Comparto mi Prueba de Evaluación Continua número 4 de la asignatura de Fundamentos Psicosociales del Comportamiento Humano, cursada en el grado de psicología de la Universitat Oberta de Catalunya durante el semestre empezado en septiembre del 2020.
Reseña completa en https://aprendizajecompartido.home.blog/2021/01/10/fundamentos-psicosociales-del-comportamiento-humano/
c3.hu3.p3.p2.Superioridad e inferioridad en la sociedad.pptx
Fundamentos Psicosociales del Comportamiento Humano PEC4
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PEC4 – La influencia social en tiempos de pandemia
Por María González Amarillo
La nueva norma explícita probablemente más notable promovida por la pandemia actual
de Covid-19 se basa en el uso obligado, y castigado con multa en caso de
incumplimiento, de la mascarilla en espacios públicos (La Moncloa, 2020). Este acto no
formaba parte en absoluto de las costumbres y obligaciones de la cultura occidental
antes de la epidemia. Después, una segunda norma explícita que impacta enormemente
la vida social consiste en la limitación del número de personas que pueden reunirse en
espacios públicos y privados, medida que va variando por localidades, cifras de
contagios y riesgos. Un ejemplo, aunque susceptible de modificarse, es el anuncio de la
permisión de un máximo de seis personas durante el periodo navideño (Europa Press,
2020).
Como primer ejemplo de norma implícita está el impulso informal de evitar salidas de
más a la calle por medio de la abundante y selectiva adquisición de productos en
supermercados. Muchos ciudadanos se están acostumbrando a adaptar sus compras para
reducir su exposición al exterior y para consumir en casa lo que normalmente
disfrutarían en bares y restaurantes (El Periódico, 2020). Otra norma implícita se apoya
en el saludo sin contacto físico, práctica que se ha extendido enormemente en todos los
ámbitos, incluyendo los más íntimos. El cambio de esta tradición social de fuerte
arraigo en muchos países ha venido acompañado de gran creatividad a la hora de pensar
en otras formas de saludarse, como la del choque de pies o ponerse la mano sobre el
corazón (Junior Report, 2020).
En especial las dos normas explícitas citadas, pero también la del rechazo al contacto
físico, han sido ampliamente aceptadas y acogidas, lo cual muestra un gran sentido de la
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normalidad, es decir, del deseo de la mayor parte de los ciudadanos de encajar en lo que
“se espera de ellos” y de no destacar ni ser excluidos o repudiados. Esta actitud
generalizada abre paso a una conducta uniforme gracias al seguimiento coherente de la
postura fomentada por las autoridades políticas y el sector médico bajo la motivación de
protegerse y de evitar que su potencial identidad solidaria y batallante contra la Covid-
19 se vea cuestionada (Feliu i Samiel-Lajeunesse, 2016).
No obstante, los negacionistas de la pandemia encarnarían un buen ejemplo de una
minoría que ni concuerda con la normalidad ni responde a la uniformidad descrita ni
parece resentirse ante la posibilidad de que su identidad se perciba como diferente. Es
más, parte de ellos se enorgullece de defender una postura dispar, tachando a los que
creen en la existencia del virus de tontos, ignorantes e influenciables (Del Castillo,
2020) y favoreciendo, así, una distintividad social positiva hacia sí mismos por medio
del proceso subjetivo de comparación con el exogrupo (Pujal i Llombart, 2016).
Con respecto a salir lo menos posible a la calle y, consecuentemente, efectuar compras
más voluminosas, las estadísticas revelan que goza también de un apoyo general
bastante normalizado y uniformado al haberse convertido en un hábito para muchas
personas (El Periódico, 2020). Ya no llama la atención que alguien lleve el carro de la
compra extremadamente lleno o que a veces se agoten determinados productos. En este
caso, la identidad de las personas no se vería tan rápidamente cuestionada porque el
nivel personal de consumo admite un rango más amplio de actuación sin ser juzgado,
pero salir frecuentemente a la calle sí provocaría mayor impacto sobre la percepción de
los demás hacia uno mismo.
