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¿Qué le pasó a David, el amado de Dios, aquella tarde? Se acaba de levantar de la siesta. Lo tenía todo. Dios le había enriquecido hasta desbordarle. Sube a la terraza de su palacio. Pasea. Sus ojos se encienden al ver a una mujer hermosa. Su corazón se ciega.
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Cuenta una antigua leyenda que un niño que estaba por nacer, le dijo a Dios:
-Me dicen que me vas enviar mañana a la Tierra; pero ¿cómo viviré tan pequeño e indefenso como soy?
-Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te está esperando; él te cuidará.
-Pero dime: aquí en el cielo, no hago más que cantar y sonreír, eso me basta para ser feliz.
Esta es “la Sabiduría de la cruz”. Esta es la enseñanza que se aprende al poner los ojos en el Crucificado. Esta es la lectura, desde la Cruz, del Evangelio. Este fue el motivo profundo que le llevó a la Cruz. Su estilo de vida según las Bienaventuranzas. Un estilo que no tenía lugar en una sociedad de contravalores, en una sociedad donde el hombre no estaba por el hombre, sino en contra del hombre. En el Cristo Crucificado se entienden existencialmente las Bienaventuranzas. La Carta Magna del Reino tiene su prueba certera en la cruz. Creo en el hombre que nos dio ese programa de vida y por vivirlo le crucificaron.
Acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron a Jesús.
-Maestro, Moisés nos dejo escrito que si un hombre casado muere sin haber tenido hijos con su mujer, el hermano del difunto deberá tomar por esposa la viuda para darle hijos al hermano que murió. Pues bien, había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó, pero murió sin dejar hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y lo mismo hicieron los demás, pero los siete murieron sin dejar hijos. Finalmente murió también la mujer.
El alma de un hombre subió al cielo para ser juzgada. Cuando llegó, se asombró de no encontrar a nadie. Y como nadie le impedía el paso, siguió avanzando hasta llegar a una gran sala. Ahí, sobre una mesa, encontró unos anteojos. Algo le dijo que aquellos anteojos eran de Dios. Entonces, se los puso.
Un hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas, por lo que el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro.
“Por qué me invocáis: ´Señor, Señor´ y no hacéis lo que digo? Todo el que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a indicar a quién se parece. Se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondo y asentó los cimientos sobre roca; vino una crecida, rompió el río contra aquella casa y no se tambaleó porque estaba bien construida. El que las escucha y no las pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; rompió contra ella el río, y en seguida se derrumbó; y ¡hay que ver qué ruina la de aquella casa!”
“Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis y, lo mismo que les dije a los judíos, os digo también a vosotros: adonde yo voy, vosotros no podéis venir.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os tenéis amor los unos a los otros.”
Mientras se consumían cuatro velas establecieron el siguiente diálogo:
-¡Yo soy la paz! Pero las personas no consiguen mantenerme, creo que me apagaré pronto –dijo la primera. Y poco a poco fue disminuyendo su fuego hasta que su llama desapareció totalmente.
Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: “¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.”
Jesús comienza por presentarse como alguien mayor que todos los profetas: Aquí hay uno mayor que Jonás, mayor que Salomón (Mt 12,41). Muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron (Lc 10,24). El mismo Abrahán se regocijó pensando ver mi día (Jn 8, 56). Juan Bautista es más grande que todos los profetas del Antiguo Testamento y, sin embargo, el más pequeño de los que participen en el reino que Cristo inaugura es más grande que él (Mt 11,11).
Marchaba el buen Jesús por un camino,
en sus largas jornadas por el mundo,
y era entrada la noche, cuando vino
a posarse a sus pies un vagabundo,
que le dijo con jubilo y llanto.
“Eres Jesús, el Nazareno.
¡Cuánto te he buscado Señor,
Para que hagas un grandísimo bien!”
Y abriéndose el manto le mostró
el cuerpo lleno de llagas.
La máxima expresión del amor de Jesús está en la entrega de su vida en la cruz.
Mirar al crucificado llena el corazón de gozo. Contemplar al Cristo en la cruz inunda el corazón de alegría. Quedarse en oración ante un Cristo colgado del madero sin decir nada, sólo quedándose a solas con “El solo”, es como centrarse en el centro de la vida, como haberlo encontrado todo.
