1. MODULO 4 – EL GÉNERO DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS DERECHOS HUMANOS
Todo análisis respecto de los diversos aspectos vinculados a los derechos humanos
debe tener siempre presente el impacto diferenciado de las situaciones analizadas
sobre las mujeres y los varones. Este tipo de posicionamiento tiene como base el
conocimiento y el reconocimiento de la efectiva desigualdad entre mujeres y varones a
los largo de la historia. Cada cual puede dar cuenta desde su lugar en la sociedad de
innumerables situaciones donde se evidencia históricamente y se reproduce la
subordinación de un grupo sobre el otro.
Nuestro punto de partida es la idea de que ser varón o mujer constituye un
hecho sociocultural e histórico. En lo que hace a la construcción de la condición de
varón o de mujer, las diferencias anatómicas y hormonales representan sólo una parte
de las características que atribuimos. El género se relaciona con todos los aspectos de
la vida social de las personas: desde lo económico y cotidiano a lo íntimo y cultural. El
género determina las características, roles y funciones que se atribuyen a las personas
dependiendo de su sexo y de la valoración que hace de él cada sociedad.
Aquello que denominamos “perspectiva de género” es un tipo de mirada que
apunta a investigar, revisar, interrogar y analizar los roles, los espacios y los atributos
socialmente asignados tanto a las mujeres como a los varones, haciendo foco en las
marcadas desigualdades que observamos entre varones y mujeres. Asimismo, este
enfoque nos provee de herramientas para abordar y problematizar la desigualdad de
oportunidades que tienen los varones y las mujeres, las inequidades en sus relaciones
y los distintos papeles que socialmente se les son asignados.
En este contexto, debemos tener presente que recientemente han comenzado a
utilizarse dos términos distintos para referirse a las diferencias biológicas y a aquellas
construidas socialmente, éstos son sexo y género, respectivamente. Aún cuando
ambos apuntan a las diferencias entre las mujeres y los varones, las nociones de
género y sexo tienen connotaciones distintas.
Debido a que ser distintos no significa ser desiguales es importante tener
siempre presente la diferencia entre el concepto de sexo y el de género. Este último
concepto ha comenzado a ser muy utilizado en los últimos años pero su uso
desacertado tiende a relacionarlo únicamente a “cuestiones de mujeres”. Es así que,
cuando se habla de género, se piensa sólo en el género femenino. Por este motivo nos
proponemos comenzar con estas definiciones básicas, que en su conjunto componen
lo que denominamos perspectiva de género:
sexo: es la diferencia orgánica, física y constitutiva del varón y de la mujer, relacionada con la
biología. En otros términos, remite a las diferencias anatómicas y fisiológicas entre varón y
mujer, macho y hembra en la especie humana.1
1
2. CURSO “DERECHOS HUMANOS, IGUALDAD Y LUCHA CONTRA LA DISCRIMINACIÓN”
género: abarca al conjunto de características, roles, oportunidades y expectativas que un
conjunto social asigna a las personas, basándose en sus características biológicas (sexo) y
que son asumidas como propias. Se trata de construcciones histórico-culturales configuradas
en las interacciones sociales, que varían de un grupo a otro y de una época a otra. Desde esta
perspectiva, el género se vincula con el sexo de forma simbólica y no a partir de un mandato
de la naturaleza. Un aspecto importante a considerar es que el género es posicional y
relacional: es el lugar desde el cual cada persona se ubica en determinadas circunstancias
para vivir y manejarse en el mundo.
identidad de género: hace referencia a la vivencia íntima y a la percepción propia de cada
persona respecto del género (es decir, si se percibe a sí misma como varón, mujer o de otra
forma). En este sentido, la noción refiere también a las características socialmente atribuidas a
la mujer y al varón. La identidad de género, a diferencia de la identidad biológica, se trasmite y
aprende a través del curso de nuestras vidas, es decir, cada grupo humano forma, educa y
enseña ciertos modelos ideales en torno a la feminidad y/o a la masculinidad.
relaciones de género: pueden ser definidas como los modos en que las culturas asignan las
funciones y responsabilidades a la mujer y al varón. Estas relaciones determinan los modos de
acceder a los recursos materiales (como tierra y créditos) y a recursos simbólicos, como el
poder político. Esta estructura repercute en la vida cotidiana manifestándose, por ejemplo, en
la división del trabajo doméstico y extra-doméstico, en las responsabilidades familiares, en el
campo de la educación, en las oportunidades de promoción profesional, en las instancias
ejecutivas, etc.
