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ESCATOLOGIA
TEOLOGICA
ESCATOLOGIA TEOLOGICA
• Del Griego escaton (cosas últimas) logos (discurso o tratado): Tratado
de las realidades últimas
• La escatología es la parte de la teología que trata del fin de la vida y de
la suerte del hombre en ultratumba los novísimos: (muerte, juicio,
cielo, infierno, purgatorio, fin del mundo y RESURRECCION de la
carne)
• La Teología es la disciplina que se ocupa de Dios y de la relación entre
Él y el hombre
Los Padres de la Iglesia son modelos insuperados de una fe que es
objetiva y subjetiva a la vez, preocupada del contenido de la fe, es decir
la ortodoxia, pero al mismo tiempo creída y vivida con todo el ardor del
corazón… El Apóstol había proclamado: corde creditur (Romanos
10,10) con el corazón se cree, y sabemos que con la palabra corazón la
Biblia entiende ambas dimensiones espirituales del hombre, su
inteligencia y su voluntad, el lugar simbólico del conocimiento y del
amor. En este sentido, los Padres son indispensables para reencontrar la
fe como la entiende la Escritura.
• La escatología encuentra su primera sistematización esquemática en san
Agustín. mas tarde se elabora y complementa la sistematización definitiva
en la escolástica sintetizada por Santo Tomas de Aquino
Es claro que la teología debe ocuparse del hombre y de su capacidad de Dios, pero
no de un Dios aislado
• Intdc. doc. Comisión teológica internacional 1990 dice: Sin la afirmación de la
resurrección de Cristo la fe cristiana se hace vacía (cf. 1 Cor 15, 14). Pero al haber
una conexión íntima entre el hecho de la resurrección de Cristo y la esperanza de
nuestra futura resurrección (cf. 1 Cor 15, 12), Cristo resucitado constituye también
el fundamento de nuestra esperanza, que se abre más allá de los límites de esta vida
terrestre. Pues «si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en
Cristo, somos los más dignos de compasión de todos los hombres» (1 Cor 15, 19).
Sin tal esperanza sería imposible llevar adelante una vida cristiana
• El Papa Benedicto XVI al inicio del año de la fe hace un llamando apremiante en
orden a la Verdad escatológica
• “Nosotros hoy con frecuencia tenemos un poco de miedo a hablar de la vida
eterna. Hablamos de las cosas que son útiles para el mundo, mostramos que el
cristianismo ayuda también a mejorar el mundo, pero no nos atrevemos a decir
que su meta es la vida eterna y que de esa meta vienen luego los criterios de la
vida y el sentido de la misma. Debemos tener la valentía, la alegría, la gran
esperanza de que la vida eterna existe, es la verdadera vida, y de esta verdadera
vida viene la luz que ilumina también a este mundo. La voluntad de vivir según la
verdad y según el amor también debe abrir a toda la amplitud del proyecto de
Dios para nosotros, a la valentía de tener ya la alegría en la espera de la vida
eterna”.
El Papa remite a San Agustín, quien ha operado, a propósito de la fe, una distinción
que permanece clásica: la distinción entre las verdades creídas y el acto de creerlas:
“ Aliud sunt ea quae creduntur, aliud fides qua creduntur (‘una cosa es lo que se cree, y otra
la fe por la cual se cree)”, la fides quae y la fides qua, como se dice en teología. La
primera se dice también fe objetiva, la segunda fe subjetiva. Toda la reflexión
cristiana sobre la fe se desarrolla entre estos dos polos.
• La verdad sobre el destino último del cosmos, de la historia, de la Iglesia y de la persona humana se
considera parte integrante-esencial de la ‘fides quae’, teniendo presente cuanto firmaba el arzobispo
San Anselmo, insistiendo ya en su época (siglo XI) en que no hay que poner en duda el dogma
cristiano o cuestionarlo, sino buscar las razones (‘rationes’) del mismo, es decir, buscar de qué modo
la verdad dogmática se imponga a la comprensión de la inteligencia.
• En este sentido leemos: “Si el cristiano puede comprender ( intelligere) lo que la Iglesia cree, que dé
gracias a Dios, si no puede, agache la cabeza para venerarle (sumittat caput ad venerandum
• La teología católica contemporánea se esfuerza, como otras veces en el pasado, por encontrar el
justo equilibrio entre las dos dimensiones de la fe: la fe objetiva ( fides quae) y la fe subjetiva (fides
qua), es decir en el conjunto de las verdades a creer. “El acto de fe reconoce la posibilidad inscripta
a priori en todo ser humano”. un Tú divino
El Magisterio contemporáneo nos invita a pensar “en la mujer que toca sus vestiduras
con la esperanza de ser salvada (cf. Mateo 9, 20-21); confía totalmente en él y el Señor
dice: “Tu fe te ha salvado” (Mateo 9, 22). También a los leprosos, al único que vuelve,
dice: “Tu fe te ha salvado” (Lucas 17, 19).
• Así pues, la fe inicialmente es sobre todo un encuentro personal, estar en contacto
con Cristo, confiar en el Señor, encontrar el amor de Cristo y en el amor de Cristo,
encontrar también la llave de la verdad. .
• el elemento sustancial del credo de los cristianos. Es un “sí” a Cristo, y de este modo
al Dios Trinitario, con esta realidad, que me une a este Señor, a este Dios, que
tiene este Rostro: vive como Hijo del Padre en la unidad del Espíritu Santo y en la
comunión del Cuerpo de Cristo”.
