Este documento describe la estrecha relación entre María y la Iglesia. Explica que María dio a luz a Jesús, la cabeza de la Iglesia, y que la Iglesia da a luz nuevos hijos espiritualmente a través de la predicación y los sacramentos. También señala que María y la Iglesia conciben y dan a luz en el Espíritu Santo de forma virginal, no a través de la generación natural. Finalmente, describe que María es el prototipo de la Iglesia en cuanto a su plenitud de gracia y
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
Subsidio Junio 2020
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¡HERMANOS Y HERMANAS
ARGENTINOS!
Entramos en este mes de
junio, mes del Sagrado
Corazón de Jesús, y de la
fiesta mayor que es Corpus
Christi para acercarnos más
al Corazón Eucarístico del
Amor. Es Jesús quién nos
anima, acompaña y guía en
la barca, aún en estos
tiempos en que muchos no
podemos llegar a él
sacramentalmente, lo
hacemos espiritualmente a
través de las misas que
seguimos en las redes,
radios y televisión.
María Madre de la Eucaristía y
madre del Amor hermoso, nos
anima en este camino de
crecimiento de nuestra fe. Ella
como los primeros cristianos
en las catacumbas, que
habrán estado como nosotros
encerrados en sus casas, se
dejaron animar y guiar por el
Espíritu Santo, y se
sostuvieron en la palabra de
Dios y la oración.
Compartamos y viralicemos en
este mes de junio este
subsidio, puede ser medio de
conversión y camino de
santificación de muchos
hermanos y hermanas. Puede
ser esperanza para muchos
argentinos que se sienten
golpeados por esta pandemia.
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María, Madre del Pueblo, esperanza nuestra,
hermosa Virgen del Valle,
ayúdanos a renovar nuestra fe
y nuestra alegría cristiana.
Tú que albergaste al Hijo de Dios hecho carne,
enséñanos a hacer vida el Evangelio,
para transformar la historia de nuestra Patria.
Tú que nos diste el ejemplo de tu hogar en Nazaret,
haz que en nuestras familias recibamos
y cuidemos la vida
y cultivemos la concordia y el amor.
Tú que al pie de la cruz te mantuviste firme,
y viviste el alegre consuelo de la resurrección,
enséñanos a ser fuertes en las dificultades
y a caminar como resucitados.
Tú que eres signo de una nueva humanidad,
impúlsanos a ser promotores de amistad social
y a estar cerca de los débiles y necesitados.
Tú que proclamaste las maravillas del Señor,
consíguenos un nuevo ardor misionero
para llevar a todos la Buena Noticia.
Anímanos a salir sin demora
al encuentro de los hermanos,
para anunciar el amor de Dios
reflejado en la entrega total de Jesucristo.
Madre preciosa,
recibe todo el cariño de este pueblo argentino
que siempre experimentó tu presencia amorosa
y tu valiosa intercesión.
Gracias Madre.
Amén.
https://www.youtube.com/watch?v=Ynd-u8o7vwk
Letra y Música: Hna. María Valeria González Ferreyra EC
María, mujer buscadora
de las huellas que Dios ha dejado,
escondidas como un gran tesoro
en lo simple y en lo cotidiano.
María, mujer que escuchaste
la Palabra de Dios con tu pueblo,
respondiste discípula dócil,
engendrando en tu alma primero.
Hoy tus hijos del norte y del sur,
Peregrinos en esta Argentina,
nos unimos pidiéndote Madre,
que nos traigas con Cristo la vida.
Para que haya más pan y trabajo,
para que se fecunde esta tierra,
que tengamos tus gestos, María,
Madre del Pueblo, esperanza nuestra.
María, madre generosa,
te llamamos bienaventurada,
como Dios preferís a los pobres,
en el débil es fuerte su gracia.
María, madre que caminas
con tus hijos tejiendo la historia,
educándonos en el servicio,
traduciendo el amor en las obras.
María, discípula humilde,
aprendiste en fe y esperanza,
ayúdanos a ser misioneros
del que es vida y la da en abundancia.
María, madre de familia,
que a todos nos querés en la mesa
donde Cristo es el pan que se parte
y poniendo en común se hace fiesta.
https://www.youtube.com/watch?v=0-
uDGBDQU3k&t=14s
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MEMORIA DE LA BIENAVENTURADA “VIRGEN MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA “
La Iglesia es semejante en todo
a María. Dio a luz a la cabeza de la
Iglesia, y ésta engendra constantemente
hijos que forman el cuerpo místico de la
cabeza. Engendra y da a luz sus hijos por
medio de la predicación de la palabra y
la administración de los sacramentos. La
fuente bautismal es el fecundo seno
materno del que constantemente brotan
nuevos hijos. En una inscripción del
baptisterio de Letrán se dice: "En esta
fuente la Iglesia, nuestra madre, de su
seno virginal da a luz los hijos que ha
concebido bajo el aliento de Dios." En la
bendición del agua bautismal se dice
esta oración: "Mirad, Señor, a
vuestra Iglesia y multiplicad en ella
nuevos hijos, Vos, que con el torrente de
vuestra gracia alegráis vuestra ciudad y
en todo el mundo abrís hoy las fuentes
del bautismo para renovar las gentes, a
fin de que, con el imperio de vuestra
majestad, reciban la gracia de vuestro
Hijo Unigénito por virtud del Espíritu
Santo. El cual, con la secreta
intervención de su divinidad fecunde este
agua destinada a la regeneración de los
hombres, para que, habiendo
recibido esta fuente divina la
santificación vea salir de su seno
purísimo la nueva generación, heredera del cielo". Aún con más firmeza y perfección resuenan
las alabanzas de la Iglesia madre-virgen en la liturgia oriental. María concibe y da a luz en el
Espíritu Santo; también la Iglesia concibe y da a luz en el Espíritu Santo. María da a luz para una
nueva creación, y la Iglesia da a luz a los nuevos hombres. Pero la relación entre María y la
Iglesia va más allá del mero paralelo. Es una relación de origen, pues los alumbramientos de la
Iglesia están condicionados por el parto de María. Lo nacido de María vino al mundo como
cabeza de una nueva humanidad. Su parto está ordenado a los alumbramientos de la Iglesia,
como la cabeza al cuerpo. A la inversa, los partos de la Iglesia se reflejan en el de María,
consuman en cierto sentido lo que comenzó por aquél. De esa manera, el parto de María y los
de la Iglesia forman un todo único. Sólo por su concurso nace el "Cristo Total", o sea, el Cristo
que se compone de cabeza y cuerpo. María tiene en esto importancia fundamental. La Iglesia
recibe lo que Ella realizó y lo continúa como corresponde al plan divino de salvación. María dio
a luz a Uno. Pero puesto que de este primer nacimiento se siguen el nacimiento de muchos por
la Iglesia, resulta ser María madre de muchos. La Iglesia da a luz a muchos. Pero por ser todos
ellos miembros de un cuerpo, se puede también decir de ella que da a luz a uno, siendo madre
de la unidad. "El cuerpo de la Iglesia, como su cabeza, nace del Espíritu Santo y de la Iglesia
virgen; y de todas las gentes, como de diversos miembros, se constituye un solo hombre
nuevo", dice Guitmundo de Aversa.
