SlideShare una empresa de Scribd logo
JUAN JOSÉ SILVESTRE VALOR
LA SANTA MISA
El rito de la celebración eucarística
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
2
© 2015 by FUNDACIÓN STUDIUM
© 2015 by EDICIONES RIALP, S. A.
Colombia, 63, 8º A - 28016 Madrid (www.rialp.com)
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la
transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por
registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o
escanear algún fragmento de esta obra.
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-321-4561-2
3
A todos mis amigos y sus familias, especialmente
Louis y Tessy; Josef; Imre y Kathleen;
en los que he pensado al escribir estas líneas.
4
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
DEDICATORIA
PREFACIO
INTRODUCCIÓN
Aprender a vivir la Santa Misa
Adoración
Conversión
Desde la liturgia
1. RITOS INICIALES DE LA SANTA MISA
1. El silencio, marco de la preparación
a) Revestirse de Cristo
b) Los ornamentos sagrados
2. Procesión inicial
3. Canto de entrada: convocados por el Señor
a) La Iglesia, sujeto de la celebración litúrgica
b) Lengua y canto para una celebración abierta a todos
4. Saludo al altar
Una sede para el entero Pueblo de Dios
5. Saludo al pueblo congregado
6. Rito penitencial
7. Gloria
8. Colecta
2. LA LITURGIA DE LA PALABRA
1. Introducción
a) Palabra de Dios y liturgia
5
b) Palabra de Dios y Eucaristía: unidad intrínseca de la acción litúrgica
2. Liturgia de la Palabra
Ambón
2.1. Dios que habla a su pueblo
Lecturas
La proclamación del Evangelio
Aclamación que precede a la proclamación del Evangelio
Veneración del Evangelio
Homilía
2.2. Respuesta del pueblo
Silencio
Salmo responsorial
Profesión de fe
Oración universal
3. LITURGIA EUCARÍSTICA: PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS
1. Introducción
2. La Presentación de las ofrendas
Benedictus es, Domine... Bendito seas, Señor, por este pan... por este vino
Per huius aquae et vini... Que por el misterio de este agua y de este vino...
3. Espíritu de conversión
In spiritu humilitatis... Acepta, Señor, nuestro corazón contrito...
El lavabo
4. Orate, fratres; Orad, hermanos
5. La oración sobre las ofrendas
4. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA
Introducción
1. Misterio pascual y liturgia
El «olvido» del Misterio pascual
Recuperar el Misterio pascual en la liturgia y en nuestra vida
2. Misterio pascual y Plegaria eucarística
3. Elementos de la Plegaria eucarística
Diálogo inicial
Prefacio
Sanctus, Sanctus, Sanctus; Santo, Santo, Santo
4. Comentario de las Plegarias eucarísticas mayores
4.1. Canon Romano o Plegaria eucarística primera
Intercesiones
Bendice y santifica: Epíclesis consagratoria
Relato de la institución y consagración
Mysterium fidei; Sacramento de nuestra fe
Anámnesis-Oblación
6
Epíclesis de Comunión
Intercesiones
Doxología
4.2. Plegaria eucarística segunda
4.3. Plegaria eucarística tercera
4.4. Plegaria eucarística cuarta
5. RITO DE LA COMUNIÓN
1. Padrenuestro
2. El rito de la paz
3. Fractio panis: la fracción del pan
Inmixtión
4. Agnus Dei; Cordero de Dios
5. Oraciones preparatorias a la Comunión
6. Ecce Agnus Dei; Este es el Cordero de Dios
7. Comunión del sacerdote y de los fieles
a) Comunión y adoración
b) Comunión con Dios y con los demás
8. Antífona y canto de Comunión
Purificación
9. Oración después de la Comunión
6. RITOS DE CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
7
PREFACIO
«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran
con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del
vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta
Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa
evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en
los próximos años»[1]. Las palabras apenas citadas son el inicio de la exhortación
apostólica postsinodal Evangelii Gaudium del papa Francisco y constituyen todo un
programa de vida para la Iglesia y para cada uno de los hijos de esta Madre buena.
Pienso que el desafío de la nueva evangelización interpela a la Iglesia universal, y nos
pide también proseguir con empeño la búsqueda de la unidad plena entre los cristianos.
El nuestro es tiempo de nueva evangelización y la liturgia se ve interpelada directamente
por este desafío.
Es posible que, a primera vista, la liturgia parezca quedar marginada en esta tarea.
Efectivamente, muchas personas, incluso buenos cristianos, piensan que frente a la
miseria ingente que oprime a millones de hombres y mujeres, ante las realidades sociales
difíciles y complejas por las que atraviesan naciones enteras, ante ciertos hechos de
crónica o ante tantas dificultades diarias de la vida, de las que los periódicos ni siquiera
hablan, el culto y la adoración pueden y deben esperar. Dios aparece así como algo
superfluo, como algo que no es necesario para la salvación del hombre. Dios se ve como
un lujo para ricos. Pero con semejante inversión, es decir, queriendo resolver antes los
problemas humanos para después ocuparse de Dios, observamos que los problemas no
disminuyen, sino que se incrementa la miseria. Al mismo tiempo que procuramos paliar
esas dramáticas situaciones —que siempre deben interpelar nuestro corazón de cristianos
—, no podemos olvidar que Dios es y será siempre la necesidad primera del hombre, de
suerte que allí donde se pone entre paréntesis la presencia de Dios, se despoja al hombre
de su humanidad.
En este sentido me gusta recordar que el primer documento aprobado por el Concilio
Vaticano II fue la constitución conciliar sobre la liturgia, Sacrosanctum Concilium.
Aunque lo fuese en primer lugar por motivos en apariencia prácticos, en realidad
actuando así se dio una arquitectura precisa al Concilio: lo primero es la adoración. Y,
por tanto, Dios. En esta línea, la promulgación de la constitución Sacrosanctum
8
Concilium se colocaría en la línea de la Regla benedictina: Operi Dei nihil praeponatur,
nada se anteponga a la obra de Dios. A su vez, la constitución Lumen gentium, sobre la
Iglesia, estaría esencialmente ligada a la anterior. La Iglesia se dejaría guiar por la
oración, por la misión de glorificar a Dios. En este sentido, parece lógico que la tercera
constitución —Dei Verbum— hable de la Palabra de Dios que en todo tiempo convoca y
renueva a la Iglesia. Finalmente, la cuarta constitución —Gaudium et spes— mostraría
cómo tiene lugar la glorificación de Dios en la vida activa: llevando al mundo la luz
divina, este se transforma y se convierte plenamente en alabanza a Dios. La gloria de
Dios es el hombre viviente (cf. 1 Co 10, 31). Y la vida del hombre es la visión de
Dios[2]. Así pues, recuperar este «primado» de Dios era un objetivo fundamental del
Concilio Vaticano II y lo sigue siendo pasados cincuenta años.
Al mismo tiempo, es un hecho indiscutible que, a pesar de la secularización, en
nuestro tiempo está emergiendo, de diversas formas, una renovada necesidad de
espiritualidad. Esto demuestra que en lo más íntimo del hombre no se puede apagar la
sed de Dios. Existen interrogantes que únicamente encuentran respuesta en un contacto
personal con Cristo. Del mismo modo que algunos griegos hace dos mil años pidieron al
apóstol Felipe: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21), «los hombres de nuestro tiempo,
quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no solo hablar de
Cristo, sino en cierto modo hacérselo ver»[3].
«Ante este anhelo de encuentro con Dios, la Liturgia ofrece la respuesta más profunda
y eficaz»[4] porque nos permite encontrarnos con Él y con su sacrifico redentor. Las
palabras y las acciones de Jesús durante su vida oculta y su ministerio público eran
salvíficas y anticipaban la fuerza de su Misterio pascual. Por eso, la muerte de Cristo en
la Cruz y su resurrección, el Misterio pascual, constituyen el centro de la vida diaria de
la Iglesia. De hecho, por voluntad del mismo Cristo, este acto salvífico, eterno, ha
quedado vinculado a la historia y se hace presente en el tiempo y en el espacio donde se
celebra el memorial por Él instituido en la última Cena.
La última Cena, anticipa e incluye el sacrificio de Cristo en la Cruz, y la celebración
eucarística nos hace participar de él, lo re-presenta y actualiza. Sí, la Misa es
verdaderamente un sacrificio idéntico al del Calvario, es verdaderamente el memorial
sacramental de la bienaventurada Pasión de nuestro Señor Jesucristo. El Señor nos envió
a evangelizar, sin «desvirtuar la cruz de Cristo» (1 Co 1, 17).
En este sentido, resume con sencillez y claridad el papa Francisco, «la celebración
eucarística es mucho más que un simple banquete: es precisamente el memorial de la
Pascua de Jesús, el misterio central de la salvación. “Memorial” no significa solo un
recuerdo, un simple recuerdo, sino que quiere decir que cada vez que celebramos este
sacramento participamos en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. La
Eucaristía constituye la cumbre de la acción de salvación de Dios: el Señor Jesús,
haciéndose pan partido por nosotros, vuelca, en efecto, sobre nosotros toda su
misericordia y su amor, de tal modo que renueva nuestro corazón, nuestra existencia y
nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos»[5].
9
De ahí que toda la vida litúrgica gire en torno al sacrificio eucarístico y a los demás
sacramentos, por los que llegamos a la fuente misma de la salvación. La Liturgia tiene
como primera función conducirnos a Cristo y lo hace especialmente en la Eucaristía, en
la que se nos permite unirnos al sacrificio de Cristo y alimentarnos de su Cuerpo y su
Sangre. Es el «don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa
humanidad y, además, de su obra de salvación»[6].
Precisamente para actualizar su Misterio pascual, Cristo está siempre en su Iglesia, por
eso podemos encontrarnos con Él en la Liturgia. El Señor, dirá el Santo Padre, «se hace
presente en medio de su pueblo, en medio de su Iglesia. Es la presencia del Señor. El
Señor que se acerca a su pueblo; se hace presente y comparte con su pueblo un poco de
tiempo. Esto es lo que sucede durante la celebración litúrgica que, ciertamente, no es un
buen acto social y no es una reunión de creyentes para rezar juntos. Es otra cosa, porque
en la liturgia eucarística Dios está presente y, si es posible, se hace presente de un modo
aún más cercano. Su presencia es una presencia real»[7]. Ese encuentro con el Señor en
la Eucaristía es vital y determinante. Como afirmaban los cristianos de los primeros
siglos: «Sine dominico non possumus»; es decir, sin reunirnos en asamblea el domingo
para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las
dificultades diarias y no sucumbir.
Me gusta recordar que la liturgia es el lugar adecuado para encontrarse con Dios cara a
cara, entregarle toda nuestra vida, nuestro trabajo, y hacer de todo ello una ofrenda a su
gloria. El libro del profesor Juan José Silvestre que ahora presento, busca facilitar que se
redescubran estas riquezas que encierra la sagrada liturgia. En concreto a lo largo de sus
páginas nos muestra cómo la Santa Misa, vivida con atención y fe, es verdadera escuela
de vida. Efectivamente, la Eucaristía «es formativa en el sentido más profundo de la
palabra, pues promueve la conformación con Cristo»[8].
El lector de esta obra se dará cuenta enseguida de que el sacerdote celebrante no es el
protagonista de la acción litúrgica, como tampoco lo es el pueblo que participa. Es Dios
mismo el que actúa y nosotros nos sentimos atraídos hacia esta acción de Dios, llamados
a adorar a Dios, hechos uno con Jesucristo por acción del Espíritu Santo.
Adorar a Dios. Como afirma el papa Francisco, «en cada ceremonia litúrgica lo que es
más importante es la adoración y no los cantos y los ritos por bellos que sean. Toda la
comunidad reunida mira al altar donde se celebra el sacrificio y adora. (...) Pero creo,
humildemente lo digo, que nosotros los cristianos tal vez hemos perdido un poco el
sentido de la adoración. Y pensamos: vamos al templo, nos reunimos como hermanos, y
es bueno, es bello. Pero el centro está allí donde está Dios. Y nosotros adoramos a
Dios»[9]. Por eso nos conviene «repensar» la actitud con la que celebramos y
participamos de la liturgia.
En realidad, alcanzar la verdadera participación activa en la celebración, objetivo de la
reforma conciliar, supone participar en la actio Dei, y esto conlleva convertirse en un
cuerpo y un espíritu con Él, superando la diferencia que existe entre su acción y la
nuestra. He aquí también el fundamento profundo de la observancia de las normas
litúrgicas, pues «las palabras y los ritos litúrgicos son expresión fiel, madurada a lo largo
10
de los siglos, de los sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos
sentimientos que él; conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor
nuestro corazón»[10].
En este sentido, el Santo Padre recuerda que «celebrar el verdadero culto espiritual
quiere decir entregarse a sí mismo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf.
Rm 12, 1). Una liturgia que estuviera separada del culto espiritual correría el riesgo de
vaciarse, de perder su originalidad cristiana y caer en un sentido sagrado genérico, casi
mágico, y en un esteticismo vacío. Al ser acción de Cristo, la liturgia impulsa desde
dentro a revestirse de los mismos sentimientos de Cristo, y en este dinamismo toda la
realidad se transfigura»[11].
Por último querría considerar que el trabajo del profesor Silvestre se escribe cuando ha
pasado ya medio siglo de la solemne promulgación de la constitución Sacrosanctum
Concilium. Por este motivo es consciente de que la renovación litúrgica tiene riquezas
aún no descubiertas del todo. Y esto se explica porque «la liturgia va más allá de la
reforma litúrgica»[12], cuya finalidad no era tanto cambiar los textos, como renovar la
mentalidad poniendo en el centro de la vida cristiana y de la pastoral la celebración del
Misterio pascual. Como afirmaba con fuerza san Juan Pablo II: «No se puede, pues,
seguir hablando de cambios como en el tiempo de la publicación de la Constitución
Sacrosanctum Concilium, pero sí de una profundización cada vez más intensa de la
Liturgia de la Iglesia, celebrada según los libros vigentes y vivida, ante todo, como un
hecho de orden espiritual»[13].
En este sentido, la lectura de este libro me ha confirmado en la idea según la cual el
ars celebrandi es la mejor premisa para la participación activa. Y por tanto, la mejor
catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía bien celebrada. Además, me ha recordado
que «la garantía más segura para que el Misal de Pablo VI pueda unir a las comunidades
parroquiales y sea amado por ellas consiste en celebrar con gran reverencia de acuerdo
con las prescripciones; esto hace visible la riqueza espiritual y la profundidad teológica
de este Misal»[14].
Esa riqueza espiritual y teológica se manifestará en la belleza de nuestras
celebraciones litúrgicas. Sin olvidar que «las liturgias de la tierra, ordenadas todas ellas a
la celebración de un Acto único de la historia, no alcanzarán jamás a expresar totalmente
su infinita densidad. En efecto, la belleza de los ritos nunca será lo suficientemente
esmerada, lo suficientemente cuidada, elaborada, porque nada es demasiado bello para
Dios, que es la Hermosura infinita. Nuestras liturgias de la tierra no podrán ser más que
un pálido reflejo de la liturgia, que se celebra en la Jerusalén de arriba, meta de nuestra
peregrinación en la tierra»[15]. Agradezco al profesor Silvestre este trabajo que, sin
duda, debe mucho al amor a la Santísima Eucaristía que san Josemaría Escrivá de
Balaguer supo inculcar a muchos sacerdotes y laicos, haciendo de la Misa el centro y la
raíz de su vida. Pienso que contribuirá a que nuestras celebraciones eucarísticas vayan
pareciéndose más a la liturgia del cielo y, de ese modo, también nos la hagan presentir.
ROBERT CARD. SARAH
Prefecto de la Congregación para el Culto Divino
11
y la Disciplina de los Sacramentos
Roma, 5 de abril de 2015
Primer Domingo de Pascua
[1] FRANCISCO, Ex. apost. post. Evangelii gaudium, n. 1.
[2] Cf. S. IRENEO, Contra las herejías IV, 20, 7: PG 7, 1037.
[3] S. JUAN PABLO II, Carta apost. Novo millenio ineunte, 6-I-2001, n. 16.
[4] S. JUAN PABLO II, Carta apost. Spiritus et Sponsa, 4-XII-2003, n. 12.
[5] FRANCISCO, Audiencia general, 5-II-2014.
[6] S. JUAN PABLO II, Carta enc. Ecclesia de Eucharistia, 17-IV-2003, n. 11.
[7] FRANCISCO, Homilía en la Domus Sanctae Marthae, 10-II-2014.
[8] BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, 22-II-2007, n. 80.
[9] FRANCISCO, Homilía en la Domus Sanctae Marthae, 22-XI-2013.
[10] CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr. Redemptionis sacramentum, 25-III-
2004, n. 5 (A partir de ahora citaremos CCDDS).
[11] FRANCISCO, Mensaje a los participantes en el Simposio Sacrosanctum Concilium. «Gratitud y compromiso por
un gran movimiento eclesial», 18-II-2014.
[12] S. JUAN PABLO II, Carta apost. Vicesimus quintus annus, 4-XII-1988, n. 14; BENEDICTO XVI, Discurso a los
participantes en el congreso organizado en el L aniversario de la fundación del PIL, 6-V-2011.
[13] S. JUAN PABLO II, Carta apost. Vicesimus quintus annus, 4-XII-1988, n. 14.
[14] BENEDICTO XVI, Carta a los Obispos que acompaña el motu proprio Summorum Pontificum, 7-VII-2007.
[15] BENEDICTO XVI, Homilía en la celebración de las Vísperas en la catedral Notre-Dame de París, 12-IX-2008.
12
INTRODUCCIÓN
El motivo que me ha impulsado a escribir este libro es múltiple, pero pienso que queda
bien resumido por unas palabras del papa Francisco: «Es necesario aprender a vivir la
Santa Misa, dijo un día el beato Juan Pablo II en un seminario romano, a los jóvenes que
le preguntaron por el recogimiento profundo con el que celebraba. ¡Aprender a vivir la
Santa Misa! A esto nos ayuda, nos introduce, estar en adoración delante del Señor
eucarístico en el sagrario y recibir el sacramento de la reconciliación»[1].
Aprender a vivir la Santa Misa
Por una parte, la realidad es que gran parte de los cristianos de nuestro tiempo se
encuentran, de hecho, en un estado similar al de un catecúmeno, de «analfabetismo
religioso», hablaba gráficamente Benedicto XVI[2], y no siempre se toma en serio este
dato. Por otra, la solución al problema no se alcanza banalizando la celebración ni
transformándola en una clase de religión, sino por medio de una formación litúrgica y
espiritual.
Al mismo tiempo, este proceso de formación no puede dejar de lado la situación
actual: «En un mundo que ha cambiado, y que está cada vez más obsesionado con las
cosas materiales, debemos aprender a reconocer de nuevo la presencia misteriosa del
Señor resucitado, el único que puede dar amplitud y profundidad a nuestra vida»[3].
Un lugar privilegiado para «aprender» a Dios es la liturgia y, concretamente la Santa
Misa. De hecho, como señala el papa Francisco, «Cristo se revela como el verdadero
protagonista de toda celebración, y “asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la
Iglesia, que invoca a su Señor y por Él tributa culto al Padre eterno” (Sacrosanctum
Concilium, n. 7). Esta acción, que tiene lugar por el poder del Espíritu Santo, posee una
profunda fuerza creadora capaz de atraer a sí a todo hombre y, en cierto modo, a toda la
creación»[4]. Toda la Trinidad está presente y actúa en cada celebración.
La liturgia es pues una maravillosa acción divina, que es fuente de adoración a Dios y
transformación del hombre en Cristo por obra del Espíritu Santo. De ahí que la
formación litúrgica deba ir encaminada no tanto a aprender y ensayar actividades
exteriores, como a facilitar el acercamiento a la actio esencial, al poder transformador de
Dios que, a través del acontecimiento litúrgico, quiere convertirnos a nosotros y al
13
mundo. Como proponía Benedicto XVI: «Todos debemos colaborar para celebrar cada
vez más profundamente la Eucaristía: no solo como rito, sino también como proceso
existencial que me afecta en lo más íntimo, más que cualquier otra cosa, y me cambia,
me transforma. Y, transformándome, también da inicio a la transformación del mundo
que el Señor desea y para la cual quiere que seamos sus instrumentos»[5].
Efectivamente, «con Cristo ha comenzado un nuevo modo de venerar a Dios, un
nuevo culto. Este consiste principalmente en que el hombre vivo se convierte él mismo
en adoración, en “sacrificio” incluso en su propio cuerpo. Ya no ofrecemos a Dios cosas;
es nuestra misma existencia la que debe transformarse en alabanza de Dios»[6]. Esta
logike latreia (cf. Rom 12, 1), este culto espiritual agradable a Dios, lo aprendemos en la
liturgia y lo prolongamos poniéndolo en práctica en nuestra vida cotidiana.
En palabras del papa Francisco, «celebrar el verdadero culto espiritual quiere decir
entregarse a sí mismo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf. Rom 12, 1).
Una liturgia que estuviera separada del culto espiritual correría el riesgo de vaciarse, de
perder su originalidad cristiana y caer en un sentido sagrado genérico, casi mágico, y en
un esteticismo vacío. Al ser acción de Cristo, la liturgia impulsa desde dentro a revestirse
de los mismos sentimientos de Cristo, y en este dinamismo toda la realidad se
transfigura»[7].
Así pues, se trata de aprender a vivir la Santa Misa, de modo que adquiramos, que nos
revistamos de los sentimientos de Cristo (cf. Flp 2, 5). Y esto se lleva a cabo no de modo
inexplicable o mágico, sino por medio de las palabras y los gestos de la celebración
misma, que son «expresión madurada a lo largo de los siglos de los sentimientos de
Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que él; conformando nuestra mente
con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón»[8]. De ahí que cuando la Santa
Misa es vivida con fe y atención promueve la conformación con Cristo[9].
En este sentido se entiende que el Concilio Vaticano II recordase que, para asegurar la
plena eficacia adorante y transformadora de la liturgia, «es necesario que los fieles se
acerquen a la sagrada liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en
consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano»[10].
Este libro pretende ser una ayuda para que los fieles —laicos, religiosos y sacerdotes
— puedan recorrer este camino de identificación con Cristo, que pasa por la escuela de
la Santa Misa y más en concreto por el «aprendizaje» vital de las palabras y los gestos de
la celebración. Para conseguirlo hemos procurado partir de la liturgia misma, y es la
liturgia la que configura el contenido y las fuentes de este trabajo.
¿Cuál es el camino que vamos a recorrer? Después de una breve introducción siguen
seis capítulos en los que se trata de la Misa, no de un modo discursivo, sino
«mistagógico», desde los ritos[11]. A la hora de escribir esas páginas, he tenido
presentes unas sugerentes palabras de san Josemaría Escrivá de Balaguer: «Permitidme
que os recuerde lo que en tantas ocasiones habéis observado: el desarrollo de las
ceremonias litúrgicas. Siguiéndolas paso a paso, es muy posible que el Señor haga
descubrir a cada uno de nosotros en qué debe mejorar, qué vicios ha de extirpar, cómo ha
de ser nuestro trato fraterno con todos los hombres»[12]. Las palabras y los gestos de la
14
celebración, vividos con fe y amor, son motivo de examen sobre nuestra configuración
con Cristo, sobre nuestro amor a Dios y a los demás en Él.
Las fuentes de este trabajo son principalmente de tres tipos. En primer lugar, el lugar
privilegiado desde el que hemos partido, es el libro litúrgico mismo, el Misal Romano, y
más en concreto, las riquezas de la Ordenación General del Misal Romano y de la
Ordenación de las Lecturas de la Misa: «Textos que contienen riquezas que custodian y
expresan la fe, así como el camino del Pueblo de Dios a lo largo de dos milenios de
historia»[13].
Las otras dos fuentes de las que beben estas páginas han sido el riquísimo magisterio
contemporáneo y los estudios recientes o clásicos de diversos autores que, desde un
planteamiento litúrgico, histórico o pastoral, se acercan a la celebración eucarística[14].
Es de justicia reconocer que en este segundo grupo ocupa un lugar privilegiado el
magisterio litúrgico de Benedicto XVI[15] en quien su sucesor en la Sede de Pedro
reconoce «un gran Papa. Grande por la fuerza y penetración de su inteligencia, grande
por su relevante aportación a la teología, grande por su amor a la Iglesia y a los seres
humanos, grande por su virtud y su religiosidad»[16]. En realidad, como decía el papa
Francisco, «durante estos años de pontificado ha enriquecido y fortalecido a la Iglesia
con su magisterio, su bondad, su dirección, su fe, su humildad y su mansedumbre.
Seguirán siendo un patrimonio espiritual para todos. El ministerio petrino, vivido con
total dedicación, ha tenido en él un intérprete sabio y humilde, con los ojos siempre fijos
en Cristo, Cristo resucitado, presente y vivo en la Eucaristía»[17].
Adoración
Junto a la necesidad de aprender a vivir la Santa Misa destacaría, de las palabras del
papa Francisco con las que abríamos esta introducción, otras dos ideas directamente
relacionadas: para vivir la celebración eucarística, decía el Santo Padre, «nos ayuda, nos
introduce, estar en adoración delante del Señor eucarístico en el sagrario y recibir el
sacramento de la reconciliación»[18].
El primer punto es claro, pues «en la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro
encuentro y desea unirse a nosotros; la adoración eucarística no es sino la continuación
obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de
adoración de la Iglesia»[19]. El culto eucarístico fuera de la Misa nos enseña por tanto a
adorar al Señor en la Santa Misa, es decir, a desear unirnos a Él por la Comunión. De
hecho, «recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos»[20].
A lo largo de las páginas de este libro trataremos de sugerir pistas que faciliten
recuperar el «primado» de Dios en la celebración eucarística. Este era un objetivo
fundamental del Concilio Vaticano II y lo sigue siendo ahora. También en la liturgia,
Dios debe ocupar el primer lugar y no se puede dar por descontado. San Juan Pablo II
recordaba a los veinticinco años de la Sacrosanctum Concilium: «Nada de lo que
hacemos en la Liturgia puede aparecer como más importante de lo que invisible, pero
realmente, Cristo hace por obra de su Espíritu. La fe vivificada por la caridad, la
15
adoración, la alabanza al Padre y el silencio de la contemplación, serán siempre los
primeros objetivos a alcanzar para una pastoral litúrgica y sacramental»[21].
Pasados cincuenta años de la promulgación de la Sacrosanctum Concilium, es ahora el
papa Francisco quien sigue recordando esa necesidad de dar a Dios el primer lugar: «No
es útil dispersarse en muchas cosas secundarias o superfluas, sino concentrarse en la
realidad fundamental, que es el encuentro con Cristo, con su misericordia, con su amor,
y en amar a los hermanos como Él nos amó. Un encuentro con Cristo que es también
adoración, palabra poco usada: adorar a Cristo»[22].
Con su lenguaje directo, el Obispo de Roma preguntaba: «Tú, yo, ¿adoramos al
Señor? ¿Acudimos a Dios solo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también
para adorarlo? ¿Y qué quiere decir adorar a Dios? Significa aprender a estar con él, a
pararse, a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena,
la más importante de todas»[23].
Este significado de adoración que presenta el papa Francisco tiene consecuencias
prácticas inmediatas que se refieren los edificios de culto y a las celebraciones litúrgicas.
Con sus palabras concretas y directas, que mueven al examen y a ponerse en camino, nos
recuerda: «El templo es el lugar donde la comunidad acude a rezar, a alabar al Señor, a
darle gracias, pero sobre todo acude para adorar. De hecho en el templo se adora al
Señor. Este es el punto más importante. Y esta verdad vale para todo templo y para toda
ceremonia litúrgica donde aquello que es más importante es la adoración, no los cantos y
ritos, aunque sean bellos. Toda la comunidad reunida mira al altar donde se celebra el
sacrificio y adora. Humildemente creo que nosotros los cristianos tal vez hemos perdido
un poco el sentido de la adoración. Pensamos: vamos al templo, nos reunimos como
hermanos, y esto es bueno, es bello. Pero el centro está allí donde está Dios. Nosotros
adoramos a Dios»[24].
La adoración ayuda por tanto a preparar y prolongar la celebración eucarística.
Prepara, porque facilita descubrir la presencia de Dios a lo largo de la celebración: en los
ritos iniciales, cuando los saludos y el silencio previos a la oración colecta nos ayudan a
reconocernos en su presencia; en la liturgia de la Palabra, donde ritus et preces,
especialmente en la proclamación del Evangelio, nos muestran a Dios mismo que nos
habla y espera nuestra respuesta; en la liturgia eucarística y la comunión, donde el
silencio de asentimiento y unión, el rezar con el cuerpo que se arrodilla nos hacen repetir
con el apóstol Tomás «Dominus meus, et Deus meus!», «Señor mío y Dios mío», y nos
conducen a prolongar durante la jornada lo que hemos vivido en la celebración.
Como recordaba Benedicto XVI, «en realidad, es un error contraponer la celebración y
la adoración, como si estuvieran en competición una contra otra. Es precisamente lo
contrario: el culto del Santísimo Sacramento es como el “ambiente” espiritual dentro del
cual la comunidad puede celebrar bien y en verdad la Eucaristía. La acción litúrgica solo
puede expresar su pleno significado y valor si va precedida, acompañada y seguida de
esta actitud interior de fe y de adoración. El encuentro con Jesús en la Santa Misa se
realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que él, en el
Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa, y luego, tras disolverse la
16
asamblea, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos
acompaña con su intercesión, recogiendo nuestros sacrificios espirituales y ofreciéndolos
al Padre»[25].
Conversión
A su vez, el papa Francisco se refiere a la recepción del sacramento de la
reconciliación como una ayuda para aprender a vivir la Santa Misa. Este segundo medio
está sin duda en relación directa con el espíritu de conversión continua que ha de
caracterizar la vida de cada fiel que se acerca a la celebración eucarística. «No se puede
esperar una participación activa en la liturgia eucarística cuando se asiste
superficialmente, sin antes examinar la propia vida»[26]. En verdad la celebración
litúrgica es participada de modo auténtico si en ella nos dejamos alcanzar y transformar
por el misterio de Cristo, que es el Salvador, y desde ella se recomienza interiormente
cambiados y capaces de donarse sin reservas a Dios y a los hermanos.
Así pues, el camino del cristiano pasa por la adoración y dibuja una verdadera historia
de amor entre Dios y cada uno de los hombres que implica una progresiva
transformación, un hacernos semejantes a Él. Adoración y conversión: aspectos que se
encuentran en los gestos y palabras de la celebración eucarística y que ayudan a vivir
bien la Santa Misa, que se proyecta después en nuestro quehacer cotidiano, verdadero
culto a Dios. De hecho, «nuestro vivir diario en nuestro cuerpo, en las cosas pequeñas,
debería estar inspirado, impregnado, inmerso en la realidad divina, debería convertirse
en acción juntamente con Dios. Esto no quiere decir que debemos pensar siempre en
Dios, sino que debemos estar realmente penetrados por la realidad de Dios, de forma que
toda nuestra vida sea liturgia, sea adoración»[27].
De ahí que la liturgia, que celebra principalmente el Misterio pascual por el que Cristo
realizó la obra de nuestra redención, nos acompañe desde el inicio hasta el fin del
camino de nuestra vida. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: «Es el
Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles
vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo»[28].
En este sentido a lo largo de los capítulos de este libro hemos tratado de favorecer el
itinerario formativo del cristiano al que primariamente van dirigidas estas líneas, llevar a
la luz de su pensamiento y al calor de su corazón el abrazo de salvación, la aventura de
amor que es la Santa Misa. En la tradición más antigua de la Iglesia, aun sin descuidar la
comprensión sistemática de los contenidos de la fe, el kerygma, la primera formación,
tuvo siempre un carácter de experiencia, en el cual era determinante el encuentro vivo y
persuasivo con Cristo, anunciado por auténticos testigos. Dicho encuentro ahonda en la
catequesis y tiene su fuente y su culmen en la celebración de la Eucaristía[29].
Desde la liturgia
17
Los Padres de la Iglesia componían sus catequesis sobre los sacramentos a partir de la
propia celebración cultual. Estaban convencidos de que es precisamente «a través de los
ritos y oraciones» como se transmite intacto, de generación en generación, el contenido
de la fe. Muestran de modo admirable este modo de actuar las catequesis mistagógicas
de san Cirilo de Jerusalén, san Ambrosio de Milán, san Agustín de Hipona, san Juan
Crisóstomo y tantos grandes pastores que nos han dejado producciones homiléticas de
primer orden.
Por este motivo, estas páginas no se dedican a la especulación teológica, sino que
constituyen un ensayo bajo la forma de una posible guía de lectura de la Santa Misa que
nace de su misma celebración. Hemos querido favorecer que los fieles, laicos, religiosos
y sacerdotes, al leer estas páginas recorran el itinerario mistagógico que les permita
adentrarse cada vez más en los misterios celebrados, y así puedan apreciarlos mejor y
captarlos con mayor intensidad.
Con este libro queremos situarnos en la línea que marcaba san Juan Pablo II a los
veinticinco años de la promulgación de la constitución Sacrosanctum Concilium:
«Terminada ya la reforma litúrgica, ha llegado el momento de dar primacía a la
profundización cada vez más intensa en la liturgia»[30]. Es decir, se trata de tener en
cuenta la verdadera finalidad de la reforma litúrgica: conducir a los fieles a una
celebración activa de los misterios. Esta era la preocupación que san Pío X y el
venerable Pío XII habían expresado en su magisterio, que el Concilio Vaticano II,
convocado por san Juan XXIII, haría suya y el beato Pablo VI y san Juan Pablo II
tratarían de poner por obra.
Es decir, la reforma litúrgica, en palabras de Benedicto XVI, «no tenía como finalidad
principal cambiar los ritos y los textos, sino más bien renovar la mentalidad y poner en el
centro de la vida cristiana y de la pastoral la celebración del Misterio pascual de
Cristo»[31]. Quiso lograr una reforma interior cuando se entrase en contacto con el
sentido profundo de la liturgia. Por eso, «la renovación de las formas externas querida
por los padres conciliares se pensó para que fuera más fácil entrar en la profundidad
interior del misterio. Su verdadero propósito era llevar a las personas a un encuentro
personal con el Señor, presente en la Eucaristía, y por tanto con el Dios vivo, para que a
través de este contacto con el amor de Cristo, pudiera crecer también el amor de sus
hermanos y hermanas entre sí. Sin embargo, la revisión de las formas litúrgicas se ha
quedado con cierta frecuencia en un nivel externo, y la “participación activa” se ha
confundido con la mera actividad externa. Por tanto, queda todavía mucho por hacer en
el camino de la renovación litúrgica real»[32].
En esta misma línea afirma el papa Francisco: «A la acción de gracias a Dios por todo
lo que ha sido posible realizar, es necesario unir la voluntad renovada de ir adelante en el
camino indicado por los padres conciliares, porque aún queda mucho por hacer para una
correcta y completa asimilación de la constitución sobre la sagrada liturgia por parte de
los bautizados y de las comunidades eclesiales. Me refiero, en particular, al compromiso
por una sólida y orgánica iniciación y formación litúrgica, tanto de los fieles laicos como
del clero y de las personas consagradas»[33].
18
Así pues, hemos procurado situarnos en ese camino de profundización y renovación
que busca dar a conocer, para poder apreciar mejor, toda la riqueza litúrgica y pastoral
que encierra el Misal Romano, así como su puesta en práctica en la celebración y su
proyección en la vida cotidiana transformada entonces en vida eucarística. De hecho,
quien sabe arrodillarse ante la Eucaristía, quien recibe el cuerpo del Señor, no puede no
estar atento, en el entramado ordinario de los días, a las situaciones indignas del hombre,
y sabe inclinarse en primera persona hacia el necesitado. «Una espiritualidad eucarística
es un auténtico antídoto ante el individualismo y el egoísmo... es el alma de una
comunidad eclesial que supera divisiones y contraposiciones y valora la diversidad de
carismas y ministerios poniéndolos al servicio de la unidad de la Iglesia, de su vitalidad
y de su misión. (...) Una espiritualidad eucarística nos ayudará también a acercarnos a las
diversas formas de fragilidad humana conscientes de que ello no ofusca el valor de la
persona, pero requiere cercanía, acogida y ayuda»[34].
Ojalá los párrafos que siguen despierten en los lectores de este libro el sentido del
misterio, de la trascendencia, del amor de la Trinidad por nosotros, que se vuelca en la
Santa Misa. Ojalá estas páginas faciliten ponerse a la escucha dócil del Espíritu Santo
que habla en la celebración, y lleven a muchos lectores a sentirse desbordados ante la
posibilidad de entrar en ese diálogo transformante con la Trinidad; diálogo que conduce
a salir de sí mismos para conformarse a Cristo, adquiriendo sus sentimientos, y así
hechos uno con Él, por obra del Espíritu Santo, puedan presentarse ante el Padre de las
misericordias. Ojalá la lectura de este libro ayude a ser auténticos alumnos de la escuela
de la Eucaristía y facilite así vivir en nuestro quehacer cotidiano una Misa que dure
veinticuatro horas, como decía san Josemaría Escrivá de Balaguer.
Antes de poner punto final a estas páginas introductorias quisiera expresar mi
agradecimiento a quienes han hecho posible, con sus orientaciones y sobre todo con su
ejemplo y estímulo, la elaboración de este trabajo. No es posible hacerlo con todos
nominalmente, pero no puedo dejar de agradecer de modo especial a mis padres y a mi
Obispo, Mons. Javier Echevarría y, con ellos, al Cardenal Antonio Cañizares Llovera,
Prefecto de la Congregación para el Culto Divino cuando comencé este trabajo, que me
han animado desde el principio a escribir este libro. Mi reconocimiento también va
dirigido, de modo particular, al Cardenal Robert Sarah, actual Prefecto de la
Congregación para el Culto Divino, que ha querido introducir estas páginas.
No puedo olvidarme de mi querida Pontificia Università della Santa Croce, donde
tengo la fortuna de ser profesor: agradezco a mis colegas del Instituto de Liturgia y de la
Facultad de Teología, especialmente al profesor Guillaume Derville, por todas sus
sugerencias, su apoyo constante, su comprensión y cercanía. Quiero señalar también el
beneficio recibido de mis alumnos de bachillerato y licenciatura pues con su interés, sus
preguntas y observaciones me han ayudado, y diría obligado, a profundizar en la riqueza
de la celebración eucarística. Por último recuerdo, a tantos amigos, entre los cuales solo
mencionaré aquí, por falta de espacio, a Louis, Imre y Joseph. He pensado en todos al
escribir este libro con el que desearía facilitarles que puedan participar con fruto en el
diálogo de amor, en el abrazo de salvación, que es la Santa Misa.
19
«Ante esta realidad extraordinaria de la Eucaristía permanecemos atónitos y aturdidos.
¡Con cuanta condescendencia humilde ha querido Dios unirse al hombre! Si estamos
conmovidos ante el pesebre contemplando la encarnación del Verbo, ¿qué podemos
sentir ante el altar, donde Cristo hace presente en el tiempo su Sacrificio mediante las
pobres manos del sacerdote? No queda sino arrodillarse y adorar en silencio este gran
misterio de fe»[35].
[1] FRANCISCO, Mensaje al Congreso Eucarístico Nacional en Alemania, Vaticano 30-V-2013.
[2] BENEDICTO XVI, Homilía en la Santa Misa del Crisma, 5-IV-2012.
[3] BENEDICTO XVI, Mensaje de clausura del L Congreso Eucarístico Internacional, Dublín 17-VI-2012.
[4] FRANCISCO, Mensaje a los participantes en el Simposio «Sacrosanctum Concilium. Gratitud y compromiso por
un gran movimiento eclesial», 18-II-2014.
[5] BENEDICTO XVI, Discurso en el encuentro con los párrocos y el clero de Roma, 26-II-2009.
[6] BENEDICTO XVI, Homilía en las I Vísperas de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, Clausura del Año Paulino,
28-VI-2009.
[7] FRANCISCO, Mensaje a los participantes en el Simposio «Sacrosanctum Concilium. Gratitud y compromiso por
un gran movimiento eclesial», 18-II-2014.
[8] CCDDS, Instr. Redemptionis sacramentum, 25-III-2004, n. 5.
[9] Cf. BENEDICTO XVI, Ex. apost. postsinodal Sacramentum caritatis, n. 80.
[10] CONCILIO VATICANO II, Const. Sacrosanctum Concilium, n. 11.
[11] Por motivos de espacio no hemos podido estudiar la celebración de la Santa Misa concelebrada. Para este
punto resultan de especial interés: G. DERVILLE, La concelebración eucarística. Del símbolo a la realidad, Palabra,
Madrid 2010 y V. RAFFA, Liturgia eucaristica. Mistagogia della Messa: dalla storia e dalla teologia alla pastorale
pratica, CLV-Edizioni Liturgiche, Roma 2003, 943-969.
[12] S. JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, Edición crítico-histórica preparada por A. ARANDA, Rialp, Madrid 2013, n.
88c.
[13] BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 40.
[14] Para la parte histórica y teológico-litúrgica hemos tenido en cuenta principalmente: M. RIGHETTI, Storia
Liturgica, vol. 1.3, Ed. Ancora, Milano 1946-1953. Trad. española: Historia de la liturgia, 2 vol., Biblioteca de
Autores Cristianos, Madrid 1956; J. A. JUNGMANN, Missarum sollemnia. Eine genetische Erklärung der römischen
Messe, Verlag Herder, Wien 19422
. Trad. española: El sacrificio de la Misa. Tratado histórico-litúrgico,
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1951; V. RAFFA, Liturgia eucaristica. Mistagogia della Messa: dalla
storia e dalla teologia alla pastorale pratica, CLV-Edizioni Liturgiche, Roma 2003; A. MIRALLES, Teologia
liturgica dei Sacramenti.3.1. La Messa, Edizione digitale, Roma 2013.
[15] Cf. J. J. SILVESTRE, Con la mirada puesta en Dios. Re-descubriendo la liturgia con Benedicto XVI, Palabra,
Madrid 2014.
[16] FRANCISCO, Discurso a la Sesión Plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias, 27-X-2014.
[17] FRANCISCO, Discurso al Colegio de Cardenales, 15-III-2013.
[18] FRANCISCO, Mensaje al Congreso Eucarístico Nacional en Alemania, Vaticano 30-V-2013.
[19] BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 66.
[20] Ibidem.
[21] S. JUAN PABLO II, Carta apost. Vicesimus quintus annus, 4-XII-1988, n. 10.
20
[22] FRANCISCO, Discurso al Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización, 14-X-2013.
[23] FRANCISCO, Homilía en la Santa Misa en San Pablo extra muros, 14-IV-2013.
[24] FRANCISCO, Homilía, Santa Marta, 22-XI-2013.
[25] BENEDICTO XVI, Homilía en la solemnidad del Corpus Christi, 7-VI-2012.
[26] BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 55.
[27] BENEDICTO XVI, Lectio divina en el Seminario romano mayor, 15-II-2012.
[28] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1068.
[29] Cf. BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 64.
[30] S. JUAN PABLO II, Carta apost. Vicesimus quintus annus, 4-XII-1988, n. 5.
[31] BENEDICTO XVI, Discurso en el L aniversario de la creación del Pontificio Instituto Litúrgico S. Anselmo, 6-
V-2011.
[32] BENEDICTO XVI, Mensaje de clausura del L Congreso Eucarístico Internacional, Dublín 17-VI-2012.
[33] FRANCISCO, Mensaje a los participantes en el Simposio «Sacrosanctum Concilium. Gratitud y compromiso por
un gran movimiento eclesial», 18-II-2014.
[34] BENEDICTO XVI, Homilía en la Santa Misa que clausura el XXV Congreso Eucarístico Nacional Italiano, 11-
XI-2011.
[35] S. JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, 28-III-2004.
21
1. RITOS INICIALES DE LA SANTA MISA
1. El silencio, marco de la preparación
La Ordenación General del Misal Romano presenta el preámbulo de toda celebración
eucarística: «Desde antes de la celebración misma, es laudable que se guarde silencio en
la iglesia, en la sacristía, en el secretarium y en los lugares más cercanos para que todos
se dispongan devota y debidamente para la acción sagrada»[1].
Esta indicación está en perfecta consonancia con el punto 1098 del Catecismo de la
Iglesia Católica que, al referirse a la preparación de la asamblea para el encuentro con su
Señor, recuerda que esta es obra común del Espíritu Santo[2] y del pueblo reunido. En
estos momentos iniciales de la celebración, la gracia del Paráclito «tiende a suscitar la fe,
la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre»[3]. Tres actitudes que
configuran la disposición adecuada y devota a las acciones sagradas de que habla la
Ordenación General del Misal Romano.
Este pequeño apunte del número 45 de la Ordenación General del Misal Romano
actualmente es el único punto de referencia para el sacerdote celebrante en su
preparación para la Santa Misa, y lo mismo se puede decir en relación a los fieles que
participan en la celebración. Por este motivo resulta más importante no pasarlo por alto.
El celebrante en ese momento debe recordar de nuevo que se pone a disposición de
Aquel que «murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí» (2 Co 5, 15). Y
ponerse a disposición de Cristo significa identificarse con su entrega «por todos». Como
Cristo está unido al Padre, a su disposición, y así está unido a los hermanos, el sacerdote
estando a su disposición podrá entregarse de verdad por todos.
Al mismo tiempo los fieles, al inicio de la celebración, también están llamados a
considerar su llamada al olvido de sí y entrega a los otros. Como afirma el Catecismo de
la Iglesia Católica: «Por el Bautismo participan del sacerdocio de Cristo, de su misión
profética y real (...). Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no se pertenece a sí
mismo (1 Co 6, 19), sino al que murió y resucitó por nosotros (cf. 2 Co 5, 15). Por tanto,
está llamado a someterse a los demás (Ef 5, 21; 1 Co 16, 15-16), a servirles (cf. Jn 13,
12-15) en la comunión de la Iglesia, y a ser “obediente y dócil” a los pastores de la
Iglesia (Hb 13, 17) y a considerarlos con respeto y afecto (cf. 1 Ts 5, 12-13)»[4].
22
El silencio en la iglesia y la sacristía facilitará que venga a la mente de sacerdote y
pueblo fiel estos pensamientos, y permitirá que «todos se dispongan devota y
debidamente para la acción sagrada»[5]. Todos, sacerdote, ministros y fieles, están
llamados a prepararse para encontrar a su Señor, y ser un pueblo bien dispuesto
secundando la gracia del Espíritu Santo[6].
a) Revestirse de Cristo
Para el celebrante y los ministros, la preparación inmediata a la celebración tiene lugar
en la sacristía, mientras se revisten con los ornamentos sagrados. Benedicto XVI
recordaba que con el gesto externo de revestirse se pone de manifiesto el acontecimiento
interior y la tarea que de él deriva: revestirse de Cristo, entregarse a Él como Él se
entregó por nosotros. Los ornamentos no son signos de poder o de superioridad: son
símbolos que recuerdan a todos, en primer lugar a los ministros mismos, que ahora no
están actuando como personas particulares, sino como ministros que actúan in persona
Christi y también in persona ecclesiae[7]. No son por tanto dueños, ni de la celebración
ni de la comunidad, sino servidores[8].
El celebrante debe, en efecto, conjugar el yo y el nosotros. Existe una doble
perspectiva del ministerio sacerdotal: representa sacramentalmente a Cristo, «único
mediador entre Dios y los hombres» (1 Tim 2, 5) que reúne y conduce a su pueblo, y
representa también a la Iglesia, en cuyo servicio realiza su acción. De ese modo el
sacerdote no es una simple persona privada, es icono de Cristo y, al mismo tiempo, su
acción en nombre de la Iglesia no sustituye la participación activa del pueblo fiel, sino
que la hace posible. El sacerdote debe tener siempre en cuenta que los fieles están
llamados a tomar parte en la actio liturgica, no solo a presenciarla. Como recordaba san
Juan Pablo II: «La celebración litúrgica es una acción sacra de toda la asamblea, no solo
del clero»[9].
El Misal Romano actual no prescribe el rezo de ninguna oración mientras el celebrante
se reviste con los ornamentos sagrados. Las oraciones empleadas durante siglos cuando
el sacerdote se revestía le ayudaban a comprender mejor cada uno de los elementos del
ministerio sacerdotal, pues las vestiduras sagradas son «signo del servicio propio de cada
ministro» (IGMR, n. 335). El silencio que recomienda la IGMR tiene la misma función;
no es simple ausencia de palabras y acciones, sino que puede y debe estar lleno de
contenido. Es un silencio que debe facilitar que cada celebrante sea más consciente de lo
que significa «revestirse de Cristo», hablar y actuar in persona Christi.
En esos momentos previos a la celebración se hace necesario volver a poner ante los
ojos el Bautismo. El sencillo gesto de lavarse las manos en la sacristía puede ser un
primer recordatorio para el sacerdote de la necesidad que tiene de purificarse, de
convertirse antes de entrar a celebrar los sagrados misterios. Además el celebrante puede
actualizar su bautismo mientras se reviste con los ornamentos, pues este sencillo acto le
recuerda el intercambio de vestidos que se dio en él cuando fue bautizado y,
posteriormente, cuando fue ordenado sacerdote. Como afirmaba Benedicto XVI: «La
teología del bautismo se repite de modo nuevo y con nueva insistencia en la ordenación
23
sacerdotal. De la misma manera que en el bautismo se produce un intercambio de
vestidos, un intercambio de destinos, una nueva comunión existencial con Cristo, así
también en el sacerdocio se da un intercambio: en la administración de los sacramentos
el sacerdote actúa y habla ya in persona Christi»[10].
En el momento de la ordenación sacerdotal, la Iglesia hace visible y palpable, incluso
externamente, esta realidad de los vestidos nuevos al revestir a los ministros sagrados
con los ornamentos litúrgicos. Este acontecimiento, el revestirse de Cristo, se renueva
continuamente en cada misa cuando el sacerdote se reviste de las vestiduras sagradas.
Para él, revestirse de los ornamentos debe ser algo más que un hecho externo; implica
renovar el sí de su misión, el ya no soy yo del bautismo que la ordenación sacerdotal de
modo nuevo le da y a la vez le pide[11].
La riqueza teológica del sencillo acto de revestirse con los ornamentos descubre al
celebrante que no es un gesto inútil o trivial. A su vez le anima a procurar colocárselos
de modo digno. Por ejemplo, el alba no debería quedar ni excesivamente larga ni
demasiado corta —ayudándose para ello del cíngulo—, con los pliegues que manifiesten
un porte digno y adecuado al sacerdote... En definitiva, como recuerda el papa Francisco,
se trata de manifestar «la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los
trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y
consolado»[12].
En esta línea se constata con tristeza el abuso de aquellos sagrados ministros que
celebran la Santa Misa, incluso con la participación de solo un asistente, sin llevar las
vestiduras sagradas, o con solo la estola sobre la cogulla monástica, o el hábito común de
los religiosos, o la vestidura ordinaria[13]. El rico simbolismo de los ornamentos
también sugiere que, en cuanto sea posible, se provea para que todos los concelebrantes
usen en la celebración todos los ornamentos propios de la Santa Misa, también la casulla.
En estos casos, que no serán habituales, los concelebrantes, a excepción del celebrante
principal, podrán llevar la casulla de color blanco, si no hay posibilidad de usar del color
del día[14].
Además, cada uno de los fieles en estos momentos previos de la celebración puede
oportunamente renovar la celebración del bautismo, con el que se le abrió la puerta a la
participación en la Santa Misa y en los demás sacramentos. Al entrar en la iglesia la
costumbre de signarse con agua bendita recuerda el propio bautismo. Además, al ser
revestido con la vestidura blanca el día de su bautismo recibía la dignidad de hijo de
Dios, hijo en el Hijo, y se hacía acreedor de participar en el banquete de bodas del gran
Rey, como le anuncian las palabras que acompañan este gesto: «N., eres ya una nueva
creatura y has sido revestido de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad
de cristiano. Ayudado por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala sin mancha
hasta la vida eterna»[15]. La limpieza, el decoro en los propios vestidos, «de fiesta»,
ayudan también a los fieles a darse cuenta de la importancia del momento supremo en el
que van a participar.
b) Los ornamentos sagrados
24
Los ornamentos manifiestan de modo visible que en el Cuerpo de Cristo no todos los
miembros desempeñan un mismo oficio. Al mismo tiempo los vestidos también ayudan
al decoro y la estética festiva de la celebración[16]. No se trata de hacer ostentación de
riqueza, sino de mostrar, por el mismo modo exterior de actuar, la fe y el amor al
misterio que celebramos. Al mismo tiempo, los ornamentos tienen también una
dimensión fuertemente pedagógica, pues relacionan lo que celebramos con el modo
exterior de comportarnos: el domingo no es lo mismo que otro día de la semana. La
noche de Navidad no es como cualquier otro domingo. Se puede decir que los
ornamentos ayudan a entender el misterio celebrado[17].
En el conjunto de las vestiduras sagradas existen algunas comunes y otras propias de
cada uno de los ministros. Empecemos por las primeras. «La vestidura litúrgica común
para todos los ministros ordenados e instituidos de cualquier grado es el alba, que se ciñe
con el cíngulo a la cintura, a no ser que esté hecha de tal modo que pueda ajustarse al
cuerpo sin necesidad de cíngulo. Pero antes de ponerse el alba, si esta no cubre
perfectamente el vestido ordinario alrededor del cuello, póngase el amito»[18].
Refiriéndose al amito, paño de forma rectangular que se coloca sobre los hombros y
alrededor del cuello, recordaba Benedicto XVI: «En el pasado —todavía hoy en las
órdenes monásticas— se colocaba primero sobre la cabeza, como una especie de
capucha, simbolizando así la disciplina de los sentidos y del pensamiento, necesaria para
una digna celebración de la Santa Misa. Nuestros pensamientos no deben divagar por las
preocupaciones y las expectativas de nuestra vida diaria; los sentidos no deben verse
atraídos hacia lo que allí, en el interior de la iglesia, casualmente quisiera secuestrar los
ojos y los oídos. Nuestro corazón debe abrirse dócilmente a la palabra de Dios y
recogerse en la oración de la Iglesia, para que nuestro pensamiento reciba su orientación
de las palabras del anuncio y de la oración. Y la mirada del corazón se debe dirigir hacia
el Señor, que está en medio de nosotros: eso es lo que significa ars celebrandi, el modo
correcto de celebrar. Si estoy con el Señor, entonces al escuchar, hablar y actuar, atraigo
también a la gente hacia la comunión con Él»[19]. El gesto de colocarse el amito sobre
la cabeza puede mantenerse o no, pero la actitud interior que simbolizaba debería seguir
estando presente.
El alba, vestidura que encuentra su origen en la antigua túnica romana, es una
vestidura talar, palabra cuya etimología significa que llega hasta los talones. Las
primitivas albas eran generalmente de lana, pero a partir del siglo IX se generalizó el uso
del lino. A partir del siglo X, se adornarán frecuentemente con recamados y telas
preciosas aplicadas abajo por delante y por detrás del alba, así como en los extremos de
las mangas.
El alba evoca el vestido de luz que el Señor nos ha dado en el bautismo y, de modo
nuevo, en la ordenación sacerdotal[20]. Además se puede considerar también que
recuerda el vestido nupcial, del que habla la parábola del banquete de Dios[21]. A su
vez, el uso del cíngulo, que adapta el alba al cuerpo para que no le impida andar,
simboliza la mortificación que debe ceñir el propio cuerpo para la guarda de la preciosa
virtud de la castidad. Así lo hacía presente la oración que durante siglos se ha rezado en
25
el momento de vestirlo: Cíñeme, Señor, con el cíngulo de la pureza y extingue en mis
miembros el deseo desordenado, para que permanezca en mí la virtud de la continencia
y castidad[22].
Por lo que se refiere a las vestiduras propias de los ministros, encontramos la casulla,
para el sacerdote, y la dalmática para el diácono. En ambos casos, sobre el alba, el
sacerdote y el diácono revisten la estola —alrededor del cuello y pendiendo ante el
pecho, en el caso del sacerdote, y cruzada, el diácono—. El uso de la estola tiene un
origen oscuro, pero a lo largo de los siglos su simbolismo ha sido doble: por una parte,
en cuanto fue prenda del servicio del diácono, es el distintivo de la predicación; y porque
se impone sobre el cuello y hombros recuerda el yugo y la carga del sagrado ministerio,
así como la paciencia para llevarlo a cabo. Las palabras que en el antiguo rito de
ordenación dirigía el Obispo al ordenando mientras le imponía la estola respondían a
esta idea[23].
Por otra parte, en cuanto insignia de dignidad, tradicionalmente ha significado el
espíritu de inocencia con que el ministro sagrado debe acercarse a los divinos Misterios,
y el vestido de inmortalidad que recibirá en premio. En este sentido, la oración prescrita
en el Misal tridentino para revestirse la estola, evocaba el vestido festivo que el padre dio
al hijo pródigo al volver a casa andrajoso y sucio[24]. En realidad, sigue siendo bueno y
necesario que, cuando los ministros se dispongan a celebrar la liturgia para actuar en la
persona de Cristo, caigan en la cuenta de cuán lejos están de él, y cuánta suciedad hay en
su vida. Solo el Señor puede dar un traje de fiesta, hacer dignos de presidir su mesa y
estar a su servicio.
Por lo que se refiere a la casulla, es la vestidura propia del Obispo y del sacerdote. Es
la derivación de la antigua pénula romana, y el término «casulla», como parece indicar
san Isidoro de Sevilla, se refiere a una pequeña tienda o casa. Esta explicación se adecua
bien a la forma tipológica de la vestidura, pues en su origen cubría completamente al que
la endosaba. De hecho era un manto redondo con un agujero en el centro para pasar la
cabeza. Para las acciones sagradas, se levantaba por los lados, quedando, a una y otra
parte, replegada sobre los brazos.
A partir del siglo X, la casulla fue acortándose poco a poco por los lados para facilitar
el ejercicio de las funciones sacerdotales en las celebraciones. En este proceso de recorte
se sitúa el nacimiento de las casullas llamadas góticas, propias del siglo XIII hasta el XV,
que llegaban hasta las manos por cada lado, y por delante y detrás acababan en punta,
llegando hasta los pies. Posteriormente aparecerán las casullas denominadas romanas,
más recortadas que las anteriores y que solo llegaban hasta los codos; estas empezaron a
utilizarse después del Concilio de Trento. Con el paso del tiempo, por distintas causas
ajenas a la liturgia, las casullas fueron reduciéndose todavía más en sus dimensiones y
fueron variándose las formas. Se llegará a casullas de formas raquíticas, poco elegantes,
reñidas con la tradición, que desnaturalizaron la casulla clásica y la redujeron a un
escapulario sin significación alguna. A finales del siglo XIX, con el movimiento litúrgico,
y sobre todo después del Concilio Vaticano II, se volvió al uso de casullas más amplias.
26
Como la casulla se pone encima de las otras vestiduras sagradas, cubriéndolas todas,
fue considerada desde la antigua Edad Media como símbolo de la caridad que cubre la
multitud de los pecados. De hecho, el obispo en el rito de ordenación de los presbíteros
anterior a la reforma del Concilio Vaticano II, al imponerles la casulla decía: Recibe la
vestidura sacerdotal que representa la caridad, potente es Dios para acrecentarte la
caridad y la obra perfecta[25].
La casulla también simboliza el yugo de Cristo, que constituye la verdadera gloria y
felicidad del sacerdote, conforme a la oración que, durante siglos, el sacerdote rezaba
mientras se la ponía: Señor, que dijiste: mi yugo es suave y mi carga ligera; haz que lo
lleve de tal manera, que me haga digno de conseguir tu gracia[26]. Benedicto XVI
comentaba este significado diciendo: «La oración tradicional cuando el sacerdote reviste
la casulla ve representado en ella el yugo del Señor, que se nos impone a los sacerdotes.
Y recuerda las palabras de Jesús, que nos invita a llevar su yugo y a aprender de él, que
es “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Llevar el yugo del Señor significa ante
todo aprender de él. Estar siempre dispuestos a seguir su ejemplo. De él debemos
aprender la mansedumbre y la humildad, la humildad de Dios que se manifiesta al
hacerse hombre»[27]. El yugo de la antigua ley ha sido elevado a la caridad.
El papa Francisco también se refería a esta misma idea diciendo: «El sacerdote celebra
cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus nombres
grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien
sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de
nuestros santos y de nuestros mártires, que en este tiempo son tantos»[28].
La dalmática es el vestido propio del diácono y se pone sobre el alba y la estola que
lleva cruzada desde el hombro izquierdo, pasando sobre el pecho, hacia el lado derecho
del cuerpo, donde se sujeta. La dalmática era la vestidura de las personas distinguidas del
Imperio romano en el siglo III. En sus orígenes como ornamento sagrado la encontramos
utilizada por el Papa, y él la concederá como distintivo de honor a los diáconos romanos
para distinguirlos del clero romano, a causa de las relaciones especiales que tenían con
él. En la actualidad es el ornamento propio de los diáconos y puede ser usada también
por el Obispo, bajo la casulla, en las celebraciones solemnes: sobre todo en las
Ordenaciones, en la bendición del Abad y de la Abadesa, y en la dedicación de una
iglesia y de un altar[29].
Junto al aspecto formal de los ornamentos, que permite distinguir la diversidad de
ministerios que se desempeñan en la celebración de la Santa Misa, también podemos
resaltar la diversidad de colores que se encuentran en las vestiduras sagradas a lo largo
del año litúrgico. El simbolismo, más o menos reconocido, de los diversos colores puede
ayudar a penetrar y sintonizar mejor con el misterio celebrado, y es también un eficaz
instrumento pedagógico que colabora con el Año litúrgico en su proyecto de conducir
gradualmente al fiel cristiano por misterios y actitudes. De hecho, como recuerda la
Ordenación General del Misal Romano: «La diversidad de colores en las vestiduras
sagradas tiene como fin expresar con más eficacia, aun exteriormente, tanto las
27
características de los misterios de la fe que se celebran como el sentido progresivo de la
vida cristiana a lo largo del año litúrgico»[30].
En el Misal Romano actual encontramos el siguiente abanico de colores litúrgicos a lo
largo del año: blanco, rojo, verde, violeta, negro y rosa[31].
Blanco: es el color del maná. Blancas son también las vestiduras de los ángeles y de
los santos. Es color de fiesta, de alegría[32] y es el color privilegiado de la fiesta
cristiana. Característico de la iniciación, expresa también la inocencia y pureza
bautismal. De hecho la liturgia del Bautismo impone una vestidura blanca al neo-
