de ser contra la ley en este singular proceso; y se tuvo el
consejo de noche en la casa de Caifás, el éxito de la conspiración reclamaba
secreto y rapidez.
Cuando el Sanhedrín estuvo completo —o cuando al menos hubo quórum—,
abrió el presidente la sesión y se buscaron testigos falsos que estuvieran
dispuestos a rendir un testimonio que permitiera condenar a muerte a Jesús; pero
ocurrió todo con tal rapidez y desorden, que los testigos no pudieron ponerse de
acuerdo, o no aprendieron bien la lección. Y la ley de Moisés era demasiado clara:
para condenar a un hombre a muerte se necesitaban dos o tres testimonios
concordantes. Los rabinos de tiempos posteriores exigían en esa concordancia
hasta una precisión casi irrealizable: querían que el acusador especificara
exactamente el día, la hora, el lugar y las menores circunstancias del crimen. Se
requería cuando menos que no se contradijeran las declaraciones; y esto era lo
que no se lograba obtener contra Cristo, a pesar de la docilidad de los testigos, la
parcialidad de los jueces y las muchas tentativas.
Se presentaron, al fin, dos hombres, que parecían haber encontrado la clave y
cuyos dichos retuvieron por un instante la atención del tribunal. Uno afirmaba
haber oído decir a Jesús: “Yo destruiré el templo de Dios y lo restituiré en tres
días”, y el otro: “Yo destruiré este templo hecho por manos de hombres y en tres
días levantaré otro que no será hecho por manos de hombres”. Los dos
testimonios diferían demasiado entre sí y ninguno de ellos reproducía fielmente las
palabras de Jesús: “Si destruís este templo —se refería él a su cuerpo, santuario
de la divinidad—, yo lo reedificaré al cabo de tres días”. Aún aplicado en un
sentido material al templo de Jerusalén, podía parecer extravagante este aserto a
24
cualquiera que ignorase el poder de Cristo. Mucha gente pensaba que llegaría la
hora en que el Mesías haría lo mismo en mayores proporciones. Esto era lo que
se habría podido decir, si los testigos hubiesen estado de acuerdo, pero no ocurrió
así. Y aún en este caso afirmativo, tal disposición no justificaba una sentencia de
muerte: no serviría sino para hacer odioso a Cristo y enajenarle las simpatías del
pueblo, al hacer creer que él había deseado o profetizado la ruina del templo.
Levantóse Caifás de su asiento y avanzando hasta la mitad de la sala,
apostrofó a su prisionero: “¿No respondes nada a todas las acusaciones dirigidas
contra ti?” Jesús guardaba silencio. Lo interpelaban a gritos varios miembros del
Sanhedrín: “Si tú eres el Cristo dínoslo sin ambages”. “Si os lo digo, —respondió
Jesús—, no me creeréis; y si os interrogo, no me responderéis”.
Caifás creyó al fin haber hallado un medio seguro de imponer este pertinaz
silencio y arrancar a Jesús una confesión que lo perdiera: ¡Yo te conjuro en el
nombre de Dios vivo a que nos digas si tú eres el Cristo, el hijo del Bendito! Este
requerimiento era absolutamente ilegal. Jamás se había conjurado a nadie, no
habiendo testigos, a que se declarara culpable, ni a que el mismo acusado pusiera
término al proceso pronunciando su condenación. Así es que Jesús no tenía por
qué responder a una pregunta que el juez no tenía derecho de formular. Si Jesús
contestó, no fue por respeto a la autoridad del pontífice, sino porque en aquellas
circunstancias el silencio habría tenido el valor de una retractación. Se le preguntó
si él era el Mesías y el hijo de Dios, el hijo por excelencia, el propio hijo de Dios.
¿Porqué pues, conjura Caifás a Jesús a que diga si es el Mesías? Es que esta
reivindicación, odiosa para Roma, tendrá una importancia capital cuando el asunto
sea llevado ante el tribunal de Pilatos.
El hecho de arrogarse la calidad de hijo de Dios, estableciendo entre Dios y él
una relación trascendente e incomunicable, constituía una blasfemia gravísima.
Cada vez que Jesús se daba este título, los judíos conspiraban en su contra o
tomaban piedras para lapidarle como a blasfemo. ¿Qué va a responder él ahora?
Ante este requerimiento del sumo sacerdote, que habla en nombre del Sanhedrín
y de la nación entera, Jesús no puede callar. “Tú lo has dicho; yo lo soy. Y aún os
25
digo que en lo sucesivo veréis al hijo del hombre sentado a la derecha de la
potestad divina y viniendo sobre las nubes del cielo”.
Apenas acababa él de hablar, cuando el pontífice exclamó: “Habéis oído al
blasfemo. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Merece la muerte”. Y todos
los sanhedritas repitieron en coro: “Merece la muerte”.
Al mismo tiempo rasgó Caifás un faldón de su túnica. Este era el gesto de
reprobación que todo judío piadoso debía de ejecutar al oír una blasfemia. El
Talmud establece para ello un verdadero rito, reglamentando hasta el más
minucioso detalle. A pesar de la aparente indignación, el pontífice reventaba de
gozo. Como se ha dicho muy bien, “este cuerpo del delito de blasfemia, única cosa
que podía autorizar la sentencia de muerte, era todo lo que él buscaba; y se
comprende con qué ardor se apodera de aquello y lo explota: ya tiene, al fin, su
presa, ahora puede estrechar a su adversario con este dilema fatal: o la
retractación o la muerte.
Apenas vieron los guardias que Jesús había sido condenado como blasfemo
por el Sanhedrín, se arrojaron sobre él con furor, acabándolo a golpes e insultos.
Empezaron por escupirle el rostro, enseguida después de vendarle los ojos, le
abofeteaban, diciéndole: “Adivina quién te pegó”. Ya no sabían qué inventar para
torturar a su víctima y desahogar la rabia, pues pensaban que ninguna compasión
se debía tener con un hombre convicto de blasfemia. Y los satélites de Herodes
Antipas colmarán de burlas a Jesús cuando vean al tetrarca tratarlo como a un
loco o como a un rey de sainete; y los soldados del gobernador idearán una
entronización cómica al condenar Pilatos al rey de los judíos a sufrir la pena del
flagelo, preludio de la cruz. Sabido es que la plebe de Roma se divertía en forma
salvaje torturando a los condenados a muerte, durante el trayecto del tribunal al
patíbulo. Los criados del pontífice tomaron con crueldad a diversión el insultar y
atormentar al prisionero, para abreviar aquella noche, pues se esperaba el día
siguiente para que el Sanhedrín se reuniera de nuevo y decidiera de la suerte del
reo.

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Tuvo el Sanhedrín dos sesiones: una de noche, en la cual se hizo comparecer
a los testigos; y otra al salir el sol, en la cual se decidió llevar el asunto ante
Pilatos. Jesús salió del tribunal en medio de la escolta, y al atravesar el patio
común a los dos palacios, lanzó sobre el apóstol Pedro una mirada triste y tierna
que traspasó el corazón de éste.

2.4. El Proceso Político de Cristo ante Poncio Pilatos, Gobernador de Judea.
2.4.1. Breve Referencia de Poncio Pilatos.
El procurador de Judea era entonces Poncio Pilatos. Nombrado en 26 por el
emperador Tiberio, ocupó ese puesto durante diez años completos, pues no fue
destituido sino hasta 36, por haber mandado matar a un grupo inofensivo de
samaritanos. El rey Agripa, —que ciertamente no le quería—, dice que Pilatos era
“de carácter inflexible y de una arrogancia brutal”. Se le acusaba de venal, de
rapaz y violento; se le reprochaban vejaciones de toda especie, crueldades
inútiles, matanzas sin forma de proceso. Por negro que nos parezca este retrato,
es sin embargo, exacto. ¿Cómo puede dejar Tiberio, tan celoso del buen gobierno
de las provincias, a un hombre como éste a la cabeza de Judea? Es que tenía por
principio que una vez enriquecidos los gobernadores, aunque fuera mediante
exacciones y rapiñas, se hacían menos voraces. Por lo demás, Pilatos pasaba por
un administrador activo, emprendedor, muy capaz para mantener el orden; y estas
cualidades compensaban sus vicios, según el juicio de Tiberio.
De que Pilatos era brutal y terco, no convendría concluir que estaba dotado de
una verdadera energía. Los caracteres más violentos son a veces los más tímidos.
Afectan brutalidad para disimular la falta de carácter y se esfuerzan por inspirar a
otros el terror que ellos mismos experimentan.
Cuando Pilatos toma posesión de su gobierno, discurrió con el objeto de
domeñar de una vez por todas a los judíos. Pilatos, que hacía temblar a todo el

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mundo, temblaba a su vez por el miedo a una denuncia ante Tiberio, razón que le
arrancó la sentencia de muerte de Jesús.
Es necesario tener en cuenta su carácter y su situación, para comprender su
papel durante el proceso de Jesús, sus rodeos y dilaciones, sus alternativas de
firmeza y debilidad, de arrojo y cobardía. Podía ser cruel por interés y por cálculo,
mas no por inclinación natural. No era un hombre capaz de cometer a sangre fría
un asesinato judicial que no trajera ventaja alguna. El medio en que vivía, las
funciones que desempeñaba, el hábito de hacer justicia y de ver cómo se impartía
ésta, le había inculcado a la larga cierto sentido de la equidad y del deber
profesional. Le convenía también contar con el círculo de sus consejeros y
asesores, cuyas opiniones no le era forzoso seguir, pero sin despreciarlas.

2.4.2. Jesús es llevado al Pretorio.
Al despuntar la aurora celebraron nuevo consejo los sanhedritas. ¿Querían
por un escrúpulo tardío, cubrir este asesinato jurídico con una sombra de
legalidad, terminando de día un proceso criminal iniciado en la noche contra todo
derecho? Pronunciada estaba ya la sentencia de muerte y el único punto que
ahora les inquietaba era la manera de ejecutarla. Sabiendo muy bien que
necesitaban el beneplácito del procurador romano, se trataba de acordar el mejor
medio de obtenerlo. Dos caminos se les ofrecían: conseguir del poder romano el
visto bueno de la sentencia y pedir permiso de ejecutarla ellos mismos, o
presentarse como ejecutores ante Pilatos, como si aún no hubiesen resuelto
absolutamente nada. En el primer caso, la pena que había de sufrir el blasfemo,
conforme a la ley judía, la de lapidación, era muy de dudar que el procurador
consintiese en autorizarla. Se prefirió, pues, el segundo arbitrio, que presentaba
una doble ventaja: la de hacer cargar a un extranjero con la odiosidad de una
condenación que disgustaría a la gente de bien y la de hacer ejecutar a Jesús sin
ningún peligro para ellos, gracias al apoyo de la fuerza armada. El consejo duró
poco tiempo, pues todavía era temprano cuando se presentaron ante Pilatos.
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El mundo antiguo era muy madrugador. En Roma, los patricios estaban en pie
desde la aurora, para dar audiencia a sus clientes. No tardaban en abrirse los
tribunales, porque todos los negocios importantes terminaban hacia el mediodía, y
el resto del tiempo era para el descanso y las diversiones. Apenas doraban los
primeros rayos solares el monte Sión, cuando Jesús fue llevado al Pretorio.
En un principio, el pretorio era la tienda del general en jefe, especie de
santuario en que se guardaban las insignias de las legiones, en que el pretor
examinaba los auspicios y donde hacía justicia. Más tarde, cuando el emperador
tuvo el mando de todos los ejércitos, se dio ese nombre a la mansión imperial y a
las residencias de sus representantes, procónsules, propretores, procuradores,
quienes tenían el derecho de vida y muerte. Durante sus viajes el emperador
cambiaba continuamente de pretorio. La habitación, ordinaria o provisional, del
emperador o de sus agentes armados con el ius gladii, era el pretorio. Es cierto
que los gobernadores romanos solían instalarse en los palacios de los soberanos
desposeídos; pero podían tener razones para escoger otro palacio, que se
convertía entonces en pretorio. Así es que no hay que concluir de ese hecho que
el pretorio de Pilatos estuviera en el palacio de Herodes.

2.4.3. Comparecencia ante Pilatos.
El procurador no se sorprendió al ver llegar a los sanhedritas. Debía de estar
ya al corriente del asunto. Le había rendido parte el triunfo que fue con el piquete
enviado para prestar auxilio a los esbirros que aprehendieron a Jesús. Por un
escrúpulo singular, pero muy explicable en gente que habría colado un mosquito
tragándose un camello, los enemigos de Cristo no quisieron entrar al pretorio, para
no contraer una impureza legal que les habría impedido comer la pascua. El entrar
a la casa de un pagano era tanto, al menos en Palestina, como tocar un cadáver:
imprimía una mancha que duraba siete días. Habituando, con todas las
autoridades romanas, a condescender con los usos religiosos de las provincias,
Pilatos salió a la plaza contigua al Pretorio y les preguntó de qué acusaban al
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prisionero. Los sanhedritas manifestaron extrañeza ante esta pregunta. Quizás
algunos se habían ilusionado con la esperanza de que Pilatos les encomendaría
los detalles del procedimiento y ratificaría ciegamente la sentencia que ellos
mismos dieran.
Por lo cual respondieron: “Si este hombre no fuera un malhechor, no te lo
habríamos traído”. Pilatos creyó o fingió creer que se trataba de una de esas
infracciones a la ley mosaica que se castigaba con excomunión o con treinta y
nueve azotes. En este caso, el asunto no le atañía y respondió: “Lleváoslo, pues y
juzgadle vosotros mismos según vuestra ley”. A lo que contestaron: “Pero nosotros
no tenemos poder para matar a nadie”. Algunos piensan que el permiso de Pilatos
era irónico. Al decirle los judíos que no le habrían llevado a Jesús si este no fuera
un malhechor, no pueden ocultar su deseo de dictar al juez la sentencia: pues bien
les respondería Pilatos lo anterior, y así les habría recordado que debían respetar
a la autoridad suprema. En Palestina, como en todas las provincias anexadas al
imperio, el ius gladii pertenecía en exclusiva al gobernador romano. Los judíos no
lo ignoraban y los sanhedritas lo reconocían expresamente.

2.4.4. Interrogatorio a Jesús.
Viendo Pilatos que el asunto era grave, puesto que se hablaba de pena
capital, prestó mucha atención; y los sanhedritas comprendieron que este era el
momento de dar un gran golpe: “Lo hemos sorprendido, —dijeron—, apartando a
nuestro pueblo de la obediencia, vedando que se pague el tributo al César y
proclamándose Mesías-rey”. El procurador entró al palacio e hizo que se le llevara
al reo para sujetarlo a un interrogatorio.
PILATOS. — ¿Eres tú el rey de los judíos?
JESÚS. — ¿Dices esto de ti mismo u otros te lo han sugerido?
PILATOS. — ¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los pontífices te han traído ante
mí. ¿Qué has hecho?
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JESÚS. —Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mis
ministros lucharían para impedir que yo sea entregado a los judíos; pero mi reino
no es de aquí abajo.
PILATOS. —Luego tú eres rey.
JESÚS. —Tú lo has dicho, yo lo soy. Yo nací y vine a este mundo para dar
testimonio de la verdad. Cualquiera que es del partido de la verdad escucha mi
voz.
PILATOS. — ¿Qué cosa es la verdad?
Y salió sin esperar respuesta. Escéptico y epicúreo, la definición de la verdad
le interesaba poco; y ningún deseo tenía de aprender las obligaciones que ella
impone. Por lo demás, ya se había formado Pilatos su juicio: el preso no era un
demagogo, ni un sedicioso, ni un revolucionario. Tal vez era un soñador, un
utopista, un fautor de sistemas, pero no un hombre peligroso para el Estado. La
realeza que reivindica es de otra esfera: no pone en peligro la dominación de los
Césares. Jesús tiene la pretensión de que enseña la verdad. Que se le crea o no,
su doctrina no hace daño a nadie. Declarar que no hay delito que perseguir y dar
libre a Jesús: tal es el veredicto de la justicia y del sentido común.
Pilatos salió, pues, a la plaza del Lithóstrotos y subió al estrado en que se
había puesto la silla curul, para notificar al pueblo el resultado de la investigación:
Ningún delito hallo en este hombre. Violentas protestas estallaron en el lugar de
los sumos sacerdotes. Estos comprendieron que de no sostenerse con audacia,
perderían la partida. Gritaron con rabia: Ese hombre agita y solivianta al pueblo,
esparciendo su doctrina por toda Judea, desde Galilea, donde comenzó hasta
Jerusalén.
El nombre de Galilea, pronunciado casualmente, fue para el procurador un
rayo de luz. Pilatos preguntó, si Jesús era galileo; y al saber que sí, que era
súbdito de Herodes, de paso entonces en Jerusalén, resolvió enviarle al
prisionero, a fin de ganar tiempo y librarse si fuese posible, de tan enojoso asunto.
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2.4.5. Jesús ante Herodes.
