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Shannon
Bajo los dulces golpeteos de la lluvia, Bastian volvía a casa cautivado con la belleza de
cada charco iluminado, cada coche perlado, cada casa que, bajo el agua, cobraba una
personalidad apenada y misteriosa. El abrigo, por el que corrían miles de ríos, le pesaba
en los hombros; los zapatos, apunto de naufragar, rechinaban con cada paso y el pelo
empapado se le pegaba a la piel, aun así, prendía en sus pupilas un destello cálido que le
iluminaba el rostro. Giró la llave dentro de la cerradura y, antes de entrar, volvió a
contemplar la lluvia caer. Con los ojos cerrados, inspiró una última vez, llenando los
pulmones del suave frío. Después, con la mirada nostálgica del que recuerda algo
maravilloso, entró sonriendo tímidamente, callando a la lluvia tras la puerta de madera.
No pudo reprimir el serpenteo de un escalofrío al descubrir la calidez de su casa
refugiada entre paredes, alfombras y radiadores. En la entrada, colgó el abrigo, dejó la
máquina de escribir al pie de la escalera y, sentándose en uno de los escalones, se quitó
los zapatos y los calcetines húmedos. Subió la escalera descalzo y de puntillas para no
hacer ruido. Encontró la puerta de su habitación entornada. Una franja de luz naranja se
escapaba por la rendija. Asomó la cabeza. Shannon estaba recostada sobre el cabecero de
la cama, tenía un libro sobre las piernas.
—Cariño, ¿qué haces despierta? —preguntó extrañado mientras entraba.
—No consigo dormir, además estaba preocupada. Nunca habías llegado tan tarde.
—Hoy me ha venido la inspiración, no podía desaprovechar la oportunidad.
—Ya… pero al menos podrías haberme cogido el móvil.
—Lo debo de tener en silencio. —Bastian sacó el móvil del bolsillo, echó una ojeada a la
pantalla y lo volvió a guardar —. Sabes que cuando escribo no quiero distracciones.
Bastian comenzó a desvestirse, dejando la ropa sobre el sillón. Shannon, acariciándose
las manos nerviosamente, lo observaba con la mirada perdida
—En realidad tus distracciones me encantan, pero si algún día quiero dejar de vivir de tu
dinero, voy a tener que sacrificarme —. Terminó de desvestirse y se sentó en el lado libre
de la cama. —Odio tenerte aquí olvidada. En cuanto acabe la novela, te daré todos los
mimos que te mereces —. Se inclinó hacia ella, le acarició el pelo y le dio un beso,
después se metió dentro de la cama y se arropó hasta arriba.
Bastian dejó que la suavidad y el calor de la cama lo abrazasen; extendió las piernas y
hundió la cabeza en la almohada. Shannon retiró el libro de su regazo, pero seguía
recostada de brazos cruzados con la mirada fija en la colcha.
—Bastian.
—¿Sí, cariño?
—¿Has estado con alguien esta noche? —pronunció las palabras con miedo, sin querer
saber la respuesta.
Bastian notó un ligero peso en el pecho.
—Con el detective Johnson y su nueva amante. Ellos son los únicos que se quedan
conmigo hasta tan tarde. —Se giró y sonrió a su novia. El peso seguía ahí.
—¿Has estado con ella? — Bastian mudó la sonrisa y volvió a girarse, dándole la espalda.
—No —respondió secamente con la voz oprimida.
—¿Por qué me mientes? —. Las palabras tristes y cansadas de Shannon agrandaron el
vacío que sentía en el pecho; un vacío que pesaba y se lo tragaba todo.
Bastian se giró de nuevo hacia ella. Estrechó una de sus manos y la miró a los ojos.
—Te miento porque es tarde, estamos cansados, nos queremos y esto es una tontería.
Ahora, vamos a dormir — respondió desenfadadamente con un deje de súplica.
—N-no, Ba-Bastian, no vamos a dormir —. Shanon tartamudeaba con el pecho subiendo
y bajando mientras intentaba controlar las lágrimas.
