Texto express de investigación sobre la asimilación de los componentes culturales de la población afro por parte de la sociedad blanca de Medellín, Antioqua. Una de las preguntas impertinentes sobre esa ciudad que se formuló la revista cultural Arcadia, en un número especial. Dirigida por Marianne Ponsford
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Cultura afro en Medellín
1. http://www.revistaarcadia.com/periodismo-cultural-revista-arcadia/articulo/8-que-tanto-ha-
incorporado-ciudad-desplazados-afro/25914
INICIO / PERIODISMO CULTURAL - REVISTA ARCADIA
8. ¿Qué tanto ha incorporado la ciudad a
los desplazados afro?
.
14 preguntas impertinentes sobre Medellín.
Yeniter Poleo analiza los pormenores del desplazamiento
de la población Negra en Medellín.
Por: Yeniter Poleo
Esta pregunta contiene dos suposiciones discutibles. La primera, que ha habido una
incorporación; la segunda, quizás la de mayor cuestionamiento, que la cultura afro llegó a
Medellín debido al proceso de desplazamiento. Por esto, la respuesta solo puede ser en sí
misma precaria: muy poco; sobre todo si se recuerda que la presencia afro en lo que hoy es
Antioquia data del siglo XVI, y que durante la siguiente centuria este componente fue parte
natural de la vida en el valle de Aburrá. Han sido cuatro siglos de convivencia pese a los
cuales el contenido afro continúa visto como una otredad, ajena a la dinámica cultural “de
casa”, y la idea generalizada de que este “acaba de llegar” es solo otro mecanismo para no
admitir las huellas de su existencia histórica y, en particular, para no reconocer que la
descendencia nacida y que sigue naciendo en la ciudad también es afro.
2. “Hay prácticas afro que se han vuelto moda, como la gastronomía, algunas maneras de
vestir, el baile, pero hay formas de resistencia social muy arraigadas que rechazan sus
formas de habitar o hasta de moverse”. Vladimir Montoya, investigador del Instituto de
Estudios Regionales (INER) de la Universidad de Antioquia advierte que en Medellín hay
evidencia de avances en políticas públicas que van tras la reivindicación pero contra estas
conspira la discriminación explícita e implícita. A veces es sutil pero siempre dolorosa. Por
ejemplo, los recuerdos de una mujer afrocolombiana que trabajó en el servicio doméstico:
“Entonces la niña decía: „¡Ay! Yo no quiero la comida que haga esa morenita, no ve que la
comida se pone negra‟. Mire que hay niños así que dicen la comida está negra porque la
hizo la negra”. Su testimonio forma parte de las muchas voces que escuchó Andrés García,
también investigador del INER, durante el trabajo de campo para obtener la maestría en
Estudios Socioespaciales, que fue dirigido por Montoya. Ambos han colaborado en el
análisis de la representación y territorialidad afro en Medellín y han recogido el desacuerdo
de comunidades, organizaciones y analistas sobre el uso del término desplazamiento, al que
consideran una banal simplificación de la realidad. La expresión más precisa debe ser,
razonan, el vocablo destierro. “Mientras que la noción de desplazamiento remite al cambio
de locación, al tránsito circunstancial entre dos o más lugares, el destierro se refiere a una
experiencia de larga duración que fractura las relaciones territoriales de los pueblos
afectados”, escribió García en su tesis. Sostiene que esta otra palabra sirve “para nombrar la
historia de desarraigo y despojo material y simbólico” y también “remite tanto al secuestro
esclavista sufrido por sus antepasados siglos atrás como a la vulneración contemporánea de
sus ?derechos étnicos y territoriales”.
Hay tres hitos en la historia del poblamiento afro en la región. El primero, aquel colonial; el
segundo, en la primera mitad del siglo XX, cuando se abrió la vía al mar y fueron esas
manos malpagadas las que construyeron la ruta así como todo lo que exigió la expansión
industrial de la ciudad; el tercero, cuando, a partir de la década de los años noventa,
centenares de miles de personas huyeron de la muerte con lo puesto, obligadas a desalojar
sus tierras en el Chocó, el Bajo Cauca y el Urabá antioqueño. “Medellín tiene más afros que
Quibdó, y sí hay racismo pero la incorporación sucede porque sucede. Hay restaurantes de
comida chocoana, del Pacífico, y el mondongo, que tiene origen cartagenero, es ya uno de
nuestros platos típicos. Ahora mismo hay una influencia muy fuerte de músicas urbanas, en
las discotecas toda la juventud las baila”, enumera el secretario de Cultura de la ciudad,
Luis Miguel Úsuga; luego menciona las cifras: 12.500 millones de pesos se están
invirtiendo para construir el nuevo Centro Cultural Afrodescendiente; 800 millones de
pesos para apoyar al Festiafro. “Yo sí creo que Medellín está trasformándose y hay una
cultura que se está construyendo en la ciudad”, sentencia.
Arriba en las comunas, Medellín sigue albergando a las personas desarraigadas por las
diferentes violencias, pero también allí son perseguidas de nuevo; hay sitios de donde la
gente ha tenido que volver a escapar debido a las guerras urbanas. Es lo que Codhes ha
3. llamado desplazamiento intraurbano o redesplazamiento. Para quienes logran quedarse, la
cultura ha sido, durante algún tiempo, la tabla de salvación. En la Robledo, la Corporación
Afro Progreso, Diego Luis Córdoba, fomenta que las personas mayores trasmitan sus
saberes con cursos sobre comida, danza o ancestralidad. Allá los afro han ido llegando
desde 1979, dice su represente legal, Ovidio Córdoba, y aunque tratan de realizar las
actividades en sitios estratégicos para que vayan todos, la mayoría afro es la que acude. La
situación es la misma en la Belén, pero la Fundación Talento Afro pone el foco en niñas y
niños desterrados entre 5 y 12 años. En la San Javier, la gente joven se ha organizado para
sobrevivir a la criminalidad. Son Batá es un colectivo que lleva cinco años como proceso,
en el que participan más de 80 jóvenes afro en conjuntos de danza, música y teatro. “Vimos
morir a muchos amigos y pensamos que había que buscar alternativas”, explica John Jaime
Sánchez, su director. Él nació en Medellín pero sus padres son del Chocó. Cantan para
todos pero no todos los escuchan. Le han puesto fe a ese proyecto pese a las balas que les
siguen quebrando los pasos. En julio del año pasado, asesinaron a quien era líder del grupo,
Andrés Medina. Tenía 24 años. “La violencia nunca nos tentó y hacemos nuestra música
porque el hip hop es paz”, remata Sánchez y usa un dejo característico de su ciudad natal,
muerde la letra C y suelta al vuelo la última vocal: “¿Cierto?"