Hacía más de un año que Herodes deseaba conocer a Jesús. La exaltada
imaginación del tetrarca se ocupaba a manudo en el joven doctor galileo, de quien
se referían maravillas. Muy grande fue, por lo tanto la alegría del tetrarca, cuando
se le anunció que el procurador le enviaba al galileo.
Se preguntará el lector qué jurisdicción podía tener Herodes sobre Jesús.
Ninguna en verdad, puesto que él y el preso se hallaban en un territorio extranjero,
y porque no podía el procurador delegar en nadie la facultad en materia criminal.
Luego no fue para que Herodes dictara una sentencia judicial por lo que Pilatos le
envió al acusado, sino para obtener un suplemento de información y utilizar el
juicio del tetrarca, si como era de suponerse, concluía éste también que Jesús era
inocente. Se acusa a éste de fomentar perturbaciones y desórdenes en Galilea y
Jerusalén. Por lo que se refiere a Jerusalén, Pilatos sabe que nada hay que temer;
y quiere saber si puede decirse lo mismo de Galilea, y el tetrarca podrá informar
mejor que nadie.
Pilatos envía a Jesús al tetrarca. Herodes cuenta con que éste, no se negará
a darle una exhibición del poder sobrenatural de que tantas demostraciones ha
hecho: lo cual será un bonito espectáculo para aquella pequeña corte. Se
manifiesta solícito e insinuante; multiplica las preguntas como si tuviese deseo de
instruirse, trata al cautivo, menos que como a un acusado, como a un visitante y
casi como a un amigo. La agitación y los gritos de los pontífices y de los escribas,
que han ido con la escolta y se esfuerzan por presionar a Herodes, no logran
conmoverle. Él espera que Jesús le hable y se justifique, pero Jesús se encierra
en un silencio absoluto y significativo.
Sintiéndose en ridículo, el tetrarca se irrita: aquel silencio es una afrenta. Los
acusadores recobran el ánimo. Exasperado por el silencio de Jesús, medita
vengarse de una manera mezquina y digna de él. Finge primero un profundo
desprecio por aquél a quien acaba de recibir con tantas atenciones; y luego
inventa que se trate a Jesús como a rey de comedia y se le pongan vestiduras de
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ridícula ostentación, para que aparezca como una caricatura de los monarcas
orientales, cuyo fasto era esplendoroso en las circunstancias solemnes. Los
cortesanos del tetrarca, siempre dispuestos a seguirle el genio al amo, se asocian
a sus burlas e insultos. Se describe la escena con dos palabras expresivas:
“Herodes le escarneció y le injurió con toda su tropa”.
Enemigos jurados hasta entonces, Herodes y Pilatos se hicieron amigos a
partir de este día. Ignoramos las causas de sus disgustos anteriores. Pero ahora
los reconcilia la complicidad del crimen.

2.4.6. Jesús es Llevado Otra Vez Ante Pilatos.
Pilatos se halló de nuevo ante el prisionero. Habiendo fracasado la primera
tentativa para salvarle, recurrió Pilatos a otras, sin mayor éxito.
Perfectamente convencido de la inocencia de Jesús y conociendo el odio que
a éste le tenían los judíos, no estaba dispuesto a complacerlos con una injusticia
flagrante. Quizá se mezclaba a estos complejos sentimientos un poco de piedad
por la víctima, aunque no pesase gran cosa sobre la consciencia de un Pilatos una
vida humana, sobre todo la de un individuo de este pueblo tan despreciado y
aborrecido como lo era el pueblo judío.
Al recibir en su tribunal a Jesús, devuelto por Herodes con los honores
burlescos de que acabamos de hablar, dijo Pilatos a los pontífices, a los notables y
al pueblo, que esperaban en la plaza: “Vosotros me trajisteis con el pretexto de
que él amotinaba al pueblo y lo empujaba a la sedición. Lo examiné ante vosotros,
y no hallo, en las acusaciones que se hacen en su contra, nada que merezca la
muerte. Tampoco Herodes, puesto que nos lo han devuelto sin imputarle ningún
crimen que merezca la pena capital. Así es que lo dejaré libre después de haberlo
castigado”.
Jesús es declarado inocente, pero debe sufrir un castigo. No, —piensa
Pilatos—, esto no será más que una advertencia saludable; porque si él no es un
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malhechor ni un sedicioso, es tal vez un iluso, un fanático que necesita esta
lección, y será al mismo tiempo un halago para los judíos, que calmará sus furores
y me librará de este conflicto.
La mujer del procurador, no pudiendo subir al estrado en que él se hallaba, —
las costumbres romanas no lo hubiesen permitido—, le envió un mensaje
concebido en éstos términos: “Que no haya nada entre ti y ese justo, porque hoy
fui muy atormentada en sueños por causa suya”. En el tiempo de la República, la
mujer de un magistrado nunca lo acompañaba a las provincias; pero había caído
en desuso esta regla, desde que las legaciones imperiales duraban varios años
seguidos. Así es que nada de anormal tenía la presencia de la mujer de Pilatos en
Jerusalén.
Los romanos de aquélla época, escépticos en teoría, eran en la práctica los
más crédulos y supersticiosos de los hombres. Otorgaban una fe ciega a los
sueños y a los augurios, a hechiceros y astrólogos. Casi todos los grandes
personajes mantenían junto a sí a un adivino titulado, para que les dijera la buena
ventura y les interpretara los presagios favorables o funestos.
Mientras le daba mil vueltas al asunto, se le ocurrió una idea. Era la víspera
de Pascua, y se acostumbraba ese día soltar un prisionero para permitirle
participar en la fiesta instituida para conmemorar la liberación de la cautividad de
Egipto. Los romanos habían respetado este uso, como respetaban en los pueblos
conquistados todas las tradiciones nacionales que no constituyeran abusos
graves. Se puede asegurar que los judíos tenían muy presente este privilegio
anual y que no habrían dejado de recordárselo al procurador si éste no se hubiese
adelantado. Pilatos, desde lo alto de su tribunal, dijo a la muchedumbre: “Se
acostumbra que con ocasión de Pascua yo os conceda la libertad de un
prisionero. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?” Pilatos se imaginó sin
duda que éste título de rey de los judíos despertaría el patriotismo y que la masa
del pueblo no consentiría que se condenara a su rey.

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No tuvo en cuenta Pilatos la astucia de los príncipes de los sacerdotes, que
habían aleccionado al pueblo inconstante, el cual pasa fácilmente del amor al odio.
Muy pronto se oyó salir de todas partes este grito proferido por mil voces:
“Barrabás, Barrabás, queremos a Barrabás”. El hombre que los judíos pedían era
un malhechor, ilustre en su género, un ladrón profesional que, entre otros
crímenes, cometió un asesinato en una revuelta. Los gobernadores de provincia
no tenían facultad para indultar a un reo ya condenado —este derecho pertenecía
únicamente al emperador—; pero si Barrabás no era más que un “presunto
responsable” y su proceso se había diferido por una causa cualquiera, con el fin,
por ejemplo, de descubrir a sus cómplices, podía el procurador ponerlo en libertad
sin la autorización especial de Tiberio. En su calidad de sedicioso, Barrabás debía
de serles simpático a los zelotes y a todos aquellos que detestaban secretamente
el yugo romano; pero Pilatos no temió que el plebiscito favoreciera a Barrabás.
Pilatos preguntó tímidamente: “¿Qué haré pues con Jesús llamado el
Cristo?”Los judíos vociferaron al unísono: “¡Crucifícale, crucifícale!” El procurador,
sintiéndose dominado, aventuró todavía una objeción: “Pues ¿qué mal ha hecho?
El gentío, más y más ensoberbecido, respondió con este clamor: “¡A la cruz!, ¡a la
cruz!; ¡crucifícale, crucifícale!”
Pilatos comprendió claramente que en lugar de hacer entender razones al
pueblo enloquecido, cualquier cosa que le dijera provocaría un tumulto mayor.
Disponía de la fuerza, y ya había dado pruebas de que sabía hacer uso de ella
cuando su propio interés o prestigio estaban en juego; pero esta vez no tuvo
ánimo para utilizarla. Creyó salvar su responsabilidad por medio de una
representación teatral, que no ponía a salvo ni su consciencia ni su honor. Hizo
que se le llevara, al estrado en el campo que estaba, una jofaina llena de agua; y
se lavó muy bien las manos de manera que todos lo viesen, y dijo: “Yo soy
inocente de la sangre de este justo”. Allá vosotros con esto”.
Tal acto simbólico, inteligible en todos los países, lo era aún más en Palestina,
donde se acostumbraba desde tiempo inmemorial. Cuando se descubría en el
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campo el cadáver de un hombre cuyo asesino fuera desconocido, los notables de
la población más cercana se reunían ante los sacerdotes, y se lavaban las manos
sobre el cuerpo de la víctima, profiriendo esta solemne protesta: “Nuestras manos
no derramaron esta sangre ni nuestros ojos la vieron derramar”. Por este
juramento apartaban de sí toda sospecha de homicidio y complicidad.
Al oír que Pilatos arrojaba sobre ellos lo aborrecible y las consecuencias del
crimen, gritaron los judíos: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros
hijos!”
Todos ellos concuerdan en mostrarnos a Pilatos persuadido de la inocencia
del acusado y buscando un medio de salvarlo.

2.4.7. Los Azotes y la Corona de Espinas.
Los azotes precedían generalmente a la crucifixión; pero eran también una
pena distinta que solía aplicarse, —lo mismo que la tortura—, sin previa sentencia.
Entre los judíos no podía exceder de treinta y nueve el número de azotes, por
miedo a violar, inadvertidamente, la letra de la ley que fijaba el de cuarenta como
máximo; y aún se necesitaba que después de un examen se juzgara si el reo era
capaz de soportarlos. Los romanos desconocían tales miramientos. Siendo la
flagelación el preludio ordinario de la muerte en cruz, los verdugos pensaban que
ya no había ninguna medida que respetar con un hombre que iba a morir.
El horrible flagellum era un manojo de tiras de cuero endurecido, armadas de
huesecillos, de pedazos de plomo y a veces de trozos de metal de agudísima
punta, que se llamaban escorpiones. El paciente, desnudo, era atado por las
manos a una columna baja, y permanecía inmóvil en esta postura, o sea,
inclinado, a fin de que recibiera todos los golpes y que el ejecutor pudiese darlos
con todas sus fuerzas. A los primeros latigazos, la piel se ponía cárdena y
sanguinolenta; pronto quedaba desgarrada y la carne caía en jirones. No tenía el
suplicio más límite que la fatiga o el hastío de los verdugos, que solían
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encarnizarse tanto más cuanto mayor era la paciencia de la víctima. Se sabe que
los azotes descubrían las venas, los músculos, los intestinos, toda la anatomía del
cuerpo.
Cuando entraron en escena los verdugos, despojaron a Jesús de sus
vestiduras. Tuvieron entonces la idea, para pasar el tiempo, de parodiar una
escena de entronización, como habían hecho los oficiales de Herodes. En lugar
del manto, le pusieron al prisionero un girón de tela escarlata prendido sobre el
hombro izquierdo, con la idea de que aquello figurara la púrpura de los Césares o
de los soberanos orientales. Alguien tejió una corona de espinas que se le puso a
Jesús en la cabeza. De tal manera abundan en Palestina las plantas espinosas,
que la biblia las designa con una beigneta de nombres diferentes. Arrancadas por
los campesinos y puestas al sol, sirven de combustible, y sin duda por ello se
hallaban algunas a la mano en el patio del cuartel. ¿Qué género de espinas
coronaron la frente de Cristo? Con frecuencia se ha indicado una especie de
juyubal, llamado por los naturalistas sizyphus spina christi, cuyas espinas agudas
y cortantes producen dolorosísimas heridas. Se puso en una mano de Jesús una
caña a guisa de cetro; y es indudable también, aunque los evangelios no lo digan,
que se le hizo sentar sobre un escabel que hacía las veces del trono real. Se
convocó enseguida a todo el resto de la cohorte para que tomara parte en la
diversión. Empieza entonces un escarnio propio de tan groseros soldados.
Uno tras otro hincan la rodilla ante Jesús, como para rendirle homenaje. Y
luego, cambiando los papeles, le quitan la caña de las manos, le asestan con ella
un golpe en la cabeza, en su corona de espinas, y se retiran con burlas en medio
de grandes risotadas tras escupirle el rostro.
Jesús había predicho que el hijo del hombre sufriría el menosprecio de los
ancianos, de los legistas y de los sumos sacerdotes y que sería entregado a los
gentiles para ser escarnecido. Todo esto se cumplió a la letra en poder de Anás,
Caifás, Herodes y Pilatos. Ciertos autores se asombran de que tan odiosas
escenas ocurrieran con tan cortos intervalos; pero mayor motivo habría de
asombro si no hubiese sido así. En la antigüedad era un juego lícito el hacer sufrir
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a los condenados a muerte, lo mismo en los pueblos más bárbaros que entre las
naciones civilizadas. Todavía ahora ningún espectáculo atrae mayor concurso de
gentes que el de una ejecución capital.
En el palacio de Caifás, donde Jesús se proclama hijo de Dios, se le trata
como a blasfemo y falso profeta; se le vendan los ojos para que adivine qué mano
lo hiere: él debe de saberlo, si es profeta. Estando ya en poder de Herodes o de
Pilatos, no se vuelve a mencionar al hijo de Dios, sino al rey de los judíos, al
aspirante al trono de Judea.
Jesús se aleja bajo la tempestad de las risotadas y de los insultos de los
bárbaros que tiene a sueldo el tetrarca judío. Todo se reduce allí a una burla, con
golpes y brutalidades físicas. Sufrió ya Jesús los azotes, que son el presagio de la
crucifixión. Todo el mundo sabe que el reo se arrogó el título de rey y que va a
espiar este crimen. La cohorte de las tropas auxiliares que forman la guarnición de
la Antonia se compone exclusivamente de samaritanos o de griegos de Siria, esto
es, de los peores enemigos de los judíos.

2.4.8. La Sentencia de Muerte Pronunciada por Pilatos.
Pilatos no renuncia todavía a salvar a Jesús y piensa que presentándolo al
pueblo en el estado lamentable en que lo pongan los soldados, no habrá odio que
no se disipe. Ordena pues, que salga Jesús del pretorio; y exhibiéndolo de un
lugar que sea visto de todos, muestra a la muchedumbre aquel rostro sucio de
tierra que chorrea sangre y casi irreconocible, diciendo: ¡Ved aquí al hombre! Ni
siquiera inspira compasión, puesto que no está saciada la rabia de sus enemigos.
Al verlo gritan con más fuerza los príncipes de los sacerdotes y sus partidarios:
“¡Crucifícale, crucifícale”! “¡Bien!, —dice Pilatos—, tomadle, pues y crucificadle
vosotros mismos”. Los judíos sintiendo que ésta apariencia de permiso es una
sangrienta ironía, redoblan las instancias: “Nosotros tenemos una ley; y conforme
a esta ley debe morir, porque pretende ser hijo de Dios”.

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Al oír estas palabras, Pilatos temió todavía más. La acusación formulada por
los judíos en cuanto a que Jesús se dijera hijo de Dios, no tenía para Pilatos la
importancia más mínima. Pero un magistrado romano debía respetar y hacer
respetar las leyes de los súbditos, en cuanto no fueran opuestas a los intereses de
Roma ni a sus principios de gobierno. Por lo cual se castigaban severamente
ciertas violaciones de las costumbres religiosas de las provincias. El extranjero
que penetraba al templo o el judío que lo introdujese en él sufrían la pena capital.
Un soldado que por desprecio hiciera pedazos el libro de la ley mosaica corría la
misma suerte. Si Pilatos desprecia la ley judía que condena a muerte a los
blasfemos se le podrá denunciar a Tiberio. Esta es la causa de la desazón y del
apuro. Eso es lo que Pilatos teme. Empieza a ceder, pero el golpe severo será
cuando el procurador oiga este grito de amenazas: “Si lo sueltas no eres amigo del
César”.
Por lo pronto Pilatos trata de ganar tiempo. Vuelve a entrar al pretorio con
Jesús y le hace esta pregunta: “¿De dónde eres tú?” No es al final sino al principio
de un proceso cuando se pregunta a un acusado cuál es su patria, y, por otra
parte, ya sabía Pilatos que Jesús era galileo. Si lo que Pilatos desea conocer es el
origen divino de Jesús, no tiene ni la calidad requerida para hacer la pregunta ni
podría comprender la respuesta. Por lo cual Jesús calla. El procurador se extraña
y se irrita:
— ¿Tú no me hablas a mí? ¿No sabes que tengo poder para crucificarte y para
darte libre?
—No tendrías potestad alguna sobre mí, si no te hubiera sido dada de arriba; por
lo cual quien me entregó a ti mayor pecado tiene.
