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FUNDACIÓN CHAMINADE
COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA
TALLER DE LENGUAJE
AMÉRICA MUÑOZ ROJAS
Hijo de diablo y diabla
Martín Faunes Amigo
De comienzo, ella pasaba calladita, mirando siempre a un lado y al otro.
Gacela acechada por el león, eso parecía. Y era linda, de verdad que era linda. Linda y
distinguida, se las arreglaba lo más bien para demostrarlo a pesar de la falda del
uniforme que, no obstante su dureza, ella hacía flamear descubriendo delicadamente sus
piernas. Gacela acechada o asustada, no sé. Sí sé que iba siempre con sus ojos
saltarines siempre atentos, quizá por eso a los pocos días ya sabía hacer de todo y todo
lo hacía bien. Si hasta escribía con letra parejita y con tan buena ortografía. Lo digo con
toda mi experiencia: profesionalmente era lo mejor del cuartel, aunque no por eso iba yo
a aceptar algo como lo que me ofrecían.
"Asuma", dijo mi comandante, pero yo me negué. No sé si era o no mi obligación como
decía él, pero continué negándome, y no me importó que me repitiera treinta veces que
era una cuestión de honor. "No ha sido cosa mía", fue una de las pocas cosas que pude
responder en la discusión, porque él no me dejaba argumentar amenazándome con
cortes marciales y las penas del infierno. Pero yo tenía razón, no había sido mi culpa,
todo lo contrario; era su culpa, su propia culpa. «Gato encerrado» andaban diciendo: una
escribiente puede demorarse, pero no todas las veces, y cuando el gordo Moreno se
atrevió a comentarlo, ya casi todos lo sabían. Se encerraba con mi comandante y ya no
parecía la gacela asustada de los primeros días, pero yo igual me la quedaba mirando.
Para mi fatalidad, mi escritorio estaba frente al suyo: escritorio para damas con un
tablado para cubrirle las piernas.
Pero cómo ignorarla, si tras ese tablado, imaginaba sus rodillas blancas y una sombra
más oscura hacia donde terminaban las medias.
Claro que mi comandante no tenía necesidad de imaginar nada, ella se encerrada con él,
todos lo sabíamos. Por eso cuando vino con lo del honor y esas tonterías, sentí que era
mi deber negarme. Me salió con que yo era el único soltero y que además no aceptaban
madres sin marido en la institución, "si no, la enviarás a la cesantía, y será el sino que va
a marcarte y te estará persiguiendo". Qué hacer, qué decir. En un momento de rabia me
trató de homosexual, "lo que faltaba es que se nos llenara la institución de maricones",
dijo en voz alta para que escucharan mis compañeros, pero agregó más bajo "sé que no
eres maricón, he visto cómo la observas". Le respondí que no era ningún maricón y que
si estaba soltero era por no dejar sola a mi madre. Y él, "te la llevas a vivir con tu vieja,
para que aproveche de cuidar al nieto". Qué remedio. Podrán pensar que soy un simplón,
pero eso no es tan cierto, se me habían terminado los argumentos; pero además, desde
otro punto de vista, podría cumplir un sueño: rozar su piel por las noches antes de
dormirnos, tal vez una caricia, un beso furtivo. Por qué no amor verdadero.
Todo el cuartel vino a nuestro casamiento, algo que no necesariamente me honraba.
Tampoco a mi mujer que trató a las mujeres de mis compañeros con desprecio. Quizá
esperaba ver allí esa noche a las esposas de los otros oficiales, pero ellas, por supuesto,
no se presentaron. La torta la puso mi propio comandante que nos envió también un
televisor de regalo, aunque puso en la tarjeta que era un presente de toda la unidad, algo
que yo no creería.
Pese a todo, en la fiesta estaba como embobado. Feliz, pero embobado.
Embobado y borracho. A uno le hace falta a veces emborracharse para desenredar los
sentimientos; así que borracho como estaba, aproveché para resolver el primero de ellos:
secreteé para mi madre que mi novia estaba embarazada. La pobre cambió su expresión
censuradora de todos esos días, para dibujar en sus ojos la ternura que poseen las
abuelas: excelente; el otro problema no había cómo solucionarlo.
El comandante la sacó a bailar después del vals, y bailó con ella tres piezas seguidas,
para entonces retirarse como un triunfador. Y es que él era realmente un triunfador. Mi
comandante un triunfador y yo un payaso. Pero no tendría por qué seguir siéndolo: me
acerqué a la que ya era mi mujer para tratar de arreglar el problema que de verdad me
importaba. Ella estaba en la mesa de honor, tal como se sentaba en su escritorio frente al
mío, pero nada había de la gacela asustada de antes; esta vez se me quedó mirando
como las leonas que desafían al macho, y como nada me atreví a decirle, después de
una pausa de horas, se recogió un poco la falda para que pudiera verle las piernas. Yo
amaba sus piernas, pero no así, yo quería admirarlas con una sonrisa en su rostro,
besarlas con una sonrisa en su rostro. Se las habría acariciado por noches enteras, por
todos sus recovecos; en realidad por días y noches, por las tardes, temprano en las
mañanas, pero no sin una sonrisa, no con esa mirada dura que yo no me atrevía desafiar
ni siquiera con todo el alcohol que ya había tragado. Pese a eso, en el pequeño cuarto de
residencial de la playa Las Cruces, donde pude llevarla, todo pareció enmendarse:
mientras la observaba desde la cama, ella se desnudó, y luego, con una pequeña
reverencia y el brazo extendido, dibujó un semi círculo horizontal con el dedo índice, para
que entonces todo cambiara. No tuve tiempo siquiera de razonar ni de preguntarme si la
ex gacela asustada había
lanzado acaso un encantamiento, porque mucho antes de eso, me rodeó entre sus
piernas y se apropió de mí como boa con su presa.
Tuve noche buena aunque no por amor verdadero. De mi parte sí, lo reconozco, pero no
de la suya: nadie me saca de la cabeza que no era al comandante a quien ella añoraba
en esos momentos, nadie me saca de la cabeza que pensaba en él mientras la agonía
del deseo empezaba a alcanzarnos. Qué importa, "el amor es de pasadizos oscuros", con
eso me conformé. Me conformé, apenas con unas noches de amor y con mirarla. Todo
eso terminó cuando nació el chiquillo. Me pidió mudarme de cuarto para poder criarlo
mejor, eso me dijo, pero en realidad fue mi vieja la que lo crió, mi mujer se preocupó
apenas de amamantarlo, mi vieja, de todo lo demás. Le tejió, le cambió pañales, le hizo
camisitas; si hasta en su infinito amor de abuela jugaba a encontrarle detalles míos que
no existían, que no podían existir. El amor es de pasadizos oscuros, eso me repetía
reconociendo que pese a todo, ésos fueron buenos momentos, una época hermosa que
se fue cuando ella terminó su período de descanso. Se reincorporó al cuartel y mi
comandante la mandó a llamar para un dictado: gatos encerrados otra vez. Gatos
encerrados de nuevo en nuestras vidas, pero qué era yo en su vida, qué era mi
comandante. Perdí el honor. Todos en el cuartel lo sabían pero nada se atrevían a
decirme. Mi esposa se encerraba en la oficina con mi comandante, y yo me quedaba en
mi escritorio temblando de pena y de rabia, porque nada había que yo pudiera hacer. Un
pobre cabo segundo está a merced de los oficiales, eso era algo que ahora se hacía más
patente, y la evidencia se tornó aún más terrible cuando él, el maldito que la había
embarazado, apareció conduciendo un auto nuevo y, mi mujer, al llegar a la casa por la
tarde, me dijo muy contenta que mi comandante le había ofrecido su auto antiguo por tres
chauchas para que le resultara más cómodo criar al chiquillo.
No pude contenerme, hice lo que habría hecho cualquier hombre común con el honor
destruido. La golpeé... se fue al suelo tras la bofetada. Si mi madre que llegó con nuestro
hijo colgando no me la quita, les juro la mato.
"No me vuelvas a poner la mano encima, desgraciado", así me dijo desde el suelo donde
estaba, y donde se debió quedar para siempre. "Desgraciado", así me dijo, pero mi
comandante no se atrevió a decir nada. Me citó a su oficina maldita y simplemente me
anunció que mi mujer se mudaría a un departamento de su propiedad y que él
comprendía mi actitud, pero que yo tenía que comprender la suya. Nada más dijo, nada
más que hacer. Esa tarde mi mujer volvió a la casa en el auto viejo de mi comandante,
que por lo demás, era un modelo de no hacía más de tres años, y comenzó a echar en él
sus pinturas, su ropa y el televisor, mientras le pedía a mi madre que cuidara a su hijo por
unos días mientras se acomodaba en su nuevo domicilio. Mi madre aceptó llorando. Ella
para despedirse no dio más que un portazo.
Sin embargo el desenlace se vino muy pronto: al día siguiente, mi mujer se encerró con
mi comandante desde temprano, yo en vez de desesperarme, le conté al gordo Moreno
que ya no era nada mío, ni siquiera pariente. Para mi alivio, él se encargó de contarlo a
los demás, el gordo Moreno no es de los que se guardan secretos. Pese a ello las cosas
eran difíciles, cómo soportar impasible el ruido que hacía sus cuerpos al jadear y
penetrarse o al hacer quién sabe qué otras cosas. Fue entonces que llegó el momento en
que ya no pude seguir aguantando y me llevé la mano al cinto. Permanecí en guardia un
par de segundos tras los cuales todos en la comisaría se me echaron encima para
detenerme. En eso se quedaron mis intentos, sólo en eso. No así los de la esposa del
comandante que, para mala suerte de éste, ingresó por la puerta principal de nuestra
comisaría, la de Los Guindos, justo en el momento en que todos estaban preocupados de
contenerme. No hubo quien la contuviera a ella entonces, y pasó por el corredor sin que
la notáramos. Sin que lo notáramos tampoco, irrumpió en la oficina del maldito, nosotros
sólo escuchamos dos balazos. Fui el primero en ingresar a la oficina, siento que no
debería contar cosas como éstas, pero es que me parece necesario: ella estaba desnuda
y a horcajadas sobre él, y él, sin pantalones, a pesar de la sangre que le manaba de la
cabeza, conservaba en el rostro su mirada de goce.
Me hicieron mil cargos. Los oficiales superiores deseaban a toda costa inculparme. Por
suerte no pudieron decir que yo los había ajusticiado, porque el gordo Moreno antes de
que nadie pudiera evitarlo, dio de copuchento una versión a los reporteros que llegaron
antes que los oficiales, y la versión que contó era la verdadera y me exculpaba, aunque a
él lo perjudicó tremendamente en su carrera: dos meses preso y cinco años sin
ascensos. Lo siento por él, aunque gracias a eso se salvaría mi vida. En cuanto a mí, me
acusaron de traidor diciendo que yo le había avisado a su esposa. Complot, eso dijeron, y
conocí de la tortura, pero eso es algo que no comentaré porque necesito olvidarlo. Me
encerraron por unos días, tras los cuales, fui degradado y despedido. Yo me habría
retirado de todas maneras aunque no tenía aún los años suficientes. Fue por eso que las
vi duras, más que duras. Si salí adelante fue sólo por la ayuda de mi madre y por el amor
que le tengo a ese chiquillo. Me doy tiempo, por eso, para ayudarlo en sus tareas y
traerlo hasta el colegio. Nadie creería que no soy su padre verdadero, ni siquiera yo
mismo; mucho menos mi madre, que nunca supo la verdad y cada día lo ama más y con
más consentimiento. El amor es de pasadizos oscuros, insisto: amo a mi hijo y mi amor
no reconoce fronteras.
Qué importa que cada día vaya dibujando en su rostro la comisura cínica que tenía su
madre en los últimos tiempos, y cada día vaya rescatando más también el porte y el
garbo, y la mirada orgullosa de mi propio comandante.
Hijo mío, diablillo, ojitos de uva, dientecito de ajo.
FUNDACIÓN CHAMINADE
COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA
TALLER DE LENGUAJE
AMÉRICA MUÑOZ ROJAS
Los martes y Alicia
Carolina Rivas
Alicia pensó esa mañana que no era prudente levantarse. Con las sábanas casi
tapándole los ojos, respiró su modorra como en día domingo y no martes-media
semana por delante.
Descolgó el teléfono en un acto de defensa personal y observó un lado de su cara
en el espejo, debajo del respaldo de madera, al lado de la torre de libros sobre el
velador, medio enceguecida por un rayo de luz que cortaba la habitación en dos.
Su cabeza era una pelota de croquet, pequeña y dura en el centro de un green sin
límites. Un solo tiro de la Reina de Corazones bastaba para que desapareciera
del campo visual, atravesando el arco número 4 de la serie,- la frontera de su
dolor de cabeza.
