Este documento discute el racismo estructural y sistemático contra las personas de piel más oscura en América Latina. Señala que a pesar de que la mayoría de la población en países como Perú se identifica como mestiza, las personas con más rasgos indígenas enfrentan discriminación y desventajas sociales. También destaca el creciente orgullo y activismo de las personas que se identifican como "marrones" para reclamar su identidad y luchar contra la opresión racial.
1. El Perúesun país racista, A FAVOR
https://www.nytimes.com/es/2020/07/07/espanol/de-que-color-eres.html
https://www.nytimes.com/es/2020/07/14/espanol/opinion/identidad-racismo-america-
latina.html
https://alertacontraelracismo.pe/discriminacion-y-racismo-en-el-peru
OPINIÓN
COMENTARIO
Orgullo marrón
Jamás se me hubiera ocurrido hace unos años llamarme a mí misma “marrón”. En
el imaginario colectivo racista en América Latina es un color asociado a la suciedad.
¿Es posible resignificar una palabra para reclamar una identidad?
14 de julio de 2020
2. Una protesta contra el racismo en Río de Janeiro, BrasilCredit...Silvia
Izquierdo/Associated Press
Por Gabriela Wiener
Es periodista y escritora.
Regístrate para recibir nuestro boletín con lo mejor de The New York Times.
MADRID — Es probable que ninguna persona marrón pueda olvidar la primera vez
que alguien le sugirió que se bañara, señalando una supuesta suciedad de su piel. A
mí me lo dijeron en una playa limeña. Recuerdo cómo al volver a casa lloré
restregandocien veces la esponja a ver sise borraban las partes más oscuras de mi
3. piel. No sé cuántas veces he tenido que decir la frase “soy así” a gente que ha
sentido como legítima su curiosidad por la gradiente de marrones que sube y baja
caprichosamente en mi epidermis.
Jamás se me hubiera ocurrido hace unos años llamarme a mí misma marrón. En el
imaginario colectivo racista es un color alevosamente asociado a la suciedad,
incluso al excremento. Y eso que hay muchísimas cosas marrones hermosas, como
la tierra, las hojas en otoño, las galletas recién horneadas. Pero no. A las niñas y
niños peruanos, en gran parte marrones, nos enseñan en el colegio que el rosa
pálido de nuestros lápices es el “color piel” y el que se parece a nuestra piel, el
“caqui”. Hace unos años, una persona racista se hizo famosa en Perú porque insultó
a otra llamándola “color puerta”.
¿Es posible un orgullo marrón, un orgullo color puerta? Hoy, una comunidad
expropia la etiqueta que servía para despreciar y decide recuperarla resignificada
para reclamar una identidad. Son personas a las que durante años se intentó meter
en el mismo saco de “lo mestizo”, como parte del proyectocivilizatorio blanco de
borrado cultural y étnico. Rotulados como morenos, trigueños, cobrizos, cholos, los
descendientes de indígenas que sufrieron directamente la violencia colonial se
acuerpan para rechazar la opresión racial. Este es nuestro momento.
En las últimas semanas, con el trasfondo de Black Lives Matter y en buena medida
activados por el gran impulso que vive la lucha contra la discriminación en el
mundo, activistas de varios países de América Latina han señalado cómo funciona
históricamente el racismo también hacia las personas marrones para acuñar
simbólicamente algo así como un Brown Lives Matter, peroaplicado a cada casa.
Image
4. Una mujer lleva un cartel que dice “Vidas negras e indígenas importan” en Manaus,
Brasil, en junio de este año.Credit...Bruno Kelly/Reuters
Así, se ha cuestionado en Argentina, la hipocresía de colocarse el lema importado
de Estados Unidos mientras allí se sigue ejerciendo discriminación contra
migrantes andinos y contra sus propios compatriotas de ese origen, por lo general
olvidados por la idea de una Argentina blanca y porteña. Allí está esa señora que le
enmendó la plana a un presentador de televisión que le preguntó de dónde había
migrado: “Soy salteña —contestó—. Se les olvida que los argentinos somos coyas”.
Los coyas son los pueblos indígenas originarios del norte de Argentina. Se les
olvida, como se les olvida también que existen afroargentinos.
En la pandemia, que ha sido ese gran amplificador de nuestras miserias y
desigualdades, quienes retornaron de Lima hacia sus comunidades, por hambre,
caminando y exponiéndose a la enfermedad, no fueron blancos sino cholos e
indígenas pobres. En Perú, a inicios de junio, había en promedio una prueba de la
COVID-19 por cada cincuenta personas, mientras que en las localidades de los
indígenas awajún, había aproximadamente una por cada 494, según un análisis de
Ojo Público. Quienes mueren en las olas de frío, en los huaycos, en las
inundaciones y en las pandemias son siempre los mismos. Es a las comunidades
indígenas a quienes el gobierno peruano ha querido negar agencia y participación
política para acelerar la cesión de sus territorios a las mineras. Ese abandono
histórico, se llama racismo. Empecemos a llamar por fin a las cosas por su nombre.
El racismo que practican las élites criollas en Latinoamérica, tradicionalmente
blancas y que han concentrado el poder político, social y económico de generación
5. en generación, es estructural y consecuencia directa de la colonización. El color de
piel sigue determinando el lugar que ocupas en la sociedad. La idea de que las
personas tienen lo que tienen o han llegado a dónde han llegado solo con base en su
esfuerzo y su valor o talento personal, esa fábula del capitalismo, es negar siglos de
historia colonial.
En el Perú, los niños también crecemos rogando ser menos cholos para ser menos
discriminados. Nadie quiere ser el más cholo, el más marrón, el más negro, porque
para muchos más racialidad significa más acoso y exclusión, también más pobreza.
Y eso que según los últimos censos, que ya incluían la autoidentificación
étnica, más del 60 por ciento de la población se define como “mestiza”, mientras los
blancos no llegan ni al 6 por ciento. Sin embargo, en los puestos de poder aún se
ven indígenas solo como cuotas.
Editors’ Picks
Setting Sail on the Winding Waterwaysof California’s Delta
6. David Sedaris Shows Us How His Mind Works
How the Clique BooksTaught Me to Hate Other Girls and Myself
Continue reading the main story
7. Y es que en mi país los racistas todavía nos mandan a bañar. Hace unos meses,
durante un debate electoral, un candidato blanco le entregó a otro no blanco un
jabón. Tras la polémica, por primera vez un acto racista fue tratadocomo tal y
condenado masivamente. Por fin parecía alejarse la costumbre de endilgar
supuestos complejos de inferioridad a quienes son en realidad víctimas del
racismo. El candidato del jabón no fue elegido y la fiscalía abrió una investigación
contra él por discriminación.
¿Algo está cambiando? Desde hace solo pocos años existen instancias del gobierno
para alertar contra el racismo en el Perú y más políticas públicas
antidiscriminación, pero aún queda mucho por hacer.
La buena noticia es que, pese a que el acoso racista aún es habitual en calles y
redes, la organización y el orgullo son cada vez más fuertes. Hay afrodescendientes
y cholos activando y poniendo el cuerpo, haciendo esforzada pedagogía cada día en
los medios, publicando libros, ofreciendo talleres y participando en debates y
charlas como “Quiénes somos las marronas”, que dio hace poco Primakabra,
activista marrón y disidente sexual.
Lo que viene ocurriendo ha provocado litros de “white tears”, como se llama con
humor al modo en que responden las personas blancas a estos cuestionamientos.
Este también es su momento: deben revisar la manera en que se han beneficiado de
este sistema que prioriza, cuida y enaltece unos cuerpos sobre otros. Deben saber
que para desmontar este orden aún colonial solo hay un camino: participar de la
lucha política antirracista. No será sencillo, porque no es fácil aceptar que incluso
sus buenas intenciones están asentadas en una construcción racista y clasista. Pero
se tiene que hacer.
Hay, además, una creciente tribu de jóvenes disidentes de los estereotipos
raciales en toda la región, que reivindican el orgullo marrón, su arte, sus historias,
combatiendo la estética dominante, reivindicándose a través de fotos y videos como
cuerpos que importan, que son bellos y dignos del deseo, de amor y cuidados.
Pelean contra esos lugares comunes que relacionan, por ejemplo, al marrón con la
sumisión, la pobreza y el dolor.
La activista Sandra Hoyos, del colectivo argentino Identidad marrón, siente que lo
marrón es sobre todo una identidad política. Lo que se viene, pues, es resistencia y
lucha, desde los cuerpos negros y marrones.
Si seguimos trabajando contra el racismo, quizás algún día a Marco ya no le
vuelvan a prohibir entrar a una discoteca, ni vuelvan a confundir a Joseph con el
camarero de la ceremonia del premio que se había ganado él. Ni a mí con la niñera
de mi hijo. Ni a Rosa con la ladrona del supermercado. Ni a ningún niño o niña la
manden a bañar por ser marrón.