• En otras palabras, más que apoyarse sobre la fuerza de argumentaciones externas a la
persona, se busca ayudarla a encontrar en sí misma la confirmación de la fe,
buscando despertar aquella chispa que hay en el “corazón inquieto” de cada hombre
por el hecho de ser creado “a imagen de Dios”.
teorías escatológicas acerca del reino de dios anunciadas en el evangelio (parusía)
NOVISIMOS
• 668 "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y
vivos" retorno de Cristo C.I.C. 669 Como Señor, Cristo es también la cabeza
de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado,
habiendo cumplido así su misión,
• 673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente
(cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el
momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32).
parusia
• 678 Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; Jl 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista
(cf. Mt 3, 7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces,
se pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc 12, 38-40) y el secreto de los
corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5).
• ). La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y
del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último día: "Cuanto hicisteis a
uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).
Parusia
• AUDIENCIA GENERAL
• PAPA FRANCISCO
Miércoles 4 de diciembre de 2013
• Queridos hermanos y hermanas,
la afirmación «Creo en la resurrección de la carne». trata de una verdad no sencilla y
para nada obvia, porque, viviendo inmersos en este mundo, no es fácil comprender las
realidades futuras. Pero el Evangelio nos ilumina: nuestra resurrección está
estrechamente relacionada con la resurrección de Jesús. El hecho de que Él resucitó es
la prueba de que existe la resurrección de los muertos.
Muerte
• Audiencia 2 de junio 1999 Juan Pablo II queremos dirigir nuestra atención a otro
tema que nos atañe de cerca: el significado de la muerte. Actualmente
resulta difícil hablar de la muerte porque la sociedad del bienestar tiende a
apartar de sí esta realidad, cuyo solo pensamiento le produce angustia. En
efecto, como afirma el Concilio, «ante la muerte, el enigma de la condición humana
alcanza su culmen» (Gaudium et spes, 18). Pero sobre esta realidad la palabra de
Dios, aunque de modo progresivo, nos brinda una luz que esclarece y
consuela.
Muerte
• Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si
el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes
de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.
¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal, para
distribuir el alimento en el momento oportuno? Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre
ocupado en este trabajo. Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si es un mal
servidor, que piensa: 'Mi señor tardará', y se dedica a golpear a sus compañeros, a comer y a beber con los
borrachos, su señor llegará el día y la hora menos pensada, y lo castigará. Entonces él correrá la misma
suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. (San Mateo, 24, 42-51)
• «Bienaventurados los que mueren en el Señor. Sí -dice el Espíritu-, descansarán de sus fatigas, porque sus
obras los acompañan» (Ap 14, 13).
• Se comprende, ante todo, que, si la muerte es el enemigo inexorable del hombre,
que trata de dominarlo y someterlo a su poder, Dios no puede haberla creado, pues
no puede recrearse en la destrucción de los hombres (cf. Sb 1, 13). El proyecto
originario de Dios era diverso, pero quedó alterado a causa del pecado
cometido por el hombre bajo el influjo del demonio, como explica el libro de
la Sabiduría:«Dios creó al hombre para la incorruptibilidad; le hizo imagen de su misma
naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le
pertenecen» (Sb 2, 23-24). Esta concepción se refleja en las palabras de Jesús (cf. Jn8,
44) y en ella se funda la enseñanza de San Pablo sobre la Redención de Cristo,
Juicio
• El Catecismo de la Iglesia católica enseña que «la muerte pone fin a la
vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la
gracia divina manifestada en Cristo» «Cada hombre, después de morir,
recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular
que refiere su vida a Cristo, bien a través de la purificación, bien para
entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para
condenarse inmediatamente para siempre». En este sentido, San Juan
de la Cruz habla del juicio particular de cada como diciendo que «a la
tarde, te examinarán en el amor». Catecismo de la Iglesia Católica,
1021-1022.
• JUAN PABLO II AUDIENCIA
• Miércoles 7 de julio de 1999
•
• Juicio y misericordia
• 1. El salmo 116 dice: «El Señor es benigno y justo; nuestro Dios es
misericordioso» (Sal 116, 5). A primera vista, juicio y misericordia
parecen dos realidades inconciliables; o, al menos, parece que la
segunda sólo se integra con la primera si ésta atenúa su fuerza
inexorable. En cambio, es preciso comprender la lógica de la sagrada
Escritura, que las vincula; más aún, las presenta de modo que una no
puede existir sin la otra.
Juicio
• En la sagrada Escritura la intervención en favor de los oprimidos es
concebida sobre todo como justicia, o sea, fidelidad de Dios a las
promesas salvíficas hechas a Israel. Por consiguiente, la justicia de
Dios deriva de la iniciativa gratuita y misericordiosa por la que él se ha
vinculado a su pueblo mediante una alianza eterna. Dios es justo
porque salva, cumpliendo así sus promesas, mientras que el juicio
sobre el pecado y sobre los impíos no es más que otro aspecto de su
misericordia. El pecador sinceramente arrepentido siempre puede
confiar en esta justicia misericordiosa (cf. Sal 50, 6. 16).
Juicio
quien puede esperar un juicio benévolo, es consciente de sus propias
limitaciones. Así se va despertando la conciencia de que es imposible ser justos
sin la gracia divina, como recuerda el salmista: «Señor, (...) tú que eres justo,
escúchame. No llames a juicio a tu siervo, pues ningún hombre es inocente
frente a ti» (Sal 143, 1-2).
• ). Jesús, al revelarnos la plenitud de la misericordia del Padre, también nos
enseñó que a este Padre tan justo y misericordioso sólo se accede por la
experiencia de la misericordia que debe caracterizar nuestras relaciones con
el prójimo. «Este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en
nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido
Purgatorio
Purgatorio
• , a partir de la opción definitiva por Dios o contra Dios, el hombre se encuentra ante una
alternativa: o vive con el Señor en la bienaventuranza eterna, o permanece alejado de su
presencia.
