7. Indice
Presentación al segundo volumen ............................... 7
Introducción. Primeros descubrimientos de los efec
tos de la comunicación, crisis posterior y nuevos
planteam ientos, de Miquel de Moragas Spá .............. 11
Comunicación de masas, gustos populares y acción
social organizada, de Paul Félix LazarsfeldlRobert
King Merton ....................................................................... 22
Estructura y función de la comunicación en la socie
dad, de Harold D. Lasswell ............................................ 50
Análisis funcional y comunicación de masas, de
Charles R. W right.............................................................. 69
La invasión desde Marte, de Hadley Cantril..... ........ 91
Efectos a corto y a largo plazo en el caso de los films
de «orientación» o propaganda, de Cari /. Hovland/
Arthur A. Lumsdaine/Fred D. Sheffield........................ I ll
Usos y gratificaciones de la comunicación de masas,
de Elihu KatzJJay G. BlumlerlMichael Gurevitch....... 127
¿El público perjudica a la televisión?, de Uniherto
Eco ...................................................................................... 172
Bibliografía citada del segundo volumen .................. 197
5
8.
9. Presentación al segundo volumen
En este segundo volumen se recogen los principales
marcos conceptuales descubiertos por las corrientes fun-
cionalistas para la interpretación de la comunicación en
la sociedad, y que se refieren, básicamente, a la experien
cia de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial
en Estados Unidos de América.
Excluimos explícitamente de esta segunda parte la
tem ática relativa a la propaganda política y a la opinión
pública, que dada su im portancia histórica encuentran un
tratam iento específico en el tercer volumen, dedicado mo
nográficamente a tal tem ática. La investigación socioló
gica sobre la comunicación de masas tiene dos marcos
conceptuales de interpretación fundamentales: el de la
teoría de las funciones y el de la teoría de los efectos.
Los artículos de Lasswell y W right definen el fenó
meno comunicativo describiendo las funciones que este
fenómeno desempeña en la sociedad. El artículo de La-
zarsfeld y Merton m arca el alcance de la capacidad crítica
de estas teorías y, más en general, de la mass communi
cation research, que contrapone «funcionalidad» y «dis
funcionalidad», siempre dentro del conformismo carac
terístico de estas corrientes teóricas.
Descritas las principales características de la investi
gación sobre los efectos en el prim er volumen de esta an
tología —artículos de Janowitz y Schultz y de Statera—,
los lectores tendrán la oportunidad de conocer de prim era
mano algunos de los textos más representativos, como el
de Cantril, que recopila los efectos de la célebre retrans
misión radiofónica de Orson Welles de La invasión desde
Marte, o como el artículo de Hovland, Lumsdainc y Shef
field, sobre los efectos de los films de propaganda.
7
10. En este mismo volumen tam bién se presentan al lec
tor dos puntos de contraste con las anteriores teorías
—artículos de Eco y de Blumler, Katz y Gurevitch— y que
desde enfoques distintos tienen en común el m utuo interés
por la participación de los receptores en los procesos de
decodificación y de uso de los mensajes que reciben.
El artículo de Umberto Eco, «¿El público perjudica a
la televisión?», constituye un im portante testimonio de
los cambios experimentados por la semiótica en su etapa
reciente de superación de los esquemas del saussuria-
nismo.
La semiótica ya no se resigna a ocuparse únicamente
del contenido, o de los signos como unidades mínimas,
centrales de su análisis, sino que trasciende la preocupa
ción por el contenido con su preocupación por las condi
ciones de lectura de los mensajes, trasciende la preocu
pación por los signos y por sus sistemas al ocuparse de las
unidades superiores del discurso. Estos planteam ientos de
la semiótica pragm ática son oportunos en esta antología,
por cuanto que significan la apertura a una colaboración
entre la semiótica y la sociología capaz de superar larga
mente los límites del análisis de contenido en su día sin
tetizado por Berelson.
El artículo de Blumler, Katz y Gurevitch, «Usos y gra
tificaciones de la comunicación», se sitúa en esta misma
línea desde una perspectiva sociológica, haciendo una sín
tesis de los trabajos sociológicos que plantean una alter
nativa a la tradicional teoría de los efectos y de las funcio
nes, poniendo atención en las condiciones de recepción y
su forma de determ inar el uso de los medios en función de
las expectativas de la gratificación que de este uso puedan
derivarse.
La evolución más reciente de los trabajos teóricos
—tam bién podríamos hablar de estancam iento de la «teo
ría de los usos y gratificaciones»— y la evidencia de las
profundas transformaciones del sistema comunicativo,
nos han aconsejado dejar en este punto este segundo vo
lumen, sin am pliar las consideraciones contrastantes y
que, difícilmente, aceptarían ya el título común de «Es
8
11. tructura, funciones y efectos» de la comunicación de m a
sas. Los nuevos problemas nos obligan a nuevos y distin
tos planteam ientos, que agrupamos en una nueva parte,
el cuarto volumen de esta antología, que titulam os «Nue
vos problem as y transformación tecnológica».
Alguien se ha referido al panoram a teórico actual di
ciendo que las turbulencias han removido «las aguas tran
quilas» del paradigm a de Lasswell.
La prim era y principal turbulencia ha venido deter
m inada por la resistencia originada en distintas socieda
des —particularm ente del Tercer Mundo— a aceptar
como propias las experiencias y los proyectos sociales des
critos o propuestos en los estudios de la mass communi
cation research.
La interpretación de las funciones de los medios aquí
descrita se descalifica no sólo por sus equívocos endóge
nos, sino sobre todo por su incompetencia para la univer
salización.
Con todo, su estudio continúa siendo interesante y
útil, aunque sólo sea, y esto es mucho, para que sepamos
aquello que ya no puede decirse de la relación entre los
medios de comunicación y la sociedad.
M. de M.S.
9
12.
13. Introducción
Primeros descubrimientos de los efectos de la
comunicación, crisis posterior y nuevos
planteamientos
Miquel de Moragas Spá
Las teorías de los efectos
La teoría de los efectos de la comunicación de masas
tiene su origen en los descubrimientos que se realizan en
los años cuarenta, sobre la complejidad comunicativa, so
cial y cognoscitiva que determ ina los resultados de la ac
ción informativa. Estos estudios tienen dos influencias
teóricas principales: de una parte la de los sociólogos que
trabajan con P.F. Lazarsfeld en distintos estudios sobre
los resultados y la eficacia de las campañas electorales, y
por otra, la del equipo de psicólogos que trabajan sobre la
persuasión junto a C.I. Hovland en la Universidad de Yale.
Entre los numerosos escritos sobre esta materia*
puede destacarse una recopilación que merece y ha me
recido en las más diversas Universidades, incluidas en
este caso las de los países socialistas, la categoría de texto
indiscutible. Me refiero al libro de Joseph T. Klapper,
Efectos de la comunicación de masas (Klapper, 1949). Este
libro, básico para cualquier trabajo académico, no es pro-
* Yo mismo he descrito en sus llenas generales estas dos grandes
escuelas. Véanse, concretamente, los capítulos:
«Paul F. Lazarsfeld y los primeros estudios empíricos», «Cari I. Hovland
y la Escuela de Yale: la psicología de los efectos», en Teorías de la Co
municación. Estudios sobre medios en América y Europa, Editorial Gus
tavo Gili, S.A. Barcelona, 1984,2 pp. 45 a 54 y 59 a 63.
11
14. píam ente una aportación original, sino más bien una re
copilación completa y sistem atizada de los numerosos es
tudios que, desde las ópticas psico-sociológicas y socioló
gicas, se desarrollaron en este sector entre 1940 y 1964.
Los estudios recopilados por Klapper ponen ya de m a
nifiesto claram ente la existencia de una gran pluralidad
de factores en la determinación de la influencia comuni
cativa sobre los efectos subsiguientes a la acción comuni
cativa. Adviértase tam bién que este planteam iento revela
que el estudio sobre los efectos se orienta y gira básica
m ente sobre los mensajes y procesos comunicativos que,
de m anera directa o indirecta, están relacionados con la
persuasión. La psicología y la sociología de los efectos son,
fundam entalm ente, una teoría de la persuasión comuni
cativa.
Una atención aparte merecen los estudios sobre los
mensajes y los procesos comunicativos relacionados con
la funcionalidad y la disfuncionalidad, enfoque más am
plio que el planteam iento original de la teoría de los efec
tos que se refieren a los resultados subsiguientes y puntua
les de la acción de los mensajes.
En el transfondo del trabajo teórico sobre los efectos
se encuentran necesidades prácticas relacionadas con la
propaganda política y con la publicidad comercial. En el
transfondo de las teorías sobre las funciones se encuentra
la necesidad de interpretar la nueva sociedad de los «me
dios y de la industrialización».
Después de Lazarsfeld y Hovland los efectos ya no
pueden interpretarse como resultados puntuales, tal y
como se supuso durante muchos años de acuerdo con
planteam ientos conductistas elementales.
Una vez establecido el contacto con los mensajes, el
alcance de la percepción se va condicionando por unos
determ inados a priori que aceptan y descartan aquellos
aspectos que no se adecúan a sus pautas.
Incluso las propias informaciones percibidas son mo
dificadas y sometidas a aquel marco subjetivo de intere
ses. Esta serie de a prioris de conocimiento se completan
con la influencia de los media y de la comunicación inter
personal.
12
15. En definitiva, el giro teórico que recopila Klapper re
presenta una superación crítica del planteam iento sub
yacente en el Paradigma de Lasswell, que, como ya hemos
dicho, no contempla la complejidad de los procesos de
circulación y decodificación informativas.
«Casi todos los aspectos de la vida de cada uno de los
miembros del público —dice Klapper—, y casi todos los
de la cultura en que se produce la comunicación, parecen
susceptibles de relación con los efectos de ésta» (Klapper,
1949: 6).
La investigación descubre una m ultiplicidad de fac
tores de «intervención»: imagen que el público tiene de
las fuentes de información, el paso del tiempo y su influen
cia sobre la memorización, las vinculaciones de los indi
viduos al grupo, las actividades de los líderes de opinión,
los aspectos paralelos a la acción comunicativa, etcétera.
Esto significa que «debe abandonarse la tendencia a
considerar la comunicación de masas como una causa ne
cesaria y suficiente de los efectos que se producen en' el
público, para verla como una influencia que actúa, junto
con otras influencias, en una situación total» (Klapper,
1949: 7). Esto no significará, evidentemente, que debe des
cartarse o m inimizarse la intervención de los mass-media
en la consecución de los resultados, sino más bien, que la
interpretación de la causalidad debe contextualizarse en
el conjunto de factores comunicativos y sociales que se
entrecruzan.
En definitiva, los efectos de la comunicación empie
zan a estudiarse más en términos de causas cooperantes
que en términos de causas mayores, necesarias o suficien
tes.
La investigación sobre los efectos experimenta sobre
las consecuencias de las alteraciones y variaciones de los
elementos básicos que componen el proceso comunicativo
(fuente, contenido, medio de comunicación, situación de
comunicación), y sobre las influencias que unos y otros
modelos y procesos de interrelación ejercen entre sí: bá
sicamente la influencia que los grupos ejercen sobre los
individuos y, en ellos, el papel que desempeñan los líderes
13
16. de opinión. Podemos sintetizar algunos de los principales
descubrim ientos de Hovland en relación con estos cruza
m ientos de influencias.
La eficacia persuasiva del acto comunicativo se rela
ciona con la credibilidad de la fuente; un mismo mensaje
«puesto en boca» de una fuente dotada de mayor credibi
lidad ofrece tam bién unos mayores resultados de eficacia
persuasiva (Hovland/Weiss, 1951). Un mismo mensaje
transm itido a través de medios distintos ofrece, igual
m ente, resultados distintos.
