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Nueva época - Vol. IV No. 92 Septiembre de 2014
El Ser Interior
La explicación de nuestras probabilidades felices o adversas se
encuentra en la vida interior, enorme, inagotable, profunda y divi-
na. Ahí habita el yo verdadero, remoto, ilimitado, universal y pro-
bablemente inmortal. La inteligencia, especie de fosforescencia
sobre el océano interior, le conoce imperfectamente. Pero cada
día aprende que allí yacen todos los secretos de los fenómenos
humanos que hasta hoy no ha comprendido. Este ser interior vive
en planos y mundos distintos. Ignora el Tiempo y el Espacio, mu-
rallas entre las cuales debe correr nuestra razón, bajo pena de
perderse. Para él no hay proximidad o alejamiento, ni pasado ni
futuro, ni resistencia en la materia. Lo sabe todo y todo lo puede.
Por lo demás, siempre se han admitido, en grados diferentes,
esta creencia y esta potencia, y se han dado a sus manifestacio-
nes los nombres de instinto, alma, inconsciente, subconsciente,
movimientos reflejos, intuición, presentimiento, etc. Se le atribu-
ye, especialmente, esa fuerza indeterminada y a menudo prodi-
giosa de nuestro interior que sirve directamente para producir
nuestra razón y nuestra voluntad; esa fuerza que es el fluido
esencial de la vida universal.
Es posible que ese fluido sea de la misma naturaleza en todas
las personas. Pero se comunica con la inteligencia de modos
muy diversos. En unos, este principio desconocido permanece
tan profundamente enterrado que no se ocupa sino de las funcio-
nes físicas y de la permanencia de la especie. En otros, parece
estar siempre despierto, se eleva hasta rozar con su presencia
mágica la superficie de la vida exterior y consciente, interviene
con cualquier motivo, prevé, advierte, decide y se mezcla con la
mayor parte de los hechos preponderantes de la existencia. ¿De
dónde procede esta facultad? No es posible decirlo. No tiene le-
yes fijas y ciertas. No se descubre relación alguna entre la activi-
dad del interior y el desarrollo de la inteligencia; esta operación
obedece a reglas que ignoramos. Por ahora, en el estado actual
de nuestros conocimientos, parece puramente accidental. Se le
encuentra en éste y no en aquél, sin que ningún signo permita
sospechar la causa de esta diferencia.
Tiene manías muy diversas; pero es invariable en cada una de
ellas. Una vez que descubrimos el primero o el segundo de sus
gestos es imposible o es fácil prever lo que ha de hacer después.
Divinidad proteica que ninguna imagen sabría abarcar por com-
pleto. Va y viene a intervalos regulares, se agrupa, se desperdiga
como esos pájaros emigrantes que obedecen al ritmo de las es-
taciones. Pero casi siempre, trátese de bienes o de males, per-
manece fiel al carácter que ha asumido en cada caso particular.
Este, por ejemplo, que no ha tenido suerte en la guerra, no la
tendrá nunca; aquél perderá o ganará, regularmente; otro será
engañado; otro se verá perseguido por el agua, por el fuego o por
los accidentes de la calle; otro será feliz o desgraciado en amor,
en los asuntos de dinero, y así sucesivamente. ¿No es esto al
menos un indicio de que la suerte reina en nosotros, y que noso-
tros mismos la formamos y revestimos de una fuerza oculta que
emana del interior?...
Algunas veces, extraños cambios desgarran bruscamente sus
hábitos y desmienten su carácter para confirmarle inmediatamen-
te después en otra atmósfera. Entonces se dice que “la suerte
cambia”. ¿No sería más exacto decir que es el interior el que
evoluciona? ¿Acaso se ha despertado al fin su atención o su
habilidad? ¿Se da cuenta a la larga de que se están desarrollan-
do acontecimientos importantes en el mundo que le está super-
puesto? ¿Adquiere cierto conocimiento? ¿Se infiltra en su retiro
un rayo de inteligencia, un relámpago de voluntad, y le previenen
del peligro? ¿Aprende, al cabo de muchos años, como conse-
cuencia de pruebas crueles, que tiene interés en salir de su apat-
ía demasiado confiada? ¿Vienen a despertarle de su sueño peli-
groso las desdichas del exterior? ¿O más bien consigue, en el
momento de urgencia, practicar una especie de hendidura en la
enorme capa de siglos y de indiferencia que le separan de sus
hermanas desconocidas, la voluntad y la inteligencia, y logra así
tomar parte en la vida efímera de la cual depende?