De acuerdo con las palabras de Dora Barrancos, nos referimos “a las relaciones
de género para dar cuenta de los vínculos jerarquizados entre varones y mujeres,
porque me parece que aun con todos los problemas del vocablo, expresa la idea
central de que son las propias sociedades humanas inventoras de las funciones y las
tareas caracterizadas como femeninas y masculinas. En este reparto, las atribuciones
de mayor significación han correspondido a los varones y las menos trascendentes, a
las mujeres. La vida pública ha sido el escenario masculino por antonomasia y la vida
domestica, el teatro de operaciones de la condición femenina. Pero como ha podido
verse, siempre fue posible cruzar la frontera o al menos debilitarla, sobre todo porque
público y privado son conceptos relativamente recientes, acuñados para interpretar
especialmente fenómenos del siglo XIX en adelante”.2
Siguiendo la perspectiva desarrollada por Françoise Héritier resulta de interés
analizar el proceso por el cual las diferencias biológicas configuraron un tipo de relación
fuertemente jerarquizada entre varones y mujeres. Es en este sentido que ella propone
hablar de “valencia diferencial de los sexos” con el objetivo de dar cuenta del poder de
1
Vale la pena tener presente que se utiliza el término “intersexualidad” para designar a aquellas
personas cuya anatomía varía, en mayor o menor medida, respecto de los patrones masculinos o
femeninos. Debe tenerse en cuenta que la persona intersexual es quien determina su identidad de
género como cualquier persona, no basándose sólo en el aspecto físico (como los órganos que haya
desarrollado en mayor proporción).
2
Barrancos, Dora (2007). Mujeres en la sociedad argentina, Buenos Aires, Sudamericana, pág. 327.
2
3. CURSO “DERECHOS HUMANOS, IGUALDAD Y LUCHA CONTRA LA DISCRIMINACIÓN”
un sexo sobre el otro o la valorización de uno y la desvalorización del otro. Para Héritier
esta forma de estructuración de lo social ha llevado a cristalizar un modelo de
relaciones jerárquicas sobre el que se asientan “todas las discriminaciones y
racismos”.3
El establecimiento de esta jerarquía ha subordinado históricamente a las
mujeres sobre la base de diversas construcciones simbólicas y discursivas (los
discursos jurídico, religioso, científico, literario, mediático, etc.). Cuando decimos que el
género es un concepto relacional y posicional estamos haciendo hincapié en el hecho
de que las construcciones de roles e identidades son resultado de la interacción entre
las personas y que no se dan espontáneamente ni taxativamente. Los discursos
producidos en el marco de esas interacciones funcionan como vehículos para la
construcción de la subalternidad de las mujeres.
Roles sociales o socialmente aceptados
La división entre espacio público y privado y el reparto de roles es una perspectiva de
interpretación de las relaciones sociales que se configuró e impuso durante los últimos
dos siglos. Este modelo, que aporta a la construcción de la subalternidad de las
mujeres y que ha contribuido al despliegue de diversas formas de cercenamiento en el
acceso a derechos para las mujeres, se ha ido trasmitiendo de generación en
generación, incluso a través de las propias mujeres. Varones y mujeres, al hacer propio
y ejercer estos roles asignados, han educado y educan a las futuras generaciones
perpetuando estos mismos valores, aún sin ser conscientes de ello.
La educación que recibimos tiene incorporado el hecho de que cuando nos
referimos al espacio público hablamos de aquello que se realiza “a la vista de todos”,
donde la sociabilidad y los intercambios se realizan por fuera de las relaciones de
familiares y de parentesco. Por el contrario, creemos que corresponde al espacio
privado todo aquello ligado a la familia y lo doméstico, desde la alimentación y crianza
hasta el vestido. En este sentido, resulta interesante incorporar la descripción de este
fenómeno que realiza Mirta Lobato:
“La división entre espacio público y privado es un elemento importante del discurso de la
domesticidad. (…) Apoyándose en una dicotomía imaginaria se organizaron los sistemas
sociales y se establecieron normas que definen espacios de competencia para las actividades
económicas, políticas y culturales (Armstrong, 1987). En Europa este proceso se ubica hacia
fines del siglo XVIII y en América latina a partir del siglo XIX, cuando la “doctrina” de las dos
esferas excluyentes de actividad humana (lo público y lo privado) surge como componente de
la ideología victoriana sobre la mujer. (…) Mientras que la familia dejó de ser una unidad de
producción para transformarse en una de tipo emocional, la producción material de bienes
pasó a realizarse socialmente fuera del hogar y se enfatizó que entre ambos espacios no
había ningún tipo de interferencias. La separación entre la familia y el trabajo, entre
producción doméstica y formas socializadas de producción, reconfiguró las anteriores
divisiones del trabajo entre hombres y mujeres. Esta noción que presentaba las esferas
pública y privada como dicotómicas, separadas y divididas, no sólo en el espacio sino por las
actividades realizadas y por el sexo de los sujetos, fue clave también en el análisis político
3
Véase Héritier, Françoise (2007), Masculino/Femenino II. Disolver la jerarquía, Buenos Aires, FCE, pág.