Imaginó la expectación de la corte entera, arrinconados en una esquina del espe-
jo, esperando pacientemente que Su Majestad se decidiera a dar el golpe y Alicia
tembló perceptiblemente. Algo debía ocurrir. Un absurdo absoluto para que la Rei-
na olvidara su juego y le permitieran seguir durmiendo, pero su Graciosa parecía
estar muy entusiasmada balanceándose sobre su gruesa figura, alzando el palo
por sobre la altura de los hombros (dos o tres veces alcanzó a contar Alicia), y
con todo el impulso que logró obtener su obesa persona, dio en el centro mismo
de la diminuta cabeza, hasta hacerla salir del límite del marco metálico del espejo.
"Mal tiro", sentenció Alicia rebotando varias veces sobre la cómoda con peligro de
caer al suelo. Gracias a un frasco de colonia, quedó en un lugar de difícil acceso
para el siguiente intento. La Reina contrariada asomó por el biselado. Seguida por
la corte obediente y ociosa penetró en la habitación. "Su Majestad", sugirió un
Caballero de Piques, "no os parece un tanto...la muchacha" ¡Córtenle la cabeza!
ordenó su Graciosa, y la cabeza del desafortunado rodó hasta chocar contra la
pata de la cama de Alicia.
Todos permanecieron en silencio. Afuera se escuchaba el sonido de los autos, el
ruido extraño del mundo de afuera.
Alicia recordó la profunda jaqueca que tenía, rogando que nada pudiera lanzarla a
ningún otro lugar, permanecer ahí, esfera pequeña sobre la cómoda y que la Rei-
na se aburriera o decidiera ajusticiar a alguien más por pura inspiración...Pero fue
inútil. Ella logró alcanzar la cumbre del mueble y balanceándose sobre sus grue-
sas extremidades con concentración absoluta, lanzó a Alicia lejos, tan lejos que
tanto ella como los de la corte tuvieron que aguzar la vista ciudad afuera.
Su Majestad se puso de pésimo humor. El juego terminaba sin un resultado
definitivo y declaró prohibido el croquet hasta la semana siguiente.
Muchas cuadras más allá, Alicia recordaría que había dejado el teléfono descol-
gado, que había olvidado la llave y que para colmo llegaría tarde al trabajo con
esa jaqueca persistente a cuestas. Suspiró resignada. Era sólo otro martes más
que debería llegar por la noche a levantar el desorden en que esos maniáticos del
otro lado del espejo, suelen dejarle en la pieza.
FUNDACIÓN CHAMINADE
COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA
TALLER DE LENGUAJE
AMÉRICA MUÑOZ ROJAS
El minuto feliz de Largo Viñuelas
Ramón Díaz Eterovic
Han transcurrido muchos años desde que dejamos de jugar al baloncesto con Viñuelas y
a pesar de eso, que al fin de cuentas no es otra cosa que la vida, cada vez que paso
frente a su quiosco de golosinas me detengo a conversar con él para recordar los
partidos de antaño, su inolvidable minuto feliz, aquella noche en que sin preocuparse de
la nieve que cubría las calles, los hinchas llegaron a presenciar la final del campeonato
regional. Añoranzas, anécdotas repetidas, carcajadas que inevitablemente cierran el
círculo de la evocación hasta el próximo encuentro. Cosas de viejos, como nos dicen
nuestros hijos, cuando nos ven salir de las casas rumbo a la reunión mensual del club, en
las que habitualmente se discute sobre el valor de las cuotas sociales y los jugadores
más jóvenes nos miran de reojo, sin creer del todo que esos tipos gruesos y canosos
sean los responsables de la copa más reluciente que ostenta la vitrina de trofeos del club.
Jugábamos por el Club Deportivo Progreso, aunque decir que Viñuelas jugaba no pasa
de ser una suerte de metáfora, porque a pesar de su porte cercano a los dos metros y de
sus brazos largos como los tentáculos del pulpo de "Veinte mil leguas de viaje
submarino", pasaba la mayoría de los partidos en la banca, comiéndose las uñas y
sonriendo cada vez que alguno de nosotros encestaba una canasta limpia y en las
graderías los espectadores se llenaban de asombro por las victorias que fecha tras fecha
obtenía el que hasta esa temporada había sido el equipo más malo de la liga. Equipo de
barrio que entrenaba en la cancha de una escuela fiscal, integrado por jugadores con
barrigas de cerveceros y uno que otro joven con ganas de figurar para cambiar de club al
año siguiente. Pero ese año del minuto feliz habíamos comprado fortuna en baldes, y con
un poco de aplicación y las reprimendas del entrenador los resultados tenían la felicidad
de lo inesperado, y poco a poco, sacaron de la indiferencia a los vecinos del barrio,
cansados hasta entonces de ir al gimnasio a ver perder a su equipo y soportar las pullas
de las barras contrarias.
Viñuelas llegó al equipo por casualidad o por un error del profesor Aguila, que una tarde
cualquiera, mientras el "Largo" observaba las prácticas, lo invitó a entrar a la cancha
creyendo encontrar al jugador preciso para evitar que los rivales cruzaran por nuestra
área como si estuvieran en un paseo dominguero. Y la verdad es que necesitábamos a
un tipo alto, porque salvo Tito Soto, los demás integrantes del equipo éramos algo
petisos, paticortos, aficionados a fintar más de la cuenta y a llegar hasta la boca del área
para intentar los lanzamientos. Sin embargo las esperanzas de Aguila no pasaron de ser
una ilusión. Viñuelas era lento y torpe. Sus manazas rara vez llegaban con la distancia
justas para atrapar la pelota, y en la bomba, en ese espacio de miedo donde se
producían los racimos de manos, demostraba un talento especial para enviar el balón
lejos del alcance de sus compañeros. Tampoco tenía mejor suerte con los lanzamientos
al cesto, los que invariablemente terminaban por impactar en el tablero y permitían el
contraataque de los adversarios. Pese a eso, a Viñuelas lo queríamos por su bondad a
toda prueba y porque, cada vez que ganábamos nos recibía en el camarín con un abrazo,
como si viniéramos llegando de un viaje o celebráramos el año nuevo. Era bueno de
adentro, sin dobleces ni envidias, y daba la impresión que la extensión de su cuerpo le
permitía mirar la vida desde una altura a la que no llegaban los comedillos ni las malas
intenciones.
Viñuelas tuvo un par de oportunidades y después terminó en la banca. Sólo entraba a la
cancha de vez en cuando, cinco o seis minutos, para que alguno de los titulares
recuperara el resuello o cuando el marcador a nuestro favor permitía otorgar licencias a
los contrarios. Pero aún así era el más puntual en llegar a los entrenamientos y cuando al
final de las prácticas la mayoría nos íbamos a beber cerveza, él se quedaba en la cancha
ensayando tiros que, unos tras otros, fallaban. Incluso, cuando alguien sugirió una posible
miopía, Viñuelas fue a consultar a un especialista que, para que no quedaran dudas,
escribió un diagnóstico que luego de algunos términos médicos concluía con tres
palabras que lo decían todo: vista de lince. Es malo pero tiene entusiasmo, comentaba el
profesor cada vez que le echaban en cara su mal ojo. Y eso era suficiente, porque hasta
esa temporada del año 1962 nadie esperaba que el equipo hiciera otra cosa que perder
por poco y ganara los tres o cuatro partidos que le permitiera mantenerse en la primera
división.
En la primera fecha, Viñuelas jugó tres y pese a eso ganamos al equipo de los italianos,
cosa que a un periodista lo llevó a escribir la palabra sorpresa con tinta remarcada y a
insinuar que los tanos habían estado la noche anterior en una despedida de soltero. Y por
lo demás, en esos días las noticias sobre el baloncesto local estaban relegadas a unas
pocas líneas que casi se caían de las páginas de La Prensa Austral. Los titulares estaban
dedicados al campeonato mundial de fútbol que se jugaba en Santiago, y los chicos en
las calles trataban de atajar como Misael Escutti o gambetarla a la manera de Leonel
Sánchez o Eladio Rojas. Tampoco se dijo nada especial cuando en la segunda fecha
ganamos al Club Centenario. El resultado estaba dentro de lo esperado y a lo más, a uno
que otro aficionado le llamó la atención la diferencia de quince tantos en el marcador
final. Fue esa noche cuando Viñuelas dijo que seríamos campeones y Borgoño, que era
el goleador del equipo, le mentó la madre antes de decirle que si no aportaba nada en las
victorias, al menos mantuviera la boca cerrada, porque los dos triunfos consecutivos no
pasaban de ser algo parecido a un veranillo de San Juan. Viñuelas ni se inmutó con el
insulto. Simplemente guardó sus zapatillas en el bolsón de diablo fuerte que usaba para
trasladar su vestuario, y luego de persignarse como hacía cada vez que abandonaba el
camarín, se detuvo junto a Borgoño y le dio una trompada que lo dejó con dolor de
muelas durante una semana.
Al otro día el profesor Águila nos dio una buena reprimenda. Café cargado, como decía
cada vez que nos reunía en una esquina de la cancha y con una pizarra nos iba
explicando las jugadas con paciencia de ajedrecista. Castigó a Viñuelas por un partido y
aunque nadie lo extrañó en el juego, si sentimos su ausencia cuando después de ganar
al equipo de los universitarios, nadie nos recibió con abrazos en el camarín. El profesor
Aguila también sintió la ausencia y al partido siguiente hizo jugar a Viñuelas desde el
comienzo, con lo cual en el segundo tiempo tuvimos que remontar un marcador de quince
tantos en contra y un locutor radial, eufórico, habló de la imparable aplanadora amarilla. Y
desde ese día nos empezaron a mirar con respeto y en la prensa publicaron la primera
entrevista al profesor Águila que se dio maña para hacer comentario sobre el equipo y
plantear las reivindicaciones del sindicato de maestros.
El mismo día que Chile salía tercero en el campeonato mundial de fútbol, termi-namos la
primera rueda del torneo dos puntos arriba del Club Sokol. Teníamos una barra de
cincuenta vecinos que hablaban del milagro de los cerveceros y los envidiosos que nunca
faltan auguraban que para la segunda ronda nos tendría-mos fuelle y repetían el manido
dicho de la partida de caballo y llegada de burro. Y por un fin de semana pensamos que
el dicho se haría realidad. Perdimos el invicto y para no desalentarnos le cargamos los
dados a Viñuela que en ausencia de Martínez, un morocho de veinte puntos por partido,
tuvo que jugar el primer partido completo de su vida. Se paró en la bomba, sobre el
círculo de los tiros libres y como un espectador distraído se dedicó a ver pasar a los
rivales por su lado, sin atreverse a disputar las pelotas, aleteando con sus brazos al igual
que un cóndor viejo al que se le olvidó volar. Pero nadie le dijo nada. Unos, los más
jóvenes, se fueron a tomar cervezas al American Service, y los otros a sus casas, a rabiar
con sus esposas y el ardor de los ungüentos que usaban para aliviar el dolor de los
músculos. Lo que nadie sabía ni menos imaginó esa noche era que Viñuelas nos tenía
reservada una sorpresa.
La seguidilla de triunfos continuó en las semanas siguientes, a tal punto que fuimos
invitados a jugar a Río Gallegos contra un equipo de estudiantes argentinos que nos
hicieron quedar en ridículo con su marcación al hombre y una sinfonía de pases, rápidos
y certeros, que ya a los diez minutos del partido nos hizo entender que estábamos en la
fiesta equivocada. De todos modos los argentinos se portaron bien, nos regalaron un
galvano que Águila dejó olvidado en el bus y nos invitaron a un asado de cordero que
sirvió para olvidar la humillación de la derrota. En nuestra ciudad nadie supo la verdad de
la gira, porque al único periodista que se interesó en la noticia le contamos una película
en colores, en la que los héroes fuimos nosotros, incluido Viñuelas que agarró vuelo con
la humorada y declaró que había marcado diez puntos, cuando lo único que había hecho
era pasearse por la orilla de la cancha regalando a las muchachas unas banderillas
chilenas que nunca nadie supo de dónde sacó. Lo cierto es que la farra en Río Gallegos
nos hizo pisar tierra firme de nuevo. El profesor Águila reunió a los titulares en su casa -
Martínez, Borgoño, el Chueco Álvarez, el gringo Soto, y Vera- y nos enseñó a contar
cuantos pares son tres moscas para ver si nos poníamos serios y enfrentábamos el resto
del campeonato con algo más de humildad. Al resto los ignoró, aunque Viñuelas se las
ingenió para aparecer en la casa del profesor, argumentando que venía a dejar unas
revistas Ritmo a la Martita, la hija menor de nuestro entrenador, cosa que dicho de paso
tampoco hacía mucha gracia al profesor, tal vez porque cuidaba a la niña o porque en
sus peores pesadillas se veía intentando enseñar a jugar baloncesto a unos nietecitos tan
larguiruchos y torpes como Viñuelas.