bautizado que, por medio de la gracia, participa de la gloria del estado celestial con la
inocencia y la gloria que supone. «El color blanco se emplea en los Oficios y en las
Misas del Tiempo Pascual y de la Natividad del Señor; además, en las celebraciones del
Señor, que no sean de su Pasión, de la bienaventurada Virgen María, de los Santos
Ángeles, de los Santos que no fueron Mártires, en la solemnidad de Todos los Santos (1
de noviembre), en la fiesta de San Juan Bautista (24 de junio), en las fiestas de San Juan
Evangelista (27 de diciembre), de la Cátedra de San Pedro (22 de febrero) y de la
Conversión de San Pablo (25 de enero)»[33].
Rojo: expresa potencia y amor. Al mismo tiempo es el color de la cólera, del crimen,
de la sangre y del fuego. Cristo viste la túnica roja como signo del amor de Dios
encarnado. Esta túnica roja recordará, según san Justino[34] y Tertuliano[35], la vida
que Cristo nos ha ganado derramando su sangre. Su uso se reserva para el Domingo de
Ramos y el Viernes Santo (constituyen la mejor aproximación simbólica a la muerte
sacrificial de Cristo); Pentecostés (el Espíritu Santo desciendo en forma de fuego de
vida); otras celebraciones de la Pasión del Señor como la Exaltación de la Santa Cruz;
las fiestas de los Apóstoles, Evangelistas y mártires en cuanto modelos y testigos de la
Pasión de Cristo; cuando se celebra el sacramento de la Confirmación y en los funerales
del Papa.
Verde: se refiere habitualmente al verde de la hierba, a la naturaleza, a la vegetación,
de ahí que recuerde los ricos pastos del cielo. En los ornamentos sagrados significa la
vida de la gracia que nos ha sido dada con la redención. También simboliza la espera del
retorno de Cristo y del reino de Dios, de ahí que se considere un color escatológico[36].
Se usa en los domingos del Tiempo ordinario, en los que se celebra la Pascua semanal, el
Día del Señor. Además en estos domingos se celebra la memoria de dos grandes
acontecimientos para la vida del mundo: la vida natural, fruto de la creación, y la vida de
la gracia obtenida por medio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
Violeta: algunos autores ven la connotación penitencial como fruto de ser una mezcla
de negro (que simboliza muerte y dolor) y rojo (amor). Se utiliza en el tiempo de
Adviento y Cuaresma así como en las Misas de difuntos.
Negro: simboliza tristeza y penitencia. En la tradición litúrgica era el color usado en
los momentos penitenciales: Adviento y Cuaresma. Ahora ha sido sustituido por el
violeta. En la actualidad, «el color negro puede usarse, donde se acostumbre, en las
Misas de difuntos»[37].
28
Rosa: color que encontramos a mitad de Adviento y Cuaresma en los denominados, a
partir de la antífona de entrada tal y como aparece en la edición latina, domingo Gaudete
(III Adviento) y Laetare (IV Cuaresma). Con la dulzura de este color se recuerda que los
rigores del tiempo de penitencia y conversión se mitigan en estos domingos a mitad del
período y, en cierto modo, se anticipa, pero de modo contenido todavía, la alegría de
Navidad o Pascua. El rosa resulta de la unión de blanco y rojo, de ahí que, en sentido
figurado, sea fusión de luz y amor, color de alegría y serenidad.
Concluimos este paréntesis cromático recordando que «la belleza de las vestiduras
litúrgicas y de los colores es una oferta, una señal de reconocimiento y de amor. El
significado simbólico de las vestiduras y de los colores es una oración para que Dios nos
conceda la gracia que ellos nos recuerdan. En este sentido los ornamentos y los colores
litúrgicos son un memorial de alabanza y de oración ante Dios: alabanza por las
bendiciones que Dios ha concedido y que las vestiduras simbolizan y oración para que
nos las siga concediendo»[38].
En resumen, el hecho de acercarse al altar vestidos con los ornamentos litúrgicos no es
una manifestación de superioridad de los ministros, sino que recuerda de modo visible a
los fieles y al mismo celebrante que es Otro el que realmente actúa en la celebración[39].
A los participantes en la Santa Misa el sacerdote revestido les muestra que «es la
presencia de Cristo la que fundamenta la grandeza de la asamblea cristiana»[40]. Y
también lo recuerda al celebrante, porque el revestirse pone ante sus ojos que «el mismo
Cristo está presente y actúa en la persona del ministro ordenado que celebra. Este no está
investido solamente de una función sino que, en virtud de la ordenación recibida ha sido
consagrado para actuar in persona Christi. A todo esto debe corresponder una actitud
interior y exterior, incluso en los ornamentos litúrgicos, en el puesto que ocupa y en la
palabras que pronuncia»[41].
Unas palabras de un santo de nuestros días resumen de modo adecuado lo que estamos
diciendo: «Llego al altar y lo primero que pienso es: Josemaría, tú no eres Josemaría
Escrivá de Balaguer (...), eres Cristo. Todos los sacerdotes somos Cristo. Yo le presto al
Señor mi voz, mis manos, mi cuerpo, mi alma, le doy todo. Es Él quien dice: esto es mi
Cuerpo, esta es mi Sangre, el que consagra. Si no, yo no podría hacerlo. Allí se renueva
de modo incruento el divino Sacrificio del Calvario. De manera que estoy allí in persona
Christi, haciendo las veces de Cristo. El sacerdote desaparece como persona
concreta»[42].
2. Procesión inicial
La celebración comienza una vez el pueblo se ha congregado y se da inicio a la
procesión de entrada acompañada por el canto; cuando esto no sea posible, se procederá
a la lectura de la antífona de entrada por todo el pueblo, por un lector o fiel, o por el
mismo sacerdote.
La procesión inicial se encuentra testimoniada por primera vez, de modo explícito, en
el Ordo Romanus primus, documento que presenta la liturgia romana papal, redactado en
29
el siglo VIII aunque recoge una praxis anterior[43]. Allí se habla de una gran procesión
que, como puede suceder en nuestros días, se inicia con las luces y el incienso[44]. A
partir del siglo XI encontramos testimonios de una procesión de entrada que incluye
también la cruz junto a las luces y el incienso[45]. Después de un largo período de
decadencia de la procesión inicial, en la actualidad el Ceremonial de los Obispos y la
IGMR la describen con detalle. El orden de la procesión tal y como se recoge en los
libros actuales incluye[46]:
– el turiferario con el incensario humeante, si se emplea el incienso. En caso de
usarse, el diácono —u otro ministro— presenta la naveta[47] con el incienso al
celebrante, que lo deposita en el incensario antes de que la procesión se ponga en
marcha, y lo bendice con el signo de la cruz sin decir nada[48]. El uso del
incensario humeante tiene un significado de veneración y recuerda la liturgia celeste
tal y como se describe en Ap 8, 3-4[49];
– los ministros que llevan los ciriales encendidos, y, en medio de ellos, el acólito u
otro ministro con la cruz. «La cruz, cirios y turíbulo humeante son un signo que
ilustra la dignidad y la función del sacerdote que preside la celebración in persona
Christi et Ecclesiae»[50];
– el diácono, y en su defecto el lector[51], que puede llevar algo elevado el
Evangeliario, no el Leccionario. Cuando el Evangeliario es llevado en procesión,
representa a Cristo. Así como la cruz orienta a la comunidad reunida hacia Cristo en
su sacrificio redentor, el Evangeliario orienta también hacia Cristo, en este caso en
cuanto presente en su palabra, que será proclamada en la Misa. La veneración que
se debe al Evangeliario encuentra una primera manifestación en la procesión de
ingreso[52].
– el sacerdote que va a presidir la Misa.
Esta entrada procesional manifiesta la presencia del Señor en medio de su pueblo, que
lo acoge y celebra con respeto, poniéndose en pie, y jubiloso, por medio del canto de
entrada. Al mismo tiempo la procesión, en su acción de dirigirse hacia el altar, orienta al
pueblo hacia el Misterio que se comienza a celebrar y que llegará a su centro y culmen
en la Plegaria eucarística. También expresa la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma
como «pueblo en camino». Este movimiento procesional indica pues el camino que la
Iglesia peregrinante recorre hacia la Jerusalén celeste. La entera comunidad de fieles,
orgánicamente estructurada, manifiesta simultáneamente lo que es, y lo que está llamada
a ser[53].
Unas palabras de Benedicto XVI, cargadas de poesía, nos ayudan a entrar mejor en el
significado de esta procesión de entrada y sugieren los sentimientos que la asamblea
debería albergar mientras esta tiene lugar: «Providencialmente, las palabras del salmista
describen la emoción de nuestra alma con una precisión que no nos habríamos atrevido a
imaginar: ¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor! (Sal 121, 1).
Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi: el gozo del salmista, contenido en estas
palabras del salmo, se expande en nuestros corazones y suscita en ellos un eco profundo.
30
Alegría en ir a la casa del Señor, porque, los Padres nos lo han enseñado, esta casa no es
más que el símbolo concreto de la Jerusalén de arriba, la que desciende hacia nosotros
(cf. Ap 21, 2) para ofrecernos la más bella de las moradas. “Si moramos en ella —
escribe san Hilario de Poitiers—, somos conciudadanos de los santos y miembros de la
familia de Dios, porque es la casa de Dios (Tratado sobre los salmos, 121, 2)”. Y san
Agustín reafirma: “Este salmo aspira a la Jerusalén celeste. Es uno de los cánticos
graduales, que no se compusieron para bajar, sino para subir. En nuestro exilio,
suspiramos, en la patria gozaremos; pero a veces, durante nuestro exilio, nos
encontramos con compañeros que han visto la ciudad santa y que nos invitan a correr
hacia ella (Comentario sobre los salmos, 121, 2)”. Durante esta celebración, nos unimos
con el pensamiento y la oración a las innumerables voces de los que han cantado este
salmo, aquí mismo, antes que nosotros, desde hace siglos y siglos. Nos unimos a los
peregrinos que subían a Jerusalén y las gradas de su templo, nos unimos a los millares de
hombres y mujeres que comprendieron que su peregrinación en la tierra encuentra su
meta en el cielo, en la Jerusalén eterna, y que confiaron en Cristo como guía. ¡Qué gozo,
pues, saber que estamos rodeados por tan gran muchedumbre de testigos!»[54].
3. Canto de entrada: convocados por el Señor
El canto de entrada, o la lectura de la antífona de entrada, tiene en palabras del Misal
Romano un cuádruple objetivo: «Abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se
han reunido e introducirles en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta y acompañar
la procesión del sacerdote y los ministros»[55].
La consecución de esta múltiple finalidad deberá ser tenida en cuenta a la hora de
elegir el canto de entrada. Este podrá ser, o bien la antífona con su salmo
correspondientes al tiempo o a la festividad del día, tal y como se encuentra en el
Gradual romano o en el Gradual simple, o bien otro canto, adecuado a la acción sagrada
o a la índole del día o del tiempo litúrgico, cuyo texto haya sido aprobado por la
Conferencia de Obispos[56]. Con relativa frecuencia se puede constatar que estas
indicaciones no se han tenido muy en cuenta.
Un papel importante del canto de entrada es promover la unión de quienes están
congregados. Y a su vez esta unión es posible porque es el Señor quien nos convoca. De
hecho, «la asamblea litúrgica recibe su unidad de la “comunión del Espíritu Santo” que
reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las
afinidades humanas, raciales, culturales y sociales»[57].
El cardenal Ratzinger comentaba estas palabras del Catecismo de la Iglesia Católica
señalando: «Los reunidos alcanzan la unidad en virtud de la comunión del Espíritu Santo
y no por sí mismos, no como entidad sociológicamente cerrada. Y si forman una unidad
que viene del Espíritu, será siempre una unidad abierta, que traspasa fronteras
nacionales, culturales y sociales, y esto se manifiesta en la apertura concreta a aquellos
que no son parte integrante de ella»[58].
31
En relación con esta realidad Benedicto XVI hace unas consideraciones que recuerdan
las palabras de Tertuliano «Fiunt, non nascuntur christianos» (Apologetium, XVIII), y
así afirma el pontífice alemán: «Nosotros no nos hacemos cristianos. Llegar a ser
cristiano no es algo que deriva de una decisión mía: “Yo ahora me hago cristiano”.
Ciertamente, también mi decisión es necesaria, pero es sobre todo una acción de Dios
conmigo: no soy yo quien me hago cristiano, yo soy asumido por Dios, tomado de la
mano por Dios y, así, diciendo “sí” a esta acción de Dios, llego a ser cristiano. Llegar a
ser cristianos, en cierto sentido, es pasivo: yo no me hago cristiano, sino que Dios me
hace un hombre suyo, Dios me toma de la mano y realiza mi vida en una nueva
dimensión. Como yo no me doy la vida, sino que la vida me es dada; nací no porque yo
me hice hombre, sino que nací porque me fue dado el ser humano. Así también el ser
cristiano me es dado, es un pasivo para mí, que se transforma en un activo en nuestra
vida, en mi vida. Y este hecho del pasivo, de no hacerse cristianos por sí mismos, sino de
ser hechos cristianos por Dios, implica ya un poco el misterio de la cruz: solo puedo ser
cristiano muriendo a mi egoísmo, saliendo de mí mismo»[59]. Este último aspecto, la
dinámica del éxodo, el salir de sí mismo para unirse a Cristo y en Él a los hermanos es
un aspecto esencial que se aprende en la liturgia ya desde el momento mismo de la
procesión de entrada: es Dios quien me ha llamado a sí.
Y el papa Francisco añade: «No se hacen cristianos en el laboratorio. El cristiano es
parte de un pueblo que viene de lejos. El cristiano pertenece a un pueblo que se llama
Iglesia y esta Iglesia lo hace cristiano, el día del Bautismo, y luego en el itinerario de la
catequesis, etc. Pero nadie, nadie se convierte en cristiano por sí mismo. Si creemos, si
sabemos rezar, si conocemos al Señor y podemos escuchar su Palabra, si lo sentimos
cercano y lo reconocemos en los hermanos, es porque otros, antes que nosotros, han
vivido la fe y luego nos la han transmitido. La fe la hemos recibido de nuestros padres,
de nuestros antepasados, y ellos nos la enseñaron; (...) esta es la Iglesia: una gran familia,
en la cual uno es acogido, donde se aprende a vivir como creyentes y como discípulos
del Señor Jesús. Este camino lo podemos vivir no solo gracias a otras personas, sino
junto a otras personas. En la Iglesia no existe el “hazlo tú solo”, no existen “jugadores
líberos”. ¡Cuántas veces el papa Benedicto ha descrito a la Iglesia como un “nosotros”
eclesial!»[60].
En este sentido, y desde el punto de vista de la celebración litúrgica, conviene tener
bien presente que ni el sacerdote por sí mismo, ni la comunidad por sí misma, son
responsables de la liturgia; sino que lo es el Christus totus, dirá san Agustín, el Cristo
total, Cabeza y miembros[61]. El sacerdote, la comunidad, cada uno es responsable en la
medida en la que está unido con Cristo y en la medida en que lo representa en la
comunidad de Cabeza y Cuerpo. Cada día ha de crecer en nosotros la convicción de que
la liturgia no es un «hacer» nuestro, sino que por el contrario es acción de Dios en
nosotros y con nosotros.
a) La Iglesia, sujeto de la celebración litúrgica
32
En este momento resulta útil preguntarse con Benedicto XVI: «¿Quién es el auténtico
sujeto de la liturgia? La respuesta es simple: la Iglesia. No es la persona singular —
sacerdote o fiel— o el grupo que celebra la liturgia, esa es en primer lugar acción de
Dios, a través de la Iglesia, que tiene su historia, su rica tradición y su creatividad»[62].
Y en consecuencia, «la esencial apertura y universalidad de toda liturgia es una de las
razones por las cuales la liturgia no puede ser concebida y confeccionada por la
comunidad de turno por sus liturgos, sino que tiene que situarse en la forma universal de
la Iglesia»[63].
Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: «En la Liturgia de la Nueva
Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía y de los
sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia»[64]; por lo tanto, quien celebra es
el «Cristo total», toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza. «La liturgia
no es una especie de “auto-manifestación” de una comunidad, sino que es, en cambio,
salir del simple “ser-uno-mismo”, estar encerrado en sí mismo, y acceder al gran
banquete, entrar en la gran comunidad viva, en la cual Dios mismo nos alimenta. La
liturgia implica universalidad y este carácter universal debe entrar siempre de nuevo en
la conciencia de todos. La liturgia cristiana es el culto del templo universal que es Cristo
resucitado, cuyos brazos están extendidos en la cruz para atraer a todos en el abrazo del
amor eterno de Dios. Es el culto del cielo abierto. Nunca es solo el acontecimiento de
una sola comunidad, con su ubicación en el tiempo y en el espacio. Es importante que
cada cristiano se sienta y esté realmente insertado en este “nosotros” universal, que
proporciona la base y el refugio al “yo” en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia»[65].
Desde esta perspectiva es fundamental el principio de que «el verdadero sujeto de la
liturgia es la Iglesia, concretamente la communio sanctorum de todos los lugares y de
todos los tiempos»[66]. En cada celebración litúrgica coparticipa toda la Iglesia, cielos y
tierra, Dios y los hombres. En la liturgia quedan superadas, no solo las fronteras políticas
o sociales, sino las que separan cielo y tierra. De ahí que la liturgia cristiana, aunque se
celebre solamente aquí y ahora, en un lugar concreto, y aunque exprese el sí de una
comunidad determinada es, por naturaleza, católica: proviene del todo y conduce al todo,
en unidad con el Papa, con los Obispos, con los creyentes de todas las épocas y
lugares[67]. En esta línea son especialmente significativas unas palabras de Benedicto
XVI a los Obispos franceses: «Nadie está de más en la Iglesia. Todos, sin excepción, han
de poder sentirse en ella como en su casa, y nunca rechazados. Dios, que ama a todos los
hombres y no quiere que ninguno se pierda, nos confía esta misión haciéndonos Pastores
de su grey»[68].
En este contexto se entiende mejor el decreto de la Congregación para el Culto Divino
de 28 de febrero de 2013[69] por el que, en el rito de acogida del sacramento del
Bautismo, se sustituyen las palabras: Magno gaudio communitas christiana te (vos)
excipit por Magno gaudio Ecclesia Dei te (vos) excipit[70]. Como recuerda el texto del
decreto: «El bautismo, puerta de la vida y del reino, es sacramento de la fe, con el cual
los hombres son incorporados en la única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia
católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él»[71].
33
Se puede decir que «en el bautismo la Iglesia universal precede continuamente a la
Iglesia local y la constituye. Y basándose en esto, la carta de la Congregación para la
Doctrina de la Fe sobre la Iglesia como comunión puede decir que en la Iglesia no hay
extranjeros: cada uno en cualquier parte está en su casa, y no es huésped. Siempre se
trata de la única Iglesia, la única y la misma. Quien es bautizado en Berlín, está en su
casa en la Iglesia en Roma o en Nueva York o en Kinshasa o en Bangalore o en
cualquier otro lugar, del mismo modo que en la Iglesia donde fue bautizado. No debe
registrarse de nuevo, pues la Iglesia es única. El bautismo viene de ella y da a luz en
ella»[72]. Es decir, «quien pertenece a una Iglesia local, pertenece a todas»[73]. La
celebración litúrgica debe tener en cuenta este don de lo alto que, con mayor motivo en
nuestros días caracterizados por una gran movilidad geográfica, es también una realidad
de hecho. No podemos «privatizar» ni la Iglesia, ni la liturgia.
Al mismo tiempo, podemos afirmar que, «en la celebración de la Eucaristía cada fiel
se encuentra en su Iglesia, es decir, en la Iglesia de Cristo»[74]. De hecho, como
recordaba san Juan Pablo II, «el Sacrificio eucarístico, aun celebrándose siempre en una
comunidad particular, no es nunca celebración de esa sola comunidad: esta, en efecto,
recibiendo la presencia eucarística del Señor, recibe el don completo de la salvación, y se
manifiesta así, a pesar de su permanente particularidad visible, como imagen y verdadera
presencia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica. De esto se deriva que una
comunidad realmente eucarística no puede encerrarse en sí misma, como si fuera
autosuficiente, sino que ha de mantenerse en sintonía con todas las demás comunidades
católicas»[75].
b) Lengua y canto para una celebración abierta a todos
Cuanto más animada está una celebración acerca de la conciencia universal y cuanto
más se abre al tiempo y el espacio, tanto más concretamente en ella se realiza el sentido
de la liturgia que se inspira en siglos de celebración y los cristaliza a la vez. De hecho,
como dirá Louis Bouyer, «la Eucaristía no une solo a aquellos que están materialmente
en torno al altar sino que, con ellos, están aquellos de todos los tiempos y lugares. Por
este motivo algunas fórmulas que las generaciones han repetido antes de nosotros, o que
son comunes a todos los católicos de Occidente, son demasiado preciosas para que
perdamos su beneficio»[76].
El uso del latín en algunas partes de la liturgia, así como el canto gregoriano, «al que
se le reserva un puesto de honor entre todos los demás como propio de la Liturgia
romana»[77], va en esta línea, pues es un medio que puede ayudar a que la Iglesia se
reconozca como una realidad viva en continuidad con su pasado. Esta continuidad es la
que permite que la Iglesia sea una realidad abierta: abierta a la Iglesia invisible formada
por todos los cristianos, de este mundo y del otro, abierta al mundo y al reino eterno. En
este contexto se puede afirmar que el uso del latín resalta las dimensiones cósmica y
escatológica de la liturgia.
A propósito de las grandes celebraciones con participación de fieles de diversas
lenguas, en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis se recuerda que «para
34
expresar mejor la unidad y universalidad de la Iglesia, quisiera recomendar lo que ha
sugerido el Sínodo de los Obispos, en sintonía con las normas del Concilio Vaticano II:
exceptuadas las lecturas, la homilía y la oración de los fieles, sería bueno que dichas
celebraciones [de carácter internacional] fueran en latín; también se podrían rezar en
latín las oraciones más conocidas de la tradición de la Iglesia y, eventualmente, cantar
algunas partes en canto gregoriano»[78].
De hecho, «la lengua latina siempre se ha tenido en altísima consideración por parte
de la Iglesia católica, y los Romanos Pontífices han promovido asiduamente su
conocimiento y difusión, habiendo hecho de ella la propia lengua, capaz de transmitir
universalmente el mensaje del Evangelio, como ya afirmaba autorizadamente la
Constitución apostólica Veterum sapientia de mi predecesor, el beato Juan XXIII»[79].
Como afirmaba el mismo san Juan XXIII, el latín «es vínculo especialmente idóneo
mediante el cual la época actual se mantiene unida, de modo admirable, con las edades
pasadas y con aquellas futuras»[80].
De ahí que el Concilio Vaticano II recuerde ambas cosas: «En las Misas celebradas
con asistencia del pueblo puede darse el lugar debido a la lengua vernácula,
principalmente en las lecturas y en la “oración común” y, según las circunstancias del
lugar, también en las partes que corresponden al pueblo, a tenor del artículo 36 de esta
Constitución. Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o
cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde»[81].
Una auténtica y real fidelidad a estas enseñanzas del Concilio pasa por conservar
algunos elementos de latín en la liturgia; una cierta presencia del latín, como vínculo de
comunión eclesial, parece necesaria especialmente en nuestros días, como señala el
mismo Misal Romano: «Como cada día es más frecuente que se reúnan fieles de diversas
naciones, conviene que esos mismos fieles sepan cantar juntos en lengua latina, por lo
menos algunas partes del Ordinario de la Misa, especialmente el símbolo de la fe y la
Oración del Señor, usando las melodías más fáciles»[82].
Con gran realismo el cardenal Ratzinger afirmaba: «La forma normal de la Eucaristía
es la lengua materna, pero no podemos dejar de rezarla y apreciarla en el lenguaje
universal de la Iglesia a lo largo de los siglos, para que así en este mundo, que es
movimiento continuo, y en el que las naciones se encuentran sin cesar y se
interrelacionan, sea también siempre celebración colectiva en la que podamos
conjuntamente alabar al Dios vivo. También aquí hemos de superar el estéril conflicto y
llegar a ser uno en la diversidad que el Señor nos ha regalado; uno en reconocer y
apreciar lo razonable y comprensible, pero uno también en reconocer y apreciar aquello
que nos abarca a todos y que se extiende más allá de lo que nuestra razón comprende de
inmediato»[83].
Unas palabras de un conocido liturgista en las que expone de forma sintética lo que se
acaba de decir sobre la lengua y la liturgia constituyen un buen resumen de lo dicho
hasta el momento sobre este punto: «El uso contemporáneo de las diversas lenguas es
una estupenda manifestación de la naturaleza de la Iglesia: de su edad venerable, cuando
el sacerdote pronuncia las oraciones litúrgicas con palabras que han sido usadas por los
35
Padres de la Iglesia; pero también de su eterna juventud, cuando la Iglesia hoy inicia su
diálogo en latín, según las fórmulas antiguas, y prosigue después su oración o su canto
en las lenguas vivas de sus hijos. La universalidad esencial de la Iglesia puede y debe
expresarse en la liturgia contemporánea. La Iglesia comprende todos los tiempos y todos
los pueblos, pertenece ya a la eternidad, a los tiempos nuevos y, a la vez, se encuentra
todavía empeñada en nuestra época y en cada uno de sus pueblos, ella es verdaderamente
nuestra Iglesia»[84].
En definitiva, el canto de entrada, cantado en latín o en lengua vernácula, manifiesta la
alegría de corazón del pueblo reunido en espera de la llegada de su Señor. Un pueblo que
va más allá de las personas reunidas para la celebración, pues incluye la Iglesia de todos
los lugares y todos los tiempos.
4. Saludo al altar
Una vez el sacerdote y los ministros llegan al presbiterio, saludan al altar con una
inclinación de cuerpo o inclinación profunda que expresa la reverencia y el honor que se
le tributa como signo que es de Cristo[85]. Después el sacerdote y el diácono besan el
altar como expresión de veneración[86]. En el Ordo Romanus I, redactado en torno al
siglo VII-VIII, se encuentra ya la costumbre tradicional según la cual el altar, una vez
saludado con la inclinación profunda, es venerado con el beso[87]. Este gesto expresa
una fuerte actitud religiosa y cultual. Como afirmaba con fuerza san Josemaría: «Subo al
altar con ansia, y más que poner las manos sobre él, lo abrazo con cariño y lo beso como
un enamorado, que eso soy: ¡enamorado! ¡Estaría apañado si no lo fuera!»[88].
Una vez besado el altar el celebrante puede incensar la cruz y el altar[89]. El Misal
Romano recuerda que el incienso puede usarse libremente en cualquier forma de
celebración de la Santa Misa. En el inicio de la celebración se inciensan cruz, altar y, en
su caso, las reliquias e imágenes sagradas expuestas a la veneración pública. Primero se
inciensa la cruz y luego el altar: se quiere resaltar así la íntima relación de lo que sucede
en el altar con la cruz de Cristo. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, «el
altar de la Nueva Alianza es la Cruz del Señor (cf. Hb 13,10), de la que manan los
sacramentos del Misterio pascual»[90]. Antes y después de incensar, se hace inclinación
profunda al objeto que se inciensa exceptuándose el altar y los dones para el sacrificio de
la Misa[91].
La incensación, tal y como presenta la Sagrada Escritura, significa reverencia y
oración[92]. Así lo leemos en el libro del Apocalipsis: «Vino otro ángel y se quedó en
pie junto al altar con un incensario de oro. Le entregaron muchos perfumes para que los
ofreciera con las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que está ante el
trono. Y ascendió el humo de los perfumes, con las oraciones de los santos, desde la
mano del ángel hasta la presencia de Dios» (Ap 8, 3. Cf. también Sal 141 [140], 2).
Los signos de veneración y respeto hacia el altar recuerdan que este es el centro de la
acción de gracias que se realiza en la Eucaristía. El altar, «en torno al cual la Iglesia se
reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo
36
misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar
cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles,
a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial
que se nos da»[93].
Como signo claro y permanente de Cristo Jesús que es el altar, conviene que sea fijo,
es decir, que no se pueda mover[94]. Según la costumbre tradicional de la Iglesia, y
teniendo en cuenta que significa a Jesús, piedra viva (1 Pe, 2, 4; Ef 2, 20), es preferible
que la mesa del altar fijo sea de piedra, en concreto de piedra natural. Los pies o el
basamento de la mesa pueden ser de cualquier materia, con tal que sea digna y
sólida[95].
Desde el día de su dedicación, vemos el altar revestido con los manteles que indican
que es ara del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo mesa del Señor, por eso se viste y
se adorna festivamente[96]. En este sentido se entiende mejor la indicación del Misal
Romano cuando afirma: «Por reverencia a la celebración del memorial del Señor y al
banquete en que se distribuye el Cuerpo y Sangre del Señor, póngase sobre el altar en el
que se celebra por lo menos un mantel de color blanco, que, en forma, medida y
ornamentación, cuadre bien con la estructura del mismo altar»[97].
Junto al revestimiento del altar, su iluminación es también signo visible de aquella
acción invisible que Dios realiza por medio de la Iglesia cuando esta celebra el sagrado
misterio de la Eucaristía. De ahí que los candeleros sean expresión de veneración y de
celebración festiva[98] y nos adviertan que Cristo es la «Luz para iluminar a las
naciones» (Lc 2, 32), con cuya actividad brilla la Iglesia y por ella toda la familia
humana[99]. En toda celebración eucarística habrá sobre el altar o cerca del mismo un
mínimo de dos candeleros con sus velas encendidas o incluso cuatro o seis,
especialmente si se trata de la Misa dominical, o festiva de precepto, y si celebra el
obispo diocesano, siete[100].
También sobre el altar, o cerca del mismo, ha de haber una cruz con la imagen de
Cristo crucificado que resulte bien visible para el pueblo congregado. Esta cruz busca
traer a la mente de los fieles el recuerdo de la pasión salvífica del Señor que durante la
celebración eucarística se hace presente[101].
Resumía estas ideas de un modo sencillo y concreto el papa Francisco cuando
afirmaba: «Lo que vemos cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, la Misa, nos
hace ya intuir lo que estamos por vivir. En el centro del espacio destinado a la
celebración se encuentra el altar, que es una mesa, cubierta por un mantel, y esto nos
hace pensar en un banquete. Sobre la mesa hay una cruz, que indica que sobre ese altar
se ofrece el sacrificio de Cristo: es Él el alimento espiritual que allí se recibe, bajo los
signos del pan y del vino»[102].
Por último, recordar que el altar se puede ornamentar con flores. Su uso será
moderado, conforme a la índole del tiempo, en Adviento sin alcanzar la plenitud de
alegría característica de Navidad. Desde el Miércoles de Ceniza hasta el himno Gloria a
Dios en el cielo de la Vigilia Pascual, así como en las celebraciones de difuntos, se
37
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor
La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