17.
3
4. CURSO “DERECHOS HUMANOS, IGUALDAD Y LUCHA CONTRA LA DISCRIMINACIÓN”
que consideraba la cuestión de la ciudadanía y la participación en el debate sobre los asuntos
públicos donde la intervención de las mujeres quedó, a veces, subsumida en el universal de
los ciudadanos varones y, otras, marginada en tanto se consideraba que su esfera de
actuación privilegiada era el hogar (Habermas, 1986; Fraser, 1994)”.4
Dentro de este marco de interpretación de las relaciones sociales, las mujeres
aparecen como responsables del cuidado de los niños/as y del trabajo doméstico,
incluyendo la elaboración de productos alimenticios y de vestimenta. En líneas
generales, se trata fundamentalmente de actividades vinculadas con el cuidado de los
otros/as, desarrolladas siempre en el espacio doméstico, es decir, ajenas a miradas
externas. A los varones, en cambio, se los prepara para desarrollar funciones fuera del
hogar, en el espacio público.
Analizada desde esta óptica, la familia se transforma en una de las instituciones
que con más fuerza sostiene las inequidades de género. La función de la familia en la
transmisión de valores, normas y modelos en torno a las identidades de género es de
fundamental importancia. Diversas investigaciones han puesto de manifiesto que los
padres y las madres se comportan de manera diferente según sus hijos sean varones o
mujeres. Las niñas y los niños aprenden a desplegar roles sobre la base de la
educación que reciben, el medio en el que se desarrollan y también a partir de la
identificación con figuras adultas significativas. De una parte, encontramos el modelo
de la femineidad impregnado de valores asociados a lo maternal y que sostienen la
mayoría de las culturas occidentales. Por otra parte, hallamos el modelo de la
masculinidad. Veamos la perspectiva presentada al respecto por el Diccionario de
estudios de género y feminismos:
“¿Es la masculinidad una condición biológica, un modo de ser, un conjunto de atributos, un
mandato o una posición? (…) Partimos, entonces, de pensar las identidades masculinas como
construcciones culturales que se reproducen socialmente y que, por ello, no pueden definirse
fuera del contexto en el cual se inscriben. Esa construcción se desarrolla a lo largo de toda la
vida, con la intervención de distintas instituciones (la familia, la escuela, el Estado, la iglesia,
etc.) que moldean modos de habitar el cuerpo, de sentir, de pensar y de actuar el género.
diversas investigaciones sobre la construcción social de la masculinidad plantean la existencia
de un modelo hegemónico que (…) opera al mismo tiempo en dos niveles: en el nivel
subjetivo, plasmándose en proyectos identitarios, a manera de actitudes, comportamientos y
relaciones interpersonales, y en el nivel social, afectando la manera en que se distribuirán –en
función del género- los trabajos y los recursos de los que dispone la sociedad. (…) no todos
los varones viven ni valoran del mismo modo los esquemas de masculinidad hegemónica,
pero todos los conocen. Todos han sido, de uno u otro modo, socializados dentro de este
paradigma. Las mujeres también los conocen, y muchas veces esperan que los varones
realmente se comporten siguiendo este modelo. (…) en pocas palabras: varones y mujeres
participan en la construcción de la masculinidad como una posición privilegiada”.5
4
Lobato, Mirta Zaida (2009). “Trabajo, cultura y poder: dilemas historiográficos y estudios de género en
la Argentina” en Historias con mujeres, mujeres con historia, Buenos Aires, UBA, pág.p. 29
5
Faur, Eleonor (2007). “Masculinidades” en Gamba, Susana (coord.), Diccionario de estudios de género
y feminismos, Buenos Aires, Biblos, pp. 203-205.