• Para cuantos se encuentran en la condición de apertura a Dios, pero de un modo imperfecto,
el camino hacia la bienaventuranza plena requiere una purificación, que la fe de la Iglesia
ilustra mediante la doctrina del «purgatorio» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 1030-1032).
• 2. En la sagrada Escritura se pueden captar algunos elementos que ayudan a comprender el
sentido de esta doctrina, aunque no esté enunciada de modo explícito. Expresan la
convicción de que no se puede acceder a Dios sin pasar a través de algún tipo de
purificación.
Purgatorio
• La exigencia de integridad se impone evidentemente después de la
muerte, para entrar en la comunión perfecta y definitiva con Dios.
Quien no tiene esta integridad debe pasar por la purificación. Un texto
de san Pablo lo sugiere. El Apóstol habla del valor de la obra de cada
uno, que se revelará el día del juicio, y dice: «Aquel, cuya obra,
construida sobre el cimiento (Cristo), resista, recibirá la recompensa.
Mas aquel, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante,
quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego» (1 Co 3, 14-
15).
purgatorio
• Jesús, como el gran intercesor que expía por nosotros, se revelará
plenamente al final de nuestra vida, cuando se manifieste con el
ofrecimiento de misericordia, pero también con el juicio inevitable
para quien rechaza el amor y el perdón del Padre.
• El ofrecimiento de misericordia no excluye el deber de presentarnos
puros e íntegros ante Dios, ricos de esa caridad que Pablo llama
«vínculo de la perfección» (Col 3, 14).
purgatori
• Hay que eliminar todo vestigio de apego al mal y corregir toda imperfección
del alma. La purificación debe ser completa, y precisamente esto es lo que
enseña la doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio. Este término no indica
un lugar, sino una condición de vida. Quienes después de la muerte viven en
un estado de purificación ya están en el amor de Cristo, que los libera de los
residuos de la imperfección (cf. concilio ecuménico de Florencia, Decretum
pro Graecis: Denzinger-Schönmetzer, 1304; concilio ecuménico de
Trento, Decretum de iustificatione y Decretum de purgatorio: ib., 1580 y
1820).
Infierno
infierno
• JUAN PABLO II AUDIENCIA Miércoles 28 de julio de 1999
•
• El infierno como rechazo definitivo de Dios
Dios es Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero, por desgracia, el
hombre, llamado a responderle en la libertad, puede elegir rechazar
definitivamente su amor y su perdón, renunciando así para siempre a la
comunión gozosa con él. Precisamente esta trágica situación es lo que señala la
doctrina cristiana cuando habla de condenación o infierno. No se trata de un
castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya
puestas por el hombre en esta vida. La misma dimensión de infelicidad que
conlleva esta oscura condición puede intuirse, en cierto modo, a la luz de
algunas experiencias nuestras terribles, que convierten la vida, como se suele
decir, en «un infierno».
infierno
• Con todo, en sentido teológico, el infierno es algo muy diferente: es la última
consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido.
Es la situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia
del Padre incluso en el último instante de su vida.
Para describir esta realidad, la sagrada Escritura utiliza un lenguaje simbólico,
que se precisará progresivamente. En el Antiguo Testamento, la condición de
los muertos no estaba aún plenamente iluminada por la Revelación. En efecto,
por lo general, se pensaba que los muertos se reunían en el sheol, un lugar de
tinieblas (cf. Ez 28, 8; 31, 14; Jb 10, 21 ss; 38, 17; Sal 30, 10; 88, 7. 13), una fosa de
la que no se puede salir (cf. Jb 7, 9), un lugar en el que no es posible dar gloria a
Dios (cf. Is 38, 18; Sal 6, 6).
infierno
• El Nuevo Testamento proyecta nueva luz sobre la condición de los muertos, sobre
todo anunciando que Cristo, con su resurrección, ha vencido la muerte y ha
extendido su poder liberador también en el reino de los muertos.
• Sin embargo, la redención sigue siendo un ofrecimiento de salvación que
corresponde al hombre acoger con libertad. Por eso, cada uno será juzgado «de
acuerdo con sus obras» (Ap 20, 13). Recurriendo a imágenes, el Nuevo Testamento
presenta el lugar destinado a los obradores de iniquidad como un horno ardiente,
donde «será el llanto y el rechinar de dientes» (Mt 13, 42; cf. 25, 30. 41) o como la
gehenna de «fuego que no se apaga» (Mc 9, 43). Todo ello es expresado, con forma
de narración, en la parábola del rico epulón, en la que se precisa que el infierno es el
lugar de pena definitiva, sin posibilidad de retorno o de mitigación del dolor
(cf. Lc 16, 19-31).
infierno
• También el Apocalipsis representa plásticamente en un «lago de fuego» a los que no
se hallan inscritos en el libro de la vida, yendo así al encuentro de una «segunda
muerte» (Ap 20, 13ss). Por consiguiente, quienes se obstinan en no abrirse al
Evangelio, se predisponen a «una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y
de la gloria de su poder» (2 Ts 1, 9).
• 3. Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben
interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una
vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a
encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y
alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia
católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor
misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por
nuestra propia y libre elección.
infierno
• Por eso, la «condenación» no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado
que en su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de los
seres que ha creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor.
• La «condenación» consiste precisamente en que el hombre se aleja
definitivamente de Dios, por elección libre y confirmada con la muerte, que
sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado.
Cielo
Cielo
• JUAN PABLO II AUDIENCIA Miércoles 21 de julio de 1999
• Cuando haya pasado la figura de este mundo, los que hayan acogido a Dios
en su vida y se hayan abierto sinceramente a su amor, por lo menos en el
momento de la muerte, podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios,
que constituye la meta de la existencia humana.
• Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, «esta vida perfecta con la
santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen
María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama ilel cielols. El cielo es
el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre,
el estado supremo y definitivo de dicha» (n. 1024).