Pericopa completa
Pericopa completaPericopa completa
Pericopa completa
convertidor
 
Evangelio de marcos
Evangelio de marcosEvangelio de marcos
Evangelio de marcos
Carlos Casanueva
 
Introducción al catecismo de la iglesia
Introducción al catecismo de la iglesiaIntroducción al catecismo de la iglesia
Introducción al catecismo de la iglesia
Ludiana Altuve
 
Itinerario kerigmático para adultos
Itinerario kerigmático para adultosItinerario kerigmático para adultos
Itinerario kerigmático para adultos
Episcopalpy
 
LOS EVANGELIOS SINOPTICOS
LOS EVANGELIOS SINOPTICOSLOS EVANGELIOS SINOPTICOS
LOS EVANGELIOS SINOPTICOS
FEDERICO ALMENARA CHECA
 
Las posturas dentro de la Misa
Las posturas dentro de la MisaLas posturas dentro de la Misa
Las posturas dentro de la Misa
Humberto Corrales
 
Las Sagradas Escrituras
Las Sagradas EscriturasLas Sagradas Escrituras
Las Sagradas Escrituras
Juan Pena
 
Un Retiro-El-Encuentro-con-Jesus-docx.docx
Un Retiro-El-Encuentro-con-Jesus-docx.docxUn Retiro-El-Encuentro-con-Jesus-docx.docx
Un Retiro-El-Encuentro-con-Jesus-docx.docx
BLANEVIL Lechosa González
 
FormacióN De Catequistas
FormacióN De CatequistasFormacióN De Catequistas
FormacióN De Catequistas
Andres Elizalde
 
Espiritualidad cristiana y acompañamiento
Espiritualidad cristiana y acompañamientoEspiritualidad cristiana y acompañamiento
Espiritualidad cristiana y acompañamiento
heribertopb
 
Proclamar la palabra de Dios en la Liturgia
Proclamar la palabra de Dios en la LiturgiaProclamar la palabra de Dios en la Liturgia
Proclamar la palabra de Dios en la Liturgia
alasguadalupe
 
Hermenéutica: Crítica de la redacción
Hermenéutica: Crítica de la redacciónHermenéutica: Crítica de la redacción
Hermenéutica: Crítica de la redacción
Pablo A. Jimenez
 
Identidad del monaguillo.pptx
Identidad del monaguillo.pptxIdentidad del monaguillo.pptx
Identidad del monaguillo.pptx
carlitros1
 
05.METODOLOGIA EN LA CATEQUESIS
05.METODOLOGIA EN LA CATEQUESIS05.METODOLOGIA EN LA CATEQUESIS
05.METODOLOGIA EN LA CATEQUESIS
FEDERICO ALMENARA CHECA
 
1. era apostólica
1. era apostólica1. era apostólica
1. era apostólica
David Galarza Fernández
 
Creo en Jesucristo ud 8 7 7-15
Creo en Jesucristo ud 8 7 7-15Creo en Jesucristo ud 8 7 7-15
Creo en Jesucristo ud 8 7 7-15
Parroquia Inmaculada Concepción
 
Como realizar una Lectio divina en base a la propuesta de Lectionautas
Como realizar una Lectio divina en base a la propuesta de LectionautasComo realizar una Lectio divina en base a la propuesta de Lectionautas
Como realizar una Lectio divina en base a la propuesta de Lectionautas
Misio Malebapau Bautista
 
Escatologia teologica
Escatologia teologicaEscatologia teologica
Escatologia teologica
Rafael Espinoza
 
Apocalipsis de Elías - Sermonario
Apocalipsis de Elías - SermonarioApocalipsis de Elías - Sermonario
Apocalipsis de Elías - Sermonario
Heyssen Cordero Maraví
 
Compendio del catecismo de la iglesia católica
Compendio del catecismo de la iglesia católicaCompendio del catecismo de la iglesia católica
Compendio del catecismo de la iglesia católica
EdwardCrumpp
 

La actualidad más candente (20)

Pericopa completa
Pericopa completaPericopa completa
Pericopa completa
 
Evangelio de marcos
Evangelio de marcosEvangelio de marcos
Evangelio de marcos
 
Introducción al catecismo de la iglesia
Introducción al catecismo de la iglesiaIntroducción al catecismo de la iglesia
Introducción al catecismo de la iglesia
 
Itinerario kerigmático para adultos
Itinerario kerigmático para adultosItinerario kerigmático para adultos
Itinerario kerigmático para adultos
 
LOS EVANGELIOS SINOPTICOS
LOS EVANGELIOS SINOPTICOSLOS EVANGELIOS SINOPTICOS
LOS EVANGELIOS SINOPTICOS
 
Las posturas dentro de la Misa
Las posturas dentro de la MisaLas posturas dentro de la Misa
Las posturas dentro de la Misa
 
Las Sagradas Escrituras
Las Sagradas EscriturasLas Sagradas Escrituras
Las Sagradas Escrituras
 
Un Retiro-El-Encuentro-con-Jesus-docx.docx
Un Retiro-El-Encuentro-con-Jesus-docx.docxUn Retiro-El-Encuentro-con-Jesus-docx.docx
Un Retiro-El-Encuentro-con-Jesus-docx.docx
 
FormacióN De Catequistas
FormacióN De CatequistasFormacióN De Catequistas
FormacióN De Catequistas
 
Espiritualidad cristiana y acompañamiento
Espiritualidad cristiana y acompañamientoEspiritualidad cristiana y acompañamiento
Espiritualidad cristiana y acompañamiento
 
Proclamar la palabra de Dios en la Liturgia
Proclamar la palabra de Dios en la LiturgiaProclamar la palabra de Dios en la Liturgia
Proclamar la palabra de Dios en la Liturgia
 
Hermenéutica: Crítica de la redacción
Hermenéutica: Crítica de la redacciónHermenéutica: Crítica de la redacción
Hermenéutica: Crítica de la redacción
 
Identidad del monaguillo.pptx
Identidad del monaguillo.pptxIdentidad del monaguillo.pptx
Identidad del monaguillo.pptx
 
05.METODOLOGIA EN LA CATEQUESIS
05.METODOLOGIA EN LA CATEQUESIS05.METODOLOGIA EN LA CATEQUESIS
05.METODOLOGIA EN LA CATEQUESIS
 
1. era apostólica
1. era apostólica1. era apostólica
1. era apostólica
 
Creo en Jesucristo ud 8 7 7-15
Creo en Jesucristo ud 8 7 7-15Creo en Jesucristo ud 8 7 7-15
Creo en Jesucristo ud 8 7 7-15
 
Como realizar una Lectio divina en base a la propuesta de Lectionautas
Como realizar una Lectio divina en base a la propuesta de LectionautasComo realizar una Lectio divina en base a la propuesta de Lectionautas
Como realizar una Lectio divina en base a la propuesta de Lectionautas
 
Escatologia teologica
Escatologia teologicaEscatologia teologica
Escatologia teologica
 
Apocalipsis de Elías - Sermonario
Apocalipsis de Elías - SermonarioApocalipsis de Elías - Sermonario
Apocalipsis de Elías - Sermonario
 
Compendio del catecismo de la iglesia católica
Compendio del catecismo de la iglesia católicaCompendio del catecismo de la iglesia católica
Compendio del catecismo de la iglesia católica
 

Similar a La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor

Mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios 2012
Mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios 2012Mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios 2012
Mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios 2012
framasg
 
Mensaje del sínodo 2012 al pueblo de dios
Mensaje del sínodo 2012 al pueblo de diosMensaje del sínodo 2012 al pueblo de dios
Mensaje del sínodo 2012 al pueblo de dios
arocomunicacion
 
Sinodo obispos
Sinodo obisposSinodo obispos
Sinodo obispos
vinueso
 
Revista electronica pdf
Revista electronica pdfRevista electronica pdf
Revista electronica pdf
AlexandraCuevasUlloa
 
Mensaje por pascua y el inicio del año santo
Mensaje por pascua y el inicio del año santoMensaje por pascua y el inicio del año santo
Mensaje por pascua y el inicio del año santo
Episcopalpy
 
Documento de Aparecida
Documento de AparecidaDocumento de Aparecida
Documento de Aparecida
miguelsilvaaguiar
 
1-inciointropequeñodecursodeliturgia1.ppt
1-inciointropequeñodecursodeliturgia1.ppt1-inciointropequeñodecursodeliturgia1.ppt
1-inciointropequeñodecursodeliturgia1.ppt
JuanAntonioBrambilaS1
 
LA EUCARISTIA.pptx
LA EUCARISTIA.pptxLA EUCARISTIA.pptx
LA EUCARISTIA.pptx
JosAngelSoubervielle
 
Libro electrónico: «Catequesis del Papa Francisco sobre la Santa Misa»
Libro electrónico: «Catequesis del Papa Francisco sobre la Santa Misa»Libro electrónico: «Catequesis del Papa Francisco sobre la Santa Misa»
Libro electrónico: «Catequesis del Papa Francisco sobre la Santa Misa»
Opus Dei
 
Enciclica Redemptoris Missio
Enciclica Redemptoris MissioEnciclica Redemptoris Missio
Enciclica Redemptoris Missio
Luz Elena Hemken Arrillaga
 
Porta fidei carta apostólica donde se convoca el año de la fe
Porta fidei carta apostólica donde se convoca el año de la fePorta fidei carta apostólica donde se convoca el año de la fe
Porta fidei carta apostólica donde se convoca el año de la fe
Familias_SRL
 
Carta apostólica donde se convoca el año de la fe
Carta apostólica donde se convoca el año de la feCarta apostólica donde se convoca el año de la fe
Carta apostólica donde se convoca el año de la fe
Familias_SRL
 
Boletín Digital Nº 411
Boletín Digital Nº 411Boletín Digital Nº 411
Boletín Digital Nº 411
Arzobispado Arequipa
 
Año de la fe seminario
Año de la fe seminarioAño de la fe seminario
Boletin abril 2011
Boletin abril 2011Boletin abril 2011
Boletin abril 2011
MJVC La Plata
 
Enciclica Pablo VI Ecclesiam Suam
Enciclica Pablo VI Ecclesiam SuamEnciclica Pablo VI Ecclesiam Suam
Enciclica Pablo VI Ecclesiam Suam
Caritas Mexicana IAP
 
Ecclesiam suam
Ecclesiam suamEcclesiam suam
Ecclesiam suam
Caritas Mexicana IAP
 
Carta Apostólica Porta Fidei - La Puerta de la Fe
Carta Apostólica Porta Fidei - La Puerta de la FeCarta Apostólica Porta Fidei - La Puerta de la Fe
Carta Apostólica Porta Fidei - La Puerta de la Fe
lectiodivinacamo
 
Porta fidei
Porta fideiPorta fidei
Porta fidei
Porta fideiPorta fidei
Porta fidei
adalgos
 

Similar a La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor (20)

Mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios 2012
Mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios 2012Mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios 2012
Mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios 2012
 
Mensaje del sínodo 2012 al pueblo de dios
Mensaje del sínodo 2012 al pueblo de diosMensaje del sínodo 2012 al pueblo de dios
Mensaje del sínodo 2012 al pueblo de dios
 
Sinodo obispos
Sinodo obisposSinodo obispos
Sinodo obispos
 
Revista electronica pdf
Revista electronica pdfRevista electronica pdf
Revista electronica pdf
 
Mensaje por pascua y el inicio del año santo
Mensaje por pascua y el inicio del año santoMensaje por pascua y el inicio del año santo
Mensaje por pascua y el inicio del año santo
 
Documento de Aparecida
Documento de AparecidaDocumento de Aparecida
Documento de Aparecida
 
1-inciointropequeñodecursodeliturgia1.ppt
1-inciointropequeñodecursodeliturgia1.ppt1-inciointropequeñodecursodeliturgia1.ppt
1-inciointropequeñodecursodeliturgia1.ppt
 
