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mientos. He aquí un torrente verde y fresco de geranios, la fuga
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nas en que se aleja la primavera y al hacerlo mezcla aún sus per-
fumes con los primeros ardores del estío que llega. Lo que da a
esa milagrosa alegría un tinte melancólico que no se podría hallar
en otra parte, es la soledad ascética y casi dolorosa en que ella
se descoge. Hay, allá en el desierto, en el silencio y más bien en
el vacío, emparrados en las terrazas de los pórticos de las mil
millas abandonadas, una emulación de la belleza, que llega hasta
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ca y decisiva, de la beatitud y las magnificencias de la tierra.
Hay, por último, una especie de espera inaudita, solemne y tedio-
sa que, por encima de las cercas, tapias y muros, acecha la lle-
gada de un gran Dios; un silencio de éxtasis que exige una pre-
sencia sobrenatural, una impaciencia exasperada e insensata
que por todas partes se esparce por las rutas por donde no pasa
más que el cortejo mudo y transparente de las horas.
Cuántas bellezas se pierden en este mundo. Veamos de qué
hemos de nutrir nuestros ojos hasta la tumba. Veamos cómo co-
sechar los recuerdos que sostendrán nuestras almas hasta su
última morada. Veamos cómo nutrir a los millares de corazones
con el supremo alimento de la vida.
En el fondo, cuando soñamos, todo lo que hay de mejor en este
mundo que encierra nuestro pecho, todo lo que hay de puro, de
dichoso y de límpido en nuestra inteligencia y en nuestros senti-
mientos, toma su origen en algunos espectáculos hermosos. Si
no hubiéramos visto nunca cosas bellas, no tendríamos más que
pobres y siniestras imágenes para adornar nuestras ideas que
perecerían de frío y de miseria, como las de los ciegos. La gran
ruta que emerge desde todos los planos de la vida hasta las dia-
fanías de la conciencia humana, sería tan vaga, tan desnuda y
tan desierta, que nuestros pensamientos perderían muy pronto la
fuerza y el brío que les son necesarios; porque en donde no im-
peran los pensamientos no tardan en aparecer las espinas y el
abrojo horroroso del bosque bárbaro. Un bello espectáculo que
pudiéramos haber visto, que nos perteneciera, que pareciera lla-
marnos y del que hubiéramos huido, no se reemplaza nunca;
porque nada crece en donde nada se siembra, y deja en nuestra
alma un gran círculo estéril en donde sólo hallaríamos espinas el
día en que quisiéramos cosechar rosas.
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ías y sus formas hacia lo que habíamos contemplado. Entre el
gesto heroico, y el deber cumplido; el sacrificio noblemente ofre-
cido y el bello paisaje alguna vez contemplado, hay a menudo
lazos muy estrechos y vívidos, tanto o más, que los retenidos por
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los que sienten; dar, en suma, a nuestra simpatía, su más amplio desa-
rrollo: como con un toque de varita mágica... Verás que los objetos más
leves cobran peso, y que una coloración severa tiñe todas las cosas.
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atención constantemente despierta, que discierna los contornos de la
situación presente; y es también cierta elasticidad del cuerpo y del espí-
ritu que nos mantenga dispuestos a adaptarnos a dicha situación. Ten-
sión y elasticidad, dos fuerzas complementarias la una de la otra, pues-
tas en juego de por vida. Si faltan en el cuerpo, surgen los accidentes de
toda clase, los achaques, la enfermedad. Y si es en el espíritu donde
faltan, se originan todos los grados de la pobreza psicológica, todas las
variedades de la locura. Y si, por último, es el carácter el que carece de
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La escarlata y la tumultuaria bugambilia cubren las ventanas de las casas semejando un ali- neamiento de llamas. Las rosas amarillas tapizan las colinas de velo azafranado; las rosas encarnadas, la bella rosa inocente de los primeros pudores, inundan los valles, como si los divinos lam- pos de la aurora, en donde se elabora la carne ideal de las muje- res y de los ángeles se hubieran desbordado por el mundo. Otras asaltan los árboles, escalan los pilares, las columnas, las facha- das, los pórticos; se lanzan y retumban, se despiertan y precipi- tan multiplicándose; se agrupan y suponen como racimos embria- gantes que fermentan silenciosos entre pétalos apasionados. Perfumes innumerables, diversos e intensos, circulan en un mar de alegría como las ondas que jamás se confunden y que por eso pueden reconocérselas en cada inspiración de sus movi- mientos. He aquí un torrente verde y fresco de geranios, la fuga de clavos y alelíes; el río torrencial de la clara y leal alhucema y el espliego; y por último, ese mantel que cae en forma de casca- da hirviente de los azahares, cuya fragancia trasciende a inocen- cia, a timidez y a juramentos cumplidos, de que el verde intenso en que se sumerge la campiña forma el fondo