4
5. CURSO “DERECHOS HUMANOS, IGUALDAD Y LUCHA CONTRA LA DISCRIMINACIÓN”
Para nuestro análisis resulta de importancia subrayar que la construcción de
estereotipos se desarrolla a la vez en lo que se refiere al par femenino-masculino. Esto
implica la estructuración de discursos que establezcan al mismo tiempo funciones y
tareas que serán caracterizadas como masculinas y como femeninas. Es en esta
división de tareas donde se estructuran los modelos socialmente aceptados para
varones y mujeres.
Sobre la base de estas construcciones y proyecciones niños y niñas tienden a
adecuarse a lo que se espera de ellos y de ellas. Este conjunto de expectativas de
comportamiento solemos asociarlas a los “estereotipos de género”, que son imágenes
o ideas socialmente aceptadas y basados en representaciones y prejuicios arraigados y
transmitidos generacionalmente. En líneas generales las caracterizaciones relativas a
los varones se asocian con “virtudes” valoradas positivamente a nivel social, mientras
que los rasgos que suelen usarse para caracterizar a las mujeres presentan, en la
mayoría de los casos, la imagen contrapuesta de la “virtud” masculina. El cuadro
siguiente intenta recuperar algunos de estos elementos:
De los niños se espera que sean: De las niñas se espera que sean:
fuertes débiles
racionales sentimentales
activos pasivas
constantes caprichosas
agresivos suaves
Vemos así que este tipo de construcciones simbólicas tienen también asociada
una carga valorativa diferencial y jerarquizada. Asimismo, nos permiten acercarnos al
hecho de que en cada sociedad se espera que las mujeres y los varones se comporten
de manera diferente, ya que desde la infancia son socializados/as para ajustarse a los
roles y normas masculinos y femeninos: deben vestirse de manera diferente, jugar
distintos tipos de juegos, interesarse por temas diferentes, etc. En la edad adulta esta
jerarquización se trasladará al mundo del trabajo, a la forma de establecer relaciones,
al desarrollo de la sexualidad, a la manera de hablar y de conducirse en los diversos
ámbitos de la sociedad.
Este mandato social de base biologicista se convierte en el presupuesto que
fundamenta las relaciones entre los sexos y condiciona las posiciones que la mujer
debe ocupar y las funciones que debe cumplir. La construcción del modelo de
femineidad tiene como punto central el vínculo culturalmente establecido entre el
cuerpo de la mujer y la reproducción. La percepción del cuerpo de las mujeres en
relación directa con la función biológica de la procreación implica limitar, cercenar y/o
desconocer el resto de las dimensiones y potencialidades propias de las mujeres. Esta
perspectiva respecto de lo social deja entrever el hecho de que las mujeres han sido
valoradas desde siempre como esenciales para la supervivencia y multiplicación del
grupo. Esta operación simbólica coloca a “la madre” en el lugar de la mujer.
Discriminación y negación de derechos
5
6. CURSO “DERECHOS HUMANOS, IGUALDAD Y LUCHA CONTRA LA DISCRIMINACIÓN”
Cuando hablamos de discriminación nos referimos a un conjunto de situaciones en las
que el elemento constante es la desatención al principio de igualdad entre las
personas. Esta noción, que adquiere un carácter internacional desde 1948, constituye
un horizonte para pensar y comprender los vínculos entre las personas. Recordemos
que la Declaración Universal de Derechos Humanos establece que “todos los seres
humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de
razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros” (artículo
1). Y agrega que “toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en
esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión
política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica,
nacimiento o cualquier otra condición” (artículo 2).
La experiencia diaria del desinterés por este presupuesto de igualdad hace que
resulte necesario reflexionar sobre las diversas formas que adoptan las prácticas
discriminatorias. En lo que se refiere a la situación de las mujeres, constatamos que su
desigualdad social (es decir, la posición inferiorizada en el esquema jerárquico que
venimos analizando) tiene como sustento la interpretación cultural que se hace de la
diferencia biológica. Sin embargo, este análisis resultaría limitado si no incorporáramos
una reflexión sobre las diversas instancias en las que las mujeres son víctimas de
prácticas discriminatorias. Es importante tener presente que este tipo de acciones son
las que ponen en acción la valencia diferencial de los géneros y sostienen y refuerzan
las construcciones simbólicas que inferiorizan a las mujeres.
