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HOMILIA PARA EL JUEVES SANTO 2011.
Jueves Santo es el día en que conmemoramos la preciosa
herencia que Jesús, antes de morir, dejó a la Iglesia. Esta
herencia es la Eucaristía. La esencia de la Eucaristía es el
amor. Por eso, hoy es el día del amor fraterno, el día de
Cáritas. Como dice una oración: el amor hace nuevas las
cosas. El amor nos rejuvenece, amar nos devuelve la juventud.
Hemos escuchado de nuevo el relato de la Pascua judía. La ofrenda de los
judíos para ese rito era la vida de un cordero. Su sangre se ofrecía por la
libertad y la salvación del pueblo esclavo. Era la antigua Alianza de Dios, nunca
derogada.
Jesús, al celebrar su Pascua, establece una Nueva Alianza. Ya no se mata un
cordero. Ahora la ofrenda del altar es Él mismo. La ofrenda es toda su vida
hecha de amor. Su sacrificio será realidad mañana Viernes Santo, en la Cruz.
Cuerpo entregado y Sangre derramada. Ahora en la Cena, el sacrificio se
anticipa en los dones ofrecidos: pan y vino. Un sencillo ceremonial para un
sencillo mandamiento: “Haced esto en conmemoración mía”. Este es el misterio
de la fe que hoy renovamos, gracias al don del sacerdocio que hoy también es
instituido por Jesucristo y dado a la Iglesia para siempre. En esta Eucaristía, en
cada Eucaristía, en las miles de Eucaristías que se celebran en el mundo
hacemos real y nuevo el amor de Jesús en medio de nosotros.
Sin embargo, a muchas personas les cuesta trabajo creer hoy en este amor
porque, como dice el Papa en su mensaje para la JMJ1
Madrid 2011: “La
cultura actual, en algunas partes del mundo, sobre todo en Occidente, tiende a
excluir a Dios, o a considerar la fe como un hecho privado, sin ninguna
relevancia en la vida social. Aunque el conjunto de los valores, que son el
fundamento de la sociedad, provenga del Evangelio –como el sentido de la
dignidad de la persona, de la solidaridad, del trabajo y de la familia –, se
constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, más aún, un
verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida”.
Parece que es un diagnóstico bastante acertado este “eclipse de Dios”,
especialmente entre la gente más joven, porque cada generación es hija de su
tiempo. Lo observamos con preocupación en nuestra realidad. Sin duda, no es
fácil permanecer “firmes en la fe”, como dice el lema. Pero para quien se
acerca a Cristo, para quien mantiene la fe en su Evangelio, el amor de Jesús
se hace sensible y visible. De nuevo, son muy claras y bellas las palabras de
Benedicto XVI a los jóvenes, válidas para todos los cristianos: “para nosotros
es posible tener un contacto sensible con Jesús, meter, por así decir, la mano
en las señales de su Pasión, las señales de su amor. En los Sacramentos, Él
se nos acerca en modo particular, se nos entrega. Queridos jóvenes, aprended
a “ver”, a “encontrar” a Jesús en la Eucaristía, donde está presente y cercano
hasta entregarse como alimento para nuestro camino. Entablad y cultivad un
diálogo personal con Jesucristo, en la fe. Conocedle mediante la lectura de los
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Evangelios y del Catecismo de la Iglesia Católica; hablad con
Él en la oración, confiad en Él. Nunca os traicionará. Así
podréis adquirir una fe madura, sólida, que no se funda
únicamente en un sentimiento religioso o en un vago recuerdo
del catecismo de vuestra infancia.”
Este verano será un acontecimiento especial por la acogida de
miles de jóvenes de todo el mundo en España para los DED2
y
la JMJ. La JMJ es una gran fiesta de la fe. También aquí entre nosotros será
una gran oportunidad, un gran desafío para nuestra renovación. Como
decíamos al principio, el amor hace nuevas las cosas. La juventud, dicen, es la
edad del amor. Aunque en verdad la edad del amor son todas, porque en todas
queremos amar y ser amados. Siempre es posible amar. Pero sí es verdad que
los jóvenes sienten muy intensa y profundamente la fuerza del amor.
Descubren y se entregan con entusiasmo a la belleza y al atractivo que tiene.
Por eso, es verdad que quien ama no envejece. Por eso, Cristo es joven y tiene
tanto atractivo para la juventud, porque los jóvenes intuyen en Él la grandeza
del amor como en ningún otro:
Amar es dar: Dios nos ha dado su Creación. Amar es comunicarse: Dios se nos
ha comunicado en su Revelación. Amar es hacerse semejante al amado: Dios
se ha hecho uno de nosotros en la Encarnación. Amar es sacrificarse: Dios nos
ha dado su vida en la Redención. Amar es obsequiar al amado: Dios nos ha
regalado la Salvación. Amar es acompañar al amado: Dios se ha quedado para
siempre acompañándonos, en la Eucaristía3
. La Eucaristía es la prueba final
de la comunión del amor.
Pero, ¿cómo se aprende a amar? ¿Cómo se educa en el amor? Hacen falta
modelos de amor, modelos de referencia, modelos de santidad posible y real,
en definitiva.
Uno de esos modelos cercanos para nosotros es Ismael de Tomelloso4
. Él fue
un joven de Acción Católica que decía: “Quiero ser bueno, pero no sé cómo”.
Tras una etapa de encuentro fuerte con Jesús y de maduración de su fe,
acabará diciendo como miliciano prisionero de guerra, enfermo y medio
moribundo en el Hospital de Zaragoza, después de confesar: “No quiero nada
en el mundo, si muero quiero ser totalmente de Dios. Si no muero, quiero ser
sacerdote. Todo de Dios y para Dios”. Y manifestaba así su amor a Cristo
Eucarístico: “Quien pudiera comulgar”. Ismael, muerto a la edad de 20 años, se
ha convertido en un excelente modelo de vida espiritual para los jóvenes de
hoy por sus valores: por el sentido festivo de la vida, por su humildad, su
capacidad de renuncia, su silencio, su apego a la oración, su devoción
eucarística al Sagrario...Es muy significativo que el pasado mes de diciembre,
estando ya abierto su proceso de beatificación, la Cruz de los jóvenes, la Cruz
del Papa, visitara su tumba en el cementerio de Tomelloso, signo y premio de
su vida en el silencio del amor.
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Como Ismael, muchos jóvenes y mayores, siguiendo a Jesús,
han transformado sus vidas y han renovado el mundo. Sólo el
amor hace posible estas cosas. Que el amor de Cristo hecho
realidad este Jueves Santo nos toque el corazón y nos mueva,
como Jesús que lavó los pies de sus discípulos, al servicio de
nuestros hermanos. Que el corazón lleno de amor de Jesús
suscite la vocación a la vida sacerdotal en muchos jóvenes con
la entrega total de la vida. Que el amor de Jesús nos haga esperar lo
inesperado.
Terminamos con las mismas hermosas palabras del Papa a los jóvenes: “Que
la Virgen María acompañe este camino de preparación. Ella, al anuncio del
Ángel, acogió con fe la Palabra de Dios; con fe consintió que la obra de Dios se
cumpliera en ella. Pronunciando su “fiat”, su “sí”, recibió el don de una caridad
inmensa, que la impulsó a entregarse enteramente a Dios. Que Ella interceda
por todos vosotros, para que en la próxima Jornada Mundial podáis crecer en la
fe y en el amor.” Amén.
Raúl López de Toro Martín-Consuegra