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EPIFANÍA EN BERLÍN
  POR J.G. DEL SOL, MEZCLANDO MUY LIBERTINAMENTE LA LEYENDA DE LOS REYES MAGOS, “EN UN
                       LUGAR DE LA TOSCANA” Y “LA VIDA DE LOS OTROS”


Albrecht se sentó al fin detrás de su escritorio. Delante, desafiadora, una máquina de escribir, una
vieja reliquia de sus tiempos de correo al otro lado del Muro. Una Colibri que había pasado de
disidente en disidente, cumpliendo mecánicamente su misión de llevar al Oeste la imaginación y la
tristeza de aquellos otros alemanes.

Verla delante obraba en él siempre el mismo efecto de remembranza, que casi siempre se desprendía
de su mente con un vigoroso “¡Vamos allá!” mental seguido de un leve juego de muñecas, el típico
chasquido de las falanges y el rítmico sonido de las teclas duras como demonios en comparación
con las suaves depresiones del teclado de su moderno portátil. Sólo que aquél era para el día a día,
los artículos de opinión y las charlas con los amigos allende distintos mares,mientras que la rudeza
del tac-tac-tac, el grano casi palpable del papel y los matices de la tinta impregnando la trama
también dura del papel reciclado eran para él los únicos (y esenciales) componentes del marco en el
que hacer Literatura.

Aunque “Literatura” era para sus obras un apelativo ya prácticamente burlón, inexacto desde hacía
décadas. Quizás las que llevaba sin franquear ilegalmente y sin cobertura ningún muro. Si a otros
hombres la adrenalina del miedo a morir les excita sexualmente, aquellos lejanos días él sublimaba
tal vez su libido en inspiración para escribir.

Pero incluso así, tras muchos años sin sacar al mercado literario más animado de Europa nada
reseñable, seguía poniéndose cada noche a escribir en su vieja máquina.

No tenía ninguna gran historia entre manos, ni recordaba que le hubiera pasado durante el día nada
reseñable. Cinco de enero... Se puso a teclear de forma mecánica, mientras su mente divagaba,
pergeñando alguna descripción que le pudiera venir bien para más adelante...

Mientras escribía, recordó algo de la mañana...

   –   Buenos días, señor Houser.
   –   Buenos días, señora Sturm. ¿Cómo le va?
   –   Bien, diremos, aunque pudo ser peor; mi pequeño Erwin tuvo ayer una caída, está en el
       hospital, que están allí mis hermanas. No me dejaron quedarme, no es grave, pero parece
       que tendrán que operarle y le escayolarán...
   –   Lo siento mucho, señora. Espero que todo salga bien...
   –   Descuide, don Albrecht, es usted muy amable...

Y siguió caminando.

Y siguió escribiendo... En la oficina, poco antes de ir a comer:

   –   Danika, ¿podría decirme a qué hora,,,?¿Pero qué le ocurre?
   –   Disculpe, señor Albrecht -entre sollozos Danika le explica que su novio, soldado en el
       Ejército se marcha a Afganistán dos días después...

Albrecht recordó lo que le costó consolar a su triste secretaria, y cómo una taza del termo de té que
siempre se hacía él mismo, terminó por calmarla...
Siguió escribiendo.

Saliendo de la oficina, las luces de la ciudad se burlaban ya del cielo apagado y oscurecido de las
seis de la tarde berlinesa, fría y ni siquiera navideña ya.

   –   Por favor, déme usted algo, no tengo para cenar esta noche...

Albrecht echó mano al bolsillo y depositó en la palma de la mano del indigente la primera moneda
que encontró, de un euro. Pensó que tal vez la piel morena del paisano podía indicar un origen del
Sur y que seguramente si allí fuesen tan conscientes de lo que costaba aquella moneda... Pero
pronto se perdió casi de la misma manera por las calles que entre sus pensamientos.

Y Albrecht escribió y escribió hasta caer rendido...

                               *********************

A la mañana siguiente Albrecht se levantó en su cama, fresco y descansado. Tras su rutina matutina,
se dirigió a su oficina. Danika tenía libre, así que aprovecharía para terminar algunos artículos
pendientes y rechazar todas las citas que llegasen. Cada vez se sentía más agobiado con la vida
social.

Sin embargo, cuando llegó, se encontró con que Danika ya había llegado, y que esperaba sonriente.

   –   Pero... Bueno, déjelo, ¿y Dieter? ¿Cómo lleva lo de marcharse?
   –   Oh, estupendamente. Se licencia mañana, y al día siguiente empezaremos a buscar un piso...

Entre el frenesí habitual en el trabajo de Danika y su propio aturdimiento, no pudo decir mucho
más. No recordaba haber empezado nunca un día de forma tan extraña.