Cielo
• . En el lenguaje bíblico el «cielo», cuando va unido a la «tierra», indica una
parte del universo. A propósito de la creación, la Escritura dice: «En un
principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn 1, 1).
En sentido metafórico, el cielo se entiende como morada de Dios, que en eso se
distingue de los hombres (cf. Sal 104, 2s; 115, 16; Is 66, 1). Dios, desde lo alto del
cielo, ve y juzga (cf. Sal 113, 4-9) y baja cuando se le invoca (cf. Sal 18, 7.10; 144,
5). Sin embargo, la metáfora bíblica da a entender que Dios ni se identifica con
el cielo ni puede ser encerrado en el cielo (cf. 1 R 8, 27); y eso es verdad, a pesar
de que en algunos pasajes del primer libro de los Macabeos «el cielo» es
simplemente un nombre de Dios (cf. 1 M 3, 18.19.50.60; 4, 24.55).
Cielo
• El Nuevo Testamento profundiza la idea del cielo también en relación con el misterio de
Cristo. Para indicar que el sacrificio del Redentor asume valor perfecto y definitivo, la carta a
los Hebreos afirma que Jesús «penetró los cielos» (Hb 4, 14) y «no penetró en un santuario
hecho por mano de hombre, en una reproducción del verdadero, sino en el mismo cielo»
(Hb 9, 24). Luego, los creyentes, en cuanto amados de modo especial por el Padre, son
resucitados con Cristo y hechos ciudadanos del cielo.
• Vale la pena escuchar lo que a este respecto nos dice el apóstol Pablo en un texto de gran
intensidad: «Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando
muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis
sido salvadosy con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús
Cielo
• El Catecismo de la Iglesia católica sintetiza la enseñanza eclesial sobre esta verdad
afirmando que, «por su muerte y su resurrección, Jesucristo nos ha ioabiertoló el
cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la
redención realizada por Cristo, que asocia a su glorificación celestial a quienes han
creído en él y han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad
bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a él» (n. 1026).
• se puede anticipar de alguna manera hoy, tanto en la vida sacramental, cuyo centro
es la Eucaristía, como en el don de sí mismo mediante la caridad fraterna. Si
sabemos gozar ordenadamente de los bienes que el Señor nos regala cada día,
experimentaremos ya la alegría y la paz de que un día gozaremos plenamente
Cielo
• sin embargo, el pensamiento de las realidades últimas nos ayuda a vivir bien
las realidades penúltimas. Somos conscientes de que mientras caminamos en
este mundo estamos llamados a buscar «las cosas de arriba, donde está Cristo
sentado a la diestra de Dios» (Col 3, 1), para estar con él en el cumplimiento
escatológico, cuando en el Espíritu él reconcilie totalmente con el Padre «lo
que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1, 20).
La vida cristiana como camino hacia la plena
comunión con Dios
Juan Pablo II Audiencia del miércoles 11 de agosto de 1999
• Después de haber meditado en la meta escatológica de nuestra existencia, es
decir, en la vida eterna, queremos reflexionar ahora en el camino que
conduce a ella. Por eso, desarrollamos la perspectiva presentada en la carta
apostólica Tertio millennio adveniente: «Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación
hacia la casa del Padre, del cual se descubre cada día su amor incondicional por toda criatura
humana, y en particular por el el hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32). Esta peregrinación afecta a lo
íntimo de la persona, prolongándose después a la comunidad creyente para alcanzar a la humanidad
entera» (n. 49).
Vida cristiana como camino
• En realidad, lo que el cristiano vivirá un día en plenitud, ya se ha anticipado
en cierto modo ahora. En efecto, la Pascua del Señor es inauguración de la
vida del mundo futuro.
• El Antiguo Testamento prepara el anuncio de esta verdad a través de la
compleja temática del Éxodo. El camino del pueblo elegido hacia la tierra
prometida (cf. Ex 6, 6)
Vida cristiana como camino
• . El Nuevo Testamento anuncia el cumplimiento de esta gran espera,
señalando en Cristo al Salvador del mundo: «Al llegar la plenitud de los
tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley,
para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos
la filiación adoptiva» (Ga 4, 4-5). A la luz de este anuncio, la vida presente
ya está bajo el signo de la salvación. Ésta se realiza en el acontecimiento de
Jesús de Nazaret, que culmina en la Pascua, pero su realización plena tendrá
lugar en la «parusía», en la última venida de Cristo.
Vida cristiana como camino
• El crecimiento hacia la perfección en Cristo y, por tanto, hacia la experiencia del misterio
trinitario, implica que la Pascua sólo se ha de realizar y celebrar plenamente en el reino
escatológico de Dios (cf. Lc 22, 16). Pero el acontecimiento de la encarnación, de la cruz y
de la resurrección constituye ya la revelación definitiva de Dios. El ofrecimiento de
redención que dicho acontecimiento entraña se inscribe en la historia de nuestra libertad
humana, llamada a responder a la invitación de salvación.
• La vida cristiana es participación en el misterio pascual, como camino de cruz y
resurrección. Camino de cruz, porque nuestra existencia pasa continuamente por la criba
purificadora que lleva a superar el viejo mundo marcado por el pecado. Camino de
resurrección, porque el Padre, al resucitar a Cristo, ha derrotado el pecado, por lo cual, en el
creyente, el «juicio de la cruz» se convierte en «justicia de Dios», es decir, en triunfo de su
verdad y de su amor sobre la perversidad del mundo.
Vida cristiana como camino
• La vida cristiana es, en definitiva, un crecimiento en el misterio de la Pascua
eterna. Por tanto, exige tener la mirada fija en la meta, en las realidades
últimas, y, al mismo tiempo, comprometerse en las realidades «penúltimas»:
entre éstas y la meta escatológica no hay oposición, sino, al contrario, una
relación de mutua fecundación. Aunque es preciso afirmar siempre el
primado de lo eterno, eso no impide que vivamos rectamente, a la luz de
Dios, las realidades históricas (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1048 ss)
• Se trata de purificar toda expresión de lo humano y toda actividad terrena, para que
en ellas se refleje cada vez más el misterio de la Pascua del Señor. En efecto, como
nos ha recordado el Concilio, la actividad humana, que lleva siempre consigo el
signo del pecado, es purificada y elevada hasta la perfección por el misterio pascual,
de modo que «los bienes de la dignidad humana, la comunión fraterna y la libertad, es decir,
todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la
tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontramos después de nuevo, limpios de
toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y
universal» (Gaudium et spes, 39). Esta luz de eternidad ilumina la vida y toda la historia
del hombre sobre la tierra.
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Escatologia teologica

  • 2. ESCATOLOGIA TEOLOGICA • Del Griego escaton (cosas últimas) logos (discurso o tratado): Tratado de las realidades últimas • La escatología es la parte de la teología que trata del fin de la vida y de la suerte del hombre en ultratumba los novísimos: (muerte, juicio, cielo, infierno, purgatorio, fin del mundo y RESURRECCION de la carne) • La Teología es la disciplina que se ocupa de Dios y de la relación entre Él y el hombre
  • 3. Los Padres de la Iglesia son modelos insuperados de una fe que es objetiva y subjetiva a la vez, preocupada del contenido de la fe, es decir la ortodoxia, pero al mismo tiempo creída y vivida con todo el ardor del corazón… El Apóstol había proclamado: corde creditur (Romanos 10,10) con el corazón se cree, y sabemos que con la palabra corazón la Biblia entiende ambas dimensiones espirituales del hombre, su inteligencia y su voluntad, el lugar simbólico del conocimiento y del amor. En este sentido, los Padres son indispensables para reencontrar la fe como la entiende la Escritura.
  • 4. • La escatología encuentra su primera sistematización esquemática en san Agustín. mas tarde se elabora y complementa la sistematización definitiva en la escolástica sintetizada por Santo Tomas de Aquino Es claro que la teología debe ocuparse del hombre y de su capacidad de Dios, pero no de un Dios aislado
  • 5. • Intdc. doc. Comisión teológica internacional 1990 dice: Sin la afirmación de la resurrección de Cristo la fe cristiana se hace vacía (cf. 1 Cor 15, 14). Pero al haber una conexión íntima entre el hecho de la resurrección de Cristo y la esperanza de nuestra futura resurrección (cf. 1 Cor 15, 12), Cristo resucitado constituye también el fundamento de nuestra esperanza, que se abre más allá de los límites de esta vida terrestre. Pues «si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más dignos de compasión de todos los hombres» (1 Cor 15, 19). Sin tal esperanza sería imposible llevar adelante una vida cristiana
  • 6. • El Papa Benedicto XVI al inicio del año de la fe hace un llamando apremiante en orden a la Verdad escatológica • “Nosotros hoy con frecuencia tenemos un poco de miedo a hablar de la vida eterna. Hablamos de las cosas que son útiles para el mundo, mostramos que el cristianismo ayuda también a mejorar el mundo, pero no nos atrevemos a decir que su meta es la vida eterna y que de esa meta vienen luego los criterios de la vida y el sentido de la misma. Debemos tener la valentía, la alegría, la gran esperanza de que la vida eterna existe, es la verdadera vida, y de esta verdadera vida viene la luz que ilumina también a este mundo. La voluntad de vivir según la verdad y según el amor también debe abrir a toda la amplitud del proyecto de Dios para nosotros, a la valentía de tener ya la alegría en la espera de la vida eterna”.
  • 7. El Papa remite a San Agustín, quien ha operado, a propósito de la fe, una distinción que permanece clásica: la distinción entre las verdades creídas y el acto de creerlas: “ Aliud sunt ea quae creduntur, aliud fides qua creduntur (‘una cosa es lo que se cree, y otra la fe por la cual se cree)”, la fides quae y la fides qua, como se dice en teología. La primera se dice también fe objetiva, la segunda fe subjetiva. Toda la reflexión cristiana sobre la fe se desarrolla entre estos dos polos.
  • 8. • La verdad sobre el destino último del cosmos, de la historia, de la Iglesia y de la persona humana se considera parte integrante-esencial de la ‘fides quae’, teniendo presente cuanto firmaba el arzobispo San Anselmo, insistiendo ya en su época (siglo XI) en que no hay que poner en duda el dogma cristiano o cuestionarlo, sino buscar las razones (‘rationes’) del mismo, es decir, buscar de qué modo la verdad dogmática se imponga a la comprensión de la inteligencia. • En este sentido leemos: “Si el cristiano puede comprender ( intelligere) lo que la Iglesia cree, que dé gracias a Dios, si no puede, agache la cabeza para venerarle (sumittat caput ad venerandum • La teología católica contemporánea se esfuerza, como otras veces en el pasado, por encontrar el justo equilibrio entre las dos dimensiones de la fe: la fe objetiva ( fides quae) y la fe subjetiva (fides qua), es decir en el conjunto de las verdades a creer. “El acto de fe reconoce la posibilidad inscripta a priori en todo ser humano”. un Tú divino
  • 9. El Magisterio contemporáneo nos invita a pensar “en la mujer que toca sus vestiduras con la esperanza de ser salvada (cf. Mateo 9, 20-21); confía totalmente en él y el Señor dice: “Tu fe te ha salvado” (Mateo 9, 22). También a los leprosos, al único que vuelve, dice: “Tu fe te ha salvado” (Lucas 17, 19). • Así pues, la fe inicialmente es sobre todo un encuentro personal, estar en contacto con Cristo, confiar en el Señor, encontrar el amor de Cristo y en el amor de Cristo, encontrar también la llave de la verdad. .