LA EUCARISTIA.pptx
LA EUCARISTIA.pptxLA EUCARISTIA.pptx
LA EUCARISTIA.pptx
 
Libro electrónico: «Catequesis del Papa Francisco sobre la Santa Misa»
Libro electrónico: «Catequesis del Papa Francisco sobre la Santa Misa»Libro electrónico: «Catequesis del Papa Francisco sobre la Santa Misa»
Libro electrónico: «Catequesis del Papa Francisco sobre la Santa Misa»
 
Enciclica Redemptoris Missio
Enciclica Redemptoris MissioEnciclica Redemptoris Missio
Enciclica Redemptoris Missio
 
Porta fidei carta apostólica donde se convoca el año de la fe
Porta fidei carta apostólica donde se convoca el año de la fePorta fidei carta apostólica donde se convoca el año de la fe
Porta fidei carta apostólica donde se convoca el año de la fe
 
Carta apostólica donde se convoca el año de la fe
Carta apostólica donde se convoca el año de la feCarta apostólica donde se convoca el año de la fe
Carta apostólica donde se convoca el año de la fe
 
Boletín Digital Nº 411
Boletín Digital Nº 411Boletín Digital Nº 411
Boletín Digital Nº 411
 
Año de la fe seminario
Año de la fe seminarioAño de la fe seminario
Año de la fe seminario
 
Boletin abril 2011
Boletin abril 2011Boletin abril 2011
Boletin abril 2011
 
Enciclica Pablo VI Ecclesiam Suam
Enciclica Pablo VI Ecclesiam SuamEnciclica Pablo VI Ecclesiam Suam
Enciclica Pablo VI Ecclesiam Suam
 
Ecclesiam suam
Ecclesiam suamEcclesiam suam
Ecclesiam suam
 
Carta Apostólica Porta Fidei - La Puerta de la Fe
Carta Apostólica Porta Fidei - La Puerta de la FeCarta Apostólica Porta Fidei - La Puerta de la Fe
Carta Apostólica Porta Fidei - La Puerta de la Fe
 
Porta fidei
Porta fideiPorta fidei
Porta fidei
 
Porta fidei
Porta fideiPorta fidei
Porta fidei
 

Más de EdwardCrumpp

La respuesta está en la escrituras - p. Flaviano Amatulli Valente
La respuesta está en la escrituras - p. Flaviano Amatulli ValenteLa respuesta está en la escrituras - p. Flaviano Amatulli Valente
La respuesta está en la escrituras - p. Flaviano Amatulli Valente
EdwardCrumpp
 
La imitación de Cristo - Tomás de Kempis
La imitación de Cristo - Tomás de KempisLa imitación de Cristo - Tomás de Kempis
La imitación de Cristo - Tomás de Kempis
EdwardCrumpp
 
La doctrina de los testigos de jehová puesta en evidencia
La doctrina de los testigos de jehová puesta en evidencia La doctrina de los testigos de jehová puesta en evidencia
La doctrina de los testigos de jehová puesta en evidencia
EdwardCrumpp
 
La cuarta copa - Scott Hahn
La cuarta copa - Scott HahnLa cuarta copa - Scott Hahn
La cuarta copa - Scott Hahn
EdwardCrumpp
 
La cena del cordero - Scott Hahn
La cena del cordero - Scott HahnLa cena del cordero - Scott Hahn
La cena del cordero - Scott Hahn
EdwardCrumpp
 
Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo II: María, Virgen y madre - Jesús ...
Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo II: María, Virgen y madre -  Jesús ...Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo II: María, Virgen y madre -  Jesús ...
Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo II: María, Virgen y madre - Jesús ...
EdwardCrumpp
 
La bioética (25 preguntas) - Eugenio Alburquerque Frutos
La bioética (25 preguntas)  - Eugenio Alburquerque FrutosLa bioética (25 preguntas)  - Eugenio Alburquerque Frutos
La bioética (25 preguntas) - Eugenio Alburquerque Frutos
EdwardCrumpp
 
Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo I: la iglesia, el culto y los sacra...
Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo I: la iglesia, el culto y los sacra...Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo I: la iglesia, el culto y los sacra...
Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo I: la iglesia, el culto y los sacra...
EdwardCrumpp
 
Fui cristiano (pentecostal) por 23 años - Juan Carlos Colon
Fui cristiano (pentecostal) por 23 años -  Juan Carlos ColonFui cristiano (pentecostal) por 23 años -  Juan Carlos Colon
Fui cristiano (pentecostal) por 23 años - Juan Carlos Colon
EdwardCrumpp
 
Entre las sectas y el fin del mundo - Luis Santamaria del Río
Entre las sectas y el fin del mundo - Luis Santamaria del RíoEntre las sectas y el fin del mundo - Luis Santamaria del Río
Entre las sectas y el fin del mundo - Luis Santamaria del Río
EdwardCrumpp
 
Encontré a cristo en el Corán - Mario Joseph
Encontré a cristo en el Corán - Mario JosephEncontré a cristo en el Corán - Mario Joseph
Encontré a cristo en el Corán - Mario Joseph
EdwardCrumpp
 
En dónde dice la biblia que - IVE
En dónde dice la biblia que - IVEEn dónde dice la biblia que - IVE
En dónde dice la biblia que - IVE
EdwardCrumpp
 
El teologo responde: volumen 3 - Miguel Angel Fuentes
El teologo responde: volumen 3 - Miguel Angel FuentesEl teologo responde: volumen 3 - Miguel Angel Fuentes
El teologo responde: volumen 3 - Miguel Angel Fuentes
EdwardCrumpp
 
El teologo responde: volumen 2 - Miguel Angel Fuentes
El teologo responde: volumen 2 - Miguel Angel FuentesEl teologo responde: volumen 2 - Miguel Angel Fuentes
El teologo responde: volumen 2 - Miguel Angel Fuentes
EdwardCrumpp
 
El teólogo responde: Volumen 1 - Miguel Ángel Fuentes
El teólogo responde: Volumen 1  - Miguel Ángel FuentesEl teólogo responde: Volumen 1  - Miguel Ángel Fuentes
El teólogo responde: Volumen 1 - Miguel Ángel Fuentes
EdwardCrumpp
 
El regreso a casa El regreso a roma - Scott Hahn
El regreso a casa El regreso a roma - Scott HahnEl regreso a casa El regreso a roma - Scott Hahn
El regreso a casa El regreso a roma - Scott Hahn
EdwardCrumpp
 
El protestantismo ante la biblia - P. Remigio de Papiol
El protestantismo ante la biblia - P. Remigio de PapiolEl protestantismo ante la biblia - P. Remigio de Papiol
El protestantismo ante la biblia - P. Remigio de Papiol
EdwardCrumpp
 
El coraje de ser católico - P. Ángel Peña o.a.r.
El coraje de ser católico - P. Ángel Peña o.a.r.El coraje de ser católico - P. Ángel Peña o.a.r.
El coraje de ser católico - P. Ángel Peña o.a.r.
EdwardCrumpp
 
El combate espiritual comentado - Lorenzo Scupoli
El combate espiritual comentado - Lorenzo ScupoliEl combate espiritual comentado - Lorenzo Scupoli
El combate espiritual comentado - Lorenzo Scupoli
EdwardCrumpp
 
Catecismo de san Pío X
Catecismo de san Pío XCatecismo de san Pío X
Catecismo de san Pío X
EdwardCrumpp
 

Más de EdwardCrumpp (20)

La respuesta está en la escrituras - p. Flaviano Amatulli Valente
La respuesta está en la escrituras - p. Flaviano Amatulli ValenteLa respuesta está en la escrituras - p. Flaviano Amatulli Valente
La respuesta está en la escrituras - p. Flaviano Amatulli Valente
 
La imitación de Cristo - Tomás de Kempis
La imitación de Cristo - Tomás de KempisLa imitación de Cristo - Tomás de Kempis
La imitación de Cristo - Tomás de Kempis
 
La doctrina de los testigos de jehová puesta en evidencia
La doctrina de los testigos de jehová puesta en evidencia La doctrina de los testigos de jehová puesta en evidencia
La doctrina de los testigos de jehová puesta en evidencia
 
La cuarta copa - Scott Hahn
La cuarta copa - Scott HahnLa cuarta copa - Scott Hahn
La cuarta copa - Scott Hahn
 
La cena del cordero - Scott Hahn
La cena del cordero - Scott HahnLa cena del cordero - Scott Hahn
La cena del cordero - Scott Hahn
 
Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo II: María, Virgen y madre - Jesús ...
Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo II: María, Virgen y madre -  Jesús ...Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo II: María, Virgen y madre -  Jesús ...
Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo II: María, Virgen y madre - Jesús ...
 
La bioética (25 preguntas) - Eugenio Alburquerque Frutos
La bioética (25 preguntas)  - Eugenio Alburquerque FrutosLa bioética (25 preguntas)  - Eugenio Alburquerque Frutos
La bioética (25 preguntas) - Eugenio Alburquerque Frutos
 
Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo I: la iglesia, el culto y los sacra...
Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo I: la iglesia, el culto y los sacra...Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo I: la iglesia, el culto y los sacra...
Fundamentos bíblicos del catolicismo tomo I: la iglesia, el culto y los sacra...
 
Fui cristiano (pentecostal) por 23 años - Juan Carlos Colon
Fui cristiano (pentecostal) por 23 años -  Juan Carlos ColonFui cristiano (pentecostal) por 23 años -  Juan Carlos Colon
Fui cristiano (pentecostal) por 23 años - Juan Carlos Colon
 
Entre las sectas y el fin del mundo - Luis Santamaria del Río
Entre las sectas y el fin del mundo - Luis Santamaria del RíoEntre las sectas y el fin del mundo - Luis Santamaria del Río
Entre las sectas y el fin del mundo - Luis Santamaria del Río
 
Encontré a cristo en el Corán - Mario Joseph
Encontré a cristo en el Corán - Mario JosephEncontré a cristo en el Corán - Mario Joseph
Encontré a cristo en el Corán - Mario Joseph
 
En dónde dice la biblia que - IVE
En dónde dice la biblia que - IVEEn dónde dice la biblia que - IVE
En dónde dice la biblia que - IVE
 
El teologo responde: volumen 3 - Miguel Angel Fuentes
El teologo responde: volumen 3 - Miguel Angel FuentesEl teologo responde: volumen 3 - Miguel Angel Fuentes
El teologo responde: volumen 3 - Miguel Angel Fuentes
 
El teologo responde: volumen 2 - Miguel Angel Fuentes
El teologo responde: volumen 2 - Miguel Angel FuentesEl teologo responde: volumen 2 - Miguel Angel Fuentes
El teologo responde: volumen 2 - Miguel Angel Fuentes
 
El teólogo responde: Volumen 1 - Miguel Ángel Fuentes
El teólogo responde: Volumen 1  - Miguel Ángel FuentesEl teólogo responde: Volumen 1  - Miguel Ángel Fuentes
El teólogo responde: Volumen 1 - Miguel Ángel Fuentes
 
El regreso a casa El regreso a roma - Scott Hahn
El regreso a casa El regreso a roma - Scott HahnEl regreso a casa El regreso a roma - Scott Hahn
El regreso a casa El regreso a roma - Scott Hahn
 
El protestantismo ante la biblia - P. Remigio de Papiol
El protestantismo ante la biblia - P. Remigio de PapiolEl protestantismo ante la biblia - P. Remigio de Papiol
El protestantismo ante la biblia - P. Remigio de Papiol
 
El coraje de ser católico - P. Ángel Peña o.a.r.
El coraje de ser católico - P. Ángel Peña o.a.r.El coraje de ser católico - P. Ángel Peña o.a.r.
El coraje de ser católico - P. Ángel Peña o.a.r.
 
El combate espiritual comentado - Lorenzo Scupoli
El combate espiritual comentado - Lorenzo ScupoliEl combate espiritual comentado - Lorenzo Scupoli
El combate espiritual comentado - Lorenzo Scupoli
 
Catecismo de san Pío X
Catecismo de san Pío XCatecismo de san Pío X
Catecismo de san Pío X
 

Último

Voces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptx
Voces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptxVoces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptx
Voces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptx
jenune
 
La inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdf
La inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdfLa inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdf
La inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdf
adyesp
 
El Corazón de Jesús en la espiritualidad de Luisa de Marillac
El Corazón de Jesús en la espiritualidad de Luisa de MarillacEl Corazón de Jesús en la espiritualidad de Luisa de Marillac
El Corazón de Jesús en la espiritualidad de Luisa de Marillac
Famvin: the Worldwide Vincentian Family
 
Te costara todo steve lawson discípulo pdf
Te costara todo steve lawson discípulo pdfTe costara todo steve lawson discípulo pdf
Te costara todo steve lawson discípulo pdf
CRISTINAULLOA12
 
Antropología Filosófica facil de entender.ppt
Antropología Filosófica facil de entender.pptAntropología Filosófica facil de entender.ppt
Antropología Filosófica facil de entender.ppt
FacundoRiquel
 
Folleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docx
Folleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docxFolleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docx
Folleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docx
SantosGuidoRodrguez
 
ASM14-IF-Teórico.pdf Filosofía academia ADUNI
ASM14-IF-Teórico.pdf Filosofía academia ADUNIASM14-IF-Teórico.pdf Filosofía academia ADUNI
ASM14-IF-Teórico.pdf Filosofía academia ADUNI
mathiasalonso201111
 
la Vidas juveniles victoriosas en la espiritualidad
la Vidas juveniles victoriosas en la espiritualidadla Vidas juveniles victoriosas en la espiritualidad
la Vidas juveniles victoriosas en la espiritualidad
FranciscoJoseFloresG1
 

Último (8)

Voces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptx
Voces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptxVoces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptx
Voces 1 de samuel 17 Centro de Enseñanza CED.pptx
 
La inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdf
La inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdfLa inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdf
La inerpretación del Evangelio de san Lucas.pdf
 
El Corazón de Jesús en la espiritualidad de Luisa de Marillac
El Corazón de Jesús en la espiritualidad de Luisa de MarillacEl Corazón de Jesús en la espiritualidad de Luisa de Marillac
El Corazón de Jesús en la espiritualidad de Luisa de Marillac
 
Te costara todo steve lawson discípulo pdf
Te costara todo steve lawson discípulo pdfTe costara todo steve lawson discípulo pdf
Te costara todo steve lawson discípulo pdf
 
Antropología Filosófica facil de entender.ppt
Antropología Filosófica facil de entender.pptAntropología Filosófica facil de entender.ppt
Antropología Filosófica facil de entender.ppt
 
Folleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docx
Folleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docxFolleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docx
Folleto de las principales oraciones de la iglesia católica.docx
 
ASM14-IF-Teórico.pdf Filosofía academia ADUNI
ASM14-IF-Teórico.pdf Filosofía academia ADUNIASM14-IF-Teórico.pdf Filosofía academia ADUNI
ASM14-IF-Teórico.pdf Filosofía academia ADUNI
 
la Vidas juveniles victoriosas en la espiritualidad
la Vidas juveniles victoriosas en la espiritualidadla Vidas juveniles victoriosas en la espiritualidad
la Vidas juveniles victoriosas en la espiritualidad
 

