1. METALES QUE CONTAMINAN
Se ha demostrado científicamente que,
además de causar algunos de los
problemas ambientales más graves, la
exposición a metales pesados en
determinadas circunstancias es la causa
de la degradación y muerte de
vegetación, ríos, animales e, incluso, de
daños directos en el hombre .
De los 106 elementos conocidos por el
hombre, 84 son metales, por lo que no
es de extrañar que las posibilidades de
contaminación metálica en el ambiente
sean numerosas. Hay que tener
presente que los metales son materias
naturales que (desde la edad de hierro)
han desempeñado un papel fundamental
en el desarrollo de las civilizaciones. El
problema surge cuando prolifera su uso
industrial. Y su empleo creciente en la
vida cotidiana termina por afectar a la
salud. De hecho, el crecimiento
demográfico en zonas urbanas y la
rápida industrialización han provocado
serios problemas de contaminación y
deterioro del ambiente, sobre todo, en
los países en vías de desarrollo.
Pero no todos los metales son
peligrosos; algunos, pese a su toxicidad,
se presentan de forma muy escasa o
indisoluble, por lo que el número de
estos productos dañinos para la salud
sólo engloba a unos pocos. De entre
ellos, destacan el plomo y el mercurio,
seguidos por el berilio, el bario, el
cadmio, el cobre, el manganeso, el
níquel, el estaño, el vanadio y el cinc.
Aunque su presencia natural no debería
ser peligrosa (es parte del equilibrio de
la naturaleza), lo que sucede es que,
desde la Revolución Industrial, su
producción ha ascendido
vertiginosamente: entre 1850 y 1990 la
presencia de plomo, cobre y zinc se
multiplicó por diez, con el
correspondiente incremento de
emisiones que ello conlleva.
La actividad industrial y minera arroja al
ambiente metales tóxicos como plomo,
mercurio, cadmio, arsénico y cromo,
muy dañinos para la salud humana y
para la mayoría de formas de vida.
Además, los metales originados en las
fuentes de emisión generadas por el
hombre (antropogénicas), incluyendo la
combustión de nafta con plomo, se
encuentran en la atmósfera como
material suspendido que respiramos. Por
2. otro lado, las aguas residuales no
tratadas, provenientes de minas y
fábricas, llegan a los ríos, mientras los
desechos contaminan las aguas
subterráneas. Cuando se abandonan
metales tóxicos en el ambiente,
contaminan el suelo y se acumulan en
las plantas y los tejidos orgánicos.
La peligrosidad de los metales pesados
es mayor al no ser química ni
biológicamente degradables. Una vez
emitidos, pueden permanecer en el
ambiente durante cientos de años.
Además, su concentración en los seres
vivos aumenta a medida que son
ingeridos por otros, por lo que la ingesta
de plantas o animales contaminados
puede provocar síntomas de
intoxicación. De hecho, la toxicidad de
estos metales ha quedado documentada
a lo largo de la historia: los médicos
griegos y romanos ya diagnosticaban
síntomas de envenenamientos agudos
por plomo mucho antes de que la
toxicología se convirtiera en ciencia.
Estudios muy recientes se han ocupado
de la repercusión negativa de los
metales pesados en la situación del
ecosistema y la salud del ser humano.
Hoy día se conoce mucho más sobre los
efectos de estos elementos, cuya
exposición está relacionada con
problemas de salud como retrasos en el
desarrollo, varios tipos de cáncer, daños
en el riñón, e, incluso, con casos de
muerte. La relación con niveles elevados
de mercurio, oro y plomo ha estado
asociada al desarrollo de la
autoinmunidad (el sistema inmunológico
ataca a sus propias células tomándolas
por invasoras). La autoinmunidad puede
derivar en el desarrollo de dolencias en
las articulaciones y el riñón, tales como
la artritis reumática, y en enfermedades
de los sistemas circulatorio o nervioso
central.
A pesar de las abundantes pruebas de
estos efectos nocivos para la salud, la
exposición a los metales pesados
continúa y puede incrementarse por la
falta de una política consensuada y
concreta. El mercurio todavía se utiliza
profusamente en las minas de oro de
América Latina. El arsénico, junto con
los compuestos de cobre y cromo, es un
ingrediente muy común en los
conservantes de la madera. El aumento
del uso del carbón incrementará la
exposición a los metales porque las
cenizas contienen muchos metales
3. tóxicos que pueden ser aspiradas hasta
el interior de los pulmones.
Varios estudios dejan patente el
aumento de los metales en todo el
mundo. Así, el contenido de plomo en
las capas de hielo depositadas
anualmente en Groenlandia evidencia un
aumento continuado que corre parejo
con el renacer de la minería en Europa.
La consecuencia es una presencia de
ese metal cien veces superior a la
natural. La minería propiamente dicha,
no sólo de metales pesados, sino
también de carbón y otros minerales,
constituye otra vía de exposición.
Cierto es que se han realizado
progresos perceptibles en la seguridad
de los trabajadores y en lograr una
producción más limpia, pero la minería
continúa siendo una de las actividades
más dañinas y peligrosas para el medio
ambiente. En Bolivia los residuos tóxicos
de una mina de zinc en los Andes
acabaron con la vida acuática a lo largo
de un trecho de 300 kilómetros de vías
fluviales en 1996, y pusieron en peligro
la vida de 50.000 agricultores. Las
fundiciones incontroladas han
configurado algunas de las peores zonas
muertas del medio ambiente, en las que
la vegetación apenas sobrevive. Por
ejemplo, las emisiones tóxicas de las
fundiciones de níquel en Sudbury,
Ontario (Canadá), devastaron 10.400
hectáreas de bosques situados en la
zona de influencia de los vientos
procedentes de la fundición.
En 1953, unas familias de pescadores
que vivían a orillas de la bahía de
Minamata, Japón, sufrieron el azote de
una misteriosa enfermedad neurológica.
Perecieron cuarenta y cuatro personas,
y muchos supervivientes quedaron
paralizados. El origen de la dolencia no
se pudo esclarecer hasta que se reparó
en síntomas parecidos en aves marinas
y gatos domésticos. Esta observación
dirigió la atención hacia los alimentos
que compartían: peces y mariscos. Al
final, se descubrió que la causa de la
enfermedad era el metilmercurio vertido
en la bahía por una fábrica de plásticos,
una sustancia que se concentró en
peces y mariscos para acabar siendo
ingerida por las víctimas. En marzo de
1970, un científico noruego descubrió
que el nivel de mercurio en los peces de
los Grandes Lagos superaba en un 20%
al permitido. Se prohibió su venta hasta