1. D.GARBANZO Y DOÑA LENTEJA
Érase una vez una fría noche de invierno, las calles nevadas y los tejados
impregnados de un blanco brillante, producto de la inmensa capa de hielo.
En la cocina de la casa un fuego de leña daba luz y calentaba todo el
habitáculo. En torno al fuego D. Garbanzo y Dña Lenteja. Papá garbanzo y
mamá lenteja haciendo las tareas domésticas y los nietos garbancitos y
lentejitas jugaban y hacían trastadas por toda la casa. Los padres no hacían
más que llamar la atención a los peques, ¡garbancitos, lentejitas, queréis
estaros quietos! Sí papa, sí mamá, pero al rato más de lo mismo, patada a la
pelota, salto por el sofá, y los papás garbanzo y lenteja cada vez más
enfadados. Viendo que el ambiente se caldeaba más y no solo por el fuego,
el abuelo D. Garbanzo exclamó ¡garbancitos, lentejitas, venid con nosotros
que os vamos a contar una historia que nos ocurrió hace muchos años! No
tardaron ni un segundo en estar todos los garbancitos y lentejitas sentados
alrededor de D. Garbanzo y Dña Lenteja, sin hacer un ruido y en espera
que comenzara la historia.
La historia que vamos a contar es una triste historia que nos ocurrió cuando
vuestra abuela y yo éramos muy pequeños.
Había una vez, hace muchos años, un campo lleno de garbanzos y a su lado
otro de lentejas. Llegó el verano y con él la recolecta, los hombres y
mujeres estaban deseando hacerla, pues tanto los garbanzos como las
lentejas somos muy beneficiosas para la hipertensión, colesterol alto,
diabetes, anemia y contra el cáncer, pero peligrosas para quien nos combine
con vitamina C, porque son tales los gases que generamos en el organismo
humano que originan unas espectaculares tormentas a las que no les falta
nada más que las descargas eléctricas que son sustituidas por las bombas
fétidas.
El campo de lentejas estaba pletórico, no cabía un alfiler, las vainas estaban
amarillentas y las lentejas en su interior deseosas de ver la luz solar. A su
lado, el campo de garbanzos, unas vainas enormes impacientes de alumbrar
a los garbanzos pero que tenían que esperar unas semanas porque todavía
estaban un poco verdes.
Había amanecido con mucho calor, la mañana era espléndida, las lentejas
iban a ser recolectadas cuando el cielo empezó a taparse de negras nubes.
El sol picaba y el cielo se oscurecía. La tormenta se avecinaba. Sus dueños
comenzaron a taparlas con anchas lonas, había que protegerlas de la fuerza
del agua y del posible granizo. Pero por mucha prisa que se dieron, fue más
rápida la tormenta, un rayo alumbró el firmamento acompañado de un
trueno ensordecedor. La lluvia haría presencia en cualquier momento. Los
hombres gritaban ¡deprisa! ¡deprisa! ¡que la tormenta se nos ha echado
encima! No habían tapado nada más que unos 100 m2 cuando, como si se
2. tratara de la apertura de una presa, las nubes abrieron sus compuertas y la
tromba de agua fue espectacular, agua acompañada de granizo. Y que
granizo, granizo del tamaño de huevo de codorniz. Pobres codornices,
quisieron protegerse de la lluvia levantando el vuelo en dirección a lugar
más seguro, pero les fue imposible. Algunas consiguieron llegar hasta las
lonas y ponerse a cubierta, otras aguantaron el chaparrón y otras
desgraciadamente murieron por el impacto del granizo. A los hombres les
chorreaba el agua desde la cabeza a los pies, agua que en algunos casos iba
en compañía de sangre producida por el impacto de las enormes piedras
caídas. Se taparon como pudieron, pero pudieron poco, pues las mantas en
las que se refugiaron al momento chorreaban litros y litros de agua. Pero,
los daños personales no les importaban, su sufrimiento eran por las lentejas.
Llevaban todo el año esperando este día, el día de la recolecta de las
lentejas. Campo de lentejas que junto con el de garbanzo suponían el
sustento de estas familias durante todo un año. De la espléndida cosecha
que esperaban, se quedaría en poco más de 300 kilos que gracias a las lonas
habían conseguido salvar.
Pero el problema no terminó con la pérdida de las lentejas. Sus primos
hermanos, los garbanzos que estábamos a su lado, igualmente habíamos
sido castigados por la tormenta. No tanto como las lentejas, puesto que al
ser más tardíos y tener todavía la vainas un tanto verdes, solo fueron
desprendidos algunos garbanzos, pero las vainas que antes de la tormenta
rebosaban de alegría, quedaron mustias y por los suelos.
Al día siguiente salió un maravilloso día, el sol calentaba. Los hombres,
protegidos de sombreros, volvieron a los campos para comprobar el estado
de sus campos. Desolador, el de garbanzos arrasado, todas las plantas por
los suelos, algunos garbanzos pidiendo socorro y en busca de sus vainas
para evitar tanto la luz solar como a esos pajarracos que cubrían todo el
campo de las lentejas. Las lentejas corrían desesperadas intentando
protegerse de tantas aves que no se sabe como se habían enterado de lo
sucedido, pero posiblemente no faltara ninguna de un entorno de veinte
kilómetros a la redonda. Había de todo tipo de aves, jilgueros, canarios,
cuervos, palomas, urracas, gorriones, no se cuantas clases distintas se
observaban, hasta algunas gallinas habían acudido desde el pueblo más
cercano. La lentejas corrían, gritaban, pedían clemencia, pero no les servio
de nada, en un par de horas el campo estaba tan limpio, que nadie diría que
allí había existido un campo repleto de lentejas. Solamente se salvaron las
lentejas protegidas por las lonas. Y, entre esas lentejas y esos garbanzos,
estábamos nosotros.
Moraleja: ¡No te fíes, la naturaleza es imprevisible!
Gabriel Catalán López