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-   Párate aquí, tengo que echar una meada.- dijo Tony, señalando una pequeña área de
        descanso habilitada en el margen derecho de la carretera.
    -   ¡Joder, tú y tu don para la oportunidad! Pero si ya casi hemos llegado… - protestó
        Chus, aunque paradójicamente su viejo Citroën AX matriculado en el 97 aminoró la
        marcha y terció hacia la derecha, no sin algún quejido de su sufrida carrocería.

La susodicha área de descanso no era más que un ramal aún conservado de la antigua
carretera, mucho más estrecha que la actual, a cuyos lados había algo de yerba rala y algunos
bancos solitarios. A unos metros por debajo rugía el río, acrecentado por el deshielo habitual
en el mes de junio. Pétreos centinelas se levantaban a ambos lados del valle, casi 2000 metros
por encima de sus cabezas, compitiendo entre ellos por ser el gigante que señoreara la región.
Las nubes corrían veloces por un cielo azul eléctrico. No había allí más ruido que el rumor del
agua, el petardeo del motor y el abrir y cerrar rápido de la puerta del acompañante, mientras
Tony corría hacia los árboles para aliviar su caprichosa vejiga. A su vez, Chus, con parsimonia,
sumía en el descanso el motor de su coche, puso el freno de mano y salió a tomar, él también,
una bocanada de aquél aire fresco, puro e incorrupto.

    -   Esto es una pasada – dijo, mientras estiraba su espalda y ponía sus manos en las
        lumbares, en ése gesto tan típico del conductor con algún que otro quilómetro de más
        a su espalda.
    -   ¡Ni que lo digas! ¡No hay nada como una buena meada en el monte!- terció Tony,
        mientras regresaba de su exploración urinaria con rostro de hinchada satisfacción.
    -   Pues ya que me has hecho parar, sácale un poco de brillo a esto. – le espetó Chus,
        mientras le lanzaba una Canon última generación.
    -   ¿Falta mucho? – inquirió Tony, mientras sacaba algunas fotos al anfiteatro rocoso que
        los rodeaba. Sólo la pequeña hendidura por donde serpenteaban el río y la carretera,
        como si del foso de una orquestra se tratase, se abría paso entre los abruptos relieves.
    -   No, ya casi estamos. En un par de quilómetros llegaremos al desvío.- abrió la puerta
        del Citroën y se metió en él con agilidad felina.- Y luego, la aventura.
    -   Venga, pues vamos allá.- Tony había subido al coche también, y se dispuso a repasar
        las fotos que había tomado.

Tony y Chus se habían conocido en el segundo año en la Universidad. Uno estudiaba
Comunicación y el otro Periodismo, pero con la excusa de una asignatura común empezaron a
forjar una amistad que los había acompañado los dos años siguientes. Compartían piso,
aficiones, coche y, salvo las novias (o ligues esporádicos), compartían casi todo lo que pueden
compartir dos amigos sinceros a los idílicos veinte y tantos años. Chus, amante por excelencia
de la naturaleza y el montañismo, gran conocedor de la geografía pirenaica, había propuesto
una escapada de fin de semana en un recóndito lugar, mágico e inaccesible. Misterioso y
sombrío, también. Con éste último argumento tuvo convencido a Tony, el especialista en
terror y parapsicología en cualquier velada mojada en alcohol. Nada serio, puesto que con
unos cubatas de más encima, ni Tony ni cualquier ser humano digno de preciarse como tal
podían tomarse nada muy en serio. Pero el hecho de pasar un fin de semana en plan aventura
salvaje, en medio de un bosque que parecía ser la cuna de numerosos relatos fantásticos, le
estimuló notoriamente la curiosidad. Y allí se encontraban los dos, expectantes y
emocionados, mientras el viejo Citroën, en un titánico esfuerzo, se encaramaba por la loma de
la montaña a través de un sendero que se perdía entre las sombras proyectadas por las copas
de los árboles.



El sendero terminaba en un extenso prado teñido de un verde intenso, perdido en la vasta
oscuridad del bosque. El sol empezaba a esconderse tras las cimas, y el aire se enfriaba
rápidamente. Chus y Tony bajaron del Citröen, que soltó un resoplido antes de caer agotado.
Cogieron sus pertinentes mochilas y iniciaron un suave paseo que les condujo hasta lo que
parecía una muralla de troncos.

    -   Es denso éste bosque, ¿no?- comentó Tony, que paró un segundo para tomar algunas
        fotos.
    -   Pues esto no es nada… - comentó distraído Chus, que seguía con su ritmo habitual de
        crucero y empezaba a perderse entre los árboles. Por encima de sus cabezas, un águila
        real daba vueltas como la aguja de un reloj intemporal. Tony guardó la cámara y se
        apresuró para atrapar a su compañero.


El camino era ahora un estrecho pasillo, completamente recto y de unos tres-cientos metros
de longitud, que acababa en lo que parecía una pequeña cabaña. A ambos lados, una cantidad
ingente de árboles luchaban por unos pocos resquicios de preciada luz. El resultado era que la
mayoría de ellos estaban agonizantes, prácticamente muertos, confiriéndole al bosque un
fúnebre aspecto de cementerio vegetal.

    -   Joder, esto de noche debe dar un poco de mal rollo, ¿no? – comentó Tony, obviando
        que ésa noche la iban a pasar precisamente ahí.
    -   Sí, yo, la primera vez que vine, ya dije que parecía el bosque de “La bruja de Blair”.-
        dijo Chus, a lo que su amigo respondió con una carcajada, aunque realmente poco
        cargada de humor.
    -   Vaya, pues en bonito sitio hemos venido a parar…

Llegaron al final de su trayecto. Lo que a lo lejos parecía una cabaña era, en realidad, una muy
rupestre capilla perdida en un lugar donde se tornaba imposible creer que alguien se hubiera
tomado la molestia de levantarla. Pero así era. Tres de sus cuatro muros eran macizos,
completamente rectos y sin ningún tipo de decoración. En el muro este se habría un pequeño
ventanuco redondo, más pequeño que la cabeza de una persona adulta. El tejado era, como no
podía ser de otro modo en aquellos lares, de pizarra con enormes troncos como vigas.

