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LA NOCHE EN QUE HITLER SALIÓ DEL INFIERNO

                             Carlos Julio Ayrám Chede



La ventisca gélida se disipaba por todo Berlín, congelando la cantinela mística del
peregrinaje macabro de demonios y almas perdidas que transitaban desde el
Pandemónium, loando al magníficat dictador Adolfo Hitler. Se acercaba el fin del mundo.
El bostezo de Dios en los cielos obligaba a los arcángeles a encender las lámparas del
firmamento mientras que el soplo de los santos canonizados desvestía de sus poderosas
antorchas al rey de los cielos para darle paso a la encendida luz cenicienta que se
ubicaba en la suntuosa habitación de Dios. Ya las gentes se apercibían para recibir la
noche.



Los habitantes de la cuidad regresaban a sus casas. Tehodor Böll ya cerraba su tienda
de víveres. La botica de la señora Annette Lenau ya veía cómo los transeúntes
desaparecían y sus puertas la ocultaban de la vista humana, al igual la fábrica de
edredones a unos metros de la calle R…. detenía su producción en masa, el viejo
Heinrich Lessing fumaba su último cigarro, su cáncer crónico lo disfrutaba. Era la hora
de descansar; lo único que se podía escuchar era el traqueteo de las máquinas que
imprimía el diario local cuyo contenido se tornaba tremebundo ya que la gente estaba
acostumbrada a leer y llorar con el deceso de personas exógenas a la nación, bombas
nucleares, invasiones mercantilistas, venta de la democracia…. en fin que evidenciaba
con visos tétricos las penurias del mundo entero. Si en el cielo ya descansaban y en la
tierra la paz reinaba, en los infiernos por el contrario los planes comenzaban.



Padre nuestro que estas en los infiernos, tan profano y maldito sea tu nombre….
Proferían las almas pérfidas desde el Pandemónium que ardía mil veces más de lo
acostumbrado. Las borrascas sofocantes se filtraban por cada orificio de los cráteres del
caluroso lugar mientras que algunos condenados caminaban siendo víctimas de torturas
por parte de demonios y espectros. Los sinuosos caminos de lava ardiente reflejaban a
la perfección las patas de carnero, la cola puntiaguda, la dermis rojiza, el cuerpo
escultural, las manos grandes que sostenían un tridente, los ojos verde esmeralda que
avizoraban el sinapismo de sus secuaces y el lamento de los penados: era Luzbel. De
inmediato convocó una cofradía de brujas, demonios y almas condenadas al suplicio
eterno en el paraíso maldito. Dijo entonces el rey de los infernos: - Henos reunidos aquí
a todos los más despiadados y nefandos seres que aborrecen el Señor de los Cielos y
los seres humanos, ¡saldremos esta noche! (Recordemos que en el infierno cada hora es
como cada minuto en la tierra). Planeaban entonces dar el tan esperado golpe de gracia,
después del destierro del ángel maldito del paraíso y la afrenta        a Dios. Su última
alocución se focalizó en amenazas de muerte y desasosiego a sus seres creados. Dijo
después de un lacónico silencio: - necesitamos un general.



