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MITO ANDINO: EL ORIGEN DEL DIOS PARIACACA

Mito prehispánico que relata el origen del dios Pariacaca, principal deidad
prehispánica de la actual provincia de Huarochirí, en Lima - Perú.

Los hombres que vivían en aquellos tiempos no hacían otra cosa que guerrear
y luchar entre sí, y reconocían como sus Curacas (gobernantes) sólo a los más
valientes y a los ricos. A estos llamaros los purum runa.

Sabemos que en aquella época, Pariacaca nació de cinco huevos en el cerro
Condorcoto (un cerro ubicado entre Huarochirí y San José de Los Chorrillos,
provincia de Huarochirí, departamento de Lima).

Un solo hombre, un pobre que se llamaba Huatiacuri, quien era, según se dice,
hijo de Pariacaca, fue el primero en ver y saber de este nacimiento.

Según se dice, la gente de ese tiempo lo llamaba Huatiacuri, porque siendo
muy pobre, se alimentaba solo con papas huatiadas.

Había un hombre llamado Tamtañamca, que era un poderoso y gran señor. Su
casa estaba cubierta de alas de pájaro de plumas rojas y amarillas. Poseía
llamas de todas las especies imaginables: amarillas, rojas, azules. Cuando la
gente supo de su poder y virtud, llegaron de todas las comunidades para
honrarlo y venerarlo. Y él, fingiendo ser un gran sabio (a pesar de sus
conocimientos limitados), vivía engañando a mucha gente.

Fue así que Tamtañamca, que se fingía adivino y dios, contrajo una
enfermedad muy grave. Mucho tiempo pasó y la gente se preguntaba cómo era
posible que un sabio tan capaz estuviese enfermo.

Así como los Huiracochas recurren a los adivinos, o a los doctores,
Tamtañamca, que deseaba curarse, llamó a todos los sabios. Sin embargo,
ninguno supo dar con la enfermedad que lo aquejaba. Huatiacuri venía desde
el mar, y se quedo a dormir en un cerro llamado Latausaco.
Mientras tanto, un zorro que subía se encontró con otro que bajaba y le
pregunto así: "Hermano, ¨cómo está la situación arriba? -"lo que está bien, está
bien"- le contestó el otro, y prosiguió: "aunque un Señor, un Huillca de
Anchicocha, que finge ser un dios y gran sabio, está enfermo, por ello todos los
adivinos tratan de dar con el origen de tan extraño mal".

El zorro que subía volvió a preguntar: "y ¨cómo fue que se contagió con ese
mal?", y el que bajaba le respondió: "mientras su esposa tostaba maíz, salto un
grano de muchos colores, pero antes de tocar el piso tocó las vergüenzas de
ella, sin embargo, lo recogió y se lo dio a comer a otro hombre. Por eso ahora
se le considera adúltera. Por esa culpa hay una serpiente que vive sobre la
casa y se los está comiendo. Hay también un sapo de dos cabezas que vive
bajo su batán. Y nadie sospecha que son estos quienes enferman a
Tamtañamca".

Este gran Señor que estaba enfermo por haber fingido ser dios, tenía dos hijas.
La mayor se había casado con un hombre muy rico de su Ayllu.

Entonces, Huatiacuri llegó donde se encontraba el Señor enfermo. Cuando
estaba cerca le preguntó a todos si hubiese alguien en la comunidad que
estuviese enfermo. La hija menor de Tamtañamca le respondió que su padre.

Huatiacuri le dijo: -"Cásate conmigo y yo sanaré a tu padre- Pero ella no
respondió enseguida la propuesta, fue y le contó a su padre que un pobre le
había dicho que lo iba a sanar.

Los sabios que estaban allí, cuando escucharon sus palabras, se echaron a
reír y dijeron: -"¨Estaríamos nosotros aquí curándolo, si un pobre como éste
fuese capaz de hacerlo?-

Tamtañamca, sin embargo, deseaba ante toco sanar, he hizo llamar a
Huatiacuri: -"Que venga cualquiera que sea capaz de sanarme"- Huatiacuri
entró y le dijo: -"Si deseas voy a curarte, pero me tienes que dar a tu hija"- El
otro, muy contento, aceptó. El esposo de la hija mayor de Tamtañamca, al oír
eso, se puso furioso: -"¨Cómo podré aceptar que la cuñada de un hombre tan
poderoso como yo se case con semejante pobre?-.
Sin hacer caso a esos reclamos, Huatiacuri empezó con su labor: -"Señor, tu
mujer es adúltera, su culpa te ha hecho enfermar. En el techo de tu casa hay
dos serpientes que te están comiendo, y también hay un sapo de dos cabezas
debajo de tu batán. Tenemos que matarlos a todos para que te cures. En
cuanto a ti, tu no eres un auténtico dios, porque si lo fueras no te habrías
enfermado de esta manera". Al oír esto, Tamtañamca se asustó. En cambio su
mujer gritó furiosa: -"Este miserable me insultó sin motivo, yo no soy una
adúltera". Pero como el enfermo tenía muchas ganas de curarse, mando que
Huatiacuri haga lo que sea necesario. Entonces sacaron a las dos serpientes y
las mataron. Entonces Tamtañamca supo que Huatiacuri decía la verdad, y a la
mujer no le quedó más que confesar su culpa. Luego levantaron el batán y el
sapo de dos cabezas salió volando con rumbo a la quebrada de Anchicocha.
Se cree que aún permanece ahí, escondido en un manantial, y cuando los
hombres pasan por ese lugar, a veces desaparecen y otras veces enloquecen.