Cuando intentes celebrar un encuentro con el Señor, después de construir el templo del silencio en fe y paz, comienza a decirle: estás conmigo. Tú me sondeas y me conoces. Tú me penetras, me envuelves y me amas. Estás conmigo. Estoy contigo. Estás sustancialmente en mi ser entero.
“Sonreír es un buen medio para crearse un alma amiga”.
Pero no una sonrisa irónica y burlona, esa sonrisa es un ángulo que juzga y reprueba. Sino la sonrisa amplia, limpia, la sonrisa… al borde de la risa.
Se adentraba un día Moisés en el desierto, sólo con su rebaño, cuando de pronto un fenómeno inusitado atrajo su atención y le detuvo: ahí había un espino, un zarzal, que se estaba quemando.
En 1994, dos americanos respondieron a una invitación del Departamento de la ex Unión Soviética, para enseñar moral y ética (basada en principios bíblicos) en las escuelas Públicas. Fueron invitados a enseñar en prisiones, negocios, departamentos de bomberos y policía, y en un inmenso orfanato. Alrededor de 100 niños y niñas de los que habían abusado y que habían abandonado estando en este orfanato a cargo de un programa del gobierno.
“Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis y, lo mismo que les dije a los judíos, os digo también a vosotros: adonde yo voy, vosotros no podéis venir.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os tenéis amor los unos a los otros.”
Un hombre muy desgraciado se preguntaba un día qué habría hecho Dios justo y bueno, con su parte de felicidad y resolvió que lo iría a ver y se la reclamaría.
Llegado a un pueblecito pidió hospitalidad en nombre de Dios a una mujer que le dijo que su marido había matado ya a noventa y nueve personas y que él corría peligro de convertirse en la centésima víctima. De todas formas ocultó al viajero en un cobertizo fuera de la casa tras haberle dado de comer.
Cuando la soledad de mi corazón súplica por tu compañía.
Cuando mis ojos cansados de llorar piden colirio celestial.
Cuando todos los jardines se llenan de primavera y el mío permanece seco.
Cuando el labio inicuo me golpea con el látigo de la mentira.
Cuando el grito sin eco de mi espíritu se pierde en la noche silenciosa.
Cuando la senda recta que orienta mi andar se vuelve abrupta y llena de amenazas.
Hija (o) mía (o), quiero recordarte una vez más que te amo. Con amor eterno y gratuito te he amado. Como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es mi amor por ti.
Las capacidades sociomotrices son las que hacen posible que el individuo se pueda desenvolver socialmente de acuerdo a la actuación motriz propias de cada edad evolutiva del individuo; Martha Castañer las clasifica en: Interacción y comunicación, introyección, emoción y expresión, creatividad e imaginación.
Instrucciones del procedimiento para la oferta y la gestión conjunta del proceso de admisión a los centros públicos de primer ciclo de educación infantil de Pamplona para el curso 2024-2025.
evalaución de reforzamiento de cuarto de secundaria de la competencia lee
Judas. evang.
1. LA TRAICIÓN DE JUDAS
(Mt 26, 14-16)
Entonces uno de los doce, llamado Judas Iscariote,
fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: “¿Qué
me queréis dar, y yo os lo entregaré?”. Ellos le
asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese
momento andaba buscando una oportunidad para
entregarle.
Explicación: Es probable que Judas se enterase de la asamblea del Sanedrín
en el palacio de Caifás, sumo sacerdote, y que espontáneamente se dirigiera
allí para poner en práctica un deseo que había alimentado durante mucho
tiempo: Entregar al Maestro.
2. Un año antes ya había el Señor descubierto lo que Judas llevaba en su
corazón. Después de su discurso sobre el pan de vida, al hacer la promesa
de la Eucaristía, mucha gente, incluso algunos de sus discípulos, aunque no
los apóstoles, abandonaron a Jesús. Es cuando Jesús pregunta a sus apóstoles
si ellos también quieren abandonarle y Pedro en nombre de todos, le
responde: “Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Solo Tú tienes palabras de vida
eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.” (Jn 6, 67-
69). Y es entonces cuando Jesús revela la pena tan honda que lleva en su
corazón.