Y así llegamos a la noche de aquellos recuerdos que no se borran y nos hace incluir a
Viñuelas en las memorias de aquel equipo del año sesenta y dos. Dos horas antes del
partido nos reunimos en una cafetería de la calle Roca, para dejar pasar el tiempo
conversamos de cosas sin importancia y luego de un gesto de Aguila, nos encaminamos
hasta el gimnasio. Había nevado las dos noches anteriores y en las veredas espejeaba
una escarcha resbaladiza que nos hizo andar despacio, a tientas y cabizbajos, como un
grupo de niños que comenzaba a dar sus primeros pasos. Y la verdad es que la cosa no
estaba para bromas ni optimismo. El equipo había llegado disminuido a la final del
campeonato. De los diez jugadores que lo integraban al inicio de temporada, cuatro
estaban ausentes esa noche. López y Salgado con sus respectivos esguinces, Bañados
estaba de viaje por un asunto de trabajo, y Valencia había cambiado la práctica del
baloncesto por la administración de un bar donde había criado panza y ocio. O sea que,
además del equipo titular, toda la banca de reservas que teníamos era Viñuelas, lo que
para los efectos de tratar de ganar el partido era casi decir nadie.
El gimnasio, con su imponente frontis de coliseo romano, estaba repleto de espectadores,
y ya de entrada apreciamos el entusiasmo de la gente que se dividían entre una mayoría
que apoyaba a los croatas del Sokol, y otros pocos, ubicados en las galerías, que creían
en nosotros con fe de iniciados. Nos tocó el camarín número dos y eso ya nos pareció
que era como tropezar con el pie izquierdo o pasar bajo una escalera. Por los vidrios
rotos de las ventanas se filtraba el frío y era casi seguro que al final del partido
tendríamos que ducharnos con agua helada. Pero esa noche estábamos para cualquier
gesto heroico y a medida que nos fuimos masajeando las piernas con vaselina o
mentolatum, tomamos esa confianza que nos hizo entrar a la cancha y en menos de
cinco minutos distanciarnos diez puntos de los rivales, para felicidad de Viñuelas que
desde la banca nos aplaudía, mientras a sus pies se acumulaba una montaña de
cáscaras de maní. Antes de terminar el primer tiempo, el profesor pidió un minuto de
descanso y nos ordenó pausar el juego porque hasta donde le daba la experiencia, los
rivales nos estaban aguantado para pasarnos a llevar en la segunda parte. Martínez le
dijo al profesor que no se preocupara ya que esa noche tenía la muñeca firme y cada uno
de sus tiros había entrado seco en el arco contrario y además, Borgoño se estaba
haciendo el pino desde las esquinas y hasta unos ganchos había conseguido meter, ante
el asombro de los sokolinos que no entendían por que parte entraba ese petiso
patichueco. En el entretiempo volvimos al camarín acompañados por el silencio de las
tribunas y la pequeña algarabía de la galucha en la que nuestros hinchas comenzaban a
ponerse de acuerdo en el boliche al que irían a celebrar una vez que el tablero
electrónico marcara el final de la contienda.
Sin embargo esa noche estábamos condenados a sufrir. Lo supimos apenas iniciado el
segundo tiempo, cuando vimos caer a Martínez acalambrado hasta decir no va más.
Vimos la desesperación reflejada en el rostro del profesor y a Viñuelas, que sentado en la
banca, no atinaba a decidir entre sacarse el buzo o salir corriendo fuera del gimnasio. Al
final optó por entrar a la cancha y Aguila gritó dos instrucciones básicas: Viñuelas debía
pararse en medio de nuestra área y levantar sus manotas para molestar los lanzamientos
rivales, y nosotros por ningún motivo pasarle la pelota. Parecía simple, pero al rato de
reanudarse el partido, los contrarios reconocieron el callejón descuidado que dejaba la
pobre defensa de Viñuelas y por ahí, una y otra vez se fueron metiendo hasta que a
treinta segundos del final lograron superarnos por un punto. En ese momento, cuando la
buena campaña del año se esfumaba, sucedió lo que nunca más quisimos olvidar.
Martínez avanzó por la banda derecha, eludió a uno de los contrarios y lanzó la pelota
con tal violencia que ésta rebotó en el tablero y fue a dar a las manos de Viñuelas que,
parado en el círculo central, la tomó entre sus manos con más angustia que un suicida al
borde del abismo. Nos miró uno a uno como suplicando que alguno de nosotros le hiciera
la gauchada de sacarlo del embrollo. El gimnasio enmudeció y todos los que estábamos
en él oímos la mentada de madre que le tiró el profesor. Entonces ocurrió lo que nadie
esperaba. Viñuelas dio tres pasos de zancudo, miró con rabia al profesor e impulsó el
balón con tanta violencia que, haciendo una comba interminable, entró en el cesto en el
mismo segundo que el timbre del control señalaba el final del partido. Lo demás, y porque
después de esa temporada nunca más volvimos a ser campeones, es la historia que
recordamos siempre en nuestras conversaciones. Su paseo en andas por la cancha, las
entrevistas en el camarín, los titulares de los diarios al otro día, y su tristeza cuando al
inicio del siguiente campeonato, y a pesar de que le debía un título, el profesor lo volvió a
dejar sentado en la banca.
FUNDACIÓN CHAMINADE
COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA
TALLER DE LENGUAJE
AMÉRICA MUÑOZ ROJAS
El muerto
Ernesto Langer Moreno
El muerto estaba ahí sin decir una palabra. Y si alguien debía entonces decir algo
ese era él, tendido allí en medio de la pieza dentro de un cajón mirando de frente
hacia la otra vida, mientras los otros, todos los otros se agitaban a su alrededor.
No había cruzado hace mucho esa delgada línea que separa los dos mundos
pero, ya su cuerpo se estaba enfriando, tomando el color de los seres inanima-
dos, aunque podía escuchar lo que sucedía y verse a sí mismo como si se viera
en un espejo.
Algunos de sus parientes llegaban apurados, con una cara de pena ceremoniosa,
y estrechaban las manos de sus hijos abrazándolos y besándolos en las dos
mejillas mientras les decían al oído palabras cariñosas.
El personal del servicio funerario lo había hecho bien. Acomodaron su cuerpo y lo
dejaron tendido allí como en el más confortable de los lechos. Y habían encendido
a los cuatro costados unas luces en forma de velas para que todos pudieran
apreciarlo mejor a través de una pequeña ventanita en donde su rostro sin gestos
aparecía para que le dijeran adiós.
Al principio había gritado con todas sus fuerzas pero, rápidamente había
comprendido que era inútil. Poco a poco fueron llegando todos sus hijos y sus
nietos, los que a medida que llegaban se ponían a llorar. Al menos era confortable
ver esas espontáneas manifestaciones de cariño, muestras claras de cuanto lo
querían y del dolor que les provocaba verlo así, en ese estado.
Pero él estaba bien. Tranquilo.
En eso llegaron los vecinos y el ambiente comenzó a ponerse denso entre tantas
personas amontonadas como nunca en aquella habitación. Algunos lo besaban
en el rostro sin que él pudiera sentir nada. Era extraña esa sensación de estar y
no estar al mismo tiempo, observándolo todo como si fuera el espectador de una
película.
Por la noche lo dejaron solo. Sumido en un silencio casi sepulcral. Entonces
recién tuvo tiempo para echar una mirada a su vida. Pensó en lo feliz que se
pondrían todos aquellos que habían deseado su desgracia de todo corazón. Y en
esos que por fin podrían aspirar a un asenso profesional gracias a su ausencia
desde ahora definitiva y permanente.
Pensó también en su perro y en como lo extrañaría todas las tardes cuando con
infaltable cariño le llevaba su comida y éste movía su cola especialmente para él.
Podía ser que también lo echaran de menos en la garita de los juegos hasta
donde llegaba impajaritablemente cada viernes con su cartilla ganadora. El
hombre del servicentro, también.
Por su mujer no tenía porque preocuparse. Todos sus hijos eran grandes y había
dejado para ella una suculenta suma pactada con una compañía de seguros.
Habían tenido una vida larga y bendecida, sin grandes tropiezos y muchas pero
muchas veces habían conversado sobre este posible acontecimiento. Ella lo
honraría, claro, con sus familiares y amigos. Derramaría bastantes lágrimas pero,
continuaría su camino hasta reencontrarlo más adelante nuevamente.
Por último, nada tenía en su conciencia que le pesara de algún modo inusual. No
había sido ni bueno ni malo, según él.
El día llegó y con éste, la gente de la funeraria otra vez.
Ellos lo llevaron al que sería su último paseo por este mundo. Lo instalaron frente
al altar en una iglesia y nuevamente vio a la gente llorando desfilar frente a su
ventanita. Ahora hasta pasaron junto a él personas a quienes ni siquiera conocía.
El cura dijo unas palabras a las que, premeditadamente no puso atención. ¡
Pamplinas ! dijo él. Luego vio como lo rociaban con agua que no debió ser más
que agua de la llave, mientras el llanto de los presentes aumentaba.
Después lo volvieron a pasear. Y esta vez el paseo fue más largo porque
cruzaron toda la ciudad. Hasta que allá lo pusieron sobre una especie de camilla
con ruedas y lo arrastraron cruzando por lóbregos y silenciosos portales de
cemento y de metal.
Al final del camino se juntaron todos para decirle el , ahora si, último adiós.
Algunos cantaron, otros rezaron el rosario y otros no pudieron siquiera pronunciar
una palabra, entre ellos su mujer.
Después de un rato prudente se marcharon y él les gritó. Olvidándose de que ya
no lo podían escuchar. Hasta que entonces murió definitivamente, junto al ruido
de los pasos de los suyos que también desaparecían en la distancia, allá al final
del corredor.
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TALLER DE LENGUAJE
AMÉRICA MUÑOZ ROJAS
Aprendiendo a compartir
Un oso gordo y enojón estaba comiendo miel muy escondido para no convidarle a
nadie. De pronto aparecen dos pequeños ositos que lo miran.
—¡Váyanse de aquí! —exclamó el gran oso.
Pero los pequeños se asustaron y lloraron.
—¿Ahora qué haré con ustedes? —se preguntó el oso.
—Si compartes con ellos ya no llorarán—dijo un conejo que pasaba por allí.
—Quizás soy demasiado egoísta —pensó el oso, y se acercó con su miel donde
ellos. Sonrieron los tres y después juntos jugaron.
—Ser egoísta es malo, hay que compartir —dijo el oso y siguió jugando.
Cuando el sol se escondió, los pequeños fueron a su casa.
—Hasta mañana —le dijeron, y el oso se acostó sonriendo.
1.- ¿Cómo es el oso que tenía la miel?
……………………………………………………………………………………..
2.- ¿Qué le aconseja el conejo?
…………………………………………………………………………………….
3.- ¿Qué moraleja deja el texto?
……………………………………………………………………………………..
4.- ¿ Qué tipo de texto literario es?
……………………………………………………………………………………….
5.- Dibuja la parte que más te gustó del texto.
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AMÉRICA MUÑOZ ROJAS
El jardín de las flores tristes
Las flores del jardín de la familia Rosales un día dejaron de brindar al hogar su
fragancia exquisita. ¿Por qué?
Dalia y Jazmín, hermanitas encargadas de regar las plantas, lo hacían refun-
fuñando:
—¡Queremos jugar y no regar! —decían.
Las flores se entristecieron y por eso no olían a nada.
Cuando el padre decidió arrancar las plantas de flores sin olor, intervino el hada
del jardín.
Esa noche las niñas soñaron que una bella hada les decía:
—Las flores volverán a ser olorosas si ustedes las riegan con alegría y amor—.
Al día siguiente el padre fue a eliminar las plantas, pero notó con alegría que el
jardín era otra vez fragante.
Dalia y Jazmín lo regaban cantando.
1.- ¿Qué piensas tú que significa “refunfuñar”?
………………………………………………………………………………………….
2.- ¿Por qué las flores no olían nada?
………………………………………………………………………………………….
3.- ¿Cómo intervino el hada del jardín?
……………………………………………………………………………………………
4.- ¿Qué enseñanza deja el texto?
…………………………………………………………………………………………….
5.- Dibuja las flores del jardín.
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EL DUENDE Y EL BÚHO
(Cuento interactivo recomendado para niños de siete años)
Teresa Briz Amate, Francisco Briz Amate
Había una vez un duende que vivía en una seta de chocolate del bosque. Cerca
de su casa pasaba un río de aguas azules y transparentes. Todas las mañanas el
duende atravesaba el río para comprar comida en el mercado del bosque. Le
gustaba mucho hablar con sus amigos, el oso carnicero, la nutria pescadera y el
lobo panadero.