Pasando a examinar la actitud de los policías de balcón, se les podría considerar una
notable muestra del análisis ingenuo de la acción de Heider, ya que no consideran todas
las posibles explicaciones de por qué otros ciudadanos salen a la calle sino que tienden a
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vincularlo con que favorecen la expansión de la pandemia en lugar de precisamente lo
contrario en ciertas ocasiones: que pueden ser personas luchando contra ella, como el
personal sanitario, y ayudándoles a hacer una vida lo más “normal” posible, como en el
caso de las cajeras de supermercados. Por ende, los policías de balcón enlazan dos
acciones que, aunque puedan tener lugar, son independientes entre sí a la vez que
focalizan el cien por cien de la responsabilidad en causas internas sin plantearse otras
externas como sus trabajos o necesidades especiales de salud (Mahtani, 2020).
Siguiendo con esta línea, Jones y Davis nos ayudarían también a identificar que estos
vigilantes espontáneos se agarran a la aparente ruptura de la norma de no salir a la calle
para juzgar a esos viandantes y asignarles indiscriminadamente las etiquetas de
malvados, rebeldes, inconscientes y anormales a raíz de la percepción de su conducta
como aventurada y en contra de las expectativas y normas establecidas.
Por último, el tipo de atribución popularizada por Weiner anima a hipotetizar que estos
policías de balcón quizá experimenten el hecho de que algunas personas estén en la
calle como un fracaso general de la capacidad de la sociedad española para actuar de
manera correcta, sentimiento que les lanza hacia prácticas acusadoras.
Aplicando ahora el modelo de Kelley al contexto pandémico actual, se podría concluir
que el alto consenso hacia la recomendación de permanecer en casa y la elevada
consistencia subjetivamente asignada a los viandantes serían el caldo de cultivo de la
actitud agresiva y reprochadora de los policías de balcón. La percepción de dicha alta
consistencia procedería de la convicción de que las salidas a la calle se deben a
motivaciones egoístas en lugar de a razones externas, dibujando una representación de
los viandantes de carácter permanentemente rebelde y desafiador hacia la epidemia. Si
sumamos a ello la posible asunción de que quien sale a la calle se comporta de manera
sistemáticamente negligente en cualquier situación en sociedad, pecando de una baja
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distintividad que resultaría negativa para el conjunto de la población, el cuadro
resultante juzgador y sesgado por parte de los policías de balcón sostiene con fuerza la
atribución de la acción al viandante en vez de a la situación o a las circunstancias.
Varios sesgos podrían entrar también en juego en el proceso atribucional de los policías
de balcón, empezando por el error fundamental de tender a atribuir responsabilidades a
causas internas antes que externas. Le seguiría el efecto actor-observador, que implica
que quien actúa pensaría antes en atribuciones externas para con su conducta, como
ocurre en enfermeras y cajeras de supermercado, mientras que quien observa recurrirá
más fácilmente a atribuciones disposicionales, como ilustran increpaciones tales como
“¡Estás loca!” y “¡Vuelve a casa, que no tienes vergüenza!” (Mahtani, 2020).
La creencia en un mundo justo terminaría de pulir la atribución de la responsabilidad
por sus acciones a los propios viandantes, justificando el impulso agresivo hacia ellos
en la suposición de que sus faltas no solo repercutirán en sí mismos, que lo merecerían
según este tercer sesgo, sino en todos los demás, que no lo merecerían al estar, en teoría,
esforzándose en “hacer las cosas bien”.
Finalmente, de la mano de los sesgos previos iría el del falso consenso, que alentaría a
los policías de balcón a insultar y gritar a los paseantes al sentirse apoyados por
familiares y amigos que piensen igual, otros vecinos que se unan al ritual de vigilia de la
calle, posibles programas de televisión que sostengan sus posturas, etc., apoyos
selectivamente escogidos, aunque no siempre de manera consciente.