Conocía lo que había en el corazón de Judas y dice: “¿No os he elegido yo a
vosotros, los Doce? Y uno de vosotros es un diablo. “ (Jn 6, 70) Y Juan
añade: “Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste le iba a
entregar. Uno de los Doce” (Jn 6, 72).
3.
4. Los evangelistas recalcan con insistencia que Judas Iscariote era uno de los
doce, esto para profundizar más en la responsabilidad del pecado de Judas. Él
había sido escogido por Jesús con el mismo amor de predilección con que eligió
a los otros apóstoles, y había sido llamado a una misión sublime.
Judas siempre perteneció al grupo de los Doce y había merecido la confianza de
todos y por eso se le encargo de administrar la economía del grupo, las
limosnas que recibirían Jesús y sus apóstoles durante su trabajo apostólico.
Judas había escuchado de labios de Jesús sus maravillosas enseñanzas; había
podido contemplar día tras día la infinita bondad del Señor y el ejemplo
admirable de su vida; había sido testigo de los milagros que Cristo realizó
durante su vida pública.
¿Cómo es posible explicar la traición de Judas? Son los misterios del corazón
humano: hasta donde puede llegar la maldad de un corazón dominado por sus
pasiones y sus vicios.
5.
6. El corazón de Judas estaba dominado por una pasión y ésta nos la explica Juan
cuando dice: “Era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella” (Jn
12,6).
Es tradición común creer que había otras razones poderosas, otras pasiones que
indujeron a Judas a la traición. Es posible que Judas sintiera una gran envidia al ver
que Jesús mostraba preferencia por otros apóstoles y que la amargura de la envidia le
llevase a sentir rencor por Jesús.
Es posible que Judas participase de la idea común, que en ese entonces, existía entre
los judíos, y era creer en un Mesías glorioso, de gran poderío político y social, y por
consiguiente se sintiese frustrado. Probablemente él habría pensado tener un puesto
de honor, de gran relevancia en el nuevo reino que Jesús había de instituir en este
mundo; pero al caer en la cuenta de que no había privilegios humanos y terrestres
para los que siguiesen al Señor Jesús, sino más bien humillaciones y persecuciones, tal
como el mismo Señor les anunciaba, cambiaría su actitud de seguimiento fiel por la
de odio hacia quien, él pensaba le había engañado.
7. Todas estas pasiones cegaron el corazón de Judas, impidiéndole ver en Jesús al
verdadero Mesías prometido. Estas pasiones azuzadas especialmente por
Satanás y en esto adquiere sentido la frase de Lucas: “Entonces entró Satanás en
Judas”, de forma tal se apoderó de él, que no sólo se contentó en abandonar a
Jesús sino que decidió colaborar con sus enemigos para darle muerte. El no
podía dudar de la bondad y santidad de Jesús, pero el deseo de saciar sus
pasiones le llevan a cometer el más terrible pecado.
La responsabilidad de Judas es muy grande. Cristo llegará a decir: “¡Más le
valdría a ese hombre no haber nacido” (Mc 14,21). Judas cometió ese pecado en
el uso de su plena libertad y responsabilidad. El fue libre de no cometer esta
traición.
8. El prendimiento de Jesús y Judas
Mt 26, 47-50
Todavía estaba hablando Jesús
cuando llegó Judas, uno de los
Doce, acompañado de un
grupo numeroso con espadas
y palos, de parte de los sumos
sacerdotes y los ancianos del
pueblo.
El que iba a entregarles les había dado esta señal:
“Aquel a quien yo dé un beso, ése es, prendedle.” Y al
instante se acercó a Jesús y le dijo: “¡Salve, Rabbí!” Y le
besó.
9.
10. Juan nos dice que Judas conocía perfectamente el huerto donde Jesús solía
retirarse a orar y descansar con sus discípulos. Le era muy fácil encaminar a los
soldados adonde se encontraba Jesús. Y para que no se equivocasen con alguno
de los discípulos, les dio como señal para reconocer a Jesús el saludo del beso: “A
quien yo dé un beso, ése es.”