Un día el duende conoció a un nuevo animal del bosque que había viajado mucho
por todo el mundo, era un búho muy sabio.
El duende y el búho se hicieron muy amigos y todos los días se reunían en la
casa de chocolate para jugar al ajedrez.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado, si quieres que te lo cuente otra vez
cierra los ojos y cuenta hasta tres.
Te vamos a hacer unas preguntas sobre el cuento para ver si lo has entendido
todo:
1. ¿Dónde vivía el duende?
2. ¿Qué había cerca de su casa?
3. ¿Dónde compraba el duende la comida?
4. ¿Qué animal era el panadero?
5. ¿Qué animal era el pescadero?
6. ¿Qué nuevo animal llegó al bosque?
7. ¿Por dónde había viajado el búho?
8. ¿Cómo era el búho?
9. ¿Eran amigos el duende y el búho?
10.¿Dónde se reunían el duende y el búho?
11.¿A qué jugaban el duende y el búho?
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EL ÁNGEL DE LOS NIÑOS
Francisco Briz Hidalgo
Cuenta una antigua leyenda que un niño, que estaba a punto de nacer, le dijo a Dios:
—Me dicen que me vas a mandar mañana a la Tierra, pero... ¿cómo viviré tan pequeño e
indefenso como soy?
—Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te está esperando, él te cuidará.
—Pero aquí en el cielo, no hago más que cantar y sonreír; eso basta para ser feliz.
—Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz.
—¿Y cómo entenderé a la gente que me hable, si no conozco el extraño idioma que
hablan los hombres? ¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo?
—Tu ángel te juntará las manitas y te enseñará el camino para que regreses a mi
presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado.
En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo, pero ya se oían voces terrestres y el
niño presuroso, repetía suavemente:
—Dios mío, si ya me voy, dime su nombre... ¿cómo se llama mi ángel?
—Su nombre no importa, tú le dirás “mamá”...
“Dios no pudiendo estar en todas partes puso en el mundo a las madres”
(Proverbio árabe)
1.- ¿Cuál es la preocupación del niño al comienzo?
………………………………………………………………………………………………
2.- ¿Qué hacía el niño en el cielo?
………………………………………………………………………………………………..
3.- ¿Qué tiene que hacer el niño para hablar con Dios?
………………………………………………………………………………………………
4.- ¿Cómo se llama el ángel del niño?
………………………………………………………………………………………………
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EL PICAPEDRERO
Francisco Briz Hidalgo
Había una vez, hace muchos, muchos años un reino muy bonito donde la gente
era muy feliz.
Los Reyes vivían en un castillo de piedra muy grande que estaba junto a un
bosque de olmos y a un lago de tranquilas aguas azules dónde se podía pescar y
pasear en barca. Al oeste había una gran montaña.
La hija de los Reyes se llamaba Teresa y era la Princesa de este cuento.
La Princesa Teresa salía todos los días a dar un paseo por los alrededores del
castillo. Un día conoció a un picapedrero llamado Pedro que trabajaba en la
cantera que estaba en la falda de la montaña.
Teresa y Pedro se enamoraron, se prometieron amor eterno y decidieron casarse.
Pero cuando el Rey se enteró que su hija quería casarse con Pedro se enfadó
muchísimo y le dijo a la Princesa:
—¡Mi hija no puede casarse con un simple picapedrero! Una princesa como tú
debería casarse con alguien muy poderoso, ¡con la persona más poderosa de la
Tierra!
Entonces el rey mandó llamar a todos los sabios de su reino y les pidió que
estudiaran quién era el más poderoso del Mundo. Los sabios se encerraron en
una habitación del castillo durante siete días y siete noches y pensaron y pensa-
ron hasta que descubrieron quién era la persona más poderosa del Universo.
—Majestad, le dijo el sabio más anciano al Rey, el Consejo de sabios se ha
reunido durante siete días y siete noches y ha llegado a la conclusión que el más
poderoso del Universo es el Sol, porque con sus rayos nos da luz y calienta toda
la tierra para que podamos vivir.
Dijo el rey:
—Tenéis razón parece que el Sol es el ser más poderoso.
Y ordenó con voz potente:
—¡Que venga el Sol!
Mandaron llamar al Sol y el rey le dijo:
—Sol, te he mandado llamar porque me han dicho que tú eres la persona más
poderosa de la Tierra y quiero que te cases con mi hija la Princesa Teresa.
Entonces el Sol contestó:
—Majestad muchas gracias por tu ofrecimiento, sería para mí un honor casarme
con tu hija, pero hay alguien que es más poderoso que yo.
Y dijo el Rey:
—¿Quién es más poderoso que el Sol?
—La Nube, contestó el Sol, porque cuando se pone delante no deja pasar mis
rayos.
Entonces dijo el Rey:
—¡Que venga la Nube!
Cuando llegó la Nube el Rey le dijo:
—Nube, te he mandado llamar porque me han dicho que tú eres la persona más
poderosa de la Tierra y quiero que te cases con mi hija la Princesa Teresa.
Y la Nube le contestó:
—Majestad muchas gracias por tu ofrecimiento, sería para mí un honor casarme
con la Princesa, pero hay alguien que es más poderoso que yo.
Y dijo el Rey:
—¿Quién es más poderoso que la Nube?
—El Viento, contestó la Nube, porque cuando se pone a soplar me mueve con
facilidad de un sitio para otro.
Entonces dijo el Rey:
—¡Que venga el Viento!
Cuando llegó el Viento el Rey le dijo:
—Viento, te he mandado llamar porque me han dicho que tú eres la persona más
poderosa de la Tierra y quiero que te cases con mi hija la Princesa Teresa.
Y el Viento le contestó:
—Majestad muchas gracias por tu ofrecimiento, sería para mí un honor casarme
con tu hija, pero hay alguien que es más poderoso que yo.
Y dijo el Rey:
—¿Quién es más poderoso que el Viento?
— La Montaña, contestó el Viento, porque aunque sople con todas mis fuerzas no
puedo mover ni un centímetro a la poderosa Montaña.
Entonces dijo el Rey:
—¡Que venga la Montaña!
Pero la Montaña no podía moverse, así que el Rey tuvo que ir a la Montaña. Y le
dijo el Rey:
—Montaña, he venido hasta aquí porque me han dicho que tú eres la persona
más poderosa de la Tierra y quiero que te cases con mi hija la Princesa Teresa.
Y la Montaña le contestó:
—Majestad muchas gracias por tu ofrecimiento, sería para mí un honor casarme
con tu hija, pero hay alguien que es más poderoso que yo.
Y dijo el Rey:
—¿Quién puede ser más poderoso que la Montaña?
—¡El picapedrero!, contestó la Montaña, porque todos los días arranca un trocito
de mi cuerpo para hacer piedras.
Entonces el Rey comprendió que todas las personas, aunque parezcan seres
insignificantes, son importantes y permitió a su hija que se casara con el picape-
drero Pedro.
1. ¿Dónde conoció la princesa a su enamorado?
……………………………………………………………………………………………..
2. ¿Qué hizo el rey al saber que su hija se enamoro de un picapedrero?
………………………………………………………………………………………………
3.- Menciona quiénes son los personajes que son poderosos?
………………………………………………………………………………………………..
4.- ¿Qué enseñanza nos deja el relato?
…………………………………………………………………………………………….
5.- Dibuja un paisaje con todos los personajes que se mencionan como
poderosos.
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EL POTRO OSCURO
Miguel Hernández
Una vez había un potro oscuro. Su nombre era Potro-Oscuro.
Siempre se llevaba a los niños y las niñas a la Gran Ciudad del Sueño.
Se les llevaba todas las noches. Todos los niños y las niñas querían montar sobre
el Potro-Oscuro.
Una noche encontró a un niño. El niño dijo:
—Llévame, caballo pequeño, a la Gran-Ciudad-del-Sueño.
—¡Monta! —dijo el Potro-Oscuro.
Montó el niño, y fueron galopando, galopando, galopando.
Pronto encontraron en el camino a una niña. La niña dijo:
—Llévame, caballo pequeño, a la Gran-Ciudad-del-Sueño.
—Monta a mi lado —dijo el niño.
Montó la niña, y fueron galopando, galopando, galopando.
Pronto encontraron en el camino un perro blanco. El perro blanco dijo:
—¡Guado, guado, guaguado! a la Gran-Ciudad-del-Sueño quiero ir montado.
—¡Monta! —dijeron los niños.
Montó el perro blanco, y fueron galopando, galopando, galopando.
Pronto encontraron en el camino una gatita negra. La gatita negra dijo:
—¡Miaumido, miaumido, miaumido! a la gran-Ciudad-del-Sueño quiero ir, que ya
ha oscurecido.
—¡Monta! —dijeron los niños y el perro blanco.
Montó la gatita negra, y fueron galopando, galopando, galopando.
Pronto encontraron en el camino una ardilla gris. La ardilla gris dijo:
—Llévenme ustedes, por favor, a la Gran-Ciudad-del-Sueño, donde no hay pena
ni dolor.
—¡Monta! —dijeron los niños, el perro blanco y la gatita negra.
Montó la ardilla gris, y fueron galopando, galopando, galopando.
Galopando y galopando, hicieron leguas y leguas de camino. Todos eran muy
felices. Todos cantaban y cantaban y cantaban. El niño dijo:
—¡Deprisa, deprisa!, ¡Potro-Oscuro, ve más deprisa!
Pero el Potro-Oscuro no podía ir deprisa. El Potro-Oscuro iba despacio, despacio,
despacio.
Había llegado a la Gran-Ciudad-del-Sueño. Los niños, el perro blanco, la gatita
negra y la ardilla gris estaban dormidos.
Todos estaban dormidos al llegar el Potro-Oscuro a la Gran-Ciudad-del-Sueño.
Trabajo Grupal
Inventa cinco preguntas con sus respuestas del texto.
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La zorra y las uvas
Esopo
Una zorra hambrienta, después de caminar mucho tiempo buscando algo con qué saciar
su voraz apetito, pasó casualmente por un huerto. Y, claro está, las sucu-lentas uvas,
grandes, lustrosas y jugosas, sobresaltaron su ya desfallecido estómago.
Y al contemplar con ansias los espléndidos racimos colgados de la parra, quiso cogerlos
con su hocico. Pero, por más que se afanaba en sus saltos y esfuerzos, no pudo coger
siquiera uno de ellos. Luego de varios intentos vanos, se alejó diciendo:
—¡No me agradan! ¡Qué verdes están!
Algunas personas desdeñan y menosprecian lo que no pueden tener.
1. ¿Qué tipo de texto es? ¿Cómo lo sabes?
……………………………………………………………………………………………
………………........................................................................................................
2. ¿Cómo eran las uvas que había en la parra silvestre?
……………………………………………………………………………………………
3. ¿Por qué la zorra quiso comerse las uvas?
……………………………………………………………………………………………
4. ¿Qué problema tuvo la zorra?
……………………………………………………………………………………………
5. ¿Has tenido tú alguna vez un problema parecido? ¿Cuál? ¿Dónde?
¿Qué hiciste?
……………………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………………
6. ¿Por qué crees tú que la zorra dijo: “No las quiero comer. No están
maduras.”
……………………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………………
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AMÉRICA MUÑOZ ROJAS
Aprendiendo a inferir
Cuando Carlitos se despertó en la mañana, sintió mucho calor y abrió
la ventana. El sol ya estaba en lo alto, no había ninguna nube y el cie-
lo estaba completamente despejado.Su mamá le dijo: “Es un día pre-
cioso,acuérdate de llevar tu toalla”. Carlitos tomó su toalla y partieron
juntos.
Responde a las preguntas siguientes:
1.- ¿Adónde crees que iban Carlitos y su mamá?
……………………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………………
2.-¿En qué estación del año estarían? ¿Por qué crees eso?
……………………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………………
3.-¿Qué ropa se habrá puesto Carlitos para salir con su madre?
……………………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………………
4.-¿Qué crees que Carlitos y su mamá hicieron en el lugar donde fueron?
Dibújalo.
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¿Cómo se sentirá cada uno?
Lee cada situación e infiere cómo se sentirá cada persona. Anota el número de la
situación en el que le corresponde:
1.- Hoy día, mi papá se ganó un premio.
2.- María tiene que cantar delante de mucha gente que no conoce.
3.- Luis se quedó dormido porque anoche leyó hasta muy tarde.
4.- Llamaré a Esteban por celular para invitarlo a almorzar porque está muy solo.
5.- A Isabel le fue mal en el examen, a pesar de lo mucho que había estudiado.
7.- Juan Ignacio ha recibido muchas felicitaciones por su nuevo trabajo.
8.- Catalina siempre piensa que le va a pasar algo bueno.