A continuación, dejamos atrás el grupo de estudio de los vecinos “justicieros” para
explorar al conjunto social formado por los negacionistas de la pandemia de Covid-19.
Estos constituirían una minoría opuesta a la postura dominante y cumplidora de las
normas implantadas y evocadas por algunas de las esferas sociales que inspiran mayor
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autoridad general: políticos y médicos. Podrían dar la impresión de ser una minoría
puramente anómica, ya que parecen limitarse a expresar su descontento hacia las reglas
establecidas, pero algunas de sus prácticas les transforman en una minoría nómica al
integrar procedimientos comunicativos y organizativos, así como una cierta propuesta
de valores basadas en concienciar al resto de la población y en desmantelar un supuesto
montaje conspiratorio y oprimente.
Paralelamente, se distingue en ellos una consistencia tanto diacrónica como sincrónica,
ya que su postura perdura en el tiempo a la vez que es reproducida por el conjunto de
sus integrantes. Asimismo, desprenden un estilo de negociación rígido que, aunque
despierte el repudio feroz de muchos y la atribución de intereses personales, no puede
negarse que abre paso al debate en sociedad y al análisis y discusión de la gestión de la
crisis sanitaria. Por tanto, la influencia indirecta de este grupo anti-Covid es innegable.
Como último apunte descriptivo, la minoría negacionista se podría considerar
heterodoxa a raíz de presentar de manera grupal y medianamente estructurada sus
argumentos como unos ideales a seguir que, en la sociedad democrática actual,
supondrían una innovación al pretender que el pueblo fuera el que tomara las riendas de
la situación por encima de las autoridades.
Algunas de las prácticas que el colectivo negacionista realiza para tratar de convencer a
la mayoría son sus denuncias en manifestaciones y redes sociales, su búsqueda y
difusión de explicaciones y teorías en contra de la existencia del virus y sus ataques
sistemáticos al, para ellos, exogrupo. Así, sus prácticas parecen orientarse a la
descalificación pública del sentido común de la mayoría y a la ácida crítica verbal,
destacando comentarios del calibre del siguiente en Twitter hecho por el usuario
@eldoctorpapaya y mencionado en un artículo de Carlos del Castillo: “Si no tuviera
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padres, hace meses que habría matado a un covidiota. Son gente ignorante y mala que
merece morir” (2020).
En cuanto a qué hacen los grupos favorables a la gestión de la pandemia para evitar que
los negacionistas sean convincentes, no cabe duda de que la psicologización está muy
extendida en espacios informales. Un ejemplo son las aportaciones de lectores de prensa
digital, que comparten comentarios como “Una gran parte de estos negacionistas lo que
son es unos fachas” o “absolutos descerebrados, que, al parecer, no recibieron suficiente
cariño y atención de sus papás y abuelitos y ahora necesitan vociferar sus teorías
conspiranoicas y absurdas para reclamar la atención de la que carecen en sus pobres
vidas” (del Castillo, 2020). Estas intervenciones buscan desacreditar a los negacionistas
partiendo de sus supuestas características e intereses personales más que de sus
creencias.
Tampoco faltan argumentos más formales en los que se cuestiona la validez de los
argumentos negacionistas por falta de lógica, veracidad y coherencia, como implica el
análisis de la investigadora Congosto en Twitter, cuyas pesquisas persiguen la
exploración de los perfiles de la minoría para identificarla y categorizarla de la manera
más científica posible (del Castillo, 2020).
Parte de la adherencia a las nuevas normas establecidas se encuentra justificada en un
aspecto ya mencionado: la percepción de autoridad. Como Milgram sacó a relucir, la
manera en que la sociedad occidental está configurada se sustenta sobre una jerarquía
que promueve el estado agente en las personas, un modo de vivir acomodado en la
aceptación de las órdenes e instrucciones procedentes de los grupos socialmente
percibidos como expertos (Feliu i Samiel-Lajeunesse, 2016). El imperativo ético de
seguir las indicaciones de personalidades científicas es más fuerte en la mayoría de la
población que el cuestionamiento y priorización de la perspectiva y del juicio
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interpersonales, los cuales, por el contrario, sí irrumpen en la escena pública con fuerza
en la actitud expuesta por los grupos negacionistas o personas que muestran
activamente su desacuerdo con las medidas impuestas.