La santa misa: el rito de la celebración eucarística - Juan José Silvestre valor

  • 1.
  • 2. JUAN JOSÉ SILVESTRE VALOR LA SANTA MISA El rito de la celebración eucarística EDICIONES RIALP, S. A. MADRID 2
  • 3. © 2015 by FUNDACIÓN STUDIUM © 2015 by EDICIONES RIALP, S. A. Colombia, 63, 8º A - 28016 Madrid (www.rialp.com) No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Realización ePub: produccioneditorial.com ISBN: 978-84-321-4561-2 3
  • 4. A todos mis amigos y sus familias, especialmente Louis y Tessy; Josef; Imre y Kathleen; en los que he pensado al escribir estas líneas. 4
  • 5. ÍNDICE PORTADA PORTADA INTERIOR CRÉDITOS DEDICATORIA PREFACIO INTRODUCCIÓN Aprender a vivir la Santa Misa Adoración Conversión Desde la liturgia 1. RITOS INICIALES DE LA SANTA MISA 1. El silencio, marco de la preparación a) Revestirse de Cristo b) Los ornamentos sagrados 2. Procesión inicial 3. Canto de entrada: convocados por el Señor a) La Iglesia, sujeto de la celebración litúrgica b) Lengua y canto para una celebración abierta a todos 4. Saludo al altar Una sede para el entero Pueblo de Dios 5. Saludo al pueblo congregado 6. Rito penitencial 7. Gloria 8. Colecta 2. LA LITURGIA DE LA PALABRA 1. Introducción a) Palabra de Dios y liturgia 5
  • 6. b) Palabra de Dios y Eucaristía: unidad intrínseca de la acción litúrgica 2. Liturgia de la Palabra Ambón 2.1. Dios que habla a su pueblo Lecturas La proclamación del Evangelio Aclamación que precede a la proclamación del Evangelio Veneración del Evangelio Homilía 2.2. Respuesta del pueblo Silencio Salmo responsorial Profesión de fe Oración universal 3. LITURGIA EUCARÍSTICA: PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS 1. Introducción 2. La Presentación de las ofrendas Benedictus es, Domine... Bendito seas, Señor, por este pan... por este vino Per huius aquae et vini... Que por el misterio de este agua y de este vino... 3. Espíritu de conversión In spiritu humilitatis... Acepta, Señor, nuestro corazón contrito... El lavabo 4. Orate, fratres; Orad, hermanos 5. La oración sobre las ofrendas 4. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA Introducción 1. Misterio pascual y liturgia El «olvido» del Misterio pascual Recuperar el Misterio pascual en la liturgia y en nuestra vida 2. Misterio pascual y Plegaria eucarística 3. Elementos de la Plegaria eucarística Diálogo inicial Prefacio Sanctus, Sanctus, Sanctus; Santo, Santo, Santo 4. Comentario de las Plegarias eucarísticas mayores 4.1. Canon Romano o Plegaria eucarística primera Intercesiones Bendice y santifica: Epíclesis consagratoria Relato de la institución y consagración Mysterium fidei; Sacramento de nuestra fe Anámnesis-Oblación 6
  • 7. Epíclesis de Comunión Intercesiones Doxología 4.2. Plegaria eucarística segunda 4.3. Plegaria eucarística tercera 4.4. Plegaria eucarística cuarta 5. RITO DE LA COMUNIÓN 1. Padrenuestro 2. El rito de la paz 3. Fractio panis: la fracción del pan Inmixtión 4. Agnus Dei; Cordero de Dios 5. Oraciones preparatorias a la Comunión 6. Ecce Agnus Dei; Este es el Cordero de Dios 7. Comunión del sacerdote y de los fieles a) Comunión y adoración b) Comunión con Dios y con los demás 8. Antífona y canto de Comunión Purificación 9. Oración después de la Comunión 6. RITOS DE CONCLUSIÓN BIBLIOGRAFÍA BÁSICA 7
  • 8. PREFACIO «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años»[1]. Las palabras apenas citadas son el inicio de la exhortación apostólica postsinodal Evangelii Gaudium del papa Francisco y constituyen todo un programa de vida para la Iglesia y para cada uno de los hijos de esta Madre buena. Pienso que el desafío de la nueva evangelización interpela a la Iglesia universal, y nos pide también proseguir con empeño la búsqueda de la unidad plena entre los cristianos. El nuestro es tiempo de nueva evangelización y la liturgia se ve interpelada directamente por este desafío. Es posible que, a primera vista, la liturgia parezca quedar marginada en esta tarea. Efectivamente, muchas personas, incluso buenos cristianos, piensan que frente a la miseria ingente que oprime a millones de hombres y mujeres, ante las realidades sociales difíciles y complejas por las que atraviesan naciones enteras, ante ciertos hechos de crónica o ante tantas dificultades diarias de la vida, de las que los periódicos ni siquiera hablan, el culto y la adoración pueden y deben esperar. Dios aparece así como algo superfluo, como algo que no es necesario para la salvación del hombre. Dios se ve como un lujo para ricos. Pero con semejante inversión, es decir, queriendo resolver antes los problemas humanos para después ocuparse de Dios, observamos que los problemas no disminuyen, sino que se incrementa la miseria. Al mismo tiempo que procuramos paliar esas dramáticas situaciones —que siempre deben interpelar nuestro corazón de cristianos —, no podemos olvidar que Dios es y será siempre la necesidad primera del hombre, de suerte que allí donde se pone entre paréntesis la presencia de Dios, se despoja al hombre de su humanidad. En este sentido me gusta recordar que el primer documento aprobado por el Concilio Vaticano II fue la constitución conciliar sobre la liturgia, Sacrosanctum Concilium. Aunque lo fuese en primer lugar por motivos en apariencia prácticos, en realidad actuando así se dio una arquitectura precisa al Concilio: lo primero es la adoración. Y, por tanto, Dios. En esta línea, la promulgación de la constitución Sacrosanctum 8
  • 9. Concilium se colocaría en la línea de la Regla benedictina: Operi Dei nihil praeponatur, nada se anteponga a la obra de Dios. A su vez, la constitución Lumen gentium, sobre la Iglesia, estaría esencialmente ligada a la anterior. La Iglesia se dejaría guiar por la oración, por la misión de glorificar a Dios. En este sentido, parece lógico que la tercera constitución —Dei Verbum— hable de la Palabra de Dios que en todo tiempo convoca y renueva a la Iglesia. Finalmente, la cuarta constitución —Gaudium et spes— mostraría cómo tiene lugar la glorificación de Dios en la vida activa: llevando al mundo la luz divina, este se transforma y se convierte plenamente en alabanza a Dios. La gloria de Dios es el hombre viviente (cf. 1 Co 10, 31). Y la vida del hombre es la visión de Dios[2]. Así pues, recuperar este «primado» de Dios era un objetivo fundamental del Concilio Vaticano II y lo sigue siendo pasados cincuenta años. Al mismo tiempo, es un hecho indiscutible que, a pesar de la secularización, en nuestro tiempo está emergiendo, de diversas formas, una renovada necesidad de espiritualidad. Esto demuestra que en lo más íntimo del hombre no se puede apagar la sed de Dios. Existen interrogantes que únicamente encuentran respuesta en un contacto personal con Cristo. Del mismo modo que algunos griegos hace dos mil años pidieron al apóstol Felipe: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21), «los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no solo hablar de Cristo, sino en cierto modo hacérselo ver»[3]. «Ante este anhelo de encuentro con Dios, la Liturgia ofrece la respuesta más profunda y eficaz»[4] porque nos permite encontrarnos con Él y con su sacrifico redentor. Las palabras y las acciones de Jesús durante su vida oculta y su ministerio público eran salvíficas y anticipaban la fuerza de su Misterio pascual. Por eso, la muerte de Cristo en la Cruz y su resurrección, el Misterio pascual, constituyen el centro de la vida diaria de la Iglesia. De hecho, por voluntad del mismo Cristo, este acto salvífico, eterno, ha quedado vinculado a la historia y se hace presente en el tiempo y en el espacio donde se celebra el memorial por Él instituido en la última Cena. La última Cena, anticipa e incluye el sacrificio de Cristo en la Cruz, y la celebración eucarística nos hace participar de él, lo re-presenta y actualiza. Sí, la Misa es verdaderamente un sacrificio idéntico al del Calvario, es verdaderamente el memorial sacramental de la bienaventurada Pasión de nuestro Señor Jesucristo. El Señor nos envió a evangelizar, sin «desvirtuar la cruz de Cristo» (1 Co 1, 17). En este sentido, resume con sencillez y claridad el papa Francisco, «la celebración eucarística es mucho más que un simple banquete: es precisamente el memorial de la Pascua de Jesús, el misterio central de la salvación. “Memorial” no significa solo un recuerdo, un simple recuerdo, sino que quiere decir que cada vez que celebramos este sacramento participamos en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. La Eucaristía constituye la cumbre de la acción de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, vuelca, en efecto, sobre nosotros toda su misericordia y su amor, de tal modo que renueva nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos»[5]. 9
  • 10. De ahí que toda la vida litúrgica gire en torno al sacrificio eucarístico y a los demás sacramentos, por los que llegamos a la fuente misma de la salvación. La Liturgia tiene como primera función conducirnos a Cristo y lo hace especialmente en la Eucaristía, en la que se nos permite unirnos al sacrificio de Cristo y alimentarnos de su Cuerpo y su Sangre. Es el «don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación»[6]. Precisamente para actualizar su Misterio pascual, Cristo está siempre en su Iglesia, por eso podemos encontrarnos con Él en la Liturgia. El Señor, dirá el Santo Padre, «se hace presente en medio de su pueblo, en medio de su Iglesia. Es la presencia del Señor. El Señor que se acerca a su pueblo; se hace presente y comparte con su pueblo un poco de tiempo. Esto es lo que sucede durante la celebración litúrgica que, ciertamente, no es un buen acto social y no es una reunión de creyentes para rezar juntos. Es otra cosa, porque en la liturgia eucarística Dios está presente y, si es posible, se hace presente de un modo aún más cercano. Su presencia es una presencia real»[7]. Ese encuentro con el Señor en la Eucaristía es vital y determinante. Como afirmaban los cristianos de los primeros siglos: «Sine dominico non possumus»; es decir, sin reunirnos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades diarias y no sucumbir. Me gusta recordar que la liturgia es el lugar adecuado para encontrarse con Dios cara a cara, entregarle toda nuestra vida, nuestro trabajo, y hacer de todo ello una ofrenda a su gloria. El libro del profesor Juan José Silvestre que ahora presento, busca facilitar que se redescubran estas riquezas que encierra la sagrada liturgia. En concreto a lo largo de sus páginas nos muestra cómo la Santa Misa, vivida con atención y fe, es verdadera escuela de vida. Efectivamente, la Eucaristía «es formativa en el sentido más profundo de la palabra, pues promueve la conformación con Cristo»[8]. El lector de esta obra se dará cuenta enseguida de que el sacerdote celebrante no es el protagonista de la acción litúrgica, como tampoco lo es el pueblo que participa. Es Dios mismo el que actúa y nosotros nos sentimos atraídos hacia esta acción de Dios, llamados a adorar a Dios, hechos uno con Jesucristo por acción del Espíritu Santo. Adorar a Dios. Como afirma el papa Francisco, «en cada ceremonia litúrgica lo que es más importante es la adoración y no los cantos y los ritos por bellos que sean. Toda la comunidad reunida mira al altar donde se celebra el sacrificio y adora. (...) Pero creo, humildemente lo digo, que nosotros los cristianos tal vez hemos perdido un poco el sentido de la adoración. Y pensamos: vamos al templo, nos reunimos como hermanos, y es bueno, es bello. Pero el centro está allí donde está Dios. Y nosotros adoramos a Dios»[9]. Por eso nos conviene «repensar» la actitud con la que celebramos y participamos de la liturgia. En realidad, alcanzar la verdadera participación activa en la celebración, objetivo de la reforma conciliar, supone participar en la actio Dei, y esto conlleva convertirse en un cuerpo y un espíritu con Él, superando la diferencia que existe entre su acción y la nuestra. He aquí también el fundamento profundo de la observancia de las normas litúrgicas, pues «las palabras y los ritos litúrgicos son expresión fiel, madurada a lo largo 10
  • 11. de los siglos, de los sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que él; conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón»[10]. En este sentido, el Santo Padre recuerda que «celebrar el verdadero culto espiritual quiere decir entregarse a sí mismo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf. Rm 12, 1). Una liturgia que estuviera separada del culto espiritual correría el riesgo de vaciarse, de perder su originalidad cristiana y caer en un sentido sagrado genérico, casi mágico, y en un esteticismo vacío. Al ser acción de Cristo, la liturgia impulsa desde dentro a revestirse de los mismos sentimientos de Cristo, y en este dinamismo toda la realidad se transfigura»[11]. Por último querría considerar que el trabajo del profesor Silvestre se escribe cuando ha pasado ya medio siglo de la solemne promulgación de la constitución Sacrosanctum Concilium. Por este motivo es consciente de que la renovación litúrgica tiene riquezas aún no descubiertas del todo. Y esto se explica porque «la liturgia va más allá de la reforma litúrgica»[12], cuya finalidad no era tanto cambiar los textos, como renovar la mentalidad poniendo en el centro de la vida cristiana y de la pastoral la celebración del Misterio pascual. Como afirmaba con fuerza san Juan Pablo II: «No se puede, pues, seguir hablando de cambios como en el tiempo de la publicación de la Constitución Sacrosanctum Concilium, pero sí de una profundización cada vez más intensa de la Liturgia de la Iglesia, celebrada según los libros vigentes y vivida, ante todo, como un hecho de orden espiritual»[13]. En este sentido, la lectura de este libro me ha confirmado en la idea según la cual el ars celebrandi es la mejor premisa para la participación activa. Y por tanto, la mejor catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía bien celebrada. Además, me ha recordado que «la garantía más segura para que el Misal de Pablo VI pueda unir a las comunidades parroquiales y sea amado por ellas consiste en celebrar con gran reverencia de acuerdo con las prescripciones; esto hace visible la riqueza espiritual y la profundidad teológica de este Misal»[14]. Esa riqueza espiritual y teológica se manifestará en la belleza de nuestras celebraciones litúrgicas. Sin olvidar que «las liturgias de la tierra, ordenadas todas ellas a la celebración de un Acto único de la historia, no alcanzarán jamás a expresar totalmente su infinita densidad. En efecto, la belleza de los ritos nunca será lo suficientemente esmerada, lo suficientemente cuidada, elaborada, porque nada es demasiado bello para Dios, que es la Hermosura infinita. Nuestras liturgias de la tierra no podrán ser más que un pálido reflejo de la liturgia, que se celebra en la Jerusalén de arriba, meta de nuestra peregrinación en la tierra»[15]. Agradezco al profesor Silvestre este trabajo que, sin duda, debe mucho al amor a la Santísima Eucaristía que san Josemaría Escrivá de Balaguer supo inculcar a muchos sacerdotes y laicos, haciendo de la Misa el centro y la raíz de su vida. Pienso que contribuirá a que nuestras celebraciones eucarísticas vayan pareciéndose más a la liturgia del cielo y, de ese modo, también nos la hagan presentir. ROBERT CARD. SARAH Prefecto de la Congregación para el Culto Divino 11
  • 12. y la Disciplina de los Sacramentos Roma, 5 de abril de 2015 Primer Domingo de Pascua [1] FRANCISCO, Ex. apost. post. Evangelii gaudium, n. 1. [2] Cf. S. IRENEO, Contra las herejías IV, 20, 7: PG 7, 1037. [3] S. JUAN PABLO II, Carta apost. Novo millenio ineunte, 6-I-2001, n. 16. [4] S. JUAN PABLO II, Carta apost. Spiritus et Sponsa, 4-XII-2003, n. 12. [5] FRANCISCO, Audiencia general, 5-II-2014. [6] S. JUAN PABLO II, Carta enc. Ecclesia de Eucharistia, 17-IV-2003, n. 11. [7] FRANCISCO, Homilía en la Domus Sanctae Marthae, 10-II-2014. [8] BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, 22-II-2007, n. 80. [9] FRANCISCO, Homilía en la Domus Sanctae Marthae, 22-XI-2013. [10] CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instr. Redemptionis sacramentum, 25-III- 2004, n. 5 (A partir de ahora citaremos CCDDS). [11] FRANCISCO, Mensaje a los participantes en el Simposio Sacrosanctum Concilium. «Gratitud y compromiso por un gran movimiento eclesial», 18-II-2014. [12] S. JUAN PABLO II, Carta apost. Vicesimus quintus annus, 4-XII-1988, n. 14; BENEDICTO XVI, Discurso a los participantes en el congreso organizado en el L aniversario de la fundación del PIL, 6-V-2011. [13] S. JUAN PABLO II, Carta apost. Vicesimus quintus annus, 4-XII-1988, n. 14. [14] BENEDICTO XVI, Carta a los Obispos que acompaña el motu proprio Summorum Pontificum, 7-VII-2007. [15] BENEDICTO XVI, Homilía en la celebración de las Vísperas en la catedral Notre-Dame de París, 12-IX-2008. 12
  • 13. INTRODUCCIÓN El motivo que me ha impulsado a escribir este libro es múltiple, pero pienso que queda bien resumido por unas palabras del papa Francisco: «Es necesario aprender a vivir la Santa Misa, dijo un día el beato Juan Pablo II en un seminario romano, a los jóvenes que le preguntaron por el recogimiento profundo con el que celebraba. ¡Aprender a vivir la Santa Misa! A esto nos ayuda, nos introduce, estar en adoración delante del Señor eucarístico en el sagrario y recibir el sacramento de la reconciliación»[1]. Aprender a vivir la Santa Misa Por una parte, la realidad es que gran parte de los cristianos de nuestro tiempo se encuentran, de hecho, en un estado similar al de un catecúmeno, de «analfabetismo religioso», hablaba gráficamente Benedicto XVI[2], y no siempre se toma en serio este dato. Por otra, la solución al problema no se alcanza banalizando la celebración ni transformándola en una clase de religión, sino por medio de una formación litúrgica y espiritual. Al mismo tiempo, este proceso de formación no puede dejar de lado la situación actual: «En un mundo que ha cambiado, y que está cada vez más obsesionado con las cosas materiales, debemos aprender a reconocer de nuevo la presencia misteriosa del Señor resucitado, el único que puede dar amplitud y profundidad a nuestra vida»[3]. Un lugar privilegiado para «aprender» a Dios es la liturgia y, concretamente la Santa Misa. De hecho, como señala el papa Francisco, «Cristo se revela como el verdadero protagonista de toda celebración, y “asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por Él tributa culto al Padre eterno” (Sacrosanctum Concilium, n. 7). Esta acción, que tiene lugar por el poder del Espíritu Santo, posee una profunda fuerza creadora capaz de atraer a sí a todo hombre y, en cierto modo, a toda la creación»[4]. Toda la Trinidad está presente y actúa en cada celebración. La liturgia es pues una maravillosa acción divina, que es fuente de adoración a Dios y transformación del hombre en Cristo por obra del Espíritu Santo. De ahí que la formación litúrgica deba ir encaminada no tanto a aprender y ensayar actividades exteriores, como a facilitar el acercamiento a la actio esencial, al poder transformador de Dios que, a través del acontecimiento litúrgico, quiere convertirnos a nosotros y al 13
  • 14. mundo. Como proponía Benedicto XVI: «Todos debemos colaborar para celebrar cada vez más profundamente la Eucaristía: no solo como rito, sino también como proceso existencial que me afecta en lo más íntimo, más que cualquier otra cosa, y me cambia, me transforma. Y, transformándome, también da inicio a la transformación del mundo que el Señor desea y para la cual quiere que seamos sus instrumentos»[5]. Efectivamente, «con Cristo ha comenzado un nuevo modo de venerar a Dios, un nuevo culto. Este consiste principalmente en que el hombre vivo se convierte él mismo en adoración, en “sacrificio” incluso en su propio cuerpo. Ya no ofrecemos a Dios cosas; es nuestra misma existencia la que debe transformarse en alabanza de Dios»[6]. Esta logike latreia (cf. Rom 12, 1), este culto espiritual agradable a Dios, lo aprendemos en la liturgia y lo prolongamos poniéndolo en práctica en nuestra vida cotidiana. En palabras del papa Francisco, «celebrar el verdadero culto espiritual quiere decir entregarse a sí mismo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf. Rom 12, 1). Una liturgia que estuviera separada del culto espiritual correría el riesgo de vaciarse, de perder su originalidad cristiana y caer en un sentido sagrado genérico, casi mágico, y en un esteticismo vacío. Al ser acción de Cristo, la liturgia impulsa desde dentro a revestirse de los mismos sentimientos de Cristo, y en este dinamismo toda la realidad se transfigura»[7]. Así pues, se trata de aprender a vivir la Santa Misa, de modo que adquiramos, que nos revistamos de los sentimientos de Cristo (cf. Flp 2, 5). Y esto se lleva a cabo no de modo inexplicable o mágico, sino por medio de las palabras y los gestos de la celebración misma, que son «expresión madurada a lo largo de los siglos de los sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que él; conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón»[8]. De ahí que cuando la Santa Misa es vivida con fe y atención promueve la conformación con Cristo[9]. En este sentido se entiende que el Concilio Vaticano II recordase que, para asegurar la plena eficacia adorante y transformadora de la liturgia, «es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano»[10]. Este libro pretende ser una ayuda para que los fieles —laicos, religiosos y sacerdotes — puedan recorrer este camino de identificación con Cristo, que pasa por la escuela de la Santa Misa y más en concreto por el «aprendizaje» vital de las palabras y los gestos de la celebración. Para conseguirlo hemos procurado partir de la liturgia misma, y es la liturgia la que configura el contenido y las fuentes de este trabajo. ¿Cuál es el camino que vamos a recorrer? Después de una breve introducción siguen seis capítulos en los que se trata de la Misa, no de un modo discursivo, sino «mistagógico», desde los ritos[11]. A la hora de escribir esas páginas, he tenido presentes unas sugerentes palabras de san Josemaría Escrivá de Balaguer: «Permitidme que os recuerde lo que en tantas ocasiones habéis observado: el desarrollo de las ceremonias litúrgicas. Siguiéndolas paso a paso, es muy posible que el Señor haga descubrir a cada uno de nosotros en qué debe mejorar, qué vicios ha de extirpar, cómo ha de ser nuestro trato fraterno con todos los hombres»[12]. Las palabras y los gestos de la 14
  • 15. celebración, vividos con fe y amor, son motivo de examen sobre nuestra configuración con Cristo, sobre nuestro amor a Dios y a los demás en Él. Las fuentes de este trabajo son principalmente de tres tipos. En primer lugar, el lugar privilegiado desde el que hemos partido, es el libro litúrgico mismo, el Misal Romano, y más en concreto, las riquezas de la Ordenación General del Misal Romano y de la Ordenación de las Lecturas de la Misa: «Textos que contienen riquezas que custodian y expresan la fe, así como el camino del Pueblo de Dios a lo largo de dos milenios de historia»[13]. Las otras dos fuentes de las que beben estas páginas han sido el riquísimo magisterio contemporáneo y los estudios recientes o clásicos de diversos autores que, desde un planteamiento litúrgico, histórico o pastoral, se acercan a la celebración eucarística[14]. Es de justicia reconocer que en este segundo grupo ocupa un lugar privilegiado el magisterio litúrgico de Benedicto XVI[15] en quien su sucesor en la Sede de Pedro reconoce «un gran Papa. Grande por la fuerza y penetración de su inteligencia, grande por su relevante aportación a la teología, grande por su amor a la Iglesia y a los seres humanos, grande por su virtud y su religiosidad»[16]. En realidad, como decía el papa Francisco, «durante estos años de pontificado ha enriquecido y fortalecido a la Iglesia con su magisterio, su bondad, su dirección, su fe, su humildad y su mansedumbre. Seguirán siendo un patrimonio espiritual para todos. El ministerio petrino, vivido con total dedicación, ha tenido en él un intérprete sabio y humilde, con los ojos siempre fijos en Cristo, Cristo resucitado, presente y vivo en la Eucaristía»[17]. Adoración Junto a la necesidad de aprender a vivir la Santa Misa destacaría, de las palabras del papa Francisco con las que abríamos esta introducción, otras dos ideas directamente relacionadas: para vivir la celebración eucarística, decía el Santo Padre, «nos ayuda, nos introduce, estar en adoración delante del Señor eucarístico en el sagrario y recibir el sacramento de la reconciliación»[18]. El primer punto es claro, pues «en la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros; la adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia»[19]. El culto eucarístico fuera de la Misa nos enseña por tanto a adorar al Señor en la Santa Misa, es decir, a desear unirnos a Él por la Comunión. De hecho, «recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos»[20]. A lo largo de las páginas de este libro trataremos de sugerir pistas que faciliten recuperar el «primado» de Dios en la celebración eucarística. Este era un objetivo fundamental del Concilio Vaticano II y lo sigue siendo ahora. También en la liturgia, Dios debe ocupar el primer lugar y no se puede dar por descontado. San Juan Pablo II recordaba a los veinticinco años de la Sacrosanctum Concilium: «Nada de lo que hacemos en la Liturgia puede aparecer como más importante de lo que invisible, pero realmente, Cristo hace por obra de su Espíritu. La fe vivificada por la caridad, la 15
  • 16. adoración, la alabanza al Padre y el silencio de la contemplación, serán siempre los primeros objetivos a alcanzar para una pastoral litúrgica y sacramental»[21]. Pasados cincuenta años de la promulgación de la Sacrosanctum Concilium, es ahora el papa Francisco quien sigue recordando esa necesidad de dar a Dios el primer lugar: «No es útil dispersarse en muchas cosas secundarias o superfluas, sino concentrarse en la realidad fundamental, que es el encuentro con Cristo, con su misericordia, con su amor, y en amar a los hermanos como Él nos amó. Un encuentro con Cristo que es también adoración, palabra poco usada: adorar a Cristo»[22]. Con su lenguaje directo, el Obispo de Roma preguntaba: «Tú, yo, ¿adoramos al Señor? ¿Acudimos a Dios solo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también para adorarlo? ¿Y qué quiere decir adorar a Dios? Significa aprender a estar con él, a pararse, a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas»[23]. Este significado de adoración que presenta el papa Francisco tiene consecuencias prácticas inmediatas que se refieren los edificios de culto y a las celebraciones litúrgicas. Con sus palabras concretas y directas, que mueven al examen y a ponerse en camino, nos recuerda: «El templo es el lugar donde la comunidad acude a rezar, a alabar al Señor, a darle gracias, pero sobre todo acude para adorar. De hecho en el templo se adora al Señor. Este es el punto más importante. Y esta verdad vale para todo templo y para toda ceremonia litúrgica donde aquello que es más importante es la adoración, no los cantos y ritos, aunque sean bellos. Toda la comunidad reunida mira al altar donde se celebra el sacrificio y adora. Humildemente creo que nosotros los cristianos tal vez hemos perdido un poco el sentido de la adoración. Pensamos: vamos al templo, nos reunimos como hermanos, y esto es bueno, es bello. Pero el centro está allí donde está Dios. Nosotros adoramos a Dios»[24]. La adoración ayuda por tanto a preparar y prolongar la celebración eucarística. Prepara, porque facilita descubrir la presencia de Dios a lo largo de la celebración: en los ritos iniciales, cuando los saludos y el silencio previos a la oración colecta nos ayudan a reconocernos en su presencia; en la liturgia de la Palabra, donde ritus et preces, especialmente en la proclamación del Evangelio, nos muestran a Dios mismo que nos habla y espera nuestra respuesta; en la liturgia eucarística y la comunión, donde el silencio de asentimiento y unión, el rezar con el cuerpo que se arrodilla nos hacen repetir con el apóstol Tomás «Dominus meus, et Deus meus!», «Señor mío y Dios mío», y nos conducen a prolongar durante la jornada lo que hemos vivido en la celebración. Como recordaba Benedicto XVI, «en realidad, es un error contraponer la celebración y la adoración, como si estuvieran en competición una contra otra. Es precisamente lo contrario: el culto del Santísimo Sacramento es como el “ambiente” espiritual dentro del cual la comunidad puede celebrar bien y en verdad la Eucaristía. La acción litúrgica solo puede expresar su pleno significado y valor si va precedida, acompañada y seguida de esta actitud interior de fe y de adoración. El encuentro con Jesús en la Santa Misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que él, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa, y luego, tras disolverse la 16
  • 17. asamblea, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, recogiendo nuestros sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre»[25]. Conversión A su vez, el papa Francisco se refiere a la recepción del sacramento de la reconciliación como una ayuda para aprender a vivir la Santa Misa. Este segundo medio está sin duda en relación directa con el espíritu de conversión continua que ha de caracterizar la vida de cada fiel que se acerca a la celebración eucarística. «No se puede esperar una participación activa en la liturgia eucarística cuando se asiste superficialmente, sin antes examinar la propia vida»[26]. En verdad la celebración litúrgica es participada de modo auténtico si en ella nos dejamos alcanzar y transformar por el misterio de Cristo, que es el Salvador, y desde ella se recomienza interiormente cambiados y capaces de donarse sin reservas a Dios y a los hermanos. Así pues, el camino del cristiano pasa por la adoración y dibuja una verdadera historia de amor entre Dios y cada uno de los hombres que implica una progresiva transformación, un hacernos semejantes a Él. Adoración y conversión: aspectos que se encuentran en los gestos y palabras de la celebración eucarística y que ayudan a vivir bien la Santa Misa, que se proyecta después en nuestro quehacer cotidiano, verdadero culto a Dios. De hecho, «nuestro vivir diario en nuestro cuerpo, en las cosas pequeñas, debería estar inspirado, impregnado, inmerso en la realidad divina, debería convertirse en acción juntamente con Dios. Esto no quiere decir que debemos pensar siempre en Dios, sino que debemos estar realmente penetrados por la realidad de Dios, de forma que toda nuestra vida sea liturgia, sea adoración»[27]. De ahí que la liturgia, que celebra principalmente el Misterio pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra redención, nos acompañe desde el inicio hasta el fin del camino de nuestra vida. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: «Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo»[28]. En este sentido a lo largo de los capítulos de este libro hemos tratado de favorecer el itinerario formativo del cristiano al que primariamente van dirigidas estas líneas, llevar a la luz de su pensamiento y al calor de su corazón el abrazo de salvación, la aventura de amor que es la Santa Misa. En la tradición más antigua de la Iglesia, aun sin descuidar la comprensión sistemática de los contenidos de la fe, el kerygma, la primera formación, tuvo siempre un carácter de experiencia, en el cual era determinante el encuentro vivo y persuasivo con Cristo, anunciado por auténticos testigos. Dicho encuentro ahonda en la catequesis y tiene su fuente y su culmen en la celebración de la Eucaristía[29]. Desde la liturgia 17