    -   Y ésta es la casa de Hansel y Grettel… - anunció Chus, con cierta pompa e indisimulada
        satisfacción, como si estuviera mostrando su comedor a un digno invitado. Mientras
        Tony seguía callado, perdido en un diálogo sordo con la cámara de fotos, Chus corrió el
        extraño pestillo de hierro forjado que cerraba la puerta, situada en el lado sur. Ésta se
        abrió con el quejido herrumbroso de sus bisagras, dándoles acceso al oscuro interior
        de la capilla.
    -   ¡La hostia!- exclamó Tony, completamente cautivado por la extraña vibración que
        desprendía aquél lugar.
El aire era muy denso y pastoso, podía sentirse el moho apelmazándose en los pulmones. Todo
el encalado interior estaba completamente vacío, salvo una notable excepción: en el lado este
del edificio, por debajo del pequeño ojo de buey, se levantaba lo que pretendía ser un altar de
piedra toscamente tallada, desigual y con los lados gastados por los siglos. Coronando el
conjunto, se levantaba una cruz de una simplicidad brutal, hiriente a los ojos. No era más que
dos simples palos, sin tallarse siquiera, unidos por un enorme clavo de hierro, apoyados sobre
un pedrusco redondeado. Había algo en aquél lugar, con aquélla luz fatua y sus danzantes
partículas de polvo, aquélla total y descarnada rusticidad, que convertía lo que quería ser –
cabía suponer– una muestra de humilde fervor religioso en algo obsceno, macabro, herético.
Impío. Allí no sólo se respiraba podredumbre. Allí se respiraba el mal, el odio, la víscera
sangrante, el azufre del mismísimo infierno. Tony lo sintió en el mismo momento de verlo. Y
entre él y Chus no hicieron falta palabras, ni tan siquiera gestos. Ambos estaban callados,
sombríos, presos por un escalofrío que les recorría la espalda.

    -   Y ahora, -empezó Chus, rompiendo el velo de terror que les había embargado- ¿sigues
        queriendo pasar aquí la noche?
    -   No lo dudes.- contestó el aludido con una media sonrisa, mientras soltaba su mochila.-
        ¡No me he tragado cuatro putas horas de viaje para volver ahora!

Ambos se rieron y empezaron a preparar un fuego en el exterior de la capilla, justo en el linde
del bosque.

Aquélla noche cenaron un poco de carne, la regaron con alcohol a raudales, y la aderezaron
con algún que otro cigarro de yerba. Aunque el mayor ingrediente fue, sin lugar a dudas, el
buen humor y las risas. Tras uno de tantos ataques de carcajadas desbocadas, dolor de costillar
incluido, Chus pudo articular, no sin dificultad, algunas palabras con sentido:

    -   Bueno, tío, ¿te parece que nos vayamos a acostar ya?- el fuego se había convertido en
        una masa informe de brasa palpitante, y las pocas chispas que de vez en cuando aún
        se levantaban se fundían en el intenso prado de estrellas que les cubría. Salvo ellos,
        todo parecía callado e inerte.
    -   Sí, pero sin mariconadas… -y estalló un nuevo ataque de risa entre ambos. Pasaron
        unos instantes y, respirando hondo, Chus reanudó su discurso.
    -   Sí, tranquilo. No sucumbiré a tus encantos femeninos. –“un segundo”, parecieron decir
        sus ojos al momento, “estoy intentando controlar un nuevo seísmo en mi esternón.”–
        Dejemos esto así, está prácticamente apagado, y metámonos dentro. De lo contrario,
        en cuanto se nos pase el ciego nos daremos cuenta que aquí fuera cae una rasca de
        consideración.
    -   Ok, como tú digas.- Fuera, en lo más hondo del bosque, una rama crujió. Pero ni Chus
        ni Tony oyeron nada, con sus mentes obnubiladas como estaban.



Entraron en la capilla, donde la luz espectral de la Luna conspiraba para dar cuerpo al espíritu
maligno que parecía respirar en cada poro de ése lugar.
-   Éste sitio da canguelo.- terció Tony, parado como un cirio mientras Chus se apresuraba
        para dejarlo todo listo para acostarse.
    -   Más canguelo tendrías si duermes fuera. Después de una noche a la intemperie, te
        castañetearían los dientes de tal manera que parecerías un tablao flamenco en plena
        feria de abril. Si te deja más tranquilo, ya sabes que me he traído a quita-manías…-
        dijo, con una media sonrisa, señalando al viejo bate de béisbol que reposaba en la
        pared.
    -   Ya, ya… Para manía la que me da tener que dormir contigo en la misma cama… - se
        quejó Tony de nuevo, elevando a categoría de cama lo que era una simple colchoneta
        en el suelo con dos almohadas y sendos sacos de dormir.
    -   Venga, ya, cállate, para de quejarte y métete en el saco. Qué mal se te pone el beber…
    -   Lo que se me pone mal –añadió Tony, mientas se metía en su saco– es precisamente
        dejar de beber.

De nuevo, se rieron con ganas. Todo estaba oscuro, salvo la luz tenue que desprendía el móvil
de Chus, que hacía las veces de vela digital, y el fantasmal foco que entraba por el ventanuco
redondo. Charlaron un rato, hasta que el sueño les venció. Bienvenidos a la tierra de Morfeo,
tengan su billete.

Habrían pasado un par de horas, cuando Tony despertó. No fue un sobresalto. Fue, como
seguro habréis vivido, ese lento incorporarse al mundo consciente. Y, mientras lo hacía, un
sonido llegaba a su oído. Era como el rascar de una puerta… Era el rascar de una puerta. Dios,
¡alguien o algo rascaba la puerta! Súbitamente, Tony abrió los ojos. Se hubiera incorporado,
pero estaba preso por el terror. Lo que fuera que rascara la puerta lo hacía con cuidado, casi
como acariciándola. Pero se podía oír perfectamente el deslizarse de unas uñas por encima de
la madera de la puerta. Tan sólo esos escasos centímetros les separaban de ése alguien o ése
algo, y Tony era muy consciente de ello. No paraba de pensar en ello, mientras el ruido seguía.
Sólo unos centímetros… ¿Tres? ¿Cuatro, con suerte? Tenía las manos heladas a pesar de
tenerlas en el cálido interior del saco de dormir, y todo su cuerpo temblaba víctima de un
terror visceral e inconcebible. ¿Qué era lo que estaba rascando la puerta de esa jodida capilla
perdida en la nada a ésas horas de la noche? ¿Por qué parecía obscenamente sigiloso? Al fin,
consiguió surgir de su estado de parálisis. Le dio un codazo a Chus, que en un principio no
reaccionó. Ris, ris… El ruido seguía. Grandes gotas de sudor gélido resbalaban por las mejillas
de Tony. Ris, ris… Un nuevo codazo a Chus, que sólo consiguió que éste se alejara más de él.
Ris, ris… ¡Dios, es que no se cansaría nunca? Al tercer intento, sin embargo, lo consiguió.