Son posibles numerosas estrategias de composición
de los mensajes en orden a conseguir una mayor eficacia
en la persuasión. Presentar uno solo, o más de un aspecto
de la cuestión; explicitar o no el objeto básico de la argu
mentación; ordenar la presentación de los argumentos;
utilizar o no los recursos emotivos, tales como la amenaza,
la repetición de los argumentos, etc. (Hovland/Lums-
daine/Sheffield, 1949). La eficacia de los mensajes variará
según la condición de recepción: mayor o m enor predis
posición a la aceptación de los mensajes según la hora de
recepción, según si la recepción es en solitario o comuni
taria, según se produzca en el propio hogar o fuera de él,
etc. Recuérdese el artículo de Janowitz y Schultz en el
volumen anterior.
Si Hovland fue quien dejó sentadas las bases de las
condiciones psicológicas de la decodificación y quien
abrió experim entalm ente el camino para una nueva teoría
de los efectos, esta misma tarea, desde el punto de vista
de las condiciones sociales y las interferencias comunica
tivas que en ella se producen, fue obra pionera de Lazars
feld (Moragas, 19482: 45).
Para un conocimiento de la evolución de estas inves
tigaciones deberá seguirse, por lo menos, los siguientes
hitos bibliográficos:
—Lazarsfeld, P.F./B.B. Berelson/H. Gaudet (1948).
—Lazarsfeld, P.F./B.B. Berelson/W.N. McPhee (1954).
—Katz, E./P.F. Lazarsfeld (1955).
El prim ero de estos estudios, del que aquí ofrecemos
una síntesis en el artículo de Lazarsfeld del próximo vo
14
17. lumen, consiste en un seguimiento de los cambios de opi
nión y actitud que se derivan de una cam paña electoral:
la norteam ericana de 1941 en Erie (Ohio).
Este estudio descubre que los medios de comunica
ción, más que promover «cambios», lo que hacen es refor
zar las opiniones ya existentes.
Más que los medios, son los contactos personales, los
intercam bios grupales y, más específicamente, los líderes
de opinión quienes son capaces de conseguir la produc
ción de cambios de actitud.
Lazarsfeld, en una segunda ocasión, con Berelson y
McPhee, repitió la investigación en 1948 —véase una sín
tesis de este trabajo en el artículo de estos tres autores en
el próximo volumen—, y reforzó las hipótesis ya plantea
das en su anterior estudio.
Tomando como base estas investigaciones, Lazarsfeld
y Katz realizaron una nueva investigación centrada en el
papel de los líderes de opinión y en el establecimiento de
un doble escalón de comunicación. Se advierte que las
personas que ejercen un liderazgo en la comunidad coin
ciden con los que se prestan a un m ayor contacto con los
medios, actuando como intermediarios en el proceso de
circulación de los mensajes de aquéllos.
Aestos estudios, que estimamos fundamentales, sobre
los efectos de los medios de comunicación, les ha seguido
una inacabable lista de trabajos monográficos sobre los
efectos causados por determinados estímulos comunica
tivos sobre determinados públicos.
Esta larga lista presenta unos temas que han mere
cido una atención prioritaria de los investigadores; de es
tos temas, con la televisión como protagonista principal,
pueden destacarse, por lo menos, cuatro.
1. Efectos de la descripción de los crímenes y de la
violencia.
2. Efectos del m aterial de evasión sobre la capacidad
cívica de los ciudadanos.
3. La influencia de la televisión sobre los menores;
violencia y sexo, fundam entalm ente (Himmelweit/Oppen-
heim/Vince, 1958).
15
18. 4. Tendencia a la pasividad creada por la recepción
de los medios.
Por lo que hace referencia a la violencia, las tesis más
extendidas son las que afirm an que en lugar de estudiar
las consecuencias de la descripción de la violencia sobre
el acto o la inclinación al delito, deberán estudiarse las
inclinaciones previas de los delincuentes. Se explica que
son razones «extracomunicativas» las que determ inan
aquella inclinación.
Los medios, en todo caso, como sucedía con la pro
paganda política, refuerzan las tendencias preexistentes
hacia la violencia, pero no la provocan allí donde no exista
tal predisposición.
La sociología de los efectos aporta, desde luego, im
portantes descubrimientos a la Sociología de la Comuni
cación de Masas. Se sabe que las acciones del emisor y del
receptor están determ inadas por su ubicación en el sis
tem a social; que la comunicación de masas opera como
refuerzo de actitudes y de opiniones ya existentes; que los
medios de comunicación de masas más que cambiar, re
fuerzan; que la gente tiende a escuchar lo que más le gusta
y lo que está más de acuerdo con sus expectativas de fu
turo; que la comunicación de masas se estructura con
otros canales y pautas de comunicación; que entre los me
dios y el público se sitúan los líderes de opinión, que va
loran, enfatizan o discuten las informaciones de los me
dios.
Del funcionalismo a los «usos y gratificaciones»
La sociología de la comunicación funcionalista parte
de la idea de que la actividad social debe entenderse en
términos de estructura, de interdependencia de elemen
tos, en el sentido de que el uso de los medios no es inde
pendiente de la función social que cumplen. La sociedad
se explica en términos de estructura y de interrelación
16
19. dinám ica. De m anera introductoria podríamos hablar de
«finalidad» como sistema de participación y «engranaje»
en el conjunto social.
El prim ero que formuló las propuestas básicas de la
teoría funcionalista de los medios, mejor sería decir de su
interpretación funcionalista, fue Harold D. Lasswell, co
nocido sobre todo por su «paradigma» y fundador de una
corriente teórica que, en sus primeros pasos, es una teoría
funcionalista del uso político de los mismos.
El artículo fundam ental de aquella aproximación es
el que aquí reproducimos y que fue publicado original
mente en 1948: «The Structure and Functions of Com
m unication in Society», en el que se plantea un parale
lismo entre la acción social de los medios de comunicación
social y las funciones descubiertas en el análisis de la co
municación anim al y biológica.
«En algunas sociedades animales —dice Lasswell—,
ciertos miembros desempeñan misiones especializadas y
vigilan el entorno. Los individuos actúan como «centine
las», separados del rebaño o m anada y creando un estado
de alarm a cada vez que ocurre un cambio alarm ante en
los alrededores. El trompeteo, cacareo o chillido del cen
tinela basta para poner a todo el grupo en movimiento [...]
Cuando revisamos el proceso de comunicación de cual
quier lugar o estado de la comunidad m undial, observa
mos tres categorías de especialistas. Un grupo vigila el
entorno político del estado como un todo, otro correla
ciona la respuesta de todo el estado al entorno, y un ter
cero transm ite ciertas pautas de respuesta de los viejos a
los jóvenes. Diplomáticos, agregados y corresponsales ex
tranjeros representan a quienes se especializan en el en
torno. Editores, periodistas y locutores son correlatores de
la respuesta interna. Los pedagogos, en familia y en la
escuela, transm ite el legado social [...]»
La teoría funcionalista pronto encontró su límite, pre
cisamente cuando se precipitó la definición, cosificación,
de sus funciones más relevantes. Entonces, y en lugar de
profundizar en el terreno de las estructuras, de las interre-
laciones entre el sistema comunicativo y la organización
17
20. social, se tendió a encasillar en unos pocos conceptos todo
el acervo y dinám ica de los procesos comunicativos. Estos
conceptos, básicos, fueron los siguientes:
Supervisión del ambiente: Recoger y distribuir infor
mación, con lo que, de m anera semejante a la acción «se
miótica» de las abejas y de tantos animales, se ejerce la
función de protección de la comunidad ante los hipotéti
cos peligros que pueden acecharla.
Preparación de la respuesta de la sociedad: Se trata de
conseguir el um bral necesario de consenso y de prontitud
en la respuesta, ante los acontecimientos que amenacen la
estabilidad de la comunidad. Los medios tienen como fun
ción prioritaria y específica, una vez garantizado el cono
cim iento del am biente, perm itir la respuesta adecuada y
consensuada, social, para su defensa.
Transmisión de la herencia cultural de una generación
a otra: Esta garantía de continuidad se extiende, más allá
de la condición sincrónica, a la condición diacrónica. El
consenso, el acuerdo acerca de unas pautas comunes de
conducta debe proseguirse de generación en generación,
para evitar que se produzca una distorsión en la organi
zación social, cosa que garantiza el desarrollo de las fun
ciones comunicativas.
Estas prim eras funciones descritas por Lasswell se
am pliarán y se sistem atizarán más tarde en la obra de
W right, del que aquí publicamos su artículo más repre
sentativo, y que en el terreno de la teoría funcionalista
desempeña un papel parecido al que ejerció la obra de
Klapper en el terreno de la teoría de los efectos (Wright,
1959). Con W right aum enta el núm ero de clasificaciones
relativas a las funciones de la comunicación.
A las tres funciones ya reseñadas se le añade, ahora,
una cuarta que ya no se relaciona con la función política:
la del entretenim iento.
Los medios ejercen, además, funciones culturales es
pecíficas, pero estas funciones, en el juicio de W right, pue
den descubrirse como dependientes de cada una de las
cuatro grandes categorías anteriorm ente citadas y que
configuran la funcionalidad de los medios. En la fase más
18
21. desarrollada de su elaboración, el funcionalismo (Mora
gas, 19842: 180) establece dos nuevas subdivisiones y dis
tingue entre funciones manifiestas y funciones latentes, y
entre funciones y disfunciones.
Respecto de esta segunda cuestión se entiende que, de
la misma forma que los medios pueden contribuir a la
estabilidad —se considera que la estabilidad es la base del
progreso social—, tam bién pueden contribuir al desorden
y al retroceso, poniendo en peligro aquella estabilidad so
cial. Ésta es una de las cuestiones que ha merecido un
mayor debate respecto de las condiciones ideológicas im
puestas desde el funcionalismo a la Sociología de la Co
municación de Masas (M attelart, 1970).
Una perspectiva más amplia, como he recogido en
otro lugar (Moragas, 19842: 50 a 54), es la que ofrece la
preocupación m oral que subyace en el criterio de las fun
ciones manifiestas y las funciones latentes; tal y como des
cribe Merton en el artículo que aquí reproducimos, intro
duciendo en la discusión de la funcionalidad la adverten
cia de los «intereses» que acompañan a los procesos infor
mativos destinados al dominio de los emisores sobre los
receptores.
No puede afirmarse que la información sirva, única
mente, como instrum ento para establecer el consenso,
sino que debe afirmarse que este establecimiento puede
tener, y de hecho así ocurre con frecuencia, una finalidad
persuasiva y de dominio.
Aunque Wright, diez años más tarde (Wright, 1974)
de su famoso trabajo de síntesis sobre las funciones de los
medios que aquí publicamos, haya insistido en la perti
nencia teórica de aquellos planteam ientos, lo cierto es que
aquellas prim eras teorías se han visto desbordadas por la
creciente atención y los nuevos conocimientos sobre el
comportam iento de los usuarios ante los medios. La teoría
de los «usos y gratificaciones», que resumen en su artículo
Katz, Blumer y Gurevitch, venía a desplazar los plantea
mientos teóricos clásicos del funcionalismo. No puedo ex
tenderme en este punto, pero sí creo que debo intentar
ubicar este problem a en su contexto teórico preciso.