  • 18. Los Padres de la Iglesia componían sus catequesis sobre los sacramentos a partir de la propia celebración cultual. Estaban convencidos de que es precisamente «a través de los ritos y oraciones» como se transmite intacto, de generación en generación, el contenido de la fe. Muestran de modo admirable este modo de actuar las catequesis mistagógicas de san Cirilo de Jerusalén, san Ambrosio de Milán, san Agustín de Hipona, san Juan Crisóstomo y tantos grandes pastores que nos han dejado producciones homiléticas de primer orden. Por este motivo, estas páginas no se dedican a la especulación teológica, sino que constituyen un ensayo bajo la forma de una posible guía de lectura de la Santa Misa que nace de su misma celebración. Hemos querido favorecer que los fieles, laicos, religiosos y sacerdotes, al leer estas páginas recorran el itinerario mistagógico que les permita adentrarse cada vez más en los misterios celebrados, y así puedan apreciarlos mejor y captarlos con mayor intensidad. Con este libro queremos situarnos en la línea que marcaba san Juan Pablo II a los veinticinco años de la promulgación de la constitución Sacrosanctum Concilium: «Terminada ya la reforma litúrgica, ha llegado el momento de dar primacía a la profundización cada vez más intensa en la liturgia»[30]. Es decir, se trata de tener en cuenta la verdadera finalidad de la reforma litúrgica: conducir a los fieles a una celebración activa de los misterios. Esta era la preocupación que san Pío X y el venerable Pío XII habían expresado en su magisterio, que el Concilio Vaticano II, convocado por san Juan XXIII, haría suya y el beato Pablo VI y san Juan Pablo II tratarían de poner por obra. Es decir, la reforma litúrgica, en palabras de Benedicto XVI, «no tenía como finalidad principal cambiar los ritos y los textos, sino más bien renovar la mentalidad y poner en el centro de la vida cristiana y de la pastoral la celebración del Misterio pascual de Cristo»[31]. Quiso lograr una reforma interior cuando se entrase en contacto con el sentido profundo de la liturgia. Por eso, «la renovación de las formas externas querida por los padres conciliares se pensó para que fuera más fácil entrar en la profundidad interior del misterio. Su verdadero propósito era llevar a las personas a un encuentro personal con el Señor, presente en la Eucaristía, y por tanto con el Dios vivo, para que a través de este contacto con el amor de Cristo, pudiera crecer también el amor de sus hermanos y hermanas entre sí. Sin embargo, la revisión de las formas litúrgicas se ha quedado con cierta frecuencia en un nivel externo, y la “participación activa” se ha confundido con la mera actividad externa. Por tanto, queda todavía mucho por hacer en el camino de la renovación litúrgica real»[32]. En esta misma línea afirma el papa Francisco: «A la acción de gracias a Dios por todo lo que ha sido posible realizar, es necesario unir la voluntad renovada de ir adelante en el camino indicado por los padres conciliares, porque aún queda mucho por hacer para una correcta y completa asimilación de la constitución sobre la sagrada liturgia por parte de los bautizados y de las comunidades eclesiales. Me refiero, en particular, al compromiso por una sólida y orgánica iniciación y formación litúrgica, tanto de los fieles laicos como del clero y de las personas consagradas»[33]. 18
  • 19. Así pues, hemos procurado situarnos en ese camino de profundización y renovación que busca dar a conocer, para poder apreciar mejor, toda la riqueza litúrgica y pastoral que encierra el Misal Romano, así como su puesta en práctica en la celebración y su proyección en la vida cotidiana transformada entonces en vida eucarística. De hecho, quien sabe arrodillarse ante la Eucaristía, quien recibe el cuerpo del Señor, no puede no estar atento, en el entramado ordinario de los días, a las situaciones indignas del hombre, y sabe inclinarse en primera persona hacia el necesitado. «Una espiritualidad eucarística es un auténtico antídoto ante el individualismo y el egoísmo... es el alma de una comunidad eclesial que supera divisiones y contraposiciones y valora la diversidad de carismas y ministerios poniéndolos al servicio de la unidad de la Iglesia, de su vitalidad y de su misión. (...) Una espiritualidad eucarística nos ayudará también a acercarnos a las diversas formas de fragilidad humana conscientes de que ello no ofusca el valor de la persona, pero requiere cercanía, acogida y ayuda»[34]. Ojalá los párrafos que siguen despierten en los lectores de este libro el sentido del misterio, de la trascendencia, del amor de la Trinidad por nosotros, que se vuelca en la Santa Misa. Ojalá estas páginas faciliten ponerse a la escucha dócil del Espíritu Santo que habla en la celebración, y lleven a muchos lectores a sentirse desbordados ante la posibilidad de entrar en ese diálogo transformante con la Trinidad; diálogo que conduce a salir de sí mismos para conformarse a Cristo, adquiriendo sus sentimientos, y así hechos uno con Él, por obra del Espíritu Santo, puedan presentarse ante el Padre de las misericordias. Ojalá la lectura de este libro ayude a ser auténticos alumnos de la escuela de la Eucaristía y facilite así vivir en nuestro quehacer cotidiano una Misa que dure veinticuatro horas, como decía san Josemaría Escrivá de Balaguer. Antes de poner punto final a estas páginas introductorias quisiera expresar mi agradecimiento a quienes han hecho posible, con sus orientaciones y sobre todo con su ejemplo y estímulo, la elaboración de este trabajo. No es posible hacerlo con todos nominalmente, pero no puedo dejar de agradecer de modo especial a mis padres y a mi Obispo, Mons. Javier Echevarría y, con ellos, al Cardenal Antonio Cañizares Llovera, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino cuando comencé este trabajo, que me han animado desde el principio a escribir este libro. Mi reconocimiento también va dirigido, de modo particular, al Cardenal Robert Sarah, actual Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, que ha querido introducir estas páginas. No puedo olvidarme de mi querida Pontificia Università della Santa Croce, donde tengo la fortuna de ser profesor: agradezco a mis colegas del Instituto de Liturgia y de la Facultad de Teología, especialmente al profesor Guillaume Derville, por todas sus sugerencias, su apoyo constante, su comprensión y cercanía. Quiero señalar también el beneficio recibido de mis alumnos de bachillerato y licenciatura pues con su interés, sus preguntas y observaciones me han ayudado, y diría obligado, a profundizar en la riqueza de la celebración eucarística. Por último recuerdo, a tantos amigos, entre los cuales solo mencionaré aquí, por falta de espacio, a Louis, Imre y Joseph. He pensado en todos al escribir este libro con el que desearía facilitarles que puedan participar con fruto en el diálogo de amor, en el abrazo de salvación, que es la Santa Misa. 19
  • 20. «Ante esta realidad extraordinaria de la Eucaristía permanecemos atónitos y aturdidos. ¡Con cuanta condescendencia humilde ha querido Dios unirse al hombre! Si estamos conmovidos ante el pesebre contemplando la encarnación del Verbo, ¿qué podemos sentir ante el altar, donde Cristo hace presente en el tiempo su Sacrificio mediante las pobres manos del sacerdote? No queda sino arrodillarse y adorar en silencio este gran misterio de fe»[35]. [1] FRANCISCO, Mensaje al Congreso Eucarístico Nacional en Alemania, Vaticano 30-V-2013. [2] BENEDICTO XVI, Homilía en la Santa Misa del Crisma, 5-IV-2012. [3] BENEDICTO XVI, Mensaje de clausura del L Congreso Eucarístico Internacional, Dublín 17-VI-2012. [4] FRANCISCO, Mensaje a los participantes en el Simposio «Sacrosanctum Concilium. Gratitud y compromiso por un gran movimiento eclesial», 18-II-2014. [5] BENEDICTO XVI, Discurso en el encuentro con los párrocos y el clero de Roma, 26-II-2009. [6] BENEDICTO XVI, Homilía en las I Vísperas de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, Clausura del Año Paulino, 28-VI-2009. [7] FRANCISCO, Mensaje a los participantes en el Simposio «Sacrosanctum Concilium. Gratitud y compromiso por un gran movimiento eclesial», 18-II-2014. [8] CCDDS, Instr. Redemptionis sacramentum, 25-III-2004, n. 5. [9] Cf. BENEDICTO XVI, Ex. apost. postsinodal Sacramentum caritatis, n. 80. [10] CONCILIO VATICANO II, Const. Sacrosanctum Concilium, n. 11. [11] Por motivos de espacio no hemos podido estudiar la celebración de la Santa Misa concelebrada. Para este punto resultan de especial interés: G. DERVILLE, La concelebración eucarística. Del símbolo a la realidad, Palabra, Madrid 2010 y V. RAFFA, Liturgia eucaristica. Mistagogia della Messa: dalla storia e dalla teologia alla pastorale pratica, CLV-Edizioni Liturgiche, Roma 2003, 943-969. [12] S. JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, Edición crítico-histórica preparada por A. ARANDA, Rialp, Madrid 2013, n. 88c. [13] BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 40. [14] Para la parte histórica y teológico-litúrgica hemos tenido en cuenta principalmente: M. RIGHETTI, Storia Liturgica, vol. 1.3, Ed. Ancora, Milano 1946-1953. Trad. española: Historia de la liturgia, 2 vol., Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1956; J. A. JUNGMANN, Missarum sollemnia. Eine genetische Erklärung der römischen Messe, Verlag Herder, Wien 19422 . Trad. española: El sacrificio de la Misa. Tratado histórico-litúrgico, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1951; V. RAFFA, Liturgia eucaristica. Mistagogia della Messa: dalla storia e dalla teologia alla pastorale pratica, CLV-Edizioni Liturgiche, Roma 2003; A. MIRALLES, Teologia liturgica dei Sacramenti.3.1. La Messa, Edizione digitale, Roma 2013. [15] Cf. J. J. SILVESTRE, Con la mirada puesta en Dios. Re-descubriendo la liturgia con Benedicto XVI, Palabra, Madrid 2014. [16] FRANCISCO, Discurso a la Sesión Plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias, 27-X-2014. [17] FRANCISCO, Discurso al Colegio de Cardenales, 15-III-2013. [18] FRANCISCO, Mensaje al Congreso Eucarístico Nacional en Alemania, Vaticano 30-V-2013. [19] BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 66. [20] Ibidem. [21] S. JUAN PABLO II, Carta apost. Vicesimus quintus annus, 4-XII-1988, n. 10. 20
  • 21. [22] FRANCISCO, Discurso al Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización, 14-X-2013. [23] FRANCISCO, Homilía en la Santa Misa en San Pablo extra muros, 14-IV-2013. [24] FRANCISCO, Homilía, Santa Marta, 22-XI-2013. [25] BENEDICTO XVI, Homilía en la solemnidad del Corpus Christi, 7-VI-2012. [26] BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 55. [27] BENEDICTO XVI, Lectio divina en el Seminario romano mayor, 15-II-2012. [28] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1068. [29] Cf. BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 64. [30] S. JUAN PABLO II, Carta apost. Vicesimus quintus annus, 4-XII-1988, n. 5. [31] BENEDICTO XVI, Discurso en el L aniversario de la creación del Pontificio Instituto Litúrgico S. Anselmo, 6- V-2011. [32] BENEDICTO XVI, Mensaje de clausura del L Congreso Eucarístico Internacional, Dublín 17-VI-2012. [33] FRANCISCO, Mensaje a los participantes en el Simposio «Sacrosanctum Concilium. Gratitud y compromiso por un gran movimiento eclesial», 18-II-2014. [34] BENEDICTO XVI, Homilía en la Santa Misa que clausura el XXV Congreso Eucarístico Nacional Italiano, 11- XI-2011. [35] S. JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, 28-III-2004. 21
  • 22. 1. RITOS INICIALES DE LA SANTA MISA 1. El silencio, marco de la preparación La Ordenación General del Misal Romano presenta el preámbulo de toda celebración eucarística: «Desde antes de la celebración misma, es laudable que se guarde silencio en la iglesia, en la sacristía, en el secretarium y en los lugares más cercanos para que todos se dispongan devota y debidamente para la acción sagrada»[1]. Esta indicación está en perfecta consonancia con el punto 1098 del Catecismo de la Iglesia Católica que, al referirse a la preparación de la asamblea para el encuentro con su Señor, recuerda que esta es obra común del Espíritu Santo[2] y del pueblo reunido. En estos momentos iniciales de la celebración, la gracia del Paráclito «tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre»[3]. Tres actitudes que configuran la disposición adecuada y devota a las acciones sagradas de que habla la Ordenación General del Misal Romano. Este pequeño apunte del número 45 de la Ordenación General del Misal Romano actualmente es el único punto de referencia para el sacerdote celebrante en su preparación para la Santa Misa, y lo mismo se puede decir en relación a los fieles que participan en la celebración. Por este motivo resulta más importante no pasarlo por alto. El celebrante en ese momento debe recordar de nuevo que se pone a disposición de Aquel que «murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí» (2 Co 5, 15). Y ponerse a disposición de Cristo significa identificarse con su entrega «por todos». Como Cristo está unido al Padre, a su disposición, y así está unido a los hermanos, el sacerdote estando a su disposición podrá entregarse de verdad por todos. Al mismo tiempo los fieles, al inicio de la celebración, también están llamados a considerar su llamada al olvido de sí y entrega a los otros. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «Por el Bautismo participan del sacerdocio de Cristo, de su misión profética y real (...). Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no se pertenece a sí mismo (1 Co 6, 19), sino al que murió y resucitó por nosotros (cf. 2 Co 5, 15). Por tanto, está llamado a someterse a los demás (Ef 5, 21; 1 Co 16, 15-16), a servirles (cf. Jn 13, 12-15) en la comunión de la Iglesia, y a ser “obediente y dócil” a los pastores de la Iglesia (Hb 13, 17) y a considerarlos con respeto y afecto (cf. 1 Ts 5, 12-13)»[4]. 22
  • 23. El silencio en la iglesia y la sacristía facilitará que venga a la mente de sacerdote y pueblo fiel estos pensamientos, y permitirá que «todos se dispongan devota y debidamente para la acción sagrada»[5]. Todos, sacerdote, ministros y fieles, están llamados a prepararse para encontrar a su Señor, y ser un pueblo bien dispuesto secundando la gracia del Espíritu Santo[6]. a) Revestirse de Cristo Para el celebrante y los ministros, la preparación inmediata a la celebración tiene lugar en la sacristía, mientras se revisten con los ornamentos sagrados. Benedicto XVI recordaba que con el gesto externo de revestirse se pone de manifiesto el acontecimiento interior y la tarea que de él deriva: revestirse de Cristo, entregarse a Él como Él se entregó por nosotros. Los ornamentos no son signos de poder o de superioridad: son símbolos que recuerdan a todos, en primer lugar a los ministros mismos, que ahora no están actuando como personas particulares, sino como ministros que actúan in persona Christi y también in persona ecclesiae[7]. No son por tanto dueños, ni de la celebración ni de la comunidad, sino servidores[8]. El celebrante debe, en efecto, conjugar el yo y el nosotros. Existe una doble perspectiva del ministerio sacerdotal: representa sacramentalmente a Cristo, «único mediador entre Dios y los hombres» (1 Tim 2, 5) que reúne y conduce a su pueblo, y representa también a la Iglesia, en cuyo servicio realiza su acción. De ese modo el sacerdote no es una simple persona privada, es icono de Cristo y, al mismo tiempo, su acción en nombre de la Iglesia no sustituye la participación activa del pueblo fiel, sino que la hace posible. El sacerdote debe tener siempre en cuenta que los fieles están llamados a tomar parte en la actio liturgica, no solo a presenciarla. Como recordaba san Juan Pablo II: «La celebración litúrgica es una acción sacra de toda la asamblea, no solo del clero»[9]. El Misal Romano actual no prescribe el rezo de ninguna oración mientras el celebrante se reviste con los ornamentos sagrados. Las oraciones empleadas durante siglos cuando el sacerdote se revestía le ayudaban a comprender mejor cada uno de los elementos del ministerio sacerdotal, pues las vestiduras sagradas son «signo del servicio propio de cada ministro» (IGMR, n. 335). El silencio que recomienda la IGMR tiene la misma función; no es simple ausencia de palabras y acciones, sino que puede y debe estar lleno de contenido. Es un silencio que debe facilitar que cada celebrante sea más consciente de lo que significa «revestirse de Cristo», hablar y actuar in persona Christi. En esos momentos previos a la celebración se hace necesario volver a poner ante los ojos el Bautismo. El sencillo gesto de lavarse las manos en la sacristía puede ser un primer recordatorio para el sacerdote de la necesidad que tiene de purificarse, de convertirse antes de entrar a celebrar los sagrados misterios. Además el celebrante puede actualizar su bautismo mientras se reviste con los ornamentos, pues este sencillo acto le recuerda el intercambio de vestidos que se dio en él cuando fue bautizado y, posteriormente, cuando fue ordenado sacerdote. Como afirmaba Benedicto XVI: «La teología del bautismo se repite de modo nuevo y con nueva insistencia en la ordenación 23
  • 24. sacerdotal. De la misma manera que en el bautismo se produce un intercambio de vestidos, un intercambio de destinos, una nueva comunión existencial con Cristo, así también en el sacerdocio se da un intercambio: en la administración de los sacramentos el sacerdote actúa y habla ya in persona Christi»[10]. En el momento de la ordenación sacerdotal, la Iglesia hace visible y palpable, incluso externamente, esta realidad de los vestidos nuevos al revestir a los ministros sagrados con los ornamentos litúrgicos. Este acontecimiento, el revestirse de Cristo, se renueva continuamente en cada misa cuando el sacerdote se reviste de las vestiduras sagradas. Para él, revestirse de los ornamentos debe ser algo más que un hecho externo; implica renovar el sí de su misión, el ya no soy yo del bautismo que la ordenación sacerdotal de modo nuevo le da y a la vez le pide[11]. La riqueza teológica del sencillo acto de revestirse con los ornamentos descubre al celebrante que no es un gesto inútil o trivial. A su vez le anima a procurar colocárselos de modo digno. Por ejemplo, el alba no debería quedar ni excesivamente larga ni demasiado corta —ayudándose para ello del cíngulo—, con los pliegues que manifiesten un porte digno y adecuado al sacerdote... En definitiva, como recuerda el papa Francisco, se trata de manifestar «la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado»[12]. En esta línea se constata con tristeza el abuso de aquellos sagrados ministros que celebran la Santa Misa, incluso con la participación de solo un asistente, sin llevar las vestiduras sagradas, o con solo la estola sobre la cogulla monástica, o el hábito común de los religiosos, o la vestidura ordinaria[13]. El rico simbolismo de los ornamentos también sugiere que, en cuanto sea posible, se provea para que todos los concelebrantes usen en la celebración todos los ornamentos propios de la Santa Misa, también la casulla. En estos casos, que no serán habituales, los concelebrantes, a excepción del celebrante principal, podrán llevar la casulla de color blanco, si no hay posibilidad de usar del color del día[14]. Además, cada uno de los fieles en estos momentos previos de la celebración puede oportunamente renovar la celebración del bautismo, con el que se le abrió la puerta a la participación en la Santa Misa y en los demás sacramentos. Al entrar en la iglesia la costumbre de signarse con agua bendita recuerda el propio bautismo. Además, al ser revestido con la vestidura blanca el día de su bautismo recibía la dignidad de hijo de Dios, hijo en el Hijo, y se hacía acreedor de participar en el banquete de bodas del gran Rey, como le anuncian las palabras que acompañan este gesto: «N., eres ya una nueva creatura y has sido revestido de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano. Ayudado por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna»[15]. La limpieza, el decoro en los propios vestidos, «de fiesta», ayudan también a los fieles a darse cuenta de la importancia del momento supremo en el que van a participar. b) Los ornamentos sagrados 24
  • 25. Los ornamentos manifiestan de modo visible que en el Cuerpo de Cristo no todos los miembros desempeñan un mismo oficio. Al mismo tiempo los vestidos también ayudan al decoro y la estética festiva de la celebración[16]. No se trata de hacer ostentación de riqueza, sino de mostrar, por el mismo modo exterior de actuar, la fe y el amor al misterio que celebramos. Al mismo tiempo, los ornamentos tienen también una dimensión fuertemente pedagógica, pues relacionan lo que celebramos con el modo exterior de comportarnos: el domingo no es lo mismo que otro día de la semana. La noche de Navidad no es como cualquier otro domingo. Se puede decir que los ornamentos ayudan a entender el misterio celebrado[17]. En el conjunto de las vestiduras sagradas existen algunas comunes y otras propias de cada uno de los ministros. Empecemos por las primeras. «La vestidura litúrgica común para todos los ministros ordenados e instituidos de cualquier grado es el alba, que se ciñe con el cíngulo a la cintura, a no ser que esté hecha de tal modo que pueda ajustarse al cuerpo sin necesidad de cíngulo. Pero antes de ponerse el alba, si esta no cubre perfectamente el vestido ordinario alrededor del cuello, póngase el amito»[18]. Refiriéndose al amito, paño de forma rectangular que se coloca sobre los hombros y alrededor del cuello, recordaba Benedicto XVI: «En el pasado —todavía hoy en las órdenes monásticas— se colocaba primero sobre la cabeza, como una especie de capucha, simbolizando así la disciplina de los sentidos y del pensamiento, necesaria para una digna celebración de la Santa Misa. Nuestros pensamientos no deben divagar por las preocupaciones y las expectativas de nuestra vida diaria; los sentidos no deben verse atraídos hacia lo que allí, en el interior de la iglesia, casualmente quisiera secuestrar los ojos y los oídos. Nuestro corazón debe abrirse dócilmente a la palabra de Dios y recogerse en la oración de la Iglesia, para que nuestro pensamiento reciba su orientación de las palabras del anuncio y de la oración. Y la mirada del corazón se debe dirigir hacia el Señor, que está en medio de nosotros: eso es lo que significa ars celebrandi, el modo correcto de celebrar. Si estoy con el Señor, entonces al escuchar, hablar y actuar, atraigo también a la gente hacia la comunión con Él»[19]. El gesto de colocarse el amito sobre la cabeza puede mantenerse o no, pero la actitud interior que simbolizaba debería seguir estando presente. El alba, vestidura que encuentra su origen en la antigua túnica romana, es una vestidura talar, palabra cuya etimología significa que llega hasta los talones. Las primitivas albas eran generalmente de lana, pero a partir del siglo IX se generalizó el uso del lino. A partir del siglo X, se adornarán frecuentemente con recamados y telas preciosas aplicadas abajo por delante y por detrás del alba, así como en los extremos de las mangas. El alba evoca el vestido de luz que el Señor nos ha dado en el bautismo y, de modo nuevo, en la ordenación sacerdotal[20]. Además se puede considerar también que recuerda el vestido nupcial, del que habla la parábola del banquete de Dios[21]. A su vez, el uso del cíngulo, que adapta el alba al cuerpo para que no le impida andar, simboliza la mortificación que debe ceñir el propio cuerpo para la guarda de la preciosa virtud de la castidad. Así lo hacía presente la oración que durante siglos se ha rezado en 25
  • 26. el momento de vestirlo: Cíñeme, Señor, con el cíngulo de la pureza y extingue en mis miembros el deseo desordenado, para que permanezca en mí la virtud de la continencia y castidad[22]. Por lo que se refiere a las vestiduras propias de los ministros, encontramos la casulla, para el sacerdote, y la dalmática para el diácono. En ambos casos, sobre el alba, el sacerdote y el diácono revisten la estola —alrededor del cuello y pendiendo ante el pecho, en el caso del sacerdote, y cruzada, el diácono—. El uso de la estola tiene un origen oscuro, pero a lo largo de los siglos su simbolismo ha sido doble: por una parte, en cuanto fue prenda del servicio del diácono, es el distintivo de la predicación; y porque se impone sobre el cuello y hombros recuerda el yugo y la carga del sagrado ministerio, así como la paciencia para llevarlo a cabo. Las palabras que en el antiguo rito de ordenación dirigía el Obispo al ordenando mientras le imponía la estola respondían a esta idea[23]. Por otra parte, en cuanto insignia de dignidad, tradicionalmente ha significado el espíritu de inocencia con que el ministro sagrado debe acercarse a los divinos Misterios, y el vestido de inmortalidad que recibirá en premio. En este sentido, la oración prescrita en el Misal tridentino para revestirse la estola, evocaba el vestido festivo que el padre dio al hijo pródigo al volver a casa andrajoso y sucio[24]. En realidad, sigue siendo bueno y necesario que, cuando los ministros se dispongan a celebrar la liturgia para actuar en la persona de Cristo, caigan en la cuenta de cuán lejos están de él, y cuánta suciedad hay en su vida. Solo el Señor puede dar un traje de fiesta, hacer dignos de presidir su mesa y estar a su servicio. Por lo que se refiere a la casulla, es la vestidura propia del Obispo y del sacerdote. Es la derivación de la antigua pénula romana, y el término «casulla», como parece indicar san Isidoro de Sevilla, se refiere a una pequeña tienda o casa. Esta explicación se adecua bien a la forma tipológica de la vestidura, pues en su origen cubría completamente al que la endosaba. De hecho era un manto redondo con un agujero en el centro para pasar la cabeza. Para las acciones sagradas, se levantaba por los lados, quedando, a una y otra parte, replegada sobre los brazos. A partir del siglo X, la casulla fue acortándose poco a poco por los lados para facilitar el ejercicio de las funciones sacerdotales en las celebraciones. En este proceso de recorte se sitúa el nacimiento de las casullas llamadas góticas, propias del siglo XIII hasta el XV, que llegaban hasta las manos por cada lado, y por delante y detrás acababan en punta, llegando hasta los pies. Posteriormente aparecerán las casullas denominadas romanas, más recortadas que las anteriores y que solo llegaban hasta los codos; estas empezaron a utilizarse después del Concilio de Trento. Con el paso del tiempo, por distintas causas ajenas a la liturgia, las casullas fueron reduciéndose todavía más en sus dimensiones y fueron variándose las formas. Se llegará a casullas de formas raquíticas, poco elegantes, reñidas con la tradición, que desnaturalizaron la casulla clásica y la redujeron a un escapulario sin significación alguna. A finales del siglo XIX, con el movimiento litúrgico, y sobre todo después del Concilio Vaticano II, se volvió al uso de casullas más amplias. 26
  • 27. Como la casulla se pone encima de las otras vestiduras sagradas, cubriéndolas todas, fue considerada desde la antigua Edad Media como símbolo de la caridad que cubre la multitud de los pecados. De hecho, el obispo en el rito de ordenación de los presbíteros anterior a la reforma del Concilio Vaticano II, al imponerles la casulla decía: Recibe la vestidura sacerdotal que representa la caridad, potente es Dios para acrecentarte la caridad y la obra perfecta[25]. La casulla también simboliza el yugo de Cristo, que constituye la verdadera gloria y felicidad del sacerdote, conforme a la oración que, durante siglos, el sacerdote rezaba mientras se la ponía: Señor, que dijiste: mi yugo es suave y mi carga ligera; haz que lo lleve de tal manera, que me haga digno de conseguir tu gracia[26]. Benedicto XVI comentaba este significado diciendo: «La oración tradicional cuando el sacerdote reviste la casulla ve representado en ella el yugo del Señor, que se nos impone a los sacerdotes. Y recuerda las palabras de Jesús, que nos invita a llevar su yugo y a aprender de él, que es “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Llevar el yugo del Señor significa ante todo aprender de él. Estar siempre dispuestos a seguir su ejemplo. De él debemos aprender la mansedumbre y la humildad, la humildad de Dios que se manifiesta al hacerse hombre»[27]. El yugo de la antigua ley ha sido elevado a la caridad. El papa Francisco también se refería a esta misma idea diciendo: «El sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires, que en este tiempo son tantos»[28]. La dalmática es el vestido propio del diácono y se pone sobre el alba y la estola que lleva cruzada desde el hombro izquierdo, pasando sobre el pecho, hacia el lado derecho del cuerpo, donde se sujeta. La dalmática era la vestidura de las personas distinguidas del Imperio romano en el siglo III. En sus orígenes como ornamento sagrado la encontramos utilizada por el Papa, y él la concederá como distintivo de honor a los diáconos romanos para distinguirlos del clero romano, a causa de las relaciones especiales que tenían con él. En la actualidad es el ornamento propio de los diáconos y puede ser usada también por el Obispo, bajo la casulla, en las celebraciones solemnes: sobre todo en las Ordenaciones, en la bendición del Abad y de la Abadesa, y en la dedicación de una iglesia y de un altar[29]. Junto al aspecto formal de los ornamentos, que permite distinguir la diversidad de ministerios que se desempeñan en la celebración de la Santa Misa, también podemos resaltar la diversidad de colores que se encuentran en las vestiduras sagradas a lo largo del año litúrgico. El simbolismo, más o menos reconocido, de los diversos colores puede ayudar a penetrar y sintonizar mejor con el misterio celebrado, y es también un eficaz instrumento pedagógico que colabora con el Año litúrgico en su proyecto de conducir gradualmente al fiel cristiano por misterios y actitudes. De hecho, como recuerda la Ordenación General del Misal Romano: «La diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene como fin expresar con más eficacia, aun exteriormente, tanto las 27