Luego de todo esto, Huatiacuri dijo haber cumplido con su labor, y el enfermó
sanó. El día señalado Huatiacuri viajó a Condorcoto, y ahí estaba Pariacaca, en
forma de cinco huevos. Entonces el viento comenzó a soplar por primera vez,
pues en tiempos anteriores, el viento nunca había soplado. El mismo día del
viaje, Tamtañamca - ya sano- le entregó a su hija - conforme lo acordado -,
luego emprendieron viaje. Mientras caminaban solos por un paraje cerca al
cerro Condorcoto, pecaron. Cuando el esposo de la hija mayor de Tamtañamca
se enteró de esto, desafió a Huatiacuri para vencerlo y cubrirlo de verguenza.
Lo retó de la siguiente manera: -"Vamos a competir en distintas pruebas, ¨cómo
un miserable como tú te atreviste a casarte con la cuñada de un hombre tan
poderoso como yo?.

Huatiacuri aceptó el reto, y fue a contarle a su padre Pariacaca (quien aún no
nacía y seguí en forma de cinco huevos), todo lo sucedido. -"Muy bien"- dijo
Pariacaca -"cualquier cosa que te proponga, ven enseguida y cuéntamela, yo te
aconsejaré"-.

He aquí la primera prueba: El hombre poderoso le propuso a Huatiacuri medir
su resistencia bailando y bebiendo. Y por supuesto éste fue donde su padre
(Pariacaca) a contárselo. -"Anda a la otra montaña - le dijo Pariacaca - y
transfórmate en un huanaco, échate fingiendo estar muerto. Muy temprano de
mañana un zorro y su esposa irán a verte, ella traerá chicha en un poronguito y
el traerá su tambor y su antara. Cuando te encuentre, creyendo que estás
muerto te comerán. Pero antes que hagan esto, conviértete de nuevo en
hombre y grita con todas tus fuerzas, ellos se asustarán tanto que saldrán
huyendo olvidando sus cosas. Con ellas tu asistirás a la competencia".

Huatiacuri hizo todo lo que su padre le dijo. Al comenzar la competencia, el
hombre rico fue el primero en bailar. Aproximadamente doscientas mujeres
bailaron para él. Cuando le toco el turno a Huatiacuri, él entró solo con su
esposa a bailar, los dos solitos. Tocaron el tambor que le habían robado al
zorro. Pero apenas empezaron, la tierra empezó a temblar. Así ganó en baile.
Ahora tocaba beber. Huatiacuri y su esposa se sentaron en el lugar de honor, y
todos los hombres presentes se fueron acercando, sirviéndole chicha, uno tras
otro sin dejarlos respirar. Cuando le tocó a él servirles chicha a todos los
presentes, Huatiacurí sacó el poronguito (el de la zorrina). Todos los presentes
se echaron a reír y se burlaban diciendo que era muy pequeño para saciar a
tanta gente. Pero apenas les fue sirviendo, uno a uno fueron cayeron sin
sentido.

Como había vencido en esta prueba, al día siguiente, el hombre poderoso lo
desafió nuevamente. Esta vez el reto consistía en vestirse con las más finas
ropas. Nuevamente Huatiacuri fue a consultar con su padre. Pariacaca le dio
un traje de nieve. Así venció a su rival deslumbrándolos a todos. Derrotado por
segunda vez, ahora el desafío era atraer pumas. Huatiacuri pensó en atraerlos
con poesía. Según las instrucciones de su padre, fue muy temprano a un
manantial y tajo a un puma rojo. Cuando se puso a bailar con el puma rojo, en
el cielo apareció el arco iris, y este es su origen.