6.- A Elena se le perdió su mascota.
frustrado/a
feliz
orgulloso/a
nervioso/a
cansado/a
optimista
preocupado/a
triste

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Cuentos y relatos

  • 1. FUNDACIÓN CHAMINADE COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA TALLER DE LENGUAJE AMÉRICA MUÑOZ ROJAS Hijo de diablo y diabla Martín Faunes Amigo De comienzo, ella pasaba calladita, mirando siempre a un lado y al otro. Gacela acechada por el león, eso parecía. Y era linda, de verdad que era linda. Linda y distinguida, se las arreglaba lo más bien para demostrarlo a pesar de la falda del uniforme que, no obstante su dureza, ella hacía flamear descubriendo delicadamente sus piernas. Gacela acechada o asustada, no sé. Sí sé que iba siempre con sus ojos saltarines siempre atentos, quizá por eso a los pocos días ya sabía hacer de todo y todo lo hacía bien. Si hasta escribía con letra parejita y con tan buena ortografía. Lo digo con toda mi experiencia: profesionalmente era lo mejor del cuartel, aunque no por eso iba yo a aceptar algo como lo que me ofrecían. "Asuma", dijo mi comandante, pero yo me negué. No sé si era o no mi obligación como decía él, pero continué negándome, y no me importó que me repitiera treinta veces que era una cuestión de honor. "No ha sido cosa mía", fue una de las pocas cosas que pude responder en la discusión, porque él no me dejaba argumentar amenazándome con cortes marciales y las penas del infierno. Pero yo tenía razón, no había sido mi culpa, todo lo contrario; era su culpa, su propia culpa. «Gato encerrado» andaban diciendo: una escribiente puede demorarse, pero no todas las veces, y cuando el gordo Moreno se atrevió a comentarlo, ya casi todos lo sabían. Se encerraba con mi comandante y ya no parecía la gacela asustada de los primeros días, pero yo igual me la quedaba mirando. Para mi fatalidad, mi escritorio estaba frente al suyo: escritorio para damas con un tablado para cubrirle las piernas. Pero cómo ignorarla, si tras ese tablado, imaginaba sus rodillas blancas y una sombra más oscura hacia donde terminaban las medias. Claro que mi comandante no tenía necesidad de imaginar nada, ella se encerrada con él, todos lo sabíamos. Por eso cuando vino con lo del honor y esas tonterías, sentí que era mi deber negarme. Me salió con que yo era el único soltero y que además no aceptaban madres sin marido en la institución, "si no, la enviarás a la cesantía, y será el sino que va a marcarte y te estará persiguiendo". Qué hacer, qué decir. En un momento de rabia me trató de homosexual, "lo que faltaba es que se nos llenara la institución de maricones", dijo en voz alta para que escucharan mis compañeros, pero agregó más bajo "sé que no eres maricón, he visto cómo la observas". Le respondí que no era ningún maricón y que si estaba soltero era por no dejar sola a mi madre. Y él, "te la llevas a vivir con tu vieja, para que aproveche de cuidar al nieto". Qué remedio. Podrán pensar que soy un simplón, pero eso no es tan cierto, se me habían terminado los argumentos; pero además, desde otro punto de vista, podría cumplir un sueño: rozar su piel por las noches antes de dormirnos, tal vez una caricia, un beso furtivo. Por qué no amor verdadero. Todo el cuartel vino a nuestro casamiento, algo que no necesariamente me honraba. Tampoco a mi mujer que trató a las mujeres de mis compañeros con desprecio. Quizá esperaba ver allí esa noche a las esposas de los otros oficiales, pero ellas, por supuesto, no se presentaron. La torta la puso mi propio comandante que nos envió también un televisor de regalo, aunque puso en la tarjeta que era un presente de toda la unidad, algo que yo no creería. Pese a todo, en la fiesta estaba como embobado. Feliz, pero embobado. Embobado y borracho. A uno le hace falta a veces emborracharse para desenredar los sentimientos; así que borracho como estaba, aproveché para resolver el primero de ellos: secreteé para mi madre que mi novia estaba embarazada. La pobre cambió su expresión censuradora de todos esos días, para dibujar en sus ojos la ternura que poseen las abuelas: excelente; el otro problema no había cómo solucionarlo.
  • 2. El comandante la sacó a bailar después del vals, y bailó con ella tres piezas seguidas, para entonces retirarse como un triunfador. Y es que él era realmente un triunfador. Mi comandante un triunfador y yo un payaso. Pero no tendría por qué seguir siéndolo: me acerqué a la que ya era mi mujer para tratar de arreglar el problema que de verdad me importaba. Ella estaba en la mesa de honor, tal como se sentaba en su escritorio frente al mío, pero nada había de la gacela asustada de antes; esta vez se me quedó mirando como las leonas que desafían al macho, y como nada me atreví a decirle, después de una pausa de horas, se recogió un poco la falda para que pudiera verle las piernas. Yo amaba sus piernas, pero no así, yo quería admirarlas con una sonrisa en su rostro, besarlas con una sonrisa en su rostro. Se las habría acariciado por noches enteras, por todos sus recovecos; en realidad por días y noches, por las tardes, temprano en las mañanas, pero no sin una sonrisa, no con esa mirada dura que yo no me atrevía desafiar ni siquiera con todo el alcohol que ya había tragado. Pese a eso, en el pequeño cuarto de residencial de la playa Las Cruces, donde pude llevarla, todo pareció enmendarse: mientras la observaba desde la cama, ella se desnudó, y luego, con una pequeña reverencia y el brazo extendido, dibujó un semi círculo horizontal con el dedo índice, para que entonces todo cambiara. No tuve tiempo siquiera de razonar ni de preguntarme si la ex gacela asustada había lanzado acaso un encantamiento, porque mucho antes de eso, me rodeó entre sus piernas y se apropió de mí como boa con su presa. Tuve noche buena aunque no por amor verdadero. De mi parte sí, lo reconozco, pero no de la suya: nadie me saca de la cabeza que no era al comandante a quien ella añoraba en esos momentos, nadie me saca de la cabeza que pensaba en él mientras la agonía del deseo empezaba a alcanzarnos. Qué importa, "el amor es de pasadizos oscuros", con eso me conformé. Me conformé, apenas con unas noches de amor y con mirarla. Todo eso terminó cuando nació el chiquillo. Me pidió mudarme de cuarto para poder criarlo mejor, eso me dijo, pero en realidad fue mi vieja la que lo crió, mi mujer se preocupó apenas de amamantarlo, mi vieja, de todo lo demás. Le tejió, le cambió pañales, le hizo camisitas; si hasta en su infinito amor de abuela jugaba a encontrarle detalles míos que no existían, que no podían existir. El amor es de pasadizos oscuros, eso me repetía reconociendo que pese a todo, ésos fueron buenos momentos, una época hermosa que se fue cuando ella terminó su período de descanso. Se reincorporó al cuartel y mi comandante la mandó a llamar para un dictado: gatos encerrados otra vez. Gatos encerrados de nuevo en nuestras vidas, pero qué era yo en su vida, qué era mi comandante. Perdí el honor. Todos en el cuartel lo sabían pero nada se atrevían a decirme. Mi esposa se encerraba en la oficina con mi comandante, y yo me quedaba en mi escritorio temblando de pena y de rabia, porque nada había que yo pudiera hacer. Un pobre cabo segundo está a merced de los oficiales, eso era algo que ahora se hacía más patente, y la evidencia se tornó aún más terrible cuando él, el maldito que la había embarazado, apareció conduciendo un auto nuevo y, mi mujer, al llegar a la casa por la tarde, me dijo muy contenta que mi comandante le había ofrecido su auto antiguo por tres chauchas para que le resultara más cómodo criar al chiquillo. No pude contenerme, hice lo que habría hecho cualquier hombre común con el honor destruido. La golpeé... se fue al suelo tras la bofetada. Si mi madre que llegó con nuestro hijo colgando no me la quita, les juro la mato. "No me vuelvas a poner la mano encima, desgraciado", así me dijo desde el suelo donde estaba, y donde se debió quedar para siempre. "Desgraciado", así me dijo, pero mi comandante no se atrevió a decir nada. Me citó a su oficina maldita y simplemente me anunció que mi mujer se mudaría a un departamento de su propiedad y que él comprendía mi actitud, pero que yo tenía que comprender la suya. Nada más dijo, nada más que hacer. Esa tarde mi mujer volvió a la casa en el auto viejo de mi comandante, que por lo demás, era un modelo de no hacía más de tres años, y comenzó a echar en él sus pinturas, su ropa y el televisor, mientras le pedía a mi madre que cuidara a su hijo por unos días mientras se acomodaba en su nuevo domicilio. Mi madre aceptó llorando. Ella para despedirse no dio más que un portazo. Sin embargo el desenlace se vino muy pronto: al día siguiente, mi mujer se encerró con mi comandante desde temprano, yo en vez de desesperarme, le conté al gordo Moreno
  • 3. que ya no era nada mío, ni siquiera pariente. Para mi alivio, él se encargó de contarlo a los demás, el gordo Moreno no es de los que se guardan secretos. Pese a ello las cosas eran difíciles, cómo soportar impasible el ruido que hacía sus cuerpos al jadear y penetrarse o al hacer quién sabe qué otras cosas. Fue entonces que llegó el momento en que ya no pude seguir aguantando y me llevé la mano al cinto. Permanecí en guardia un par de segundos tras los cuales todos en la comisaría se me echaron encima para detenerme. En eso se quedaron mis intentos, sólo en eso. No así los de la esposa del comandante que, para mala suerte de éste, ingresó por la puerta principal de nuestra comisaría, la de Los Guindos, justo en el momento en que todos estaban preocupados de contenerme. No hubo quien la contuviera a ella entonces, y pasó por el corredor sin que la notáramos. Sin que lo notáramos tampoco, irrumpió en la oficina del maldito, nosotros sólo escuchamos dos balazos. Fui el primero en ingresar a la oficina, siento que no debería contar cosas como éstas, pero es que me parece necesario: ella estaba desnuda y a horcajadas sobre él, y él, sin pantalones, a pesar de la sangre que le manaba de la cabeza, conservaba en el rostro su mirada de goce. Me hicieron mil cargos. Los oficiales superiores deseaban a toda costa inculparme. Por suerte no pudieron decir que yo los había ajusticiado, porque el gordo Moreno antes de que nadie pudiera evitarlo, dio de copuchento una versión a los reporteros que llegaron antes que los oficiales, y la versión que contó era la verdadera y me exculpaba, aunque a él lo perjudicó tremendamente en su carrera: dos meses preso y cinco años sin ascensos. Lo siento por él, aunque gracias a eso se salvaría mi vida. En cuanto a mí, me acusaron de traidor diciendo que yo le había avisado a su esposa. Complot, eso dijeron, y conocí de la tortura, pero eso es algo que no comentaré porque necesito olvidarlo. Me encerraron por unos días, tras los cuales, fui degradado y despedido. Yo me habría retirado de todas maneras aunque no tenía aún los años suficientes. Fue por eso que las vi duras, más que duras. Si salí adelante fue sólo por la ayuda de mi madre y por el amor que le tengo a ese chiquillo. Me doy tiempo, por eso, para ayudarlo en sus tareas y traerlo hasta el colegio. Nadie creería que no soy su padre verdadero, ni siquiera yo mismo; mucho menos mi madre, que nunca supo la verdad y cada día lo ama más y con más consentimiento. El amor es de pasadizos oscuros, insisto: amo a mi hijo y mi amor no reconoce fronteras. Qué importa que cada día vaya dibujando en su rostro la comisura cínica que tenía su madre en los últimos tiempos, y cada día vaya rescatando más también el porte y el garbo, y la mirada orgullosa de mi propio comandante. Hijo mío, diablillo, ojitos de uva, dientecito de ajo.