Pilatos ve con absoluta claridad en su consciencia. El lenguaje de Jesús no es
el de un criminal: mucha experiencia tiene Pilatos de lo que son los hombres, para
no estar convencido de ello. Lo impresiona vivamente la calma, la paciencia y la
sabiduría del acusado. Aún después de la amenazante afirmación de los judíos:
“Nosotros tenemos una ley que exige su muerte, porque se dice hijo de Dios”,
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busca todavía Pilatos la manera de darlo libre. Pero escucha los clamores de la
muchedumbre. En los oídos del procurador resuena este grito que lo llena de
espanto: “Si lo sueltas no eres amigo del César; cualquiera que se hace rey se
levanta contra César”.
La amenaza de ser denunciado ante Tiberio como cómplice de un agitador y
de un aspirante al trono de Judea, territorio imperial, destruye de un golpe en
Pilatos todo conato de resistencia. El temor de desagradar a César y de
malquistarse aún más con un pueblo irascible, ahoga en Pilatos todo sentimiento
de compasión y justicia. Perder la amistad de César, y de un César como Tiberio
es tanto como exponerse a los peores peligros. Pilatos sale del pretorio
acompañado de Jesús y toma asiento en el tribunal.
El pretorio, como ya dijimos arriba, era la residencia permanente o accidental
del gobernador romano; el tribunal era el estado fijo o móvil, puesto de ordinario
enfrente del pretorio, y siempre en un lugar accesible al público. Cuatro veces sale
Pilatos del pretorio y se presenta ante el gentío que llena la plaza del tribunal: dos
veces él solo y otras dos con Jesús.
En los asuntos de poca importancia, solía el juez dictar la sentencia de plano;
pero en las causas graves tomaba asiento sobre un alto estrado, en medio de sus
asesores o consejeros. Los gobernadores de provincia hacían levantar sus
tribunales en cualquier lugar abierto al público. El tribunal de Pilatos se instaló ese
día en una plaza llamada en griego Lithóstrotos y Gábbatha en arameo, contigua a
la Antonia. Sentóse el procurador en su tribunal, y dijo a los judíos mostrándoles a
Jesús, quien estaba al pie del estrado:
—Ved aquí a vuestro rey.
— ¡Muera, muera! ¡Crucifícale!, gritaron aquellos enfurecidos.
— ¿He de crucificar a vuestro rey?
—No tenemos más rey que César.

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¿Sería esto, en el pensamiento de Pilatos, un llamado al patriotismo de los
judíos y una última tentativa de salvar al inocente? “Aún trata, —dice San
Agustín—, de hacerles sentir la vergüenza de la ignominia de ellos mismos, ya
que no les conmueve la ignominia de Jesús”. En realidad, parece que fue definitiva
la resolución que tomó Pilatos al oír gritar a la muchedumbre: “Si lo sueltas no
eres amigo de César”. Lo que ahora agrega Pilatos, sentado en su tribunal, tiene
todo el aspecto de una amarga ironía, como diciendo: “Pedís su muerte porque se
dice rey; pues bien, ya que lo queréis, vamos a crucificar a vuestro rey”. Y
pronuncia entonces la sentencia de muerte, que ya no podrá revocar porque el
indulto es un privilegio exclusivo del emperador.
De concesión en concesión, Pilatos no solamente reconoce, en su fuero
interno, la inocencia de Jesús, sino que la proclama varias veces; echa mano de
cinco o seis recursos para arrancarlo del furor de sus enemigos: la remisión a
Herodes, la escena teatral del lavatorio de las manos, la propuesta de soltar al
prisionero para celebrar la solemnidad de la liberación, el conmovedor espectáculo
del Ecce Homo, la horrible pena de los azotes, capaz, —piensa él—, de calmar a
las peores fieras. Testigos los judíos de estas vacilaciones y conocedores de esta
debilidad, se hacen cada vez más exigentes y él acaba por concederlo todo.
Una vez pronunciada la sentencia de muerte, el juez no podía cambiar en ella
ni una palabra, ni una sílaba. Era guardada la sentencia, como texto oficial, en los
archivos de la provincia, y servía para redactar el informe que se rendía al
emperador; y conforme a ese texto se hacía un resumen del motivo de la condena
para darlo a conocer a la gente que no hubiera asistido a los alegatos. En una
tablilla blanqueada con albayalde o yeso, se trazaban, en rojo o en negro,
caracteres que, destacándose sobre el fondo blanco, eran visibles a gran
distancia. La tablilla era suspendida del cuello del condenado o delante de éste la
llevaba un ministro para ser clavada luego en lo alto del madero del suplicio.
En tres lenguas estaba la inscripción que debía clavarse en la cruz de Jesús:
en latín, la lengua de los dueños del mundo y de los soberanos efectivos del país;
en griego, el idioma universal que se entendía a la sazón de todo el Oriente; y en
41
hebreo, o, más bien, en arameo, el lenguaje común de los judíos de Palestina. La
inscripción, con el nombre, la patria y el supuesto crimen del condenado: Jesús de
Nazaret Rey de los Judíos.
Cuando vieron los judíos la inscripción que afirmaba la realeza de Jesús,
dijeron a Pilatos: “No escribas Rey de los Judíos, sino se dice Rey de los Judíos”.
Cansado el procurador de tanta exigencia, recobra ahora su adustez
acostumbrada; y responde con un tono brusco que deja ver el desprecio y la
cólera: “Lo que escribí escrito está”. Después de haber cedido en todo, no le
disgusta tomar desquite en este detalle. Miserable compensación a tanta debilidad
y tan gran cobardía.
Si el tribunal judío y el tribunal romano condenan a Jesús, será como hijo de
Dios. Las causas por blasfemia no tenían importancia para las autoridades
romanas. Pilatos condena a Jesús porque este se titula rey y porque se le acusa
de aspirar al trono de Judea. Lo que puso fin a las vacilaciones del procurador y a
su deseo de salvar al inocente será el grito de la muchedumbre: “Si lo sueltas, no
eres amigo de César; cualquiera que se hace rey se declara contra César”.

2.4.9. Crucifixión y Muerte de Cristo.
La ejecución de los condenados seguía sin tardanza a la sentencia de muerte.
No duraron mucho los preparativos. Mandar que un pelotón de soldados
desempeñaran el oficio de verdugos, sacar de una mazmorra a los dos criminales
que habían de acompañar a Jesús al Calvario, hacen tres cruces toscas sin tener
en cuenta la escuadra, a menos de que haya habido algunas ya preparadas para
un caso imprevisto: todo esto fue cosa de pocos minutos.
El Derecho Penal romano prescribía que el hombre condenado a muerte de
cruz llevara él mismo el instrumento de su suplicio. Se puso, por lo tanto, la cruz
sobre las espaldas de Jesús y, a una señal, el lúgubre cortejo emprendió la
marcha. A la descubierta iba un centurión a caballo. Le seguían los tres reos en
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  • 1. UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO. FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS SOCIALES. Firmado digitalmente por AUTOMATIZACION Nombre de reconocimiento (DN): cn=AUTOMATIZACION, o=UMSNH, ou=DGB, email=soporte@biblioteca. dgb.umich.mx, c=MX Fecha: 2010.10.25 12:00:12 -05'00' “ANÁLISIS JURÍDICO DEL JUICIO DE JESUCRISTO” TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE: LICENCIADO EN DERECHO PRESENTA: GUADALUPE NÚÑEZ GALLARDO ASESOR: MAESTRA EN DERECHO YASNAYA TORRES FERNÁNDEZ MORELIA, MICHOACÁN, AGOSTO 2010.
  • 2. INTRODUCCIÓN. Despierta una gran polémica toda investigación que gira en torno a uno de los personajes sobre los que más se ha escrito a lo largo de los siglos, del hombre cuya influencia es notable en todo el mundo, tan es así, que fue capaz de dividir la historia de la humanidad en un antes y un después de su nacimiento. No pretendemos en este estudio citar una biografía de Jesucristo, probar su existencia o dar un enfoque religioso, —no obstante se hará referencia a aspectos religiosos dada la naturaleza del caso—. El objeto de nuestra investigación se traduce en analizar jurídicamente el juicio contra Jesús de Nazaret, demostrar — en la medida de lo posible—, que en el mismo se cometieron una serie de irregularidades, que dieron como resultado que las autoridades judías y romanas permitieran desarrollar uno de los procesos más injustos e ilegales que se ha escrito en la historia. ¿Por qué fue ilegal el juicio de Jesucristo? Este es el punto central de nuestra investigación, poner de manifiesto que, tanto en el Derecho Hebreo como en el Derecho Romano se cometieron los peores atropellos en detrimento de ambos sistemas jurídicos vigentes en aquélla época. El primer capítulo está basado en abordar temas fundamentales dentro del Derecho Procesal y Penal tanto romano como hebreo, sobre cómo debía efectuarse un proceso público y cómo era considerado el delito de sedición, —del que Jesús es acusado ante la autoridad romana—, haciendo referencia además, para una mejor comprensión del tema, a los orígenes del pueblo hebreo, a las reglas que debían normar el proceso judío, a la concepción de la justicia de aquél pueblo, al máximo tribunal que fue el Sanhedrín, al delito de blasfemia —del que Jesús es culpado ante el tribunal judío—, su cultura y tradiciones, citando al final del capítulo algunas palabras pronunciadas por el célebre jurista romano Marco Tulio Cicerón en torno a este caso. Ya en el segundo capítulo, se habla propiamente del juicio contra Jesús, el cual es dividido en dos: ante el Sanhedrín (máximo tribunal judío) que debía ser
  • 3. desarrollado respetando el ordenamiento hebreo, y el segundo juicio ante Poncio Pilatos (autoridad romana) quien debió aplicar el Derecho Romano. Tratando de plantear todo con objetividad, es asombroso cada episodio narrado en ambos juicios, por las escenas de extrema violencia física y moral de las cuales fue víctima Jesús siendo inocente. Todo el proceso de principio a fin fue un quebrantamiento a la ley, una burla a la justicia y una verdadera tortura hacia el procesado. En el capítulo tercero haremos referencia concretamente a las violaciones procesales cometidas por la autoridad judía y romana en dicho proceso, cómo antes de que el juicio empezara, ya se había conspirado la muerte de Jesús, buscaron testigos falsos para que declararan en contra de él; cuando en el proceso judío se establecían reglas elaboradas con escrutinio para elegir testigos a fin de asegurar justicia, no se permitió defensa para el reo, fue juzgado durante la noche en casa de Caifás no el sitio oficial del máximo tribunal judío . Ante Pilatos se observará un juez manipulado por los judíos, una influencia notable de la política en la impartición de justicia —tema tan frecuente en nuestros días—, que termina por aplicar una pena sin delito al igual que lo había hecho el Sanhedrín. Por último, en el capítulo cuarto hemos abordado un análisis comparativo de las violaciones procesales contra Cristo y las garantías constitucionales del inculpado, así como los principios que rigen el proceso penal en nuestro sistema jurídico mexicano, considerando criterios jurisprudenciales, así como las opiniones de diversos tratadistas. Independientemente de su personaje, lugar y tiempo en que surgió, este proceso penal nos lleva a reflexionar de manera considerable en temas que están dentro del sistema de la legalidad y de la justicia, de los derechos fundamentales del ser humano; lo que implica indudablemente lograr el bien común, conquistar la libertad, la igualdad, la dignidad y la paz en una sociedad que demanda el cumplimiento de los valores trascendentales del Derecho, porque creemos en los ideales que inspiran y luchan por la transformación y el progreso de nuestra patria.
  • 4. INDICE. Introducción…………………………………………………………………………….Pág. CAPÍTULO I. DERECHO ROMANO Y DERECHO HEBREO. 1.1. Observación Previa…………………………………………………………….….1 1.2. Concepto de Derecho Romano………………………………………………....1 1.3. Concepto de Derecho Criminal Romano………………………………………..1 1.4. Concepto de Proceso Criminal Romano……………………………………..1-2 1.5. El Proceso Criminal ante la Asamblea del Pueblo…………………………….2 1.6. Atentados a la Seguridad del Estado o Crimen Majestatis y Delito de Sedición………………………………………………………………………………...3 1.7. Orígenes del Pueblo Hebreo o Judío…………………………………………3-5 1.8. El Decálogo o Diez Mandamientos…………………………………………...5-6 1.9. Ley del Talión………………………………………………………………………6 1.10. La Blasfemia……………………………………………………………………..6-7 1.11. La Justicia Hebrea………………………………………………………………7-8 1.11.1. El Sanhedrín………………………………………………………………..8 1.12. El Procedimiento Criminal Hebreo……………………………………………..8-9 1.13. Derecho Penal en Judea (provincia romana)………………………………..9-10 1.14. Carta a Marco Tulio Cicerón…………………………………………………10-11 1.15. Conversación de Marco Tulio Cicerón………………………………………12-13 CAPÍTULO II. LOS DOS JUICIOS INSTAURADOS A CRISTO. 2.1. Consideraciones Generales…………………………………………………...14-15 2.2. Breve Exposición de la Doctrina de Cristo…………………………………...15-17 2.3. El Proceso Religioso o Judío de Cristo ante el Sanhedrín…………………….18
  • 5. 2.3.1. Camino a Getsemaní…………………………………………………………….18 2.3.2. Arresto de Jesús……………………………………………………………...19-21 2.3.3. Jesús en Casa del Sumo Sacerdote Anás………………………………...21-23 2.3.4. Jesús ante Caifás……………………………………………………………23-27 2.4. El Proceso Político de Cristo ante Poncio Pilatos, Gobernador de Judea…...27 2.4.1. Breve Referencia de Poncio Pilatos………………………………………..27-28 2.4.2. Jesús es llevado al Pretorio…………………………………………………28-29 2.4.3. Comparecencia ante Pilatos………………………………………………...29-30 2.4.4. Interrogatorio a Jesús………………………………………………………30-31 2.4.5. Jesús ante Herodes…………………………………………………………..32-33 2.4.6. Jesús es llevado otra vez ante Pilatos……………………………………..33-36 2.4.7. Los Azotes y la Corona de Espinas………………………………………36-38 2.4.8. La Sentencia de Muerte Pronunciada por Pilatos………………………38-42 2.4.9. Crucifixión y Muerte de Cristo……………………………………………….42-44 2.4.10. Las Últimas Palabras de Cristo en la Cruz……………………………….45-46 CAPÍTULO III. VIOLACIONES PROCESALES CONTRA CRISTO. 3.1. Principios Rectores del Proceso Judío……………………………………….47-48 3.2. Análisis Jurídico de las Violaciones Procesales del Sumario Instaurado contra Jesús de Nazaret…………………………………………………………………….48-53 3.3. Inexistencia del Juicio Político…………………………………………………53-55 3.4. Carta de Poncio Pilatos dirigida al Emperador romano Tiberio……………….56
  • 6. 3.5. Carta del Emperador romano Tiberio a Poncio Pilatos……………………..56-57 CAPÍTULO IV. ANÁLISIS COMPARATIVO DE LAS VIOLACIONES PROCESALES CONTRA CRISTO Y LAS GARANTÍAS PROCESALES DE NUESTRA CONSTITUCIÓN. 4.1. Introducción………………………………………………………………...............58 4.2. De las Formalidades Esenciales del Procedimiento……………...…………….58 4.2.1. Jurisprudencia………………………………………………………………...59-60 4.2.2. Garantía de Audiencia……………………………………………………….60-61 4.2.3. Jurisprudencia………………………………………………………………...61-62 4.3. Principio de Legalidad y Reserva de Ley en Materia Penal………………..62-63 4.3.1. Jurisprudencia…………………………………………………………………….64 4.4. Principio de Fundamentación y Motivación de la Causa Legal del Procedimiento………………………………………………………………………...65-66 4.4.1. Jurisprudencia…………………………………………………………………….66 4.5. Garantías Procesales del Inculpado de acuerdo con el Artículo 20 Constitucional…………………………………………………………………………….67 4.5.1. Derecho a la Libertad Caucional……………………………………………67-68 4.5.2. Monto de la Caución……………………………………………………………..68 4.5.3. Derecho a no Declarar y Valor de la Confesión…………………………..67-69 4.5.4. Conocimiento de la Causa Penal……………………………………………….70 4.5.5. Careo………………………………………………………………………………71 4.5.6. Oportunidad Probatoria………………………………………………………….71
  • 7. 4.5.7. Audiencia Pública………………………………………………………………...72 4.5.8. Auxilio para la Defensa…………………………………………………………..72 4.5.9 .Plazos Procesales………………………………………………………………..72 4.5.10. Derecho a la Defensa………………………………………………………72-73 4.5.11. Prolongación de la Prisión………………………………………………….73-74 4.6. Cuadro Comparativo……………………………………………………………75-77 4.7. La Fe en los Tribunales de Justicia…………………………………………...77-79 Conclusiones Fuentes de Información
  • 8. “Bajo el puente de la justicia pasan todos los dolores, todas las miserias, todas las aberraciones, todas las opiniones políticas, todos los intereses sociales. Sería de desear que el juez estuviera en condiciones de volver a vivir en sí mismo, para comprenderlos, todos y cada uno de esos sentimientos: haber probado la extenuación de quien roba para satisfacer el hambre, ser alternativamente inquilino y arrendador, obrero huelguista y patrón industrial. Justicia es comprensión, es decir, considerar a la vez y armonizar los intereses opuestos: la sociedad de hoy y las esperanzas del mañana; las razones de quien las defiende y las de quien las acusa”… Piero Calamandrei
