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JESUCRISTO: ROSTRO HUMANO DE DIOS Y
ROSTRO DIVINO DEL HOMBRE
1. Se me ha pedido desarrollar el tema “Jesucristo: rostro humano de Dios y
rostro divino del hombre”. Para comprender que Jesucristo, es el rostro humano
de Dios hay que ir a las fuentes de la revelación, porque la 2da. parte del tema, el
rostro divino del hombre, a la luz de la misma revelación, es tarea nuestra, es
decir, somos nosotros los que hacemos que en el ser humano resplandezca o no
el rostro divino. Henry de Lubac decía: “en el rostro de cada ser humano, brilla el
rostro divino del Resucitado”.
2. “El Señor les habló desde el fuego, y ustedes escuchaban el sonido de sus
palabras, pero no percibían ninguna figura: sólo se oía la voz” (Dt 4,12). El
Señor se había presentado, no como una imagen o una efigie o una estatua similar
al becerro de oro, sino con “rumor de palabras”. Es una voz que había entrado
en escena en el preciso momento del comienzo de la creación, cuando había
rasgado el silencio de la nada: “En el principio... dijo Dios: “Haya luz”, y hubo
luz... En el principio existía la Palabra... y la Palabra era Dios ... Todo se hizo por
ella y sin ella no se hizo nada” (Gn 1, 1.3; Jn 1, 1-3).
3. Lo creado nace de una palabra que vence la nada y crea el ser. El Salmista canta:
“Por la Palabra del Señor fueron hechos los cielos, por el aliento de su boca todos
sus ejércitos ... pues él habló y así fue, él lo mandó y se hizo” (Sal 33, 6.9).
Tenemos de esta forma una primera revelación “cósmica”.
4. Pero la Palabra divina también se encuentra en la raíz de la historia humana. El
hombre y la mujer, llevan en sí la huella divina, pueden entrar en diálogo con su
Creador o pueden alejarse de él y rechazarlo (Adán y Eva). “He visto la aflicción
de mi pueblo en Egipto, he escuchado el clamor ... conozco sus sufrimientos.
He bajado para librarlo de la mano de los egipcios y para sacarlo de esta
tierra a una tierra buena y espaciosa ...” (Ex 3, 7-8). Hay, por tanto, una
presencia divina en las situaciones humanas.
5. La Palabra divina eficaz, creadora y salvadora, está por tanto en el principio del
ser y de la historia, de la creación y la redención. El Señor sale al encuentro de la
humanidad proclamando: “Lo digo y lo hago” (Ez 37,14). Sin embargo, hay una
etapa posterior que la voz divina recorre: es la de la Palabra escrita, las Escrituras
sagradas.
6. Las Sagradas Escrituras son el “testimonio” en forma escrita de la Palabra divina,
son el memorial canónico, histórico y literario que atestigua el evento de la
Revelación creadora y salvadora. Por tanto, la Palabra de Dios precede y
excede la Biblia, si bien está “inspirada por Dios” y contiene la Palabra
divina eficaz (cf. 2 Tm 3, 16). Por este motivo nuestra fe no tiene en el centro
sólo un libro, sino una Historia de Salvación y, como veremos, una persona,
Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, hombre, historia. Precisamente porque el
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horizonte de la Palabra divina abraza y se extiende más allá de la Escritura, es
necesaria la constante presencia del Espíritu Santo que “guía hasta la verdad
completa” (Jn 16, 13) a quien lee la Biblia y la Historia de la Salvación. Es ésta la
gran Tradición, presencia eficaz del “Espíritu de verdad” en la Iglesia, El propio
San Pablo, cuando proclamó el primer Credo cristiano, reconocerá que
“transmitió” lo que él “a su vez recibió” de la Tradición (1 Cor 15,3-5).
NOTA:
La Palabra de Dios precede y excede la Biblia
I. EL ROSTRO HUMANO DE DIOS: JESUCRISTO
1. En el original griego son sólo tres las palabras fundamentales: “el Verbo/Palabra
se hizo carne”. Son el corazón mismo de la fe cristiana. La Palabra eterna y
divina entra en el espacio y en el tiempo y asume un rostro y una identidad
humana, tan es así que es posible acercarse a ella directamente pidiendo:
“Queremos ver a Jesús” (Jn 12, 20-21). Las palabras sin un rostro no son
perfectas, porque no cumplen plenamente el encuentro, como recordaba Job,
cuando llegó al final de su dramático itinerario de búsqueda: “Sólo de oídas te
conocía, pero ahora te han visto mis ojos” (42, 5).