19
22. Puede observarse que el planteam iento básico del
funcionalismo parte del supuesto de la existencia de unas
condiciones sociales predeterm inadas. Los funcionalistas
—Parsons, por ejemplo— habían definido, previamente,
cuáles eran las estructuras funcionales que determ inaban
y m otivaban la acción social, a saber: consecución de los
fines perseguidos, adaptación al medio o a la situación;
m antenim iento de la pauta; patrón o modelo, sobre el que
está constituido el sistema social; integración a dicho sis
tem a.
El estudio mismo de la complejidad social internacio
nal y del devenir histórico, la aparición de distintas crisis
políticas y económicas desmienten estos presupuestos. Es
entonces cuando la investigación de las comunicaciones,
más consecuentes con los descubrimientos apuntados por
Lazarsfeld o, más recientemente, por la antropología y la
semiótica, gira su atención hacia las actitudes de los re
ceptores.
Esta actitud de aproximación a lo que «la gente hace
con los medios» obliga a revisar críticam ente las catego
rías que estableció el funcionalismo clásico y a considerar
hasta qué punto aquellas funciones entendidas como sa
tisfacciones a las necesidades de los «usuarios» son depen
dientes de otras posibles fuentes de gratificación.
Este estudio desde los receptores dem uestra que al
gunas de las funciones o disfunciones tradicionalm ente
atribuidas a los mass-media pueden ser cumplidas por
otras instancias sociales, entre las que serán destacables,
por descontado, los niveles de comunicación no masivos.
Las funciones atribuidas a los mass-media aparecen
ahora como funciones atribuidas a otros modelos de co
m unicación y, por tanto, intercam biables y sustituibles.
La industrialización, en efecto, altera el sistema de la co
municación humano-social, sustituyendo procesos de co
municación intcr-personales por sistemas de comunica
ción masivos o técnicos.
Así, de esta m anera, las funciones de los medios no
deben estudiarse ya, únicam ente, como funciones exclu
sivas y propias, sino como intercam biables. Algo así había
20
23. ya apuntado el propio Lasswell, muchos años antes,
cuando sugería la necesidad de estudiar las funciones de
los medios de comunicación como paralelismos, analo
gías, del funcionamiento de la comunicación en otras es
feras de la vida —anim al o biológica—.
El nuevo reto de la sociología de la comunicación con
sistirá, precisamente, en trascender esta interpretación
endógena, el intercam bio en el interior del sistema co
municativo, para reconocer las funciones en el conjunto
de las influencias que determ inan la conducta.
21
24. Comunicación de masas, gustos populares y
acción social organizada*
Paul Felix Lazarsfeld y Robert King Merton
Sociológo norteamericano de origen vienés, Lazarsfeld nació
en 1901. De amplia formación matemática, psicológica y
física, es reconocido por todos como uno de los grandes pio
neros de la mass comm unication research. Fue profesor de
Sociología de la Universidad de Columbia, presidente de la
American Association for Public Opinion Research y direc
tor del Bureau o f Applied Social Research. En la actualidad
es responsable del Comité de Desarrollo en la Investigación
de dicha asociación.
Sociólogo norteamericano, Merton nació en el año 1910.
Profesor de Sociología en la Universidad de Columbia y uno
de los primeros especialistas en persuasión de masas y efec
tos de los mass-media. Su investigación se distingue por el
enfoque crítico y la perspectiva ética con que interpreta los
efectos de los media y de la nueva cultura.
* Publicado originalm ente con el título «Mass Communication, Po
pular Taste and Organized Social Action», en Lyman Bryson (ed.), The
Communication o f ¡deas, Institute for Religious and Social Studies,
Nueva York; H arper & Row, Nueva York, 1948. Reeditado en W ilbur
Schram m (ed.) (1954).
22
25. Los problem as que suscitan la atención del hombre
cambian, no al azar, sino de acuerdo, en su mayor parte,
con las variantes dem anda de la sociedad y la economía.
Si un grupo de personas como los que han escrito los ca
pítulos de este libro se hubiese reunido hace una genera
ción, con toda probabilidad el tem a discutido hubiera sido
completam ente distinto. El trabajo en la edad infantil, el
sufragio femenino o las pensiones de los jubilados hubie
ran captado, tal vez, la atención de un grupo como éste,
pero no, desde luego, los problemas de los medios de co
municación de masas. Como indica toda una legión de
recientes conferencias, libros y artículos, el papel de la
radio, la prensa y el film en la sociedad se ha convertido
en un problema interesante para muchos y en fuente de
reflexión para algunos. Estas variaciones de las preocu
paciones sociales parecen ser el producto de varias ten
dencias.
Preocupación social con respecto a los «mass-media»
Muchos están alarm ados por la ubicidad y el poder
potencial de los mass-media. Se ha llegado a escribir, por
ejemplo, que «el poder de la radio sólo puede ser compa
rado con el poder de la bomba atómica». Se adm ite en
general que los mass-media constituyen un poderoso ins
trum ento que puede ser utilizado para bien o para mal y
que, en ausencia de los controles adecuados, la segunda
posibilidad es, en conjunto, más verosímil. Y es que estos
medios son los de la propaganda, y los norteamericanos le
tienen peculiar tem or al poder de la propaganda. Como
nos dijo el observador británico William Empson: «Creen
23
26. en la propaganda más apasionadam ente que nosotros, y
la propaganda m oderna es una m áquina científica, por lo
que a ellos les parece obvio que un hombre normal no
podrá resistirse a ella. Todo esto produce una curiosa ac
titud, que puede calificarse de infantil, con respecto a todo
aquel que pueda estar haciendo propaganda: “ ¡No dejéis
que ese hom bre se acerque a mí! ¡No perm itáis que me
tiente, porque si lo hace es seguro que caeré”!».
La ubicuidad de los mass-media conduce a muchos,
fácilmente, a una creencia casi mágica en su enorme po
der. Pero hay otra base (y probablem ente más real) para
una am plia preocupación con respecto al papel social de
los mass-media, una base que tiene que ver con los tipos
variables de control social ejercidos por poderosos grupos
de intereses en la sociedad. Cada vez más, los principales
grupos de poder, entre los cuales el negocio organizado
ocupa el lugar más espectacular, han adoptado técnicas
para lá m anipulación de públicos de masas a través de la
propaganda, en lugar de utilizar los medios de control
más directos. Las organizaciones industriales ya no obli
gan a niños de ocho años a cuidar la m áquina catorce ho
ras diarias; em prenden complicados program as de «rela
ciones públicas». Publican amplios e impresionantes
anuncios en los periódicos de la nación, patrocinan nu
merosos program as de radio y, por consejo de los expertos
en relaciones públicas, organizan concursos, crean insti
tuciones de asistencia pública y apoyan causas benéficas.
El poder económico parece haber reducido la explotación
directa y haberse vuelto hacia un tipo más sutil de explo
tación psicológica, logrado en gran parte m ediante la di
seminación de propaganda a través de los mass-media.
Este cambio en la estructura del control social merece
un examen a fondo. Las sociedades complejas están so
m etidas a diversas formas de control organizado. Hitler,
por ejemplo, empleó las más visibles y directas de ellas:
la violencia organizada y la coerción masiva. En Estados
Unidos, la coerción directa ha sido reducida a un mínimo.
Si la gente no adopta las creencias y actitudes recomen
dadas por algún grupo de poder —por ejemplo, la Asocia
24
27. ción Nacional de Fabricantes— no puede ser liquidada ni
internada en campos de concentración. Quienes desearían
controlar las opiniones y creencias de nuestra sociedad
recurren menos a la fuerza física y más a la persuasión
masiva. El program a de radio y el anuncio institucional
ocupan el lugar de la intimidación y de la coerción. La
manifiesta preocupación por las funciones de los mass-
media se basa en parte en la observación válida según la
cual tales medios han asumido la labor de lograr que los
públicos masivos se amolden al statu quo social y econó
mico.
Una tercera fuente de extendida preocupación por el
papel social de los mass-media se encuentra en sus efectos
asumidos en la cultura popular y los gustos estéticos de
sus audiencias. Se arguye que, en la medida en que el ta
maño de estas audiencias se ha incrementado, el nivel de
gusto estético se ha deteriorado, y se teme que los mass-
media nutran deliberadamente estos gustos vulgarizados,
contribuyendo con ello a su ulterior deterioro.
Parece probable que éstos constituyan los tres ele
mentos orgánicamente relacionados de nuestra gran preo
cupación por los medios de comunicación de masas. Mu
chos temen, ante todo, la omnipresencia y el poder poten
cial de estos medios, y ya hemos sugerido que hay en ello
un cierto temor indiscriminado a un duende abstracto,
fruto de una posición social de inseguridad y de la fragi
lidad de los valores que se profesan. La propaganda parece
amenazadora.
Hay, en segundo lugar, una preocupación por los efec
tos reales de los mass-media sobre sus enormes audiencias,
en particular la posición de que el persistente asalto de
estos medios puede conducir a la rendición incondicional
de las facultades críticas y a un conformismo irracional.
Finalmente, existe el peligro de que estos instrum en
tos de comunicación técnicamente avanzados constituyan
una am plia avenida para el deterioro de los gustos estéti
cos y las pautas culturales populares. Como hemos suge
rido, existí sobrado motivo de preocupación acerca de es
tos efectos sociales inmediatos de los mass-media.
25
28. Una revisión del estado actual del conocimiento
acerca del papel social de los mass-media y sus efectos
sobre la com unidad norteam ericana contem poránea es
una tarea ingrata, puesto que el conocimiento científico
en esta m ateria es im presionantem ente escaso. Se podrá
hacer poco más que explorar la naturaleza de los proble
m as con métodos que, en el curso de varias décadas, aca
barán por facilitar el conocimiento que buscamos. Aunque
éste no sea más que un preám bulo alentador, nos es útil
para evaluar la investigación y las conclusiones tentativas
de quienes estamos abocados profesionalmente al estudio
de los mass-media. Un reconocimiento explorativo suge
rirá lo que sabemos y lo que necesitamos saber, y locali
zará los puntos estratégicos que requieran ulterior estu
dio.
Buscar «los efectos» de los mass-media en la sociedad
equivale a exponer un problem a mal definido. Es necesa
rio distinguir tres facetas del problema y considerar cada
una de ellas por separado. Planteémonos prim ero lo que
sabemos acerca de los efectos de la existencia de tales me
dios en nuestra sociedad. Después, examinemos los efectos
de la particular estructura norteam eriana de propiedad,
estructura que difiere apreciablemente de la existente en
los demás lugares, y el funcionamiento de los mass-media
en ella. Y finalmente, consideremos aquel aspecto del pro
blem a que más directam ente incide en las políticas y tác
ticas que rigen el uso de tales medios con fines sociales
precisos: nuestro conocimiento respecto a los efectos de
los contenidos concretos diseminados a través de los mass-
media.
El papel social de la maquinaría de los «mass-media»
¿Qué papel se les puede asignar a los mass-media en
virtud del hecho de su existencia? ¿Cuáles son las im pli
caciones de un Hollywood, de una Radio City y de una
em presa como Time-Life-Fortune para nuestra sociedad?
26
29. Estas preguntas, claro está, sólo pueden Ser'discutidas en
términos m ás o menos especulativos, ya que no es posible
ninguna experimentación o estudio comparativo rigu
roso. Las comparaciones con otras sociedades carentes de
estos mass-media serán demasiado toscas para aportar re
sultados decisivos, y las comparaciones con épocas ante
riores en la sociedad norteam ericana im plicarían asercio
nes a ojo, más bien que demostraciones precisas. En tal
caso, es evidente la conveniencia de la brevedad: las opi
niones deben ser expuestas con cautela. En nuestra opi
nión, el papel social desempeñado por la misma existencia
de los mass-media ha sido, en general, sobreestimado. ¿En
qué se funda este juicio?