Abatido, Bastian se desarropó y se sentó en el borde de la cama. Restregándose el rostro
con las manos, inspiró profundamente.
—¿Ves? ¿Ves por qué te miento? —. Dejó caer el peso del cuerpo sobre los codos,
apoyados en las rodillas. Como un árbol tumbado por el viento. Al hablar, movía los
brazos sin fuerzas; unas veces, tapándose la cara con las manos; otras, agitándose el pelo.
—Sinceramente, Shannon, no sé a qué viene todo esto. Es que, es que, tú me conocías,
sabías cómo era, cómo soy —. Agitado, pronunciaba rápido y se trababa al hablar. —
Pensé que no te importaba… ¡nunca me dijiste nada!
—Es que pensaba que cuando estuviésemos juntos te olvidarías de ella —. Las palabras,
casi como un susurro, salieron temblando entre sus labios. Sin querer, por fin rompió a
llorar.
Bastian se puso de pie y la miró angustiado, sus ojos habían perdido el destello. Intentó
decir algo, pero no le salían las palabras.
—No entiendo por qué si me quieres, la necesitas también a ella —. Aunque se había
intentado recomponer, Shannon volvió a sollozar incontrolablemente.
—Yo, yo, ¡yo no la necesito! Es-es, ¡es otra cosa! —. Bastian se encontraba a la deriva.
Caminaba de un lado a otro de la habitación con la mente alterada. — Es que, lo mires
por donde lo mires, es una estupidez. Shannon, no sé qué pretendes con esto.
Ella había parado de llorar, parecía desinflada después del torrente de emociones.
—Quiero que elijas —. No había odio o reproche en sus palabras, solo pena.
Bastian paró en seco y la miró.
—¿Elegir? ¿Elegir el qué?
—Ella o yo, y si sé que es absurdo y suena a telenovela, pero yo no aguanto más así. Lo
siento muchísimo.
Ambos permanecieron callados respirando, pensando, mirándose.
—Lo siento mucho, cariño —volvió a decir Shannon. Otra lágrima cayó sobre la sábana.
—Necesito tiempo para pensar.
Shannon asintió.
—Sabes que te quiero, ¿verdad? —dijo Bastian.
—Claro, claro que lo sé —respondió Shannon con una sonrisa triste —. Yo también te
quiero, mucho.
Volvieron a guardar silencio; una en la cama, el otro de pie. Bastian por fin se movió.
—Cogeré algo de ropa y me iré a la cabaña de mis padres. ¿Te parece bien?
Ella asintió. Bastian comenzó a guardar ropa en una bolsa de viaje.
—¿Estarás con ella? — preguntó Shannon. Él paró un momento.
—Sí, seguramente —. Dejó la bolsa, ya llena, en el suelo y comenzó a vestirse.
—¿No quieres dormir un poco antes? —Shannon estaba completamente calmada.
—Son unas cuantas horas de viaje. Además, ahora sería incapaz de dormir.
Terminó de ponerse en silencio las botas de montaña.
—Me voy.
—Vale.
Bastian se acercó a la cama y le besó en los labios, después en la nariz y, por último, en
la frente. Shannon le acarició la cara.
—Lo siento mucho, cariño, pero no aguantaba más —. Bastian observó sus grandes ojos
azules.
—Tú no tienes la culpa, no es culpa de nadie —susurró mientras le pasaba la mano por el
pelo. —Volveré pronto —. Estrechó una de sus manos y se la besó con ternura, después,
con la bolsa de viaje en la mano, salió de la habitación.
Volvió a ponerse el abrigo, que todavía estaba algo mojado, cogió la máquina de escribir
y abrió la puerta. La lluvia seguía cayendo implacable. Abrió el coche, dejó la bolsa de
viaje en los asientos de atrás y se sentó delante junto con la máquina de escribir.