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La estrecha relación entre
María y la Iglesia justifica un
intercambio de afirmaciones,
de manera que se puede decir de
una lo que en primer lugar se
afirma de la otra, y a la inversa.
Existe una especie de perichoresis
y una comunicación de idiomas
como dice Scheeben. Así se llama a
María madre de la Iglesia, por dar
a luz al Cristo asociado a su cuerpo
místico. Ocasionalmente, algunos
Padres llaman a la Iglesia madre de
Cristo, incluso madre de Dios por
engendrar al cuerpo vivificado por
la cabeza, Cristo. Se podían alegar
las palabras de Cristo de que
quienes creen en El son su madre y
hermanos. Dice así San Gregorio
en una homilía: "Debemos saber
que quien es hermano y hermana
de Cristo en la fe, es su madre por la predicación, pues, como quien dice, da a luz al
Señor engendrándole en el corazón de los oyentes. Es su madre, pues por su palabra
se engendra el amor del Señor en el espíritu del prójimo". De modo parecido declara Haymon:
"El mismo Señor dice en el Evangelio: "Quienquiera que cumpla la voluntad de mi Padre",
etc.... La Iglesia es considerada como madre y como hijo. Porque cuando conduce a alguno a la
fe es madre, o sea, le reengendra en la fuente bautismal. En aquellos, en cambio, que se
acercan al bautismo y confiesan creer en Cristo, es hijo". San Agustín explica que, como se dice
de la Iglesia que es madre de Cristo, se puede decir de Cristo también que es hijo de la Iglesia.
Es más, Cristo nace de nuevo todos los días, es decir, siempre que un hombre se hace cristiano.
El monje Anastasio del Monte Sinaí explica hasta el saludo del ángel aplicándolo a la Iglesia:
"Bendita eres entre las mujeres tú, vida única, tú, madre vivificante de los fieles, excelsa madre
de Cristo, tú, Iglesia santa; y bendito es el fruto de tu vientre, el pueblo único de todas las
naciones vivas".
Cuán estrechamente se corresponden el parto de
María y los alumbramientos de la Iglesia, se deduce del
hecho de que María dio a luz a su Hijo corporalmente, pero
alumbró espiritualmente a todo el género humano a una
nueva vida; mientras que la Iglesia da a luz espiritualmente a
sus hijos a la vida celeste, pero ejerce en la Eucaristía una
especie de función maternal con relación a Jesucristo.
Feckes lo expresa así: "Como María engendra al Cristo
terreno, así la Iglesia al Cristo eucarístico. A la manera como
la vida de María gira en torno a la educación y custodia de
Cristo, la vida y preocupación más íntima de la Iglesia giran
en torno al don Eucarístico; como María regala al mundo el
Cristo terreno para que su santa carne lo redima y nazcan hijos de Dios, así la carne y sangre
eucarísticas de la Iglesia forman los hijos vivos de Dios. Como María coofrece el sacrificio junto
a la cruz, también lo hace la Iglesia toda, por su parte, en cada santa Misa. Como María
concibe el tesoro total de las gracias de la Redención para administrarlo espiritualmente como
abogada, también la Iglesia lo ha concebido y lo concibe en cada santo sacrificio de nuevo,
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como si dijéramos, para administrarlo y repartirlo ministerialmente. Como María es la celestial
y auténtica abogada cerca de su Hijo, así también la Iglesia tiene la fuerza auténtica y poderosa
de la oración por sus hijos".
María y la Iglesia se unen en el modo virginal de su
alumbramiento pues ambas conciben y dan a luz en el Espíritu
Santo, no a la manera biológica de la generación natural. Por
la virtud del Espíritu Santo concibió María a su Hijo y le dio a luz
a la vida terrena. Por la misma virtud engendra la Iglesia a sus
hijos a una nueva vida en el Espíritu Santo. Los Padres ven en su
fe lo que tienen de común en la virginidad. Por la fe en el Señor,
María y la Iglesia son una misma cosa. Por la fe se entregó
María a Dios sin reservas. Ya antes de concebir corporalmente
había concebido a Dios por la fe. Por ella permanece fiel a su
vocación hasta la hora de la Cruz. Su fe se mantiene
inconmovible también el día de viernes santo.
Si la Iglesia es la comunidad de los fieles cristianos, en
aquel día la vida del cuerpo místico se recoge en María. El
sábado santo era ella la única en quien se representaba la
Iglesia, pues en todos los demás la fe se apagó u oscureció.