  • 28. características de los misterios de la fe que se celebran como el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico»[30]. En el Misal Romano actual encontramos el siguiente abanico de colores litúrgicos a lo largo del año: blanco, rojo, verde, violeta, negro y rosa[31]. Blanco: es el color del maná. Blancas son también las vestiduras de los ángeles y de los santos. Es color de fiesta, de alegría[32] y es el color privilegiado de la fiesta cristiana. Característico de la iniciación, expresa también la inocencia y pureza bautismal. De hecho la liturgia del Bautismo impone una vestidura blanca al neo- bautizado que, por medio de la gracia, participa de la gloria del estado celestial con la inocencia y la gloria que supone. «El color blanco se emplea en los Oficios y en las Misas del Tiempo Pascual y de la Natividad del Señor; además, en las celebraciones del Señor, que no sean de su Pasión, de la bienaventurada Virgen María, de los Santos Ángeles, de los Santos que no fueron Mártires, en la solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre), en la fiesta de San Juan Bautista (24 de junio), en las fiestas de San Juan Evangelista (27 de diciembre), de la Cátedra de San Pedro (22 de febrero) y de la Conversión de San Pablo (25 de enero)»[33]. Rojo: expresa potencia y amor. Al mismo tiempo es el color de la cólera, del crimen, de la sangre y del fuego. Cristo viste la túnica roja como signo del amor de Dios encarnado. Esta túnica roja recordará, según san Justino[34] y Tertuliano[35], la vida que Cristo nos ha ganado derramando su sangre. Su uso se reserva para el Domingo de Ramos y el Viernes Santo (constituyen la mejor aproximación simbólica a la muerte sacrificial de Cristo); Pentecostés (el Espíritu Santo desciendo en forma de fuego de vida); otras celebraciones de la Pasión del Señor como la Exaltación de la Santa Cruz; las fiestas de los Apóstoles, Evangelistas y mártires en cuanto modelos y testigos de la Pasión de Cristo; cuando se celebra el sacramento de la Confirmación y en los funerales del Papa. Verde: se refiere habitualmente al verde de la hierba, a la naturaleza, a la vegetación, de ahí que recuerde los ricos pastos del cielo. En los ornamentos sagrados significa la vida de la gracia que nos ha sido dada con la redención. También simboliza la espera del retorno de Cristo y del reino de Dios, de ahí que se considere un color escatológico[36]. Se usa en los domingos del Tiempo ordinario, en los que se celebra la Pascua semanal, el Día del Señor. Además en estos domingos se celebra la memoria de dos grandes acontecimientos para la vida del mundo: la vida natural, fruto de la creación, y la vida de la gracia obtenida por medio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Violeta: algunos autores ven la connotación penitencial como fruto de ser una mezcla de negro (que simboliza muerte y dolor) y rojo (amor). Se utiliza en el tiempo de Adviento y Cuaresma así como en las Misas de difuntos. Negro: simboliza tristeza y penitencia. En la tradición litúrgica era el color usado en los momentos penitenciales: Adviento y Cuaresma. Ahora ha sido sustituido por el violeta. En la actualidad, «el color negro puede usarse, donde se acostumbre, en las Misas de difuntos»[37]. 28
  • 29. Rosa: color que encontramos a mitad de Adviento y Cuaresma en los denominados, a partir de la antífona de entrada tal y como aparece en la edición latina, domingo Gaudete (III Adviento) y Laetare (IV Cuaresma). Con la dulzura de este color se recuerda que los rigores del tiempo de penitencia y conversión se mitigan en estos domingos a mitad del período y, en cierto modo, se anticipa, pero de modo contenido todavía, la alegría de Navidad o Pascua. El rosa resulta de la unión de blanco y rojo, de ahí que, en sentido figurado, sea fusión de luz y amor, color de alegría y serenidad. Concluimos este paréntesis cromático recordando que «la belleza de las vestiduras litúrgicas y de los colores es una oferta, una señal de reconocimiento y de amor. El significado simbólico de las vestiduras y de los colores es una oración para que Dios nos conceda la gracia que ellos nos recuerdan. En este sentido los ornamentos y los colores litúrgicos son un memorial de alabanza y de oración ante Dios: alabanza por las bendiciones que Dios ha concedido y que las vestiduras simbolizan y oración para que nos las siga concediendo»[38]. En resumen, el hecho de acercarse al altar vestidos con los ornamentos litúrgicos no es una manifestación de superioridad de los ministros, sino que recuerda de modo visible a los fieles y al mismo celebrante que es Otro el que realmente actúa en la celebración[39]. A los participantes en la Santa Misa el sacerdote revestido les muestra que «es la presencia de Cristo la que fundamenta la grandeza de la asamblea cristiana»[40]. Y también lo recuerda al celebrante, porque el revestirse pone ante sus ojos que «el mismo Cristo está presente y actúa en la persona del ministro ordenado que celebra. Este no está investido solamente de una función sino que, en virtud de la ordenación recibida ha sido consagrado para actuar in persona Christi. A todo esto debe corresponder una actitud interior y exterior, incluso en los ornamentos litúrgicos, en el puesto que ocupa y en la palabras que pronuncia»[41]. Unas palabras de un santo de nuestros días resumen de modo adecuado lo que estamos diciendo: «Llego al altar y lo primero que pienso es: Josemaría, tú no eres Josemaría Escrivá de Balaguer (...), eres Cristo. Todos los sacerdotes somos Cristo. Yo le presto al Señor mi voz, mis manos, mi cuerpo, mi alma, le doy todo. Es Él quien dice: esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre, el que consagra. Si no, yo no podría hacerlo. Allí se renueva de modo incruento el divino Sacrificio del Calvario. De manera que estoy allí in persona Christi, haciendo las veces de Cristo. El sacerdote desaparece como persona concreta»[42]. 2. Procesión inicial La celebración comienza una vez el pueblo se ha congregado y se da inicio a la procesión de entrada acompañada por el canto; cuando esto no sea posible, se procederá a la lectura de la antífona de entrada por todo el pueblo, por un lector o fiel, o por el mismo sacerdote. La procesión inicial se encuentra testimoniada por primera vez, de modo explícito, en el Ordo Romanus primus, documento que presenta la liturgia romana papal, redactado en 29
  • 30. el siglo VIII aunque recoge una praxis anterior[43]. Allí se habla de una gran procesión que, como puede suceder en nuestros días, se inicia con las luces y el incienso[44]. A partir del siglo XI encontramos testimonios de una procesión de entrada que incluye también la cruz junto a las luces y el incienso[45]. Después de un largo período de decadencia de la procesión inicial, en la actualidad el Ceremonial de los Obispos y la IGMR la describen con detalle. El orden de la procesión tal y como se recoge en los libros actuales incluye[46]: – el turiferario con el incensario humeante, si se emplea el incienso. En caso de usarse, el diácono —u otro ministro— presenta la naveta[47] con el incienso al celebrante, que lo deposita en el incensario antes de que la procesión se ponga en marcha, y lo bendice con el signo de la cruz sin decir nada[48]. El uso del incensario humeante tiene un significado de veneración y recuerda la liturgia celeste tal y como se describe en Ap 8, 3-4[49]; – los ministros que llevan los ciriales encendidos, y, en medio de ellos, el acólito u otro ministro con la cruz. «La cruz, cirios y turíbulo humeante son un signo que ilustra la dignidad y la función del sacerdote que preside la celebración in persona Christi et Ecclesiae»[50]; – el diácono, y en su defecto el lector[51], que puede llevar algo elevado el Evangeliario, no el Leccionario. Cuando el Evangeliario es llevado en procesión, representa a Cristo. Así como la cruz orienta a la comunidad reunida hacia Cristo en su sacrificio redentor, el Evangeliario orienta también hacia Cristo, en este caso en cuanto presente en su palabra, que será proclamada en la Misa. La veneración que se debe al Evangeliario encuentra una primera manifestación en la procesión de ingreso[52]. – el sacerdote que va a presidir la Misa. Esta entrada procesional manifiesta la presencia del Señor en medio de su pueblo, que lo acoge y celebra con respeto, poniéndose en pie, y jubiloso, por medio del canto de entrada. Al mismo tiempo la procesión, en su acción de dirigirse hacia el altar, orienta al pueblo hacia el Misterio que se comienza a celebrar y que llegará a su centro y culmen en la Plegaria eucarística. También expresa la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma como «pueblo en camino». Este movimiento procesional indica pues el camino que la Iglesia peregrinante recorre hacia la Jerusalén celeste. La entera comunidad de fieles, orgánicamente estructurada, manifiesta simultáneamente lo que es, y lo que está llamada a ser[53]. Unas palabras de Benedicto XVI, cargadas de poesía, nos ayudan a entrar mejor en el significado de esta procesión de entrada y sugieren los sentimientos que la asamblea debería albergar mientras esta tiene lugar: «Providencialmente, las palabras del salmista describen la emoción de nuestra alma con una precisión que no nos habríamos atrevido a imaginar: ¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor! (Sal 121, 1). Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi: el gozo del salmista, contenido en estas palabras del salmo, se expande en nuestros corazones y suscita en ellos un eco profundo. 30
  • 31. Alegría en ir a la casa del Señor, porque, los Padres nos lo han enseñado, esta casa no es más que el símbolo concreto de la Jerusalén de arriba, la que desciende hacia nosotros (cf. Ap 21, 2) para ofrecernos la más bella de las moradas. “Si moramos en ella — escribe san Hilario de Poitiers—, somos conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, porque es la casa de Dios (Tratado sobre los salmos, 121, 2)”. Y san Agustín reafirma: “Este salmo aspira a la Jerusalén celeste. Es uno de los cánticos graduales, que no se compusieron para bajar, sino para subir. En nuestro exilio, suspiramos, en la patria gozaremos; pero a veces, durante nuestro exilio, nos encontramos con compañeros que han visto la ciudad santa y que nos invitan a correr hacia ella (Comentario sobre los salmos, 121, 2)”. Durante esta celebración, nos unimos con el pensamiento y la oración a las innumerables voces de los que han cantado este salmo, aquí mismo, antes que nosotros, desde hace siglos y siglos. Nos unimos a los peregrinos que subían a Jerusalén y las gradas de su templo, nos unimos a los millares de hombres y mujeres que comprendieron que su peregrinación en la tierra encuentra su meta en el cielo, en la Jerusalén eterna, y que confiaron en Cristo como guía. ¡Qué gozo, pues, saber que estamos rodeados por tan gran muchedumbre de testigos!»[54]. 3. Canto de entrada: convocados por el Señor El canto de entrada, o la lectura de la antífona de entrada, tiene en palabras del Misal Romano un cuádruple objetivo: «Abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido e introducirles en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta y acompañar la procesión del sacerdote y los ministros»[55]. La consecución de esta múltiple finalidad deberá ser tenida en cuenta a la hora de elegir el canto de entrada. Este podrá ser, o bien la antífona con su salmo correspondientes al tiempo o a la festividad del día, tal y como se encuentra en el Gradual romano o en el Gradual simple, o bien otro canto, adecuado a la acción sagrada o a la índole del día o del tiempo litúrgico, cuyo texto haya sido aprobado por la Conferencia de Obispos[56]. Con relativa frecuencia se puede constatar que estas indicaciones no se han tenido muy en cuenta. Un papel importante del canto de entrada es promover la unión de quienes están congregados. Y a su vez esta unión es posible porque es el Señor quien nos convoca. De hecho, «la asamblea litúrgica recibe su unidad de la “comunión del Espíritu Santo” que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales»[57]. El cardenal Ratzinger comentaba estas palabras del Catecismo de la Iglesia Católica señalando: «Los reunidos alcanzan la unidad en virtud de la comunión del Espíritu Santo y no por sí mismos, no como entidad sociológicamente cerrada. Y si forman una unidad que viene del Espíritu, será siempre una unidad abierta, que traspasa fronteras nacionales, culturales y sociales, y esto se manifiesta en la apertura concreta a aquellos que no son parte integrante de ella»[58]. 31
  • 32. En relación con esta realidad Benedicto XVI hace unas consideraciones que recuerdan las palabras de Tertuliano «Fiunt, non nascuntur christianos» (Apologetium, XVIII), y así afirma el pontífice alemán: «Nosotros no nos hacemos cristianos. Llegar a ser cristiano no es algo que deriva de una decisión mía: “Yo ahora me hago cristiano”. Ciertamente, también mi decisión es necesaria, pero es sobre todo una acción de Dios conmigo: no soy yo quien me hago cristiano, yo soy asumido por Dios, tomado de la mano por Dios y, así, diciendo “sí” a esta acción de Dios, llego a ser cristiano. Llegar a ser cristianos, en cierto sentido, es pasivo: yo no me hago cristiano, sino que Dios me hace un hombre suyo, Dios me toma de la mano y realiza mi vida en una nueva dimensión. Como yo no me doy la vida, sino que la vida me es dada; nací no porque yo me hice hombre, sino que nací porque me fue dado el ser humano. Así también el ser cristiano me es dado, es un pasivo para mí, que se transforma en un activo en nuestra vida, en mi vida. Y este hecho del pasivo, de no hacerse cristianos por sí mismos, sino de ser hechos cristianos por Dios, implica ya un poco el misterio de la cruz: solo puedo ser cristiano muriendo a mi egoísmo, saliendo de mí mismo»[59]. Este último aspecto, la dinámica del éxodo, el salir de sí mismo para unirse a Cristo y en Él a los hermanos es un aspecto esencial que se aprende en la liturgia ya desde el momento mismo de la procesión de entrada: es Dios quien me ha llamado a sí. Y el papa Francisco añade: «No se hacen cristianos en el laboratorio. El cristiano es parte de un pueblo que viene de lejos. El cristiano pertenece a un pueblo que se llama Iglesia y esta Iglesia lo hace cristiano, el día del Bautismo, y luego en el itinerario de la catequesis, etc. Pero nadie, nadie se convierte en cristiano por sí mismo. Si creemos, si sabemos rezar, si conocemos al Señor y podemos escuchar su Palabra, si lo sentimos cercano y lo reconocemos en los hermanos, es porque otros, antes que nosotros, han vivido la fe y luego nos la han transmitido. La fe la hemos recibido de nuestros padres, de nuestros antepasados, y ellos nos la enseñaron; (...) esta es la Iglesia: una gran familia, en la cual uno es acogido, donde se aprende a vivir como creyentes y como discípulos del Señor Jesús. Este camino lo podemos vivir no solo gracias a otras personas, sino junto a otras personas. En la Iglesia no existe el “hazlo tú solo”, no existen “jugadores líberos”. ¡Cuántas veces el papa Benedicto ha descrito a la Iglesia como un “nosotros” eclesial!»[60]. En este sentido, y desde el punto de vista de la celebración litúrgica, conviene tener bien presente que ni el sacerdote por sí mismo, ni la comunidad por sí misma, son responsables de la liturgia; sino que lo es el Christus totus, dirá san Agustín, el Cristo total, Cabeza y miembros[61]. El sacerdote, la comunidad, cada uno es responsable en la medida en la que está unido con Cristo y en la medida en que lo representa en la comunidad de Cabeza y Cuerpo. Cada día ha de crecer en nosotros la convicción de que la liturgia no es un «hacer» nuestro, sino que por el contrario es acción de Dios en nosotros y con nosotros. a) La Iglesia, sujeto de la celebración litúrgica 32
  • 33. En este momento resulta útil preguntarse con Benedicto XVI: «¿Quién es el auténtico sujeto de la liturgia? La respuesta es simple: la Iglesia. No es la persona singular — sacerdote o fiel— o el grupo que celebra la liturgia, esa es en primer lugar acción de Dios, a través de la Iglesia, que tiene su historia, su rica tradición y su creatividad»[62]. Y en consecuencia, «la esencial apertura y universalidad de toda liturgia es una de las razones por las cuales la liturgia no puede ser concebida y confeccionada por la comunidad de turno por sus liturgos, sino que tiene que situarse en la forma universal de la Iglesia»[63]. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: «En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia»[64]; por lo tanto, quien celebra es el «Cristo total», toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza. «La liturgia no es una especie de “auto-manifestación” de una comunidad, sino que es, en cambio, salir del simple “ser-uno-mismo”, estar encerrado en sí mismo, y acceder al gran banquete, entrar en la gran comunidad viva, en la cual Dios mismo nos alimenta. La liturgia implica universalidad y este carácter universal debe entrar siempre de nuevo en la conciencia de todos. La liturgia cristiana es el culto del templo universal que es Cristo resucitado, cuyos brazos están extendidos en la cruz para atraer a todos en el abrazo del amor eterno de Dios. Es el culto del cielo abierto. Nunca es solo el acontecimiento de una sola comunidad, con su ubicación en el tiempo y en el espacio. Es importante que cada cristiano se sienta y esté realmente insertado en este “nosotros” universal, que proporciona la base y el refugio al “yo” en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia»[65]. Desde esta perspectiva es fundamental el principio de que «el verdadero sujeto de la liturgia es la Iglesia, concretamente la communio sanctorum de todos los lugares y de todos los tiempos»[66]. En cada celebración litúrgica coparticipa toda la Iglesia, cielos y tierra, Dios y los hombres. En la liturgia quedan superadas, no solo las fronteras políticas o sociales, sino las que separan cielo y tierra. De ahí que la liturgia cristiana, aunque se celebre solamente aquí y ahora, en un lugar concreto, y aunque exprese el sí de una comunidad determinada es, por naturaleza, católica: proviene del todo y conduce al todo, en unidad con el Papa, con los Obispos, con los creyentes de todas las épocas y lugares[67]. En esta línea son especialmente significativas unas palabras de Benedicto XVI a los Obispos franceses: «Nadie está de más en la Iglesia. Todos, sin excepción, han de poder sentirse en ella como en su casa, y nunca rechazados. Dios, que ama a todos los hombres y no quiere que ninguno se pierda, nos confía esta misión haciéndonos Pastores de su grey»[68]. En este contexto se entiende mejor el decreto de la Congregación para el Culto Divino de 28 de febrero de 2013[69] por el que, en el rito de acogida del sacramento del Bautismo, se sustituyen las palabras: Magno gaudio communitas christiana te (vos) excipit por Magno gaudio Ecclesia Dei te (vos) excipit[70]. Como recuerda el texto del decreto: «El bautismo, puerta de la vida y del reino, es sacramento de la fe, con el cual los hombres son incorporados en la única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él»[71]. 33
  • 34. Se puede decir que «en el bautismo la Iglesia universal precede continuamente a la Iglesia local y la constituye. Y basándose en esto, la carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la Iglesia como comunión puede decir que en la Iglesia no hay extranjeros: cada uno en cualquier parte está en su casa, y no es huésped. Siempre se trata de la única Iglesia, la única y la misma. Quien es bautizado en Berlín, está en su casa en la Iglesia en Roma o en Nueva York o en Kinshasa o en Bangalore o en cualquier otro lugar, del mismo modo que en la Iglesia donde fue bautizado. No debe registrarse de nuevo, pues la Iglesia es única. El bautismo viene de ella y da a luz en ella»[72]. Es decir, «quien pertenece a una Iglesia local, pertenece a todas»[73]. La celebración litúrgica debe tener en cuenta este don de lo alto que, con mayor motivo en nuestros días caracterizados por una gran movilidad geográfica, es también una realidad de hecho. No podemos «privatizar» ni la Iglesia, ni la liturgia. Al mismo tiempo, podemos afirmar que, «en la celebración de la Eucaristía cada fiel se encuentra en su Iglesia, es decir, en la Iglesia de Cristo»[74]. De hecho, como recordaba san Juan Pablo II, «el Sacrificio eucarístico, aun celebrándose siempre en una comunidad particular, no es nunca celebración de esa sola comunidad: esta, en efecto, recibiendo la presencia eucarística del Señor, recibe el don completo de la salvación, y se manifiesta así, a pesar de su permanente particularidad visible, como imagen y verdadera presencia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica. De esto se deriva que una comunidad realmente eucarística no puede encerrarse en sí misma, como si fuera autosuficiente, sino que ha de mantenerse en sintonía con todas las demás comunidades católicas»[75]. b) Lengua y canto para una celebración abierta a todos Cuanto más animada está una celebración acerca de la conciencia universal y cuanto más se abre al tiempo y el espacio, tanto más concretamente en ella se realiza el sentido de la liturgia que se inspira en siglos de celebración y los cristaliza a la vez. De hecho, como dirá Louis Bouyer, «la Eucaristía no une solo a aquellos que están materialmente en torno al altar sino que, con ellos, están aquellos de todos los tiempos y lugares. Por este motivo algunas fórmulas que las generaciones han repetido antes de nosotros, o que son comunes a todos los católicos de Occidente, son demasiado preciosas para que perdamos su beneficio»[76]. El uso del latín en algunas partes de la liturgia, así como el canto gregoriano, «al que se le reserva un puesto de honor entre todos los demás como propio de la Liturgia romana»[77], va en esta línea, pues es un medio que puede ayudar a que la Iglesia se reconozca como una realidad viva en continuidad con su pasado. Esta continuidad es la que permite que la Iglesia sea una realidad abierta: abierta a la Iglesia invisible formada por todos los cristianos, de este mundo y del otro, abierta al mundo y al reino eterno. En este contexto se puede afirmar que el uso del latín resalta las dimensiones cósmica y escatológica de la liturgia. A propósito de las grandes celebraciones con participación de fieles de diversas lenguas, en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis se recuerda que «para 34
  • 35. expresar mejor la unidad y universalidad de la Iglesia, quisiera recomendar lo que ha sugerido el Sínodo de los Obispos, en sintonía con las normas del Concilio Vaticano II: exceptuadas las lecturas, la homilía y la oración de los fieles, sería bueno que dichas celebraciones [de carácter internacional] fueran en latín; también se podrían rezar en latín las oraciones más conocidas de la tradición de la Iglesia y, eventualmente, cantar algunas partes en canto gregoriano»[78]. De hecho, «la lengua latina siempre se ha tenido en altísima consideración por parte de la Iglesia católica, y los Romanos Pontífices han promovido asiduamente su conocimiento y difusión, habiendo hecho de ella la propia lengua, capaz de transmitir universalmente el mensaje del Evangelio, como ya afirmaba autorizadamente la Constitución apostólica Veterum sapientia de mi predecesor, el beato Juan XXIII»[79]. Como afirmaba el mismo san Juan XXIII, el latín «es vínculo especialmente idóneo mediante el cual la época actual se mantiene unida, de modo admirable, con las edades pasadas y con aquellas futuras»[80]. De ahí que el Concilio Vaticano II recuerde ambas cosas: «En las Misas celebradas con asistencia del pueblo puede darse el lugar debido a la lengua vernácula, principalmente en las lecturas y en la “oración común” y, según las circunstancias del lugar, también en las partes que corresponden al pueblo, a tenor del artículo 36 de esta Constitución. Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde»[81]. Una auténtica y real fidelidad a estas enseñanzas del Concilio pasa por conservar algunos elementos de latín en la liturgia; una cierta presencia del latín, como vínculo de comunión eclesial, parece necesaria especialmente en nuestros días, como señala el mismo Misal Romano: «Como cada día es más frecuente que se reúnan fieles de diversas naciones, conviene que esos mismos fieles sepan cantar juntos en lengua latina, por lo menos algunas partes del Ordinario de la Misa, especialmente el símbolo de la fe y la Oración del Señor, usando las melodías más fáciles»[82]. Con gran realismo el cardenal Ratzinger afirmaba: «La forma normal de la Eucaristía es la lengua materna, pero no podemos dejar de rezarla y apreciarla en el lenguaje universal de la Iglesia a lo largo de los siglos, para que así en este mundo, que es movimiento continuo, y en el que las naciones se encuentran sin cesar y se interrelacionan, sea también siempre celebración colectiva en la que podamos conjuntamente alabar al Dios vivo. También aquí hemos de superar el estéril conflicto y llegar a ser uno en la diversidad que el Señor nos ha regalado; uno en reconocer y apreciar lo razonable y comprensible, pero uno también en reconocer y apreciar aquello que nos abarca a todos y que se extiende más allá de lo que nuestra razón comprende de inmediato»[83]. Unas palabras de un conocido liturgista en las que expone de forma sintética lo que se acaba de decir sobre la lengua y la liturgia constituyen un buen resumen de lo dicho hasta el momento sobre este punto: «El uso contemporáneo de las diversas lenguas es una estupenda manifestación de la naturaleza de la Iglesia: de su edad venerable, cuando el sacerdote pronuncia las oraciones litúrgicas con palabras que han sido usadas por los 35
  • 36. Padres de la Iglesia; pero también de su eterna juventud, cuando la Iglesia hoy inicia su diálogo en latín, según las fórmulas antiguas, y prosigue después su oración o su canto en las lenguas vivas de sus hijos. La universalidad esencial de la Iglesia puede y debe expresarse en la liturgia contemporánea. La Iglesia comprende todos los tiempos y todos los pueblos, pertenece ya a la eternidad, a los tiempos nuevos y, a la vez, se encuentra todavía empeñada en nuestra época y en cada uno de sus pueblos, ella es verdaderamente nuestra Iglesia»[84]. En definitiva, el canto de entrada, cantado en latín o en lengua vernácula, manifiesta la alegría de corazón del pueblo reunido en espera de la llegada de su Señor. Un pueblo que va más allá de las personas reunidas para la celebración, pues incluye la Iglesia de todos los lugares y todos los tiempos. 4. Saludo al altar Una vez el sacerdote y los ministros llegan al presbiterio, saludan al altar con una inclinación de cuerpo o inclinación profunda que expresa la reverencia y el honor que se le tributa como signo que es de Cristo[85]. Después el sacerdote y el diácono besan el altar como expresión de veneración[86]. En el Ordo Romanus I, redactado en torno al siglo VII-VIII, se encuentra ya la costumbre tradicional según la cual el altar, una vez saludado con la inclinación profunda, es venerado con el beso[87]. Este gesto expresa una fuerte actitud religiosa y cultual. Como afirmaba con fuerza san Josemaría: «Subo al altar con ansia, y más que poner las manos sobre él, lo abrazo con cariño y lo beso como un enamorado, que eso soy: ¡enamorado! ¡Estaría apañado si no lo fuera!»[88]. Una vez besado el altar el celebrante puede incensar la cruz y el altar[89]. El Misal Romano recuerda que el incienso puede usarse libremente en cualquier forma de celebración de la Santa Misa. En el inicio de la celebración se inciensan cruz, altar y, en su caso, las reliquias e imágenes sagradas expuestas a la veneración pública. Primero se inciensa la cruz y luego el altar: se quiere resaltar así la íntima relación de lo que sucede en el altar con la cruz de Cristo. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, «el altar de la Nueva Alianza es la Cruz del Señor (cf. Hb 13,10), de la que manan los sacramentos del Misterio pascual»[90]. Antes y después de incensar, se hace inclinación profunda al objeto que se inciensa exceptuándose el altar y los dones para el sacrificio de la Misa[91]. La incensación, tal y como presenta la Sagrada Escritura, significa reverencia y oración[92]. Así lo leemos en el libro del Apocalipsis: «Vino otro ángel y se quedó en pie junto al altar con un incensario de oro. Le entregaron muchos perfumes para que los ofreciera con las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que está ante el trono. Y ascendió el humo de los perfumes, con las oraciones de los santos, desde la mano del ángel hasta la presencia de Dios» (Ap 8, 3. Cf. también Sal 141 [140], 2). Los signos de veneración y respeto hacia el altar recuerdan que este es el centro de la acción de gracias que se realiza en la Eucaristía. El altar, «en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo 36
  • 37. misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da»[93]. Como signo claro y permanente de Cristo Jesús que es el altar, conviene que sea fijo, es decir, que no se pueda mover[94]. Según la costumbre tradicional de la Iglesia, y teniendo en cuenta que significa a Jesús, piedra viva (1 Pe, 2, 4; Ef 2, 20), es preferible que la mesa del altar fijo sea de piedra, en concreto de piedra natural. Los pies o el basamento de la mesa pueden ser de cualquier materia, con tal que sea digna y sólida[95]. Desde el día de su dedicación, vemos el altar revestido con los manteles que indican que es ara del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo mesa del Señor, por eso se viste y se adorna festivamente[96]. En este sentido se entiende mejor la indicación del Misal Romano cuando afirma: «Por reverencia a la celebración del memorial del Señor y al banquete en que se distribuye el Cuerpo y Sangre del Señor, póngase sobre el altar en el que se celebra por lo menos un mantel de color blanco, que, en forma, medida y ornamentación, cuadre bien con la estructura del mismo altar»[97]. Junto al revestimiento del altar, su iluminación es también signo visible de aquella acción invisible que Dios realiza por medio de la Iglesia cuando esta celebra el sagrado misterio de la Eucaristía. De ahí que los candeleros sean expresión de veneración y de celebración festiva[98] y nos adviertan que Cristo es la «Luz para iluminar a las naciones» (Lc 2, 32), con cuya actividad brilla la Iglesia y por ella toda la familia humana[99]. En toda celebración eucarística habrá sobre el altar o cerca del mismo un mínimo de dos candeleros con sus velas encendidas o incluso cuatro o seis, especialmente si se trata de la Misa dominical, o festiva de precepto, y si celebra el obispo diocesano, siete[100]. También sobre el altar, o cerca del mismo, ha de haber una cruz con la imagen de Cristo crucificado que resulte bien visible para el pueblo congregado. Esta cruz busca traer a la mente de los fieles el recuerdo de la pasión salvífica del Señor que durante la celebración eucarística se hace presente[101]. Resumía estas ideas de un modo sencillo y concreto el papa Francisco cuando afirmaba: «Lo que vemos cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, la Misa, nos hace ya intuir lo que estamos por vivir. En el centro del espacio destinado a la celebración se encuentra el altar, que es una mesa, cubierta por un mantel, y esto nos hace pensar en un banquete. Sobre la mesa hay una cruz, que indica que sobre ese altar se ofrece el sacrificio de Cristo: es Él el alimento espiritual que allí se recibe, bajo los signos del pan y del vino»[102]. Por último, recordar que el altar se puede ornamentar con flores. Su uso será moderado, conforme a la índole del tiempo, en Adviento sin alcanzar la plenitud de alegría característica de Navidad. Desde el Miércoles de Ceniza hasta el himno Gloria a Dios en el cielo de la Vigilia Pascual, así como en las celebraciones de difuntos, se 37