El resultado histórico de estas construcciones culturales han sido la inequidad y
la privación de derechos para hacia las mujeres, instaladas en las distintas sociedades
de manera explícita (leyes, normas, etc.) o invisibilizadas en su asiento en usos y
costumbres. La contracara de esta situación es lo que llamamos “equidad de género”,
perspectiva que se orienta a lograr un tratamiento justo y equitativo para mujeres y
varones según sus necesidades respectivas, y libre de sesgos, actitudes y prácticas
discriminatorias. La equidad de género no promueve un trato igual –lo que implicaría
una solución simplista para problemas complejos– sino un trato igualitario, es decir,
atento a las necesidades diferentes de cada género. La idea central es considerarlos
equivalentes en términos de libertades, derechos, garantías, beneficios, obligaciones y
oportunidades.
Como hemos visto, la restricción de los derechos de las mujeres es el eje de
dominación más antiguo y el que ha permeado todas las sociedades. Las mujeres,
debido a su condición de género, encontraron y aún encuentran innumerables
cercenamientos en el acceso a derechos políticos, civiles, culturales, sociales y
económicos. En la medida en que la igualdad es la condición esencial de toda sociedad
democrática que aspire a la realización de los derechos humanos, resulta central la
participación de mujeres y hombres con el propósito de promover la igualdad, la vida en
democracia y garantizar la plena vigencia y protección de los derechos humanos. Para
impulsar la igualdad de oportunidades en todas las esferas ha sido fundamental la
participación de las organizaciones y movimientos de mujeres. Es, por lo tanto, muy
valorable el papel que juegan las diversas expresiones de la sociedad civil en la
insistencia y el control para una efectiva realización de los derechos humanos.
6
7. CURSO “DERECHOS HUMANOS, IGUALDAD Y LUCHA CONTRA LA DISCRIMINACIÓN”
Las distintas formas de discriminación limitan la participación de las mujeres en
la vida política, social, económica y cultural. En una amplia mayoría de los casos, la
discriminación se agrava sobre la base de la copresencia de múltiples factores: la
condición de género atraviesa todas las determinaciones que habitualmente se asocian
a prácticas discriminatorias (color de piel, religión, idioma, opinión política, origen
nacional o social, posición económica, etc). Resulta de interés retomar aquí el análisis
de Diana Maffia respecto de la multiplicidad a la que nos referimos al abordar el
impacto de la discriminación sobre las mujeres:
“La experiencia de las mujeres, elaborada por la crítica feminista, sobre todo en nuestro país,
les permite atender a la vez a su “identidad” (en la que el cuerpo, la sexualidad y la
maternidad tienen un papel destacado) y a su “diversidad”. Porque aun cuando hablemos de
derechos universales para las mujeres, su condición de blancas o negras, pobres o ricas,
occidentales u orientales, adolescentes, en edad reproductiva o ancianas, heterosexuales o
lesbianas, prostitutas o célibes, imprime al goce y ejercicio de esos derechos universales,
demandas y condiciones especificas. Es por eso que pensar los derechos de las mujeres en
el marco de los derechos humanos tiene una enorme complejidad”.6
Sobre la base de estas reflexiones pasemos a analizar algunas de las formas
típicas que expresan la discriminación contra las mujeres. Abordaremos aquí un primer
conjunto de aspectos que serán retomados y profundizados a lo largo del curso y que
no pretenden agotar las extensas manifestaciones de la discriminación contra las
mujeres.
- Negación de derechos en el ámbito jurídico-político. Un campo en el que se
expresan estas formas de cercenamiento del acceso a derechos se vincula al espacio
jurídico-político. Durante el siglo XIX los preconceptos que hemos analizado quedaron
plasmados en los diversos instrumentos jurídicos que organizan la interacción social en
la mayor parte de las sociedades. El horizonte desde el que fueran pensados los
derechos consagrados en nuestra Constitución y leyes es el de la preeminencia
masculina por sobre el sexo femenino.
En este contexto debemos tener presente que la negación de derechos para las
mujeres en el ámbito jurídico-político incluyó que fueran consideradas objeto de tutela
de sus parientes varones (marido, padre, hermano, etc.) y que no pudieran disponer
libremente ni administrar sus bienes hasta 1926, año en que se reformó el Código Civil,
otorgándole plena capacidad a las mujeres. Aun así, desde ese momento subsistieron
y subsisten numerosas asimetrías en la condición jurídica de varones y mujeres
(divorcio, patria potestad, etc.).
En Argentina, las mujeres accedieron al derecho a voto a mediados del siglo XX,
aunque su acceso masivo como representantes en el Poder Legislativo se dio en 1992
a raíz de la sanción de la Ley de Cupo Femenino. Esto significa que, en un primer
momento, pudieron elegir a sus representantes (varones) pero sólo en contadas
6
Maffía, Diana (2007). “Acerca de la identidad y diversidad femeninas” en Encrucijadas, N° 40, Buenos
Aires, UBA, pág. 11.