2. Cristo es “la Palabra que está junto a Dios y es Dios”, es “imagen de Dios
invisible; pero también es Jesús de Nazaret, que camina por las calles que de una
provincia marginal del imperio romano, que habla una lengua local, que presenta
los rasgos de un pueblo, el judío, y de su cultura. El Jesucristo real es, por tanto,
carne frágil y mortal, es historia y humanidad, pero también es gloria, divinidad,
misterio: Aquel que nos ha revelado a Dios que nadie ha visto jamás (cf. Jn 1,
18). El Hijo de Dios sigue siendo el mismo aún en ese cadáver depositado en el
sepulcro y la resurrección es su testimonio vivo y eficaz.
3. La tradición cristiana ha puesto a menudo en paralelo la Palabra divina que se
hace carne Jesucristo, con la misma Palabra que se hace libro, las Sagradas
Escrituras. Por eso: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado
a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha
hablado por medio del Hijo” (Hb 1, 1-2).
4. Él es el sello, “el Alfa y la Omega” (Ap 1, 8) de un diálogo entre Dios y sus
criaturas repartido en el tiempo y atestiguado en la Biblia. Es a la luz de este sello
final cómo adquieren su “pleno sentido” las palabras de Moisés y de los profetas,
como había indicado el mismo Jesús aquella tarde de primavera, mientras él iba
de Jerusalén hacia el pueblo de Emaús, dialogando con Cleofás y su amigo,
cuando “les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” (Lc 24, 27).
5. Precisamente porque en el centro de la Revelación está la Palabra divina
transformada en rostro, el fin último del conocimiento de la Biblia no está “en
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una decisión ética o una gran idea, sino en el encuentro con un acontecimiento,
con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación
decisiva” (Deus cáritas est, 1).
6. La Palabra de Dios personificada “sale” de su casa, del templo, y se pone en
marcha a lo largo de los caminos del mundo para encontrar la gran peregrinación
que los pueblos de la tierra han emprendido en la búsqueda de la verdad, de la
justicia y de la paz. Como se lee en el libro del profeta Amós, “vienen días - dice
Dios, el Señor - en los cuales enviaré hambre a la tierra. No de pan, ni sed de
agua, sino de oír la Palabra de Dios” (8, 11). A este hambre responde Jesús y a
este hambre quiere el Señor que responsamos nosotros.
7. Asimismo Cristo resucitado lanza el llamado a los apóstoles titubeantes, para
salir de las fronteras de su horizonte protegido: “Por tanto, id a todas las
naciones, haced discípulos [...] y enseñadles a obedecer todo lo que os he
mandado” (Mt 28, 19-20). La Biblia está llena de llamadas a “no callar”, a “gritar
con fuerza”, a “anunciar la Palabra en el momento oportuno e importuno” a ser
guardianes que rompen el silencio de la indiferencia.
8. “La voz de cielo que yo había oído me habló otra vez y me dijo: “Toma el librito
que está abierto en la mano del ángel ...”. Y el ángel me dijo: “Toma, devóralo; te
amargará las entrañas, pero en tu boca será dulce como la miel”. Tomé el librito
de la mano del ángel y lo devoré; y fue en mi boca dulce como la miel; pero,
cuando lo comí, se me amargaron las entrañas” (Ap 10, 8-11).
9. La Sagrada Escritura “tiene pasajes adecuados para consolar todas las
condiciones humanas y pasajes adecuados para atemorizar en todas las
condiciones” (B. Pascal, Pensieri, n. 532).
10. La Palabra de Dios hecha rostro, en efecto, es “más dulce que la miel, más que el
jugo de panales” (Sal 19, 11), es “antorcha para mis pasos, luz para mi sendero”
(Sal 119, 105), pero también es “como el fuego y como un martillo que golpea
la peña” (Jr 23, 29). Es como una lluvia que empapa la tierra, la fecunda y la
hace germinar, haciendo florecer de este modo también la aridez de nuestros
desiertos espirituales (cf. Is 55, 10-11). Pero también es “viva, eficaz y más
cortante que una espada de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y
espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y pensamientos del
corazón” (Hb 4,12).
