historia

1. 25/10/2014 Legión de Los Andes - Combate de Cocharcas
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Combate de Cocharcas
27 de Noviembre 1820
Arriagada había servido en las fronteras, recibiendo un
balazo en Nacimiento en noviembre de 1817, y entrado al
fuego en Maipú con un cuadro de su batallón (el N°4 de
Chile), que entonces se hallaba organizado, y con el que frío
después las misiones de Valparaíso, Santiago y Rancagua,
hasta que por la deposición de Victoriano, se le confió el
difícil mando del partido de Chillan y su montaña.
Nombrado comandante de vanguardia de la segunda división
y reforzado con los cazadores de Boil, cuya presencia había
dado tono a las milicias desfallecidas hasta esa hora,
emprendió Arriagada su marcha hacia el sur, resuelto a partir
a Zapata donde quiera que le diese alcance.
Vagaba aquel caudillo, cometiendo horribles extorsiones especialmente contra las mujeres por
todos aquellos parajes, y se aprontaba ya a repasar el Ñuble, replegando se sobre Benavides,
cuando tuvo el jefe patriota la fortuna de encontrarlo cerca de la capilla de Cocharcas sobre el
vado de ese mismo nombre de aquel río, que presenta en aquel sitio elevadísimas barrancas a
pico sobre la corriente.
Era el terreno enteramente a propósito para el despliegue y empuje del arma que traía consigo
Arriagada, pues, componíase toda su fuerza de caballería veterana, sostenida por gruesas
bandas de milicias y guerrillas; por manera que apenas sonó el clarín de la carga, la turba de
montoneros y malhechores que el número de más de 1000 se habían incorporado al escuadrón
aguerrido de Zapata, se envolvió sobre sí misma y entregó su espalda al sable de los cazadores
y granaderos, ansiosos los últimos de vengar sus recientes ultrajes. 200 realistas quedaron en el
campo, y un número igual, sino mayor, se ahogó en el río, escapando en fuerza de su buen
caballo Zapata y sus principales jefes de banda. Fue en este encuentro donde acosado por los
sables enemigos el capitán de Zapata don Gervasio Alarcón, y mete tan atrevido como diestro, y
el mismo que enlazara a O´Carrol en el Pangal, tiró a salvarse por el río, y hallando a su paso un
despeñadero que tenía una elevación horrible sobre el agua, echó su poncho sobre los ojos del
caballo, y arrimandole la espuela, lo lanzó en el abismo, salvando ileso en el fondo de las
corrientes. No había sido más atrevida la proeza de aquel guerrero extremeño, que la leyenda ha
recordado con el nombre del salto de Alvarado, y que fue uno de los episodios más románticos de
la noche triste. Muéstrase todavía aquel sitio al viajero en las calles de México, como los
balseadores del Ñuble señalan el salto de Alarcón en el paso de Cocharcas.

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Arriagada recomienda en su parte de la acción al sargento mayor Escribano que en ausencia de
Viel mandaba los granaderos y al después benemérito oficial don Fernando Cuitiño que servía
desde soldado en ese cuerpo. De los oficiales de cazadores elogia a Boil, a don Luis Cruz y al
capitán don Francisco Casanueva, y por último, de las milicias del Itata al capitán don Dionisio
Fernández que la mandaba, al de las de Talca don Juan Casao y a los comandantes de partida
Arteaga, Jiménez y Mateo Rubilar, alias Machenga, de quien dice su jefe que "hizo grandes
empresas así con la espada como en la clase de espía". Se contó también en esa época que el
capitán don Luis Cruz se había conducido con extraordinaria bizarría.
La columna patriota sólo tuvo en el encuentro cuatro muertos y seis heridos, lo que prueba que su
carácter militar fue sólo el de una dispersión del enemigo, seguida de la indispensable carnicería
de los perseguidos, cosa que sucedía desde Curalí y Curamilahue todos los ataques parciales
con las bandas realistas. Parecía que sólo donde se hallaba el esforzado Pico la fortuna y el
heroísmo se ponían de parte de los sangrientos pendones de las guerrillas de Arauco.
La victoria de Cocharcas tuvo, no obstante, la especial importancia de abrir las puertas del sur a
las tropas de la capital y acercarlas, después de dos meses de increíble lentitud causada
principalmente por las instrucciones, hacia los muros de Talcahuano, donde se sabía estaba
Freire pereciendo de indignación y de hambre.
La Guerra a Muerte / Benjamin V. Mackenna