Arrancó el motor, encendió las luces y puso la radio. Y, apesadumbrado, se perdió entre
el continuo repiqueteo.
Bastian
La carretera salió de la seguridad de la ciudad para aventurarse entre desfiladeros y
barrancos. La lluvia cesó con suavidad, dejando tras de sí el dulce olor a lo perdido.
Bastian conducía sin prisa, perdiéndose en el paisaje, disfrutando del aire fresco de la
madrugada, sintiendo cómo la máquina obedecía a sus órdenes: acelerando y decelerando
el ritmo; le reconfortaba tener algo bajo control en su vida.
Habían pasado tres horas desde su marcha y, aun así, las palabras de Shannon todavía
hacían eco en su cabeza. Se sentía contrariado, avergonzado y arrepentido por sus
escapadas nocturnas, por mentirle. A la que entre sabanas besaba por las mañanas; con la
que compartía somnoliento el desayuno; con la que hacía el amor todas las noches
lentamente, sabiendo que solo era suya. Esa mujer descuidada de ojos azules y sonrisa
fácil, risueña, cariñosa y comprensiva. Pero una parte más profunda, la más íntima, la que
ningún hombre llega a desnudar ante nadie, adoraba estar con Sheena. La de la melodía
tangible, la suave belleza, la delicadeza natural y la profunda inteligencia.
Aunque Shannon siempre estaba ahí, al otro lado de la mesa, tumbada en el sofá o
compartiendo cama. Sheena, en cambio, venía cuando quería.
Conducía con la mente perdida cuando reconoció el camino que lo sacaría de la carretera
para llevarlo a la cabaña de sus padres. Hacía mucho tiempo que ya nadie pasaba por allí.
El cartel de "SE VENDE" seguía pegado en la puerta.
Bajó del coche y estiró el cuerpo, echando un vistazo a su alrededor. Todo seguía igual.
Cogió la máquina de escribir y con la mano libre la bolsa de viaje. Allí seguían los
cuadros, los sillones, los platos de porcelana y la pequeña chimenea. Deshizo el equipaje
en la habitación, guardando la ropa en el armario, y sacó la máquina de escribir de su
funda, dejándola en el escritorio delante de la ventana.
Bajó a la cocina e hirvió un cazo de café. Lo sirvió en una taza de metal. Se lo tomó
ardiendo, a pequeños sorbos, apoyado en el marco de la puerta, como solía hacer su padre,
disfrutando del paisaje.
Estuvo un rato quieto, serenado por la calma del lugar. Observando el lento vuelo de un
águila sobre el intenso azul, la línea de montañas perdidas en el horizonte, el movimiento
de los árboles al ser invadidos por el viento. Todo era tranquilo, natural, hermoso. «Qué
fácil es todo», pensó. Permaneció allí, sintiéndose incorpóreo, con la mente
sobrevolándolo todo.
Más tarde, desentumeció el cuerpo y volvió dentro; en sus ojos, la mirada que intenta
comprender. Dejó la taza en la cocina y fue a por la máquina de escribir. En el salón,
encendió con dificultad un pequeño fuego en la chimenea y se hundió en uno de los
mullidos sillones con la máquina sobre las piernas. Ahora que tenía la mente
placenteramente liberada, prefería continuar su novela.
Sheena
Pasó dos horas escribiendo sin parar, con el cuerpo olvidado y la mente concentrada. Se
sorprendió al descubrir acabado un capítulo entero de la novela. Lo hojeó ilusionado. Era
sencillo, fluido, electrizante, era delicado y a la vez poderoso; era perfecto. Todo lo era
cuando la inspiración llamaba a tu puerta. «Toc, toc», alguien llamó suavemente.
Extrañado, se acercó y abrió la puerta sin preguntar. Un aroma a lavanda y unos ojos
verdes le sorprendieron.
—Sheena.
—Bastian.
La mujer se acercó y lo abrazó con fuerza, apretando su cuerpo contra el suyo. Antes de
separarse, le dio un beso. Entraron juntos al salón.