Es indudable que los mass-media llegan a audiencias
enormes. Unos 45 millones de norteamericanos van al cine
cada semana, la tirada diaria de periódicos en Estados
Unidos es de unos 54 millones, 46 millones de hogares
cuentan con televisión, y en estos hogares el norteam eri
cano medio contem pla el televisor unas tres horas diarias.
Son cifras (recuérdese que se trata de 1948. N. del E.) for
midables, pero se trata, m eramente, de cifras de suminis
tro y consumo, no de cifras que registren los efectos de los
mass-media. Sólo señalan lo que hace la gente, no el im
pacto social y psicológico de los medios de comunicación.
Saber el número de horas que la gente tiene la radio en
cendida no da indicación alguna acerca del efecto que
ejerce sobre quienes la oyen. El conocimiento de los datos
de consumo en el campo de los mass-media dista de ser
una demostración de su efecto neto sobre conducta, acti
tud y perspectiva.
Como ya hemos dicho, no podemos recurrir a com
parar la sociedad norteam ericana contemporánea con las
sociedades sin mass-media, pero en cambio, sí podemos
com parar el efecto social de los mass-media con el del au
tomóvil, por ejemplo. Es probable que la invención del
automóvil y la evolución de éste hasta convertirse en un
artículo de consumo masivo haya tenido un efecto mucho
m ayor en la sociedad que la invención de la radio y la
conversión de ésta en un medio de comunicación de m a
27
30. sas. Consideremos los complejos sociales en los que el au
tomóvil ha entrado. Su misma existencia ha ejercido pre
sión para la creación de carreteras enormemente m ejora
das y, con éstas, la movilidad ha aum entado extraordina
riam ente. Las características de las aglomeraciones me
tropolitanas han quedado significativamente afectadas
por el automóvil, y es obvio que las invenciones que am
plían el radio de movimiento y acción ejercen m ayor in
fluencia sobre la perspectiva social y la vida cotidiana que
los inventos que procuran canales para las ideas, ideas que
pueden ser evitadas por ausencia, desviadas por resisten
cia y transform adas por asimilación.
Concedido, por un momento, que los mass-media de
sempeñan un papel relativam ente menor en la formación
de nuestra sociedad, ¿por qué son objeto de tan gran preo
cupación y crítica popular? ¿Por qué tantos se inquietan
por los «problemas» de la radio, del cine y de la prensa, y
tan pocos lo hacen por los problemas de, por ejemplo, el
automóvil y el avión? Además de las fuentes de esta preo
cupación antes citadas, existe una base psicológica in
consciente para la preocupación, base que procede de un
contexto socio-histórico.
Son muchos los que hacen de los mass-media blanco
para una crítica hostil porque ellos mismos se sienten bur
lados por el giro de los acontecimientos.
Los cambios sociales atribuibles a los «movimientos
reformistas» pueden ser lentos y leves, pero se acumulan.
Los hechos de superficie son harto conocidos. La semana
de sesenta horas ha dado paso a la de cuarenta. El trabajo
de los niños ha sido progresivamente eliminado. Con to
das sus deficiencias, la enseñanza gratuita para todos ha
sido poco a poco institucionalizada. Estas y otras mejoras
constituyen una serie de victorias reformistas. Y en la ac
tualidad la gente dispone de más tiempo de ocio y, eviden
tem ente, m ayor acceso al legado cultural. ¿Y qué uso hace
de este tiempo no hipotecado y que con tanto esfuerzo ha
ido ganando? Escuchan la radio y van al cine. Parece como
si de algún modo estos mass-media hubieran arrebatado a
los reformadores los frutos de sus victorias. La lucha en
28
31. pos del tiempo libre, de la educación popular y la seguri
dad social fue librada con la esperanza de que, una vez
exenta de trabas aherrojantes, la gente se valdría de los
principales productos culturales de nuestra sociedad,
como Shakespeare, Beethoven o tal vez Kant, pero en
cambio se ha vuelto hacia Faith Baldwin, Johny Mercer o
Edgar Guest.
Muchos se sienten despojados de su premio. Es una
situación sim ilar a la prim era experiencia de un joven en
el difícil campo de los amoríos primerizos. Profunda
mente impresionado por los encantos de su predilecta,
ahorra durante semanas y finalmente consigue regalarle
un lindo brazalete. Ella lo considera «simplemente di
vino», y seguidamente procede a salir con otro chico para
exhibir su nuevo adorno. Nuestras luchas sociales han
conseguido un desenlace parecido. Durante generaciones,
se ha luchado para dar a la gente más tiempo libre, y ahora
lo consume con la Columbia Broadcasting System, en vez
de hacerlo con la Columbia University.
Por poco que esta sensación de traición pueda pesar
en las actitudes prevalecientes respecto a los mass-media,
debemos señalar de nuevo que la sola presencia de estos
medios puede que no afecte a nuestra sociedad tan profun
damente como en general se cree.
Algunas funciones sociales de los «mass-media»
Al proseguir nuestro examen del papel social que cabe
adjudicar a los mass-media en virtud de su «mera existen
cia», tem poralmente nos abstraem os de la estructura so
cial en la que los medios de comunicación encuentran su
puesto. No consideramos, por ejemplo, los diversos efectos
de los mass-media bajo los variables sistemas de propie
dad y control, un im portante factor estructural que a con
tinuación comentaremos.
Es indudable que los mass-media atienden a muchas
funciones sociales que bien podrían convertirse en el ob
29
32. jeto de una investigación continuada. Acerca de tales fun
ciones, vamos a señalar sólo tres.
La función otorgadora de «status»
Los mass-media confieren categoría, status, a cuestio
nes públicas, personas, organizaciones y movimientos so
ciales.
La experiencia corriente, así como la investigación,
atestiguan que el prestigio social de personas o de políti
cas sociales queda realzado cuando éstas exigen una aten
ción favorable en los mass-media. En muchos sectores, por
ejemplo, el apoyo a un candidato político o a una política
pública por parte del Times es considerada como impor
tante, y este apoyo es juzgado como un señalado activo en
favor del candidato o de la política. ¿Por qué?
Para algunos, las opiniones del editorial del Times re
presentan el juicio considerado de un grupo de expertos,
por lo que exigen el respeto de los profanos. Pero éste es
tan sólo un elemento en la función otorgadora de status de
los mass-media, ya que este efecto prestigiador concurre
en aquellos que, por causas diversas, reciben atención en
los medios de comunicación, al m argen de todo apoyo de
índole editorial.
Los mass-media dan prestigio y realzan la autoridad
de individuos y grupos al legitimizar su status. El recono
cim iento por parte de prensa, radio, revistas o noticiarios
cinem atográgicos testifica que uno ha llegado, que uno
tiene la im portancia suficiente como para destacar entre
las grandes m asas anónimas, que la conducta y las opinio
nes de tal persona son lo suficientemente significativas
como para requerir la atención pública. La operación de
esta función otorgadora de prestigio puede ser presen
ciada con la m ayor viveza en la pauta de testimonios pu
blicitarios en favor de un producto, por parte de «personas
destacadas». En amplios círculos de la población (aunque
no en ciertas capas sociales selectas), estos testimonios no
sólo realzan el renombre del producto sino que además
30
33. Y
reflejan prestigio sobre la persona que facilita el testimo
nio. Notifican públicamente que el extenso y poderoso
mundo de los negocios considera a tal persona como po
seedora de una reputación lo bastante alta como para que
su opinión pese entre muchos. En una palabra, su testi
monio es una testificación para su propio status. Las acti
vidades de esta sociedad de m utua adm iración pueden lle
gar a ser tan ilógicas como efectivas. Al parecer, las au
diencias de los mass-media suscriben la creencia circular:
«Si realm ente pesas, estarás en el centro de la atención de
las masas, y si ocupas el centro de la atención de las masas,
seguro que en realidad debes ser persona de peso».
Esta función otorgada de status entra pues en la ac
ción social organizada legitimizando políticas, personas y
grupos selectos que reciben el apoyo de los mass-media.
Tendremos ocasión de señalar la detallada operación de
esta función en relación con las condiciones que imponen
la m áxima utilización de los mass-media para determ ina
dos fines sociales. De momento, tras haber considerado la
función «otorgadora de status», consideraremos una se
gunda función: la aplicación forzosa de normas sociales a
través de los mass-media.
La compulsión de normas sociales
Frases tales como «el poder de la prensa» (y otros
mass-media) o «el vivo resplandor de la publicidad» se
refieren presum iblemente a esta función. Los mass-media
pueden iniciar una acción social «exponiendo» condicio
nes distintas respecto a lo establecido por la moral pú
blica. Sin embargo, no hay que suponer prem aturam ente
que esta pauta consista simplemente en la difusión de tales
desviaciones. Algo podemos aprender al respecto a partir
de las observaciones de Malinowski entre los isleños de
Trobriand, donde, según él nos explica, no se emprende
ninguna acción social organizada con respecto a una con
ducta desviada de la norm a social, a no ser que haya anun
cio público de la desviación. No se trata simplemente de
31
34. «dar a conocer» los hechos a los individuos del grupo. Mu
chos pueden conocer privadam ente tales desviaciones
—por ejemplo, el incesto entre los nativos de Trobriand,
así como la corrupción política o en los negocios, la pros
titución o el juego entre nosotros— pero sin haber hecho
presión en favor de una acción pública. Pero una vez he
chas públicas las desviaciones en la conducta, ello crea
tensiones entre lo «privadamente tolerable» y lo «públi
camente reconocible».
Al parecer, el mecanismo de exposición pública fun
ciona más o menos como sigue. Muchas norm as sociales
se revelan inconvenientes para individuos de la sociedad.
Van en contra de la satisfacción de deseos e impulsos.
Puesto que muchos consideran agobiantes estas normas,
existe un cierto m argen de benevolencia en su aplicación,
tanto de cara a uno mismo como a los demás, de donde la
aparición de conducta desviada y tolerancia privada res
pecto de tales desviaciones. Pero esto sólo puede continuar
m ientras uno no se encuentre en una situación en la que
deba adoptar una actitud pública en favor de las normas
o contra ellas. Hacer públicos los hechos, el reconoci
m iento forzoso en miembros del grupo de que estas des
viaciones han tenido lugar, requiere que cada individuo
asuma una postura. Entonces, éste o bien debe alinearse
con los inconformistas, proclamando con ello su repudio
de las normas del grupo y aseverando así que tam bién él
se encuentra fuera de la estructura moral, o bien debe,
sean cuales fueren sus predilecciones particulares, ajus
tarse a ésta apoyando la norma. La publicidad cierra el
hueco entre «actitudes privadas» y «moralidadpública». La
publicidad ejerce presión en pro de una m oralidad única
más bien que dual, al im pedir la evasión continua. Exige
reafirmación pública y aplicación (aunque sea esporá
dica) de la norma social.
En una sociedad de masas, esta función de la exposi
ción pública es institucionalizada en los mass-media de la
comunicación. Prensa, radio y periódicos exponen al pú
blico desviaciones harto conocidas y, como norma, esta
exposición fuerza un cierto grado de acción pública contra
32
35. [o que ha sido privadam ente tolerado. Por ejemplo, los
mass-media pueden introducir severas tensiones en la
«cortés discriminación étnica» al llam ar la atención del
público sobre aquellas prácticas que no se ajusten a las
normas de la no discriminación. A veces, los medios de
comunicación pueden organizar actividades de difusión
en forma de «cruzada».