Según San Buenaventura, María es aquella en quien permaneció firme e inconmovible la fe de
la Iglesia. Por la misma fe se entrega la Iglesia a Jesucristo. Según San Agustín, la fe incorrupta
es la virginidad del corazón. Para Pedro Damiano, la Iglesia es virgen porque guarda incólume e
inviolable la fe. La Iglesia se guarda de las herejías, pues la herejía es pérdida de la
virginidad. Hemos de suponer que María al pie de la cruz aprendió lo que el Resucitado
hizo presente a los discípulos de Emaús que en Cristo se cumplieron las antiguas profecías
y que El debía sufrirlo todo para entrar así en su gloria. Miró la cruz con inteligencia
de creyente en nombre de la Iglesia, y reconoció en ella la voz unánime de todas las
Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento y el sentido último de todo acontecer. Su
corazón fue traspasado entonces por la espada del dolor, como había profetizado Simeón.
Aceptó el dolor en nombre de la Iglesia, que hasta el fin de la tiempos participa por la fe en la
cruz del Señor.
María es también el
prototipo de la Iglesia en cuanto a
la plenitud de gracia y
santidad. Está llena del Espíritu
Santo y vive en su atmósfera
celestial, como también la Iglesia.
Es, como ésta, la virgen fiel,
inmaculada, el jardín cerrado, la
fuente sellada, el
tesoro escondido, la torre de
David, la casa de oro, la tierra
bendita, el santuario del Paráclito,
el trono de Dios, la vid mística, la
luz inextinguible, el centro de la
ortodoxia, la aurora de la mañana
que anuncia la salvación. Las
letanías marianas son a menudo
letanías de la Iglesia, y a la inversa.
Si la Iglesia es el ámbito en que
nace la nueva humanidad, María
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es la célula germinal y su plenitud. Pues Ella ha llegado ya a esa plenitud, hacia la que
marcha el pueblo de Dios en peregrinación larga e incansable. María dio cabida en su
corazón, conservó en él y recibió, en la venida del Espíritu Santo, lo que atestigua la
predicación eclesiástica. En Ella se ha realizado, de manera única e irrepetible en plenitud
total, lo que participa cada miembro de la Iglesia. Por eso, para dar el fruto de la fe, tiene que
morar en cada uno el alma de María que glorifica al Señor, y su espíritu, que se regocija en
Dios.
Cada fiel cristiano, en su entrega al Señor, es marial, como la Iglesia entera lo es en
su fe.
TEOLOGIA DOGMATICA VIII
LA VIRGEN MARIA
RIALP. MADRID 1961.Págs. 281-284
María, mujer de la Iglesia
Mons. Mario Antonio Cargnello, arzobispo
de Salta
María es la mujer de la Iglesia: Es la
madre de los Apóstoles, que los reúne, que se
reúne con ellos y que reúne a los fieles de su
hijo en torno a los Apóstoles. El lugar de María
es la Iglesia. Nunca en nombre de la Virgen
podríamos dividir a la Iglesia. No es digno de
devoción mariana olvidar nuestra pertenencia a
la Iglesia. María siempre nos reúne en torno a la
Iglesia. Así nació la devoción a la Virgen del
Milagro. El pueblo vino al Templo, el pueblo se
encontró con María que nos dirigía hacia la
Eucaristía y hoy nos sigue dirigiendo. El pueblo
se encontró con que tenía que retomar y
redescubrir la imagen del Milagro, que la Iglesia,
en la persona de Fray Francisco de Vitoria se la
había legado a esta Salta y así lo vivió desde siempre. María llega a este pueblo, en este gesto de mujer
compasiva que al pie del Sagrario muda de colores. Ella nos hace ser más Iglesia y siempre fue así.
Aparte celebremos la Eucaristía, queridos hermanos, ella está con nosotros, con Jesús. Siempre
comparte nuestra Eucaristía, aunque este día pareciera que sintiéramos más fuerte su presencia. Al
celebrar en este día la memoria de la cruz, recibamos a la Virgen en nuestra casa, en nuestro corazón, y
vivamos en la unión con Cristo en el espíritu de María que se expresa en el Magnificat, que cantamos
respondiendo a la Palabra de Dios. El Magnificat es alabanza, memoria y anticipación escatológica. ‘Mi
alma canta la grandeza del Señor’. ‘El Señor ha hecho cosas maravillosas’, ‘Él derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los humildes’. Somos también nosotros hombres de la alabanza, de la memoria y
de la escatología. Aprendamos a mirar más allá de nuestros límites y descubrir la presencia del Señor
que nos es traído por María. Renovemos la confianza en el Señor que sigue obrando. Alabémoslo con
María y alabemos a ella, la nueva Ester. Hagamos memoria. En estos días hemos hablado mucho de la
memoria cristiana. Cristo es la memoria que recrea la posibilidad de vivir un presente, no desde los
fracasos sino desde su palabra. Y anticipemos el cielo, viviendo como hijos de Dios y de María.
Fuente: aica.org
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Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia
Memoria de la bienaventurada Virgen María, madre de la Iglesia, a quien Cristo
encomendó sus discípulos para que, perseverando en la oración al Espíritu Santo, cooperaran
en el anuncio del Evangelio
“Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María,
mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al
discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo
al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la
recibió en su casa. (Jn. 19,25-27)
Es éste el pasaje del Evangelio que justifica el título de María Madre de la Iglesia, aquí
personificada por el discípulo amado, Juan, a quien Jesús mismo confía a Nuestra Señora como
hijo, para que sea regenerado a la vida divina como sólo ella puede hacerlo. No es, pues,
simple devoción mariana rezar a la Virgen con este título, sino obedecer la voluntad de Jesús,
tal como nos la transmite la Escritura: Él, con las palabras que pronuncia a punto de morir, pide
a María que cuide de cada hombre, pero también pide a cada hombre que se sienta vinculado
por una relación filial con Su madre.