Al salir de la oficina se le ocurrió mirar, pero no, no había ningún mendigo mediterráneo cerca.
Llegando ya a casa, se encontró con la señora Sturm:

   –   Buenas noches, señora Sturm, ¿cómo se encuentra su hijo? ¿Le operaron?
   –   ¿Operarle? ¡Pero qué ocurrencias tiene, don Albrecht! No, no, fue un simple esquince de
       tobillo, seguro que pasado mañana vuelve a darnos guerra en el colegio...

Mientras la señora Sturm se alejaba, la sensación de que debía de estar en alguna especie de
“realitiy” de bromas televisivas se afianzaba como explicación más racional en la mente de
Albrecht.

Cuando entró en su casa, Albrecht notó algo extraño, aunque no llegaba a saber qué exactamente.
Su mirada tropezó con un reloj de mesa que también daba la fecha: 5 de enero. “No puede ser”,
pensó, y musitó...

Su mirada vagó rápidamente y llegó hasta la mesa del salón donde solía escribir.Allí estaba su
Colibri... ¡y tres tacos separados de folios escritos! A sus espaldas, sonó una voz:

   –   Muchas gracias, Albrecht.

Se volvió rápidamente y encontró a tres hombres de trajes discretos donde estaba dispuesto a jurar
que antes no había nadie.
–    ¿Quiénes sois? ¡Coged el dinero, pero …!
   –    Ssshhhh, ¿no nos recuerdas, Albrecht? -dijo el hombre de color. Hizo un gesto con la mano,
        y Albrecht... supo.
   –    ¡Vosotros!

                                     – Tienes que escribirlos.
                              – ¡No! ¡No, no puedo! No lo entendéis...
                          – ¡Tú no entiendes! ¡Tienes el don y debes usarlo!
                           – ¡Pero qué don? Hace siglos que no publico...
    –   Eso es accesorio. Sabemos que eres el único en esta época capaz de obligar a la realidad a
                                         plasmar tus palabras!

   –    ¿Recuerdas ahora?
   –    S-sí...

La depresión del año anterior. La sequía de ideas, los meses sin escribir ni una línea fuera de los
aburridos artículos teóricos que le daban el sustento como filólogo. Miró hacia arriba, hacia la viga
de su extraño edificio de la que hacía un año intentó colgarse, algo que evitaron aquellos tres
extraños que había olvidado por completo desde entonces.

   –    ¿Yo.... yo he escrito esos tres libros?
   –    En efecto.
   –    ¡Pero cuándo?
   –    Este año. Cada vez que te sentabas a escribir.
   –    Pero son sólo folios...
   –    No, lee:

En el último folio de un taco:“Erwin siguió corriendo con el balón, sorteando contrarios. Uno le
entró de manera especialmente peligrosa, pero el joven Erwin logró esquivarlo y disparó a puerta;
aunque el balón no entró y al volver a apoyar el pie pisó mal y se torció el tobillo...”.

   –    Pero... No es posible.
   –    Claro que lo es. Para nosotros. Lee este otro:

“Danika esperaba a Dieter. Éste le había dicho que disponía de dos horas para estar con ella
aquel día. Lo vio llegar sonriendo, con traje de civil y luciendo aquella magnífica sonrisa. Llevaba
una flor en una mano, roja como la sangre, pero Danika empezó a comprender cuando Dieter llegó
hasta ella y en lugar de abrazarla se arrodilló y extendió la mano que llevaba oculta... “.

   –    ¿El otro es el del español mendicante?
   –    No es español, pero sí, es su historia.
   –    ¿Puedo...?
   –    No.
   –    Sigo sin entender... ¿Por qué yo? ¿Y qué es todo esto?¿Adónde se ha ido este año?
   –    Entenderías si vieses, y verías si supieses dónde mirar. Hoy es cinco de enero, la madrugada
        del seis, realmente. Hoy es la Epifanía, pero si hace dos milenios acudimos a la llamada de
        la estrella para agasajar y avisar, nuestra misión hoy es preparar un camino a alguien.
   –    Y las tres personas cuyas vidas has cambiado son esenciales en esa línea del mundo.
   –    No te preocupes por tu año. Se te ha concedido volver a vivirlo, una oportunidad de redimir
el pecado que ibas a cometer, que no deberías desaprovechar...
   –   Pero ese don del que habláis...
   –   Ya lo has usado para el bien. Sería sumamente peligroso que lo mantuvieras. Olvidarás todo
       esto..., o quizás aflore a la luz de tu subconsciente en forma de cuento...

                              *********************

Albrecht despertó de pronto. El olor a alcohol y a cuarto cerrado le medio mareó aún más. Con
cuidado para no tropezar con nada de las muchas cosas que poblaban el suelo se dirigió al baño. En
el camino vio los elementos de su plan. Aquélla sería su última noche de fracasado, aunque viviría
el día a tope.

