Este artículo critica al cardenal Juan Luis Cipriani por su rechazo al proyecto de ley de uniones civiles homosexuales presentado por el congresista Carlos Bruce, argumentando que su tono y comentarios están en desacuerdo con la nueva actitud más tolerante del Papa Francisco hacia la comunidad LGBT. También defiende que cualquier congresista puede presentar proyectos a favor de grupos sociales que los han elegido, sin que su orientación sexual sea un conflicto de intereses.
1. MARTES 17 DE SETIEMBRE DEL 2013
FERNANDO VIVAS
Juan Luis, tan lejos de Francisco
¿Alguien puede alertar al cardenal Juan Luis Cipriani que no está sintonizando con el Papa? No lo digo por su
rechazo a la unión civil gay que plantea Carlos Bruce, sino por el tono. Francisco también rechaza, por ahora,
estas uniones civiles. En el 2010, cuando era cardenal en Argentina y el gobierno de Cristina Fernández
aprobó el matrimonio gay, se opuso enfáticamente y dejó que se filtrara a la prensa una carta suya a las
monjas carmelitas de Buenos Aires donde les pedía rezar para que no se consumara una “pretensión
destructiva al plan de Dios”.
Pero han pasado tres años y el mundo cristiano ha cambiado. Bergoglio fue ungido Papa y sus vecinos
uruguayos y brasileños decidieron permitir el matrimonio gay, al igual que daneses, franceses, neozelandeses
e ingleses, que se han sumado a la docena de países que ya lo reconocían antes que la Argentina.
Porque no se le han subido los humos a la mitra, porque Pancho de Asís es una buena influencia y porque,
muy probablemente, es un Papa buena onda que se esfuerza en ser tolerante, Francisco dijo de los gays que
hacían lobby por sus derechos, en su célebre conferencia en el aire entre Río de Janeiro y Roma: “¿Quién soy
yo para juzgarlos?”.
El dogma no cambió, pero sí la actitud del Vaticano. Entérese, cardenal. Es de pésimo gusto decir que el
proyecto de Bruce implica una “caricatura del matrimonio”, pues, de refilón, insulta a la comunidad gay, como
si esta fuera una „caricatura de humanidad‟ denigrando, con su presencia, las instituciones sociales a las que
se quiere acoger. Debiera disculparse públicamente por ese exabrupto de odio, si quiere estar a tono con
Francisco. A menos que no le interese esta empatía con el nuevo Vaticano y quiera afianzar al arzobispado
limeño como la última fortaleza contra el avance de gays, feministas y otros supuestos degenerados. Conozco
a radicales homofóbicos que se alegrarían por ese rumbo explícito; pero más son los católicos tolerantes que
desean llevar este debate en paz.
También es una barbaridad replicar al congresista Bruce en este tono: “Hemos nombrado congresistas para
justificar su propia opción, no me parece”. ¿Y qué si Bruce fuera gay? ¿Y qué si lo es? Cualquier congresista,
en pleno ejercicio de su iniciativa legislativa, puede plantear un proyecto inclusivo, sin que sea un demérito ni
obstáculo ni conflicto de intereses, su relación con la comunidad beneficiada. Por el contrario, el mandato de
la representación los obliga a plantear proyectos favorables a los grupos sociales que han votado por ellos,
como el caso de Bruce y los TLGB. Parafraseando a Francisco, ¿quién es Juan Luis Cipriani para juzgar
negativamente esto?
Estoy de acuerdo con el matrimonio gay sin ninguna restricción y creo que el Perú está preparado para
implementarlo. El Estado, el Congreso y la retórica homofóbica parecen rechazar esta reforma, pero la
sociedad da cada vez más muestras efectivas de tolerancia, aceptando a familiares y amigos en sus afectos
diferentes. Los niños son “nativos de la diversidad” y aceptan estas cosas mejor que los viejos, así que no los
pongamos de pretexto.
El matrimonio gay con adopción se legalizará inevitablemente en el Perú, como lo fueron el voto femenino y el
divorcio, para poner dos ejemplos que escandaliza saber que tuvieron detractores. Lo que Bruce plantea es
una figura de transición, sin derecho a que la pareja adopte, para conciliar así con los conservadores
pacíficos. Ojalá tenga éxito.