María en el centro del dogma de la salvación
La devoción a María -
como la devoción a la Cruz y a la
Eucaristía- ha sido siempre un
pilar fundamental de la fe, pero
con la memoria de la “Virgen
María, Madre de la Iglesia”
establecida en 2018, el Papa
Francisco quiso hacer más. En
primer lugar, consideró hasta
qué punto la exaltación de esta
devoción puede hacer bien a la
Iglesia y puede aumentar el
sentido materno en ella, pero de hecho ha puesto a María en el centro del dogma de la
salvación. Hasta ese punto considerada sobre todo en su relación con Cristo, la piedad mariana
desciende en realidad directamente de la fe en la Santísima Trinidad. Puesto que el Señor
quiso que ella, una mujer humana, fuera la Madre del Hijo de Dios, sólo a través de ella el
hombre podrá acceder a la misericordia divina. La maternidad de María comienza con la
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Anunciación: con su sí la Virgen permite al Señor entrar en la historia; y su maternidad, por
voluntad divina, no termina al pie de la Cruz, sino que se eterniza con el objetivo de llevar la
imagen del Hijo en los hombres y entre los hombres. Además, la encontramos Madre, esta vez
de los primeros creyentes, los Apóstoles, en el Cenáculo, en espera de la venida del Espíritu: de
ahí el vínculo de esta memoria con la solemnidad de Pentecostés que el Papa Francisco quiso
subrayar.
Devoción a la Virgen en el Magisterio de los Papas
El título de María Madre de la Iglesia tiene raíces profundas y ya está presente en el
sentir eclesial de San Agustín y San León Magno. A lo largo de los siglos, la devoción mariana
ha hecho sí que se haya rezado a María, atribuyéndole diversos títulos, pero el título específico
de Madre de la Iglesia aparece en algunos textos de autores espirituales y en el Magisterio de
Benedicto XIV y León XIII. Hay que llegar a Pablo VI, sin embargo,
para el punto de inflexión. El 21 de noviembre de 1964, al
término de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, el Pontífice
declaró a la Santísima Virgen “Madre de la Iglesia, es decir, de
todo el pueblo cristiano, tanto de los fieles como de los
pastores que la llaman la Madre Santísima”.
Con esta decisión el Papa retoma el contenido sustancial
del Credo de Nicea de 325 y sobre todo las decisiones de los
Padres del Concilio de Éfeso (430) que
definieron a María como “la verdadera
madre de Dios”.
En el Año Santo de la Reconciliación (1975), la Santa Sede
propone una Misa votiva en honor a la Madre de la Iglesia, que luego
se insertará en el Misal Romano, pero aún no en las memorias del
Calendario Litúrgico. Sin embargo, en algunos países -por ejemplo
Polonia y Argentina- y en algunas órdenes religiosas, la celebración de
la memoria litúrgica de María, Madre de la Iglesia, está muy extendida
y está incluida en sus calendarios particulares. En 1980, Juan Pablo II
introdujo en las letanías lauretanas la veneración de la Virgen como
Madre de la Iglesia. Esto nos lleva al 11 de febrero de 2018, día del
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160º aniversario de la primera aparición de la Virgen en Lourdes. En esta ocasión, el Papa
Francisco dispone que la memoria de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, sea
inscrita en el Calendario Romano -convirtiéndose así en universal- y sea celebrada cada año,
el lunes después de Pentecostés.
El decreto comienza afirmando que “la gozosa veneración otorgada a la Madre de Dios
por la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión sobre el misterio de Cristo y su
naturaleza propia, no podía olvidar la figura de aquella Mujer (cf. Gál 4,4), la Virgen María, que
es Madre de Cristo y, a la vez, Madre de la Iglesia”.
Tres misterios del amor de Dios al mundo: la Cruz de Cristo,
la Hostia y la Virgen
«Esperamos que esta celebración, extendida a toda la
Iglesia, recuerde a todos los discípulos de Cristo que, si
queremos crecer y llenarnos del amor de Dios, es necesario
fundamentar nuestra vida en tres realidades: la Cruz, la
Hostia y la Virgen -Crux, Hostia et Virgo. Estos son los tres
misterios que Dios ha dado al mundo para ordenar, fecundar,
santificar nuestra vida interior y para conducirnos hacia
Jesucristo. Son tres misterios para contemplar en silencio (R.
Sarah, La fuerza del silencio, n. 57).
DECRETO sobre la celebración de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, en el
Calendario Romano General
La gozosa veneración otorgada a la Madre de Dios por la Iglesia en los tiempos actuales,
a la luz de la reflexión sobre el misterio de Cristo y su naturaleza propia, no podía olvidar la
figura de aquella Mujer (cf. Gál 4,4), la Virgen María, que es Madre de Cristo y, a la vez, Madre
de la Iglesia.
Esto estaba ya de alguna manera presente en el sentir eclesial a partir de las palabras
premonitorias de san Agustín y de san León Magno. El primero dice que María es madre de los
miembros de Cristo, porque ha cooperado con su caridad a la regeneración de los fieles en la
Iglesia; el otro, al decir que el nacimiento de la Cabeza es también el nacimiento del Cuerpo,
indica que María es, al mismo tiempo, madre de Cristo, Hijo de Dios, y madre de los miembros
de su cuerpo místico, es decir, la Iglesia. Estas consideraciones derivan de la maternidad divina
de María y de su íntima unión a la obra del Redentor, culminada en la hora de la cruz.
En efecto, la Madre, que estaba junto a la cruz (cf. Jn 19, 25), aceptó el testamento de
amor de su Hijo y acogió a todos los hombres, personificados en el discípulo amado, como
hijos para regenerar a la vida divina, convirtiéndose en amorosa nodriza de la Iglesia que Cristo
ha engendrado en la cruz, entregando el Espíritu. A su vez, en el discípulo amado, Cristo elige a
todos los discípulos como herederos de su amor hacia la Madre, confiándosela para que la
recibieran con afecto filial.