O al menos eso había planeado. Porque de pronto le llegó la inspiración (cinco mil años de
Literatura después, aún nadie sabe describirlo bien). Sacó la vieja máquina Colibri del mueble, y se
puso a escribir un título: “Epifanía en Berlín”.

                              *********************

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Epifanía en Berlín

  • 1. EPIFANÍA EN BERLÍN POR J.G. DEL SOL, MEZCLANDO MUY LIBERTINAMENTE LA LEYENDA DE LOS REYES MAGOS, “EN UN LUGAR DE LA TOSCANA” Y “LA VIDA DE LOS OTROS” Albrecht se sentó al fin detrás de su escritorio. Delante, desafiadora, una máquina de escribir, una vieja reliquia de sus tiempos de correo al otro lado del Muro. Una Colibri que había pasado de disidente en disidente, cumpliendo mecánicamente su misión de llevar al Oeste la imaginación y la tristeza de aquellos otros alemanes. Verla delante obraba en él siempre el mismo efecto de remembranza, que casi siempre se desprendía de su mente con un vigoroso “¡Vamos allá!” mental seguido de un leve juego de muñecas, el típico chasquido de las falanges y el rítmico sonido de las teclas duras como demonios en comparación con las suaves depresiones del teclado de su moderno portátil. Sólo que aquél era para el día a día, los artículos de opinión y las charlas con los amigos allende distintos mares,mientras que la rudeza del tac-tac-tac, el grano casi palpable del papel y los matices de la tinta impregnando la trama también dura del papel reciclado eran para él los únicos (y esenciales) componentes del marco en el que hacer Literatura. Aunque “Literatura” era para sus obras un apelativo ya prácticamente burlón, inexacto desde hacía décadas. Quizás las que llevaba sin franquear ilegalmente y sin cobertura ningún muro. Si a otros hombres la adrenalina del miedo a morir les excita sexualmente, aquellos lejanos días él sublimaba tal vez su libido en inspiración para escribir. Pero incluso así, tras muchos años sin sacar al mercado literario más animado de Europa nada reseñable, seguía poniéndose cada noche a escribir en su vieja máquina. No tenía ninguna gran historia entre manos, ni recordaba que le hubiera pasado durante el día nada reseñable. Cinco de enero... Se puso a teclear de forma mecánica, mientras su mente divagaba, pergeñando alguna descripción que le pudiera venir bien para más adelante... Mientras escribía, recordó algo de la mañana... – Buenos días, señor Houser. – Buenos días, señora Sturm. ¿Cómo le va? – Bien, diremos, aunque pudo ser peor; mi pequeño Erwin tuvo ayer una caída, está en el hospital, que están allí mis hermanas. No me dejaron quedarme, no es grave, pero parece que tendrán que operarle y le escayolarán... – Lo siento mucho, señora. Espero que todo salga bien... – Descuide, don Albrecht, es usted muy amable... Y siguió caminando. Y siguió escribiendo... En la oficina, poco antes de ir a comer: – Danika, ¿podría decirme a qué hora,,,?¿Pero qué le ocurre? – Disculpe, señor Albrecht -entre sollozos Danika le explica que su novio, soldado en el Ejército se marcha a Afganistán dos días después... Albrecht recordó lo que le costó consolar a su triste secretaria, y cómo una taza del termo de té que siempre se hacía él mismo, terminó por calmarla...
  • 2. Siguió escribiendo. Saliendo de la oficina, las luces de la ciudad se burlaban ya del cielo apagado y oscurecido de las seis de la tarde berlinesa, fría y ni siquiera navideña ya. – Por favor, déme usted algo, no tengo para cenar esta noche... Albrecht echó mano al bolsillo y depositó en la palma de la mano del indigente la primera moneda que encontró, de un euro. Pensó que tal vez la piel morena del paisano podía indicar un origen del Sur y que seguramente si allí fuesen tan conscientes de lo que costaba aquella moneda... Pero pronto se perdió casi de la misma manera por las calles que entre sus pensamientos. Y Albrecht escribió y escribió hasta caer rendido... ********************* A la mañana siguiente Albrecht se levantó en su cama, fresco y descansado. Tras su rutina matutina, se dirigió a su oficina. Danika tenía libre, así que aprovecharía para terminar algunos artículos pendientes y rechazar todas las citas que llegasen. Cada vez se sentía más agobiado con la vida social. Sin embargo, cuando llegó, se encontró con que Danika ya había llegado, y que esperaba sonriente. – Pero... Bueno, déjelo, ¿y Dieter? ¿Cómo lleva lo de marcharse? – Oh, estupendamente. Se licencia mañana, y al día siguiente empezaremos a buscar un piso... Entre el frenesí