más hermoso. No creo que haya cosa más bella en el mundo que esos jardines y vallados de la Provenza marítima durante las seis o siete sema- nas en que se aleja la primavera y al hacerlo mezcla aún sus per- fumes con los primeros ardores del estío que llega. Lo que da a esa milagrosa alegría un tinte melancólico que no se podría hallar en otra parte, es la soledad ascética y casi dolorosa en que ella se descoge. Hay, allá en el desierto, en el silencio y más bien en el vacío, emparrados en las terrazas de los pórticos de las mil millas abandonadas, una emulación de la belleza, que llega hasta el sufrimiento agudo del dolor, hasta el impulso de todas las fuer- zas, de todas, las formas y de todos los colores. Hay también, una especie de prodigiosa palabra de orden, como si todas las energías de la gracia y el esplendor que envuelven a la naturaleza, se hubieran coaligado para dar en un mismo ins- tante a un testigo que no conocen los humanos, una prueba, úni- ca y decisiva, de la beatitud y las magnificencias de la tierra. Hay, por último, una especie de espera inaudita, solemne y tedio- sa que, por encima de las cercas, tapias y muros, acecha la lle- gada de un gran Dios; un silencio de éxtasis que exige una pre- sencia sobrenatural, una impaciencia exasperada e insensata que por todas partes se esparce por las rutas por donde no pasa más que el cortejo mudo y transparente de las horas. Cuántas bellezas se pierden en este mundo. Veamos de qué hemos de nutrir nuestros ojos hasta la tumba. Veamos cómo co- sechar los recuerdos que sostendrán nuestras almas hasta su última morada. Veamos cómo nutrir a los millares de corazones con el supremo alimento de la vida. En el fondo, cuando soñamos, todo lo que hay de mejor en este mundo que encierra nuestro pecho, todo lo que hay de puro, de dichoso y de límpido en nuestra inteligencia y en nuestros senti- mientos, toma su origen en algunos espectáculos hermosos. Si no hubiéramos visto nunca cosas bellas, no tendríamos más que pobres y siniestras imágenes para adornar nuestras ideas que perecerían de frío y de miseria, como las de los ciegos. La gran ruta que emerge desde todos los planos de la vida hasta las dia- fanías de la conciencia humana, sería tan vaga, tan desnuda y tan desierta, que nuestros pensamientos perderían muy pronto la fuerza y el brío que les son necesarios; porque en donde no im- peran los pensamientos no tardan en aparecer las espinas y el abrojo horroroso del bosque bárbaro. Un bello espectáculo que pudiéramos haber visto, que nos perteneciera, que pareciera lla- marnos y del que hubiéramos huido, no se reemplaza nunca; porque nada crece en donde nada se siembra, y deja en nuestra alma un gran círculo estéril en donde sólo hallaríamos espinas el día en que quisiéramos cosechar rosas. Nuestros pensamientos y nuestras acciones impulsan sus energ- ías y sus formas hacia lo que habíamos contemplado. Entre el gesto heroico, y el deber cumplido; el sacrificio noblemente ofre- cido y el bello paisaje alguna vez contemplado, hay a menudo lazos muy estrechos y vívidos, tanto o más, que los retenidos por nuestra memoria. Y, por tanto, cuantas más bellezas contempla- mos, más aptos estaremos para hacer cosas buenas, lo cual quiere decir, que para la prosperidad de nuestra vida interior, se necesita un conjunto armonioso de admirables despojos. Cómo se cultiva la Imaginación. Intentar por un momento interesarse por todo lo que se dice y por todo lo que se hace; actuar con la imaginación con los que actúan; sentir con los que sienten; dar, en suma, a nuestra simpatía, su más amplio desa- rrollo: como con un toque de varita mágica... Verás que los objetos más leves cobran peso, y que una coloración severa tiñe todas las cosas. Lo que la vida y la sociedad exigen de cada uno de nosotros es una atención constantemente despierta, que discierna los contornos de la situación presente; y es también cierta elasticidad del cuerpo y del espí- ritu que nos mantenga dispuestos a adaptarnos a dicha situación. Ten- sión y elasticidad, dos fuerzas complementarias la una de la otra, pues- tas en juego de por vida. Si faltan en el cuerpo, surgen los accidentes de toda clase, los achaques, la enfermedad. Y si es en el espíritu donde faltan, se originan todos los grados de la pobreza psicológica, todas las variedades de la locura. Y si, por último, es el carácter el que carece de ellas, surgen las profundas inadaptaciones a la vida social, fuentes de miseria, y a veces ocasión de crímenes. http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2012 De mi Libreta de Apuntes De mi Libreta de Apuntes “Cuando hayas cortado el último árbol, contaminado el último río y pescado el último pez, te darás cuenta de que el dinero no se puede comer.” Proverbio indio © Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual Amanecer Las coplas de la madruga- da hacen nacer al rocío, y la frescura del alba Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual © La Luna de Octubre - 2012