  • 10. • el elemento sustancial del credo de los cristianos. Es un “sí” a Cristo, y de este modo al Dios Trinitario, con esta realidad, que me une a este Señor, a este Dios, que tiene este Rostro: vive como Hijo del Padre en la unidad del Espíritu Santo y en la comunión del Cuerpo de Cristo”. • En otras palabras, más que apoyarse sobre la fuerza de argumentaciones externas a la persona, se busca ayudarla a encontrar en sí misma la confirmación de la fe, buscando despertar aquella chispa que hay en el “corazón inquieto” de cada hombre por el hecho de ser creado “a imagen de Dios”. teorías escatológicas acerca del reino de dios anunciadas en el evangelio (parusía)
  • 11. NOVISIMOS • 668 "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos" retorno de Cristo C.I.C. 669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, • 673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32).
  • 12. parusia • 678 Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; Jl 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf. Mt 3, 7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc 12, 38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5). • ). La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último día: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).
  • 13. Parusia • AUDIENCIA GENERAL • PAPA FRANCISCO Miércoles 4 de diciembre de 2013 • Queridos hermanos y hermanas, la afirmación «Creo en la resurrección de la carne». trata de una verdad no sencilla y para nada obvia, porque, viviendo inmersos en este mundo, no es fácil comprender las realidades futuras. Pero el Evangelio nos ilumina: nuestra resurrección está estrechamente relacionada con la resurrección de Jesús. El hecho de que Él resucitó es la prueba de que existe la resurrección de los muertos.
  • 14. Muerte • Audiencia 2 de junio 1999 Juan Pablo II queremos dirigir nuestra atención a otro tema que nos atañe de cerca: el significado de la muerte. Actualmente resulta difícil hablar de la muerte porque la sociedad del bienestar tiende a apartar de sí esta realidad, cuyo solo pensamiento le produce angustia. En efecto, como afirma el Concilio, «ante la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su culmen» (Gaudium et spes, 18). Pero sobre esta realidad la palabra de Dios, aunque de modo progresivo, nos brinda una luz que esclarece y consuela.
  • 15. Muerte • Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. ¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal, para distribuir el alimento en el momento oportuno? Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo. Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si es un mal servidor, que piensa: 'Mi señor tardará', y se dedica a golpear a sus compañeros, a comer y a beber con los borrachos, su señor llegará el día y la hora menos pensada, y lo castigará. Entonces él correrá la misma suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. (San Mateo, 24, 42-51) • «Bienaventurados los que mueren en el Señor. Sí -dice el Espíritu-, descansarán de sus fatigas, porque sus obras los acompañan» (Ap 14, 13).
  • 16. • Se comprende, ante todo, que, si la muerte es el enemigo inexorable del hombre, que trata de dominarlo y someterlo a su poder, Dios no puede haberla creado, pues no puede recrearse en la destrucción de los hombres (cf. Sb 1, 13). El proyecto originario de Dios era diverso, pero quedó alterado a causa del pecado cometido por el hombre bajo el influjo del demonio, como explica el libro de la Sabiduría:«Dios creó al hombre para la incorruptibilidad; le hizo imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen» (Sb 2, 23-24). Esta concepción se refleja en las palabras de Jesús (cf. Jn8, 44) y en ella se funda la enseñanza de San Pablo sobre la Redención de Cristo,
  • 17. Juicio • El Catecismo de la Iglesia católica enseña que «la muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo» «Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de la purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre». En este sentido, San Juan de la Cruz habla del juicio particular de cada como diciendo que «a la tarde, te examinarán en el amor». Catecismo de la Iglesia Católica, 1021-1022.
  • 18. • JUAN PABLO II AUDIENCIA • Miércoles 7 de julio de 1999 • • Juicio y misericordia • 1. El salmo 116 dice: «El Señor es benigno y justo; nuestro Dios es misericordioso» (Sal 116, 5). A primera vista, juicio y misericordia parecen dos realidades inconciliables; o, al menos, parece que la segunda sólo se integra con la primera si ésta atenúa su fuerza inexorable. En cambio, es preciso comprender la lógica de la sagrada Escritura, que las vincula; más aún, las presenta de modo que una no puede existir sin la otra.
  • 19. Juicio • En la sagrada Escritura la intervención en favor de los oprimidos es concebida sobre todo como justicia, o sea, fidelidad de Dios a las promesas salvíficas hechas a Israel. Por consiguiente, la justicia de Dios deriva de la iniciativa gratuita y misericordiosa por la que él se ha vinculado a su pueblo mediante una alianza eterna. Dios es justo porque salva, cumpliendo así sus promesas, mientras que el juicio sobre el pecado y sobre los impíos no es más que otro aspecto de su misericordia. El pecador sinceramente arrepentido siempre puede confiar en esta justicia misericordiosa (cf. Sal 50, 6. 16).
  • 20. Juicio quien puede esperar un juicio benévolo, es consciente de sus propias limitaciones. Así se va despertando la conciencia de que es imposible ser justos sin la gracia divina, como recuerda el salmista: «Señor, (...) tú que eres justo, escúchame. No llames a juicio a tu siervo, pues ningún hombre es inocente frente a ti» (Sal 143, 1-2). • ). Jesús, al revelarnos la plenitud de la misericordia del Padre, también nos enseñó que a este Padre tan justo y misericordioso sólo se accede por la experiencia de la misericordia que debe caracterizar nuestras relaciones con el prójimo. «Este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido
  • 22. Purgatorio • , a partir de la opción definitiva por Dios o contra Dios, el hombre se encuentra ante una alternativa: o vive con el Señor en la bienaventuranza eterna, o permanece alejado de su presencia. • Para cuantos se encuentran en la condición de apertura a Dios, pero de un modo imperfecto, el camino hacia la bienaventuranza plena requiere una purificación, que la fe de la Iglesia ilustra mediante la doctrina del «purgatorio» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 1030-1032). • 2. En la sagrada Escritura se pueden captar algunos elementos que ayudan a comprender el sentido de esta doctrina, aunque no esté enunciada de modo explícito. Expresan la convicción de que no se puede acceder a Dios sin pasar a través de algún tipo de purificación.
