Más contenido relacionado La actualidad más candente
La actualidad más candente (19) Similar a La narrativa del conocimiento vol. i no. 18
Similar a La narrativa del conocimiento vol. i no. 18 (20) Más de Fernando Alarcón (20) La narrativa del conocimiento vol. i no. 181. La Narrativa del Conocimiento ©
Boletín de difusión del Pensamiento
Publicación virtual quincenal
Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón
Nueva época - Vol. I No. 18 Octubre de 2011
La Justicia nacida de la Verdad
En este mundo, el mal se acarrea su castigo con más seguridad de que
la virtud vea su recompensa. El crimen tiene la costumbre de castigarse
a sí mismo en medio de grandes voces, mientras que la virtud se recom-
pensa en el silencio, el jardín cerrado de su felicidad. El mal trae catás-
trofes ruidosas, pero un acto de virtud es sólo un sacrificio mudo a las
leyes más profundas de la existencia humana.
Habrá siempre algunas víctimas de una injusticia irremediable, y si ésta
nos entristece, nos enseña también, al menos, a agregar a una sabiduría
más real, más humana y más altiva, lo que quitamos a una sabiduría
demasiado mística.
No llegamos a ser verdaderamente justos sino desde el día en que nos
vemos reducidos a buscar en nosotros mismos el modelo de la justicia.
La injusticia del destino vuelve a colocar al ser humano en su lugar, en
su naturaleza. Pero no creo que el desaliento moral deba nacer de tales
desengaños. Una verdad, por desalentadora que parezca, transfor-
ma el valor de quienes saben aceptarla. En todo caso, una verdad
desalentadora, por el hecho mismo de ser una verdad, vale más
que la mentira más hermosa que aliente. Pero no hay verdad des-
alentadora; hay, por el contrario, valores que no son verdaderos. Lo
que quebranta a los débiles es lo que vigoriza a los fuertes.
No siempre es fácil sonreír a la llegada de las vivencias sombrías, pero
es posible hallar en la vida algo que no nos domine sin entristecernos. A
medida que el pensamiento y el corazón se ensanchan, hablan con me-
nos frecuencia de injusticia. En este mundo todo está bien con relación a
nosotros, puesto que somos los frutos de este mundo.
Han llegado los tiempos en que el ser humano necesita aprender a colo-
car en otro sitio que no sea en sí mismo, el centro de su orgullo y de sus
alegrías. Mientras se abren nuestros ojos, nos sentimos dominados por
una fuerza cada vez más enorme, pero al mismo tiempo adquirimos la
certidumbre cada vez más íntima de formar parte de esa fuerza, y hasta
cuando nos hiere, podemos admirarla.
Después de la conciencia de nuestro poder, uno de los privilegios más
altos del ser humano es adquirir el conocimiento de su impotencia, por lo
menos como individuo. De la desproporción misma entre el infinito que
nos mata, y esa insignificancia que somos, nace el sentimiento de cierta
grandeza en nosotros: nos gusta más ser destruidos por una montaña
que por un ladrillo; en la guerra, preferimos sucumbir en una lucha con-
tra mil y no contra uno. La inteligencia, al mostrarnos la inmensidad de
nuestra impotencia, nos quita el dolor de nuestra derrota.
Hay momentos en los cuales lo que nos vence parece tocarnos de más
cerca que la parte misma de nosotros que sucumbe. Nada muda más
fácilmente de casa que el amor propio, porque un instinto nos advierte
que nada nos pertenece menos que él.
Si la naturaleza se volviera menos indiferente, no nos parecería ya bas-
tante vasta. Nuestro sentimiento de lo infinito necesita de todo su infinito,
de toda su indiferencia, para moverse a sus anchas, y hay algo en nues-
tra alma que preferirá siempre llorar en un mundo de límites, a ser cons-
tantemente feliz en un mundo estrecho. Ninguna grandeza, ya esté en la
naturaleza o en el fondo de su corazón, se pierde para el sabio.
©
Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual
La mujer puede aparecer como una noble musa que posee una misterio-
sa sabiduría que el hombre no posee, o como fuerte y sensible mártir
que está en contacto con el origen del conocimiento.
Cuando la mujer aparece, generalmente salva al hombre de él mismo.
http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2011
De mi
Libreta de Apuntes
De mi
Libreta de Apuntes
Dormida, te encuentro
dormida.
Envuelta en los sueños
tu mente.
Tú, en un descanso
de vida.
Yo, con tu nombre
en la frente.
Dormida, sobre tu lecho
tendida,
limpia y brillante
tu faz.
Y como en la verdad
compartida,
reina en tu lecho
la paz.
Dormida, eres tan sólo
mi vida
y constituyes
mi dicha.
Con tu quietud te transformas
en Diva.
Con tu virtud recreas
mi vida.
Dormida, eres mujer
tan querida,
de mi pasión
la guarida.
“Si es un deber respetar los derechos de los demás, es
también un deber mantener los propios.”
Herbert Spencer.
Bandera enredada, México - 2011
Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual ©
Dormida
Mi canto y mi amor
te añoran,
con todo su clamor
te adoran.
Y, dormida, te encuentro
dormida.
Envuelta en los sueños
tu mente.
Tú, en un descanso
de vida.
Yo, con tu nombre
en la frente.
Si tan sólo
pudiera, yo
con mi ser
consolarte,
con mi cuerpo
cubriría,
yo tu escultura
perfecta.
Dormida, te encuentro
dormida,
envuelta en los sueños
tu mente.
Tú, en un descanso
de vida.
Yo, con tu nombre
en la frente. 1988