7
8. CURSO “DERECHOS HUMANOS, IGUALDAD Y LUCHA CONTRA LA DISCRIMINACIÓN”
ocasiones pudieron actuar ellas mismas como representantes. Actualmente algunas
mujeres han accedido a través del voto popular a ocupar cargos destacados.
Vale la pena retomar aquí las palabras de Dora Barrancos: “La condición de los
varones resultó indiscutiblemente aventajada, puesto que se les reservó la creación de
los elementos fundamentales de la cultura, el trazado de las instituciones, las
decisiones de la gobernabilidad, el ejercicio de la ciencia. (…) En suma, las múltiples
experiencias de realizaciones trascendentes y de poder”.7
- Limitaciones en el acceso al mundo del trabajo remunerado. Aun cuando en los
últimos años se ha producido una importante incorporación de mujeres al mercado de
trabajo, el empleo remunerado de las mujeres se caracteriza por su precariedad, sub-
ocupación (jornada menor a la habitual) y limitación en la cobertura social (en especial
debido a su ocupación en sectores de actividad con escasos o nulos niveles de
protección: servicio doméstico, trabajo rural, sector informal urbano). Asimismo, como
hemos visto, la incorporación de las mujeres se ha dado, prioritariamente, en empleos
asociados a la extensión de los roles domésticos de “cuidadoras”: el servicio
doméstico, la enseñanza, servicios sociales y de salud, otros servicios personales y la
industria textil.
Cuando hablamos de discriminación en el ámbito laboral analizamos el diverso
conjunto de situaciones donde se manifiesta la subordinación de las mujeres:
principalmente nos referimos a la inequidad en el acceso al trabajo remunerado, a la
brecha salarial (es decir, la diferencia existente entre los salarios percibidos por
mujeres y por varones por el desarrollo de iguales tareas) y al llamado “techo de cristal”
(que refiere al tipo de trabajo y la categoría de los cargos a los que acceden unos y
otras).
Entre los indicadores disponibles para acercarnos a estas situaciones encontramos
el siguiente cuadro que nos presenta de forma clara un aspecto de la inserción de las
mujeres en el empleo: la limitación para su acceso a niveles jerárquicos dentro de
estructuras organizacionales.
Personal del SINAPA por Nivel Escalafonario y Sexo
(año 2005)
Nivel
Escalafonario Total % Mujeres % Varones %
Total 21.960 100 10.899 100 11.061 100
A 641 2,9 205 1,9 436 3,9
B 2.067 9,4 930 8,5 1.137 10,3
C 5.641 25,7 2.948 27,0 2.693 24,4
D 7.350 33,5 3.992 36,7 3.358 30,4
E 5.715 26,0 2.648 24,3 3.067 27,7
F 546 2,5 176 1,6 370 3,3
Fuente: Oficina Nacional de Empleo Público – Subsecretaría de la Gestión Pública, Jefatura de Gabinete de Ministros
(2005). Boletín estadístico del personal del sistema nacional de la profesión administrativa (SINAPA). Disponible en
http://www.sgp.gov.ar/contenidos/onep/cuerpo1/docs/informes/Informe_Decreto_993-91.pdf
7
Barrancos, Dora (2007). Op. cit., pág…
8
9. CURSO “DERECHOS HUMANOS, IGUALDAD Y LUCHA CONTRA LA DISCRIMINACIÓN”
- Desarrollo del proyecto de vida. Hasta este momento hemos planteado la
importancia del ámbito doméstico en la producción y reproducción de distintas formas
de violencia contra las mujeres. Resulta entonces de interés analizar algunos
indicadores que, aun con la dificultad que presenta acercarse al espacio de la
convivencia familiar, dan cuenta del posicionamiento inferiorizado de las mujeres.