Por tanto, si bien la percepción social de autoridad y la educación de padres a hijos
basada en la obediencia juegan un rol enorme en la absorción del acatamiento de las
normas, en toda cuestión pública suele surgir tarde o temprano una minoría en contra.
De cara a la Covid-19, la resistencia a seguir las normas viene motivada por procesos
psicosociales como la incredulidad en las buenas intenciones de las figuras que ostentan
el poder o la creencia de que la mayoría actúa y piensa como un rebaño al servicio de
las autoridades (del Castillo, 2020).
Otro detonante de resistencia podría tener un fondo en la oposición hacia el partido
político dirigente, por ejemplo por parte de la extrema derecha radical, lo cual promueve
la creación de teorías para desacreditarlo de manera pública. No obstante, según
Congosto, este porcentaje sería bastante más reducido que el de “conspiranoicos”, al
menos de los que se pronuncian activamente en la red social Twitter, y harían falta más
datos para seguir identificando las características de este colectivo.
Por nuestra parte, la información con la que contamos ya permite discernir algunos
discursos y prácticas concretos de los negacionistas, pero comenzaremos retratando los
de la mayoría.
El discurso social motiva fuertemente a la mayoría de la población a cumplir con las
normas, fundamentalmente a través del intento de concienciación hacia la gravedad de
la enfermedad, el miedo al contagio y la necesidad de ser solidario y “buen ciudadano”.
A su vez, el discurso político y legal contribuye a acatar las reglas, puesto que hay
consecuencias económicas y hasta de prisión hacia quienes las incumplan. Estos
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discursos provienen, primeramente, de las esferas de autoridad ya mencionadas, en
buena parte ayudadas por la difusión a través de los medios de comunicación, y se
reproducen en sociedad, en las conversaciones cotidianas con familiares, amigos,
compañeros de trabajo, etc., ya sea en persona o, más comúnmente ahora, a través de la
pantalla, tanto en privado como por redes sociales.
Pasando a los grupos negacionistas, la desobediencia a las autoridades se encauza a
través del discurso del derecho, en concreto a la libertad, ya que los que están en
desacuerdo con las restricciones y la gestión de la situación se sienten oprimidos por las
decisiones que se están tomando por ellos y proclaman su derecho a elegir cómo vivir y
actuar. Lo pretendan intencionadamente o no, también construyen el discurso del odio,
ya que establecen una marcada separación entre ellos y el resto de la población,
manifestando sentimientos de una elevada agresividad e incitando a la violencia y la
“supresión” de los políticos que emiten las normas y de los “covidiotas” en general, los
que creen en la existencia del virus (del Castillo, 2020).
Sus prácticas también se localizan en redes sociales y en contextos de reunión familiar,
amistosa y hasta ciudadana en el caso de las manifestaciones que organizan, generando,
seguramente como ellos desean, interés público y mediático que retroalimenta a su vez
sus discursos difundiéndolos en plataformas informativas, de opinión, de
entretenimiento, etc.
Finalmente, poniéndonos en su lugar y dejando a un lado posibles intereses personales o
el nivel de falsedad de sus argumentos, nos cruzaríamos también con el discurso de la
justicia o, más específicamente, de la injusticia que denuncian que se está cometiendo
contra el pueblo español.
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REFERENCIAS
Del Castillo, C. (2020, septiembre 7). “Están creciendo mucho y son muy agresivos”:
los negacionistas de la pandemia se hacen fuertes en Twitter. ElDiario.es. [En
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y supermercados olvidados. El Periódico | Economía. [En línea]. Disponible en:
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