Ahora el hombre rico y poderoso quiso competir construyendo una casa
grande. Huatiacuri colocó solo los cimientos y pasó el resto del día paseando
con su mujer. Pero, durante la noche, todas las aves y las serpientes, todas las
que había en el mundo, fueron y construyeron la casa. A la mañana siguiente la
casa estaba terminada, y el hombre rico y poderoso se asustó mucho. Desafió
a Huatiacuri a una nueva competición: esta vez habían de techar las casas.
Todos los huanacos y todas las vicuñas traían paja para el techo del hombre
rico. Huatiacuri contrató un gato montes, que las asustó. De este modo ganó
nuevamente.

Siguiendo el consejo de su padre, Huatiacuri le dijo al hombre rico: -"Yo he
aceptado todos tus desafíos y en todos te he vencido, ahora te toca a ti aceptar
los desafíos que te proponga yo". El hombre rico aceptó. -"Ahora vamos a
bailar vestidos con una cusma azul y huara de algodón blanco". El hombre rico
empezó a bailar, como siempre acostumbraba a hacer. Mientras tanto,
Huatiacuri entró corriendo y gritando. El hombre rico se convirtió en venado y
salió corriendo. Su esposa corrió detrás de él. Huatiacuri los persiguió, y
alcanzó a la mujer en el camino de Anchicocha. La clavó de cabeza en la tierra
y la convirtió en piedra. El hombre rico, que lo habían convertido en venado,
subió al cerro y desapareció. Desde ese momento los venados son cazados
para comer su carne.

Solo después de todo esto, Pariacaca y sus hermanos salieron de los cinco
huevos, convertidos en cinco halcones. Al tocar tierra tomaron forma de
hombres y empezaron a caminar. Al enterarse de cómo se había portado la
gente de esa época y cómo Tamtañamca, fingiendo ser un dios, se había
hecho adorar, se enojaron mucho. Se convirtieron en lluvia, arrasando con
todas las casas y las llamas hasta el mar, sin dejar que nadie se salve.

Después de cumplir con su castigo, Pariacaca subió al cerro que hoy lleva su
nombre.
LA LEYENDA DEL CACIQUE MURACHÍ Y LA INDIA
                                  TIBISAY

Murachí era ágil y valeroso, mas que todos los indios de la tribu; su brazo era el
más fuerte, su flecha la más certera y su plumaje el más vistoso. Cuando les
tocaba el caracol en lo alto del cerro, sus compañeros empuñaban las armas y
le seguían, dando gritos salvajes seguros de la victoria.

Murachí era el primer caudillo de las Sierras Nevadas. Tibisay, su amada, era
esbelta como la flexible caña del maíz. De color trigueño, ojos grandes y
melancólicos y abundante cabello. Eran para ella los mejores lienzos del
Mirripuy, el oro más fino de Aricagua y el plumaje del ave más rara de la
montaña.

Ella había aprendido, mejor que sus compañeras los cantos guerreros y las
alabanzas del Ches. En los convites y danzas dejaba oír su voz, hora dulce y
cadenciosa, hora arrebatada y vehemente, exaltada por la pasión salvaje.

Todos la oían en silencio, ni el viento movía las hojas. Tibisay era la princesa
de los indios de la sierra, el lirio más hermoso de las vegas del Mucujún. Un día
salió espantada de su choza y fue a presentase a Murachí, el amado de su
corazón. La comarca estaba en armas: los indios corrían de una parte a otra,
preparando las macanas y las flechas emponzoñadas.

"¡Huye, huye, Tibisay!, nosotros vamos a combatir. Los terribles hijos de Zuhe
han aparecido ya sobre aquellos animales espantosos, más ligeros que la
flecha: mañana será invadido nuestros suelos y arrasadas nuestras siembras.
¡Huye, huye, Tibisay! nosotros vamos a combatir; pero antes ven mi amada y
danza al son de los instrumentos, reanima nuestro valor con la melodía de tus
cantos y el recuerdo de nuestras hazañas".

La danza empezó en un claro bosque, triste y monótona, como una fiesta de
despedida, a la hora en que el sol, enrojecido hacia el ocaso, esparcía por las
verdes cumbres sus últimos reflejos. Pronto brillaron las hogueras en el círculo
del campamento y empezaron a despertar con las libaciones del fermentado
maíz los corazones abatidos y los ímpetus salvajes.

Por todo el bosque resonaban ya los gritos y algazara, cuando seso de pronto
el ruido y enmudecieron todos los labios. Tibisay apareció en medio del circulo,
hermosa a la luz fantástica de las hogueras, recogida la manta sobre le brazo,
con la mirada dulce y expresivo y el continente altivo. Lanzó tres gritos graves y
prolongados, que acompaño con su sonido el fotuto sagrado, y luego extasió a
los indios con la magia de su voz.

Oíd el canto de los guerreros del Mucujún: "Corre veloz el viento; corre veloz el
agua; corre veloz la piedra que cae de la montaña".