—No estás muy animado —comentó ella.
—No, no mucho —. Bastian volvió a sentarse en el sillón. —No, no, será mejor que no…
—intentó parar a Sheena que se había descalzado con naturalidad.
—¡Quiero animarte! —exclamó sacándose la blusa dejando al descubierto su torso
desnudo.
—No, no. Gracias, pero no. Solo conseguiría complicarlo todo más.
—Un poco de placer primitivo no va a complicar nada —Sheena se río. —Es solo
contacto físico, Bastian. Tejidos rozando con tejidos. —Comenzó a desabrocharse los
pantalones.
—Sheena, tengo problemas con Sharon —dijo él cansado. Sheena paró de desvestirse y
cambió el gesto. —Quiere que nos dejemos de ver.
—Pero… eso es absurdo —dijo perpleja. —¿Dejar de vernos?
—Sí, dejar de vernos. Es absurdo —. Bastian miró al fuego. —Pero ¿acaso no es todo
absurdo?
—Sí, puede que todo sea absurdo.
Ambos contemplaron el fuego.
—Qué difícil es todo, Sheena —dijo Bastian agotado.
—Y eso lo hace apasionante —sonrío ella.
Bastian siguió perdido en las llamas, con la mente en otro sitio. Sheena lo observaba
curiosa sentada en el suelo con las piernas entrelazadas
—¿Y la quieres lo suficiente? —preguntó.
—Absurdamente, sí.
—¿Y qué quieres hacer?
—Querría terminar de desnudarte ahí mismo, lamerte los pechos y hacerte el amor hasta
morir de extenuación. Querría que no te fueses nunca, que pudiésemos hablar, sentir,
delirar y disfrutar juntos de la vida. Querría que siempre me hicieras sentir como una
persona nueva.
La mirada de Bastian se ensombreció.
—Pero eso nunca será así —acabó Sheena por él.
—No —afirmó tristemente.
Sheena guardó silencio, esperando a que él continuase hablando, pero Bastian no dijo
nada.
—Entonces…—susurró ella.
—Me quedaré con Shannon, es la opción más real —sentenció con dolor Bastian. Seguía
clavado en las llamas, incapaz de mirarla.
—¿Más real? —. Había perdido el gesto de diversión que siempre perfilaba sus labios.
—Bueno… para ella sí.
Inconscientemente, Sheena recogió las rodillas contra el cuerpo, tapando los pechos
desnudos.
—Y ¿cómo sabes que no nos volveremos a ver? —susurró.
—No lo sé, por eso te voy a matar.
—¿Qué? —. Sheena alzó la cabeza, divertida otra vez.
—Que te voy a matar.
Bastian se abalanzó sobre ella, tumbándola en el suelo con el peso de sus manos sobre su
cuello. Apretó fuerte, lo más fuerte que pudo. Sin mirar. Sheena permaneció con los ojos
tremendamente abiertos, como estanques en flor, sin moverse, en silencio. Al final, murió
bajo las lágrimas de Bastian, mojando sus hojas.
Allí se quedó para siempre con el cuello rojo y lo ojos verdes, tumbada con los bonitos
pies descalzos, y los pechos tentando al fuego. Muerta por asfixia.
Muerta, la musa, para no volver.
Shannon y Bastian
Bastian salió del coche, sacó la máquina de escribir y la bolsa de viaje. Entró en casa y
encontró a Sharon en la cocina, desayunando.
—Has tardado muy poco —susurró ella nerviosa.
Bastian asintió desde la puerta.
—¿Has-has estado llorando? —se preocupó Shannon.
—Sé que es absurdo, pero sí —sonrío Bastian sin fuerzas.
Shannon dejó el café sobre la mesa. Bajó la vista y se alisó el pijama.
—Y…, bueno, ¿qu-qué has decidido?
Bastian caminó hasta la mesa y, como si se deshiciera de todo el peso del mundo, dejó
las hojas sobre la mesa.