Distribución de las tareas hogareñas
(Porcentajes)
Sólo Entrevistada Sólo Total por Participan Participa
Actividades hogareñas entrevistada y otros/as otros/as tarea varones personal
doméstico
Llevar a los/as niños/as a
controles médicos1 60 31 9 100 25 -
Cuidar familiares o ancianos/
as enfermos/as2 58 29 13 100 20 1
Lavar, planchar y arreglar
ropa 57 33 10 100 11 7
Organizar las tareas,
ordenar, guardar 56 37 7 100 17 3
Cocinar 55 33 12 100 20 2
Cuidar a los niños/as1 55 40 5 100 24 1
Acompañar a los/as niños/as
en sus actividades1 55 35 10 100 28 1
Lavar los platos 48 43 9 100 21 3
Limpiar la casa 47 43 10 100 16 11
Hacer las compras 44 42 14 100 30 1
Fuente: ELA – Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (2006). Informe “Situación y percepción de las mujeres
argentinas acerca de sus condiciones de vida”.8
En este cuadro podemos ver, como señala el informe, que el trabajo hogareño
continúa siendo una actividad básicamente femenina. Un elemento a destacar es la
cuantificación de la participación masculina en las actividades hogareñas: si bien estos
datos no pueden ser generalizados, este análisis nos brinda una posibilidad de
acercamiento a la situación de las mujeres en el hogar.
Otra perspectiva para acercarnos a esta problemática surge del estudio respecto
de la percepción de ingresos. En el cuadro siguiente veremos la brecha entre las
mujeres sin ingresos propios y los varones sin ingresos propios, a lo largo de los
últimos 15 años.
Argentina - Población sin ingresos propios por sexo y tramos de edad (*)
(Porcentajes)
Tramos de edad / Sexo
8
Notas: Total muestra (1600 mujeres), si no se especifica otra. (1) hay niños en el hogar (Base: 1030
hogares). (2) hay familiares ancianos o enfermos (vivan o no con la entrevistada en su hogar). “Para leer
los cuadros que siguen conviene recordar que no todas las mujeres entrevistadas cumplen el rol de ama
de casa en su hogar, rol que puede ser cubierto, en el caso de muchas jóvenes, por ejemplo, por su
madre (que aparecerá incluida en “otras/otros”)”.
9
10. CURSO “DERECHOS HUMANOS, IGUALDAD Y LUCHA CONTRA LA DISCRIMINACIÓN”
Total 15 - 24 25 - 34 35 - 44 45 - 59 60 y más
Años
Mujeres Varones M V M V M V M V M V
1994 (a) 43.6 10.1 50.8 26.0 46.8 7.3 48.0 5.7 47.9 7.1 29.5 5.5
1999 (b) 40.3 12.8 49.3 31.3 41.6 10.0 41.8 6.4 44.3 9.2 27.6 8.7
2002 (c) 38.1 15.9 51.7 37.0 37.5 13.4 36.2 9.6 39.8 12.8 30.2 10.8
2005 (d) 32.9 11.0 49.2 28.9 31.2 9.0 28.9 4.8 33.3 6.7 28.0 8.3
2007 (e) 32.3 10.4 47.9 27.6 29.9 7.9 27.7 3.9 33.4 7.0 27.4 7.8
Fuente: Comisión Económica para América Latina y el Caribe. Disponible en: http://www.eclac.org/estadisticas/ 9
La reflexión sobre la base de ambas fuentes de información estadística apunta a
señalar la situación de dependencia y trabajo no remunerado en la que se encuentran
un amplio grupo de las mujeres. Como sabemos, la falta de autonomía económica
redunda en un menor acceso a opciones para el desarrollo de un proyecto de vida:
esta situación, combinada con la responsabilidad respecto del sostenimiento y la
reproducción del ámbito hogareño, tiene como resultado que las mujeres tiendan a
desarrollar sus vidas alejadas del espacio público.
- Condiciones de acceso a la salud sexual. Al referirnos a la salud sexual de las
mujeres resulta necesario volver sobre el conjunto de preconceptos que permean y han
permeado la construcción del imaginario relativo a la “femineidad”. Como señalamos
antes, la construcción del modelo de femineidad tiene como punto central el vínculo
culturalmente establecido entre el cuerpo de la mujer y la reproducción. Sobre esta
base, el cuerpo de las mujeres es percibido en términos de un mandato reproductivo.
Este tipo de interpretación tiende a limitar y cercenar el derecho de las mujeres de
disponer de sí mismas.
La necesidad de desandar este tipo de abordajes nos lleva a centrar la reflexión
en la posibilidad de decidir sobre el propio cuerpo. Hablamos, entonces, del derecho a
la anticoncepción, que implica para cada mujer la posibilidad de disponer de su cuerpo
y dejar en sus manos el control de su fecundidad; en especial en lo relativo a la
elección de la pareja, a la decisión sobre la cantidad de hijos/as que se desean y el
momento adecuado para tenerlos, etc.