"Corred guerreros; volad en contra del enemigo; corred veloces como el viento,
como el agua, como la piedra que cae de la montaña".

"Fuerte es el árbol que resiste al viento; fuerte es la roca que resiste al río,
fuerte es la nieve de nuestros páramos que resiste al sol".

"Pelead guerreros, pelead, valientes, mostraos fuertes, como los árboles, como
las rocas, como las nieves de la montaña".

"Este es el canto de los guerreros del Mucujún".

Un grito unánime de bélico entusiasmo respondió a los bellos cantos de
Tibisay. Concluida la danza, Murachí acompañó a Tibisay por entre la arboleda
sombría. No había ya más luminarias que las estrellas titilantes en el cielo y las
irradiaciones intermitentes del lejano catatumbo. Ambos caminaban en silencio
con el dolor de la despedida en la mitad del alba y temeroso de pronunciar la
postrera palabra ¡adiós!.

Hay un punto en que los ríos Milla y Albarregas corren muy juntos casi en su
origen. Los cerros ofrecen allí dos aberturas, a corta distancia una de otra, por
donde los dos ríos se precipitan, siguiendo cañadas distintas para juntarse de
nuevo y confundirse en uno solo, frente a los pintorescos campos de Liria,
besando ya las plantas de la ciudad florecida, la histórica Mérida. En aquel
punto solitario encubierto por los estribos de la serranía que casi lo rodean en
anfiteatro, Murachí tenía su choza y su labranza.

"¡Tibisay!", dijo a su amada el guerrero altivo, "nuestras bodas serán mi premio
si vuelvo triunfante; pero si me matan, huye Tibisay, ocúltate en el monte, que
no fije en ti sus miradas el extranjero, porque serias su esclava".

El viento frío de la madrugada llevo muy lejos a los oídos de Murachí los tristes
lamentos de la infortunada india, a quien dejaba en aquel apartado sitio, dueña
ya de su choza y su labranza. Cuando la primera luz del alba coloreo el
horizonte, por encima de los diamantinos picachos de la Sierra Nevada resonó
grave y monótono el caracol salvaje por el fondo de los barrancos que sirven
de foso profundos a la altiplanicie de Mérida. Los indios, organizados en
escuadrones, estaban apercibidos para el combate.

Pronto se diviso a lo lejos un bulto uniforme que avanzaba por la planicie, el
cual fue entendiéndose y tomando formas tan extraordinarias a los ojos de los
indios que el pánico paralizó sus movimientos por algunos instantes, pero a la
voz del caudillo, la turba se precipita como desbordado torrente prorrumpiendo
en gritos horribles y llenando el aire con sus emponzoñadas flechas. Murachí
iba a la cabeza, blandiendo en alto la terrible macana y transfigurando el rostro
por el furor.

Súbita detonación detiene a los indios: palidecen todos llenos de espanto; se
estrechan unos contra otros, dando alaridos de impotencia; y bien pronto se
dispersan, buscando salvación en los bordes de los barrancos, por donde
desaparecen en tropel.

Sólo Murachí rompe su macana en la armadura del que fuera conquistador,
sólo el bravo Murachí ve de cerca aquellos animales espantosos que ayudaban
a sus enemigos en la batalla, pero también sólo él ha quedado tendido en el
campo, muerto bajo el casco de los caballos.

El clarin castellano tocó victoria y la tierra toda quedó bajo el dominio del Rey
de España. Cerca de las márgenes del apacible Milla, en aquel sitio apartado y
triste, abrióse un hoyo al pie de la peña para sepultar a Murachí, con sus
armas, sus alhajas y las ramas olorosas que Tibisay cortó en el bosque para la
tumba de su amada.

Tibisay vivió desde entonces sola con su dolor y sus recuerdos en aquella
choza querida. Sus cantos fueron en adelante tristes como los de la alondra
herida. Los indios admiraban con cierto sentimiento de religioso cariño y la
colmaban de presentes. Era para ellos un símbolo de su antigua libertad y al
mismo tiempo un oráculo que consultaban sigilosos. Ya los españoles
señoreaban la tierra y gobernaban a los indios. Sólo Tibisay vivía libre en la
garbaba de aquellos montes o entre las selvas de sus contornos, pero era un
misterio su vida, algo como un mito de los aborígenes, que atraía a los
españoles con el fantástico poder de las ficciones poéticas.

Ningún conquistador había logrado verla todavía, sin embrago, nadie ponía en
duda su existencia. Decíanles los indios que era una princesa muy hermosa,
viuda de un guerrero afamado, a quien había prometido vivir escondida en los
montes mientras hubiese extranjeros en sus nativas Sierras.