    -   ¿Qué...? ¿Qué cojones te pasa?- ladró Chus, entre irado y sorprendido.
    -   ¿No oyes eso?- ris, ris, dijo su mente.
    -   Yo no oigo nada…
    -   No, escucha… -le interrumpió. Y ambos quedaron en silencio. En el más absoluto y
        teatral silencio.
    -   Déjame dormir y controla tus paranoias, joder… - y éstas fueron las últimas palabras
        de Chus antes de caer de nuevo en un sueño profundo.

Tony se removió inquieto en el interior del saco. Tenía los ojos como platos, enfocados a esa
nada oscura que se suponía era el techo de la capilla. Su corazón estaba ganando el Derby de
Surrey, pero allá fuera no había ruido alguno. Pasó un buen rato despierto, esperando que
aquél ruido volviera. Pero no volvió. Pensó que todo habría sido fruto de sus excesos, y de la
inevitable influencia del entorno. Y, lentamente, sus párpados fueron cayendo.



Ris, ris… Soñó. Ris, ris… Siguió soñando… Ris, ris… Y Tony abrió los ojos. El ruido, y quienquiera
que lo hiciera, había vuelto. Pero parecía cambiado, ligeramente distinto. Ya no era una sutil
caricia en la puerta… Ahora era un impaciente arañazo. Un flujo de pánico subió desde sus
entrañas, le removió el estómago y le hizo marear. No estaba soñando ¡Dios, no estaba
soñando! Y eso era lo más terrible. Por un segundo creyó que todo había sido fruto de su
imaginación sobre estimulada… Pero no. Aquello era real. Jodidamente real. Y parecía que
aquélla realidad tenía prisa por hacerles una visita. Los rasguños fueron en aumento, tanto en
volumen como en frecuencia, y la puerta empezaba a vibrar cada vez con mayor insistencia.

    -   ¡Chus! ¡Despierta! – aulló, completamente fuera de sí.
    -   ¡Y ahora qué cojones…! – empezó a gritar Chus, hasta que él también fue consciente
        de lo que estaba pasando. Rápidamente, se sentó y se detuvo a escuchar. Chus lo
        imitó.- Pero, pero… ¿pero qué cojones? – repitió, balbuceando en voz baja. Se
        encontraba aún demasiado ajeno a la realidad para poder reaccionar. El ruido seguía
        en aumento.
    -   Es lo que oí antes… aunque ahora es distinto. – susurró Tony.
    -   ¿Distinto? ¿Distinto por qué?
    -   Antes sólo era un ruidito. Ahora parece que alguien quiere tirar la puerta al suelo… - y
        tal cosa parecía en ese preciso instante. La madera crujía y los goznes de la puerta se
        quejaban. El comité de bienvenida casi había llegado a su destino.
    -   ¡¿Quién anda ahí?! – preguntó Chus en una voz que tenía pretensiones de amenazante
        pero que resultaba desquiciadamente infantil.- ¡¿Quién cojones anda ahí?! – repitió,
        ésta vez con mayor éxito. El ruido paró un segundo. Sólo un segundo. Y reanudó. Tony
        estaba paralizado. Su compañero, con más reflejos, se levantó, cogió a quita-manías y
        se acercó a la puerta.
    -   ¡¡No!! – chilló Tony.

Pero era demasiado tarde. En ése preciso instante, el bate golpeaba con todas sus fuerzas
contra la puerta, profiriendo un ruido ensordecedor, al que siguió una lluvia de astillas sin
rumbo. Chus jadeaba, quieto ante su obra, probablemente su error, mientras Tony se
levantaba, acercando su mano a la boca, con el rostro descompuesto. Sus ojos saltaban de sus
órbitas, concentrados en un único punto. Un fatídico punto. Un agujero irregular de unos
quince centímetros de diámetro se había abierto en el corazón de la puerta, dejando entrar el
oscuro aire de la noche. Podían verse algunas estrellas a través de él, espectadoras
privilegiadas de un guión macabro. Tony se puso histérico.

    -   ¿¡Eres gilipollas!? ¿¡Qué cojones has hecho!?
    -   Por el momento, darle el mismo susto de muerte que nos ha dado él a nosotros…
    -   ¿¡Y por qué no le abrías la puerta ya de paso!?
-   Bueno, vamos a calmarnos, ¿vale?- pero su compañero no le hizo caso, y se puso a dar
        vueltas como un tigre enjaulado.- Parece que se ha ido – prosiguió Chus, intentando
        dominarse.- A lo mejor era un puto bromista.
    -   ¿En éste sitio de mierda y a las tantas de la madrugada?
    -   ¿Y quién iba a ser? ¿El puto enano de Saw? – Tony no pudo contener la tensión y se
        echó a llorar. Chus le miró perplejo.– Vamos, tío, que no hay para tanto… Habrá sido
        un jabalí, o un oso, qué se yo… – dijo, pasando su brazo por encima del hombro de su
        amigo.– Y nos hemos metido demasiado alcohol y demasiados porros en el cuerpo.
        Así es normal que estemos…

Pero se interrumpió. Fuera, en el lado levantino de la capilla, se oyó un nuevo ruido que podría
helar la sangre al mismísimo Edgar Allan Poe. Fue como una carcajada, a media voz, chillona y
a la vez pastosa, como si surgiera a borbotones del fondo de una ciénaga de maldad y horror.
Siguió un crujir de hojas y ramas, y los ojos de los dos chicos se movieron al unísono hacia un
punto: el negro agujero en la puerta. Chus y Tony se quedaron absolutamente inmóviles,
atentos al menor ruido o movimiento. El tiempo parecía eterno. Ambos sentían las garras del
pánico apresándoles el pecho. Pero no vieron ni oyeron nada.