El estudio de esta especie de cruzadas de los mass-
media puede contestar preguntas básicas acerca de la re
lación de éstos con la acción social organizada. Es esencial
saber, por ejemplo, hasta qué punto la cruzada facilita un
foco organizativo para individuos de hecho no organiza
dos. La cruzada puede operar diversamente entre los va
rios sectores de la población. En ciertos casos, su principal
efecto puede no ser tanto el de excitar a unos ciudadanos
indiferentes como el de alarm ar a los culpables, lleván
dolos a medidas extremas que a su vez alienan al electo
rado. La publicidad puede em barazar al m alhechor hasta
el punto de ponerlo en fuga, como ocurrió por ejemplo con
algunos autores del fraude electoral del Tweed Ring des
pués de ser puestos en la picota por el New York Times.
Cabe tam bién que los promotores de la corrupción tem ie
ran a la cruzada sólo por el efecto que, según previeron,
podría tener sobre el electorado. Así, con una apreciación
extraordinariam ente realista de la conducta de su distrito
electoral en lo referente a comunicaciones, Boss Tweed se
quejó de los mordaces dibujos de Thomas Nast en el Har
per’s Weekly, con las siguientes palabras: «No me impor
tan un pepino los artículos de su periódico, ya que mis
votantes no saben leer, pero no pueden dejar de ver esos
malditos dibujos».
Tales campañas pueden afectar directam ente al pú
blico. Pueden centrar la atención de unos ciudadanos
hasta ese momento aletargados, indiferentes a fuerza de
fam iliaridad con la corrupción reinante, sobre unas cuan
tas cuestiones drásticam ente simplificadas. Como ob
servó al respecto Lawrence Lowell, las complejidades ge
neralm ente inhiben las acciones de masas. Las cuestiones
públicas deben ser definidas en simples alternativas, en
2 - MORAGAS, Sociología II
33
36. térm inos de blanco y negro, para perm itir una acción pú
blica organizada. Y la presentación de simples alternati
vas es una de las principales funciones de la cruzada, si
bien ésta puede abarcar tam bién otros mecanismos. Aun
que un gobierno m unicipal no tenga sus trapos totalm ente
limpios, rara vez es totalm ente corrupto. Algunos m iem
bros escrupulosos de la adm inistración y de la esfera ju
dicial suelen verse mezclados con sus colegas carentes de
principios. La cam paña puede reforzar la mano de los ele
mentos rectos en el Gobierno, forzar la mano del indife
rente y debilitar la mano del corrupto. Finalmente, bien
puede ser que una cruzada con éxito ejemplifique un pro
ceso circular, autónomo, en el que la preocupación del
medio de comunicación de masas por el interés público
coincida con su propio interés. La cruzada triunfante
puede realzar el poder y el prestigio del medio, dándole
un carácter más formidable en posteriores cruzadas que,
de tener éxito, puedan acrecentar todavía más este poder
y este prestigio.
Cualquiera que sea la respuesta a estas cuestiones,
está claro que los mass-media sirven para reafirm ar nor
mas sociales al exponer desviaciones respecto a tales nor
mas ante la opinión pública. El estudio de la gama parti
cular de norm as así reafirm adas facilitaría un claro índice
de la extensión con la que estos medios tratan problemas
periféricos o centrales de la estructura de nuestra socie
dad.
La disfunción narcotizante
Los operadores de los mass-media conocen, desde
luego, las funciones de otorgación de status y de reafir
mación de norm as sociales. Al igual que otros mecanismos
sociales y psicológicos, estas funciones se prestan a diver
sas formas de aplicación. Su conocimiento es poder, y el
poder puede ser utilizado para intereses especiales o para
el interés general.
Una tercera consecuencia social de los mass-media ha
34
37. pasado muy desapercibida. Al menos, ha recibido muy po
cos comentarios explíticos y, al parecer, no ha sido siste
m áticam ente utilizada para promover objetivos planifi
cados. Cabe darle la denominación de disfunción narcoti
zante de los mass-media, y calificarla de ¿/«'funcional en
vez de funcional porque a la compleja sociedad moderna
no le interesa tener grandes masas de la población políti
camente apáticas e inertes. ¿Cómo funciona este meca
nismo no planificado?
Estudios sueltos han m ostrado que una proporción
creciente del tiempo de los norteamericanos se dedica a
los productos de los mass-media. Con distintas variaciones
en diferentes regiones y entre diferentes capas sociales, el
caudal de los medios de comunicación es de presum ir que
perm ite al norteamericano del siglo xx «estar al corriente
de lo que ocurre en el mundo». Sin embargo, este vasto
sum inistro de comunicaciones puede suscitar tan sólo una
preocupación superficial por los problemas de la socie
dad, y esta superficialidad, a menudo, enm ascarar una
apatía masiva.
La exposición a este flujo de información puede servir
para narcotizar más bien que para dinam izar al lector o
al oyente medio. A medida que aum enta el tiempo dedi
cado a la lectura y a la escucha, decrece el disponible para
la acción organizada. El individuo lee relatos sobre cues
tiones y problemas y puede com entar incluso líneas alter
nativas de acción, pero esta conexión, harto intelectuali-
zada y harto rem ota, con la acción social organizada no es
activada. El ciudadano interesado e informado puede fe
licitarse a sí mismo por su alto nivel de interés e infor
mación, y dejar de ver que se ha abstenido en lo referente
a decisión y acción. En resumidas cuentas, toma su con
tacto secundario con el mundo de la realidad política, su
lectura, escucha y pensamiento, como una prestación
ajena. Llega a confundir el saber acerca de los problemas
del día con el hacer algo al respecto. Su conciencia social
se mantiene impoluta. Se preocupa. Está informado, y
tiene toda clase de ideas acerca de lo que debiera hacerse,
pero después de haber cenado, después de haber escu
35
38. chado sus program as favoritos de la radio y tras haber
leído el segundo periódico del día, es hora ya de acostarse.
En este aspecto peculiar, las comunicaciones de m a
sas pueden ser incluidas entre los más respetables y efi
cientes de los narcóticos sociales. Pueden ser tan plena
m ente efectivos como para im pedir que el adicto reco
nozca su propia enfermedad.
Es evidente que los mass-media han elevado el nivel
de información de amplios sectores de población, pero,
muy al m argen de la intención, cabe que las dosis crecien
tes de comunicaciones de masas puedan estar transfor
m ando inadvertidam ente las energías de muchos que pa
san de la participación activa al conocimiento pasivo.
Apenas se puede dudar de la incidencia de esta disfun
ción narcotizante, pero la extensión con la que actúa está
por determ inar. La investigación de este problem a per
siste como una de las muchas tareas a las que todavía se
enfrenta el estudioso de las comunicaciones de masas.
Estructura de la propiedad y control de los
«mass-media»
Hasta el m omento hemos considerado los mass-media
al margen de su vinculación a una particular estructura
social y económica. Pero es evidente que los efectos socia
les de los medios variarán al variar el sistema de propie
dad o pertenencia y de control. Por tanto, considerar los
efectos sociales de los mass-media norteamericanos equi
vale tan sólo a tratar los efectos de estos medios como
empresas de propiedad privada y bajo una administración
orientada hacia el beneficio. Es sabido que esta circuns
tancia no es inherente a la naturaleza tecnológica de los
mass-media. En Inglaterra, por ejemplo, y ello sin hablar
de Rusia, la radio está, para todo fin y propósito, contro
lada y operada por el gobierno, del que es propiedad.
La estructura del control es totalm ente distinta en Es
tados Unidos. Su característica prim ordial proviene del
hecho de que, salvo las películas y los libros, no es el lector
36
39. de revistas ni el radioyente, ni, en gran parte, el lector de
periódicos quien sostiene la empresa, sino el anunciante.
Las grandes firmas comerciales financian la producción y
la distribución de los mass-media y, en general, quien paga
la orquesta es tam bién quien escoge lo que ésta ha de to
car.
Conformismo social
Puesto que los mass-media son sustentados por gran
des complejos del mundo de los negocios enclavados en el
actual sistema social y económico, los medios contribuyen
al m antenim iento de este sistema. Esta contribución no
aparece simplemente en el anuncio del producto del pa
trocinador, sino más bien por la presencia en relatos de
revistas, program as de radio y columnas de diarios, de
algún elemento de información, algún elemento de apro
bación de la actual estructura de la sociedad; esta reafir
mación continuada del orden establecido subraya el deber
de aceptarlo.
En la medida en que los medios de comunicación de
masas han tenido una influencia sobre sus audiencias,
ésta no sólo se ha revelado en lo que se dice, sino, más
significativamente, en lo que no se dice, ya que estos me
dios no sólo siguen afirmando el statu quo sino que además
dejan de suscitar preguntas esenciales acerca de la estruc
tura de la sociedad. En consecuencia, al llevar hacia el
conformismo y al facilitar muy poca base para una esti
mación crítica de la sociedad, los mass-media bajo patro
cinio comercial restringen, indirecta pero efectivamente,
el desarrollo convincente de una visión genuinamente crí
tica.
No es que no tengamos en cuenta el ocasional artículo
o program a radiado con intensión crítica, pero estas ex
cepciones son tan escasas que se pierden en el avasallador
torrente de los m ateriales conformistas...
Puesto que nuestros mass-media comercialmente pa
37
40. trocinados promueven una obediencia inconsciente a
nuestra estructura social, no cabe confiar en ellos para que
elaboren cambios, aunque se trate de cambios ínfimos, en
esa estructura. Es posible reseñar ciertas evoluciones en
el aspecto contrario, pero bajo una minuciosa inspección,
resultan ilusorias. Un grupo com unitario puede pedir al
productor de un program a de la radio que inserte en éste
el tem a de las actitudes raciales tolerantes. De juzgar el
productor que el tem a no ofrece riesgo, que no antagoni-
zará a ninguna parte sustancial de su audiencia, puede
acceder, pero a la prim era indicación de que se trata de
un tem a peligroso, capaz de alienar a clientes potenciales,
se negará, o pronto abandonará el experimento. Los ob
jetivos sociales son abandonados por los medios comer
cializados cuando chocan con los intereses económicos.
Unas pequeñas m uestras de opiniones «progresistas» tie
nen muy leve im portancia ya que sólo son incluidas por
aquiescencia de los patrocinadores y únicam ente con la
condición de que sean lo bastante aceptables como para
no alienar a ninguna parte apreciable de la audiencia. La
presión económica alienta el conformismo a través de la
omisión de las cuestiones polémicas.
Impacto sobre el gusto popular
Puesto que la m ayor parte de nuestra radio, nuestro
cine y nuestras revistas, así como una parte considerable
de nuestros libros y periódicos, están destinadas al «entre
tenimiento», es obligado considerar el impacto de los
mass-media sobre el gusto popular.
De preguntar al norteamericano medio con cierta pre
tensión de cultura literaria o estética, si las comunicacio
nes de masas han tenido algún efecto sobre el gusto po
pular, nos contestaría sin duda con un «sí» rotundo. Es
más, citando ejemplos en abundancia, insistiría en que los
gustos estéticos e intelectuales han sido degradados por el
flujo de triviales productos estereotipados surgidos de las
38
41. imprentas, las emisoras de radio y los estudios cinem ato
gráficos. Las columnas de crítica abundan en este tipo de
quejas.
En cierto modo, esto no requiere ulterior discusión.
Es lógico que las mujeres acosadas a diario, durante tres
o cuatro horas, por una docena de seriales radiofónicos
consecutivos, todos ellos del mismo corte lam entable, ex
hiban una penosa carencia de juicio estético. Y esta im
presión se ve reforzada por el contenido de las «revistas
del corazón», por la deprimente abundancia de films stan
dard repletos de héroes, heroínas y villanos que actúan en
una atmósfera fabricada con sexo, pecado y éxitos.