  • 9. CAPÍTULO I.DERECHO ROMANO Y DERECHO HEBREO. 1.1. Observación Previa. Es necesario el estudio de los aspectos fundamentales del Derecho Penal y Procesal Penal, tanto Romano como Hebreo en esta investigación, en virtud, de que ambos ordenamientos jurídicos están vinculados con el juicio de Jesús. El gran jurista Ignacio Burgoa en su obra El Proceso de Cristo señala que éste “se desenvolvió en dos juicios: el religioso o judío ante el Sanhedrín y el político ante Poncio Pilatos, gobernador de Judea. Por tanto, el primero debió regirse por la ley hebrea y el segundo por la ley romana”. 1.2. Concepto de Derecho Romano. “Es el conjunto de los principios de derecho que han regido la sociedad romana en las diversas épocas de su existencia, desde su origen hasta la muerte del emperador Justiniano”,1es decir, su evolución abarca los tres períodos en que se divide la historia de Roma: Monarquía, República e Imperio (régimen coetáneo a la vida de Cristo). 1.3. Concepto de Derecho Criminal Romano. “Es el conjunto, históricamente considerado, de normas de conducta impuestas a los particulares por el Estado romano, para alcanzar la tutela de los intereses de la colectividad, mediante la conminación a los transgresores, en las formas de proceso de carácter público, de penas aflictivas”.2 1.4. Concepto de Proceso Criminal Romano. “Es el conjunto de actos realizados por los órganos estatales o bajo su control, encaminados a la referida función sancionatoria”.3 1 PETIT Eugene, Tratado Elemental de Derecho Romano, Porrúa, 24ª ed., México, 2008, p. 17. BURDESE, Manual de Derecho Público Romano, Bosch, Barcelona, 1972, p. 295. 3 Id. 2 1
  • 10. Considerando los conceptos anteriores, diremos que se utiliza la expresión “criminal", cuando se trata de un comportamiento que afecta o trasgrede los intereses públicos, y en contraposición se usa el término “delictum” o “delito”, para designar la conducta en la cual se afectan los intereses particulares. Por consiguiente, se desarrollan procesos y se aplican penas de carácter público al afectarse la colectividad. Y asimismo procesos y sanciones de carácter privado, cuando sólo se quebranta la esfera individual. Se destaca una clara distinción entre Derecho Público y Derecho Privado. 1.5. El Proceso Criminal ante la Asamblea del Pueblo. Este proceso aparece por primera vez —nos dice el autor Burdese—, “en la edad monárquica, donde encuentra un doble origen: los delitos de perduellio y homicidio. Los magistrados competentes, fueron los tribunos de la plebe, los ediles y los cuestores. La competencia de los tribunos se introduce en lugar de la de los antiguos duoviri para la represión de actos ilícitos de marcado carácter político, especialmente los comprendidos en perduellio para abarcar también atentados efectuados al ejercicio de las funciones tribunicias”. El proceso se inicia cuando el magistrado impone la obligación al acusado de comparecer ante la asamblea convocada para un día determinado: tratándose de juicios capitales, la competencia corresponde a los comicios centuriados. La convocatoria se lleva a cabo por medio de edicto, en el cual se citan: nombre del acusado, el delito que se le imputa y la pena correspondiente. Antes del día establecido para tal efecto, en tres sesiones consecutivas en presencia del pueblo; el magistrado procede a una preliminar acusación, considerando la misma y valorando las pruebas, mientras que el acusado plantea su defensa. Posteriormente el magistrado, pronuncia formalmente la acusación, que se resuelve en la propuesta de condena. Durante la cuarta sesión oficial, se efectúa el juicio popular; previa votación según las reglas propias de cada tipo de asamblea, el resultado es la condena a la pena propuesta por el magistrado o bien la absolución del reo. 2
  • 11. 1.6. Atentados a la Seguridad del Estado o Crimen Majestatis y Delito de Sedición. En Roma —nuevamente remitiéndonos a Burdese—“el delito político más grave fue el crimen maiestatis, (la existencia de su correspondiente quaestio perpetua parece existir ya en el 104-103 a. de J.C.”; regulado por varias leyes, éste se refería a todo atentado contra la seguridad del Estado y ultraje a organismos públicos. La pena aplicable es la capital. La sedición se ubica dentro del delito de perduellio, en su sentido más amplio, agrupaba todo atentado contra la seguridad del Estado. “Durante la etapa de la República, —escribe el autor Eduardo López en su obra Delitos en Particular—, este delito consistía en perturbar el curso regular de las reuniones legales de los magistrados y de los comicios, por tanto, formaban parte del concepto de sedición todas las perturbaciones de la tranquilidad pública”. A los autores de este ilícito, se les seguía causa por lesa majestad, se les seguía juicio por quebrantamiento de la paz pública. En el Imperio se sigue sancionando el crimen majestatis con la pena de muerte, por tratarse de actos hostiles contra el Estado Romano. 1.7. Orígenes del Pueblo Hebreo o Judío. La historia del pueblo hebreo es descrita en la Biblia, durante muchos milenios fue un pueblo nómada del desierto, pero al estar en contacto con los pueblos civilizados, conocieron el alfabeto y otras tradiciones. “La alianza del pueblo hebreo con su Dios Jehová, es lo que se conoce con el nombre de Biblia, palabra de origen griego, que quiere decir los libros”.4 Como nos relata la autora Amalia López en su libro Historia Universal “geográficamente estuvieron situados en la región de Palestina, o sea, una de las tierras de la Media Luna; tenían a Siria al norte, al sur Egipto, al este el Desierto de Arabia y al oeste el Mar Mediterráneo. Teniendo como lagos que influyen en su 4 LÓPEZ REYES, Amalia, Historia Universal, Cecsa, 32ª ed., México, 1999, p. 99. 3
  • 12. historia, el Merón y el lago de Genesaret o mar de Tiberíades. El río Jordán fue la base fluvial de este país”. El autor José Humberto Zárate menciona que “el origen racial del pueblo judío se encuentra en Jacob, el origen nacional y religioso se halla a su vez en Moisés, quien acorde al Pentateuco bíblico logró para su pueblo la independencia de Egipto, y con ello, coherencia social, normatividad jurídico-religiosa y un territorio propio”. Los hebreos tuvieron que partir a Egipto en la época de Jacob, debido a una gran sequía que invadió Palestina, se establecieron en territorio egipcio donde se convierten en esclavos de este pueblo. Un hebreo de la tribu de Leví, llamado Moisés sacó a su pueblo de la cautividad egipcia y los guió a través del desierto, y en el monte Sinaí, Dios le dio el Decálogo o los Diez Mandamientos de la Ley. Al llegar a las fronteras de Palestina murió el gran líder, quien heredó a su nación una legislación y una doctrina escrita. Es importante destacar que también “se designa al hebreo como sinónimo de judío, el apelativo judío identifica a todos los descendientes de un conjunto de tribus semíticas nómadas que desde hace más de tres milenios vagaban por la región mediterránea del cercano Oriente, a pesar de que la designación apropiada es hebreo (aplicada por primera vez a Abraham en Génesis XIV, 13), tanto desde el punto de vista racial, como lingüístico y religioso. Sin embargo, también el apelativo israelita se puede aplicar a toda la raza, ya que equivale a “hijo de Israel” o “hijo de Jacob”, quien llevó a su pueblo a Egipto, y cuyos doce hijos formaron las doce tribus base del pueblo judío. En un principio el gentilicio judío era aplicado únicamente a los miembros de la tribu de Judá, la cuarta de las doce tribus (es interesante observar que entre los miembros de esta tribu encontramos a David, Salomón y al propio Jesús de Nazaret). Más tarde, cuando se dividió el gran reino, 4
  • 13. la parte del sur se llamó Judá y la parte norte Israel, y ya en los tiempos del dominio romano, cualquier miembro de esta raza era llamado judío”. 5 1.8. El Decálogo o los Diez Mandamientos. El Decálogo o Diez Mandamientos constituyeron la fuente principal del Derecho Penal Hebreo, su inobservancia se consideraba una ofensa a Dios y al pueblo judío, sus criterios establecidos como bien lo afirman algunos tratadistas, son la base completa de nuestras ideas modernas de justicia. Este ordenamiento surgió del Pentateuco (Antiguo Testamento formado por libros del Génesis, el Éxodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio), a los cuales los hebreos denominaron Torah o Ley. En ellos se consagra la descripción de los delitos y de las penas, lo que actualmente es un Código Penal en nuestro sistema jurídico. Es así como Moisés entendió perfectamente que el ser humano, positivo y realista, debe conocer las penas que han de ser consecuencia de una mala acción, así como también las recompensas y beneficios por el buen actuar. Impulsó el rechazo hacia el vicio y el delito, así como la aceptación de la práctica del amor, el bien, la justicia y la verdad en la vida cotidiana. “Moisés dio el Decálogo o mandamientos a su pueblo cuando Jehová le entregó en el monte de Sinaí las tablas de la ley: 1º. No tendrás otros dioses ante mi faz. 2º. No harás imágenes de ídolos, no te arrodillarás delante de ellas porque yo tu Dios soy un Dios celoso de tu culto. 3º. No tomarás en vano el nombre de tu Dios. 4º. Santificarás el día del Señor. Trabajarás seis días, pero el séptimo descansarás. 5º.Honrarás a tu padre y a tu madre. 5 ZÁRATE PÉREZ, José Humberto, et. al., Sistemas Jurídicos Contemporáneos, Mc Graw Hill, México, 2006, p. 192. 5
  • 14. 6º. No matarás. 7º. No cometerás adulterio. 8°. No robarás. 9º. No levantarás falsos testimonios ni mentiras. 10º. No desearás la mujer de tu prójimo”.6 1.9. Ley del Talión. La Ley del Talión, —afirma el autor Mateo Goldstein—en su obra Derecho Hebreo, “es un ensayo de adaptación adecuada del castigo al crimen”. Por medio de esta ley se instituye un equilibrio, pues si se provoca un daño se recibe exactamente el mismo. En el libro del Deuteronomio en el Antiguo Testamento se señala: “Mas si hubiere muerte entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe…” Algunos tratadistas suponen que la Ley del Talión era extremadamente cruel, pero hay otros que consideran que la misma fue una verdadera evolución en el campo del Derecho Penal. El célebre penalista Castellanos Tena comenta en su obra Lineamientos Elementales de Derecho Penal “como en ocasiones los vengadores, al ejercitar su reacción, se excedían causando males mucho mayores que los recibidos, hubo necesidad de limitar la venganza, para significar el derecho del ofendido a causar un mal de igual intensidad al sufrido. Este sistema talional supone la existencia de un poder moderador y, en consecuencia, envuelve ya un desarrollo considerable”. 1.10. La blasfemia. Se contempla en el Derecho Hebreo este delito, —según el Antiguo Testamento— este consistía en atribuirse la calidad de hijo de Dios, ésta fue la causa por la cual Jesús de Nazaret es condenado por el Sanhedrín, no obstante la 6 LÓPEZ REYES, Amalia, op. cit., p. 101. 6
  • 15. pena prescrita para los autores de éste ilícito fue la lapidación, esto es el apedreamiento del condenado. 1.11. La Justicia Hebrea. El Pentateuco eleva los deberes del juez hasta considerarlos como un verdadero sacerdocio. Puede decirse con toda certeza que ninguna legislación antigua ni moderna, ha impregnado tanto honor y dignidad a la facultad de juzgar, como lo hizo la legislación mosaica; colocaron de forma contundente el significado de la justicia en la cumbre de sus mandatos. El Antiguo Testamento hace una gran aportación de reglas y consejos para aplicar la justicia de manera pronta e imparcial, haciendo de ella una misión honorable y consagrada desde la perspectiva jurídica e histórica. Procederemos a citar algunas de sus máximas o principios básicos de aquélla jurisprudencia: …“Jueces y alcaldes pondrás en todas tus ciudades que Jehová tu Dios te dará en tus tribus, los cuales juzgarán al pueblo con justo juicio. No debe el juez mostrarse benevolente con uno y duro con otro, ni invitar a una de las partes a sentarse y a la otra dejarla en pie, porque cuando el juez procede con parcialidad con una parte, la contraria se siente impotente y se confunde .No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno, porque el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras de los justos .La justicia, la justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que Jehová tu Dios te da .En el camino de la justicia está la vida .La justicia engrandece a la nación”…7 Para ejercer la judicatura, era requisito indispensable además, poseer una amplia cultura no sólo en los conocimientos de la ciencia jurídica, usos y 7 NELSON Thomas, et. al., Biblia del Diario Vivir, Caribe, Estados Unidos de América, 1997, Deuteronomio, Cap. 16, Ap. 18-20). 7
  • 16. costumbres, sino en todas las materias que eran objeto de juicio en los tribunales; como la medicina, la astronomía, geografía, ciencias físicas, matemáticas, filosofía, entre otras. A falta de peritos en ciencias, no le era permitido al juez ignorar lo anterior. 1.11.1. El Sanhedrín. Esta autoridad fue competente para conocer del juicio religioso o judío de Jesús, el autor Joaquín Cardoso nos dice que el Sanhedrín era “la autoridad máxima del pueblo judío, presidido por el sumo sacerdote, que en la época de Cristo era Caifás. Se formaba por tres clases de personas: los príncipes de los sacerdotes; o sea los más notables de entre ellos, pertenecientes en su mayoría a la secta de los saduceos, los escribas; o sea los sabios doctores de la ley, pertenecientes en su mayoría a la secta de los fariseos, y finalmente los ancianos; o sea los más antiguos jefes de las familias judías. El número total de sus miembros era de setenta y uno”. Este tribunal disponía de atribuciones religiosas, administrativas y judiciales, vigilaba el cumplimiento de la ley de Moisés y del culto en el templo, conocía de los delitos de idolatría y de blasfemia; en cuanto a la imposición de penas su función se limitaba cuando se tratase de aplicar la pena de muerte, pues al decretarla debía ser ratificada por el procurador romano. 1.12. El Procedimiento Criminal Hebreo. Todo el procedimiento criminal hebreo, —sigue diciendo el autor Mateo Goldstein—, “descansa sobre estas reglas: a) Publicidad de los juicios. b) Libertad dejada al acusado para su defensa. 8
  • 17. c) Garantía contra el peligro del falso testimonio. Nunca se admitía como prueba plena la declaración de un solo testigo, siendo requeridos dos o más y podían serlo sólo las personas altamente calificadas que reuniesen las condiciones de honestidad e imparcialidad, de las cuales sus testimonios debían coincidir en circunstancias de modo, tiempo y lugar, y cuando tuviere lugar alguna contradicción dicha prueba era desechada. Asombraba la minuciosidad en los interrogatorios y en las declaraciones de los acusados por las severas lecciones de moral y humanismo contenidas en la Ley de Moisés. d) Los jueces no debían infundir terror al acusado a fin de extraerle la confesión de un delito. e) Que el crimen sea debidamente comprobado. f) La confesión del reo no era bastante para condenarle. g) En el proceso penal se empleaban todos los medios para llegar al esclarecimiento de la verdad, procurando siempre la absolución antes que la condena. h) Las sentencias debían ser fundadas y los jueces estaban obligados a dar los motivos de su pronunciamiento, por la condena o la absolución”. Es sorprendente la extraordinaria astucia judicial y el admirable sentido jurídico utilizados en el régimen hebreo para llegar al descubrimiento de la verdad, no por medios violentos, sino razonables, para sobreponer la autenticidad a la falsedad y lograr así castigar al culpable, o en su caso liberar al inocente, sin afectar en lo más mínimo los sentimientos de la dignidad humana. 1.13. Derecho Penal en Judea (provincia romana). Por lo que atañe a nuestra investigación referente a la materia penal, diremos que en la época de Cristo la provincia de Judea pertenecía al dominio romano, era 9