La historia de nuestra suerte no es necesariamente la historia de
nuestra felicidad real; es decir, interior, puesto que ésta es posi-
ble establecerla por encima del azar, hace la historia del ser in-
consciente. Esto es más verosímil que mezclar la eternidad, las
estrellas y el espíritu del Universo en nuestras humanas aventu-
ras; además le da importancia a nuestro valor.
Esto es más conforme a la amplia ley que ha vuelto a traer a no-
sotros uno por uno a todos los dioses de que habíamos llenado al
mundo. La mayor parte de estos dioses no eran sino efectos cu-
yas causas se encontraban en nosotros mismos. A medida que
evolucionamos descubrimos que muchas fuerzas que nos domi-
naban y maravillaban son porciones mal conocidas de nuestro
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Si el circunscribir en nosotros mismos una fuerza desconocida no
es aún vencerla, ya es algo saber dónde encontrarla y dónde
interrogarla. Estamos rodeados por fuerzas muy oscuras; pero
aquella con la cual tenemos que tratar más directamente se en-
cuentra en el interior de nuestro ser. Todas las demás pasan por
ella, en ella confluyen y nos interesan en sus relaciones con ella.
A esta última fuerza la hemos llamado nuestra ser interior. El día
en que consigamos estudiar más sus habilidades, preferencias,
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mente las uñas y los dientes del monstruo que nos persigue bajo
el nombre de Suerte, Fortuna o Destino. Recorramos los caminos
que llevan de nuestra conciencia a nuestro interior. Así trazare-
mos una senda en las grandes rutas aún impracticables, que van
desde lo visible hasta lo invisible, desde el ser humano a Dios y
desde el individuo al Universo. Al fin de estos caminos se oculta
el secreto general de la Vida. Mientras tanto, adoptemos la hipó-
tesis que alienta nuestros días en esta existencia universal que
nos necesita para solucionar sus enigmas, porque en nosotros se
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Tenemos nuestra voluntad, que, alimentada por nuestros pensa-
mientos y sostenida por ellos, consigue apartar gran número de
acontecimientos inútiles o nocivos. Sin embargo, en torno a estos
islotes más o menos seguros, más o menos inexpugnables, se
extiende una región tan indómita, tan vasta como el océano, en la
cual parece que el azar reina solo, como el viento sobre las olas.
Ningún pensamiento, ninguna voluntad pueden impedir a una de
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nos, el herirnos. Su acción benéfica no vuelve a empezar sino
después de que la ola se ha retirado. Entonces nos levantan,
curan nuestras heridas, nos reaniman y cuidan de que el mal que
nos ha causado con el choque no penetre hasta las fuentes pro-
fundas de la vida. A esto se limita su papel. En apariencia es muy
humilde; en realidad, a menos que el azar tome la forma irresisti-
ble de una enfermedad cruel o de la muerte, hacen al azar casi
impotente y bastan para mantener lo mejor y más propio del indi-
viduo que hay en la felicidad humana.
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Ausente presencia.
Aún se mueve tu imagen
en la tarde del recuerdo.
El eco de tu risa y tus promesas
reverbera sonorizando tu ausencia.
Mientras que el
tiempo
se acerca, espe-
rando
“La imaginación no es más que el aprovechamiento de lo que
se tiene en la memoria.”