María, solícita guía de la Iglesia naciente, inició la propia misión materna ya en el
cenáculo, orando con los Apóstoles en espera de la venida del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14).
Con este sentimiento, la piedad cristiana ha honrado a María, en el curso de los siglos, con los
títulos, de alguna manera equivalentes, de Madre de los discípulos, de los fieles, de los
creyentes, de todos los que renacen en Cristo y también «Madre de la Iglesia», como aparece
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en textos de algunos autores espirituales e incluso en el magisterio de Benedicto XIV y León
XIII.
De todo esto resulta claro en qué se fundamentó el beato Pablo VI, el 21 de noviembre
de 1964, como conclusión de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, para declarar va la
bienaventurada Virgen María «Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios,
tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa», y estableció que «de
ahora en adelante la Madre de Dios sea honrada por todo el pueblo cristiano con este
gratísimo título».
Por lo tanto, la Sede Apostólica, especialmente después de haber propuesto una misa
votiva en honor de la bienaventurada María, Madre de la Iglesia, con ocasión del Año Santo de
la Redención (1975), incluida posteriormente en el Misal Romano, concedió también la
facultad de añadir la invocación de este título en las Letanías Lauretanas (1980) y publicó otros
formularios en el compendio de las misas de la bienaventurada Virgen María (1986); y
concedió añadir esta celebración en el calendario particular de algunas naciones, diócesis y
familias religiosas que lo pedían.
El Sumo Pontífice Francisco, considerando atentamente que la promoción de esta
devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y
en los fieles, así como la genuina piedad mariana, ha establecido que la memoria de la
bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, sea inscrita en el Calendario Romano el
lunes después de Pentecostés y sea celebrada cada año.
Esta celebración nos ayudará a recordar que el crecimiento de la vida cristiana, debe
fundamentarse en el misterio de la Cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete eucarístico, y
en la Virgen oferente, Madre del Redentor y de los redimidos.
Por tanto, tal memoria deberá aparecer en todos los Calendarios y Libros litúrgicos
para la celebración de la Misa y de la Liturgia de las Horas: los respectivos textos litúrgicos se
adjuntan a este decreto y sus traducciones, aprobadas por las Conferencias Episcopales, serán
publicadas después de ser confirmadas por este Dicasterio.
Donde la celebración de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, ya se
celebra en un día diverso con un grado litúrgico más elevado, según el derecho particular
aprobado, puede seguir celebrándose en el futuro del mismo modo.
Sin que obste nada en contrario.
En la sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a
11 de febrero de 2018, memoria de la bienaventurada Virgen María de Lourdes.
Robert Card. Sarah
Prefecto
+ Arthur Roche
Arzobispo Secretario
La memoria de la Santísima Virgen María, Madre de la
Iglesia, nos recuerda que la maternidad divina de María se
extiende, por voluntad de Jesús mismo, a la maternidad de
todos los hombres, es decir, a la Iglesia misma en el acto de la
entrega. Desde 2018 se celebra el lunes después de
Pentecostés. El Papa pide a la Virgen que nos ayude a fiarnos
plenamente en el amor de Jesús, “sobre todo en los
momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe está
llamada a crecer y madurar”.
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Francisco: "María se mestizó para ser Madre de todos"
El papa Francisco presidió en último jueves
en la Basílica de San Pedro la Santa Misa en la
Solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe. En
su homilía el Pontífice se centró en tres adjetivos
de María: Mujer, madre y mestiza.
“María es mujer. Es mujer, es señora, como
dice el Nican mopohua. Mujer con el señorío de
mujer. Se presenta como mujer, y se presenta con
un mensaje de otro, es decir, es mujer, señora y
discípula. A San Ignacio le gustaba llamarla Nuestra
Señora. Y así es de sencillo, no pretende otra cosa:
es mujer, discípula”, agregó el Santo Padre.
Francisco señaló que la piedad cristiana
“siempre buscó alabarla con nuevos títulos”: eran
“títulos filiales”, dijo, “títulos del amor del pueblo
de Dios”, pero que “no tocaban en nada ese ser
mujer –discípula”. Y recordó que San Bernardo
decía que “cuando hablamos de María nunca es
suficiente la alabanza”. Los títulos de alabanza, “no
tocaban para nada ese humilde discipulado de
ella”, subrayó.
“Fiel a su Maestro, que es su Hijo, el único Redentor, jamás quiso para sí tomar algo de
su Hijo. Jamás se presentó como co-redentora, no: discípula”, puntualizó Francisco.
María, comentó el Papa, nunca robó para sí nada de su Hijo, sino que lo sirvió porque
es Madre.
“María es Madre nuestra, es Madre de nuestros pueblos, es Madre de todos
nosotros, es Madre de la Iglesia, pero es figura de la Iglesia también. Y es Madre de nuestro
corazón, de nuestra alma. Algún Santo Padre dice que lo que se dice de María se puede decir,
a su manera, de la Iglesia, y a su manera, del alma nuestra. Porque la Iglesia es femenina y
nuestra alma tiene esa capacidad de recibir de Dios la gracia, y en cierto sentido los Padres la
veían como femenina. No podemos pensar la Iglesia sin este principio mariano que se
extiende”, enfatizó el papa Francisco.
El Pontífice afirmó luego que cuando se busca el papel de la mujer en la Iglesia se
puede ir "por la vía de la funcionalidad" porque la mujer "tiene funciones que cumplir en la
Iglesia". Se trata de algo que, sin embargo, "nos deja a mitad de camino", puesto que "la mujer
en la Iglesia va más allá" con ese principio mariano que "maternaliza" a la Iglesia, y la
transforma "en la Santa Madre Iglesia".