Era un encanto la voz de la fugitiva, que los cazadores oían de vez en cuando
por aquellos agrestes sitios, como el eco de una música triste que hería en la
mitad del alma y hacia saltar las lagrimas. En sus labios el dialecto muisca, su
legua nativa, sonaba dulce y melodioso y no era menester entenderlo para
sentirse conmovido el corazón.

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El chullachaqui

  • 1. MITO ANDINO: EL ORIGEN DEL DIOS PARIACACA Mito prehispánico que relata el origen del dios Pariacaca, principal deidad prehispánica de la actual provincia de Huarochirí, en Lima - Perú. Los hombres que vivían en aquellos tiempos no hacían otra cosa que guerrear y luchar entre sí, y reconocían como sus Curacas (gobernantes) sólo a los más valientes y a los ricos. A estos llamaros los purum runa. Sabemos que en aquella época, Pariacaca nació de cinco huevos en el cerro Condorcoto (un cerro ubicado entre Huarochirí y San José de Los Chorrillos, provincia de Huarochirí, departamento de Lima). Un solo hombre, un pobre que se llamaba Huatiacuri, quien era, según se dice, hijo de Pariacaca, fue el primero en ver y saber de este nacimiento. Según se dice, la gente de ese tiempo lo llamaba Huatiacuri, porque siendo muy pobre, se alimentaba solo con papas huatiadas. Había un hombre llamado Tamtañamca, que era un poderoso y gran señor. Su casa estaba cubierta de alas de pájaro de plumas rojas y amarillas. Poseía llamas de todas las especies imaginables: amarillas, rojas, azules. Cuando la gente supo de su poder y virtud, llegaron de todas las comunidades para honrarlo y venerarlo. Y él, fingiendo ser un gran sabio (a pesar de sus conocimientos limitados), vivía engañando a mucha gente. Fue así que Tamtañamca, que se fingía adivino y dios, contrajo una enfermedad muy grave. Mucho tiempo pasó y la gente se preguntaba cómo era posible que un sabio tan capaz estuviese enfermo. Así como los Huiracochas recurren a los adivinos, o a los doctores, Tamtañamca, que deseaba curarse, llamó a todos los sabios. Sin embargo, ninguno supo dar con la enfermedad que lo aquejaba. Huatiacuri venía desde el mar, y se quedo a dormir en un cerro llamado Latausaco.
  • 2. Mientras tanto, un zorro que subía se encontró con otro que bajaba y le pregunto así: "Hermano, ¨cómo está la situación arriba? -"lo que está bien, está bien"- le contestó el otro, y prosiguió: "aunque un Señor, un Huillca de Anchicocha, que finge ser un dios y gran sabio, está enfermo, por ello todos los adivinos tratan de dar con el origen de tan extraño mal". El zorro que subía volvió a preguntar: "y ¨cómo fue que se contagió con ese mal?", y el que bajaba le respondió: "mientras su esposa tostaba maíz, salto un grano de muchos colores, pero antes de tocar el piso tocó las vergüenzas de ella, sin embargo, lo recogió y se lo dio a comer a otro hombre. Por eso ahora se le considera adúltera. Por esa culpa hay una serpiente que vive sobre la casa y se los está comiendo. Hay también un sapo de dos cabezas que vive bajo su batán. Y nadie sospecha que son estos quienes enferman a Tamtañamca". Este gran Señor que estaba enfermo por haber fingido ser dios, tenía dos hijas. La mayor se había casado con un hombre muy rico de su Ayllu. Entonces, Huatiacuri llegó donde se encontraba el Señor enfermo. Cuando estaba cerca le preguntó a todos si hubiese alguien en la comunidad que estuviese enfermo. La hija menor de Tamtañamca le respondió que su padre. Huatiacuri le dijo: -"Cásate conmigo y yo sanaré a tu padre- Pero ella no respondió enseguida la propuesta, fue y le contó a su padre que un pobre le había dicho que lo iba a sanar. Los sabios que estaban allí, cuando escucharon sus palabras, se echaron a reír y dijeron: -"¨Estaríamos nosotros aquí curándolo, si un pobre como éste fuese capaz de hacerlo?- Tamtañamca, sin embargo, deseaba ante toco sanar, he hizo llamar a Huatiacuri: -"Que venga cualquiera que sea capaz de sanarme"- Huatiacuri entró y le dijo: -"Si deseas voy a curarte, pero me tienes que dar a tu hija"- El otro, muy contento, aceptó. El esposo de la hija mayor de Tamtañamca, al oír eso, se puso furioso: -"¨Cómo podré aceptar que la cuñada de un hombre tan poderoso como yo se case con semejante pobre?-.
