La carta que Liliana Montalto, una alumna de séptimo grado, escribió a un soldado anónimo durante la guerra de Malvinas en 1982 fue recibida por el soldado Germán Farías. A pesar de la distancia geográfica y el paso del tiempo, Liliana y Germán mantuvieron una amistad de 30 años a través de correspondencia y encuentros personales. Treinta años después de la guerra, Liliana y Germán se reencuentran en la escuela donde comenzó todo, reafirmando el vínculo que surgió entre
1. En los primeros días de la guerra, Liliana Montalto, entonces
alumna de séptimo grado, le escribió a un soldado anónimo
apostado en Malvinas. La carta no tenía destinatario
preciso: el azar la llevó a manos de Germán Farías. Contra
una de las varias formas de olvido, ambos se empeñaron en
encontrarse, y aún siguen hermanados por aquellas frases
de niña que al ex combatiente le sirvieron de consuelo.
DETRAS
DE ESTAS
CARTAS, LA
HISTORIA DE
UNA AMISTAD
Caricias para el alma
La carta que le envió Liliana a Germán el 30 de abril
de 1982, encabezada por las palabras “Querido
héroe”. Y la respuesta del soldado, en el papel que
ella le mandó en el sobre, fechada el 16 de mayo.
“Estas palabras me hicieron sentir acompañado en las islas”
Por Alejandro Barbieri
Fotos: Fabián Uset
A 30 AÑOS
DEMALVINAS
2. Año 1982, guerra de Malvinas. Para ser
precisos, el 30 de abril. Las alumnas de
séptimo grado A del Normal Nº 7 de la
ciudad de Buenos Aires, en el barrio de
Almagro, reciben la consigna: “Saquen
una hoja y, si lo desean, escríbanle a un soldado”. No
hay nombres, no hay identificaciones, no hay grados ni
funciones en las cartas: sólo una vaga pero emocionada
dirección (“A un soldado de las Malvinas. Islas
Malvinas. Argentina”) y un destinatario incierto. Tan
incierto que, de todas las alumnas que enviaron la carta,
sólo dos recibieron respuesta, y sólo una prosiguió la
correspondencia y la amistad durante los siguientes
treinta años. Liliana Montalto (42 años, casada, dos hijas
–Pilar, 14 y Victoria, 11–) es aquella alumna que encabezó
la suya con un simple “querido héroe”, y el ex combatiente
ya no es un soldado desconocido: se llama Germán
Farías, tiene 50 años, es docente, está casado y es padre
de Elian, de 20 años, Reiquel, de 16, y Lihuén, de 5.
IR A LA GUERRA. Hace tres décadas, por haber sido
conscripto de la clase 62, Farías fue reincorporado como
soldado instruido, y el 14 de abril, a bordo de un camión
del Ejército, el segundo jefe de la Compañía Comando del
Regimiento 7 de Infantería de La Plata (“el mayor Carri-zo”)
les comunicó a él y sus camaradas una orden disfra-zada
de deseo: “Que tengan buen viaje. Si Dios quiere,
mañana nos vemos en Malvinas”.
A las diez de la noche del 15, Germán puso
pie en Puerto Argentino. Los primeros días
en las islas estuvieron signados por la adap-tación.
“Tuvimos que acostumbrarnos al
clima, hacer nuestros lugares para dor-mir,
evitar los pies mojados. Y tratar de co-mer
más allá de lo que nos daban, que era
muy poco. Después empezaron los bom-bardeos.
El sentimiento fue que en los 60
días que estuve allí pasé de la cordura a
la locura. No podía pensar ‘me gusta, no
me gusta’... Era algo que me pasó, que nos pasó, y había
que hacerlo. Nosotros teníamos que caminar dos kiló-metros
y medio para buscar la comida. Así que cuando
íbamos, preguntábamos por las cartas que llegaban de
las familias y junto con ésas, nos daban otras cartas que
llegaban de las escuelas. Uno de esos días me tocó una...
La elegí porque me pareció que era linda, agradable...
(muestra un sobre de color naranja, con una estampilla
que tiene una escarapela). La leí y la contesté, porque me
pareció que estaba bueno contestarla”.
Hubo una segunda carta que nunca llegó, debido al blo-queo
aéreo impuesto por los británicos. A Liliana le falta-ban
datos: sólo tenía el apellido en aquella respuesta. Ter-minada
la guerra, las noticias sobre Germán seguían au-sentes.
Ella tomó la iniciativa: dividió la vieja guía telefóni-ca
con dos amigas más... y a llamar a cada uno de los Farí-as
del mamotreto. Impostando la voz para no parecer de
doce años, explicando el motivo de la llamada, recorrió
uno por uno los Farías registrados en Entel. No tuvo
suerte, porque este soldado argentino no era de la Capital
Federal y sus alrededores, sino de la ciudad de La Plata. Al
poco tiempo, el paso cansino de la vuelta de un día de cla-se
se transformó en algarabía y entusiasmo, cuando su
madre le dijo: “Tengo una sorpresa para vos”. Y el al-muerzo
se postergó, para compartir en familia la lectura
de la carta. Esta vez, con los datos precisos del remitente.