—Para cuando termines de leerlo, estaré en la cama. Si no me he quedado dormido,
quizás tengamos ganas de hacer el amor —. Cogió la taza de café y subió, como hace
unas horas, a la habitación.

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Shannon, Bastian y Sheena

  • 1.
  • 2. Shannon Bajo los dulces golpeteos de la lluvia, Bastian volvía a casa cautivado con la belleza de cada charco iluminado, cada coche perlado, cada casa que, bajo el agua, cobraba una personalidad apenada y misteriosa. El abrigo, por el que corrían miles de ríos, le pesaba en los hombros; los zapatos, apunto de naufragar, rechinaban con cada paso y el pelo empapado se le pegaba a la piel, aun así, prendía en sus pupilas un destello cálido que le iluminaba el rostro. Giró la llave dentro de la cerradura y, antes de entrar, volvió a contemplar la lluvia caer. Con los ojos cerrados, inspiró una última vez, llenando los pulmones del suave frío. Después, con la mirada nostálgica del que recuerda algo maravilloso, entró sonriendo tímidamente, callando a la lluvia tras la puerta de madera. No pudo reprimir el serpenteo de un escalofrío al descubrir la calidez de su casa refugiada entre paredes, alfombras y radiadores. En la entrada, colgó el abrigo, dejó la máquina de escribir al pie de la escalera y, sentándose en uno de los escalones, se quitó los zapatos y los calcetines húmedos. Subió la escalera descalzo y de puntillas para no hacer ruido. Encontró la puerta de su habitación entornada. Una franja de luz naranja se escapaba por la rendija. Asomó la cabeza. Shannon estaba recostada sobre el cabecero de la cama, tenía un libro sobre las piernas. —Cariño, ¿qué haces despierta? —preguntó extrañado mientras entraba. —No consigo dormir, además estaba preocupada. Nunca habías llegado tan tarde. —Hoy me ha venido la inspiración, no podía desaprovechar la oportunidad. —Ya… pero al menos podrías haberme cogido el móvil. —Lo debo de tener en silencio. —Bastian sacó el móvil del bolsillo, echó una ojeada a la pantalla y lo volvió a guardar —. Sabes que cuando escribo no quiero distracciones. Bastian comenzó a desvestirse, dejando la ropa sobre el sillón. Shannon, acariciándose las manos nerviosamente, lo observaba con la mirada perdida —En realidad tus distracciones me encantan, pero si algún día quiero dejar de vivir de tu dinero, voy a tener que sacrificarme —. Terminó de desvestirse y se sentó en el lado libre de la cama. —Odio tenerte aquí olvidada. En cuanto acabe la novela, te daré todos los mimos que te mereces —. Se inclinó hacia ella, le acarició el pelo y le dio un beso, después se metió dentro de la cama y se arropó hasta arriba. Bastian dejó que la suavidad y el calor de la cama lo abrazasen; extendió las piernas y hundió la cabeza en la almohada. Shannon retiró el libro de su regazo, pero seguía recostada de brazos cruzados con la mirada fija en la colcha. —Bastian. —¿Sí, cariño? —¿Has estado con alguien esta noche? —pronunció las palabras con miedo, sin querer saber la respuesta. Bastian notó un ligero peso en el pecho.
