Aunque hay desacuerdos sobre cómo preparar el té, la mayoría concuerda que para tomar té con leche se debe echar primero la leche fría y luego el té caliente, ya que de esta manera las proteínas de la leche pueden unirse a los taninos del té y reducir su astringencia, mientras que al revés las proteínas se desnaturalizarían y perderían la capacidad de enmascarar el sabor amargo.