    -   Mierda, mierda, mierda… ¿Y ahora qué?- se preguntó, desesperado y con el rostro
        desencajado, Tony.
    -   Parece que se ha ido… -dijo, ausente, Chus, como si no hubiera oído su compañero.
    -   Volverá, oh, sí, volverá… ya lo ha hecho antes... volverá… volverá y nos matará, ¡joder!
        Eso nos va a matar, ¿me entiendes?– y mientras iba perdiendo los estribos, sacudía a
        su amigo sin ningún tipo de control.
    -   Pues antes de que vuelva hay que pirarse.
    -   ¿Cómo?- a Tony se le quebró la voz.
    -   Como me oyes, tío… –susurró Chus, mientras seguía pendiente de cualquier
        movimiento detrás de la puerta. – Hay que escapar antes de que vuelva. Son unos tres-
        cientos metros en línea recta hasta el coche. Podemos hacerlo. –y, para que su
        discurso sonara más convincente, repitió las últimas dos palabras con fe absoluta. –
        Po-de-mos ha-cer-lo.
    -   Estoy cagado de miedo, tío.
    -   Y yo. Pero vamos allá, no nos queda otra. ¿Listo?
    -   Qué remedio… - se resignó, y mientras bajaba la cabeza, Chus cogió el bate de béisbol
        y se lo acercó al cuerpo. Le lanzó las llaves del viejo Citröen a Tony, que era el único
        que tenía bolsillos en su chaqueta, y se dirigió a la puerta, con sigilo extremo.
    -   Cuando diga tres, abro la puerta, y salimos corriendo como jamás lo hemos hecho en
        esta puta vida, ¿vale?
    -   Vale.
    -   Uno, dos… ¡tres!

Chus abrió la puerta de par en par. Él y Tony salieron al unísono como una exhalación. Fuera, el
aire era tan frío que dolía al penetrar en los pulmones. El cielo parecía una ciudad puesta del
revés, y el bosque estaba quieto y silencioso como un muerto lo está en su tumba. El camino
era absolutamente recto, pero el suelo se hallaba plagado de piedras y ramas que lo hacían
sumamente traicionero en la negrura de la noche.
Sus piernas corrían casi sin tocar al suelo, y ya habían llegado a la mitad de su trayecto cuando
algo se removió entre los árboles. Tony sintió el movimiento por el rabillo del ojo, y no pudo
evitar girarse. No alcanzó a ver nada, pero en ése giro brusco de su cabeza perdió el control de
su propio cuerpo y, con la mala suerte de encontrar una de tantas ramas en su camino, cayó
derrumbado al suelo. Chus, que seguía corriendo como un poseso, tardó una décima de
segundo en percatarse de la situación. Luego paró, y rápidamente volvió con su amigo, que ya
intentaba incorporarse del suelo.

De pronto, un auténtico rugido rajó el poco valor que aún pudiera quedarles. Ambos se giraron
hacia la misma dirección y lo que vieron les dejaría dementes para toda la vida. A ellos y a
cualquiera. Una especie de masa informe, de poco más de metro y medio de altura, con una
boca grande como un piano y pelos parecidos a cerdas creciéndole por todos lados, se les
acercaba reptando a toda velocidad esquivando los troncos caídos. Tenía unos ojillos rojos que
brillaban en la oscuridad como luciérnagas infernales, y unos brazos largos acabados en unos
dedos aún más largos. Parecían tremendamente fuertes. Todo aquél espanto de ser lo parecía.
Mientras se acercaba, podía oírse un ruido como si alguien pisoteara una masa abyecta de
sangre y vísceras. Y luego, les pareció oír algo más. Sí, de forma muy sutil, les llegaba al oído
algo que parecía remotamente una carcajada, como si aquélla criatura demencial estuviera
riéndose en su cara.

Chus se agachó para asir del brazo a su compañero, que se había paralizado sobre el suelo, y
en aquél instante una idea cruzó como una saeta la mente de Tony. Era, sí, una buena idea.
Quizá la mejor que había tenido nunca. Y era ése el momento único e ideal para llevarla a
cabo. Mientras su compañero lo levantaba del suelo cogido por el brazo, tenía el bate en la
otra mano, ahora sin tensión. En un centelleo, Tony le arrebató el bate a Chus. El monstruo del
bosque estaba ya a sólo unos cincuenta metros de su posición. Rugía, bramaba y seguía con su
risa abominable a cada metro que les ganaba.

    -   Pero, ¿qué cojones haces? – preguntó Chus, inmóvilmente incrédulo, como ya había
        imaginado Tony. Sin ni siquiera pestañear, blandió a quita manías con todas sus
        fuerzas contra las piernas de su amigo. Éste profirió un chillido desgarrado, como de
        cerdo en matanza, mientras todo su cuerpo caía al suelo. El dolor por las dos piernas
        rotas era atroz. Casi no podía ni pronunciar palabra.- Hijo de puta… hijo…- y alargó un
        brazo, pero Tony, completamente sano, le esquivó y literalmente salió despedido hacia
        el coche. El monstruo ya se encontraba en el camino, y la luz de las estrellas brillaba
        sobre las protuberancias peludas que tenía por lomo. La baba se enfilaba por entre sus
        colmillos amarillentos, y empezaba a olerse un hedor a muerte y putrefacción. Chus
        lloraba y gemía en sus últimos instantes de desesperación.

Cuando Tony llegó al coche, supo que Chus estaba muriendo. Muriendo en las garras de aquél
ser que nunca debería haber nacido. Lo supo por sus gritos de inframundo, que se esparcían
por todo el valle. Lo supo por el ruido de sus huesos crujiendo entre las quijadas de su
verdugo. Lo supo y no sintió ni un mínimo arrepentimiento. Chus estaba muerto y él estaba
vivo. Fin de la historia. Subió al coche, cerró la puerta y encendió el motor. Para su suerte, éste
despertó al primer intento y pisó el acelerador a fondo. Mientras tomaba el sendero de
regreso a la carretera, afinó el oído. No oyó nada. Todo había acabado.
Habían pasado unos tres días desde su regreso. Tony se hallaba sentado en el sofá del
comedor, con una cerveza en la mano. En el otro lado del sofá, un chico de una edad similar
estaba liándose un porro. Miraban un partido de fútbol por televisión, sin demasiada pasión.