  • 18. independiente de Roma por lo que atañe a sus costumbres y organización jurídica, política y religiosa, pues en su ámbito interno no intervenía el procurador romano. No obstante, los gobernadores o procuradores quienes eran nombrados por el emperador o por el Senado, gozaban de la facultad de homologar las sentencias dictadas por los tribunales de las provincias cuando éstas ameritaban la pena de muerte. En este caso el gobernador romano previo análisis de todo el procedimiento objeto de la revisión debía determinar la homologación o ratificación de dicha sentencia o, en su caso, pronunciar la absolución del reo, la existencia de graves irregularidades procesales eran motivo suficiente para anular el proceso mismo. 1.14. Carta a Marco Tulio Cicerón. En relación con algunos aspectos de nuestro tema de investigación, citaremos una carta escrita en la magnífica obra de Taylor La Columna de Hierro: Noe ben Joel escribe a su amigo (Cicerón) desde Jerusalén: … “Saludos querido amigo, te han nombrado cónsul de Roma, el cargo más importante de la nación más importante del mundo. Y me lo comunicas con tu sencillez habitual, sin la menor insinuación de vanidad u orgullo. ¡Cuánto me alegro! Recuerdo divertido tus primeras cartas, en las que expresabas tu pensamiento y tu creencia de que jamás ocuparías tal cargo. No creíste ni por un instante que el partido senatorial te apoyara, pues siempre se mostró resentido y receloso hacia los “hombres nuevos” de la clase media. Dices que te han apoyado porque cada día temen más al alocado y maligno Catilina, que era uno de los seis candidatos al puesto. Creo que te quitas méritos con tu excesiva modestia; hasta los senadores venales pueden a veces sentirse conmovidos por el espectáculo de las virtudes públicas o privadas y decidir apoyar a un hombre juicioso. Tampoco creíste que los “hombres nuevos” de tu propia clase te apoyaran por envidia y con tal de evitar que te elevaras por encima de ellos, ni que el partido popular te diera sus votos favorables porque en estos últimos años declaraste frecuentemente, con 10
  • 19. amargura, que el pueblo prefiere bribones que lo adulen y compren sus votos, a un hombre que sólo les promete intentar restaurar la grandeza republicana y el honor de su nación y que habla no de conceder más y más dones gratuitos a unos ciudadanos ociosos, sino con la austera voz del patriotismo. Sin embargo, ese mismo pueblo del que habías desconfiado te ha elegido unánimemente con aclamaciones, a la vez vehementes y entusiastas. Esto no me lo dijiste en tu carta, pero tengo otros amigos en Roma que me han mantenido informado de todo lo relativo a ti en estos últimos años. Sé que eres muy querido, a pesar de que te quejes de ser tenido por incongruente y de tu timidez y reserva naturales. Además, Dios tiene muchos modos extraños de manifestarse cuando se da cuenta de que una nación está en grave peligro. A menudo, como demuestra la historia de Israel, saca a los hombres de su vida privada, en los lugares más retirados, para que se pongan al frente de su pueblo y lo conduzcan con seguridad a través de los peligros. Prefiero creer que Él ha intervenido a favor tuyo, por amor hacia ti y para salvar a Roma de Catilina, a pesar de los sobornos, las mentiras y promesas… …Me vuelves a hacer preguntas sobre el Mesías, por el que estás más interesado que de costumbre. ¡Siempre lo estamos esperando! Los fariseos envían mensajeros a todos los lugares de Israel buscando a la Madre y al Divino Hijo, mientras que los mundanos saduceos se ríen de ellos. Los saduceos se llaman a sí mismos hombres pragmáticos, se burlan de lo que se enseña sobre el futuro y ridiculizan las profecías del Mesías. Prefieren la razón helenística y hacen detener sus doradas literas cuando algún rabino enfurecido, con los pies sucios de polvo, habla de Belén y del que nacerá allí de una Virgen Madre, la Azucena de Dios. Pero se detienen para burlarse y para mover la cabeza admirados de la credulidad de los pobres y los desamparados, que ansían por un Salvador que se llamará Emmanuel y que redimirá a su pueblo del pecado. Yo no me río como los saduceos. Cada noche paso un rato bajo la fría luz de la luna o mirando a las estrellas en la terraza de mi casa y pregunto a los cielos. ¿Ha nacido ya? ¿Dónde lo encontraremos?...” 11
  • 20. 1.15. Conversación de Marco Tulio Cicerón. … “Háblame de nuevo del Mesías —les rogaba Cicerón—. Me temo, —decía Noe— que los hombres no le reconocerán cuando venga. Lo maltratarán, se burlarán de Él y al final lo matarán. Porque escucha lo que dice David sobre lo que será su destino y lo que Él dice de sí mismo: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado? ¿Por qué no me has ayudado? Grito de sol a sol, pero no me oyes. Soy un reproche para los hombres, soy despreciado por el pueblo y los que me ven se burlan de mí y mueven la cabeza diciendo: “Confió en que el Señor le salvará. Dejemos que Él le salve, mostrando así que le es grato”. Me miraban con la boca abierta como si fuera un rugiente león que merodease. Me han vaciado como si fuera agua y todos mis huesos están descoyuntados. Mi corazón es como cera y se ha mezclado con mis entrañas. Mis fuerzas se han secado como un tiesto y Tú me has llevado al polvo de la muerte. Puedo contar mis huesos, que parecen mirarme con fijeza. Me arrancan mis prendas y les echan suertes.” Ya verás —prosiguió Noe— que, a pesar de que los fariseos declaran que el Mesías aparecerá acompañado de muchas trompetas de plata y con poderes celestiales, rodeado del trueno, en realidad nacerá como el más pobre y el más humilde y tendrá que soportar una terrible muerte como sacrificio por los pecadores. Es algo muy misterioso. ¿Llegaremos a conocerlo? Lo dudo. Sin embargo, Dios lo dará a conocer algún día porque, como asegura David, Él ha dicho: “He colocado a Mi Rey sobre Mi sagrada colina de Sión. Y pronunciaré Mi decreto: Tú eres Mi hijo. En este día te he engendrado. Pídeme y te daré como herencia a los gentiles y las partes más alejadas de la Tierra serán tu posesión”. Cicerón escuchó con gran atención y en su interior oró: Perdóname por haber dudado de Ti y por haberte olvidado. Por las noches rezaba con las palabras del rey David que Noe le había enseñado. A media noche se quedaba mirando los cielos y preguntaba a las estrellas cuándo sería ese día o esa hora y buscaba la estrella de la que Anotis le había hablado. Pero los cielos permanecían quietos y silenciosos. Se dirigió a su cama y 12
  • 21. se quedó contemplando la imagen de la Virgen con el Niño, y mientras reflexionaba, una agradable emoción recorrió su cuerpo, como si hubiera oído una dulce voz que le llamase en medio de la tosquedad del mundo, una voz que lo llamase al hogar. Y colocó un ramo de lirios ante la imagen. Luego besó los pies de la Virgen Madre…”8 8 TAYLOR CALDWEL, Janet Miriam, La Columna de Hierro, Océano, México, 2004, p. 725-726. 13
  • 22. “… Es precisamente esta irresponsabilidad la que señala otro aspecto en demérito del proceso penal. Es un hecho que este terrible mecanismo, imperfecto e imperfectible, expone a un pobre hombre a ser llevado ante el juez, investigado, no pocas veces arrestado apartado de la familia y de los negocios, perjudicado por no decir arruinado ante la opinión pública, para después ni siquiera oír que se le dan las excusas por quien, aunque sea sin culpa, ha perturbado y en ocasiones ha destrozado su vida. Son cosas que, desgraciadamente suceden; y una vez más, aún sin protestar, ¿no deberemos al menos reconocer la miseria del mecanismo, que es capaz de producir estos desastres, y que es hasta incapaz de no producirlos”… Francesco Carnelutti
  • 23. CAPITULO II.LOS DOS JUICIOS INSTAURADOS A CRISTO. 2.1. Consideraciones Generales. Para efectos de nuestra investigación es pertinente mencionar que “en el reinado de Augusto, se inicia la nueva era en la historia del mundo, por el nacimiento de Jesús de Nazaret. Este nació en Belén; su vida y sus obras están narradas en los libros llamados Evangelios o Buena Nueva. Belén era un pueblo de Judea, al sur de Palestina, cuando ésta era provincia romana. La mayor parte de su vida la pasó Jesús en Nazaret, ciudad de Galilea; hacia los treinta años comenzó a predicar su doctrina, por medio de parábolas o cuentos para hacerla más asequible a las mentes humildes”. 9Eligió a doce discípulos y en compañía de ellos predicó por casi todo el país. Jesús tuvo una gran enemistad por parte del sacerdocio hebreo, pues éstos temieron que se tratase de un revolucionario político que derrocaría la ley mosaica. Con la ayuda de la historia podemos comprender cómo era la vida en Judea o Palestina en la época de Cristo; se vivía un ambiente patriótico y religioso muy tenso, no existía unidad entre los habitantes de aquél pueblo, puesto que en algunas ciudades, la mayoría era de gentiles, esto es de no hebreos, especialmente griegos y siríacos. Por el contrario, el campo, era habitado por hebreos, quienes eran labradores y pequeños artesanos pobres, trabajadores y piadosos. Entre sus actividades además de las labores del campo, era parte fundamental de sus costumbres rezar y ayunar, pues esa era la forma de rendirle culto a su Dios eterno —que según el Antiguo Testamento que constituía su ley—, debía enviar a su hijo para salvar a su pueblo de la opresión romana y establecer en la tierra el reino de los cielos. Se dedicaban muy poco al comercio. Tanto la política, la literatura, la filosofía y en general, toda la cultura que forma parte del pueblo hebreo son de carácter sumamente religioso. Según el profeta Isaías, el Mesías que ellos esperaban sería un hijo del hombre, descendiente de la familia de David, quien acabaría con el mal e implantaría el bien, trayendo consigo un reino de amor, paz, riqueza y prosperidad. 9 LÓPEZ REYES, Amalia, op. cit., p. 147. 14
  • 24. Ahora bien, —dice el autor Indro Montanelli en su libro Historia de Roma—, “esa esperanza en el redentor comenzaba entonces a ser comparada también por los pueblos paganos sometidos a Roma, que, habiendo perdido la fe en su destino nacional, la estaban transfiriendo al plano espiritual. Mas en ningún país la espera era tan vibrante y espasmódica como en Palestina, donde los presagios y los oráculos daban por inminente la gran aparición. Había gente que pasaba el día en la explanada frente al templo, rezando y ayunando. Todos sentían que el Mesías ya no podía tardar”. Fue después de la muerte de Juan Bautista cuando comienza la vida pública de Jesús. Al principio, el Sanhedrín no se preocupó mucho de éste, porque sus seguidores eran escasos todavía, y, porque su doctrina no era totalmente incompatible con la de los hebreos, Jesús decía: “Yo no he venido a destruir la ley de Moisés, sino a aplicarla”. La discordia con las autoridades aconteció cuando Jesús manifestó ser el hijo de Dios, el Mesías que todos esperaban, y la muchedumbre le reconoció como a tal. Motivo suficiente para provocar la ira del Sanhedrín, sobre todo, por razones políticas: temía que Jesús se ostentara su título de Mesías para provocar una rebelión contra Roma. Posteriormente los miembros del Sanhedrín conspiraron contra Jesús y decidieron su arresto por denuncia de uno de sus apóstoles, —esto lo explicaremos en los siguientes temas—, una noche de abril fue capturado después de haber cenado con sus discípulos en casa de un amigo y en aquella “última cena” les manifestó abiertamente que uno entre ellos le estaba traicionando, y al mismo tiempo se despidió de ellos, y les dijo que ya le quedaba poco tiempo para estar juntos. Le capturaron aquella misma noche en el huerto de Getsemaní. 2.2. Breve Exposición de la Doctrina de Cristo. E necesario conocer aspectos fundamentales de la doctrina de Jesús, en virtud de que fue acusado por las autoridades romanas de sedicioso, y en este 15
  • 25. análisis jurídico surge la pregunta ¿realmente su doctrina formó parte de una sedición? esto lo comentaremos en los capítulos posteriores. “Amar a Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo, es el resumen de la moral cristiana. Pero no era el de la antigua ley, cuyo precepto de amor al prójimo no estaba claramente enunciado. Para el judío, el prójimo era el pariente, el amigo, el vecino, el paisano y el compatriota; y no lo era ni el desconocido, ni el extranjero, ni el enemigo nacional o personal. Para Cristo, es el hombre mismo, sin excepción ni restricción alguna. El altruismo cristiano ha recibido su expresión más alta en lo que se llama la regla de oro: “Todo lo que tú quisieras que los demás hicieran contigo, hazlo tú con los demás: en esto están toda la ley y los profetas”, o en otras palabras: “Trata a los demás, como tú quisieras que te trataran a ti”. 10Poner a los demás en nuestro lugar, tratarlos siempre y en todo como quisiéramos ser tratados es una práctica difícil de alcanzar, pues supone necesariamente acabar con nuestro egoísmo. Es así como de la doctrina de Cristo se desprende como ley suprema: el amor. La doctrina cristiana permanece admirablemente en la época actual. “El Cristo del Sermón de la Montaña —nos dice el autor Josefh Ratzinger en su obra Caminos de Jesucristo—, se ha convertido en un mensajero de la bondad de Dios, en aquél a través del cual la luz de lo eterno resplandece en el mundo”. Para el autor Raúl Gutiérrez Sáenz en su libro Introducción a la Ética, del cristianismo “se desprende un modo de vida práctico y de nivel moral superior. Jesucristo no hizo definiciones, ni explicó por medio de causas; su lenguaje es metafórico; no fue un profesor teórico; sino un maestro práctico acerca de la vida. A lo largo de la Biblia, pero sobre todo en los Evangelios, y en las Epístolas de San Pablo encontramos una serie de proposiciones de elevadísimo nivel ontológico y moral. Aun prescindiendo del carácter revelado de las Sagradas Escrituras, un profano tendría que considerar el objeto de tales juicios, y 10 PRAT Ferdinand, Jesucristo, su Vida, su Doctrina y su Obra, Tomo I, Jus, 3ª ed., México, 1956, p. 254-255. 16
  • 26. maravillarse de la profundidad humana, altura teológica y armonía ontológica del mensaje contenido en la Biblia. Ese mensaje, nos lleva en pocas palabras hasta la médula del pensamiento cristiano”. Jesucristo predicó una doctrina de salvación y elevación del hombre hacia Dios. Su mensaje se extiende sin distinción a todo el género humano. Resalta los valores de la dignidad, libertad e igualdad de los seres humanos, todo lo que era calificado como indigno del hombre, es profundamente valorado: la humildad del publicano, contraria a la soberbia del fariseo, el trabajo manual es considerado un digno oficio, en una época donde sólo se apreciaba la sabiduría sofisticada de los griegos. En pocas palabras: “el dolor, la muerte, las penalidades, el fracaso, las contradicciones, las humillaciones, la pobreza, el sacrificio; todo lo humano adquiere el valor que le corresponde como medio para elevar el interior del hombre a los valores trascendentes. Las bienaventuranzas escandalizaron a muchos; han sido una verdadera trasmutación de valores. Algunos ni siquiera las han entendido, como Nietzsche, que no comprendió que el amor al miserable es un amor que levanta y redime, no un amor predicado por el inferior para el demérito de los demás”. 11 Abroga la ley del talión, ordenando —lo que resulta paradójico para el ser humano— hacer el bien a nuestros enemigos. La práctica del perdón es materia fundamental y considerada la más alta nobleza del cristianismo. Para el autor Raúl Gutiérrez Sáenz: “nunca nadie ha como lo hizo Jesucristo. Nunca nadie había notado el valor allí en donde todos consideraban el fracaso y la desvalorización humana. Pero, sobre todo, la muerte y la donación de su propia vida por amor al prójimo, es el precio de nuestra salvación”. 11 GUTIÉRREZ SÁENZ, Raúl, Introducción a la Ética, Esfinge, 8ª ed., México, 2006, p. 244. 17
  • 27. 2.3. El Proceso Religioso o Judío de Cristo ante el Sanhedrín. 2.3.1. Camino a Getsemaní. Aquí comienza propiamente el juicio contra Jesús de Nazaret. “Getsemaní era un predio con un olivar y un lugar de aceitunas en la falda occidental del monte de los Olivos. Aún hoy, subsiste una parte de este predio, el cual encierra dentro de su cerca ocho viejísimos olivos, los cuales, —según la tradición—, fueron contemporáneos de Jesús y testigos de su agonía. Dentro de este mismo jardín, ahora siempre tranquilo y con una nota alegre y consoladora florecen constantemente el romero y las célebres siemprevivas rojas llamadas sangre del mesías”.12 Para evitar descontextualizar el proceso contra Jesús citaremos la narración (de ambos juicios) que hace el autor Ferdinand Prat en su libro Jesucristo, su Vida, su Doctrina y su Obra Tomo II: “Jesús salió del Cenáculo con los apóstoles entre diez y doce de la noche. Bajó a la quebrada del Tyropeón, sin duda por el camino en escalera que las recientes excavaciones han descubierto, y salió de la ciudad por la puerta de la Fuente; enseguida tomó la dirección del norte, dejó luego a la derecha las famosas tumbas bautizadas con nombres ilustres, y debió de pasar el Cedrón, casi por el mismo sitio del puente actual, el Cedrón no es —hablando con propiedad—, ni un arroyo ni un torrente. Durante casi todo el año se le atraviesa en pie enjuto, y no lleva mucha agua, cenagosa por cierto, más que en el tiempo de las lluvias invernales. Profundamente encajonado entre el monte de los Olivos y la colina del templo, no le llega el sol sino mucho después de su salida, Cedrón, en hebreo, significa negro; y algunos piensan que debe su nombre al oscuro color de sus aguas o a la penumbra que en él reina en la mañana y al declinar el día. 12 MESCHLER, Meditaciones sobre la Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Tomo III, Ibérica, Barcelona, 1954, p. 149. 18
