9. CAMPO ABIERTO: LA CIUDAD A LO LEJOS.
• Woyzeck y Andrés cortan varas en los matorrales.
• WOYZECK.-
• Si, Andrés; ahí, sobre aquella franja de hierba, ahí
rueda la cabeza por la
• noche; uno la levantó una vez, pensaba que era
un erizo. Tres días y tres
• noches, y yacía en la caja. (Bajando la voz)
Andrés, eran los masones, ahora
• ya lo sé, los masones chss...
• Andrés canta.
• ANDRÉS.-
• Dos conejos en el prado.
• Se han comido todo el verde, verde...
• WOYZECK.- ¡Calla! ¡Algo se mueve! ¡Escucha!.
• ANDRÉS.- Se han comido todo el verde, verde...
• Y ni una hierba han dejado.
• WOYZECK.-
• Se mueve tras de mí, debajo de mí. (Golpea el
suelo), está hueco, ¿lo oyes?. El
• suelo está hueco aquí. ¡Los masones!,
• ANDRÉS.- Tengo miedo.
• WOYZECK.- Tan raro es el silencio. Que deseo
contener la respiración. ¡Andrés!.
• ANDRÉS.- ¿Qué?.
• Woyzeck Mira fijamente hacia el horizonte, tras
la retirada Woyzeck arrastra a Andrés hasta
• la maleza.
• WOYZECK.-
• ¡Di algo!.
• ¡Andrés! ¡Qué claridad! Un fuego recorre el cielo
y se oye un estruendo como
• de trombones. ¡Se nos hecha encima!. Vamos.
No mires atrás.
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11. Primera escena de Wendla con su madre:
• Wendla – Mamá, ¿por qué me hiciste tan largo el vestido?
• Sra. Bergmann – ¡Hoy cumples catorce años!
• Wendla – Si hubiera sabido que ibas a hacerme un vestido tan largo, había preferido no
cumplirlos.
• Sra. Bergmann – El vestido no es tan largo Wendla. ¡Qué quieres! ¡No es mi culpa que
cada primavera mi hija crezca cinco centímetros más! Una mujercita como tú no debe
de andar con un trajecito de princesa.
Escena final en el cementerio:
• Melchor – ¿De dónde vienes?
• Moritz (Mauricio) – De allá… junto al muro. Al pasar derribaste mi cruz. Estoy enterrado
junto al muro… Dame la mano, Melchor…
• Melchor – ¿Y usted quién es?
• Hombre enmascarado – Ya verás quién soy. (A Moritz –Mauricio–). Tenga la bondad de
retirarse. ¿Qué hace usted aquí? ¿Por qué lleva su cabeza bajo el brazo?
• Moritz (Mauricio) – Me pegué un tiro…
• Hombre enmascarado – ¡Entonces, quédese en el lugar que corresponde! No nos
moleste con su olor a sepulcro. ¡Es inconcebible! Fíjese usted en sus dedos: se
pulverizan…
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13. • Inferno (fragmento)
"¡Qué delicia pronunciar esa palabra de madre que no he proferido desde hace
treinta años! La vieja, de la orden de san Agustín, que lleva el traje de los muertos
porque nunca ha vivido la vida, dulce como la resignación, nos enseña a sonreír a
los sufrimientos como si fuesen alegrías, porque ella conoce los beneficios del
dolor. Ni una palabra de reproche, ni regañinas, ni exhortaciones. Conoce el
reglamento de los hospitales laicos, y sabe conceder pequeñas licencias a los
enfermos, pero no a sí misma. Por ejemplo, me permite fumar en mi cuarto y ella
misma se ofrece para liarme los cigarrillos, oferta que declino. Me consigue
permiso para salir, fuera de las horas ordinarias, y, al descubrir que me dedico a la
química, consigue que me reciba el sabio farmacéutico del hospital, que me presta
libros y que, tras exponerle mi teoría sobre la constitución de los cuerpos simples,
me invita a trabajar en el laboratorio. Esta monja ha jugado un papel en mi vida, y
empiezo a reconciliarme con mi destino, alabando la buena desgracia que me ha
guiado hasta este techo bendito. "
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15. ALFRED DOBLIN"Y volví el rostro y vi todas las injusticias que hay bajo la capa del cielo, y he aquí
que había lágrimas en los que padecían injusticia sin que nadie los consolara, y los que cometían
la injusticia eran demasiado poderosos. Y alabé a los muertos, porque habían muerto ya. "
También muchas mujeres y chicas van por la Alexanderstrasse y la Alexanderplatz, con un
feto en el vientre al que la ley protege. Y mientras, fuera, las mujeres y las chicas sudan
con este calor, el feto se está tranquilamente en su rincón, la temperatura es
exactamente la que le conviene, y se pasea por la Alexanderplatz, pero muchos fetos no
lo pasarán bien luego, harían mejor en no cantar victoria demasiado pronto.
Y hay otros que andan por allí, robando lo que pueden, unos tienen la tripa llena, otros
piensan en cómo llenársela. Los almacenes Hahn están completamente derruidos, pero
los demás edificios están llenos de tiendas, aunque sólo parecen tiendas, en realidad no
son más que gritos, gritos de reclamo, trinos, arrullos, gorjeos sin bosque.
Y volví el rostro y vi todas las injusticias que hay bajo la capa del cielo, y he aquí que había
lágrimas en los que padecían injusticia sin que nadie los consolara, y los que cometían la
injusticia eran demasiado poderosos. Y alabé a los muertos, porque habían muerto ya.
A los muertos elogié. Cada cosa tiene su tiempo, coser y desgarrar, conservar y arrojar. A
los muertos elogié, que yacen bajo los árboles, que duermen.
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19. FRANZ WERFEL
Le dio un beso de despedida
y todavía tomé nerviosamente tu mano.
Te aviso una y otra vez:
Cuidado con esto y aquello
el hombre es mudo.
Cuando es que el pito, suene el pito,
finalmente?
Siento que nunca más te voy a ver en este
mundo.
Y digo palabras simples - no entiendo.
El hombre es estúpido.
Sé que, si te perdiese,
quedaría muerto, muerto, muerto,
muerto.
Y todavía así, quería huir.
Dios mio, como me apetece un cigarro!
el hombre es estúpido.
Se habia ido
Yo por mi, perdido por las calles y
ahogado por las lágrimas,
miro a mi alrededor, confundido.
Porque ni las lágrimas pueden decir
RAINIER MARIA RILKE
Día de otoño
Señor: es hora. Largo fue el verano.
Pon tu sombra en los relojes solares,
y suelta los vientos por las llanuras.
Haz que sazonen los últimos frutos;
concédeles dos días más del sur,
úrgeles a su madurez y mete
en el vino espeso el postrer dulzor.
No hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas.
GEORG TRAKL
Culpa de sangre
La noche se avecina al lugar de nuestros
besos.
Se oye un susurro: ¿quién los exime de la
culpa?
Trémulos aún por la hollinienta dulce
lujuria
Rezamos: ¡Santa María, allá en tu gloria,
perdónanos!
De las macetas con flores brota un voraz
olor
que seduce nuestras frentes pálidas de
culpa.
Cansados bajo el perfume de los aires
húmedos
Soñamos: ¡Santa María, allá en tu gloria,
perdónanos!
Pero más fuerte aún brama el pozo de las
sirenas
y surge, aún más negra, la esfinge ante
nuestra culpa,
que hace a nuestros corazones más