   -   Y así que no se sabe nada del loco de Chus… -comentó distraídamente el amigo,
       mientras contemplaba su obra maestra ya acabada.
   -   No, dijo que quería tomarse unos días más de paz y meditación en la montaña y aún
       no he sabido nada de él.
   -   Joder, perdido allí en los montes… ¡Se habrá muerto del aburrimiento! – a Tony le
       pareció una frase muy ingeniosa, y soltó una carcajada que hizo dar un brinco a su
       amigo.
   -   ¡Y tan muerto! – y rió de buena gana hasta que le dolieron las costillas.




                                             FIN

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El bosque

  • 1. - Párate aquí, tengo que echar una meada.- dijo Tony, señalando una pequeña área de descanso habilitada en el margen derecho de la carretera. - ¡Joder, tú y tu don para la oportunidad! Pero si ya casi hemos llegado… - protestó Chus, aunque paradójicamente su viejo Citroën AX matriculado en el 97 aminoró la marcha y terció hacia la derecha, no sin algún quejido de su sufrida carrocería. La susodicha área de descanso no era más que un ramal aún conservado de la antigua carretera, mucho más estrecha que la actual, a cuyos lados había algo de yerba rala y algunos bancos solitarios. A unos metros por debajo rugía el río, acrecentado por el deshielo habitual en el mes de junio. Pétreos centinelas se levantaban a ambos lados del valle, casi 2000 metros por encima de sus cabezas, compitiendo entre ellos por ser el gigante que señoreara la región. Las nubes corrían veloces por un cielo azul eléctrico. No había allí más ruido que el rumor del agua, el petardeo del motor y el abrir y cerrar rápido de la puerta del acompañante, mientras Tony corría hacia los árboles para aliviar su caprichosa vejiga. A su vez, Chus, con parsimonia, sumía en el descanso el motor de su coche, puso el freno de mano y salió a tomar, él también, una bocanada de aquél aire fresco, puro e incorrupto. - Esto es una pasada – dijo, mientras estiraba su espalda y ponía sus manos en las lumbares, en ése gesto tan típico del conductor con algún que otro quilómetro de más a su espalda. - ¡Ni que lo digas! ¡No hay nada como una buena meada en el monte!- terció Tony, mientras regresaba de su exploración urinaria con rostro de hinchada satisfacción. - Pues ya que me has hecho parar, sácale un poco de brillo a esto. – le espetó Chus, mientras le lanzaba una Canon última generación. - ¿Falta mucho? – inquirió Tony, mientras sacaba algunas fotos al anfiteatro rocoso que los rodeaba. Sólo la pequeña hendidura por donde serpenteaban el río y la carretera, como si del foso de una orquestra se tratase, se abría paso entre los abruptos relieves. - No, ya casi estamos. En un par de quilómetros llegaremos al desvío.- abrió la puerta del Citroën y se metió en él con agilidad felina.- Y luego, la aventura. - Venga, pues vamos allá.- Tony había subido al coche también, y se dispuso a repasar las fotos que había tomado. Tony y Chus se habían conocido en el segundo año en la Universidad. Uno estudiaba Comunicación y el otro Periodismo, pero con la excusa de una asignatura común empezaron a forjar una amistad que los había acompañado los dos años siguientes. Compartían piso, aficiones, coche y, salvo las novias (o ligues esporádicos), compartían casi todo lo que pueden compartir dos amigos sinceros a los idílicos veinte y tantos años. Chus, amante por excelencia de la naturaleza y el montañismo, gran conocedor de la geografía pirenaica, había propuesto una escapada de fin de semana en un recóndito lugar, mágico e inaccesible. Misterioso y sombrío, también. Con éste último argumento tuvo convencido a Tony, el especialista en terror y parapsicología en cualquier velada mojada en alcohol. Nada serio, puesto que con unos cubatas de más encima, ni Tony ni cualquier ser humano digno de preciarse como tal podían tomarse nada muy en serio. Pero el hecho de pasar un fin de semana en plan aventura salvaje, en medio de un bosque que parecía ser la cuna de numerosos relatos fantásticos, le estimuló notoriamente la curiosidad. Y allí se encontraban los dos, expectantes y emocionados, mientras el viejo Citroën, en un titánico esfuerzo, se encaramaba por la loma de
  • 2. la montaña a través de un sendero que se perdía entre las sombras proyectadas por las copas de los árboles. El sendero terminaba en un extenso prado teñido de un verde intenso, perdido en la vasta oscuridad del bosque. El sol empezaba a esconderse tras las cimas, y el aire se enfriaba rápidamente. Chus y Tony bajaron del Citröen, que soltó un resoplido antes de caer agotado. Cogieron sus pertinentes mochilas y iniciaron un suave paseo que les condujo hasta lo que parecía una muralla de troncos. - Es denso éste bosque, ¿no?- comentó Tony, que paró un segundo para tomar algunas fotos. - Pues esto no es nada… - comentó distraído Chus, que seguía con su ritmo habitual de crucero y empezaba a perderse entre los árboles. Por encima de sus cabezas, un águila real daba vueltas como la aguja de un reloj intemporal. Tony guardó la cámara y se apresuró para atrapar a su compañero. El camino era ahora un estrecho pasillo, completamente recto y de unos tres-cientos metros de longitud, que acababa en lo que parecía una pequeña cabaña. A ambos lados, una cantidad ingente de árboles luchaban por unos pocos resquicios de preciada luz. El resultado era que la mayoría de ellos estaban agonizantes, prácticamente muertos, confiriéndole al bosque un fúnebre aspecto de cementerio vegetal. - Joder, esto de noche debe dar un poco de mal rollo, ¿no? – comentó Tony, obviando que ésa noche la iban a pasar precisamente ahí. - Sí, yo, la primera vez que vine, ya dije que parecía el bosque de “La bruja de Blair”.