Ahora bien, si no somos capaces de localizar estas
pautas en términos históricos y sociológicos, ¿nos encon
trarem os confusamente entregados a condenar sin com
prensión, realizando una crítica sólida pero en su mayor
parte irrelevante? ¿Cuál es el status histórico de este nivel,
notoriam ente bajo, del gusto popular? ¿Son los míseros
vestigios de pautas que en otro tiempo fueron mucho más
altas? ¿Son en su m ayor parte, valores recién nacidos sin
relación con las pautas más elevadas de las que supues
tam ente han descendido, o son un ínfimo sustituto que
cierra el paso al desarrollo de modelos superiores y a la
expresión de una alta finalidad estética?
Si hemos de considerar los gustos estéticos en su ubi
cación social, debemos reconocer que la audiencia efec
tiva para las artes ha experimentado una transformación
histórica. Hace unos siglos, esta audiencia quedaba ma-
yoritariam ente lim itada a una élite aristocrática. Eran re
lativam ente pocos quienes sabían leer, y muy pocos quie
nes disponían de medios para com prar libros, para ir al
teatro o para viajar a los centros urbanos de las artes. Tan
sólo una pequeñísima fracción, posiblemente no más del
uno al dos por ciento de la población, componía el público
efectivo para las artes. Estos pocos afortunados cultiva
ban sus gustos estéticos, y su exigencia selectiva dejó su
huella en forma de unas pautas artísticas relativamente
altas.
Con la am plia difusión de la educación popular y con
39
42. la aparición de las nuevas técnicas de la comunicación de
m asas, se desarrolló un mercado enormemente ampliado
para las artes. Ciertas formas de música, teatro y litera
tura llegan hoy, virtualm ente, a todos los componentes de
nuestra sociedad. Por esto, desde luego, hablamos de me
dios de comunicación de masas y de arte de masas. Y las
grandes audiencias de los mass-media, aunque en su gran
m ayoría alfabetizadas, no poseen una elevada cultura; de
hecho, una m itad de la población ha dejado su educación
organizada al abandonar la escuela elemental.
Con el ascenso de la educación popular se ha produ
cido un declive sim ilar en el gusto popular. Un gran nú
mero de personas han adquirido lo que cabría denominar
«alfabetización formal», es decir, capacidad para leer,
para captar significados toscos y superficiales, y una co
rrelativa incapacidad para una total comprensión de lo
que leen. En otras palabras, se ha creado una zanja pro
funda entre alfabetización y comprensión. La gente lee
más pero comprende menos. Leen más personas, pero son
proporcionalm ente menos las que asim ilan críticam ente
lo que leen.
Nuestra formulación del problem a debería ser llana.
Es desorientador hablar simplemente del decilve de los
gustos estéticos. Las audiencias de masas probablemente
abarcan un m ayor número de personas con un nivel esté
tico culto, pero éstas son absorbidas por las grandes masas
que constituyen la nueva e incontrolada audiencia para
las artes. En tanto que ayer la élite constituía virtual
mente la totalidad de la audiencia, hoy es una fracción
dim inuta del todo. Por consiguiente, el nivel medio de las
pautas estéticas y los gustos de las audiencias ha bajado,
pese a que los gustos de ciertos sectores de la población
indudablem ente han ascendido y el total de personas ex
puestas al contenido de los medios de comunicación ha
aum entado enormemente.
Pero este análisis no contesta directam ente a la pre
gunta acerca de los efectos de los mass-media sobre el
gusto del público, una cuestión tan compleja como inex
plorada. La respuesta sólo puede proceder de una inves-
40
43. ligación disciplinada. Uno desearía saber, por ejemplo, si
los mass-media han despojado a la élite intelectual y artís
tica de las formas artísticas que de otro modo le hubieran
sido accesibles. Y esto implica investigar la presión ejer
cida por la audiencia de los mass-media sobre los indivi
duos creativos para amoldarlos a los gustos de las masas.
En toda época han existido escritores mercenarios, pero
sería im portante averiguar si la electrificación de las artes
sum inistra corriente para una proporción mucho mayor
de mortecinas luces literarias. Y ante todo sería esencial
determ inar si los mass-media y los gustos de las masas
están necesariamente vinculados en un círculo vicioso de
pautas en pleno deterioro o si una acción apropiada por
parte de los directores de los mass-media podría iniciar un
círculo virtuoso de gustos que mejorasen acum ulativa
mente entre sus audiencias. Dicho de m anera más con
creta: ¿están atrapados los realizadores de los mass-media
comercializados en una situación en la que, cualquiera
sean sus preferencias privadas, no pueden elevar radical
mente las pautas estéticas de sus productos?
Debería indicarse, de paso, que es mucho lo que queda
por aprender en lo referente a pautas apropiadas para el
arte de masas. Es posible que unas normas concretas para
formas artísticas producidas por un reducido grupo de ta
lentos creativos para una audiencia reducida y selecta no
sean aplicables a las formas de arte producidas por una
industria gigantesca para la población en general. Los co
mienzos de la investigación sobre este problema son sufi
cientem ente sugestivos como para merecer estudios más
profundos.
Los experimentos esporádicos, y por consiguiente no
concluyentes, de elevar niveles, han topado con profunda
resistencia por parte de las audiencias de masas. En al
gunas ocasiones, las redes de radiodifusión han tratado de
suplantar un serial con un program a de música clásica, o
comedias estereotipadas por discusiones sobre cuestiones
públicas. En general, la gente a la que se suponía benefi
ciada por esta reforma program ática se ha negado, sim
plemente, a dejarse beneficiar. Han dejado de escuchar.
41
44. La audiencia se ha empequeñecido. Los investigadores
han m ostrado, por ejemplo, que los program as radiados
de m úsica clásica tienden a conservar más bien que a
crear interés en la m úsica clásica y que los nuevos intere
ses que surgen son típicam ente superficiales. En su m a
yoría, los oyentes de estos program as han adquirido pre
viam ente interés por la música clásica, y los pocos cuyo
interés es iniciado por los program as se ven movidos por
composiciones melódicas y piensan en la música clásica
exclusivamente en función de Tchaikovsky, Rimski-Kor-
sakov o Dvorák.
Las soluciones propuestas para estos problemas son
más bien fruto de la fe que del conocimiento. La mejora
de los gustos masivos a través de la m ejora en los produc
tos artísticos de tipo masivo no es una cuestión tan simple
como nos gustaría imaginar. Cabe en lo posible, desde
luego, que no se haya realizado un esfuerzo a fondo. Me
diante un triunfo de la imaginación sobre la actual orga
nización de los mass-media, cabe concebir una censura ri
gurosa sobre todos los medios de modo que no se perm i
tiese en im prenta, en el éter o en cine nada que no fuese
«lo m ejor que haya sido pensado o dicho en el mundo»,
pero la posibilidad de que un cambio radical en la apor
tación de arte para las masas remodelase a su debido
tiem po los gustos de las audiencias masivas sigue siendo
m ateria de pura especulación. Se necesitan décadas de
experimentación e investigación. Hoy en día, es muy poco
lo que sabemos acerca de los métodos para m ejorar los
gustos estéticos, y nos consta que algunos de los métodos
sugeridos son inefectivos. Contamos con abundantes an
tecedentes de fracasos y, de reanudarse esta discusión
dentro de 30 años, tal vez pudiésemos aportar con la
misma confianza nuestros conocimientos sobre logros po
sitivos.
Llegados a este punto, podemos hacer una pausa para
contem plar el camino que hemos recorrido. Como intro
ducción, consideramos la am plia preocupación por el lu
gar que ocupan los mass-media en nuestra sociedad. Acon
tinuación, examinamos prim ero el papel social atribuible
42
45. a la misma existencia de los mass-media y llegamos a la
conclusión de que se puede haber exagerado en este punto.
Aeste respecto, sin embargo, señalamos varias consecuen
cias de la existencia de los mass-media: su función otor
gadora de status, su función de inducir a la aplicación de
normas sociales, y su disfunción narcotizante. Segundo,
indicamos los constreñimientos puestos por una estruc
tura de propiedad comercializada y de control sobre los
mass-media como agencias de crítica social y como por
tadores de altos valores estéticos.
Pasamos ahora al tercer y últim o aspecto del papel
social de los mass-media: las posibilidades de utilizarlos
para avanzar hacia los objetivos sociales previstos.
Propaganda para objetivos sociales
La cuestión final tal vez ofrezca un interés más directo
para el lector que las otras comentadas hasta ahora. Re
presenta para nosotros una especie de desafío puesto que
facilita los medios para resolver la paradoja aparente a la
que nos hemos referido: la que surge de la aserción de que
el significado de la propia existencia de los mass-media ha
sido exagerado y las múltiples indicaciones sobre las in
fluencias que ejercen los medios sobre sus audiencias.
¿Cuáles son las condiciones para el uso efectivo de los
mass-media en lo que cabría denominar «propaganda
para objetivos sociales», por ejemplo, la promoción de re
laciones de raza no discrim inatorias, las reformas educa
tivas, o las actitudes positivas con respecto al trabajo or
ganizado? La investigación indica que, como mínimo, una
de las tres condiciones debe ser satisfecha si esta propa
ganda ha de resultar efectiva. Estas condiciones pueden
ser designadas brevemente como: 1) monopolización, 2)
canalización antes que cambio de los valores básicos, y 3)
contacto suplem entario cara a cara. Cada una de estas
condiciones merece un comentario.
43
46. Monopolización
Esta situación se da cuando hay poca o ninguna opo
sición en los mass-media a la difusión de valores, políticas
o imágenes públicas. Es decir, la monopolización de los
mass-media tiene lugar en ausencia de contrapropaganda.
En este sentido restringido, la monopolización de los
mass-media se encuentra en diversas circunstancias. Co
rresponde, desde luego, a la estructura política de la socie
dad autoritaria, donde el acceso a los medios de comuni
cación está totalm ente cerrado a quienes se oponen a la
ideología oficial. La evidencia sugiere que este monopolio
desempeñó su papel perm itiendo a los nazis m antener su
control sobre el pueblo alemán.
Pero esta m ism a situación es aproxim ada en otros sis
tem as sociales. Durante la guerra, por ejemplo, el go
bierno de Estados Unidos utilizó la radio, con cierto éxito,
para prom over y m antener una identificación con el es
fuerzo bélico. La efectividad de estos esfuerzos para edi
ficar la moral debióse en gran parte a la ausencia, virtual
mente total, de la contrapropaganda.
Surgn situaciones sim ilares en el m undo de la pro
paganda comercial. Los mass-media crean ídolos popula
res. La imagen pública de la anim adora de radio Kate
Sm ith, por ejemplo, es descrita por Merton (1949) como
una m ujer de insuperable comprensión hacia las mujeres
norteam ericanas, una guía y tutora espiritual, y una pa
triota cuyas opiniones en los asuntos públicos debían ser
tom adas muy en serio. Unida a las virtudes cardinales
norteam ericanas, la imagen pública de Kate Sm ith no se
encuentra sometida, en aspecto alguno, a la contrapropa
ganda. No se trata de que no tenga competidores en el
m ercado de la publicidad por radio, pero no hay ninguno
que se dedique sistem áticam ente a cuestionar lo que ella
haya dicho. En consecuencia, una anim adora soltera que
tiene unos ingresos anuales de seis cifras puede ser con
tem plada por millones de mujeres norteam ericanas como
una m adre de familia, gran trabajadora y conocedora de
la receta para vivir con mil quinientos dólares al año.