Pierre Bonnard
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La narrativa del conocimiento vol. iii no. 52
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La narrativa del conocimiento vol. iv no. 92

  • 1. La Narrativa del Conocimiento © Boletín de difusión del Pensamiento Publicación virtual quincenal Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón Nueva época - Vol. IV No. 92 Septiembre de 2014 El Ser Interior La explicación de nuestras probabilidades felices o adversas se encuentra en la vida interior, enorme, inagotable, profunda y divi- na. Ahí habita el yo verdadero, remoto, ilimitado, universal y pro- bablemente inmortal. La inteligencia, especie de fosforescencia sobre el océano interior, le conoce imperfectamente. Pero cada día aprende que allí yacen todos los secretos de los fenómenos humanos que hasta hoy no ha comprendido. Este ser interior vive en planos y mundos distintos. Ignora el Tiempo y el Espacio, mu- rallas entre las cuales debe correr nuestra razón, bajo pena de perderse. Para él no hay proximidad o alejamiento, ni pasado ni futuro, ni resistencia en la materia. Lo sabe todo y todo lo puede. Por lo demás, siempre se han admitido, en grados diferentes, esta creencia y esta potencia, y se han dado a sus manifestacio- nes los nombres de instinto, alma, inconsciente, subconsciente, movimientos reflejos, intuición, presentimiento, etc. Se le atribu- ye, especialmente, esa fuerza indeterminada y a menudo prodi- giosa de nuestro interior que sirve directamente para producir nuestra razón y nuestra voluntad; esa fuerza que es el fluido esencial de la vida universal. Es posible que ese fluido sea de la misma naturaleza en todas las personas. Pero se comunica con la inteligencia de modos muy diversos. En unos, este principio desconocido permanece tan profundamente enterrado que no se ocupa sino de las funcio- nes físicas y de la permanencia de la especie. En otros, parece estar siempre despierto, se eleva hasta rozar con su presencia mágica la superficie de la vida exterior y consciente, interviene con cualquier motivo, prevé, advierte, decide y se mezcla con la mayor parte de los hechos preponderantes de la existencia. ¿De dónde procede esta facultad? No es posible decirlo. No tiene le- yes fijas y ciertas. No se descubre relación alguna entre la activi- dad del interior y el desarrollo de la inteligencia; esta operación obedece a reglas que ignoramos. Por ahora, en el estado actual de nuestros conocimientos, parece puramente accidental. Se le encuentra en éste y no en aquél, sin que ningún signo permita sospechar la causa de esta diferencia. Tiene manías muy diversas; pero es invariable en cada una de ellas. Una vez que descubrimos el primero o el segundo de sus gestos es imposible o es fácil prever lo que ha de hacer después. Divinidad proteica que ninguna imagen sabría abarcar por com- pleto. Va y viene a intervalos regulares, se agrupa, se desperdiga como esos pájaros emigrantes que obedecen al ritmo de las es- taciones. Pero casi siempre, trátese de bienes o de males, per- manece fiel al carácter que ha asumido en cada caso particular. Este, por ejemplo, que no ha tenido suerte en la guerra, no la tendrá nunca; aquél perderá o ganará, regularmente; otro será engañado; otro se verá perseguido por el agua, por el fuego o por los accidentes de la calle; otro será feliz o desgraciado en amor, en los asuntos de dinero, y así sucesivamente. ¿No es esto al menos un indicio de que la suerte reina en nosotros, y que noso- tros mismos la formamos y revestimos de una fuerza oculta que emana del interior?... Algunas veces, extraños cambios desgarran bruscamente sus hábitos y desmienten su carácter para confirmarle inmediatamen- te después en otra atmósfera. Entonces se dice que “la suerte cambia”. ¿No sería más exacto decir que es el interior el que evoluciona? ¿Acaso se ha despertado al fin su atención o su habilidad? ¿Se da cuenta a la larga de que se están desarrollan- do acontecimientos importantes en el mundo que le está super- puesto? ¿Adquiere cierto conocimiento? ¿Se infiltra en