- dijo Chus, a lo que su amigo respondió con una carcajada, aunque realmente poco cargada de humor. - Vaya, pues en bonito sitio hemos venido a parar… Llegaron al final de su trayecto. Lo que a lo lejos parecía una cabaña era, en realidad, una muy rupestre capilla perdida en un lugar donde se tornaba imposible creer que alguien se hubiera tomado la molestia de levantarla. Pero así era. Tres de sus cuatro muros eran macizos, completamente rectos y sin ningún tipo de decoración. En el muro este se habría un pequeño ventanuco redondo, más pequeño que la cabeza de una persona adulta. El tejado era, como no podía ser de otro modo en aquellos lares, de pizarra con enormes troncos como vigas. - Y ésta es la casa de Hansel y Grettel… - anunció Chus, con cierta pompa e indisimulada satisfacción, como si estuviera mostrando su comedor a un digno invitado. Mientras Tony seguía callado, perdido en un diálogo sordo con la cámara de fotos, Chus corrió el extraño pestillo de hierro forjado que cerraba la puerta, situada en el lado sur. Ésta se abrió con el quejido herrumbroso de sus bisagras, dándoles acceso al oscuro interior de la capilla. - ¡La hostia!- exclamó Tony, completamente cautivado por la extraña vibración que desprendía aquél lugar.
  • 3. El aire era muy denso y pastoso, podía sentirse el moho apelmazándose en los pulmones. Todo el encalado interior estaba completamente vacío, salvo una notable excepción: en el lado este del edificio, por debajo del pequeño ojo de buey, se levantaba lo que pretendía ser un altar de piedra toscamente tallada, desigual y con los lados gastados por los siglos. Coronando el conjunto, se levantaba una cruz de una simplicidad brutal, hiriente a los ojos. No era más que dos simples palos, sin tallarse siquiera, unidos por un enorme clavo de hierro, apoyados sobre un pedrusco redondeado. Había algo en aquél lugar, con aquélla luz fatua y sus danzantes partículas de polvo, aquélla total y descarnada rusticidad, que convertía lo que quería ser – cabía suponer– una muestra de humilde fervor religioso en algo obsceno, macabro, herético. Impío. Allí no sólo se respiraba podredumbre. Allí se respiraba el mal, el odio, la víscera sangrante, el azufre del mismísimo infierno. Tony lo sintió en el mismo momento de verlo. Y entre él y Chus no hicieron falta palabras, ni tan siquiera gestos. Ambos estaban callados, sombríos, presos por un escalofrío que les recorría la espalda. - Y ahora, -empezó Chus, rompiendo el velo de terror que les había embargado- ¿sigues queriendo pasar aquí la noche? - No lo dudes.- contestó el aludido con una media sonrisa, mientras soltaba su mochila.- ¡No me he tragado cuatro putas horas de viaje para volver ahora! Ambos se rieron y empezaron a preparar un fuego en el exterior de la capilla, justo en el linde del bosque. Aquélla noche cenaron un poco de carne, la regaron con alcohol a raudales, y la aderezaron con algún que otro cigarro de yerba. Aunque el mayor ingrediente fue, sin lugar a dudas, el buen humor y las risas. Tras uno de tantos ataques de carcajadas desbocadas, dolor de costillar incluido, Chus pudo articular, no sin dificultad, algunas palabras con sentido: - Bueno, tío, ¿te parece que nos vayamos a acostar ya?- el fuego se había convertido en una masa informe de brasa palpitante, y las pocas chispas que de vez en cuando aún se levantaban se fundían en el intenso prado de estrellas que les cubría. Salvo ellos, todo parecía callado e inerte. - Sí, pero sin mariconadas… -y estalló un nuevo ataque de risa entre ambos. Pasaron unos instantes y, respirando hondo, Chus reanudó su discurso. - Sí, tranquilo. No sucumbiré a tus encantos femeninos. –“un segundo”, parecieron decir sus ojos al momento, “estoy intentando controlar un nuevo seísmo en mi esternón.”– Dejemos esto así, está prácticamente apagado, y metámonos dentro. De lo contrario, en cuanto se nos pase el ciego nos daremos cuenta que aquí fuera cae una rasca de consideración. - Ok, como tú digas.- Fuera, en lo más hondo del bosque, una rama crujió. Pero ni Chus ni Tony oyeron nada, con sus mentes obnubiladas como estaban. Entraron en la capilla, donde la luz espectral de la Luna conspiraba para dar cuerpo al espíritu maligno que parecía respirar en cada poro de ése lugar.
  • 4. - Éste sitio da canguelo.- terció Tony, parado como un cirio mientras Chus se apresuraba para dejarlo todo listo para acostarse. - Más canguelo tendrías si duermes fuera. Después de una noche a la intemperie, te castañetearían los dientes de tal manera que parecerías un tablao flamenco en plena feria de abril. Si te deja más tranquilo, ya sabes que me he traído a quita-manías…- dijo, con una media sonrisa, señalando al viejo bate de béisbol que reposaba en la pared. - Ya, ya… Para manía la que me da tener que dormir contigo en la misma cama… - se quejó Tony de nuevo, elevando a categoría de cama lo que era una simple colchoneta en el suelo con dos almohadas y sendos sacos de dormir. - Venga, ya, cállate, para de quejarte y métete en el saco. Qué mal se te pone el beber… - Lo que se me pone mal –añadió Tony, mientas se metía en su saco– es precisamente dejar de beber. De nuevo, se rieron con ganas. Todo estaba oscuro, salvo la luz tenue que desprendía el móvil de Chus, que hacía las veces de vela digital, y el fantasmal foco que entraba por el ventanuco redondo. Charlaron un rato, hasta que el sueño les venció. Bienvenidos a la tierra de Morfeo, tengan su billete. Habrían pasado un par de horas, cuando Tony despertó. No fue un sobresalto. Fue, como seguro habréis vivido, ese lento incorporarse al mundo consciente. Y, mientras lo hacía, un sonido llegaba a su oído. Era como el rascar de una puerta… Era el rascar de una puerta. Dios, ¡alguien o algo rascaba la puerta! Súbitamente, Tony abrió los ojos. Se hubiera incorporado, pero estaba preso por el terror. Lo que fuera que rascara la puerta lo hacía con cuidado, casi como acariciándola. Pero se podía oír perfectamente el deslizarse de unas uñas por encima de la madera de la puerta. Tan sólo esos escasos