1. PRÓLOGO
Existen muchas definiciones sobre lo que significa la innovación. La más
clásica y completa se encuentra en el manual de Oslo (OCDE, 2005).
Personalmente prefiero una más simple: innovar es preparar nuestras
organizaciones para afrontar mejor el futuro. Según el tipo de
organización puede tener distintos objetivos: la eficiencia, la
competitividad, la rentabilidad, prestar mejores servicios, … para encarar
este futuro, cada vez más incierto, que está limitando nuestra capacidad de
asombro.
Si la innovación es importante en todos los sectores, lo es más aún en las
administraciones públicas, donde, hemos de reconocerlo, resulta más
compleja, lastrada por estructuras y formas más rígidas que las privadas y
sujeta, según algunos, a la aversión al riesgo. Porque Innovar significa
atreverse a cambiar las cosas, a arriesgarse, incluso a fallar ya que no
siempre se tiene éxito a la primera.
Y no es exclusivamente, ni siquiera fundamentalmente, aplicar tecnología.
Hemos de innovar en la normativa, en la configuración de los
procedimientos, en la simplificación administrativa, en las estructuras
organizativas, en la selección y promoción de los empleados públicos, el
sistema retribución y compensación, en las nuevas formas híbridas de
trabajo… Y por supuesto en aplicar las tecnologías, todas las tecnologías, las
clásicas y las emergentes, para diseñar los servicios que los ciudadanos
demandan.
2. Porque el objetivo de la innovación en nuestro caso son los servicios
públicos a ciudadanos y empresas (también entre las propias
administraciones) para diseñar e implantar servicios simples, de calidad,
intuitivos, accesibles, personalizados, proactivos, en tiempo real, en los
canales y dispositivos que utilizan los ciudadanos. Lo que importa es la
calidad de los servicios, no las tecnologías bajo las que están desarrollados.
En la innovación hay que tener especialmente en cuenta los aspectos
éticos, sobre todo cuando utilizamos tecnologías emergentes (big data, IA,
biometría, IoT, …) que pueden llegar a ser invasivas con la privacidad de las
personas. La utilización masiva de estas nuevas tecnologías habilitadoras
permitirá dar un salto de calidad en los servicios públicos, pero deberá
hacerlo con transparencia y auditabilidad, porque no todo lo que la
tecnología permite hacer debe hacerse, un aspecto a tener en cuenta. Ya se
debatió en su momento con el Reglamento General de Protección de datos,
cuestionado en sus inicios como freno a la innovación y ahora aplicado en
todo el mundo como estándar y buena práctica.
Innovar exige tomar permanentemente decisiones, a veces entre opciones
imperfectas. También navegar entre equilibrios: lo formal y lo informal, la
accesibilidad y la seguridad, la personalización y la privacidad, … entre la
salud y la economía, como se plantea ahora con COVID. Y esos equilibrios,
donde no hay verdades absolutas, son dinámicos, no responden a
conceptos inmutables. Innovar también es incorporar el riesgo,
controlado, en la normativa, en las relaciones y decisiones, algo que hacen
continuamente otros sectores, como banca. Por eso debemos ganar
también en transparencia para permitir que los ciudadanos participen en
el proceso de búsqueda de los equilibrios para establecer lo que
socialmente es aceptable y lo que no.
En este libro se presentan 50+1 excelentes experiencias innovadoras en las
administraciones públicas, con casos de mejor práctica muy diversos. Las
administraciones han avanzado, pero somos conscientes de que debemos
acelerar porque la sociedad avanza más rápido que nosotros. La crisis de
COVID, por otro lado, ha impulsado un proceso de transformación que ya
era evidente y que nos vuelve a exigir más agilidad en la toma de decisiones
y soluciones.
La mejor recompensa a una buena idea innovadora es verla convertida en
una realidad, como los proyectos de este libro. Es más sencillo expresar
buenas ideas que llevarlas a la práctica, por eso valoro los pequeños pero
continuos avances, aunque imperfectos, respecto de los ambiciosos planes
3. estratégicos, perfectos en el papel, pero muchas veces no ejecutados. Mi
enhorabuena por ser proyectos operativos y, con la recompensa personal
para el trabajo bien hecho, el agradecimiento de la sociedad por estas
buenas prácticas que traen mejores servicios a nuestros ciudadanos y
empresas.
No quisiera finalizar sin un agradecimiento por el honor que se me brinda
por escribir este prólogo a todos los autores y, especialmente, al
coordinador, Miguel de Bas. Qué lejos quedan esos tiempos en los que era
necesario evangelizar con la importancia de la interoperabilidad y la
seguridad en el CNIS …. Miguel, padre del Club de Innovación Pública, es en
sí mismo un innovador y un referente del sector en la divulgación de
proyectos de mejora en las administraciones públicas. Gracias Miguel.
Disfrutaremos con el libro y, con el permiso de los responsables, copiemos
todo lo que podamos de las experiencias aquí descritas. Animo a todos
los lectores a incorporar las suyas en el futuro: estamos deseando leerlas y
copiarlas.
Fernando de Pablo
Director Oficina Digital Madrid