su retiro un rayo de inteligencia, un relámpago de voluntad, y le previenen del peligro? ¿Aprende, al cabo de muchos años, como conse- cuencia de pruebas crueles, que tiene interés en salir de su apat- ía demasiado confiada? ¿Vienen a despertarle de su sueño peli- groso las desdichas del exterior? ¿O más bien consigue, en el momento de urgencia, practicar una especie de hendidura en la enorme capa de siglos y de indiferencia que le separan de sus hermanas desconocidas, la voluntad y la inteligencia, y logra así tomar parte en la vida efímera de la cual depende? La historia de nuestra suerte no es necesariamente la historia de nuestra felicidad real; es decir, interior, puesto que ésta es posi- ble establecerla por encima del azar, hace la historia del ser in- consciente. Esto es más verosímil que mezclar la eternidad, las estrellas y el espíritu del Universo en nuestras humanas aventu- ras; además le da importancia a nuestro valor. Esto es más conforme a la amplia ley que ha vuelto a traer a no- sotros uno por uno a todos los dioses de que habíamos llenado al mundo. La mayor parte de estos dioses no eran sino efectos cu- yas causas se encontraban en nosotros mismos. A medida que evolucionamos descubrimos que muchas fuerzas que nos domi- naban y maravillaban son porciones mal conocidas de nuestro propio poder. Si el circunscribir en nosotros mismos una fuerza desconocida no es aún vencerla, ya es algo saber dónde encontrarla y dónde interrogarla. Estamos rodeados por fuerzas muy oscuras; pero aquella con la cual tenemos que tratar más directamente se en- cuentra en el interior de nuestro ser. Todas las demás pasan por ella, en ella confluyen y nos interesan en sus relaciones con ella. A esta última fuerza la hemos llamado nuestra ser interior. El día en que consigamos estudiar más sus habilidades, preferencias, antipatías y misteriosas torpezas, habremos limado considerable- mente las uñas y los dientes del monstruo que nos persigue bajo el nombre de Suerte, Fortuna o Destino. Recorramos los caminos que llevan de nuestra conciencia a nuestro interior. Así trazare- mos una senda en las grandes rutas aún impracticables, que van desde lo visible hasta lo invisible, desde el ser humano a Dios y desde el individuo al Universo. Al fin de estos caminos se oculta el secreto general de la Vida. Mientras tanto, adoptemos la hipó- tesis que alienta nuestros días en esta existencia universal que nos necesita para solucionar sus enigmas, porque en nosotros se cristalizan, más rápida y limpiamente, sus secretos. Tenemos nuestra voluntad, que, alimentada por nuestros pensa- mientos y sostenida por ellos, consigue apartar gran número de acontecimientos inútiles o nocivos. Sin embargo, en torno a estos islotes más o menos seguros, más o menos inexpugnables, se extiende una región tan indómita, tan vasta como el océano, en la cual parece que el azar reina solo, como el viento sobre las olas. Ningún pensamiento, ninguna voluntad pueden impedir a una de estas olas el surgir inopinadamente, el sorprendernos, el aturdir- nos, el herirnos. Su acción benéfica no vuelve a empezar sino después de que la ola se ha retirado. Entonces nos levantan, curan nuestras heridas, nos reaniman y cuidan de que el mal que nos ha causado con el choque no penetre hasta las fuentes pro- fundas de la vida. A esto se limita su papel. En apariencia es muy humilde; en realidad, a menos que el azar tome la forma irresisti- ble de una enfermedad cruel o de la muerte, hacen al azar casi impotente y bastan para mantener lo mejor y más propio del indi- viduo que hay en la felicidad humana. http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2014 © Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual Ausente presencia. Aún se mueve tu imagen en la tarde del recuerdo. El eco de tu risa y tus promesas reverbera sonorizando tu ausencia. Mientras que el tiempo se acerca, espe- rando “La imaginación no es más que el aprovechamiento de lo que se tiene en la memoria.” Pierre Bonnard Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual © Girasoles, México - 1986