  • 3. —Con el detective Johnson y su nueva amante. Ellos son los únicos que se quedan conmigo hasta tan tarde. —Se giró y sonrió a su novia. El peso seguía ahí. —¿Has estado con ella? — Bastian mudó la sonrisa y volvió a girarse, dándole la espalda. —No —respondió secamente con la voz oprimida. —¿Por qué me mientes? —. Las palabras tristes y cansadas de Shannon agrandaron el vacío que sentía en el pecho; un vacío que pesaba y se lo tragaba todo. Bastian se giró de nuevo hacia ella. Estrechó una de sus manos y la miró a los ojos. —Te miento porque es tarde, estamos cansados, nos queremos y esto es una tontería. Ahora, vamos a dormir — respondió desenfadadamente con un deje de súplica. —N-no, Ba-Bastian, no vamos a dormir —. Shanon tartamudeaba con el pecho subiendo y bajando mientras intentaba controlar las lágrimas. Abatido, Bastian se desarropó y se sentó en el borde de la cama. Restregándose el rostro con las manos, inspiró profundamente. —¿Ves? ¿Ves por qué te miento? —. Dejó caer el peso del cuerpo sobre los codos, apoyados en las rodillas. Como un árbol tumbado por el viento. Al hablar, movía los brazos sin fuerzas; unas veces, tapándose la cara con las manos; otras, agitándose el pelo. —Sinceramente, Shannon, no sé a qué viene todo esto. Es que, es que, tú me conocías, sabías cómo era, cómo soy —. Agitado, pronunciaba rápido y se trababa al hablar. — Pensé que no te importaba… ¡nunca me dijiste nada! —Es que pensaba que cuando estuviésemos juntos te olvidarías de ella —. Las palabras, casi como un susurro, salieron temblando entre sus labios. Sin querer, por fin rompió a llorar. Bastian se puso de pie y la miró angustiado, sus ojos habían perdido el destello. Intentó decir algo, pero no le salían las palabras. —No entiendo por qué si me quieres, la necesitas también a ella —. Aunque se había intentado recomponer, Shannon volvió a sollozar incontrolablemente. —Yo, yo, ¡yo no la necesito! Es-es, ¡es otra cosa! —. Bastian se encontraba a la deriva. Caminaba de un lado a otro de la habitación con la mente alterada. — Es que, lo mires por donde lo mires, es una estupidez. Shannon, no sé qué pretendes con esto. Ella había parado de llorar, parecía desinflada después del torrente de emociones. —Quiero que elijas —. No había odio o reproche en sus palabras, solo pena. Bastian paró en seco y la miró. —¿Elegir? ¿Elegir el qué? —Ella o yo, y si sé que es absurdo y suena a telenovela, pero yo no aguanto más así. Lo siento muchísimo. Ambos permanecieron callados respirando, pensando, mirándose.
  • 4. —Lo siento mucho, cariño —volvió a decir Shannon. Otra lágrima cayó sobre la sábana. —Necesito tiempo para pensar. Shannon asintió. —Sabes que te quiero, ¿verdad? —dijo Bastian. —Claro, claro que lo sé —respondió Shannon con una sonrisa triste —. Yo también te quiero, mucho. Volvieron a guardar silencio; una en la cama, el otro de pie. Bastian por fin se movió. —Cogeré algo de ropa y me iré a la cabaña de mis padres. ¿Te parece bien? Ella asintió. Bastian comenzó a guardar ropa en una bolsa de viaje. —¿Estarás con ella? — preguntó Shannon. Él paró un momento. —Sí, seguramente —. Dejó la bolsa, ya llena, en el suelo y comenzó a vestirse. —¿No quieres dormir un poco antes? —Shannon estaba completamente calmada. —Son unas cuantas horas de viaje. Además, ahora sería incapaz de dormir. Terminó de ponerse en silencio las botas de montaña. —Me voy. —Vale. Bastian se acercó a la cama y le besó en los labios, después en la nariz y, por último, en la frente. Shannon le acarició la cara. —Lo siento mucho, cariño, pero no aguantaba más —. Bastian observó sus grandes ojos azules. —Tú no tienes la culpa, no es culpa de nadie —susurró mientras le pasaba la mano por el pelo. —Volveré pronto —. Estrechó una de sus manos y se la besó con ternura, después, con la bolsa de viaje en la mano, salió de la habitación. Volvió a ponerse el abrigo, que todavía estaba algo mojado, cogió la máquina de escribir y abrió la puerta. La lluvia seguía cayendo implacable. Abrió el coche, dejó la bolsa de viaje en los asientos de atrás y se sentó delante junto con la máquina de escribir. Arrancó el motor, encendió las luces y puso la radio. Y, apesadumbrado, se perdió entre el continuo repiqueteo.