María, concluyó el Papa, se “nos quiso mestiza, se mestizó”. Pero no lo hizo “sólo con
el Juan Dieguito, con el pueblo”, sino que ella se mestizó “para ser Madre de todos”, se
mestizó “con la humanidad”. “Y, ¿por qué?” – planteó Francisco. “Porque ella mestizó a
Dios”: “Y ese es el gran misterio: María Madre mestiza a Dios, verdadero Dios y verdadero
hombre, en su Hijo”.
“Cuando nos vengan con historias de que había que declararla esto, o hacer este otro
dogma o esto, no nos perdamos en tonteras”, alentó Francisco: “María es mujer, es Nuestra
Señora, María es Madre de su Hijo y de la Santa Madre Iglesia jerárquica y María es mestiza,
mujer de nuestros pueblos, pero que mestizó a Dios”.
Fuente: Vaticano News
Diciembre 2019
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Domingo 7 de Junio - Solemnidad de la Santísima Trinidad
Este tema nos presenta la oportunidad de conocer con más profundidad la relación
que existe entre María Santísima y el misterio central de nuestra fe que es el de Dios Trino, o lo
que es lo mismo, la relación entre Aquélla por quien nos vino la redención con el Creador del
universo.
El nuevo milenio nos presenta la oportunidad de fortalecer la gracia de la conversión y
replantear nuestra vida dentro de una perspectiva más evangélica, y para ello nada mejor que
proponernos el modelo que la misma Trinidad pensó desde toda la eternidad: La Virgen María.
Sin embargo, el estudio y reflexión del misterio que envuelve a María y a la Santísima Trinidad
es tan complejo y maravilloso que se puede contemplar desde diferentes ópticas. Por ello, con
gran reverencia y humildad ante tal misterio me permito invitarlos a reflexionar conmigo, en
total contemplación, algunos de los elementos que dan luz a este misterio y que seguramente
nos ayudarán no sólo a conocer y amar todavía más a Nuestra Madre, sino que, viendo su
relación y participación en el misterio Trinitario, seguramente nos sentiremos invitados a
imitarla y a buscar vivir como ella un relación íntima, profunda y personal con el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo.
El concepto de historia del
mundo pagano es circular, es decir,
para ellos todo se vuelve a repetir;
nosotros, gracias a la revelación,
consideramos que la historia es
lineal. Es decir, que tuvo su
principio en la creación del mundo
y que ésta llegará un día a su final.
Es en este proceso lineal de la
historia en donde Dios va
realizando la salvación de la
humanidad. Este proyecto alcanza
su culmen cuando al llegar la
plenitud de los tiempos Dios envió,
por medio del Espíritu Santo, a su
Hijo, para que todo el que crea en él tenga vida y la tenga en abundancia (cf. Gal. 4, 4; Jn 3, 10;
10, 10). En este proyecto salvífico y, precisamente en el momento culminante de la historia, es
donde María Santísima encuentra su puesto, ya que es por su medio como la Santísima
Trinidad pone en acto el proyecto que culminará con nuestra vida en el cielo, porque en ella se
encarna el Verbo. De esta manera, María se convierte en el punto de intersección entre la
línea vertical divina y la línea horizontal de nuestra historia. En otras palabras, María es el nodo
que enlaza de manera definitiva la historia humana con la Santísima Trinidad, de ahí su
relación única con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
María y el Verbo de Dios
Para seguir el orden lógico expuesto por el Concilio Vaticano II, en el capítulo VIII de la
Lumen Gentium, es necesario hablar primero de la relación que tiene María Santísima con el
Verbo, ya que es por medio de la Encarnación que queda unida e integrada totalmente al
misterio, no sólo de la salvación, sino de la Santísima Trinidad. En la Encarnación, misterio y
milagro que escapa totalmente a nuestra comprensión, el Verbo —espiritual y eterno con el
Padre—, comienza a ser una realidad corpórea y humana gracias a la cooperación gratuita y
amorosa de María. En palabras de San Agustín, diríamos que el Verbo, sin dejar de ser lo que
era (Dios eterno con el Padre y el Espíritu Santo), comenzó a ser lo que no era (humano, igual
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en todo a nosotros, excepto en el pecado). Si alargamos un poco nuestra contemplación hasta
el momento preciso de la encarnación podríamos gozarnos interiormente en este misterio por
el cual el Eterno comienza a vivir y a crecer en el seno de María Santísima.
Si todos los hombres, por el hecho de nuestra gestación quedamos unidos de manera
inexplicable a nuestras madres, podemos en esta contemplación imaginar la unidad y
trascendencia de la unión entre María y el Hijo de Dios que tomaba carne de su propia carne.
El vínculo entre María y el Verbo de Dios no es entonces únicamente corporal o espiritual, sino
trascendente, de manera que si ella ya vivía y era una realidad en Dios, ahora Dios empieza a
ser de manera sustancial una realidad en ella. Este es uno de los misterios que fundamentan la
fe cristiana, por eso es que ya desde los primeros credos la Iglesia proclamará la Encarnación
del Verbo con las palabras: nacido de la Virgen María (Natus ex María virgine).
Uno de los temas que se discuten desde los primeros siglos es precisamente la relación
existente entre María y Jesús. Para algunos, María será simplemente la madre del «hombre»
Jesús, por lo que la identificarán como la «Cristotokos», es decir, la madre de Cristo. La iglesia
se opondrá tenazmente a esta herejía que dividirá la Iglesia por espacio de varios siglos, y en el
Concilio de Éfeso en 431, en consenso con todos los padres de la Iglesia, será proclamada
como la «Theotokos», es decir, como la Verdadera Madre de Dios, de acuerdo a la humanidad
del Verbo.
Como vemos, esta relación íntima de María con la encarnación del Verbo es el punto
de partida para la validación de la humanidad de Cristo, ya que si Jesús no fue engendrado
como todo humano en el seno de María, entonces no es hombre como nosotros, y si no es
hombre como nosotros no puede morir, y si no puede morir, entonces, como dice san Pablo,
no pudo realizar la salvación y aún vivimos en pecado. Por ello, como ya decíamos, la unidad
que existe entre María y Jesús no es simplemente material, sino incluso teológica, ya que
María es el punto de referencia para proclamar que Jesús es verdadero hombre.
