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Nueva época - Vol. IV No. 102 Febrero de 2015
Mantener el Amor
Después de un cortejo breve o largo, sabio o ingenuo, el amor ha
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El hombre, por su parte, si no quiere que tan buena voluntad y
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tancia del lugar que ocupa el amor en la vida de una mujer. Nada
más estúpido que un hombre que, desde lo alto de una filosofía o
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podrá convencerla, sino por la ternura, por el silencio, por la pa-
ciencia. No debe olvidar que la mujer, mucho más que él, está
durante una gran parte de su vida a merced de su sistema ner-
vioso. Si el hombre, en estos momentos difíciles, incomprende lo
que no es otra cosa que la queja de un cuerpo que padece, corre
el riesgo de destruir, a causa de un estado pasajero, lo que ha
sido y podría ser todavía una bella unión. Es la imagen banal,
pero bastante justa, la de comparar los movimientos del alma de
la mujer a los océanos. El marido razonable, como el marino en
medio de las tempestades, larga velas, está atento, espera, y las
tormentas no le impiden amar el mar.
Algunas reglas del arte de mantener el amor deben ser comunes
a ambos sexos. La primera es la de demostrar, en la intimidad
del amor, tan buenas maneras como en el primer encuentro. La
cortesía no es incompatible con la cotidianidad. Todo se puede
decir con gracia, y sería una extraña confusión la de tomar la bru-
talidad por la única forma de la franqueza. La segunda regla es
conservar en toda circunstancia un sentido del humor que sepa
burlarse de sí mismo, darse cuenta de la puerilidad de la mayor
parte de los disentimientos y no conceder una importancia trágica
a esas colecciones de agravios que llenan las vitrinas de toda
vida en pareja. Es vano agrandar cada tormento presente con el
recuerdo de las querellas pasadas. La tercera regla es mantener
los celos dentro de los límites razonables. Es decir, evitar a la vez
complacencia y desconfianza que serían ambas ofensivas. La
cuarta es permitir, por medio de la ruptura de rutinas, una nueva
cristalización; las vacaciones amorosas, aderezadas por epísto-
las y otras declaraciones de amor, desempeñan un papel útil.
Ocurre que una pareja, habiendo perdido por el hábito y la pere-
za el tono de la conversación tierna, lo encuentra por medio de la
frase escrita. La última y la más secreta es la de seguir siendo
novelesco… “¿Por qué, habiéndola ya conquistado, he de seguir
cortejando a la persona que amo?... Porque, aún siendo mía, ella
no me pertenecerá jamás…” Excelente tema de meditación para
las personas que sean dignas de él.
La inocencia natural, como el ser humano común, no existe más
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las primicias y no encontrará jamás, en la segunda inocencia,
aunque ésta fuera mejor, el gusto ni el sabor de la primera. Mu-
chas cosas no pueden aparecer más que una sola vez, porque lo
único les es inherente y pertenece a su esencia. Nuestra vida es
al mismo tiempo independiente y absoluta. No morimos sino en
cierta medida, por así decirlo. Y nuestra vida por lo tanto debe
consistir en ser parte de una comunidad más extensa.
http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2015
©
Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual
Sin nombre.
Retoma el manto
de los lirios
en tus ojos
y plásmalos en mi rostro
al mirarme.
Guárdame ese roce de
tus manos, para
el momento en
que tú me conmemores.
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y en tu mente
mis palabras y
mi imagen, consternados.
Cuando toques el fondo
de tus sueños
y resurja el canto
de tus sueños,
no permitas que el recuerdo
se te borre
y piensa en que fuera
de ti, aún es el
rocío quien pretende
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1988
“Considera las contrariedades como un ejer-
cicio.”
Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual ©
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  • 1. La Narrativa del Conocimiento © Boletín de difusión del Pensamiento Publicación virtual quincenal Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón Nueva época - Vol. IV No. 102 Febrero de 2015 Mantener el Amor Después de un cortejo breve o largo, sabio o ingenuo, el amor ha nacido. Pero para criarlo hacen falta cuidados constantes. El más poderoso de los atractivos: la novedad, es también el más pere- cedero. En los comienzos de un amor, cada uno tiene mil cosas que descubrir en el otro. Todo ser aporta de su juventud recuer- dos, retratos, canciones, anécdotas, que mezclados a las caricias hacen fácilmente deliciosos los primeros días amorosos. Pero, si se pierde capacidad comunicativa, estas reservas se agotan y muy pronto los cuentos que parecían tan nuevos se vuelven monótonos y gastados. Observen en un restaurante a las parejas sentadas a las mesas. La duración de sus silencios es, con de- masiada frecuencia, proporcional a la de su vida común. El genio del amor consiste en conservar en la unión una perpetua novedad. Quien ama verdaderamente, encuentra un placer per- fecto en pasearse cada día entre los pensamientos de aquel o de aquella a quien ama. Todos los días se agotan las maneras de agradar; y sin embargo, hay que agradar y se agrada. Esto no es ni siquiera un esfuerzo consciente. Cuando un ser tiene gracia, la tiene siempre y la gracia no cansa. Cada acto suyo, cada pala- bra, es una delicia. La vejez misma no transforma las naturale- zas. Un bello rostro envejece, y agrada volver a encontrar, bajo los cabellos blancos, la mirada y la sonrisa que habían sido ama- das bajo cabellos negros o rubios. ¿Hay un arte de mantener el amor? El gran secreto es la naturali- dad. Toda postura estirada es penosa de mantener y carece siempre de belleza. Así, pues, los amantes prudentes son aque- llos que se esfuerzan en mantener a su compañero dentro de su naturalidad. Hay hombres que pretenden modelar a su mujer, imponerle gustos, ideas. ¡Qué locura! Si la mujer es demasiado distinta de lo que nosotros amamos, no la amemos. Pero si la hemos elegido, dejémosla desenvolverse libremente. En la amis- tad como en el amor no se vuelve con placer más que a los seres con los cuales nos está permitido ser nosotros mismos, sin rigi- dez y sin mentira. Los amantes diestros cuidan también que sus encuentros ocu- rran en lugares naturalmente bellos. De aquí viene la costumbre, tan razonable, de los viajes de boda. Pero no es necesario ir tan lejos. Una mujer amorosa sabe, por instinto, componer ella mis- ma su decorado. Algunas, despliegan un arte adorable para lla- mar en su ayuda a todos los encantos de la naturaleza y del arte. Adivinan el momento en que el amante anhela la soledad de dos y el momento en el que, por el contrario, él tiene necesidad de un concierto, de un paseo. Es la mujer, mejor que el hombre, más dotada para la vida social, quien debe manejar los amores. El hombre, por su parte, si no quiere que tan buena voluntad y tan emocionante ternura se cansen, deberá comprender la impor- tancia del lugar que ocupa el amor en la vida de una mujer. Nada más estúpido que un hombre que, desde lo alto de una filosofía o una doctrina, desprecia los pensamientos de las mujeres. Estos son diferentes de los suyos, pero más concretos, más sencillos, más sagaces. Si el hombre se halla en conflicto con su amante, no será solamente por medio de un razonamiento por lo que podrá convencerla, sino por la ternura, por el silencio, por la pa- ciencia. No debe olvidar que la mujer, mucho más que él, está durante una gran parte de su vida a merced de su sistema ner- vioso. Si el hombre, en estos momentos difíciles, incomprende lo que no es otra cosa que la queja de un cuerpo que padece, corre el riesgo de destruir, a causa de un estado pasajero, lo que ha sido y podría ser todavía una bella unión. Es la imagen banal, pero bastante justa, la de comparar los movimientos del alma de la mujer a los océanos. El marido razonable, como el marino en medio de las tempestades, larga velas, está atento, espera, y las tormentas no le impiden amar el mar. Algunas reglas del arte de mantener el amor deben ser comunes a ambos sexos. La primera es la de demostrar, en la intimidad del amor, tan buenas maneras como en el primer encuentro. La cortesía no es incompatible con la cotidianidad. Todo se puede decir con gracia, y sería una extraña confusión la de tomar la bru- talidad por la única forma de la franqueza. La segunda regla es conservar en toda circunstancia un sentido del humor que sepa burlarse de sí mismo, darse cuenta de la puerilidad de la mayor parte de los disentimientos y no conceder una importancia trágica a esas colecciones de agravios que llenan las vitrinas de toda vida en pareja. Es vano agrandar cada tormento presente con el recuerdo de las querellas pasadas. La tercera regla es mantener los celos dentro de los límites razonables. Es decir, evitar a la vez complacencia y desconfianza que serían ambas ofensivas. La cuarta es permitir, por medio de la ruptura de rutinas, una nueva cristalización; las vacaciones amorosas, aderezadas por epísto- las y otras declaraciones de amor, desempeñan un papel útil. Ocurre que una pareja, habiendo perdido por el hábito y la pere- za el tono de la conversación tierna, lo encuentra por medio de la frase escrita. La última y la más secreta es la de seguir siendo novelesco… “¿Por qué, habiéndola ya conquistado, he de seguir cortejando a la persona que amo?... Porque, aún siendo mía, ella no me pertenecerá jamás…” Excelente tema de meditación para las personas que sean dignas de él. La inocencia natural, como el ser humano común, no existe más que una sola vez y no regresa. El humano, como los dioses, ama las primicias y no encontrará jamás, en la segunda inocencia, aunque ésta fuera mejor, el gusto ni el sabor de la primera. Mu- chas cosas no pueden aparecer más que una sola vez, porque lo único les es inherente y pertenece a su esencia. Nuestra vida es al mismo tiempo independiente y absoluta. No morimos sino en cierta medida, por así decirlo. Y nuestra vida por lo tanto debe consistir en ser parte de una comunidad más extensa. http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2015 © Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual Sin nombre. Retoma el manto de los lirios en tus ojos y plásmalos en mi rostro al mirarme. Guárdame ese roce de tus manos, para el momento en que tú me conmemores. Y guarda en tu memoria y en tu mente mis palabras y mi imagen, consternados. Cuando toques el fondo de tus sueños y resurja el canto de tus sueños, no permitas que el recuerdo se te borre y piensa en que fuera de ti, aún es el rocío quien pretende ser amado. 1988 “Considera las contrariedades como un ejer- cicio.” Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual © Flores, México - 2003