  • 5. Bastian La carretera salió de la seguridad de la ciudad para aventurarse entre desfiladeros y barrancos. La lluvia cesó con suavidad, dejando tras de sí el dulce olor a lo perdido. Bastian conducía sin prisa, perdiéndose en el paisaje, disfrutando del aire fresco de la madrugada, sintiendo cómo la máquina obedecía a sus órdenes: acelerando y decelerando el ritmo; le reconfortaba tener algo bajo control en su vida. Habían pasado tres horas desde su marcha y, aun así, las palabras de Shannon todavía hacían eco en su cabeza. Se sentía contrariado, avergonzado y arrepentido por sus escapadas nocturnas, por mentirle. A la que entre sabanas besaba por las mañanas; con la que compartía somnoliento el desayuno; con la que hacía el amor todas las noches lentamente, sabiendo que solo era suya. Esa mujer descuidada de ojos azules y sonrisa fácil, risueña, cariñosa y comprensiva. Pero una parte más profunda, la más íntima, la que ningún hombre llega a desnudar ante nadie, adoraba estar con Sheena. La de la melodía tangible, la suave belleza, la delicadeza natural y la profunda inteligencia. Aunque Shannon siempre estaba ahí, al otro lado de la mesa, tumbada en el sofá o compartiendo cama. Sheena, en cambio, venía cuando quería. Conducía con la mente perdida cuando reconoció el camino que lo sacaría de la carretera para llevarlo a la cabaña de sus padres. Hacía mucho tiempo que ya nadie pasaba por allí. El cartel de "SE VENDE" seguía pegado en la puerta. Bajó del coche y estiró el cuerpo, echando un vistazo a su alrededor. Todo seguía igual. Cogió la máquina de escribir y con la mano libre la bolsa de viaje. Allí seguían los cuadros, los sillones, los platos de porcelana y la pequeña chimenea. Deshizo el equipaje en la habitación, guardando la ropa en el armario, y sacó la máquina de escribir de su funda, dejándola en el escritorio delante de la ventana. Bajó a la cocina e hirvió un cazo de café. Lo sirvió en una taza de metal. Se lo tomó ardiendo, a pequeños sorbos, apoyado en el marco de la puerta, como solía hacer su padre, disfrutando del paisaje. Estuvo un rato quieto, serenado por la calma del lugar. Observando el lento vuelo de un águila sobre el intenso azul, la línea de montañas perdidas en el horizonte, el movimiento de los árboles al ser invadidos por el viento. Todo era tranquilo, natural, hermoso. «Qué fácil es todo», pensó. Permaneció allí, sintiéndose incorpóreo, con la mente sobrevolándolo todo. Más tarde, desentumeció el cuerpo y volvió dentro; en sus ojos, la mirada que intenta comprender. Dejó la taza en la cocina y fue a por la máquina de escribir. En el salón, encendió con dificultad un pequeño fuego en la chimenea y se hundió en uno de los mullidos sillones con la máquina sobre las piernas. Ahora que tenía la mente placenteramente liberada, prefería continuar su novela.