  • 3. Sin hacer caso a esos reclamos, Huatiacuri empezó con su labor: -"Señor, tu mujer es adúltera, su culpa te ha hecho enfermar. En el techo de tu casa hay dos serpientes que te están comiendo, y también hay un sapo de dos cabezas debajo de tu batán. Tenemos que matarlos a todos para que te cures. En cuanto a ti, tu no eres un auténtico dios, porque si lo fueras no te habrías enfermado de esta manera". Al oír esto, Tamtañamca se asustó. En cambio su mujer gritó furiosa: -"Este miserable me insultó sin motivo, yo no soy una adúltera". Pero como el enfermo tenía muchas ganas de curarse, mando que Huatiacuri haga lo que sea necesario. Entonces sacaron a las dos serpientes y las mataron. Entonces Tamtañamca supo que Huatiacuri decía la verdad, y a la mujer no le quedó más que confesar su culpa. Luego levantaron el batán y el sapo de dos cabezas salió volando con rumbo a la quebrada de Anchicocha. Se cree que aún permanece ahí, escondido en un manantial, y cuando los hombres pasan por ese lugar, a veces desaparecen y otras veces enloquecen. Luego de todo esto, Huatiacuri dijo haber cumplido con su labor, y el enfermó sanó. El día señalado Huatiacuri viajó a Condorcoto, y ahí estaba Pariacaca, en forma de cinco huevos. Entonces el viento comenzó a soplar por primera vez, pues en tiempos anteriores, el viento nunca había soplado. El mismo día del viaje, Tamtañamca - ya sano- le entregó a su hija - conforme lo acordado -, luego emprendieron viaje. Mientras caminaban solos por un paraje cerca al cerro Condorcoto, pecaron. Cuando el esposo de la hija mayor de Tamtañamca se enteró de esto, desafió a Huatiacuri para vencerlo y cubrirlo de verguenza. Lo retó de la siguiente manera: -"Vamos a competir en distintas pruebas, ¨cómo un miserable como tú te atreviste a casarte con la cuñada de un hombre tan poderoso como yo?. Huatiacuri aceptó el reto, y fue a contarle a su padre Pariacaca (quien aún no nacía y seguí en forma de cinco huevos), todo lo sucedido. -"Muy bien"- dijo Pariacaca -"cualquier cosa que te proponga, ven enseguida y cuéntamela, yo te aconsejaré"-. He aquí la primera prueba: El hombre poderoso le propuso a Huatiacuri medir su resistencia bailando y bebiendo. Y por supuesto éste fue donde su padre (Pariacaca) a contárselo. -"Anda a la otra montaña - le dijo Pariacaca - y
  • 4. transfórmate en un huanaco, échate fingiendo estar muerto. Muy temprano de mañana un zorro y su esposa irán a verte, ella traerá chicha en un poronguito y el traerá su tambor y su antara. Cuando te encuentre, creyendo que estás muerto te comerán. Pero antes que hagan esto, conviértete de nuevo en hombre y grita con todas tus fuerzas, ellos se asustarán tanto que saldrán huyendo olvidando sus cosas. Con ellas tu asistirás a la competencia". Huatiacuri hizo todo lo que su padre le dijo. Al comenzar la competencia, el hombre rico fue el primero en bailar. Aproximadamente doscientas mujeres bailaron para él. Cuando le toco el turno a Huatiacuri, él entró solo con su esposa a bailar, los dos solitos. Tocaron el tambor que le habían robado al zorro. Pero apenas empezaron, la tierra empezó a temblar. Así ganó en baile. Ahora tocaba beber. Huatiacuri y su esposa se sentaron en el lugar de honor, y todos los hombres presentes se fueron acercando, sirviéndole chicha, uno tras otro sin dejarlos respirar. Cuando le tocó a él servirles chicha a todos los presentes, Huatiacurí sacó el poronguito (el de la zorrina). Todos los presentes se echaron a reír y se burlaban diciendo que era muy pequeño para saciar a tanta gente. Pero apenas les fue sirviendo, uno a uno fueron cayeron sin sentido. Como había vencido en esta prueba, al día siguiente, el hombre poderoso lo desafió nuevamente. Esta vez el reto consistía en vestirse con las más finas ropas. Nuevamente Huatiacuri fue a consultar con su padre. Pariacaca le dio un traje de nieve. Así venció a su rival deslumbrándolos a todos. Derrotado por segunda vez, ahora el desafío era atraer pumas. Huatiacuri pensó en atraerlos con poesía. Según las instrucciones de su padre, fue muy temprano a un manantial y tajo a un puma rojo. Cuando se puso a bailar con el puma rojo, en el cielo apareció el arco iris, y este es su origen. Ahora el hombre rico y poderoso quiso competir construyendo una casa grande. Huatiacuri colocó solo los cimientos y pasó el resto del día paseando con su mujer. Pero, durante la noche, todas las aves y las serpientes, todas las que había en el mundo, fueron y construyeron la casa. A la mañana siguiente la casa estaba terminada, y el hombre rico y poderoso se asustó mucho. Desafió a Huatiacuri a una nueva competición: esta vez habían de techar las casas.