  • 4. FUNDACIÓN CHAMINADE COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA TALLER DE LENGUAJE AMÉRICA MUÑOZ ROJAS Los martes y Alicia Carolina Rivas Alicia pensó esa mañana que no era prudente levantarse. Con las sábanas casi tapándole los ojos, respiró su modorra como en día domingo y no martes-media semana por delante. Descolgó el teléfono en un acto de defensa personal y observó un lado de su cara en el espejo, debajo del respaldo de madera, al lado de la torre de libros sobre el velador, medio enceguecida por un rayo de luz que cortaba la habitación en dos. Su cabeza era una pelota de croquet, pequeña y dura en el centro de un green sin límites. Un solo tiro de la Reina de Corazones bastaba para que desapareciera del campo visual, atravesando el arco número 4 de la serie,- la frontera de su dolor de cabeza. Imaginó la expectación de la corte entera, arrinconados en una esquina del espe- jo, esperando pacientemente que Su Majestad se decidiera a dar el golpe y Alicia tembló perceptiblemente. Algo debía ocurrir. Un absurdo absoluto para que la Rei- na olvidara su juego y le permitieran seguir durmiendo, pero su Graciosa parecía estar muy entusiasmada balanceándose sobre su gruesa figura, alzando el palo por sobre la altura de los hombros (dos o tres veces alcanzó a contar Alicia), y con todo el impulso que logró obtener su obesa persona, dio en el centro mismo de la diminuta cabeza, hasta hacerla salir del límite del marco metálico del espejo. "Mal tiro", sentenció Alicia rebotando varias veces sobre la cómoda con peligro de caer al suelo. Gracias a un frasco de colonia, quedó en un lugar de difícil acceso para el siguiente intento. La Reina contrariada asomó por el biselado. Seguida por la corte obediente y ociosa penetró en la habitación. "Su Majestad", sugirió un Caballero de Piques, "no os parece un tanto...la muchacha" ¡Córtenle la cabeza! ordenó su Graciosa, y la cabeza del desafortunado rodó hasta chocar contra la pata de la cama de Alicia. Todos permanecieron en silencio. Afuera se escuchaba el sonido de los autos, el ruido extraño del mundo de afuera. Alicia recordó la profunda jaqueca que tenía, rogando que nada pudiera lanzarla a ningún otro lugar, permanecer ahí, esfera pequeña sobre la cómoda y que la Rei- na se aburriera o decidiera ajusticiar a alguien más por pura inspiración...Pero fue inútil. Ella logró alcanzar la cumbre del mueble y balanceándose sobre sus grue- sas extremidades con concentración absoluta, lanzó a Alicia lejos, tan lejos que tanto ella como los de la corte tuvieron que aguzar la vista ciudad afuera. Su Majestad se puso de pésimo humor. El juego terminaba sin un resultado definitivo y declaró prohibido el croquet hasta la semana siguiente. Muchas cuadras más allá, Alicia recordaría que había dejado el teléfono descol- gado, que había olvidado la llave y que para colmo llegaría tarde al trabajo con esa jaqueca persistente a cuestas. Suspiró resignada. Era sólo otro martes más que debería llegar por la noche a levantar el desorden en que esos maniáticos del otro lado del espejo, suelen dejarle en la pieza.
  • 5. FUNDACIÓN CHAMINADE COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA TALLER DE LENGUAJE AMÉRICA MUÑOZ ROJAS El minuto feliz de Largo Viñuelas Ramón Díaz Eterovic Han transcurrido muchos años desde que dejamos de jugar al baloncesto con Viñuelas y a pesar de eso, que al fin de cuentas no es otra cosa que la vida, cada vez que paso frente a su quiosco de golosinas me detengo a conversar con él para recordar los partidos de antaño, su inolvidable minuto feliz, aquella noche en que sin preocuparse de la nieve que cubría las calles, los hinchas llegaron a presenciar la final del campeonato regional. Añoranzas, anécdotas repetidas, carcajadas que inevitablemente cierran el círculo de la evocación hasta el próximo encuentro. Cosas de viejos, como nos dicen nuestros hijos, cuando nos ven salir de las casas rumbo a la reunión mensual del club, en las que habitualmente se discute sobre el valor de las cuotas sociales y los jugadores más jóvenes nos miran de reojo, sin creer del todo que esos tipos gruesos y canosos sean los responsables de la copa más reluciente que ostenta la vitrina de trofeos del club. Jugábamos por el Club Deportivo Progreso, aunque decir que Viñuelas jugaba no pasa de ser una suerte de metáfora, porque a pesar de su porte cercano a los dos metros y de sus brazos largos como los tentáculos del pulpo de "Veinte mil leguas de viaje submarino", pasaba la mayoría de los partidos en la banca, comiéndose las uñas y sonriendo cada vez que alguno de nosotros encestaba una canasta limpia y en las graderías los espectadores se llenaban de asombro por las victorias que fecha tras fecha obtenía el que hasta esa temporada había sido el equipo más malo de la liga. Equipo de barrio que entrenaba en la cancha de una escuela fiscal, integrado por jugadores con barrigas de cerveceros y uno que otro joven con ganas de figurar para cambiar de club al año siguiente. Pero ese año del minuto feliz habíamos comprado fortuna en baldes, y con un poco de aplicación y las reprimendas del entrenador los resultados tenían la felicidad de lo inesperado, y poco a poco, sacaron de la indiferencia a los vecinos del barrio, cansados hasta entonces de ir al gimnasio a ver perder a su equipo y soportar las pullas de las barras contrarias. Viñuelas llegó al equipo por casualidad o por un error del profesor Aguila, que una tarde cualquiera, mientras el "Largo" observaba las prácticas, lo invitó a entrar a la cancha creyendo encontrar al jugador preciso para evitar que los rivales cruzaran por nuestra área como si estuvieran en un paseo dominguero. Y la verdad es que necesitábamos a un tipo alto, porque salvo Tito Soto, los demás integrantes del equipo éramos algo petisos, paticortos, aficionados a fintar más de la cuenta y a llegar hasta la boca del área para intentar los lanzamientos. Sin embargo las esperanzas de Aguila no pasaron de ser una ilusión. Viñuelas era lento y torpe. Sus manazas rara vez llegaban con la distancia justas para atrapar la pelota, y en la bomba, en ese espacio de miedo donde se producían los racimos de manos, demostraba un talento especial para enviar el balón lejos del alcance de sus compañeros. Tampoco tenía mejor suerte con los lanzamientos al cesto, los que invariablemente terminaban por impactar en el tablero y permitían el contraataque de los adversarios. Pese a eso, a Viñuelas lo queríamos por su bondad a toda prueba y porque, cada vez que ganábamos nos recibía en el camarín con un abrazo, como si viniéramos llegando de un viaje o celebráramos el año nuevo. Era bueno de adentro, sin dobleces ni envidias, y daba la impresión que la extensión de su cuerpo le permitía mirar la vida desde una altura a la que no llegaban los comedillos ni las malas intenciones.
  • 6. Viñuelas tuvo un par de oportunidades y después terminó en la banca. Sólo entraba a la cancha de vez en cuando, cinco o seis minutos, para que alguno de los titulares recuperara el resuello o cuando el marcador a nuestro favor permitía otorgar licencias a los contrarios. Pero aún así era el más puntual en llegar a los entrenamientos y cuando al final de las prácticas la mayoría nos íbamos a beber cerveza, él se quedaba en la cancha ensayando tiros que, unos tras otros, fallaban. Incluso, cuando alguien sugirió una posible miopía, Viñuelas fue a consultar a un especialista que, para que no quedaran dudas, escribió un diagnóstico que luego de algunos términos médicos concluía con tres palabras que lo decían todo: vista de lince. Es malo pero tiene entusiasmo, comentaba el profesor cada vez que le echaban en cara su mal ojo. Y eso era suficiente, porque hasta esa temporada del año 1962 nadie esperaba que el equipo hiciera otra cosa que perder por poco y ganara los tres o cuatro partidos que le permitiera mantenerse en la primera división. En la primera fecha, Viñuelas jugó tres y pese a eso ganamos al equipo de los italianos, cosa que a un periodista lo llevó a escribir la palabra sorpresa con tinta remarcada y a insinuar que los tanos habían estado la noche anterior en una despedida de soltero. Y por lo demás, en esos días las noticias sobre el baloncesto local estaban relegadas a unas pocas líneas que casi se caían de las páginas de La Prensa Austral. Los titulares estaban dedicados al campeonato mundial de fútbol que se jugaba en Santiago, y los chicos en las calles trataban de atajar como Misael Escutti o gambetarla a la manera de Leonel Sánchez o Eladio Rojas. Tampoco se dijo nada especial cuando en la segunda fecha ganamos al Club Centenario. El resultado estaba dentro de lo esperado y a lo más, a uno que otro aficionado le llamó la atención la diferencia de quince tantos en el marcador final. Fue esa noche cuando Viñuelas dijo que seríamos campeones y Borgoño, que era el goleador del equipo, le mentó la madre antes de decirle que si no aportaba nada en las victorias, al menos mantuviera la boca cerrada, porque los dos triunfos consecutivos no pasaban de ser algo parecido a un veranillo de San Juan. Viñuelas ni se inmutó con el insulto. Simplemente guardó sus zapatillas en el bolsón de diablo fuerte que usaba para trasladar su vestuario, y luego de persignarse como hacía cada vez que abandonaba el camarín, se detuvo junto a Borgoño y le dio una trompada que lo dejó con dolor de muelas durante una semana. Al otro día el profesor Águila nos dio una buena reprimenda. Café cargado, como decía cada vez que nos reunía en una esquina de la cancha y con una pizarra nos iba explicando las jugadas con paciencia de ajedrecista. Castigó a Viñuelas por un partido y aunque nadie lo extrañó en el juego, si sentimos su ausencia cuando después de ganar al equipo de los universitarios, nadie nos recibió con abrazos en el camarín. El profesor Aguila también sintió la ausencia y al partido siguiente hizo jugar a Viñuelas desde el comienzo, con lo cual en el segundo tiempo tuvimos que remontar un marcador de quince tantos en contra y un locutor radial, eufórico, habló de la imparable aplanadora amarilla. Y desde ese día nos empezaron a mirar con respeto y en la prensa publicaron la primera entrevista al profesor Águila que se dio maña para hacer comentario sobre el equipo y plantear las reivindicaciones del sindicato de maestros. El mismo día que Chile salía tercero en el campeonato mundial de fútbol, termi-namos la primera rueda del torneo dos puntos arriba del Club Sokol. Teníamos una barra de cincuenta vecinos que hablaban del milagro de los cerveceros y los envidiosos que nunca faltan auguraban que para la segunda ronda nos tendría-mos fuelle y repetían el manido dicho de la partida de caballo y llegada de burro. Y por un fin de semana pensamos que el dicho se haría realidad. Perdimos el invicto y para no desalentarnos le cargamos los dados a Viñuela que en ausencia de Martínez, un morocho de veinte puntos por partido, tuvo que jugar el primer partido completo de su vida. Se paró en la bomba, sobre el círculo de los tiros libres y como un espectador distraído se dedicó a ver pasar a los rivales por su lado, sin atreverse a disputar las pelotas, aleteando con sus brazos al igual que un cóndor viejo al que se le olvidó volar. Pero nadie le dijo nada. Unos, los más jóvenes, se fueron a tomar cervezas al American Service, y los otros a sus casas, a rabiar con sus esposas y el ardor de los ungüentos que usaban para aliviar el dolor de los