centímetros les separaban de ése alguien o ése algo, y Tony era muy consciente de ello. No paraba de pensar en ello, mientras el ruido seguía. Sólo unos centímetros… ¿Tres? ¿Cuatro, con suerte? Tenía las manos heladas a pesar de tenerlas en el cálido interior del saco de dormir, y todo su cuerpo temblaba víctima de un terror visceral e inconcebible. ¿Qué era lo que estaba rascando la puerta de esa jodida capilla perdida en la nada a ésas horas de la noche? ¿Por qué parecía obscenamente sigiloso? Al fin, consiguió surgir de su estado de parálisis. Le dio un codazo a Chus, que en un principio no reaccionó. Ris, ris… El ruido seguía. Grandes gotas de sudor gélido resbalaban por las mejillas de Tony. Ris, ris… Un nuevo codazo a Chus, que sólo consiguió que éste se alejara más de él. Ris, ris… ¡Dios, es que no se cansaría nunca? Al tercer intento, sin embargo, lo consiguió. - ¿Qué...? ¿Qué cojones te pasa?- ladró Chus, entre irado y sorprendido. - ¿No oyes eso?- ris, ris, dijo su mente. - Yo no oigo nada… - No, escucha… -le interrumpió. Y ambos quedaron en silencio. En el más absoluto y teatral silencio. - Déjame dormir y controla tus paranoias, joder… - y éstas fueron las últimas palabras de Chus antes de caer de nuevo en un sueño profundo. Tony se removió inquieto en el interior del saco. Tenía los ojos como platos, enfocados a esa nada oscura que se suponía era el techo de la capilla. Su corazón estaba ganando el Derby de
  • 5. Surrey, pero allá fuera no había ruido alguno. Pasó un buen rato despierto, esperando que aquél ruido volviera. Pero no volvió. Pensó que todo habría sido fruto de sus excesos, y de la inevitable influencia del entorno. Y, lentamente, sus párpados fueron cayendo. Ris, ris… Soñó. Ris, ris… Siguió soñando… Ris, ris… Y Tony abrió los ojos. El ruido, y quienquiera que lo hiciera, había vuelto. Pero parecía cambiado, ligeramente distinto. Ya no era una sutil caricia en la puerta… Ahora era un impaciente arañazo. Un flujo de pánico subió desde sus entrañas, le removió el estómago y le hizo marear. No estaba soñando ¡Dios, no estaba soñando! Y eso era lo más terrible. Por un segundo creyó que todo había sido fruto de su imaginación sobre estimulada… Pero no. Aquello era real. Jodidamente real. Y parecía que aquélla realidad tenía prisa por hacerles una visita. Los rasguños fueron en aumento, tanto en volumen como en frecuencia, y la puerta empezaba a vibrar cada vez con mayor insistencia. - ¡Chus! ¡Despierta! – aulló, completamente fuera de sí. - ¡Y ahora qué cojones…! – empezó a gritar Chus, hasta que él también fue consciente de lo que estaba pasando. Rápidamente, se sentó y se detuvo a escuchar. Chus lo imitó.- Pero, pero… ¿pero qué cojones? – repitió, balbuceando en voz baja. Se encontraba aún demasiado ajeno a la realidad para poder reaccionar. El ruido seguía en aumento. - Es lo que oí antes… aunque ahora es distinto. – susurró Tony. - ¿Distinto? ¿Distinto por qué? - Antes sólo era un ruidito. Ahora parece que alguien quiere tirar la puerta al suelo… - y tal cosa parecía en ese preciso instante. La madera crujía y los goznes de la puerta se quejaban. El comité de bienvenida casi había llegado a su destino. - ¡¿Quién anda ahí?! – preguntó Chus en una voz que tenía pretensiones de amenazante pero que resultaba desquiciadamente infantil.- ¡¿Quién cojones anda ahí?! – repitió, ésta vez con mayor éxito. El ruido paró un segundo. Sólo un segundo. Y reanudó. Tony estaba paralizado. Su compañero, con más reflejos, se levantó, cogió a quita-manías y se acercó a la puerta. - ¡¡No!! – chilló Tony. Pero era demasiado tarde. En ése preciso instante, el bate golpeaba con todas sus fuerzas contra la puerta, profiriendo un ruido ensordecedor, al que siguió una lluvia de astillas sin rumbo. Chus jadeaba, quieto ante su obra, probablemente su error, mientras Tony se levantaba, acercando su mano a la boca, con el rostro descompuesto. Sus ojos saltaban de sus órbitas, concentrados en un único punto. Un fatídico punto. Un agujero irregular de unos quince centímetros de diámetro se había abierto en el corazón de la puerta, dejando entrar el oscuro aire de la noche. Podían verse algunas estrellas a través de él, espectadoras privilegiadas de un guión macabro. Tony se puso histérico. - ¿¡Eres gilipollas!? ¿¡Qué cojones has hecho!? - Por el momento, darle el mismo susto de muerte que nos ha dado él a nosotros… - ¿¡Y por qué no le abrías la puerta ya de paso!?
  • 6. - Bueno, vamos a calmarnos, ¿vale?- pero su compañero no le hizo caso, y se puso a dar vueltas como un tigre enjaulado.- Parece que se ha ido – prosiguió Chus, intentando dominarse.- A lo mejor era un puto bromista. - ¿En éste sitio de mierda y a las tantas de la madrugada? - ¿Y quién iba a ser? ¿El puto enano de Saw? – Tony no pudo contener la tensión y se echó a llorar. Chus le miró perplejo.– Vamos, tío, que no hay para tanto… Habrá sido un jabalí, o un oso, qué se yo… – dijo, pasando su brazo por encima del hombro de su amigo.– Y nos hemos metido demasiado alcohol y demasiados porros en el cuerpo. Así es normal que estemos… Pero se interrumpió. Fuera, en el lado levantino de la capilla, se oyó un nuevo ruido que podría helar la sangre al mismísimo Edgar Allan Poe. Fue como una carcajada, a media voz, chillona y a la vez pastosa, como si surgiera a borbotones del fondo de una ciénaga de maldad y horror. Siguió un crujir de hojas y ramas, y los ojos de los dos chicos se movieron al unísono hacia un punto: el negro agujero en la puerta. Chus y Tony se quedaron absolutamente inmóviles, atentos al menor ruido o movimiento. El tiempo parecía eterno. Ambos sentían las garras del pánico apresándoles el pecho. Pero no vieron ni oyeron nada. - Mierda, mierda, mierda… ¿Y ahora qué?- se preguntó, desesperado y con el rostro desencajado, Tony. - Parece que se ha ido… -dijo, ausente, Chus, como si no hubiera oído su compañero. - Volverá, oh, sí, volverá… ya lo ha hecho antes... volverá… volverá y nos matará, ¡joder! Eso nos va a matar, ¿me entiendes?