2. Bizantino Icono, tan antiguo, oriental y universal, alegoría maternal de la ternura Virgen Santa María, Perpetuo Socorro, Eleusa, En letras de oro tu nombre: Perpetuo Socorro, de Jesús nos señalas el camino, Santa María, Odigitría.
3. Santa María, Virgen y Madre, de Oriente y de Occidente Perpetuo Socorro advocación ferviente. A cada lado un ángel, al centro Tú, la Madre, sosteniendo al Hijo, tierno Infante.
4. Dicha grande es contemplarte, Madre, con devoción ardiente. Es vislumbrar el cielo mirarnos en tus ojos que brillan más que la estrella que luce hermosa en tu frente.
5. Es sentirse a salvo en tu regazo donde encuentra cobijo el Hijo tan indefenso y tan Niño. ¿Cómo no sentir el corazón estremecido, al ver correr asustado al Niño?
6. Préstame, Madre, esa sandalia de su pie apresurado desprendida para que en mi andar peregrino yo también pueda sembrar de evangelio los caminos. Cruz y lanza, esponja y caña Arcángeles gloriosos con rubor al Redentor le presentan.
7. Cercano está aún el día en que Simeón en el templo pronunció su profecía. Por eso en tus ojos, María, hay también tristeza recordando el presagio de la espada que en dolor el alma te atravesaría. Madre, yo te pido que esa estrella que en tu frente luce fulgente siga alumbrando con fuerza nuestra fe vacilante y seas nuestro Perpetuo Socorro para siempre. Juan Manuel del Río
8. Perpetuo Socorro Bizantino Icono, tan antiguo, oriental y universal, alegoría maternal de la ternura Virgen Santa María, Perpetuo Socorro, Eleusa, En letras de oro tu nombre: Perpetuo Socorro, de Jesús nos señalas el camino, Santa María, Odigitría. Santa María, Virgen y Madre, de Oriente y de Occidente Perpetuo Socorro advocación ferviente. A cada lado un ángel, al centro Tú, la Madre, sosteniendo al Hijo, tierno Infante. Dicha grande es contemplarte, Madre, con devoción ardiente. Es vislumbrar el cielo mirarnos en tus ojos que brillan más que la estrella que luce hermosa en tu frente. Es sentirse a salvo en tu regazo donde encuentra cobijo el Hijo tan indefenso y tan Niño. ¿Cómo no sentir el corazón estremecido, al ver correr asustado al Niño? Préstame, Madre, esa sandalia de su pie apresurado desprendida para que en mi andar peregrino yo también pueda sembrar de evangelio los caminos. Cruz y lanza, esponja y caña Arcángeles gloriosos con rubor al Redentor le presentan. Cercano está aún el día en que Simeón en el templo pronunció su profecía. Por eso en tus ojos, María, hay también tristeza recordando el presagio de la espada que en dolor el alma te atravesaría. Madre, yo te pido que esa estrella que en tu frente luce fulgente siga alumbrando con fuerza nuestra fe vacilante y seas nuestro Perpetuo Socorro para siempre. Juan Manuel del Río