Otro de los elementos fundamentales de la relación del Verbo con María Santísima es
que ella, por la concepción virginal, es también el punto de referencia para afirmar que Jesús
es verdaderamente el Verbo de Dios, consustancial al Padre. Sólo si la concepción de Jesús fue
por obra del Espíritu Santo podemos afirmar que el Verbo se encarnó y, que sin dejar de ser lo
que era, empezó a ser lo que no era. La perpetua virginidad de María Santísima es la prueba
irrefutable de que Jesús no sólo es hombre como nosotros, sino que siempre ha sido Dios, con
el Padre y el Espíritu Santo. En el momento de la concepción del Verbo —producto de la
generosidad y de la fe total de María—, la humanidad queda vinculada para siempre con la
eternidad de Dios, pues ahora el Dios creador, espiritual y eterno, empieza a ser parte de
nuestra humanidad; es por el «sí», lleno de amor de María, como entra en acto el último
momento del proyecto salvífico de Dios, el cual alcanzará la plenitud en el evento pascual de
Cristo por su muerte y resurrección. María se convierte así en la Madre de Dios, no conforme a
su eternidad, sino conforme a su humanidad y, dado que la humanidad de Cristo después de la
resurrección se convierte en el Primogénito de la humanidad resucitada, la maternidad de
María no resta en el tiempo sino que se hace trascendente, pues aun durante su vida terrena
—después de la resurrección de Cristo—, el vínculo de la maternidad del Verbo de Dios la
mantenía unida de manera trascendente con él, el cual vive eternamente a la derecha del
Padre.
Como ya hemos dicho, es a partir de la encarnación que María queda unida por la
maternidad a la segunda persona de la Trinidad. Esta unión maternal se prolonga, se
acrecienta, madura y se transforma a lo largo de los años, en los cuales ella fue, como todas las
madres hebreas, la maestra de Jesús. María lo alimentó con su pecho, lo abrazó, y le dio el
amor que todo humano necesita de su madre y que hace del hijo como una prolongación del
mismo ser de la madre. En Jesús, María podía ver sus mismas facciones, su misma sonrisa, su
misma dulzura. Sin embargo, Dios, en su infinito misterio, quiso asociar no solamente a María
con su hijo en la maternidad sino en la obra redentora, por lo que, como nos lo muestran las
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Sagradas Escrituras, María aparece en los momentos más importantes de la vida de Jesús, en
donde ella no tiene solamente un papel pasivo sino activo. Y así la vemos, después del
nacimiento, en la presentación del Niño en el Templo —momento en el que los israelitas
consagran a su primogénito para que sea propiedad exclusiva de Dios. En ese momento, María
no sólo acompaña a José, sino que al salir del Templo le anuncian que su misión será la de
acompañar a Jesús en su obra redentora hasta la misma cruz. Posteriormente la vemos de
nuevo en el Templo cuando Jesús a los doce años empieza a ser «ciudadano» judío y
permanece en el templo, mostrando a todos la sabiduría divina y su identidad de Hijo de Dios.
Es a partir de ese momento que la maternidad de María se irá transformando de biológica en
trascendente.
El proyecto de Dios para María va siempre más allá de lo que nuestras pobres mentes
pueden entender. La relación que existe con Jesús llega a su culmen en dos momentos
fundamentales de la vida de Cristo: las Bodas de Cana, y la Crucifixión. Sabemos bien que todo
nos viene de Dios y que todo lo que Dios nos da es para nuestro beneficio, sin embargo,
debido a la relación materna y amorosa que existe entre Jesús y María, ésta es capaz de influir
poderosamente en el proyecto de Dios. Este es un misterio que no podemos entender pero
que podemos comprobar en nuestras súplicas hechas a Jesús a través de su madre y que
quedarán patentes en las bodas de Cana. Por otro lado, este evento, al inicio de la vida pública
de Jesús, nos presenta a María como la nueva Eva, la mujer asociada al proyecto creador de
Dios en la nueva economía de la salvación. En el pasaje narrado por San Juan vemos cómo, al
terminar el relato, los dos son unidos teológicamente por el autor para ayudarnos a
comprender hasta dónde Dios tiene a María como el nudo que abraza el cielo con la tierra.
Uno de los momentos de mayor unión entre el hijo y la madre es precisamente el
momento del sufrimiento pues, por esa unidad trascendente que se crea desde el seno
materno, la madre es capaz de sentir y de alguna manera vivir con el hijo el momento de
sufrimiento. Si esto lo podemos decir de manera ordinaria respecto a todas las madres del
mundo, podemos considerar lo que ocurría en la crucifixión de Jesús. El evangelista San Juan
nos dice que María estaba ahí presente, a su lado, sufriendo con él, ofreciéndose con él al
Padre, animando a su hijo a culminar la obra que Dios le había pedido; estaba de pie, como el
sacerdote cuando ofrece la víctima; estaba de pie diciéndole, como Job: “tú me lo diste, tú me
lo pediste, bendito seas, Señor”. Esta unión entre el Hijo y la Madre no era sólo en María sino
en el mismo Jesús; San Juan nos dice que Jesús vio a su madre. Con estas palabras el autor del
cuarto evangelio nos invita a contemplar la mirada de Jesús a María, mirada de amor, pero a la
vez una profunda mirada de consuelo, como quien dijera: “no llores, estaré bien”. Dos almas y
dos cuerpos, pero un solo corazón. La espada profetizada treinta y tres años atrás hería el
corazón de María para que el sacrificio realizado por Jesús fuera acompañado también del
corazón de su Madre, de aquella que, unida por la Trinidad a la obra redentora, moría de amor
y de dolor, para así ser la primera, como dirá más adelante San Pablo, en completar en ella lo
que faltó a la pasión de Cristo. Quedó de esta manera sellada para siempre la relación de
María con la Santísima Trinidad, relación única e irrepetible.