11. Así pues, el Dios de la Biblia es un Dios con rostro que habla a los hombres, no
es un Dios mudo: es un Dios que nos habla para entrar en comunicación.
12. Hablar con una persona siempre quiere decir establecer una relación. Para Dios lo
que cuenta es una relación personal, para mantener, para nutrir una relación
afectiva. Este ha sido siempre el objetivo de Dios.
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13. Un Dios así grande, así santo, tan diferente de nosotros que haya tenido la
iniciativa de dirigirse a nosotros para establecer una relación con nosotros para
profundizarla, es algo que impresiona y que los Salmos cantan de muchas
maneras.
14. Dios nos ha hablado en el Antiguo Testamento. Dios nos habla en Jesucristo. Hay
que tener conciencia de esta iniciativa extraordinaria de Dios.
15. El profeta Oseas 2,16 dice: “Lo conduciré al desierto y le hablaré al corazón”.
La característica de nuestro Dios es aquella de ser un Dios de Alianza, un Dios
que quiere establecer relaciones personales y profundizarlas y esto se explica por
qué muchas veces se nombran las personas en la Sagrada Escritura.
16. A veces sucede que las personas no se hablan porque no quieren entrar en
relación entre ellas por diferentes motivos. Pero Jesús rompe esta barrera, porque
la voluntad de Dios es una voluntad de comunicación, de comunión.
17. El Antiguo Testamento es la historia de la Palabra de Dios que se comunica:
Abraham, Moisés. Dios se autodefine a través de relaciones personales con
algunos hombres de importancia. Y Dios ha hablado a los profetas para entrelazar
el diálogo con su pueblo.
18. El Nuevo Testamento es la Palabra de Dios que se hace rostro. Cristo no es pues
un porta voz de la Palabra de Dios, como eran los Profetas, sino que Él es la
Palabra, el Verbo, hecho carne, hecho rostro humano.
19. El señor se ha puesto en relación profunda con nosotros y quiere profundizar esta
relación. Debemos abrir con gran confianza nuestro ánimo a la Palabra de Dios,
que es más que la Sagrada Escritura, es palabra encarnada, hecha rostro humano:
Jesucristo.
JESUCRISTO, ROSTRO DIVINO DEL HOMBRE
1. La visión del profeta Daniel (Dn 7,13-14) es el punto final de una largísima
tradición bíblica, que se inicia justamente con la narración de la creación del
hombre. El hombre ha sido creado para ser el que domina la tierra (Gn 1,28). El
hombre debe ser vértice de la creación, debe ser el Señor, dependiente
naturalmente del Gran Señor.
2. Cristo con su muerte y resurrección ha sido constituido Señor de todas las cosas.
Es en Él que se realiza todo el designio de Dios. Él es Omega, el punto
culminante de la historia humana y de la Historia de la Salvación. Es La Palabra
definitiva de Dios.
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3. Pero, Dios a través del Hijo ha hecho también el mundo (Hb 1,2). Para poder ser
el Omega, el punto culminante de la historia, Cristo tenía que ser el Alfa, el punto
inicial de todo, el Hijo Eterno, pre-existente, la Palabra primordial, por medio de
la cual Cristo ha creado el mundo. Ahora reconocemos que esa Palabra creadora
es una persona divina, Cristo, hecho rostro humano, Hijo de Dios y hermano
nuestro.
4. No nos olvidemos que la gloria personal de Jesucristo ha revelado plenamente
su gloria pre-existente. Jn 3,13: “Ninguno jamás ha subido al cielo sino aquel
que ha bajado del cielo”.
Ninguno puede enaltecerse a la altura de Dios sino quien ha estado desde el inicio
a la misma altura.