La fiesta de palabras y oídos atentos continuó al día si-guiente,
cuando la carta fue releída en voz alta frente a to-do
el alumnado de 7º A de la Escuela Normal.
VUELTA Y ENCUENTRO. El regreso al continente, pa-ra
Germán, no fue el esperado: “Las secuelas las tenemos
todos y yo creo haberlas sobrellevado bastante bien; nos
juntamos, hablamos mucho con los compañeros...”.
–¿Que sentías al recibir las cartas?
–Cuando uno leía las cosas que decían los chicos de 12
años, nosotros con nuestros 20 pensábamos que si ellos
escribían esas palabras, diciéndonos que estaban orgullo-sos
y tratándonos de héroes, significaba que había familias
que estaban pendientes de lo que estábamos haciendo.
Tus viejas
cartas
Treinta años después,
en el aula del Normal
Nº 7 donde comenzó,
sin saberlo, esta
amistad, Liliana
Montalto y Germán
Farías con la primera
misiva y el sobre
naranja que él eligió
al azar.
Fiesta de 15
Un día muy feliz para la
niña: su cumpleaños
número 15. Y en la
fiesta, el ex
combatiente, ya parte
de esa hermandad que
sólo entiende el
corazón. Con ellos, los
padres de Liliana,
Pascual y Teresa.
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Volver
Después de treinta
años, en febrero,
Germán Farías (con
la camiseta de
Gimnasia y Esgrima
de La Plata) regresó
a las islas y se
reencontró con sus
compañeros caídos.
“La mayoría de las
tumbas dice
‘Soldado sólo
conocido por Dios’.
Lloré lo que no lloré
en treinta años...”,
confiesa.
Abajo: Junto al
mayor de sus hijos,
Elian, luego de pasar
la noche en la que
fuera su trinchera en
Wireless Ridge.
Al fondo, Puerto
Argentino.
Entonces era importante, porque representaban a toda la
gente, a todo un pueblo.
Y a pesar del contacto epistolar, entre el soldado y la
alumna quedaba una deuda pendiente: el encuentro. Una
tarde, el ex combatiente se animó y fue a visitar a Lilia-na
por sorpresa. Era la primera vez que se verían cara a
cara. “Hola, soy Germán, el soldado de Malvinas...”, dijo,
algo tímido, a través del portero eléctrico. Incrédula, la
mamá de la chica cortó... pero Germán insistió: “Usted tie-ne
una perra que se llama Marrana; me lo contó Lili en
la carta”. Fue suficiente. Siguieron el cumpleaños de 15
de Liliana, para el cual Germán vino desde La Plata en un
auto prestado, que tuvo que empujar luego de que se
descompusiera en uno de los días más lluviosos en Bue-nos
Aires. Más adelante fueron algunos cafés en Aráoz y
Corrientes. Y continuó con el Messenger, el Facebook y
el celular, completando el círculo de esta amistad. Como
le dice Germán hoy, que se reencuentran en la misma es-cuela
donde ella escribió las cartas. “Aun-que
no nos veamos, siempre te tengo
presente, porque fuiste parte de mi gue-rra.
Con tus palabras me hiciste sentir
acompañado, estuviste al lado mío
igual que mi familia. Qué bueno ha-berte
conocido, Lili; fuiste una brisa en-tre
tanto nubarrón”.
EL ULTIMO VIAJE. Germán Farías
regresó a Malvinas el 11 de febrero pa-sado,
después de 30 años, con sus dos
“Nuestros
compañeros
siguen
cuidando de
las islas y
soportando
el odio de
los ocupas.
Las hemos
caminado
con la
cabeza en
alto y con el
pecho
inflado de
orgullo”
hijos mayores. Y qué pluma mejor que
la suya para describir las sensaciones
del reencuentro con su posición de
combate. Esto escribió en su cuenta de
Facebook: “Valijas preparadas, sueño
cumplido. En minutos nos vamos de
Malvinas, como hace treinta años. Pe-ro
algunas cosas han cambiado. Los
colores ahora no son solamente blancos y negros. Los
miedos ahora son alegrías, las balas se transforma-ron
en pájaros, el humo de las bombas en nubes, las
bengalas enemigas en estrellas, las esquirlas en fina
lluvia. No hay olor a muerte, hay olor a vida. Algunas
cosas no han cambiado. Nuestros compañeros si-guen
cuidando de ellas y soportando el odio de los
ocupas. Hemos caminado con la cabeza en alto y con
el pecho inflado de orgullo. Quedaron cosas pendien-tes.
Siempre quedan cosas pendientes. Son los pretex-tos
para volver. Hay algunas cruces que tienen nom-bre,
pero la mayoría dice ‘Soldado sólo conocido por
Dios’. En el cementerio pude llorar lo que no lloré en
estos 30 años. ¡Nos vamos, Malvinas! ¡Volveremos!”. ■
Agradecimiento: Coordinadora del área
de Comunicación del Normal 7, Alicia Imperiale.