Menelao avistó a Agamenón, el Cesar miró a Carlo Magno, mientras que Ramsés II
miraba a Ramsés el grande. Sin decir nada Herodes y Mussolini asentían con su cabeza,
como quienes saben que serían seleccionados; Dios sabe que inicuos serían sus planes
en ese momento. Aunque muchos los postulaban, se oían, entre el gran alborozo de
malditos nombres, uno claro y ligeramente audible: ¡debe ser Adolfo Hitller! En el infierno
fue tanto el silencio que hasta en el muro de las lamentaciones quedaron absortos por la
mención de aquel personaje que para unos era dulce melodía, para otros terrores y
pánico. Luzbel Tembló de miedo. Sus casquetes de chivo tiritaban ante la entrada del
magníficat general. Sus botas y su símbolo nazi lo diferenciaban, su peripatético bigote
lo congratulaba, su uniforme lo cualificaba como el grande, impío dictador. Se hincaron
los débiles, atónitos los más convencidos, molestos lo más opcionados al cargo. Sin
necesidad de votaciones y sin discusión alguna fue seleccionado y acompañado de los
loores de la ocasión ¡Arriba Hitler! Los pormenores no interesaban, inermes se
enfrentarían ante el mundo que un día los despojo de su poderío, ya no serían simples
posesos; serían el tiempo, serían la materia, serían el dios que sustituiría al hedonista
empíreo.
Luzbel, quien exoraba su retorno al paraíso de cemento (porque hay tres paraísos:
celestial, terrenal y maldito), añoraba su golpe más fuerte, nada podía detenerlo,
teniendo a la cabeza al más sanguinario de los seres que haya llegado al mundo, el
dictador más admirado y odiado del universo, el ser más malsano en la historia de la
humanidad, peor que la burguesía. Ese era Hitler. Auschwitz renacería de las antorchas
demoniacas del infierno. El Pandemónium entonces se apercibía para la contienda.
Demontres, ángeles caídos, almas en pena, verdugos cadavéricos, quienes engrosaban
las filas malignas de Luzbel y Hitler canturreaban sin cesar pequeños estribillos que
aludían a su hazaña épica infernal. Había pasado algunas semanas en el infierno, ya era
alrededor de las tres de la mañana en la tierra, la hora perfecta, la hora de las brujas.



Era lo decisivo. El frio era aterrador en Berlín, nada se oía. Incauta dormía Edith Grass.
A unas cuantas casas estaba en su lecho Albrecht Breker, Sin contar los hermanitos
Radziwill que soñaban como tiernos angelitos. Una sacudida pavorosa estremeció la
cuidad. La Catedral de Magdeburgo se dividía en dos a la par que salían de una enorme
embocadura filas de demonios tarareando el estribillo que coreaban desde el
Pandemónium. El símbolo nazi relumbraba entre las multitudes de seres malhechores, y
se veía claramente como hasta el mismo Luzbel que hipócrita le sonreía. En la plaza
central Hitler hizo su alocución pertinente distribuyendo los roles de ataque, invasión y
dominio a la Berlín virgen del mal. Marchaban y todo era quietud. Nadie sabía de la
presencia malévola de los andarines endiablados ¡qué inocentes!



Daban las cuatros de la mañana, nadie había despertado. El diario local había
terminado su producción. La detención de las         máquinas de la imprenta, atrapó la
atención de la caravana demoniaca que por allí transitaba, abrieron las puertas y
observaron al viejo Konrad Polke, quien amarraba los últimos diarios locales para la
entrega en la siguiente hora. El viejo atisbó la expedición que allí se plantaba, miró a
Hitler le dio un diario y le dijo: - ¿por qué debemos tenerle miedo a un muerto como
usted cuando el infierno está en la tierra? Hitler tomó el diario lo leyó y derramó tantas
lágrimas que al fin comprendió algo importante. Dio la orden de que se regresaran en
contra de la voluntad de Luzbel. Todos los demonios estupefactos por su decisión le
preguntaron: ¿Por qué volvemos general?, y él contestando con vos plañidera, dijo:
¿para qué queremos invadir un infierno idéntico al nuestro? Condenada ya está la
humanidad, ¿quién teme a unos simples demonios y a su ataque cuando son los seres
humanos quienes se temen entre ellos? El mundo ya es un infierno caótico, salgamos
de aquí. Marcaban las cinco de la mañana ya Berlín se despertaba parsimoniosamente.
A las seis de la mañana, el infierno de los hombres había consumido la cuidad,
destruyó el lugar una bomba nuclear. Eran las Siete, el apocalipsis reinó en la tierra, la
tercera guerra mundial estalló. Y a las diez de la mañana, la extinción de la humanidad
llegó.

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La noche en que Hitler salió del infierno

  • 1. LA NOCHE EN QUE HITLER SALIÓ DEL INFIERNO Carlos Julio Ayrám Chede La ventisca gélida se disipaba por todo Berlín, congelando la cantinela mística del peregrinaje macabro de demonios y almas perdidas que transitaban desde el Pandemónium, loando al magníficat dictador Adolfo Hitler. Se acercaba el fin del mundo. El bostezo de Dios en los cielos obligaba a los arcángeles a encender las lámparas del firmamento mientras que el soplo de los santos canonizados desvestía de sus poderosas antorchas al rey de los cielos para darle paso a la encendida luz cenicienta que se ubicaba en la suntuosa habitación de Dios. Ya las gentes se apercibían para recibir la noche. Los habitantes de la cuidad regresaban a sus casas. Tehodor Böll ya cerraba su tienda de víveres. La botica de la señora Annette Lenau ya veía cómo los transeúntes desaparecían y sus puertas la ocultaban de la vista humana, al igual la fábrica de edredones a unos metros de la calle R…. detenía su producción en masa, el viejo Heinrich Lessing fumaba su último cigarro, su cáncer crónico lo disfrutaba. Era la hora de descansar; lo único que se podía escuchar era el traqueteo de las máquinas que imprimía el diario local cuyo contenido se tornaba tremebundo ya que la gente estaba acostumbrada a leer y llorar con el deceso de personas exógenas a la nación, bombas nucleares, invasiones mercantilistas, venta de la democracia…. en fin que evidenciaba con visos tétricos las penurias del mundo entero. Si en el cielo ya descansaban y en la tierra la paz reinaba, en los infiernos por el contrario los planes comenzaban. Padre nuestro que estas en los infiernos, tan profano y maldito sea tu nombre…. Proferían las almas pérfidas desde el Pandemónium que ardía mil veces más de lo acostumbrado. Las borrascas sofocantes se filtraban por cada orificio de los cráteres del caluroso lugar mientras que algunos condenados caminaban siendo víctimas de torturas por parte de demonios y espectros. Los sinuosos caminos de lava ardiente reflejaban a
  • 2. la perfección las patas de carnero, la cola puntiaguda, la dermis rojiza, el cuerpo escultural, las manos grandes que sostenían un tridente, los ojos verde esmeralda que avizoraban el sinapismo de sus secuaces y el lamento de los penados: era Luzbel. De inmediato convocó una cofradía de brujas, demonios y almas condenadas al suplicio eterno en el paraíso maldito. Dijo entonces el rey de los infernos: - Henos reunidos aquí a todos los más despiadados y nefandos seres que aborrecen el Señor de los Cielos y los seres humanos, ¡saldremos esta noche! (Recordemos que en el infierno cada hora es como cada minuto en la tierra). Planeaban entonces dar el tan esperado golpe de gracia, después del destierro del ángel maldito del paraíso y la afrenta a Dios. Su última alocución se focalizó en amenazas de muerte y desasosiego a sus seres creados. Dijo después de un lacónico silencio: - necesitamos un general. Menelao avistó a Agamenón, el Cesar miró a Carlo Magno, mientras que Ramsés II miraba a Ramsés el grande. Sin decir nada Herodes y Mussolini asentían con su cabeza, como quienes saben que serían seleccionados; Dios sabe que inicuos serían sus planes en ese momento. Aunque muchos los postulaban, se oían, entre el gran alborozo de malditos nombres, uno claro y ligeramente audible: ¡debe ser Adolfo Hitller! En el infierno fue tanto el silencio que hasta en el muro de las lamentaciones quedaron absortos por la mención de aquel personaje que para unos era dulce melodía, para otros terrores y pánico. Luzbel Tembló de miedo. Sus casquetes de chivo tiritaban ante la entrada del magníficat