5. Dios jamás ha dicho a un ángel “tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado”. Lo ha
dicho a Cristo. ¿Cuándo? La liturgia lo aplica a Navidad, pero la Carta a los
Hebreos y S. Pablo (AT 13,33) lo aplican a la resurrección de Cristo. En la
resurrección de Cristo, Dios ha dicho a Cristo: “Tú eres mi Hijo”. En cuanto
persona es claro que Cristo siempre ha sido Hijo de Dios (Heb 1,3), pero su
naturaleza humana no tiene de inmediato la gloria filial, porque el Hijo de Dios
tomó la condición de esclavo (Fil 2,7). Había tomado una condición humilde, no
gloriosa. Después de la pasión en la Resurrección, Cristo ha obtenido la gloria
filial también para su naturaleza humana. Este es el motivo de alegría y de
orgullo espiritual. Jesús ha sido proclamado Hijo de Dios en su naturaleza
humana y por eso es que podemos estar llenos de confianza y seguridad.
6. Aquí está la raíz de la proclamación: Jesucristo, rostro humano de Dios y
Jesucristo, rostro divino del hombre. Aquí está la raíz de todos nuestros
esfuerzos que debemos desplegar para trabajar por el ser humano, por su
dignidad, sus derechos, especialmente de los más humildes y necesitados; por sus
valores y virtudes, por su vida, su existencia, para que alcance la gracia y viva en
ella.
A partir del conjunto de estas dos dimensiones, la humana y la divina, se
entiende mejor el por qué del valor inviolable del hombre: él posee una vocación
eterna y está llamado a compartir el amor trinitario del Dios vivo.
Este valor se aplica indistintamente a todos. Sólo por el hecho de existir, cada
hombre tiene que ser plenamente respetado. Hay que excluir la introducción de
criterios de discriminación de la dignidad humana basados en el desarrollo
biológico, psíquico, cultural o en el estado de salud del individuo. En cada fase
de la existencia del hombre, creado a imagen de Dios, se refleja, “el rostro de su
Hijo unigénito… Este amor ilimitado y casi incomprensible de Dios al hombre
revela hasta qué punto la persona humana es digna de ser amada por sí misma,
independientemente de cualquier otra consideración: inteligencia, belleza, salud,
juventud, integridad, etc. En definitiva, la vida humana siempre es un bien,
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puesto que “es manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencia,
resplandor de su gloria” (Evangelium vitae, 34).
7. Por eso el Papa Benedicto XVI, con mucha razón ha dicho en Aparecida: la
opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel
Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza
(cf.2 Co 8.9). (Discurso Inaugural de S.S. Benedicto XVI, Aparecida, 13-05-07).
8. Jesucristo, es verdaderamente Dios con Dios y Jesucristo es hermano nuestro. El
Salmo 8 dice: “¿Que cosa es el hombre para que tú te acuerdes de él?”.
La vocación del hombre es la de ser el vértice de la creación. Dios dice al hombre
de llenar la tierra, de someterla, de dominarla. Todo debe ser sometido al
hombre. Por eso la dignidad de la persona humana es el meollo de la Iglesia y
deberá ser siempre nuestra preocupación. El libro de la Sabiduría precisa el modo
cómo se debe realizar este dominio del hombre sobre la tierra. “Que gobierne el
mundo con santidad y justicia y pronuncie juicios con ánimo recto”.
9. Jesús es el que está más unido a Dios porque es Dios, y es quien está más unido a
nosotros porque es hombre. Cristo es un Hermano que no se olvida de nosotros
en su gloria porque su gloria es justamente el fruto de su solidaridad con
nosotros.
10. La gran pregunta es: ¿cómo hacer que resplandezca el rostro divino del hombre,
en la historia humana, en el hoy, cuando su dignidad, sus derechos fundamentales
se ven pisoteados y maltratados por una mentalidad muchas veces alejada de
Dios y de la misma dignidad humana?
11. ¿Cuál es el papel de la Iglesia, cuando el mismo Santo Padre nos dice que la
Iglesia es “abogada de la justicia y de los pobres?
El hombre, participando en el poder creador de Dios, está llamado a transformar
la creación, ordenando sus muchos recursos a favor de la dignidad y el bienestar
integral de todos y cada uno de los hombres, y a ser también el custodio de su
valor e intrínseca belleza.
