El emperador envió a un talentoso pintor a explorar nuevos territorios recién conquistados y traer de vuelta imágenes pintadas, pero el pintor regresó sin ningún cuadro. En su lugar, pintó un gran fresco en el palacio que representaba todo el paisaje que había visto, explicándole al emperador cada detalle. Al final, el pintor pareció adentrarse en el fresco y desaparecer dentro del paisaje, dejando el muro vacío.