habitual en el trabajo de Danika y su propio aturdimiento, no pudo decir mucho más. No recordaba haber empezado nunca un día de forma tan extraña. Al salir de la oficina se le ocurrió mirar, pero no, no había ningún mendigo mediterráneo cerca. Llegando ya a casa, se encontró con la señora Sturm: – Buenas noches, señora Sturm, ¿cómo se encuentra su hijo? ¿Le operaron? – ¿Operarle? ¡Pero qué ocurrencias tiene, don Albrecht! No, no, fue un simple esquince de tobillo, seguro que pasado mañana vuelve a darnos guerra en el colegio... Mientras la señora Sturm se alejaba, la sensación de que debía de estar en alguna especie de “realitiy” de bromas televisivas se afianzaba como explicación más racional en la mente de Albrecht. Cuando entró en su casa, Albrecht notó algo extraño, aunque no llegaba a saber qué exactamente. Su mirada tropezó con un reloj de mesa que también daba la fecha: 5 de enero. “No puede ser”, pensó, y musitó... Su mirada vagó rápidamente y llegó hasta la mesa del salón donde solía escribir.Allí estaba su Colibri... ¡y tres tacos separados de folios escritos! A sus espaldas, sonó una voz: – Muchas gracias, Albrecht. Se volvió rápidamente y encontró a tres hombres de trajes discretos donde estaba dispuesto a jurar que antes no había nadie.
  • 3. ¿Quiénes sois? ¡Coged el dinero, pero …! – Ssshhhh, ¿no nos recuerdas, Albrecht? -dijo el hombre de color. Hizo un gesto con la mano, y Albrecht... supo. – ¡Vosotros! – Tienes que escribirlos. – ¡No! ¡No, no puedo! No lo entendéis... – ¡Tú no entiendes! ¡Tienes el don y debes usarlo! – ¡Pero qué don? Hace siglos que no publico... – Eso es accesorio. Sabemos que eres el único en esta época capaz de obligar a la realidad a plasmar tus palabras! – ¿Recuerdas ahora? – S-sí... La depresión del año anterior. La sequía de ideas, los meses sin escribir ni una línea fuera de los aburridos artículos teóricos que le daban el sustento como filólogo. Miró hacia arriba, hacia la viga de su extraño edificio de la que hacía un año intentó colgarse, algo que evitaron aquellos tres extraños que había olvidado por completo desde entonces. – ¿Yo.... yo he escrito esos tres libros? – En efecto. – ¡Pero cuándo? – Este año. Cada vez que te sentabas a escribir. – Pero son sólo folios... – No, lee: En el último folio de un taco:“Erwin siguió corriendo con el balón, sorteando contrarios. Uno le entró de manera especialmente peligrosa, pero el joven Erwin logró esquivarlo y disparó a puerta; aunque el balón no entró y al volver a apoyar el pie pisó mal y se torció el tobillo...”. – Pero... No es posible. – Claro que lo es. Para nosotros. Lee este otro: “Danika esperaba a Dieter. Éste le había dicho que disponía de dos horas para estar con ella aquel día. Lo vio llegar sonriendo, con traje de civil y luciendo aquella magnífica sonrisa. Llevaba una flor en una mano, roja como la sangre, pero Danika empezó a comprender cuando Dieter llegó hasta ella y en lugar de abrazarla se arrodilló y extendió la mano que llevaba oculta... “. – ¿El otro es el del español mendicante? – No es español, pero sí, es su historia. – ¿Puedo...? – No. – Sigo sin entender... ¿Por qué yo? ¿Y qué es todo esto?¿Adónde se ha ido este año? – Entenderías si vieses, y verías si supieses dónde mirar. Hoy es cinco de enero, la madrugada del seis, realmente. Hoy es la Epifanía, pero si hace dos milenios acudimos a la llamada de la estrella para agasajar y avisar, nuestra misión hoy es preparar un camino a alguien. – Y las tres personas cuyas vidas has cambiado son esenciales en esa línea del mundo. – No te preocupes por tu año. Se te ha concedido volver a vivirlo, una oportunidad de redimir
  • 4. el pecado que ibas a cometer, que no deberías desaprovechar... – Pero ese don del que habláis... – Ya lo has usado para el bien. Sería sumamente peligroso que lo mantuvieras. Olvidarás todo esto..., o quizás aflore a la luz de tu subconsciente en forma de cuento... ********************* Albrecht despertó de pronto. El olor a alcohol y a cuarto cerrado le medio mareó aún más. Con cuidado para no tropezar con nada de las muchas cosas que poblaban el suelo se dirigió al baño. En el camino vio los elementos de su plan. Aquélla sería su última noche de fracasado, aunque viviría el día a tope. O al menos eso había planeado. Porque de pronto le llegó la inspiración (cinco mil años de Literatura después, aún nadie sabe describirlo bien). Sacó la vieja máquina Colibri del mueble, y se puso a escribir un título: “Epifanía en Berlín”. *********************