– y mientras iba perdiendo los estribos, sacudía a su amigo sin ningún tipo de control. - Pues antes de que vuelva hay que pirarse. - ¿Cómo?- a Tony se le quebró la voz. - Como me oyes, tío… –susurró Chus, mientras seguía pendiente de cualquier movimiento detrás de la puerta. – Hay que escapar antes de que vuelva. Son unos tres- cientos metros en línea recta hasta el coche. Podemos hacerlo. –y, para que su discurso sonara más convincente, repitió las últimas dos palabras con fe absoluta. – Po-de-mos ha-cer-lo. - Estoy cagado de miedo, tío. - Y yo. Pero vamos allá, no nos queda otra. ¿Listo? - Qué remedio… - se resignó, y mientras bajaba la cabeza, Chus cogió el bate de béisbol y se lo acercó al cuerpo. Le lanzó las llaves del viejo Citröen a Tony, que era el único que tenía bolsillos en su chaqueta, y se dirigió a la puerta, con sigilo extremo. - Cuando diga tres, abro la puerta, y salimos corriendo como jamás lo hemos hecho en esta puta vida, ¿vale? - Vale. - Uno, dos… ¡tres! Chus abrió la puerta de par en par. Él y Tony salieron al unísono como una exhalación. Fuera, el aire era tan frío que dolía al penetrar en los pulmones. El cielo parecía una ciudad puesta del revés, y el bosque estaba quieto y silencioso como un muerto lo está en su tumba. El camino era absolutamente recto, pero el suelo se hallaba plagado de piedras y ramas que lo hacían sumamente traicionero en la negrura de la noche.
  • 7. Sus piernas corrían casi sin tocar al suelo, y ya habían llegado a la mitad de su trayecto cuando algo se removió entre los árboles. Tony sintió el movimiento por el rabillo del ojo, y no pudo evitar girarse. No alcanzó a ver nada, pero en ése giro brusco de su cabeza perdió el control de su propio cuerpo y, con la mala suerte de encontrar una de tantas ramas en su camino, cayó derrumbado al suelo. Chus, que seguía corriendo como un poseso, tardó una décima de segundo en percatarse de la situación. Luego paró, y rápidamente volvió con su amigo, que ya intentaba incorporarse del suelo. De pronto, un auténtico rugido rajó el poco valor que aún pudiera quedarles. Ambos se giraron hacia la misma dirección y lo que vieron les dejaría dementes para toda la vida. A ellos y a cualquiera. Una especie de masa informe, de poco más de metro y medio de altura, con una boca grande como un piano y pelos parecidos a cerdas creciéndole por todos lados, se les acercaba reptando a toda velocidad esquivando los troncos caídos. Tenía unos ojillos rojos que brillaban en la oscuridad como luciérnagas infernales, y unos brazos largos acabados en unos dedos aún más largos. Parecían tremendamente fuertes. Todo aquél espanto de ser lo parecía. Mientras se acercaba, podía oírse un ruido como si alguien pisoteara una masa abyecta de sangre y vísceras. Y luego, les pareció oír algo más. Sí, de forma muy sutil, les llegaba al oído algo que parecía remotamente una carcajada, como si aquélla criatura demencial estuviera riéndose en su cara. Chus se agachó para asir del brazo a su compañero, que se había paralizado sobre el suelo, y en aquél instante una idea cruzó como una saeta la mente de Tony. Era, sí, una buena idea. Quizá la mejor que había tenido nunca. Y era ése el momento único e ideal para llevarla a cabo. Mientras su compañero lo levantaba del suelo cogido por el brazo, tenía el bate en la otra mano, ahora sin tensión. En un centelleo, Tony le arrebató el bate a Chus. El monstruo del bosque estaba ya a sólo unos cincuenta metros de su posición. Rugía, bramaba y seguía con su risa abominable a cada metro que les ganaba. - Pero, ¿qué cojones haces? – preguntó Chus, inmóvilmente incrédulo, como ya había imaginado Tony. Sin ni siquiera pestañear, blandió a quita manías con todas sus fuerzas contra las piernas de su amigo. Éste profirió un chillido desgarrado, como de cerdo en matanza, mientras todo su cuerpo caía al suelo. El dolor por las dos piernas rotas era atroz. Casi no podía ni pronunciar palabra.- Hijo de puta… hijo…- y alargó un brazo, pero Tony, completamente sano, le esquivó y literalmente salió despedido hacia el coche. El monstruo ya se encontraba en el camino, y la luz de las estrellas brillaba sobre las protuberancias peludas que tenía por lomo. La baba se enfilaba por entre sus colmillos amarillentos, y empezaba a olerse un hedor a muerte y putrefacción. Chus lloraba y gemía en sus últimos instantes de desesperación. Cuando Tony llegó al coche, supo que Chus estaba muriendo. Muriendo en las garras de aquél ser que nunca debería haber nacido. Lo supo por sus gritos de inframundo, que se esparcían por todo el valle. Lo supo por el ruido de sus huesos crujiendo entre las quijadas de su verdugo. Lo supo y no sintió ni un mínimo arrepentimiento. Chus estaba muerto y él estaba vivo. Fin de la historia. Subió al coche, cerró la puerta y encendió el motor. Para su suerte, éste despertó al primer intento y pisó el acelerador a fondo. Mientras tomaba el sendero de regreso a la carretera, afinó el oído. No oyó nada. Todo había acabado.
  • 8. Habían pasado unos tres días desde su regreso. Tony se hallaba sentado en el sofá del comedor, con una cerveza en la mano. En el otro lado del sofá, un chico de una edad similar estaba liándose un porro. Miraban un partido de fútbol por televisión, sin demasiada pasión. - Y así que no se sabe nada del loco de Chus… -comentó distraídamente el amigo, mientras contemplaba su obra maestra ya acabada. - No, dijo que quería tomarse unos días más de paz y meditación en la montaña y aún no he sabido nada de él. - Joder, perdido allí en los montes… ¡Se habrá muerto del aburrimiento! – a Tony le pareció una frase muy ingeniosa, y soltó una carcajada que hizo dar un brinco a su amigo. - ¡Y tan muerto! – y rió de buena gana hasta que le dolieron las costillas. FIN