  • 7. músculos. Lo que nadie sabía ni menos imaginó esa noche era que Viñuelas nos tenía reservada una sorpresa. La seguidilla de triunfos continuó en las semanas siguientes, a tal punto que fuimos invitados a jugar a Río Gallegos contra un equipo de estudiantes argentinos que nos hicieron quedar en ridículo con su marcación al hombre y una sinfonía de pases, rápidos y certeros, que ya a los diez minutos del partido nos hizo entender que estábamos en la fiesta equivocada. De todos modos los argentinos se portaron bien, nos regalaron un galvano que Águila dejó olvidado en el bus y nos invitaron a un asado de cordero que sirvió para olvidar la humillación de la derrota. En nuestra ciudad nadie supo la verdad de la gira, porque al único periodista que se interesó en la noticia le contamos una película en colores, en la que los héroes fuimos nosotros, incluido Viñuelas que agarró vuelo con la humorada y declaró que había marcado diez puntos, cuando lo único que había hecho era pasearse por la orilla de la cancha regalando a las muchachas unas banderillas chilenas que nunca nadie supo de dónde sacó. Lo cierto es que la farra en Río Gallegos nos hizo pisar tierra firme de nuevo. El profesor Águila reunió a los titulares en su casa - Martínez, Borgoño, el Chueco Álvarez, el gringo Soto, y Vera- y nos enseñó a contar cuantos pares son tres moscas para ver si nos poníamos serios y enfrentábamos el resto del campeonato con algo más de humildad. Al resto los ignoró, aunque Viñuelas se las ingenió para aparecer en la casa del profesor, argumentando que venía a dejar unas revistas Ritmo a la Martita, la hija menor de nuestro entrenador, cosa que dicho de paso tampoco hacía mucha gracia al profesor, tal vez porque cuidaba a la niña o porque en sus peores pesadillas se veía intentando enseñar a jugar baloncesto a unos nietecitos tan larguiruchos y torpes como Viñuelas. Y así llegamos a la noche de aquellos recuerdos que no se borran y nos hace incluir a Viñuelas en las memorias de aquel equipo del año sesenta y dos. Dos horas antes del partido nos reunimos en una cafetería de la calle Roca, para dejar pasar el tiempo conversamos de cosas sin importancia y luego de un gesto de Aguila, nos encaminamos hasta el gimnasio. Había nevado las dos noches anteriores y en las veredas espejeaba una escarcha resbaladiza que nos hizo andar despacio, a tientas y cabizbajos, como un grupo de niños que comenzaba a dar sus primeros pasos. Y la verdad es que la cosa no estaba para bromas ni optimismo. El equipo había llegado disminuido a la final del campeonato. De los diez jugadores que lo integraban al inicio de temporada, cuatro estaban ausentes esa noche. López y Salgado con sus respectivos esguinces, Bañados estaba de viaje por un asunto de trabajo, y Valencia había cambiado la práctica del baloncesto por la administración de un bar donde había criado panza y ocio. O sea que, además del equipo titular, toda la banca de reservas que teníamos era Viñuelas, lo que para los efectos de tratar de ganar el partido era casi decir nadie. El gimnasio, con su imponente frontis de coliseo romano, estaba repleto de espectadores, y ya de entrada apreciamos el entusiasmo de la gente que se dividían entre una mayoría que apoyaba a los croatas del Sokol, y otros pocos, ubicados en las galerías, que creían en nosotros con fe de iniciados. Nos tocó el camarín número dos y eso ya nos pareció que era como tropezar con el pie izquierdo o pasar bajo una escalera. Por los vidrios rotos de las ventanas se filtraba el frío y era casi seguro que al final del partido tendríamos que ducharnos con agua helada. Pero esa noche estábamos para cualquier gesto heroico y a medida que nos fuimos masajeando las piernas con vaselina o mentolatum, tomamos esa confianza que nos hizo entrar a la cancha y en menos de cinco minutos distanciarnos diez puntos de los rivales, para felicidad de Viñuelas que desde la banca nos aplaudía, mientras a sus pies se acumulaba una montaña de cáscaras de maní. Antes de terminar el primer tiempo, el profesor pidió un minuto de descanso y nos ordenó pausar el juego porque hasta donde le daba la experiencia, los rivales nos estaban aguantado para pasarnos a llevar en la segunda parte. Martínez le dijo al profesor que no se preocupara ya que esa noche tenía la muñeca firme y cada uno de sus tiros había entrado seco en el arco contrario y además, Borgoño se estaba haciendo el pino desde las esquinas y hasta unos ganchos había conseguido meter, ante el asombro de los sokolinos que no entendían por que parte entraba ese petiso patichueco. En el entretiempo volvimos al camarín acompañados por el silencio de las tribunas y la pequeña algarabía de la galucha en la que nuestros hinchas comenzaban a
  • 8. ponerse de acuerdo en el boliche al que irían a celebrar una vez que el tablero electrónico marcara el final de la contienda. Sin embargo esa noche estábamos condenados a sufrir. Lo supimos apenas iniciado el segundo tiempo, cuando vimos caer a Martínez acalambrado hasta decir no va más. Vimos la desesperación reflejada en el rostro del profesor y a Viñuelas, que sentado en la banca, no atinaba a decidir entre sacarse el buzo o salir corriendo fuera del gimnasio. Al final optó por entrar a la cancha y Aguila gritó dos instrucciones básicas: Viñuelas debía pararse en medio de nuestra área y levantar sus manotas para molestar los lanzamientos rivales, y nosotros por ningún motivo pasarle la pelota. Parecía simple, pero al rato de reanudarse el partido, los contrarios reconocieron el callejón descuidado que dejaba la pobre defensa de Viñuelas y por ahí, una y otra vez se fueron metiendo hasta que a treinta segundos del final lograron superarnos por un punto. En ese momento, cuando la buena campaña del año se esfumaba, sucedió lo que nunca más quisimos olvidar. Martínez avanzó por la banda derecha, eludió a uno de los contrarios y lanzó la pelota con tal violencia que ésta rebotó en el tablero y fue a dar a las manos de Viñuelas que, parado en el círculo central, la tomó entre sus manos con más angustia que un suicida al borde del abismo. Nos miró uno a uno como suplicando que alguno de nosotros le hiciera la gauchada de sacarlo del embrollo. El gimnasio enmudeció y todos los que estábamos en él oímos la mentada de madre que le tiró el profesor. Entonces ocurrió lo que nadie esperaba. Viñuelas dio tres pasos de zancudo, miró con rabia al profesor e impulsó el balón con tanta violencia que, haciendo una comba interminable, entró en el cesto en el mismo segundo que el timbre del control señalaba el final del partido. Lo demás, y porque después de esa temporada nunca más volvimos a ser campeones, es la historia que recordamos siempre en nuestras conversaciones. Su paseo en andas por la cancha, las entrevistas en el camarín, los titulares de los diarios al otro día, y su tristeza cuando al inicio del siguiente campeonato, y a pesar de que le debía un título, el profesor lo volvió a dejar sentado en la banca.
  • 9. FUNDACIÓN CHAMINADE COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA TALLER DE LENGUAJE AMÉRICA MUÑOZ ROJAS El muerto Ernesto Langer Moreno El muerto estaba ahí sin decir una palabra. Y si alguien debía entonces decir algo ese era él, tendido allí en medio de la pieza dentro de un cajón mirando de frente hacia la otra vida, mientras los otros, todos los otros se agitaban a su alrededor. No había cruzado hace mucho esa delgada línea que separa los dos mundos pero, ya su cuerpo se estaba enfriando, tomando el color de los seres inanima- dos, aunque podía escuchar lo que sucedía y verse a sí mismo como si se viera en un espejo. Algunos de sus parientes llegaban apurados, con una cara de pena ceremoniosa, y estrechaban las manos de sus hijos abrazándolos y besándolos en las dos mejillas mientras les decían al oído palabras cariñosas. El personal del servicio funerario lo había hecho bien. Acomodaron su cuerpo y lo dejaron tendido allí como en el más confortable de los lechos. Y habían encendido a los cuatro costados unas luces en forma de velas para que todos pudieran apreciarlo mejor a través de una pequeña ventanita en donde su rostro sin gestos aparecía para que le dijeran adiós. Al principio había gritado con todas sus fuerzas pero, rápidamente había comprendido que era inútil. Poco a poco fueron llegando todos sus hijos y sus nietos, los que a medida que llegaban se ponían a llorar. Al menos era confortable ver esas espontáneas manifestaciones de cariño, muestras claras de cuanto lo querían y del dolor que les provocaba verlo así, en ese estado. Pero él estaba bien. Tranquilo. En eso llegaron los vecinos y el ambiente comenzó a ponerse denso entre tantas personas amontonadas como nunca en aquella habitación. Algunos lo besaban en el rostro sin que él pudiera sentir nada. Era extraña esa sensación de estar y no estar al mismo tiempo, observándolo todo como si fuera el espectador de una película. Por la noche lo dejaron solo. Sumido en un silencio casi sepulcral. Entonces recién tuvo tiempo para echar una mirada a su vida. Pensó en lo feliz que se pondrían todos aquellos que habían deseado su desgracia de todo corazón. Y en esos que por fin podrían aspirar a un asenso profesional gracias a su ausencia desde ahora definitiva y permanente. Pensó también en su perro y en como lo extrañaría todas las tardes cuando con infaltable cariño le llevaba su comida y éste movía su cola especialmente para él.
  • 10. Podía ser que también lo echaran de menos en la garita de los juegos hasta donde llegaba impajaritablemente cada viernes con su cartilla ganadora. El hombre del servicentro, también. Por su mujer no tenía porque preocuparse. Todos sus hijos eran grandes y había dejado para ella una suculenta suma pactada con una compañía de seguros. Habían tenido una vida larga y bendecida, sin grandes tropiezos y muchas pero muchas veces habían conversado sobre este posible acontecimiento. Ella lo honraría, claro, con sus familiares y amigos. Derramaría bastantes lágrimas pero, continuaría su camino hasta reencontrarlo más adelante nuevamente. Por último, nada tenía en su conciencia que le pesara de algún modo inusual. No había sido ni bueno ni malo, según él. El día llegó y con éste, la gente de la funeraria otra vez. Ellos lo llevaron al que sería su último paseo por este mundo. Lo instalaron frente al altar en una iglesia y nuevamente vio a la gente llorando desfilar frente a su ventanita. Ahora hasta pasaron junto a él personas a quienes ni siquiera conocía. El cura dijo unas palabras a las que, premeditadamente no puso atención. ¡ Pamplinas ! dijo él. Luego vio como lo rociaban con agua que no debió ser más que agua de la llave, mientras el llanto de los presentes aumentaba. Después lo volvieron a pasear. Y esta vez el paseo fue más largo porque cruzaron toda la ciudad. Hasta que allá lo pusieron sobre una especie de camilla con ruedas y lo arrastraron cruzando por lóbregos y silenciosos portales de cemento y de metal. Al final del camino se juntaron todos para decirle el , ahora si, último adiós. Algunos cantaron, otros rezaron el rosario y otros no pudieron siquiera pronunciar una palabra, entre ellos su mujer. Después de un rato prudente se marcharon y él les gritó. Olvidándose de que ya no lo podían escuchar. Hasta que entonces murió definitivamente, junto al ruido de los pasos de los suyos que también desaparecían en la distancia, allá al final del corredor.
  • 11. FUNDACIÓN CHAMINADE COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA TALLER DE LENGUAJE AMÉRICA MUÑOZ ROJAS Aprendiendo a compartir Un oso gordo y enojón estaba comiendo miel muy escondido para no convidarle a nadie. De pronto aparecen dos pequeños ositos que lo miran. —¡Váyanse de aquí! —exclamó el gran oso. Pero los pequeños se asustaron y lloraron. —¿Ahora qué haré con ustedes? —se preguntó el oso. —Si compartes con ellos ya no llorarán—dijo un conejo que pasaba por allí. —Quizás soy demasiado egoísta —pensó el oso, y se acercó con su miel donde ellos. Sonrieron los tres y después juntos jugaron. —Ser egoísta es malo, hay que compartir —dijo el oso y siguió jugando. Cuando el sol se escondió, los pequeños fueron a su casa. —Hasta mañana —le dijeron, y el oso se acostó sonriendo. 1.- ¿Cómo es el oso que tenía la miel? …………………………………………………………………………………….. 2.- ¿Qué le aconseja el conejo? ……………………………………………………………………………………. 3.- ¿Qué moraleja deja el texto? …………………………………………………………………………………….. 4.- ¿ Qué tipo de texto literario es? ………………………………………………………………………………………. 5.- Dibuja la parte que más te gustó del texto.
  • 12. FUNDACIÓN CHAMINADE COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA TALLER DE LENGUAJE AMÉRICA MUÑOZ ROJAS El jardín de las flores tristes Las flores del jardín de la familia Rosales un día dejaron de brindar al hogar su fragancia exquisita. ¿Por qué? Dalia y Jazmín, hermanitas encargadas de regar las plantas, lo hacían refun- fuñando: —¡Queremos jugar y no regar! —decían. Las flores se entristecieron y por eso no olían a nada. Cuando el padre decidió arrancar las plantas de flores sin olor, intervino el hada del jardín. Esa noche las niñas soñaron que una bella hada les decía: —Las flores volverán a ser olorosas si ustedes las riegan con alegría y amor—. Al día siguiente el padre fue a eliminar las plantas, pero notó con alegría que el jardín era otra vez fragante. Dalia y Jazmín lo regaban cantando. 1.- ¿Qué piensas tú que significa “refunfuñar”? …………………………………………………………………………………………. 2.- ¿Por qué las flores no olían nada? …………………………………………………………………………………………. 3.- ¿Cómo intervino el hada del jardín? …………………………………………………………………………………………… 4.- ¿Qué enseñanza deja el texto? ……………………………………………………………………………………………. 5.- Dibuja las flores del jardín.
  • 13. FUNDACIÓN CHAMINADE COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA TALLER DE LENGUAJE AMÉRICA MUÑOZ ROJAS EL DUENDE Y EL BÚHO (Cuento interactivo recomendado para niños de siete años) Teresa Briz Amate, Francisco Briz Amate Había una vez un duende que vivía en una seta de chocolate del bosque. Cerca de su casa pasaba un río de aguas azules y transparentes. Todas las mañanas el duende atravesaba el río para comprar comida en el mercado del bosque. Le gustaba mucho hablar con sus amigos, el oso carnicero, la nutria pescadera y el lobo panadero. Un día el duende conoció a un nuevo animal del bosque que había viajado mucho por todo el mundo, era un búho muy sabio. El duende y el búho se hicieron muy amigos y todos los días se reunían en la casa de chocolate para jugar al ajedrez. Y colorín colorado este cuento se ha acabado, si quieres que te lo cuente otra vez cierra los ojos y cuenta hasta tres. Te vamos a hacer unas preguntas sobre el cuento para ver si lo has entendido todo: 1. ¿Dónde vivía el duende? 2. ¿Qué había cerca de su casa? 3. ¿Dónde compraba el duende la comida? 4. ¿Qué animal era el panadero? 5. ¿Qué animal era el pescadero? 6. ¿Qué nuevo animal llegó al bosque? 7. ¿Por dónde había viajado el búho? 8. ¿Cómo era el búho? 9. ¿Eran amigos el duende y el búho? 10.¿Dónde se reunían el duende y el búho? 11.¿A qué jugaban el duende y el búho?