  • 6. Sheena Pasó dos horas escribiendo sin parar, con el cuerpo olvidado y la mente concentrada. Se sorprendió al descubrir acabado un capítulo entero de la novela. Lo hojeó ilusionado. Era sencillo, fluido, electrizante, era delicado y a la vez poderoso; era perfecto. Todo lo era cuando la inspiración llamaba a tu puerta. «Toc, toc», alguien llamó suavemente. Extrañado, se acercó y abrió la puerta sin preguntar. Un aroma a lavanda y unos ojos verdes le sorprendieron. —Sheena. —Bastian. La mujer se acercó y lo abrazó con fuerza, apretando su cuerpo contra el suyo. Antes de separarse, le dio un beso. Entraron juntos al salón. —No estás muy animado —comentó ella. —No, no mucho —. Bastian volvió a sentarse en el sillón. —No, no, será mejor que no… —intentó parar a Sheena que se había descalzado con naturalidad. —¡Quiero animarte! —exclamó sacándose la blusa dejando al descubierto su torso desnudo. —No, no. Gracias, pero no. Solo conseguiría complicarlo todo más. —Un poco de placer primitivo no va a complicar nada —Sheena se río. —Es solo contacto físico, Bastian. Tejidos rozando con tejidos. —Comenzó a desabrocharse los pantalones. —Sheena, tengo problemas con Sharon —dijo él cansado. Sheena paró de desvestirse y cambió el gesto. —Quiere que nos dejemos de ver. —Pero… eso es absurdo —dijo perpleja. —¿Dejar de vernos? —Sí, dejar de vernos. Es absurdo —. Bastian miró al fuego. —Pero ¿acaso no es todo absurdo? —Sí, puede que todo sea absurdo. Ambos contemplaron el fuego. —Qué difícil es todo, Sheena —dijo Bastian agotado. —Y eso lo hace apasionante —sonrío ella. Bastian siguió perdido en las llamas, con la mente en otro sitio. Sheena lo observaba curiosa sentada en el suelo con las piernas entrelazadas —¿Y la quieres lo suficiente? —preguntó. —Absurdamente, sí. —¿Y qué quieres hacer?
  • 7. —Querría terminar de desnudarte ahí mismo, lamerte los pechos y hacerte el amor hasta morir de extenuación. Querría que no te fueses nunca, que pudiésemos hablar, sentir, delirar y disfrutar juntos de la vida. Querría que siempre me hicieras sentir como una persona nueva. La mirada de Bastian se ensombreció. —Pero eso nunca será así —acabó Sheena por él. —No —afirmó tristemente. Sheena guardó silencio, esperando a que él continuase hablando, pero Bastian no dijo nada. —Entonces…—susurró ella. —Me quedaré con Shannon, es la opción más real —sentenció con dolor Bastian. Seguía clavado en las llamas, incapaz de mirarla. —¿Más real? —. Había perdido el gesto de diversión que siempre perfilaba sus labios. —Bueno… para ella sí. Inconscientemente, Sheena recogió las rodillas contra el cuerpo, tapando los pechos desnudos. —Y ¿cómo sabes que no nos volveremos a ver? —susurró. —No lo sé, por eso te voy a matar. —¿Qué? —. Sheena alzó la cabeza, divertida otra vez. —Que te voy a matar. Bastian se abalanzó sobre ella, tumbándola en el suelo con el peso de sus manos sobre su cuello. Apretó fuerte, lo más fuerte que pudo. Sin mirar. Sheena permaneció con los ojos tremendamente abiertos, como estanques en flor, sin moverse, en silencio. Al final, murió bajo las lágrimas de Bastian, mojando sus hojas. Allí se quedó para siempre con el cuello rojo y lo ojos verdes, tumbada con los bonitos pies descalzos, y los pechos tentando al fuego. Muerta por asfixia. Muerta, la musa, para no volver.
  • 8. Shannon y Bastian Bastian salió del coche, sacó la máquina de escribir y la bolsa de viaje. Entró en casa y encontró a Sharon en la cocina, desayunando. —Has tardado muy poco —susurró ella nerviosa. Bastian asintió desde la puerta. —¿Has-has estado llorando? —se preocupó Shannon. —Sé que es absurdo, pero sí —sonrío Bastian sin fuerzas. Shannon dejó el café sobre la mesa. Bajó la vista y se alisó el pijama. —Y…, bueno, ¿qu-qué has decidido? Bastian caminó hasta la mesa y, como si se deshiciera de todo el peso del mundo, dejó las hojas sobre la mesa. —Para cuando termines de leerlo, estaré en la cama. Si no me he quedado dormido, quizás tengamos ganas de hacer el amor —. Cogió la taza de café y subió, como hace unas horas, a la habitación.