Pero la historia de la humanidad ha sido testigo de cómo el hombre ha abusado y
sigue abusando del poder y la capacidad que Dios le ha confiado, generando
distintas formas de injusta discriminación y opresión de los más débiles e
indefensos. Los ataques diarios contra la vida humana; la existencia de grandes
zonas de pobreza en las que los hombres mueren de hambre y enfermedades,
excluidos de recursos de orden teórico y práctico que otros Países tienen a
disposición con sobreabundancia; un desarrollo tecnológico e industrial que está
poniendo en riesgo de colapso el ecosistema; la utilización de la investigación
científica en el campo de la física, la química y la biología con fines bélicos; las
numerosas guerras que todavía hoy dividen pueblos y culturas. Éstos son, por
desgracia, sólo algunos signos elocuentes de cómo el hombre puede hacer un mal
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uso de su capacidad y convertirse en el peor enemigo de sí mismo, perdiendo la
conciencia de su alta y específica vocación a ser un colaborador en la obra
creadora de Dios.
12. El Nuevo Testamento dice que Cristo tiene autoridad, pero también es
misericordioso y lleno de compasión y deseoso de ayudarnos… En nuestro
ministerio debemos necesariamente unir no sólo autoridad sino misericordia, no
sólo autoridad sino comprensión, porque así es el sacerdocio de Cristo.
13. La carta a los Hebreos presenta la misericordia de Cristo, como un sentimiento
profundamente lleno de humanidad: la compasión hacia sus semejantes adquirida
con la participación de su propio destino. No se trata pues de un sentimiento
superficial de quien se conmueve fácilmente, se trata de una capacidad adquirida
a través de la experiencia personal del sufrimiento.
14.El autor nos hace comprender que para poder compadecerse verdaderamente, es
necesario haber padecido personalmente. Es necesario haber pasado por los
mismas pruebas, los mismos sufrimientos de aquellos que se quiere ayudar.
15.Cristo sabe compadecerse porque ha estado probado en todo como nosotros
menos en el pecado. Desde su nacimiento ha conocido la pobreza, la exclusión,
después ha conocido el hambre, la sed, el cansancio, la contradicción, la
hostilidad, la traición, la condena injusta, la soledad, el abandono, la cruz. Ha
adquirido así una capacidad extraordinaria de comprensión, de compasión.
16. La misericordia de Dios se ha manifestado en el A.T. de muchos modos, pero le
faltaba una dimensión: la de ser expresada con un corazón humano y adquirida a
través de la experiencia dolorosa de la existencia humana.
17. Cristo ha dado a la misericordia de Dios esta nueva dimensión que conmueve
tanto y es tan reconfortante para nosotros, pues nos llena de profunda esperanza.
18. Es importante en nuestro ministerio pastoral, en nuestro servicio eclesial
comprender esto. Una simple formulación como: Jesucristo, rostro humano de
Dios y rostro divino del hombre, puede parecer retórico, pero que no lo es: el
contenido es profundamente divino y humano y útil para nuestro ministerio
pastoral y evangelizador.
Sólo algunos ejemplos:
a) Mc 1,40: su corazón se conmovió frene al leproso y lo curó.
b) Mt 20,34: Jesús se conmueve frente a los 02 ciegos que le gritaban; los curó.
c) Lc 7,13: El Señor se conmovió frente a la viuda de Naim, y le devolvió la vida
al hijo único.
d) Mt 9,36: viendo la multitud se conmovió porque eran como ovejas sin pastor,
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Jesús tiene diferentes reacciones:
a) Mc 6,34: se puso a enseñar
b) Mt 14,14: curó sus enfermos
c) Mt 15,32: Jesús mismo dice “Mi corazón se conmueve por esta multitud” y
multiplica los panes.
d) Lc 10,33: El buen samaritano se conmueve.
e) Lc 15,20: El Padre que ve a su hijo arrepentido se conmueve.
19. Finalmente, pidamos la gracia de poder sentir y palpar las necesidades de
nuestros hermanos que son muchas, para poder en nuestra vida hacer
resplandecer el rostro divino en el hombre ya que Jesucristo nos ha mostrado el
rostro humano de Dios. Dios se metió en el pellejo de los hombres, se hizo
semejante en todo menos en el pecado, sólo metiéndonos en el pellejo de los
hombres, podemos ayudarlos verdadera y evangélicamente.
Mons. Miguel Cabrejos Vidarte, OFM
Arzobispo de Trujillo
Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana