El rey Nabucodonosor ordenó a todos en su reino que se inclinaran y adoraran una gran estatua de oro. Tres judíos, Sadrac, Mesac y Abed-nego, se negaron a desobedecer al Dios de Israel. Como castigo, fueron arrojados a un horno ardiente, pero fueron protegidos por un cuarto hombre y sobrevivieron ilesos. Al ver este milagro, Nabucodonosor reconoció la soberanía del Dios de los judíos.