44
47. Esta imagen de un ídolo popular hubiera tenido una
repercusión mucho menor de haber estado sometida a
contrapropaganda. Esta neutralización ocurre, por ejem
plo, como resultado de las campañas preelectorales por
parte de republicanos y demócratas. En general, como ha
demostrado un estudio reciente, la propaganda em itida
por cada uno de estos partidos neutraliza los efectos de la
propaganda del otro. Si ambos partidos om itieran por
completo sus campañas a través de los mass-media, es
muy probable que el efecto neto fuese una reproducción
de la actual distribución de votos.
Esta pauta general ha sido descrita por Kenneth
Burke en su obra Attitudes toward History: «Los hombres
de negocios compiten entre sí tratando de ensalzar cada
uno su artículo de modo más persuasivo que sus rivales,
en tanto que los políticos compiten calum niando a la opo
sición. Cuando se suma todo, se obtiene un total de abso
luta alabanza por parte de los negocios y un total de ab
soluta calum nia en lo que se refiere a política».
En la medida en que las opuestas propagandas polí
ticas en los mass-media estén equilibradas, el efecto neto
es negligible. En cambio, la monopolización virtual de los
medios para unos objetivos sociales dados producirá efec
tos evidentes en las audiencias.
Canalización
La creencia en el enorme poder de las comunicaciones
de masas parece brotar de casos afortunados de propa
ganda monopolística o de la publicidad. Sin embargo, el
salto desde la eficacia del anuncio a la supuesta eficacia
de la propaganda que apunta a actitudes profundamente
arraigadas y conductas implicadas en el ego es tan inse
guro como peligroso. Anunciar es una actividad dirigida
generalm ente a la canalización de pautas de comporta
m iento o actitudes preexistentes; rara vez trata de instalar
nuevas actitudes o de crear pautas de conducta significa
45
48. tivam ente nuevas. «Anunciar cuesta» porque general
m ente trata una simple situación psicológica. Para los
norteam ericanos fam iliarizados en el uso de un cepillo
para los dientes, poca diferencia representa, relativa
m ente, la m arca de cepillo que empleen. Una vez estable
cida la pauta general de conducta o la actitud genérica,
ésta puede ser canalizada en una u otra dirección. La re
sistencia es muy leve. Sin embargo, la propaganda masiva
suele enfrentarse a una situación más compleja. Puede
buscar objetivos que topen con actitudes subyacentes.
Puede tratar de reform ar más bien que de canalizar los
actuales sistemas de valores. Y puede que los éxitos de la
publicidad sólo reflejen los fracasos de la propaganda.
Gran parte de la propaganda actual, destinada a la aboli
ción de prejuicios étnicos y raciales muy hondos, por
ejemplo, no parece haber tenido una gran efectividad.
Los medios de comunicación de masas, pues, han sido
utilizados efectivamente para canalizar actitudes básicas,
pero hay muy pocas pruebas de que hayan servido para
cam biar estas actitudes.
Complementación
La propaganda masiva que no es ni monopolística ni
canalizante en su carácter puede, sin embargo, resultar
efectiva si satisface una tercera condición: la complemen
tación a través de contactos cara a cara.
Un caso ilustrará la relación entre mass-media e in
fluencias cara a cara. El aparente éxito propagandístico
conseguido hace unos años por el padre Coughlin no pa
rece, una vez inspeccionado, haber resultado prim ordial
mente del contenido propagandístico de sus charlas por
radio. Fue, más bien, el producto de esas charlas propa
gandísticas centralizadas y de extensas organizaciones lo
cales que dispusieron que sus miembros las escucharan,
siguiéndolas con discuciones entre sí acerca de las opinio
nes sociales por él expresadas. Esta combinación de un
46
49. sum inistro central de propaganda (Coughlin con sus dis
cursos a través de una red de ámbito nacional), la distri
bución coordinada de periódicos y folletos, y las discusio
nes cara a cara localmente organizadas entre grupos re
lativam ente pequeños constituyeron un conjunto de re
fuerzo recíproco por parte de mass-media y de relaciones
personales que perm itió un éxito espectacular.
Los especialistas en movimientos de masas han re
pudiado la opinión de que la propaganda masiva en sí y
de por sí cree o m antenga el movimiento. El nazismo no
alcanzó su breve momento de hegemonía m ediante la cap
tura de los medios de comunicación de masas. Los medios
desempeñaron un papel secundario al complementar la
violencia organizada, la distribución organizada de re
compensas a la conformidad, y los centros organizados de
adoctrinam iento local. La Unión Soviética ha hecho tam
bién un uso impresionante de los mass-media para adoc
trinar a poblaciones enormes con las ideologías apropia
das, pero los organizadores del adoctrinam iento cuidaron
de que los mass-media no actuasen por sí solos. «Esquinas
rojas», «cabañas de lectura» y «centros de escucha» cons
tituían puntos de reunión en los que grupos de ciudadanos
eran expuestos en común a los medios. Los 55.000 clubs y
salas de lectura instalados en 1933 perm itieron a las élites
ideológicas locales com entar con los lectores corrientes el
contenido de lo que éstos leían. La relativa escasez de apa
ratos de radio en los hogares facilitó tam bién la escucha
en grupo y las discusiones colectivas sobre los temas es
cuchados.
En estos casos, la m aquinaria de la persuasión masiva
incluyó el contacto cara a cara en organizaciones locales
como un anexo a los mass-media. La respuesta individual
privada a los m ateriales presentados a través de los ca
nales de comunicación de masas fue considerada inade
cuada para transform ar la exposición a la propaganda en
efectividad propagandística. En una sociedad como la
nuestra, en la que el patrón de burocratización todavía no
ha llegado a estar tan im plantado o, por lo menos, tan
claram ente cristalizado, se ha observado, asimismo, que
47
50. los mass-media m uestran su m áxima efectividad en con
junción con los centros locales de contacto cara a cara
organizado.
Varios factores contribuyen a la m ayor efectividad de
esta reunión de medios de comunicación de masas y con
tacto personal directo. Está bien claro que las discusiones
locales sirven para reforzar el contenido de la propaganda
de m asas. Esta confir mación m utua produce un «efecto de
afianzamiento». Segundo, la centralización de las decisio
nes aligera las responsabilidades de los subalternos en su
tarea con los movimientos populares: los subalternos no
han de lanzar el contenido propagandístico por sí mismos;
sólo han de pilotar a los conversos en potencia hacia la
radio donde se está exponiendo la doctrina. Tercero, la
aparición de un representante del movimiento en una red
de ám bito nacional, o su mención en la prensa del país,
sirve para sim bolizar la legitim idad y la im portancia del
movimiento. No es una empresa impotente o inconse
cuente. Los mass-media, como hemos visto, confieren sta
tus, y el status del movimiento nacional se refleja en el de
las células locales, consolidando con ello las decisiones
tentativas de sus miembros. En esta distribución m utua,
el organizador local asegura una audiencia para el porta
voz nacional, y el portavoz nacional da validez al status
del organizador local.
Este breve resumen de las situaciones en las que los
mass-media consiguen su máximo efecto propagandístico
puede resolver la aparente contradicción que se presentó
al iniciar nuestro comentario. Los mass-media demues
tran ser más efectivos cuando operan en una situación de
virtual «monopolio psicológico», o cuando el objetivo con
siste en canalizar más que en modificar unas actitudes
básicas, o cuando actúan conjuntam ente con unos contac
tos cara a cara.
Pero estas tres condiciones rara vez son satisfechas
conjuntam ente en la propaganda en pro de objetivos so
ciales. En la medida en que la monopolización de la aten
ción es rara, las propagandas opuestas entre sí gozan de
libre juego en una democracia, y en general las cuestiones
48
51. sociales básicas implican algo más que una mera canali
zación de actitudes básicas preexistentes, ya que exigen,
más bien, cambios sustanciales en actitud y comporta
miento. Finalmente, por la más obvia de las razones, la
estrecha colaboración de mass-media y centros localmente
organizados para un contacto cara a cara, rara vez ha sido
conseguida en grupos que luchan por un cambio social
planificado. Tales program as son caros, y son precisa
mente tales grupos los que pocas veces disponen de los
cuantiosos recursos necesarios para estos caros progra
mas. Generalmente, los grupos progresistas situados en
los bordes de la estructura del poder no poseen los amplios
medios financieros de los grupos bien establecidos en el
centro.
Como resultado de esta situación de tres vertientes, el
papel actual de los medios queda limitado, en su mayor
parte, a las preocupaciones sociales periféricas y los me
dios de comunicación no m uestran el grado de poder so
cial que corrientemente les es atribuido.
Al mismo tiempo, y en virtud de la actual organiza
ción de la propiedad comercial y el control de los mass-
media, éstos han servido para cim entar la estructura de
nuestra sociedad. El sistema de mercado se aproxima a un
virtual «monopolio psicológico» de los mass-media. Los
anuncios comerciales en la radio y los periódicos funcio
nan, desde luego, en un contexto que ha recibido la deno
m inación de sistema de libre empresa. Además, el mundo
del comercio se ocupa prim ordialm ente de canalizar más
bien que de cam biar radicalm ente actitudes básicas; sólo
trata de crear preferencias por una marca de producto en
vez de otra. Los contactos cara a cara con aquellos que
han sido socializados en nuestra cultura sirven, principal
mente, para reforzar las pautas culturales prevalecientes.
Por consiguiente, las mismas condiciones que procu
ran la máxima electividad a los medios de comunicación
de masas funcionan en pos del m antenim iento de las es
tructuras sociales y culturales existentes, y no en busca de
cambios en las mismas.
49
52. Estructura y función de la comunicación en la
sociedad*
Harold D. Lasswell
Harold D. Lasswell, sociólogo norteamericano, nació en el
año 1902. Profesor en la Universidad de Yale, es uno de los
padres y pioneros de la investigación sobre comunicación de
masas. Especialista en temas de psicología política, su me
todología, esquematizada en su célebre «paradigma», ha
constituido una de las pautas fundamentales de la mass
com m unication research norteamericana.
* Publicado originalm ente con el título «The Structure and Func
tions of Communication in Society», en Lyman Bryson (ed.), The Com
munication o f Ideas, Institute for Religious and Social Studies, Nueva
York; H arper & Row, Nueva York, 1948. Reeditado en B.B. Berelson/M.
Janow itz (eds.), (1955) (edición revisada).
50
53. El acto de la comunicación
Una m anera conveniente de describir un acto de co
municación es la que surge de la contestación a las si
guientes preguntas:
¿Quién
dice qué
en qué canal
a quién
y con qué efecto?
El estudio científico del proceso de comunicación
tiende a concentrarse en una u otra de tales preguntas.
Los eruditos que estudian el «quién», el comunicador,
contem plan los factores que inician y guían el acto de la
comunicación. Llamamos a esta subdivisión del campo de
investigación análisis de control. Los especialistas que en
focan el «dice qué» hacen análisis de contenido. Aquellos
que contemplan principalmente la radio, la prensa, las
películas y otros canales de comunicación, están haciendo
análisis de medios. Cuando la preocupación prim ordial se
centra en las personas a las que llegan los medios, habla
mos de análisis de audiencia. Y si lo que interesa es el im
pacto sobre las audiencias, el problema es el del análisis
de los efectos}
La utilidad de estas distinciones depende, por com
pleto, del grado de refinamiento que se considere apro
piado para un objetivo científico o adm inistrativo dado. A
1. Para más detalles, véase la Introducción en Harold D. Lasswell,
Bruce L. Smith y Ralph O. Casey, Propaganda, Communication and Pu
blic Opinion: A Comprehensive Reference Guide (1946).