  • 28. 2.3.2. Arresto de Jesús. Habiendo salido del Cenáculo en aquella noche cerrada, se fue Judas a la casa del sumo sacerdote, donde se le esperaba con impaciencia. La conjuración lo había previsto todo hasta en sus menores detalles, pero ahora se trataba de ejecutarla y no podía haber precauciones de sobra para evitar cualquier incidente desagradable. Disponía el pontífice de un numeroso personal, pues tenía bajo sus órdenes la guardia encargada de la policía del templo; pero si acaso había un desorden o un choque con efusión de sangre, incurría él en una grave responsabilidad, mientras que estaría a cubierto si contaba con el beneplácito y el concurso del gobernador. Por lo cual se pidió a Pilatos un piquete de soldados romanos. Judas se había comprometido a seguir a la tropa. Sabía que Jesús se iba algunas veces, al salir del templo, a pasar la noche a Betania; pero estaba seguro de que esta ocasión no iría él tan lejos, porque después de comer el cordero pascual no se podía salir de Jerusalén o de sus alrededores inmediatos, comprendidos dentro de los límites del reposo sabático. Dos grutas servían de refugio a Cristo en el monte de los Olivos: la luna cerca de la cima, precisamente donde se levantó hace dos siglos la basílica constantiniana de Eleona, reconstruida actualmente bajo el nombre del Sagrado Corazón; y la otra al pie de la colina, cerca del huerto de Getsemaní. Se puede creer que el traidor vino a rondar a los alrededores y que al ver que aquí se detenía Jesús, corrió a dar aviso a sus cómplices. Los soldados romanos, acuartelados en la Antonia, tomaron sus armas como de costumbre y se proveyeron de linternas, como para una expedición nocturna. Iban tan sólo para prestar auxilio en caso de necesidad, pues la aprehensión de Jesús iba a ser ejecutada por los policías del templo y los criados de los sumos sacerdotes. La mayor parte de esta gente llevaba garrotes, y —siendo conveniente preverlo todo— algunas antorchas, para el caso de que las nubes ocultaran la luna llena de pascua. Es probable que algunos ociosos se unieran a la tropa, por la curiosidad de ver lo que iba a pasar. El gran cortejo se puso al fin en 19
  • 29. marcha. No podía haber hora más propicia para un golpe de mano: todo dormía en Jerusalén y sus alrededores. Judas se había obligado a entregar a Jesús en manos de los sanhedritas, quienes le prometieron treinta monedas de plata, pero guardándose de dar el menor anticipo: los conspiradores desconfían siempre unos de otros y todos toman sus precauciones. Como el traidor no tocaría la plata sino en caso de éxito, tenía interés, tanto o más que nadie, en que todo saliera bien. Los criados de los sumos sacerdotes tuvieron muchas veces la ocasión de encontrar a Jesús en el templo y sin duda le conocían de vista; pero de noche y a la sombra de una arboleda tupida no era difícil una equivocación, y convenía tener una contraseña que evitara todo error y aún la menor duda. Judas les dijo: “Aquel a quien yo besare, ese es; prendedle y no le dejes escapar”. Después de esta advertencia Judas se adelantó, para que no se fuera a pensar que él formaba parte de la banda. Y Judas había dejado a Cristo hacía unas cuantas horas y nada parecía justificar esta muestra de afecto extraordinario. Hecho Judas un verdadero maestro en materia de hipocresía, y sabiendo que Jesús conocía sus pérfidas intenciones, hizo la comedia del arrepentimiento. No se contenta Judas con besar a Jesús, como era lo convenido, sino que lo abraza con efusión. Primero finge que busca a Jesús y que no le ve; y luego se arroja a sus brazos y lo estrecha contra su pecho, pronunciando el saludo habitual: “¡Dios te guarde, Maestro!”, como diciéndole, “señor olvídalo todo, ya no soy el mismo”. Jesús le respondió: “Amigo, haz eso para lo que has venido”, agregando luego tristemente: “Judas, ¿traicionas al hijo del hombre con un beso?” Advertidas por la contraseña, las gentes del Sanhedrín acudieron en desorden. Jesús les salió al encuentro y les preguntó: “¿A quién buscáis?” —A Jesús de Nazaret—. “Yo soy, si me buscáis a mí, dejad ir a éstos hombres que están conmigo”. Apenas acababa de hablar cuando los esbirros se arrojaron sobre él. 20
  • 30. Luego se dirigió a la muchedumbre: “vosotros habéis venido con espadas y palos para prenderme como a un ladrón. Yo enseñaba todos los días en el templo, donde podíais apoderaros de mí; pero es necesario que los escritos de los profetas tengan su cumplimiento. Esta es ya vuestra hora”. Entonces le abandonaron todos los apóstoles y huyeron. 2.3.3. Jesús en Casa del Sumo Sacerdote Anás. Jesús recorrió en sentido inverso el mismo trayecto de dos o tres horas antes. Los esbirros se lo llevaron a lo largo del Valle del Cedrón, hasta la puerta cercana a la piscina de Siloé; y luego escalaron el camino escarpado que conducía al palacio común de Anás y Caifás, sobre la altura que ahora se llama colina de Sión. El pelotón romano, terminado su cometido, volvió al cuartel; y la escolta judía condujo al prisionero ante Anás, el personaje más activo e influyente del Sanhedrín. Durante nueve años ocupó Anás el puesto de pontífice, al cual fueron elevados después, con diversos intervalos, cinco de sus hijos y uno de sus nietos. Yerno suyo era Caifás, el sumo sacerdote a la sazón en funciones, de suerte que parecía que consideraban ellos el Supremo Pontificado como una propiedad de la familia. Anás tenía cuanto un judío de su época podía ambicionar: riqueza, honores, prestigio y la estimación de Roma. Se reprochaba entonces en las familias sacerdotales más encumbradas el fasto, la vida mundana, el materialismo, la implacable dureza del alma; pero los miembros de la familia de Anás se distinguían también por la perversidad y la avaricia. Interrogó, pues, a Jesús sobre su doctrina y acerca de sus discípulos; “¿Quién te ha dado autoridad para hablar en nombre de Dios y contra la ley de los profetas?” pero la respuesta no fue la que él esperaba “Yo he hablado abiertamente al mundo. Siempre enseñé en las sinagogas y en el templo, donde acostumbran reunirse los judíos, y jamás dije nada en oculto. ¿Por qué me interrogas? Pregunta a quienes oyeron mis palabras; ellos saben lo que dije yo”. 21
  • 31. No se parecía Jesús a los traficantes de sabiduría humana, que reservan su ciencia para un corto número de iniciados, a fin de hacerla más deseable y lucrativa. La de Jesús accesible para las almas más sencillas y capaz de satisfacer a los espíritus señeros, nada tiene de secreta ni de esotérica. Los discípulos recibieron la orden de darla a conocer desde las azoteas. Apenas había acabado él de hablar, cuando le dio una bofetada uno de los alguaciles del pontífice, diciéndole: “¿Así respondes al Pontífice?” Ninguno de los presentes protestó contra este indigno tratamiento infligido a un prisionero indefenso, maniatado y sujeto a un interrogatorio que nada tenía de oficial. Jesús, sin perder la calma, dijo al agresor: “Si hablé mal, muéstrame en qué; más si bien, ¿por qué me hieres?” ¿Por qué fue conducido Jesús desde luego a la casa de Anás, en lugar de que se le llevara directamente ante el sumo sacerdote Caifás? ¿Sería esto un acto de deferencia de parte de este último, siempre lleno de consideraciones y de respeto para su poderoso suegro? ¿O Anás, habituado desde hacía mucho tiempo a hacer y deshacer como jefe, maquinó esta intriga, tomó sus mediadas y dio sus órdenes, de suerte que los esbirros se dirigían ahora a él como inspirador e instigador de la conspiración? Esta hipótesis es tanto más verosímil, cuanto que a los ojos del pueblo Anás seguía siendo el verdadero pontífice, al grado de que el epíteto de sumo sacerdote estaba ya unido a su nombre. A pesar de su destitución arbitraria aún podía ser considerado como el legítimo sucesor de Aarón, siendo Caifás un mero testaferro y simple agente responsable ante la autoridad romana. Nada tuvo de jurídico el interrogatorio que hizo Anás. No hubo allí ni testigos ni acusadores; y los miembros del Sanhedrín no formaban quórum. Allí estaban únicamente los más encarnizados y radicales, que habían ido con la expedición nocturna hasta el huerto de Getsemaní. Se dieron prisa en convocar a los demás, cuando menos a quienes merecían su confianza, pero a una hora tan avanzada de la noche convenía mejor darles tiempo a que llegaran a la casa de Caifás, donde habría de tenerse la reunión. 22
  • 32. Semejante a un agente de investigaciones previas que se aprovecha de la turbación moral que se apodera de un inculpado en el momento de su aprehensión, Anás esperaba arrancar a su cautivo confesiones comprometedoras. 2.3.4. Jesús ante Caifás. Comprendió luego Anás que no conduciría a nada su interrogatorio, puesto que el prisionero se rehusaba a responder. Entonces lo envió, siempre atado, al Pontífice Caifás. No fue largo el trayecto. Suegro y yerno ocupaban dos alas distintas de un mismo palacio unidas por un patio común. La tradición tan antigua como se puede suponer, sitúa la casa de Caifás en la colina de Sión, en la parte alta de la ciudad que estaba fuera del recinto del campo romano, recinto que casi coincidía, por el lado del sur, con la muralla actual. Según los datos tradicionales, estaba esa casa no muy lejos del Cenáculo, cerca de lo que ahora se llama la puerta de David, entre el antemural moderno y la iglesia del Tránsito construida hace muy pocos años. La antigua tradición casi no se ocupa de la casa de Anás, pero tampoco la distingue expresamente de la de Caifás. Fuera del papel que Caifás desempeñó en el proceso de Cristo, nada sabemos de él, sino es que era yerno de Anás, que fue nombrado sumo sacerdote el año 18 de n.e. por Valerio Grato, y depuesto el año 36, por Vitelio, gobernador de Siria, al mismo tiempo que Pilatos y quizá por las mismas causas. Así es que Caifás tenía ya once o doce años en el pontificado y habría de conservarlo seis o siete años más. ¿Porqué prodigios de servilismo, de sobornos y de bajas intrigas había podido sostenerse allí durante tanto tiempo, siendo que cada uno de sus tres predecesores no habían podido ocupar esa dignidad arriba de un año y la tuvieron apenas un poco más de tiempo sus cinco sucesores inmediatos? ¿Cómo había logrado conservar el favor de Pilatos, de este procurador suspicaz, autoritario y codicioso, que parecía gozarse en humillar al sacerdocio y en reprimir la menor tentativa de independencia de los judíos? Este es un problema imposible de resolver por falta de documentos. Los cuales no son muy necesarios, por otra 23
  • 33. parte, pues la conducta de Caifás en esta ocasión nos la va a pintar de cuerpo entero. El local en que el Sanhedrín sesionaba regularmente estaba situado en la cuesta septentrional del monte Sión, cerca de la plaza con pavimento de lozas que se llama el Xyste unida por un puente a la explanada del templo, cerca del muro herodiano junto al cual van los judíos a exhalar sus lamentos cada viernes por la tarde. Pero todo había de ser contra la ley en este singular proceso; y se tuvo el consejo de noche en la casa de Caifás, el éxito de la conspiración reclamaba secreto y rapidez. Cuando el Sanhedrín estuvo completo —o cuando al menos hubo quórum—, abrió el presidente la sesión y se buscaron testigos falsos que estuvieran dispuestos a rendir un testimonio que permitiera condenar a muerte a Jesús; pero ocurrió todo con tal rapidez y desorden, que los testigos no pudieron ponerse de acuerdo, o no aprendieron bien la lección. Y la ley de Moisés era demasiado clara: para condenar a un hombre a muerte se necesitaban dos o tres testimonios concordantes. Los rabinos de tiempos posteriores exigían en esa concordancia hasta una precisión casi irrealizable: querían que el acusador especificara exactamente el día, la hora, el lugar y las menores circunstancias del crimen. Se requería cuando menos que no se contradijeran las declaraciones; y esto era lo que no se lograba obtener contra Cristo, a pesar de la docilidad de los testigos, la parcialidad de los jueces y las muchas tentativas. Se presentaron, al fin, dos hombres, que parecían haber encontrado la clave y cuyos dichos retuvieron por un instante la atención del tribunal. Uno afirmaba haber oído decir a Jesús: “Yo destruiré el templo de Dios y lo restituiré en tres días”, y el otro: “Yo destruiré este templo hecho por manos de hombres y en tres días levantaré otro que no será hecho por manos de hombres”. Los dos testimonios diferían demasiado entre sí y ninguno de ellos reproducía fielmente las palabras de Jesús: “Si destruís este templo —se refería él a su cuerpo, santuario de la divinidad—, yo lo reedificaré al cabo de tres días”. Aún aplicado en un sentido material al templo de Jerusalén, podía parecer extravagante este aserto a 24
  • 34. cualquiera que ignorase el poder de Cristo. Mucha gente pensaba que llegaría la hora en que el Mesías haría lo mismo en mayores proporciones. Esto era lo que se habría podido decir, si los testigos hubiesen estado de acuerdo, pero no ocurrió así. Y aún en este caso afirmativo, tal disposición no justificaba una sentencia de muerte: no serviría sino para hacer odioso a Cristo y enajenarle las simpatías del pueblo, al hacer creer que él había deseado o profetizado la ruina del templo. Levantóse Caifás de su asiento y avanzando hasta la mitad de la sala, apostrofó a su prisionero: “¿No respondes nada a todas las acusaciones dirigidas contra ti?” Jesús guardaba silencio. Lo interpelaban a gritos varios miembros del Sanhedrín: “Si tú eres el Cristo dínoslo sin ambages”. “Si os lo digo, —respondió Jesús—, no me creeréis; y si os interrogo, no me responderéis”. Caifás creyó al fin haber hallado un medio seguro de imponer este pertinaz silencio y arrancar a Jesús una confesión que lo perdiera: ¡Yo te conjuro en el nombre de Dios vivo a que nos digas si tú eres el Cristo, el hijo del Bendito! Este requerimiento era absolutamente ilegal. Jamás se había conjurado a nadie, no habiendo testigos, a que se declarara culpable, ni a que el mismo acusado pusiera término al proceso pronunciando su condenación. Así es que Jesús no tenía por qué responder a una pregunta que el juez no tenía derecho de formular. Si Jesús contestó, no fue por respeto a la autoridad del pontífice, sino porque en aquellas circunstancias el silencio habría tenido el valor de una retractación. Se le preguntó si él era el Mesías y el hijo de Dios, el hijo por excelencia, el propio hijo de Dios. ¿Porqué pues, conjura Caifás a Jesús a que diga si es el Mesías? Es que esta reivindicación, odiosa para Roma, tendrá una importancia capital cuando el asunto sea llevado ante el tribunal de Pilatos. El hecho de arrogarse la calidad de hijo de Dios, estableciendo entre Dios y él una relación trascendente e incomunicable, constituía una blasfemia gravísima. Cada vez que Jesús se daba este título, los judíos conspiraban en su contra o tomaban piedras para lapidarle como a blasfemo. ¿Qué va a responder él ahora? Ante este requerimiento del sumo sacerdote, que habla en nombre del Sanhedrín y de la nación entera, Jesús no puede callar. “Tú lo has dicho; yo lo soy. Y aún os 25
  • 35. digo que en lo sucesivo veréis al hijo del hombre sentado a la derecha de la potestad divina y viniendo sobre las nubes del cielo”. Apenas acababa él de hablar, cuando el pontífice exclamó: “Habéis oído al blasfemo. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Merece la muerte”. Y todos los sanhedritas repitieron en coro: “Merece la muerte”. Al mismo tiempo rasgó Caifás un faldón de su túnica. Este era el gesto de reprobación que todo judío piadoso debía de ejecutar al oír una blasfemia. El Talmud establece para ello un verdadero rito, reglamentando hasta el más minucioso detalle. A pesar de la aparente indignación, el pontífice reventaba de gozo. Como se ha dicho muy bien, “este cuerpo del delito de blasfemia, única cosa que podía autorizar la sentencia de muerte, era todo lo que él buscaba; y se comprende con qué ardor se apodera de aquello y lo explota: ya tiene, al fin, su presa, ahora puede estrechar a su adversario con este dilema fatal: o la retractación o la muerte. Apenas vieron los guardias que Jesús había sido condenado como blasfemo por el Sanhedrín, se arrojaron sobre él con furor, acabándolo a golpes e insultos. Empezaron por escupirle el rostro, enseguida después de vendarle los ojos, le abofeteaban, diciéndole: “Adivina quién te pegó”. Ya no sabían qué inventar para torturar a su víctima y desahogar la rabia, pues pensaban que ninguna compasión se debía tener con un hombre convicto de blasfemia. Y los satélites de Herodes Antipas colmarán de burlas a Jesús cuando vean al tetrarca tratarlo como a un loco o como a un rey de sainete; y los soldados del gobernador idearán una entronización cómica al condenar Pilatos al rey de los judíos a sufrir la pena del flagelo, preludio de la cruz. Sabido es que la plebe de Roma se divertía en forma salvaje torturando a los condenados a muerte, durante el trayecto del tribunal al patíbulo. Los criados del pontífice tomaron con crueldad a diversión el insultar y atormentar al prisionero, para abreviar aquella noche, pues se esperaba el día siguiente para que el Sanhedrín se reuniera de nuevo y decidiera de la suerte del reo. 26