  • 23. Purgatorio • La exigencia de integridad se impone evidentemente después de la muerte, para entrar en la comunión perfecta y definitiva con Dios. Quien no tiene esta integridad debe pasar por la purificación. Un texto de san Pablo lo sugiere. El Apóstol habla del valor de la obra de cada uno, que se revelará el día del juicio, y dice: «Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento (Cristo), resista, recibirá la recompensa. Mas aquel, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego» (1 Co 3, 14- 15).
  • 24. purgatorio • Jesús, como el gran intercesor que expía por nosotros, se revelará plenamente al final de nuestra vida, cuando se manifieste con el ofrecimiento de misericordia, pero también con el juicio inevitable para quien rechaza el amor y el perdón del Padre. • El ofrecimiento de misericordia no excluye el deber de presentarnos puros e íntegros ante Dios, ricos de esa caridad que Pablo llama «vínculo de la perfección» (Col 3, 14).
  • 25. purgatori • Hay que eliminar todo vestigio de apego al mal y corregir toda imperfección del alma. La purificación debe ser completa, y precisamente esto es lo que enseña la doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio. Este término no indica un lugar, sino una condición de vida. Quienes después de la muerte viven en un estado de purificación ya están en el amor de Cristo, que los libera de los residuos de la imperfección (cf. concilio ecuménico de Florencia, Decretum pro Graecis: Denzinger-Schönmetzer, 1304; concilio ecuménico de Trento, Decretum de iustificatione y Decretum de purgatorio: ib., 1580 y 1820).
  • 27. infierno • JUAN PABLO II AUDIENCIA Miércoles 28 de julio de 1999 • • El infierno como rechazo definitivo de Dios Dios es Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero, por desgracia, el hombre, llamado a responderle en la libertad, puede elegir rechazar definitivamente su amor y su perdón, renunciando así para siempre a la comunión gozosa con él. Precisamente esta trágica situación es lo que señala la doctrina cristiana cuando habla de condenación o infierno. No se trata de un castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas por el hombre en esta vida. La misma dimensión de infelicidad que conlleva esta oscura condición puede intuirse, en cierto modo, a la luz de algunas experiencias nuestras terribles, que convierten la vida, como se suele decir, en «un infierno».
  • 28. infierno • Con todo, en sentido teológico, el infierno es algo muy diferente: es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Es la situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su vida. Para describir esta realidad, la sagrada Escritura utiliza un lenguaje simbólico, que se precisará progresivamente. En el Antiguo Testamento, la condición de los muertos no estaba aún plenamente iluminada por la Revelación. En efecto, por lo general, se pensaba que los muertos se reunían en el sheol, un lugar de tinieblas (cf. Ez 28, 8; 31, 14; Jb 10, 21 ss; 38, 17; Sal 30, 10; 88, 7. 13), una fosa de la que no se puede salir (cf. Jb 7, 9), un lugar en el que no es posible dar gloria a Dios (cf. Is 38, 18; Sal 6, 6).
  • 29. infierno • El Nuevo Testamento proyecta nueva luz sobre la condición de los muertos, sobre todo anunciando que Cristo, con su resurrección, ha vencido la muerte y ha extendido su poder liberador también en el reino de los muertos. • Sin embargo, la redención sigue siendo un ofrecimiento de salvación que corresponde al hombre acoger con libertad. Por eso, cada uno será juzgado «de acuerdo con sus obras» (Ap 20, 13). Recurriendo a imágenes, el Nuevo Testamento presenta el lugar destinado a los obradores de iniquidad como un horno ardiente, donde «será el llanto y el rechinar de dientes» (Mt 13, 42; cf. 25, 30. 41) o como la gehenna de «fuego que no se apaga» (Mc 9, 43). Todo ello es expresado, con forma de narración, en la parábola del rico epulón, en la que se precisa que el infierno es el lugar de pena definitiva, sin posibilidad de retorno o de mitigación del dolor (cf. Lc 16, 19-31).
  • 30. infierno • También el Apocalipsis representa plásticamente en un «lago de fuego» a los que no se hallan inscritos en el libro de la vida, yendo así al encuentro de una «segunda muerte» (Ap 20, 13ss). Por consiguiente, quienes se obstinan en no abrirse al Evangelio, se predisponen a «una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Ts 1, 9). • 3. Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección.
  • 31. infierno • Por eso, la «condenación» no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor. • La «condenación» consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios, por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado.
  • 32. Cielo
  • 33. Cielo • JUAN PABLO II AUDIENCIA Miércoles 21 de julio de 1999 • Cuando haya pasado la figura de este mundo, los que hayan acogido a Dios en su vida y se hayan abierto sinceramente a su amor, por lo menos en el momento de la muerte, podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios, que constituye la meta de la existencia humana. • Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, «esta vida perfecta con la santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama ilel cielols. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha» (n. 1024).