51
54. m enudo, es más sencillo com binar el análisis de audiencia
y el de efecto, por ejemplo, que m antenerlos separados.
Por otra parte, puede interesar concentrarse en el análisis
de contenido, y con este fin subdividir el campo en dos
zonas distintas: el estudio de los datos, centrado en el
mensaje, y el estudio del estilo, centrado sobre la organi
zación de los elementos que componen el mensaje.
Estructura y función
A pesar del atractivo que pueda ofrecer tratar estas
categorías con m ayor detalle, el presente comentario tiene
un objetivo diferente. No nos interesa tanto dividir el acto
de comunicación como contem plar el acto en su totalidad,
en relación con todo el proceso social. Todo proceso puede
ser examinado bajo dos marcos de referencia, a saber, es
tructura y función, y nuestro análisis de comunicación
versará sobre las especializaciones que com portan ciertas
funciones, entre las cuales cabe distinguir claram ente las
siguientes: 1) la supervisión o vigilancia del entorno, 2) la
correlación de las distintas partes de la sociedad en su
respuesta al entorno, y 3) la transm isión de la herencia
social de una generación a la siguiente.
Equivalencias biológicas
A riesgo de suscitar falsas analogías, podemos lograr
una adecuada perspectiva de cualquier sociedad hum ana
cuando estudiamos la comunicación como una caracterís
tica de la vida en todos sus niveles. Un ente vivo, ya esté
relativam ente aislado o bien en asociación, tiene proce
dimientos especializados en cuanto a la recepción de es
tím ulos a partir del entorno. Tanto el organismo mono
celular como el grupo de múltiples miembros tienden a
conservar un equilibrio interno y a responder a los cam-
52
55. T
bios que se produzcan en el entorno a fin de m antener
dicho equilibrio. El proceso de respuesta exige maneras
especializadas a las partes del todo para conseguir una
acción armoniosa. Los animales multicelulares especiali
zan sus células para la función del contacto externo y para
la correlación interna. Así, entre los prim ates, la especia-
lización viene ejemplificada por órganos tales como el
oído y el ojo, y el propio sistema nervioso. Cuando las pau
tas de recepción y diseminación de estímulos funcionan
de m anera adecuada, las diversas partes del animal ac
túan concertadam ente con respecto al medio ambiente
(«alimentarse», «huir», «atacar»).
En algunas sociedades animales, ciertos miembros
desempeñan misiones especializadas y vigilan el entorno.
Los individuos actúan como «centinelas», separados del
rebaño o m anada y creando un estado de alarm a cada vez
que ocurre un cambio alarm ante en los alrededores. El
trompeteo, cacareo o chillido del centinela basta para po
ner a todo el grupo en movimiento. Entre las actividades
• emprendidas por «líderes» especializados se cuenta la es
tim ulación interna de «seguidores» para adaptarse orde
nadam ente a las circunstancias pregonadas por los centi
nelas.
En un organismo individual, altam ente diferenciado,
los impulsos que llegan y los que salen de él son transm i
tidos a lo largo de fibras que establecen una conexión
sináptica2 con otras fibras. Los puntos críticos en el pro
ceso se encuentran en las «estaciones de relevo», donde el
impulso que llega puede ser demasiado débil para alcan
zar el um bral que hace entrar en acción el vínculo si
guiente. En los centros superiores, corrientes separadas se
modifican unas a otras, produciendo resultados que difie
ren en numerosos aspectos del resultado final, cuando
cada una puede continuar por un camino propio. En toda
estación de relevo hay carencia de conductibilidad, con
ductibilidad total o conductibilidad intermedia. Las mis-
2. Sináptica se refiere al lugar de conexión entre dos neuronas. (A/.
deE.).
53
56. mas categorías se aplican a lo que ocurre entre miembros
de una sociedad anim al. El astuto zorro puede acercarse
al gallinero de tal modo que procure unos estímulos de
m asiado leves para inducir al centinela a dar la alarm a, o
bien cabe que el anim al atacante elimine al centinela an
tes de que éste pueda proferir más que un leve gemido.
Evidentemente, existen todas las gradaciones posibles en
tre conductibilidad total y ausencia de conductibilidad.
El caso de la sociedad humana
Cuando examinamos el proceso de comunicación de
cualquier lugar o estado de la comunidad m undial, obser
vamos tres categorías de especialistas. Un grupo vigila el
entorno político del estado como un todo, otro correla
ciona la respuesta de todo el estado al entorno, y un ter
cero transm ite ciertas pautas de respuesta de los viejos a
los jóvenes. Diplomáticos, agregados y corresponsales ex
tranjeros representan a quienes se especializan en el en
torno. Editores, periodistas y locutores son correlatores de
la respuesta interna. Los pedagogos, en familia y en la
escuela, transm iten el legado social.
Las comunicaciones que se originan fuera pasan a tra
vés de secuencias en las que diversos emisores y receptores
están vinculados entre sí. Supeditados a modificación en
cada punto de relevo en la cadena, los mensajes originados
a partir de un diplomático o de un corresponsal en el ex
tranjero pueden pasar a través de despachos editoriales y
llegar finalmente a muy amplias audiencias.
Si nos imaginamos el proceso de información a nivel
m undial como una serie de marcos de atención, es posible
describir la frecuencia con la que un contenido es puesto
en conocimiento de individuos y grupos. Podemos inves
tigar el punto en el que deja de haber «conductibilidad»,
y podemos exam inar la gama entre «conductibilidad to
tal» y «conductibilidad mínima». Los centros m etropoli
tanos y políticos del mundo tienen mucho en común con
54
57. la interdependencia, diferenciación y actividad de los cen
tros corticales y subcorticales de un organismo individual.
Por tanto, los marcos de observación hallados en tales
puntos son los más variables, refinados e interactivos en
tre todos los marcos de la comunidad m undial.
En el otro extremo se encuentran los marcos de obser
vación de los habitantes de regiones aisladas. En general
no se da el caso de que las culturas prim itivas estén total
mente vírgenes de la civilización industrial. Tanto si nos
lanzamos en paracaídas sobre el interior de Nueva Gui
nea, como si aterrizam os en las vertientes del Himalaya,
no encontraremos una tribu totalm ente desconectada del
mundo. Los largos hilos del comercio, del celo misionero,
de la exploración aventurera y del estudio científico, así
como los de la guerra a escala m undial, llegan a los puntos
más distantes. Nadie se encuentra totalm ente al margen
de este mundo.
Entre los primitivos, la forma final asumida por la
comunicación es la balada o el cuento. Sucesos lejanos al
mundo moderno, sucesos que llegan en forma de noticia a
las audiencias m etropolitanas, quedan reflejados, por dé
bilm ente que sea, en el m aterial tem ático de cantantes y
recitadores de baladas. En estas creaciones, remotos lí
deres políticos pueden aparecer repartiendo tierras entre
los campesinos o restableciendo la abundancia de la caza
en las montañas.
Cuando remamos agua arriba en el flujo de la comu
nicación, observamos que la función de relevo para los
nómadas y los tribeños más alejados es realizada a veces
por los habitantes de poblados sedentarios con los que
aquéllos entran en contacto. El agente del relevo puede
ser el maestro de escuela, el médico, el juez, el recaudador
de impuestos, el policía, el soldado, el vendedor am bu
lante, el vagabundo, el misionero o el estudiante, y en
cualquier caso es un nudo en la red de noticias y comen
tarios.
55
58. Equivalencias más detalladas
Los procesos de comunicación de la sociedad hu
m ana, una vez examinados detalladam ente, revelan nu
m erosas equivalencias con las funciones especializadas
que se encuentran en el organismo físico y en las socieda
des anim ales inferiores. Así, por ejemplo, los diplomáticos
de un estado se encuentran esparcidos por todo el mundo
y envían mensajes a unos pocos puntos focales. Evidente
m ente, estos informes proceden de muchas fuentes y sólo
llegan a unos pocos, donde se relacionan entre sí. Más
tarde, la secuencia se am plía en abanico bajo la pauta de
unos pocos en dirección a muchos, como ocurre cuando
un m inistro de Asuntos Exteriores pronuncia un discurso
en público, cuando se publica un artículo en la prensa, o
cuando es distribuido un noticiario en los cines. Las líneas
salientes del entorno exterior del Estado son funcional
mente equivalentes a los canales aferentes que envían los
impulsos nerviosos entrantes al sistema nervioso central
de un solo anim al, y a los medios con los que se disemina
la alarm a en un rebaño. Los impulsos salientes, o eferen
tes, presentan unos paralelos correspondientes.
El sistema nervioso central del cuerpo sólo en parte
está implicado en el flujo total de impulsos aferentes-efe-
rentes. Hay sistemas autom áticos que pueden actuar unos
respecto a otros sin afectar en absoluto a los centros «su
periores». La capacidad del entorno interior es m antenida
principalm ente por medio de las especializaciones vege
tativas o autónom as del sistema nervioso. Similarmente,
son muchos los mensajes que, en el interior de cualquier
Estado, no pasan por los canales centrales de comunica
ción sino que surgen en el seno de familias, vecindarios,
tiendas, equipos de trabajo y otros contextos locales. En
su m ayor parte, el proceso educacional es llevado a cabo
del mismo modo.
Otra serie de equivalencias significativas están rela
cionadas con los circuitos de comunicación, que son pre
dom inantem ente de un sentido o de dos sentidos, según el
grado de reciprocidad entre comunicadores y audiencia.
56
59. O bien, para expresarlo de otra m anera, hay comunica
ción en dos sentidos cuando las funciones de enviar y re
cibir son efectuadas con la misma frecuencia por dos o
más personas. Suele suponerse que una conversación es
una pauta de comunicación en dos sentidos (aunque los
monólogos son bien conocidos). Los modernos instrum en
tos de comunicación de masas otorgan una ventaja
enorme a quienes controlan los talleres de impresión,
equipos de radiodifusión y otras formas de capital fijo y
especializado. Pero debería tenerse en cuenta que las au
diencias «replican» (talk back), tras una cierta demora, y
muchos «controladores» (gate-keepers) de mass-media em
plean métodos científicos de sondeo de opinión a fin de
acelerar este cierre del circuito.
Los circuitos de contacto en dos direcciones se hacen
presentes particularm ente en los grandes centros m etro
politanos, políticos y culturales del mundo. Nueva York,
Moscú, Londres y París, por ejemplo, se encuentran en
intenso contacto de doble dirección, incluso cuando el vo
lumen del flujo es drásticam ente reducido (como ocurre
en Moscú y Nueva York). Incluso hay puntos relativa
mente insignificantes que se convierten en centros m un
diales al ser convertidos en capitales (Canberra en Austra
lia, Ankara en Turquía, o el Distrito de Columbia en Es
tados Unidos). Un centro cultural como la Ciudad del Va
ticano mantiene una intensa relación de dos direcciones
con los centros dominantes de todo el mundo. Incluso cen
tros de producción especializada como Hollywood, pese a
su preponderancia en cuanto a m aterial saliente, reciben
un enorme volumen de mensajes.
Cabe establecer otra distinción entre control de men
sajes y centros o grupos de manipulación de mensajes. El
centro de mensajes en el vasto edificio del Pentágono, en
el Departamento de Guerra de Washington, transm ite
—sólo con algunos cambios accidentales— los mensajes
entrantes a otros destinatarios. Tal es la misión de los ta
lleres de impresión y de las distribuidoras de libros, la de
los expedidores, operadores y mensajeros relacionados
con la comunicación telegráfica, y la de los técnicos rela-
57