  • 36. Tuvo el Sanhedrín dos sesiones: una de noche, en la cual se hizo comparecer a los testigos; y otra al salir el sol, en la cual se decidió llevar el asunto ante Pilatos. Jesús salió del tribunal en medio de la escolta, y al atravesar el patio común a los dos palacios, lanzó sobre el apóstol Pedro una mirada triste y tierna que traspasó el corazón de éste. 2.4. El Proceso Político de Cristo ante Poncio Pilatos, Gobernador de Judea. 2.4.1. Breve Referencia de Poncio Pilatos. El procurador de Judea era entonces Poncio Pilatos. Nombrado en 26 por el emperador Tiberio, ocupó ese puesto durante diez años completos, pues no fue destituido sino hasta 36, por haber mandado matar a un grupo inofensivo de samaritanos. El rey Agripa, —que ciertamente no le quería—, dice que Pilatos era “de carácter inflexible y de una arrogancia brutal”. Se le acusaba de venal, de rapaz y violento; se le reprochaban vejaciones de toda especie, crueldades inútiles, matanzas sin forma de proceso. Por negro que nos parezca este retrato, es sin embargo, exacto. ¿Cómo puede dejar Tiberio, tan celoso del buen gobierno de las provincias, a un hombre como éste a la cabeza de Judea? Es que tenía por principio que una vez enriquecidos los gobernadores, aunque fuera mediante exacciones y rapiñas, se hacían menos voraces. Por lo demás, Pilatos pasaba por un administrador activo, emprendedor, muy capaz para mantener el orden; y estas cualidades compensaban sus vicios, según el juicio de Tiberio. De que Pilatos era brutal y terco, no convendría concluir que estaba dotado de una verdadera energía. Los caracteres más violentos son a veces los más tímidos. Afectan brutalidad para disimular la falta de carácter y se esfuerzan por inspirar a otros el terror que ellos mismos experimentan. Cuando Pilatos toma posesión de su gobierno, discurrió con el objeto de domeñar de una vez por todas a los judíos. Pilatos, que hacía temblar a todo el 27
  • 37. mundo, temblaba a su vez por el miedo a una denuncia ante Tiberio, razón que le arrancó la sentencia de muerte de Jesús. Es necesario tener en cuenta su carácter y su situación, para comprender su papel durante el proceso de Jesús, sus rodeos y dilaciones, sus alternativas de firmeza y debilidad, de arrojo y cobardía. Podía ser cruel por interés y por cálculo, mas no por inclinación natural. No era un hombre capaz de cometer a sangre fría un asesinato judicial que no trajera ventaja alguna. El medio en que vivía, las funciones que desempeñaba, el hábito de hacer justicia y de ver cómo se impartía ésta, le había inculcado a la larga cierto sentido de la equidad y del deber profesional. Le convenía también contar con el círculo de sus consejeros y asesores, cuyas opiniones no le era forzoso seguir, pero sin despreciarlas. 2.4.2. Jesús es llevado al Pretorio. Al despuntar la aurora celebraron nuevo consejo los sanhedritas. ¿Querían por un escrúpulo tardío, cubrir este asesinato jurídico con una sombra de legalidad, terminando de día un proceso criminal iniciado en la noche contra todo derecho? Pronunciada estaba ya la sentencia de muerte y el único punto que ahora les inquietaba era la manera de ejecutarla. Sabiendo muy bien que necesitaban el beneplácito del procurador romano, se trataba de acordar el mejor medio de obtenerlo. Dos caminos se les ofrecían: conseguir del poder romano el visto bueno de la sentencia y pedir permiso de ejecutarla ellos mismos, o presentarse como ejecutores ante Pilatos, como si aún no hubiesen resuelto absolutamente nada. En el primer caso, la pena que había de sufrir el blasfemo, conforme a la ley judía, la de lapidación, era muy de dudar que el procurador consintiese en autorizarla. Se prefirió, pues, el segundo arbitrio, que presentaba una doble ventaja: la de hacer cargar a un extranjero con la odiosidad de una condenación que disgustaría a la gente de bien y la de hacer ejecutar a Jesús sin ningún peligro para ellos, gracias al apoyo de la fuerza armada. El consejo duró poco tiempo, pues todavía era temprano cuando se presentaron ante Pilatos. 28
  • 38. El mundo antiguo era muy madrugador. En Roma, los patricios estaban en pie desde la aurora, para dar audiencia a sus clientes. No tardaban en abrirse los tribunales, porque todos los negocios importantes terminaban hacia el mediodía, y el resto del tiempo era para el descanso y las diversiones. Apenas doraban los primeros rayos solares el monte Sión, cuando Jesús fue llevado al Pretorio. En un principio, el pretorio era la tienda del general en jefe, especie de santuario en que se guardaban las insignias de las legiones, en que el pretor examinaba los auspicios y donde hacía justicia. Más tarde, cuando el emperador tuvo el mando de todos los ejércitos, se dio ese nombre a la mansión imperial y a las residencias de sus representantes, procónsules, propretores, procuradores, quienes tenían el derecho de vida y muerte. Durante sus viajes el emperador cambiaba continuamente de pretorio. La habitación, ordinaria o provisional, del emperador o de sus agentes armados con el ius gladii, era el pretorio. Es cierto que los gobernadores romanos solían instalarse en los palacios de los soberanos desposeídos; pero podían tener razones para escoger otro palacio, que se convertía entonces en pretorio. Así es que no hay que concluir de ese hecho que el pretorio de Pilatos estuviera en el palacio de Herodes. 2.4.3. Comparecencia ante Pilatos. El procurador no se sorprendió al ver llegar a los sanhedritas. Debía de estar ya al corriente del asunto. Le había rendido parte el triunfo que fue con el piquete enviado para prestar auxilio a los esbirros que aprehendieron a Jesús. Por un escrúpulo singular, pero muy explicable en gente que habría colado un mosquito tragándose un camello, los enemigos de Cristo no quisieron entrar al pretorio, para no contraer una impureza legal que les habría impedido comer la pascua. El entrar a la casa de un pagano era tanto, al menos en Palestina, como tocar un cadáver: imprimía una mancha que duraba siete días. Habituando, con todas las autoridades romanas, a condescender con los usos religiosos de las provincias, Pilatos salió a la plaza contigua al Pretorio y les preguntó de qué acusaban al 29
  • 39. prisionero. Los sanhedritas manifestaron extrañeza ante esta pregunta. Quizás algunos se habían ilusionado con la esperanza de que Pilatos les encomendaría los detalles del procedimiento y ratificaría ciegamente la sentencia que ellos mismos dieran. Por lo cual respondieron: “Si este hombre no fuera un malhechor, no te lo habríamos traído”. Pilatos creyó o fingió creer que se trataba de una de esas infracciones a la ley mosaica que se castigaba con excomunión o con treinta y nueve azotes. En este caso, el asunto no le atañía y respondió: “Lleváoslo, pues y juzgadle vosotros mismos según vuestra ley”. A lo que contestaron: “Pero nosotros no tenemos poder para matar a nadie”. Algunos piensan que el permiso de Pilatos era irónico. Al decirle los judíos que no le habrían llevado a Jesús si este no fuera un malhechor, no pueden ocultar su deseo de dictar al juez la sentencia: pues bien les respondería Pilatos lo anterior, y así les habría recordado que debían respetar a la autoridad suprema. En Palestina, como en todas las provincias anexadas al imperio, el ius gladii pertenecía en exclusiva al gobernador romano. Los judíos no lo ignoraban y los sanhedritas lo reconocían expresamente. 2.4.4. Interrogatorio a Jesús. Viendo Pilatos que el asunto era grave, puesto que se hablaba de pena capital, prestó mucha atención; y los sanhedritas comprendieron que este era el momento de dar un gran golpe: “Lo hemos sorprendido, —dijeron—, apartando a nuestro pueblo de la obediencia, vedando que se pague el tributo al César y proclamándose Mesías-rey”. El procurador entró al palacio e hizo que se le llevara al reo para sujetarlo a un interrogatorio. PILATOS. — ¿Eres tú el rey de los judíos? JESÚS. — ¿Dices esto de ti mismo u otros te lo han sugerido? PILATOS. — ¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los pontífices te han traído ante mí. ¿Qué has hecho? 30
  • 40. JESÚS. —Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mis ministros lucharían para impedir que yo sea entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí abajo. PILATOS. —Luego tú eres rey. JESÚS. —Tú lo has dicho, yo lo soy. Yo nací y vine a este mundo para dar testimonio de la verdad. Cualquiera que es del partido de la verdad escucha mi voz. PILATOS. — ¿Qué cosa es la verdad? Y salió sin esperar respuesta. Escéptico y epicúreo, la definición de la verdad le interesaba poco; y ningún deseo tenía de aprender las obligaciones que ella impone. Por lo demás, ya se había formado Pilatos su juicio: el preso no era un demagogo, ni un sedicioso, ni un revolucionario. Tal vez era un soñador, un utopista, un fautor de sistemas, pero no un hombre peligroso para el Estado. La realeza que reivindica es de otra esfera: no pone en peligro la dominación de los Césares. Jesús tiene la pretensión de que enseña la verdad. Que se le crea o no, su doctrina no hace daño a nadie. Declarar que no hay delito que perseguir y dar libre a Jesús: tal es el veredicto de la justicia y del sentido común. Pilatos salió, pues, a la plaza del Lithóstrotos y subió al estrado en que se había puesto la silla curul, para notificar al pueblo el resultado de la investigación: Ningún delito hallo en este hombre. Violentas protestas estallaron en el lugar de los sumos sacerdotes. Estos comprendieron que de no sostenerse con audacia, perderían la partida. Gritaron con rabia: Ese hombre agita y solivianta al pueblo, esparciendo su doctrina por toda Judea, desde Galilea, donde comenzó hasta Jerusalén. El nombre de Galilea, pronunciado casualmente, fue para el procurador un rayo de luz. Pilatos preguntó, si Jesús era galileo; y al saber que sí, que era súbdito de Herodes, de paso entonces en Jerusalén, resolvió enviarle al prisionero, a fin de ganar tiempo y librarse si fuese posible, de tan enojoso asunto. 31
  • 41. 2.4.5. Jesús ante Herodes. Hacía más de un año que Herodes deseaba conocer a Jesús. La exaltada imaginación del tetrarca se ocupaba a manudo en el joven doctor galileo, de quien se referían maravillas. Muy grande fue, por lo tanto la alegría del tetrarca, cuando se le anunció que el procurador le enviaba al galileo. Se preguntará el lector qué jurisdicción podía tener Herodes sobre Jesús. Ninguna en verdad, puesto que él y el preso se hallaban en un territorio extranjero, y porque no podía el procurador delegar en nadie la facultad en materia criminal. Luego no fue para que Herodes dictara una sentencia judicial por lo que Pilatos le envió al acusado, sino para obtener un suplemento de información y utilizar el juicio del tetrarca, si como era de suponerse, concluía éste también que Jesús era inocente. Se acusa a éste de fomentar perturbaciones y desórdenes en Galilea y Jerusalén. Por lo que se refiere a Jerusalén, Pilatos sabe que nada hay que temer; y quiere saber si puede decirse lo mismo de Galilea, y el tetrarca podrá informar mejor que nadie. Pilatos envía a Jesús al tetrarca. Herodes cuenta con que éste, no se negará a darle una exhibición del poder sobrenatural de que tantas demostraciones ha hecho: lo cual será un bonito espectáculo para aquella pequeña corte. Se manifiesta solícito e insinuante; multiplica las preguntas como si tuviese deseo de instruirse, trata al cautivo, menos que como a un acusado, como a un visitante y casi como a un amigo. La agitación y los gritos de los pontífices y de los escribas, que han ido con la escolta y se esfuerzan por presionar a Herodes, no logran conmoverle. Él espera que Jesús le hable y se justifique, pero Jesús se encierra en un silencio absoluto y significativo. Sintiéndose en ridículo, el tetrarca se irrita: aquel silencio es una afrenta. Los acusadores recobran el ánimo. Exasperado por el silencio de Jesús, medita vengarse de una manera mezquina y digna de él. Finge primero un profundo desprecio por aquél a quien acaba de recibir con tantas atenciones; y luego inventa que se trate a Jesús como a rey de comedia y se le pongan vestiduras de 32
  • 42. ridícula ostentación, para que aparezca como una caricatura de los monarcas orientales, cuyo fasto era esplendoroso en las circunstancias solemnes. Los cortesanos del tetrarca, siempre dispuestos a seguirle el genio al amo, se asocian a sus burlas e insultos. Se describe la escena con dos palabras expresivas: “Herodes le escarneció y le injurió con toda su tropa”. Enemigos jurados hasta entonces, Herodes y Pilatos se hicieron amigos a partir de este día. Ignoramos las causas de sus disgustos anteriores. Pero ahora los reconcilia la complicidad del crimen. 2.4.6. Jesús es Llevado Otra Vez Ante Pilatos. Pilatos se halló de nuevo ante el prisionero. Habiendo fracasado la primera tentativa para salvarle, recurrió Pilatos a otras, sin mayor éxito. Perfectamente convencido de la inocencia de Jesús y conociendo el odio que a éste le tenían los judíos, no estaba dispuesto a complacerlos con una injusticia flagrante. Quizá se mezclaba a estos complejos sentimientos un poco de piedad por la víctima, aunque no pesase gran cosa sobre la consciencia de un Pilatos una vida humana, sobre todo la de un individuo de este pueblo tan despreciado y aborrecido como lo era el pueblo judío. Al recibir en su tribunal a Jesús, devuelto por Herodes con los honores burlescos de que acabamos de hablar, dijo Pilatos a los pontífices, a los notables y al pueblo, que esperaban en la plaza: “Vosotros me trajisteis con el pretexto de que él amotinaba al pueblo y lo empujaba a la sedición. Lo examiné ante vosotros, y no hallo, en las acusaciones que se hacen en su contra, nada que merezca la muerte. Tampoco Herodes, puesto que nos lo han devuelto sin imputarle ningún crimen que merezca la pena capital. Así es que lo dejaré libre después de haberlo castigado”. Jesús es declarado inocente, pero debe sufrir un castigo. No, —piensa Pilatos—, esto no será más que una advertencia saludable; porque si él no es un 33
  • 43. malhechor ni un sedicioso, es tal vez un iluso, un fanático que necesita esta lección, y será al mismo tiempo un halago para los judíos, que calmará sus furores y me librará de este conflicto. La mujer del procurador, no pudiendo subir al estrado en que él se hallaba, — las costumbres romanas no lo hubiesen permitido—, le envió un mensaje concebido en éstos términos: “Que no haya nada entre ti y ese justo, porque hoy fui muy atormentada en sueños por causa suya”. En el tiempo de la República, la mujer de un magistrado nunca lo acompañaba a las provincias; pero había caído en desuso esta regla, desde que las legaciones imperiales duraban varios años seguidos. Así es que nada de anormal tenía la presencia de la mujer de Pilatos en Jerusalén. Los romanos de aquélla época, escépticos en teoría, eran en la práctica los más crédulos y supersticiosos de los hombres. Otorgaban una fe ciega a los sueños y a los augurios, a hechiceros y astrólogos. Casi todos los grandes personajes mantenían junto a sí a un adivino titulado, para que les dijera la buena ventura y les interpretara los presagios favorables o funestos. Mientras le daba mil vueltas al asunto, se le ocurrió una idea. Era la víspera de Pascua, y se acostumbraba ese día soltar un prisionero para permitirle participar en la fiesta instituida para conmemorar la liberación de la cautividad de Egipto. Los romanos habían respetado este uso, como respetaban en los pueblos conquistados todas las tradiciones nacionales que no constituyeran abusos graves. Se puede asegurar que los judíos tenían muy presente este privilegio anual y que no habrían dejado de recordárselo al procurador si éste no se hubiese adelantado. Pilatos, desde lo alto de su tribunal, dijo a la muchedumbre: “Se acostumbra que con ocasión de Pascua yo os conceda la libertad de un prisionero. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?” Pilatos se imaginó sin duda que éste título de rey de los judíos despertaría el patriotismo y que la masa del pueblo no consentiría que se condenara a su rey. 34