  • 34. Cielo • . En el lenguaje bíblico el «cielo», cuando va unido a la «tierra», indica una parte del universo. A propósito de la creación, la Escritura dice: «En un principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn 1, 1). En sentido metafórico, el cielo se entiende como morada de Dios, que en eso se distingue de los hombres (cf. Sal 104, 2s; 115, 16; Is 66, 1). Dios, desde lo alto del cielo, ve y juzga (cf. Sal 113, 4-9) y baja cuando se le invoca (cf. Sal 18, 7.10; 144, 5). Sin embargo, la metáfora bíblica da a entender que Dios ni se identifica con el cielo ni puede ser encerrado en el cielo (cf. 1 R 8, 27); y eso es verdad, a pesar de que en algunos pasajes del primer libro de los Macabeos «el cielo» es simplemente un nombre de Dios (cf. 1 M 3, 18.19.50.60; 4, 24.55).
  • 35. Cielo • El Nuevo Testamento profundiza la idea del cielo también en relación con el misterio de Cristo. Para indicar que el sacrificio del Redentor asume valor perfecto y definitivo, la carta a los Hebreos afirma que Jesús «penetró los cielos» (Hb 4, 14) y «no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción del verdadero, sino en el mismo cielo» (Hb 9, 24). Luego, los creyentes, en cuanto amados de modo especial por el Padre, son resucitados con Cristo y hechos ciudadanos del cielo. • Vale la pena escuchar lo que a este respecto nos dice el apóstol Pablo en un texto de gran intensidad: «Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis sido salvadosy con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús
  • 36. Cielo • El Catecismo de la Iglesia católica sintetiza la enseñanza eclesial sobre esta verdad afirmando que, «por su muerte y su resurrección, Jesucristo nos ha ioabiertoló el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, que asocia a su glorificación celestial a quienes han creído en él y han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a él» (n. 1026). • se puede anticipar de alguna manera hoy, tanto en la vida sacramental, cuyo centro es la Eucaristía, como en el don de sí mismo mediante la caridad fraterna. Si sabemos gozar ordenadamente de los bienes que el Señor nos regala cada día, experimentaremos ya la alegría y la paz de que un día gozaremos plenamente
  • 37. Cielo • sin embargo, el pensamiento de las realidades últimas nos ayuda a vivir bien las realidades penúltimas. Somos conscientes de que mientras caminamos en este mundo estamos llamados a buscar «las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3, 1), para estar con él en el cumplimiento escatológico, cuando en el Espíritu él reconcilie totalmente con el Padre «lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1, 20).
  • 38. La vida cristiana como camino hacia la plena comunión con Dios Juan Pablo II Audiencia del miércoles 11 de agosto de 1999 • Después de haber meditado en la meta escatológica de nuestra existencia, es decir, en la vida eterna, queremos reflexionar ahora en el camino que conduce a ella. Por eso, desarrollamos la perspectiva presentada en la carta apostólica Tertio millennio adveniente: «Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se descubre cada día su amor incondicional por toda criatura humana, y en particular por el el hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32). Esta peregrinación afecta a lo íntimo de la persona, prolongándose después a la comunidad creyente para alcanzar a la humanidad entera» (n. 49).
  • 39. Vida cristiana como camino • En realidad, lo que el cristiano vivirá un día en plenitud, ya se ha anticipado en cierto modo ahora. En efecto, la Pascua del Señor es inauguración de la vida del mundo futuro. • El Antiguo Testamento prepara el anuncio de esta verdad a través de la compleja temática del Éxodo. El camino del pueblo elegido hacia la tierra prometida (cf. Ex 6, 6)
  • 40. Vida cristiana como camino • . El Nuevo Testamento anuncia el cumplimiento de esta gran espera, señalando en Cristo al Salvador del mundo: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4, 4-5). A la luz de este anuncio, la vida presente ya está bajo el signo de la salvación. Ésta se realiza en el acontecimiento de Jesús de Nazaret, que culmina en la Pascua, pero su realización plena tendrá lugar en la «parusía», en la última venida de Cristo.
  • 41. Vida cristiana como camino • El crecimiento hacia la perfección en Cristo y, por tanto, hacia la experiencia del misterio trinitario, implica que la Pascua sólo se ha de realizar y celebrar plenamente en el reino escatológico de Dios (cf. Lc 22, 16). Pero el acontecimiento de la encarnación, de la cruz y de la resurrección constituye ya la revelación definitiva de Dios. El ofrecimiento de redención que dicho acontecimiento entraña se inscribe en la historia de nuestra libertad humana, llamada a responder a la invitación de salvación. • La vida cristiana es participación en el misterio pascual, como camino de cruz y resurrección. Camino de cruz, porque nuestra existencia pasa continuamente por la criba purificadora que lleva a superar el viejo mundo marcado por el pecado. Camino de resurrección, porque el Padre, al resucitar a Cristo, ha derrotado el pecado, por lo cual, en el creyente, el «juicio de la cruz» se convierte en «justicia de Dios», es decir, en triunfo de su verdad y de su amor sobre la perversidad del mundo.
  • 42. Vida cristiana como camino • La vida cristiana es, en definitiva, un crecimiento en el misterio de la Pascua eterna. Por tanto, exige tener la mirada fija en la meta, en las realidades últimas, y, al mismo tiempo, comprometerse en las realidades «penúltimas»: entre éstas y la meta escatológica no hay oposición, sino, al contrario, una relación de mutua fecundación. Aunque es preciso afirmar siempre el primado de lo eterno, eso no impide que vivamos rectamente, a la luz de Dios, las realidades históricas (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1048 ss)
  • 43. • Se trata de purificar toda expresión de lo humano y toda actividad terrena, para que en ellas se refleje cada vez más el misterio de la Pascua del Señor. En efecto, como nos ha recordado el Concilio, la actividad humana, que lleva siempre consigo el signo del pecado, es purificada y elevada hasta la perfección por el misterio pascual, de modo que «los bienes de la dignidad humana, la comunión fraterna y la libertad, es decir, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal» (Gaudium et spes, 39). Esta luz de eternidad ilumina la vida y toda la historia del hombre sobre la tierra.