- Formas de discriminación simbólica. El sistema de jerarquías que hemos analizado
mantiene y reproduce estereotipos y valoraciones dicotómicas respecto de lo femenino
y de lo masculino: actividad versus pasividad, fortaleza versus belleza, razón versus
instinto, etc. Por este motivo resulta de interés prestar especial atención a los
componentes discursivos de la discriminación hacia las mujeres.
Este aspecto de la discriminación hacia las mujeres se asienta y perpetúa a
través de la construcción de las imágenes estereotipadas que presentan diversos
contextos sociales: los medios de comunicación, los textos escolares, el lenguaje, la
currícula, etc. La violencia simbólica aparece en las representaciones e imágenes de
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Notas: * Población de 15 años y mas que no perciben ingresos monetarios y no son estudiantes según
su condición de actividad / (a) año 1994 Área Urbana (20 Aglomerados urbanos) / (b) año 1990 Área
Urbana (28 Aglomerados urbanos) / (c) año 2002 Área Urbana (32 Aglomerados urbanos) / (d) año 2005
Área Urbana (28 Aglomerados urbanos) / (e) año 2007 Área Urbana (31 Aglomerados urbanos).
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las mujeres que se presentan en cada uno de estos contextos, invisibilizando la
diversidad del conjunto de mujeres.
Como analizaremos más adelante, el ámbito de la educación formal también
contribuye a transferir imágenes subordinadas de las mujeres. Sin embargo, es
prioritariamente a través de la comunicación social donde se fijan y se reproducen los
roles y donde se legitima la discriminación y la violación de los derechos de las
mujeres. La representación de las mujeres y de las niñas en los medios –en los
diversos formatos: publicidades, ficción y no ficción, etc.– resulta, en una amplia
mayoría de los casos, sexista y estereotipada.
En lo que respecta a la cobertura periodística (audiovisual y escrita)
encontramos también pautas similares, ya que en general existe una tendencia a
ignorar o presentar de manera inadecuada las problemáticas inherentes a la situación
de las mujeres: por ejemplo en lo que hace a situaciones de violencia sexual,
femicidios, abuso y explotación sexual, etc.
- Situaciones extremas: el problema de la violencia de género contra las mujeres.
Siguiendo el análisis desarrollado hasta aquí entendemos a la violencia de género
como aquella que se ejerce contra las mujeres, motivada en la desigual relación de
poder entre varones y mujeres, que refleja una situación de subordinación social y
discriminación basada en estereotipos y preconceptos.
La premisa para el análisis de este tipo de situaciones es comprender el
fenómeno de la violencia como el producto de la relación social jerarquizada y desigual
de poder-sumisión entre varones y mujeres. Consideramos que desde ese punto de
partida podemos abordar la complejidad de los caracteres distintivos de las distintas
formas de violencia contra las mujeres: control económico, control de la sociabilidad,
control de la movilidad, menosprecio moral, menosprecio estético, menosprecio sexual,
descalificación intelectual, descalificación profesional. De manera general podemos
establecer que la violencia contra las mujeres viola su derecho a la integridad, a la
autonomía y libertad personal, a la salud y menoscaba también el pleno goce de sus
derechos civiles, económicos, sociales y culturales.
Como hemos visto, la perspectiva de género analiza los roles sociales, los estereotipos
que inciden culturalmente y la relación jerárquica entre varones y mujeres como
factores fundamentales en la promoción, protección o impedimento para el pleno
desarrollo y acceso a derechos para las mujeres. El concepto de género se refiere
básicamente al análisis de las relaciones de poder: se trata de identificar y analizar las
desigualdades que se producen sobre la base de la valoración de cada persona por su
pertenencia sexual. Asimismo, es importante tener presente que las diferencias de
género se entrecruzan y potencian con diferencias establecidas sobre la base de la
condición social y económica, la pertenencia étnica o nacional, la edad, entre otras
variables.
En nuestro estudio establecimos que el género se construye mediante procesos
sociales de comunicación y de ejercicio de poder durante los procesos de crianza,
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educación y, sobre esta base, a lo largo de la vida. En este sentido, resulta de especial
interés tomar conciencia de que la estructura jerárquica entre los géneros es
transmitida de forma sutil sobre la base de generalizaciones, preconceptos, mitos, usos
y costumbres referidos a uno y otro sexo, elementos que tienden a naturalizarse en el
discurso y las practicas cotidianas. Es por ello que resulta pertinente resaltar el hecho
de que, en tanto hablamos de modelos aprendidos, estamos haciendo referencia a
construcciones simbólicas que pueden y deben ser modificadas.
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