general. Sus botas y su símbolo nazi lo diferenciaban, su peripatético bigote lo congratulaba, su uniforme lo cualificaba como el grande, impío dictador. Se hincaron los débiles, atónitos los más convencidos, molestos lo más opcionados al cargo. Sin necesidad de votaciones y sin discusión alguna fue seleccionado y acompañado de los loores de la ocasión ¡Arriba Hitler! Los pormenores no interesaban, inermes se enfrentarían ante el mundo que un día los despojo de su poderío, ya no serían simples posesos; serían el tiempo, serían la materia, serían el dios que sustituiría al hedonista empíreo.
  • 3. Luzbel, quien exoraba su retorno al paraíso de cemento (porque hay tres paraísos: celestial, terrenal y maldito), añoraba su golpe más fuerte, nada podía detenerlo, teniendo a la cabeza al más sanguinario de los seres que haya llegado al mundo, el dictador más admirado y odiado del universo, el ser más malsano en la historia de la humanidad, peor que la burguesía. Ese era Hitler. Auschwitz renacería de las antorchas demoniacas del infierno. El Pandemónium entonces se apercibía para la contienda. Demontres, ángeles caídos, almas en pena, verdugos cadavéricos, quienes engrosaban las filas malignas de Luzbel y Hitler canturreaban sin cesar pequeños estribillos que aludían a su hazaña épica infernal. Había pasado algunas semanas en el infierno, ya era alrededor de las tres de la mañana en la tierra, la hora perfecta, la hora de las brujas. Era lo decisivo. El frio era aterrador en Berlín, nada se oía. Incauta dormía Edith Grass. A unas cuantas casas estaba en su lecho Albrecht Breker, Sin contar los hermanitos Radziwill que soñaban como tiernos angelitos. Una sacudida pavorosa estremeció la cuidad. La Catedral de Magdeburgo se dividía en dos a la par que salían de una enorme embocadura filas de demonios tarareando el estribillo que coreaban desde el Pandemónium. El símbolo nazi relumbraba entre las multitudes de seres malhechores, y se veía claramente como hasta el mismo Luzbel que hipócrita le sonreía. En la plaza central Hitler hizo su alocución pertinente distribuyendo los roles de ataque, invasión y dominio a la Berlín virgen del mal. Marchaban y todo era quietud. Nadie sabía de la presencia malévola de los andarines endiablados ¡qué inocentes! Daban las cuatros de la mañana, nadie había despertado. El diario local había terminado su producción. La detención de las máquinas de la imprenta, atrapó la atención de la caravana demoniaca que por allí transitaba, abrieron las puertas y observaron al viejo Konrad Polke, quien amarraba los últimos diarios locales para la entrega en la siguiente hora. El viejo atisbó la expedición que allí se plantaba, miró a Hitler le dio un diario y le dijo: - ¿por qué debemos tenerle miedo a un muerto como usted cuando el infierno está en la tierra? Hitler tomó el diario lo leyó y derramó tantas lágrimas que al fin comprendió algo importante. Dio la orden de que se regresaran en
  • 4. contra de la voluntad de Luzbel. Todos los demonios estupefactos por su decisión le preguntaron: ¿Por qué volvemos general?, y él contestando con vos plañidera, dijo: ¿para qué queremos invadir un infierno idéntico al nuestro? Condenada ya está la humanidad, ¿quién teme a unos simples demonios y a su ataque cuando son los seres humanos quienes se temen entre ellos? El mundo ya es un infierno caótico, salgamos de aquí. Marcaban las cinco de la mañana ya Berlín se despertaba parsimoniosamente. A las seis de la mañana, el infierno de los hombres había consumido la cuidad, destruyó el lugar una bomba nuclear. Eran las Siete, el apocalipsis reinó en la tierra, la tercera guerra mundial estalló. Y a las diez de la mañana, la extinción de la humanidad llegó.