El beso era saludo entre los judíos, pero solamente en ocasiones de especial
significado, y simbolizaba siempre un gran respeto y veneración por aquel a
quien se besaba. Judas, para consumar su traición, se vale del signo más
claramente opuesto a todo lo que es maldad y perfidia. Es casi imposible llegar a
comprender que Judas tuviese la osadía de entrega a Cristo mediante un beso.
Supone una dureza de corazón inimaginable en un ser humano que había
recibido tantos beneficios de Jesús. En contraposición a ese beso de traición, la
actitud de Cristo muestra un corazón lleno de amor para con el mismo Judas.
No rechaza el beso; permite que Judas acerque los labios a su frente.
11. Y la primera palabra que sale de sus labios es llamarle: “Amigo”. Tal vez, por
última vez, quiso mover el corazón de Judas a la conversión. Le muestra que
él conserva todo su amor de amigo para con él y que está dispuesto a
perdonarle, si se arrepiente. Y para hacerle recapacitar le dice: “¿Con un beso
entregas al Hijo del hombre?”.
Jesús había demostrado en repetidas ocasiones la pena que llevaba en su
corazón al conocer que uno de los Doce le iba a traicionar. Así se lo
manifestó a los apóstoles en la Última Cena. Cuanto sufriría en el corazón de
Cristo al ver la traición de uno de los elegidos, a quienes había llamado a
participar de su amistad e intimidad.
A Cristo le duelen los pecados de todos los hombres; pero los pecados de
aquellos que han sido especialmente elegidos por él para colaborar en su
obra redentora, elegidos para gozar de un trato íntimo con él y ser colmados
de sus bendiciones, hieren con mucha mayor profundidad su corazón.
12. LA MUERTE DE JUDAS: Mateo 27, 3-10
Entonces Judas, el que le entregó, viendo que había
sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y
devolvió las treintas monedas de plata a los sumos
sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “Peque
entregando sangre inocente.” Ellos dijeron: “A
nosotros ¿qué? Allá tú.” Entonces él tiró las monedas
en el Santuario, se retiró y se ahorcó. Los sumos
sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: “No es
lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque son precio de sangre.” Y
después de deliberar, compraron con ellas el campo del Alfarero, como lugar de
sepultura para los forasteros.
13. Por esta razón se llama “Campo de sangre”, hasta hoy. Entonces se cumplió el oráculo
del profeta Jeremías: “Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio que los israelitas
le habían puesto, y con ellas compraron el campo del Alfarero, según lo que me ordenó
el Señor.”
Reflexión: Es el único evangelista que narra la
muerte de Judas. En los Hechos de los Apóstoles,
Pedro, antes de proponer la elección de un nuevo
miembro del Colegio Apostólico en sustitución de
Judas, narra también la muerte de Judas (Hech. 1,
16-20).
Hay divergencia entre ambos relatos. Ambas
narraciones no pueden fundarse en una fuente
común. Habría varias tradiciones en Jerusalén
sobre la muerte de Judas y estas dieron origen a las narraciones de Mateo y Pedro.
Pero el hecho fundamental es el mismo: la muerte trágica de Judas.
14. Mateo nos narra que Judas siente el remordimiento de la venta sacrílega de su
Maestro; que terminó crucificado. Ese remordimiento le lleva no a un
arrepentimiento humilde que le acerque a la misericordia de Dios, sino que le
lleva a la desesperación. En este estado de angustia él cree que podrá de algún
modo borrar su pecado devolviendo el dinero que recibió por su traición. Judas
se dirige al templo y quiere entregar sus treinta monedas a los sacerdotes y los
ancianos que se encuentran allí y al mismo tiempo confiesa su pecado: “Peque
entregando sangre inocente”. Pero éstos rechazan su dinero y de una manera
despectiva le dicen que allá él con su pecado y su conciencia; que a ellos no les
importaba nada. Judas ante este rechazo y respuesta de los sacerdotes y
ancianos, siente todavía con más fuerza su desesperación, tira las monedas en el
Templo, y dirigiéndose a las afueras de Jerusalén pone fin a su vida ahorcándose.
Los sacerdotes y ancianos recogen las monedas tiradas por Judas, pero por ser
“precio de sangre” no quieren echarlas en el tesoro del templo y deciden
comprar con ellas un campo que sirva para enterrar a los extranjeros.
A este terreno se le conoce con el nombre de “Campo de sangre”.