  • 5. Todos los huanacos y todas las vicuñas traían paja para el techo del hombre rico. Huatiacuri contrató un gato montes, que las asustó. De este modo ganó nuevamente. Siguiendo el consejo de su padre, Huatiacuri le dijo al hombre rico: -"Yo he aceptado todos tus desafíos y en todos te he vencido, ahora te toca a ti aceptar los desafíos que te proponga yo". El hombre rico aceptó. -"Ahora vamos a bailar vestidos con una cusma azul y huara de algodón blanco". El hombre rico empezó a bailar, como siempre acostumbraba a hacer. Mientras tanto, Huatiacuri entró corriendo y gritando. El hombre rico se convirtió en venado y salió corriendo. Su esposa corrió detrás de él. Huatiacuri los persiguió, y alcanzó a la mujer en el camino de Anchicocha. La clavó de cabeza en la tierra y la convirtió en piedra. El hombre rico, que lo habían convertido en venado, subió al cerro y desapareció. Desde ese momento los venados son cazados para comer su carne. Solo después de todo esto, Pariacaca y sus hermanos salieron de los cinco huevos, convertidos en cinco halcones. Al tocar tierra tomaron forma de hombres y empezaron a caminar. Al enterarse de cómo se había portado la gente de esa época y cómo Tamtañamca, fingiendo ser un dios, se había hecho adorar, se enojaron mucho. Se convirtieron en lluvia, arrasando con todas las casas y las llamas hasta el mar, sin dejar que nadie se salve. Después de cumplir con su castigo, Pariacaca subió al cerro que hoy lleva su nombre.
  • 6. LA LEYENDA DEL CACIQUE MURACHÍ Y LA INDIA TIBISAY Murachí era ágil y valeroso, mas que todos los indios de la tribu; su brazo era el más fuerte, su flecha la más certera y su plumaje el más vistoso. Cuando les tocaba el caracol en lo alto del cerro, sus compañeros empuñaban las armas y le seguían, dando gritos salvajes seguros de la victoria. Murachí era el primer caudillo de las Sierras Nevadas. Tibisay, su amada, era esbelta como la flexible caña del maíz. De color trigueño, ojos grandes y melancólicos y abundante cabello. Eran para ella los mejores lienzos del Mirripuy, el oro más fino de Aricagua y el plumaje del ave más rara de la montaña. Ella había aprendido, mejor que sus compañeras los cantos guerreros y las alabanzas del Ches. En los convites y danzas dejaba oír su voz, hora dulce y cadenciosa, hora arrebatada y vehemente, exaltada por la pasión salvaje. Todos la oían en silencio, ni el viento movía las hojas. Tibisay era la princesa de los indios de la sierra, el lirio más hermoso de las vegas del Mucujún. Un día salió espantada de su choza y fue a presentase a Murachí, el amado de su corazón. La comarca estaba en armas: los indios corrían de una parte a otra, preparando las macanas y las flechas emponzoñadas. "¡Huye, huye, Tibisay!, nosotros vamos a combatir. Los terribles hijos de Zuhe han aparecido ya sobre aquellos animales espantosos, más ligeros que la flecha: mañana será invadido nuestros suelos y arrasadas nuestras siembras. ¡Huye, huye, Tibisay! nosotros vamos a combatir; pero antes ven mi amada y danza al son de los instrumentos, reanima nuestro valor con la melodía de tus cantos y el recuerdo de nuestras hazañas". La danza empezó en un claro bosque, triste y monótona, como una fiesta de despedida, a la hora en que el sol, enrojecido hacia el ocaso, esparcía por las verdes cumbres sus últimos reflejos. Pronto brillaron las hogueras en el círculo
  • 7. del campamento y empezaron a despertar con las libaciones del fermentado maíz los corazones abatidos y los ímpetus salvajes. Por todo el bosque resonaban ya los gritos y algazara, cuando seso de pronto el ruido y enmudecieron todos los labios. Tibisay apareció en medio del circulo, hermosa a la luz fantástica de las hogueras, recogida la manta sobre le brazo, con la mirada dulce y expresivo y el continente altivo. Lanzó tres gritos graves y prolongados, que acompaño con su sonido el fotuto sagrado, y luego extasió a los indios con la magia de su voz. Oíd el canto de los guerreros del Mucujún: "Corre veloz el viento; corre veloz el agua; corre veloz la piedra que cae de la montaña". "Corred guerreros; volad en contra del enemigo; corred veloces como el viento, como el agua, como la piedra que cae de la montaña". "Fuerte es el árbol que resiste al viento; fuerte es la roca que resiste al río, fuerte es la nieve de nuestros páramos que resiste al sol". "Pelead guerreros, pelead, valientes, mostraos fuertes, como