  • 14. FUNDACIÓN CHAMINADE COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA TALLER DE LENGUAJE AMÉRICA MUÑOZ ROJAS EL ÁNGEL DE LOS NIÑOS Francisco Briz Hidalgo Cuenta una antigua leyenda que un niño, que estaba a punto de nacer, le dijo a Dios: —Me dicen que me vas a mandar mañana a la Tierra, pero... ¿cómo viviré tan pequeño e indefenso como soy? —Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te está esperando, él te cuidará. —Pero aquí en el cielo, no hago más que cantar y sonreír; eso basta para ser feliz. —Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz. —¿Y cómo entenderé a la gente que me hable, si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres? ¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo? —Tu ángel te juntará las manitas y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado. En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo, pero ya se oían voces terrestres y el niño presuroso, repetía suavemente: —Dios mío, si ya me voy, dime su nombre... ¿cómo se llama mi ángel? —Su nombre no importa, tú le dirás “mamá”... “Dios no pudiendo estar en todas partes puso en el mundo a las madres” (Proverbio árabe) 1.- ¿Cuál es la preocupación del niño al comienzo? ……………………………………………………………………………………………… 2.- ¿Qué hacía el niño en el cielo? ……………………………………………………………………………………………….. 3.- ¿Qué tiene que hacer el niño para hablar con Dios? ……………………………………………………………………………………………… 4.- ¿Cómo se llama el ángel del niño? ………………………………………………………………………………………………
  • 15. FUNDACIÓN CHAMINADE COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA TALLER DE LENGUAJE AMÉRICA MUÑOZ ROJAS EL PICAPEDRERO Francisco Briz Hidalgo Había una vez, hace muchos, muchos años un reino muy bonito donde la gente era muy feliz. Los Reyes vivían en un castillo de piedra muy grande que estaba junto a un bosque de olmos y a un lago de tranquilas aguas azules dónde se podía pescar y pasear en barca. Al oeste había una gran montaña. La hija de los Reyes se llamaba Teresa y era la Princesa de este cuento. La Princesa Teresa salía todos los días a dar un paseo por los alrededores del castillo. Un día conoció a un picapedrero llamado Pedro que trabajaba en la cantera que estaba en la falda de la montaña. Teresa y Pedro se enamoraron, se prometieron amor eterno y decidieron casarse. Pero cuando el Rey se enteró que su hija quería casarse con Pedro se enfadó muchísimo y le dijo a la Princesa: —¡Mi hija no puede casarse con un simple picapedrero! Una princesa como tú debería casarse con alguien muy poderoso, ¡con la persona más poderosa de la Tierra! Entonces el rey mandó llamar a todos los sabios de su reino y les pidió que estudiaran quién era el más poderoso del Mundo. Los sabios se encerraron en una habitación del castillo durante siete días y siete noches y pensaron y pensa- ron hasta que descubrieron quién era la persona más poderosa del Universo. —Majestad, le dijo el sabio más anciano al Rey, el Consejo de sabios se ha reunido durante siete días y siete noches y ha llegado a la conclusión que el más poderoso del Universo es el Sol, porque con sus rayos nos da luz y calienta toda la tierra para que podamos vivir. Dijo el rey: —Tenéis razón parece que el Sol es el ser más poderoso. Y ordenó con voz potente: —¡Que venga el Sol! Mandaron llamar al Sol y el rey le dijo: —Sol, te he mandado llamar porque me han dicho que tú eres la persona más poderosa de la Tierra y quiero que te cases con mi hija la Princesa Teresa. Entonces el Sol contestó: —Majestad muchas gracias por tu ofrecimiento, sería para mí un honor casarme con tu hija, pero hay alguien que es más poderoso que yo. Y dijo el Rey: —¿Quién es más poderoso que el Sol? —La Nube, contestó el Sol, porque cuando se pone delante no deja pasar mis rayos. Entonces dijo el Rey:
  • 16. —¡Que venga la Nube! Cuando llegó la Nube el Rey le dijo: —Nube, te he mandado llamar porque me han dicho que tú eres la persona más poderosa de la Tierra y quiero que te cases con mi hija la Princesa Teresa. Y la Nube le contestó: —Majestad muchas gracias por tu ofrecimiento, sería para mí un honor casarme con la Princesa, pero hay alguien que es más poderoso que yo. Y dijo el Rey: —¿Quién es más poderoso que la Nube? —El Viento, contestó la Nube, porque cuando se pone a soplar me mueve con facilidad de un sitio para otro. Entonces dijo el Rey: —¡Que venga el Viento! Cuando llegó el Viento el Rey le dijo: —Viento, te he mandado llamar porque me han dicho que tú eres la persona más poderosa de la Tierra y quiero que te cases con mi hija la Princesa Teresa. Y el Viento le contestó: —Majestad muchas gracias por tu ofrecimiento, sería para mí un honor casarme con tu hija, pero hay alguien que es más poderoso que yo. Y dijo el Rey: —¿Quién es más poderoso que el Viento? — La Montaña, contestó el Viento, porque aunque sople con todas mis fuerzas no puedo mover ni un centímetro a la poderosa Montaña. Entonces dijo el Rey: —¡Que venga la Montaña! Pero la Montaña no podía moverse, así que el Rey tuvo que ir a la Montaña. Y le dijo el Rey: —Montaña, he venido hasta aquí porque me han dicho que tú eres la persona más poderosa de la Tierra y quiero que te cases con mi hija la Princesa Teresa. Y la Montaña le contestó: —Majestad muchas gracias por tu ofrecimiento, sería para mí un honor casarme con tu hija, pero hay alguien que es más poderoso que yo. Y dijo el Rey: —¿Quién puede ser más poderoso que la Montaña? —¡El picapedrero!, contestó la Montaña, porque todos los días arranca un trocito de mi cuerpo para hacer piedras. Entonces el Rey comprendió que todas las personas, aunque parezcan seres insignificantes, son importantes y permitió a su hija que se casara con el picape- drero Pedro. 1. ¿Dónde conoció la princesa a su enamorado? …………………………………………………………………………………………….. 2. ¿Qué hizo el rey al saber que su hija se enamoro de un picapedrero? ……………………………………………………………………………………………… 3.- Menciona quiénes son los personajes que son poderosos? ………………………………………………………………………………………………..
  • 17. 4.- ¿Qué enseñanza nos deja el relato? ……………………………………………………………………………………………. 5.- Dibuja un paisaje con todos los personajes que se mencionan como poderosos.
  • 18. FUNDACIÓN CHAMINADE COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA TALLER DE LENGUAJE AMÉRICA MUÑOZ ROJAS EL POTRO OSCURO Miguel Hernández Una vez había un potro oscuro. Su nombre era Potro-Oscuro. Siempre se llevaba a los niños y las niñas a la Gran Ciudad del Sueño. Se les llevaba todas las noches. Todos los niños y las niñas querían montar sobre el Potro-Oscuro. Una noche encontró a un niño. El niño dijo: —Llévame, caballo pequeño, a la Gran-Ciudad-del-Sueño. —¡Monta! —dijo el Potro-Oscuro. Montó el niño, y fueron galopando, galopando, galopando. Pronto encontraron en el camino a una niña. La niña dijo: —Llévame, caballo pequeño, a la Gran-Ciudad-del-Sueño. —Monta a mi lado —dijo el niño. Montó la niña, y fueron galopando, galopando, galopando. Pronto encontraron en el camino un perro blanco. El perro blanco dijo: —¡Guado, guado, guaguado! a la Gran-Ciudad-del-Sueño quiero ir montado. —¡Monta! —dijeron los niños. Montó el perro blanco, y fueron galopando, galopando, galopando. Pronto encontraron en el camino una gatita negra. La gatita negra dijo: —¡Miaumido, miaumido, miaumido! a la gran-Ciudad-del-Sueño quiero ir, que ya ha oscurecido. —¡Monta! —dijeron los niños y el perro blanco. Montó la gatita negra, y fueron galopando, galopando, galopando. Pronto encontraron en el camino una ardilla gris. La ardilla gris dijo: —Llévenme ustedes, por favor, a la Gran-Ciudad-del-Sueño, donde no hay pena ni dolor. —¡Monta! —dijeron los niños, el perro blanco y la gatita negra. Montó la ardilla gris, y fueron galopando, galopando, galopando. Galopando y galopando, hicieron leguas y leguas de camino. Todos eran muy felices. Todos cantaban y cantaban y cantaban. El niño dijo: —¡Deprisa, deprisa!, ¡Potro-Oscuro, ve más deprisa! Pero el Potro-Oscuro no podía ir deprisa. El Potro-Oscuro iba despacio, despacio, despacio. Había llegado a la Gran-Ciudad-del-Sueño. Los niños, el perro blanco, la gatita negra y la ardilla gris estaban dormidos. Todos estaban dormidos al llegar el Potro-Oscuro a la Gran-Ciudad-del-Sueño. Trabajo Grupal Inventa cinco preguntas con sus respuestas del texto.
  • 19. FUNDACIÓN CHAMINADE COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA TALLER DE LENGUAJE AMÉRICA MUÑOZ ROJAS La zorra y las uvas Esopo Una zorra hambrienta, después de caminar mucho tiempo buscando algo con qué saciar su voraz apetito, pasó casualmente por un huerto. Y, claro está, las sucu-lentas uvas, grandes, lustrosas y jugosas, sobresaltaron su ya desfallecido estómago. Y al contemplar con ansias los espléndidos racimos colgados de la parra, quiso cogerlos con su hocico. Pero, por más que se afanaba en sus saltos y esfuerzos, no pudo coger siquiera uno de ellos. Luego de varios intentos vanos, se alejó diciendo: —¡No me agradan! ¡Qué verdes están! Algunas personas desdeñan y menosprecian lo que no pueden tener. 1. ¿Qué tipo de texto es? ¿Cómo lo sabes? …………………………………………………………………………………………… ………………........................................................................................................ 2. ¿Cómo eran las uvas que había en la parra silvestre? …………………………………………………………………………………………… 3. ¿Por qué la zorra quiso comerse las uvas? …………………………………………………………………………………………… 4. ¿Qué problema tuvo la zorra? …………………………………………………………………………………………… 5. ¿Has tenido tú alguna vez un problema parecido? ¿Cuál? ¿Dónde? ¿Qué hiciste? …………………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………………… 6. ¿Por qué crees tú que la zorra dijo: “No las quiero comer. No están maduras.” …………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………
  • 20. FUNDACIÓN CHAMINADE COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA TALLER DE LENGUAJE AMÉRICA MUÑOZ ROJAS Aprendiendo a inferir Cuando Carlitos se despertó en la mañana, sintió mucho calor y abrió la ventana. El sol ya estaba en lo alto, no había ninguna nube y el cie- lo estaba completamente despejado.Su mamá le dijo: “Es un día pre- cioso,acuérdate de llevar tu toalla”. Carlitos tomó su toalla y partieron juntos. Responde a las preguntas siguientes: 1.- ¿Adónde crees que iban Carlitos y su mamá? …………………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………………… 2.-¿En qué estación del año estarían? ¿Por qué crees eso? …………………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………………… 3.-¿Qué ropa se habrá puesto Carlitos para salir con su madre? …………………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………………… 4.-¿Qué crees que Carlitos y su mamá hicieron en el lugar donde fueron? Dibújalo.
  • 21. FUNDACIÓN CHAMINADE COLEGIO SANTA MARÍA DE LA CORDILLERA TALLER DE LENGUAJE AMÉRICA MUÑOZ ROJAS ¿Cómo se sentirá cada uno? Lee cada situación e infiere cómo se sentirá cada persona. Anota el número de la situación en el que le corresponde: 1.- Hoy día, mi papá se ganó un premio. 2.- María tiene que cantar delante de mucha gente que no conoce. 3.- Luis se quedó dormido porque anoche leyó hasta muy tarde. 4.- Llamaré a Esteban por celular para invitarlo a almorzar porque está muy solo. 5.- A Isabel le fue mal en el examen, a pesar de lo mucho que había estudiado. 7.- Juan Ignacio ha recibido muchas felicitaciones por su nuevo trabajo. 8.- Catalina siempre piensa que le va a pasar algo bueno. 6.- A Elena se le perdió su mascota. frustrado/a feliz orgulloso/a nervioso/a cansado/a optimista preocupado/a triste