  • 44. No tuvo en cuenta Pilatos la astucia de los príncipes de los sacerdotes, que habían aleccionado al pueblo inconstante, el cual pasa fácilmente del amor al odio. Muy pronto se oyó salir de todas partes este grito proferido por mil voces: “Barrabás, Barrabás, queremos a Barrabás”. El hombre que los judíos pedían era un malhechor, ilustre en su género, un ladrón profesional que, entre otros crímenes, cometió un asesinato en una revuelta. Los gobernadores de provincia no tenían facultad para indultar a un reo ya condenado —este derecho pertenecía únicamente al emperador—; pero si Barrabás no era más que un “presunto responsable” y su proceso se había diferido por una causa cualquiera, con el fin, por ejemplo, de descubrir a sus cómplices, podía el procurador ponerlo en libertad sin la autorización especial de Tiberio. En su calidad de sedicioso, Barrabás debía de serles simpático a los zelotes y a todos aquellos que detestaban secretamente el yugo romano; pero Pilatos no temió que el plebiscito favoreciera a Barrabás. Pilatos preguntó tímidamente: “¿Qué haré pues con Jesús llamado el Cristo?”Los judíos vociferaron al unísono: “¡Crucifícale, crucifícale!” El procurador, sintiéndose dominado, aventuró todavía una objeción: “Pues ¿qué mal ha hecho? El gentío, más y más ensoberbecido, respondió con este clamor: “¡A la cruz!, ¡a la cruz!; ¡crucifícale, crucifícale!” Pilatos comprendió claramente que en lugar de hacer entender razones al pueblo enloquecido, cualquier cosa que le dijera provocaría un tumulto mayor. Disponía de la fuerza, y ya había dado pruebas de que sabía hacer uso de ella cuando su propio interés o prestigio estaban en juego; pero esta vez no tuvo ánimo para utilizarla. Creyó salvar su responsabilidad por medio de una representación teatral, que no ponía a salvo ni su consciencia ni su honor. Hizo que se le llevara, al estrado en el campo que estaba, una jofaina llena de agua; y se lavó muy bien las manos de manera que todos lo viesen, y dijo: “Yo soy inocente de la sangre de este justo”. Allá vosotros con esto”. Tal acto simbólico, inteligible en todos los países, lo era aún más en Palestina, donde se acostumbraba desde tiempo inmemorial. Cuando se descubría en el 35
  • 45. campo el cadáver de un hombre cuyo asesino fuera desconocido, los notables de la población más cercana se reunían ante los sacerdotes, y se lavaban las manos sobre el cuerpo de la víctima, profiriendo esta solemne protesta: “Nuestras manos no derramaron esta sangre ni nuestros ojos la vieron derramar”. Por este juramento apartaban de sí toda sospecha de homicidio y complicidad. Al oír que Pilatos arrojaba sobre ellos lo aborrecible y las consecuencias del crimen, gritaron los judíos: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” Todos ellos concuerdan en mostrarnos a Pilatos persuadido de la inocencia del acusado y buscando un medio de salvarlo. 2.4.7. Los Azotes y la Corona de Espinas. Los azotes precedían generalmente a la crucifixión; pero eran también una pena distinta que solía aplicarse, —lo mismo que la tortura—, sin previa sentencia. Entre los judíos no podía exceder de treinta y nueve el número de azotes, por miedo a violar, inadvertidamente, la letra de la ley que fijaba el de cuarenta como máximo; y aún se necesitaba que después de un examen se juzgara si el reo era capaz de soportarlos. Los romanos desconocían tales miramientos. Siendo la flagelación el preludio ordinario de la muerte en cruz, los verdugos pensaban que ya no había ninguna medida que respetar con un hombre que iba a morir. El horrible flagellum era un manojo de tiras de cuero endurecido, armadas de huesecillos, de pedazos de plomo y a veces de trozos de metal de agudísima punta, que se llamaban escorpiones. El paciente, desnudo, era atado por las manos a una columna baja, y permanecía inmóvil en esta postura, o sea, inclinado, a fin de que recibiera todos los golpes y que el ejecutor pudiese darlos con todas sus fuerzas. A los primeros latigazos, la piel se ponía cárdena y sanguinolenta; pronto quedaba desgarrada y la carne caía en jirones. No tenía el suplicio más límite que la fatiga o el hastío de los verdugos, que solían 36
  • 46. encarnizarse tanto más cuanto mayor era la paciencia de la víctima. Se sabe que los azotes descubrían las venas, los músculos, los intestinos, toda la anatomía del cuerpo. Cuando entraron en escena los verdugos, despojaron a Jesús de sus vestiduras. Tuvieron entonces la idea, para pasar el tiempo, de parodiar una escena de entronización, como habían hecho los oficiales de Herodes. En lugar del manto, le pusieron al prisionero un girón de tela escarlata prendido sobre el hombro izquierdo, con la idea de que aquello figurara la púrpura de los Césares o de los soberanos orientales. Alguien tejió una corona de espinas que se le puso a Jesús en la cabeza. De tal manera abundan en Palestina las plantas espinosas, que la biblia las designa con una beigneta de nombres diferentes. Arrancadas por los campesinos y puestas al sol, sirven de combustible, y sin duda por ello se hallaban algunas a la mano en el patio del cuartel. ¿Qué género de espinas coronaron la frente de Cristo? Con frecuencia se ha indicado una especie de juyubal, llamado por los naturalistas sizyphus spina christi, cuyas espinas agudas y cortantes producen dolorosísimas heridas. Se puso en una mano de Jesús una caña a guisa de cetro; y es indudable también, aunque los evangelios no lo digan, que se le hizo sentar sobre un escabel que hacía las veces del trono real. Se convocó enseguida a todo el resto de la cohorte para que tomara parte en la diversión. Empieza entonces un escarnio propio de tan groseros soldados. Uno tras otro hincan la rodilla ante Jesús, como para rendirle homenaje. Y luego, cambiando los papeles, le quitan la caña de las manos, le asestan con ella un golpe en la cabeza, en su corona de espinas, y se retiran con burlas en medio de grandes risotadas tras escupirle el rostro. Jesús había predicho que el hijo del hombre sufriría el menosprecio de los ancianos, de los legistas y de los sumos sacerdotes y que sería entregado a los gentiles para ser escarnecido. Todo esto se cumplió a la letra en poder de Anás, Caifás, Herodes y Pilatos. Ciertos autores se asombran de que tan odiosas escenas ocurrieran con tan cortos intervalos; pero mayor motivo habría de asombro si no hubiese sido así. En la antigüedad era un juego lícito el hacer sufrir 37
  • 47. a los condenados a muerte, lo mismo en los pueblos más bárbaros que entre las naciones civilizadas. Todavía ahora ningún espectáculo atrae mayor concurso de gentes que el de una ejecución capital. En el palacio de Caifás, donde Jesús se proclama hijo de Dios, se le trata como a blasfemo y falso profeta; se le vendan los ojos para que adivine qué mano lo hiere: él debe de saberlo, si es profeta. Estando ya en poder de Herodes o de Pilatos, no se vuelve a mencionar al hijo de Dios, sino al rey de los judíos, al aspirante al trono de Judea. Jesús se aleja bajo la tempestad de las risotadas y de los insultos de los bárbaros que tiene a sueldo el tetrarca judío. Todo se reduce allí a una burla, con golpes y brutalidades físicas. Sufrió ya Jesús los azotes, que son el presagio de la crucifixión. Todo el mundo sabe que el reo se arrogó el título de rey y que va a espiar este crimen. La cohorte de las tropas auxiliares que forman la guarnición de la Antonia se compone exclusivamente de samaritanos o de griegos de Siria, esto es, de los peores enemigos de los judíos. 2.4.8. La Sentencia de Muerte Pronunciada por Pilatos. Pilatos no renuncia todavía a salvar a Jesús y piensa que presentándolo al pueblo en el estado lamentable en que lo pongan los soldados, no habrá odio que no se disipe. Ordena pues, que salga Jesús del pretorio; y exhibiéndolo de un lugar que sea visto de todos, muestra a la muchedumbre aquel rostro sucio de tierra que chorrea sangre y casi irreconocible, diciendo: ¡Ved aquí al hombre! Ni siquiera inspira compasión, puesto que no está saciada la rabia de sus enemigos. Al verlo gritan con más fuerza los príncipes de los sacerdotes y sus partidarios: “¡Crucifícale, crucifícale”! “¡Bien!, —dice Pilatos—, tomadle, pues y crucificadle vosotros mismos”. Los judíos sintiendo que ésta apariencia de permiso es una sangrienta ironía, redoblan las instancias: “Nosotros tenemos una ley; y conforme a esta ley debe morir, porque pretende ser hijo de Dios”. 38
  • 48. Al oír estas palabras, Pilatos temió todavía más. La acusación formulada por los judíos en cuanto a que Jesús se dijera hijo de Dios, no tenía para Pilatos la importancia más mínima. Pero un magistrado romano debía respetar y hacer respetar las leyes de los súbditos, en cuanto no fueran opuestas a los intereses de Roma ni a sus principios de gobierno. Por lo cual se castigaban severamente ciertas violaciones de las costumbres religiosas de las provincias. El extranjero que penetraba al templo o el judío que lo introdujese en él sufrían la pena capital. Un soldado que por desprecio hiciera pedazos el libro de la ley mosaica corría la misma suerte. Si Pilatos desprecia la ley judía que condena a muerte a los blasfemos se le podrá denunciar a Tiberio. Esta es la causa de la desazón y del apuro. Eso es lo que Pilatos teme. Empieza a ceder, pero el golpe severo será cuando el procurador oiga este grito de amenazas: “Si lo sueltas no eres amigo del César”. Por lo pronto Pilatos trata de ganar tiempo. Vuelve a entrar al pretorio con Jesús y le hace esta pregunta: “¿De dónde eres tú?” No es al final sino al principio de un proceso cuando se pregunta a un acusado cuál es su patria, y, por otra parte, ya sabía Pilatos que Jesús era galileo. Si lo que Pilatos desea conocer es el origen divino de Jesús, no tiene ni la calidad requerida para hacer la pregunta ni podría comprender la respuesta. Por lo cual Jesús calla. El procurador se extraña y se irrita: — ¿Tú no me hablas a mí? ¿No sabes que tengo poder para crucificarte y para darte libre? —No tendrías potestad alguna sobre mí, si no te hubiera sido dada de arriba; por lo cual quien me entregó a ti mayor pecado tiene. Pilatos ve con absoluta claridad en su consciencia. El lenguaje de Jesús no es el de un criminal: mucha experiencia tiene Pilatos de lo que son los hombres, para no estar convencido de ello. Lo impresiona vivamente la calma, la paciencia y la sabiduría del acusado. Aún después de la amenazante afirmación de los judíos: “Nosotros tenemos una ley que exige su muerte, porque se dice hijo de Dios”, 39
  • 49. busca todavía Pilatos la manera de darlo libre. Pero escucha los clamores de la muchedumbre. En los oídos del procurador resuena este grito que lo llena de espanto: “Si lo sueltas no eres amigo del César; cualquiera que se hace rey se levanta contra César”. La amenaza de ser denunciado ante Tiberio como cómplice de un agitador y de un aspirante al trono de Judea, territorio imperial, destruye de un golpe en Pilatos todo conato de resistencia. El temor de desagradar a César y de malquistarse aún más con un pueblo irascible, ahoga en Pilatos todo sentimiento de compasión y justicia. Perder la amistad de César, y de un César como Tiberio es tanto como exponerse a los peores peligros. Pilatos sale del pretorio acompañado de Jesús y toma asiento en el tribunal. El pretorio, como ya dijimos arriba, era la residencia permanente o accidental del gobernador romano; el tribunal era el estado fijo o móvil, puesto de ordinario enfrente del pretorio, y siempre en un lugar accesible al público. Cuatro veces sale Pilatos del pretorio y se presenta ante el gentío que llena la plaza del tribunal: dos veces él solo y otras dos con Jesús. En los asuntos de poca importancia, solía el juez dictar la sentencia de plano; pero en las causas graves tomaba asiento sobre un alto estrado, en medio de sus asesores o consejeros. Los gobernadores de provincia hacían levantar sus tribunales en cualquier lugar abierto al público. El tribunal de Pilatos se instaló ese día en una plaza llamada en griego Lithóstrotos y Gábbatha en arameo, contigua a la Antonia. Sentóse el procurador en su tribunal, y dijo a los judíos mostrándoles a Jesús, quien estaba al pie del estrado: —Ved aquí a vuestro rey. — ¡Muera, muera! ¡Crucifícale!, gritaron aquellos enfurecidos. — ¿He de crucificar a vuestro rey? —No tenemos más rey que César. 40
  • 50. ¿Sería esto, en el pensamiento de Pilatos, un llamado al patriotismo de los judíos y una última tentativa de salvar al inocente? “Aún trata, —dice San Agustín—, de hacerles sentir la vergüenza de la ignominia de ellos mismos, ya que no les conmueve la ignominia de Jesús”. En realidad, parece que fue definitiva la resolución que tomó Pilatos al oír gritar a la muchedumbre: “Si lo sueltas no eres amigo de César”. Lo que ahora agrega Pilatos, sentado en su tribunal, tiene todo el aspecto de una amarga ironía, como diciendo: “Pedís su muerte porque se dice rey; pues bien, ya que lo queréis, vamos a crucificar a vuestro rey”. Y pronuncia entonces la sentencia de muerte, que ya no podrá revocar porque el indulto es un privilegio exclusivo del emperador. De concesión en concesión, Pilatos no solamente reconoce, en su fuero interno, la inocencia de Jesús, sino que la proclama varias veces; echa mano de cinco o seis recursos para arrancarlo del furor de sus enemigos: la remisión a Herodes, la escena teatral del lavatorio de las manos, la propuesta de soltar al prisionero para celebrar la solemnidad de la liberación, el conmovedor espectáculo del Ecce Homo, la horrible pena de los azotes, capaz, —piensa él—, de calmar a las peores fieras. Testigos los judíos de estas vacilaciones y conocedores de esta debilidad, se hacen cada vez más exigentes y él acaba por concederlo todo. Una vez pronunciada la sentencia de muerte, el juez no podía cambiar en ella ni una palabra, ni una sílaba. Era guardada la sentencia, como texto oficial, en los archivos de la provincia, y servía para redactar el informe que se rendía al emperador; y conforme a ese texto se hacía un resumen del motivo de la condena para darlo a conocer a la gente que no hubiera asistido a los alegatos. En una tablilla blanqueada con albayalde o yeso, se trazaban, en rojo o en negro, caracteres que, destacándose sobre el fondo blanco, eran visibles a gran distancia. La tablilla era suspendida del cuello del condenado o delante de éste la llevaba un ministro para ser clavada luego en lo alto del madero del suplicio. En tres lenguas estaba la inscripción que debía clavarse en la cruz de Jesús: en latín, la lengua de los dueños del mundo y de los soberanos efectivos del país; en griego, el idioma universal que se entendía a la sazón de todo el Oriente; y en 41
  • 51. hebreo, o, más bien, en arameo, el lenguaje común de los judíos de Palestina. La inscripción, con el nombre, la patria y el supuesto crimen del condenado: Jesús de Nazaret Rey de los Judíos. Cuando vieron los judíos la inscripción que afirmaba la realeza de Jesús, dijeron a Pilatos: “No escribas Rey de los Judíos, sino se dice Rey de los Judíos”. Cansado el procurador de tanta exigencia, recobra ahora su adustez acostumbrada; y responde con un tono brusco que deja ver el desprecio y la cólera: “Lo que escribí escrito está”. Después de haber cedido en todo, no le disgusta tomar desquite en este detalle. Miserable compensación a tanta debilidad y tan gran cobardía. Si el tribunal judío y el tribunal romano condenan a Jesús, será como hijo de Dios. Las causas por blasfemia no tenían importancia para las autoridades romanas. Pilatos condena a Jesús porque este se titula rey y porque se le acusa de aspirar al trono de Judea. Lo que puso fin a las vacilaciones del procurador y a su deseo de salvar al inocente será el grito de la muchedumbre: “Si lo sueltas, no eres amigo de César; cualquiera que se hace rey se declara contra César”. 2.4.9. Crucifixión y Muerte de Cristo. La ejecución de los condenados seguía sin tardanza a la sentencia de muerte. No duraron mucho los preparativos. Mandar que un pelotón de soldados desempeñaran el oficio de verdugos, sacar de una mazmorra a los dos criminales que habían de acompañar a Jesús al Calvario, hacen tres cruces toscas sin tener en cuenta la escuadra, a menos de que haya habido algunas ya preparadas para un caso imprevisto: todo esto fue cosa de pocos minutos. El Derecho Penal romano prescribía que el hombre condenado a muerte de cruz llevara él mismo el instrumento de su suplicio. Se puso, por lo tanto, la cruz sobre las espaldas de Jesús y, a una señal, el lúgubre cortejo emprendió la marcha. A la descubierta iba un centurión a caballo. Le seguían los tres reos en 42