los árboles, como las rocas, como las nieves de la montaña". "Este es el canto de los guerreros del Mucujún". Un grito unánime de bélico entusiasmo respondió a los bellos cantos de Tibisay. Concluida la danza, Murachí acompañó a Tibisay por entre la arboleda sombría. No había ya más luminarias que las estrellas titilantes en el cielo y las irradiaciones intermitentes del lejano catatumbo. Ambos caminaban en silencio con el dolor de la despedida en la mitad del alba y temeroso de pronunciar la postrera palabra ¡adiós!. Hay un punto en que los ríos Milla y Albarregas corren muy juntos casi en su origen. Los cerros ofrecen allí dos aberturas, a corta distancia una de otra, por donde los dos ríos se precipitan, siguiendo cañadas distintas para juntarse de nuevo y confundirse en uno solo, frente a los pintorescos campos de Liria, besando ya las plantas de la ciudad florecida, la histórica Mérida. En aquel
  • 8. punto solitario encubierto por los estribos de la serranía que casi lo rodean en anfiteatro, Murachí tenía su choza y su labranza. "¡Tibisay!", dijo a su amada el guerrero altivo, "nuestras bodas serán mi premio si vuelvo triunfante; pero si me matan, huye Tibisay, ocúltate en el monte, que no fije en ti sus miradas el extranjero, porque serias su esclava". El viento frío de la madrugada llevo muy lejos a los oídos de Murachí los tristes lamentos de la infortunada india, a quien dejaba en aquel apartado sitio, dueña ya de su choza y su labranza. Cuando la primera luz del alba coloreo el horizonte, por encima de los diamantinos picachos de la Sierra Nevada resonó grave y monótono el caracol salvaje por el fondo de los barrancos que sirven de foso profundos a la altiplanicie de Mérida. Los indios, organizados en escuadrones, estaban apercibidos para el combate. Pronto se diviso a lo lejos un bulto uniforme que avanzaba por la planicie, el cual fue entendiéndose y tomando formas tan extraordinarias a los ojos de los indios que el pánico paralizó sus movimientos por algunos instantes, pero a la voz del caudillo, la turba se precipita como desbordado torrente prorrumpiendo en gritos horribles y llenando el aire con sus emponzoñadas flechas. Murachí iba a la cabeza, blandiendo en alto la terrible macana y transfigurando el rostro por el furor. Súbita detonación detiene a los indios: palidecen todos llenos de espanto; se estrechan unos contra otros, dando alaridos de impotencia; y bien pronto se dispersan, buscando salvación en los bordes de los barrancos, por donde desaparecen en tropel. Sólo Murachí rompe su macana en la armadura del que fuera conquistador, sólo el bravo Murachí ve de cerca aquellos animales espantosos que ayudaban a sus enemigos en la batalla, pero también sólo él ha quedado tendido en el campo, muerto bajo el casco de los caballos. El clarin castellano tocó victoria y la tierra toda quedó bajo el dominio del Rey de España. Cerca de las márgenes del apacible Milla, en aquel sitio apartado y triste, abrióse un hoyo al pie de la peña para sepultar a Murachí, con sus
  • 9. armas, sus alhajas y las ramas olorosas que Tibisay cortó en el bosque para la tumba de su amada. Tibisay vivió desde entonces sola con su dolor y sus recuerdos en aquella choza querida. Sus cantos fueron en adelante tristes como los de la alondra herida. Los indios admiraban con cierto sentimiento de religioso cariño y la colmaban de presentes. Era para ellos un símbolo de su antigua libertad y al mismo tiempo un oráculo que consultaban sigilosos. Ya los españoles señoreaban la tierra y gobernaban a los indios. Sólo Tibisay vivía libre en la garbaba de aquellos montes o entre las selvas de sus contornos, pero era un misterio su vida, algo como un mito de los aborígenes, que atraía a los españoles con el fantástico poder de las ficciones poéticas. Ningún conquistador había logrado verla todavía, sin embrago, nadie ponía en duda su existencia. Decíanles los indios que era una princesa muy hermosa, viuda de un guerrero afamado, a quien había prometido vivir escondida en los montes mientras hubiese extranjeros en sus nativas Sierras. Era un encanto la voz de la fugitiva, que los cazadores oían de vez en cuando por aquellos agrestes sitios, como el eco de una música triste que hería en la mitad del alma y hacia saltar las lagrimas. En sus labios el dialecto muisca, su legua nativa, sonaba dulce y melodioso y no era menester entenderlo para sentirse conmovido el corazón.