María y el Espíritu Santo
Cuando seguimos de cerca la vida, la actuación y el papel de María en la Historia de la
Salvación, nos encontramos que ella es, si lo podemos llamar así, el marco que encuadra el
proyecto salvador de Dios y que conocemos como «Misterio Pascual» y que se refiere no sólo
a la muerte y resurrección de Cristo, sino incluso al envío del Espíritu Santo, con lo cual queda
concluido el proyecto. De manera que podemos decir que el proyecto salvífico se realiza entre
la concepción del Verbo y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, y es precisamente en
estas dos escenas o momentos de la historia en donde María juega un papel fundamental. En
el primer momento contemplamos a María, que es presentada por San Lucas como la llena de
gracia, es decir, la rebosante del Espíritu de Dios. En esta primera escena que se lleva a cabo en
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«la plenitud de los tiempos», María no sólo es visitada y habitada por el Espíritu sino que es
fecundada por él. Lo más asombroso y único es que esta fecundidad no es de tipo intelectual o
espiritual, sino que es una fecundidad física que hace que el Hijo de Dios —el Verbo Divino, la
Segunda Persona de la Trinidad— se encarne y tome un cuerpo humano. Por ello, y con mucha
razón, ha sido considerado el Espíritu como el Esposo de María Santísima, ya que es por su
medio y acción que se realiza la concepción virginal de Jesús en el Seno de María.
El segundo momento culminante del proyecto salvífico de Dios se realiza en
Pentecostés en donde de nuevo María tendrá también un papel fundamental. Ella, la llena de
gracia, llamaba con su oración al Esposo divino quien, siempre atento a la voz de su esposa,
viene y, como en Cana, llena con el «vino nuevo» todos los corazones de los ahí reunidos.
Desde entonces la Iglesia reconoce que la continua intercesión de la llena de gracia, mantiene
vivo el fuego del Espíritu en
los corazones de los que,
como ella, oran y buscan con
todo su corazón hacer la
voluntad de Dios. Y esto no
quiere decir que es de ella de
donde procede el Espíritu,
sino que, por la relación tan
íntima que existe entre ella y
la Tercera Persona de la
Trinidad, es que se hace
posible no la creación o la
donación del Espíritu, sino la
vitalización de la efusión
original del bautismo. Pero
también es creencia de la
Iglesia que es por la
intercesión de María que el
fuego del Espíritu, el Buen
Vino, continúa derramándose
y esparciéndose por todo el
mundo. María, la primera
Evangelizadora, la que llevó
por primera vez la noticia de
la salvación y el Espíritu a su
prima Isabel, continúa por su
intercesión realizando esa
obra misionera dentro de la Iglesia. De manera que hablar de misiones, Espíritu y María, es
hablar del mismo proyecto en la construcción del Reino de Dios.
Es tal la relación que existe entre el Espíritu Santo y María Santísima que a lo largo de
la historia y en la misma teología se han visto en María muchas de las funciones que en el
estricto sentido de la palabra corresponderían al Espíritu. Sin embargo, por esta relación
esponsal que hay entre ellos, la Iglesia nunca ha dudado que aunque la acción le sea propia al
Espíritu no tiene empacho en atribuírsela a la Santísima Virgen María. Esta, entre otras, es la
base de la poderosa intercesión de María.
Cuando nosotros pedimos algo a través de María y recibimos la gracia, de manera
habitual decimos que nos la concedió la Virgen. Esto, como decíamos, en un sentido estricto,
sería un error pues todo don viene de Dios, sin embargo, no podemos negar que en una
relación esponsal, en la cual se comparten tanto los bienes, como el ser de la persona, lo que
hace una puede ser aplicado, aunque sea de manera indirecta, a la otra. Pues este es el caso
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entre María y el Espíritu; por ello, aunque la gracia recibida ha sido concedida por Dios mismo,
no existe contradicción en aceptar que fue recibida por María.
Esto tampoco quiere decir que María sea un puente entre Dios y los hombres, lo cual
es erróneo también pues sabemos que tenemos un solo mediador que es Cristo. Esto sólo
significa que María es en Dios y Dios es en ella, en una relación que sobrepasa nuestro
entendimiento, lo cual nos confirma cuan íntimos son el misterio de Dios y de María. De
acuerdo a la teología, el Espíritu es conocido por su actuar, de manera que viendo su acción en
María Santísima, en quien actuó de manera eminente, podremos conocer más sobre la Tercera
Persona de la Trinidad. El Espíritu se manifiesta de siete maneras para enriquecer la vida del
hombre, y es a lo que hoy llamamos los «dones del Espíritu Santo». Debido a que María desde
su nacimiento fue llena de gracia, esto supone la plenitud del Espíritu en ella por lo que la
manifestación de estos dones son evidentes y la enriquecieron y adornaron no únicamente
para ser la madre del Mesías, sino para mostrar al mundo lo que Dios puede hacer en el
hombre si, como María, es dócil a su gracia. Serían muchos los pasajes en donde se
manifestaron con gran esplendor estos regalos de Dios, por lo que sólo presentaremos algunos
en donde son más evidentes, sin que eso quiera decir que el don mencionado es el único que
se manifestó, sino que nos sirve de ejemplo.
El don de sabiduría, que nos lleva a conocer las cosas de Dios y su voluntad es evidente
en el “sí” de aceptación incondicional que le dio María al ángel en el momento de la
anunciación. El don de inteligencia, que nos ayuda a penetrar los misterios y la intimidad de
Dios (iluminación divina), lo podemos apreciar en la paz que mantuvo María cuando José, al no
entender el proyecto de Dios realizado en la anunciación, había decidido separarse de su
esposa. María, iluminada interiormente, sabe que lo que está viviendo es parte de un proyecto
de amor, por lo que con gran paz espera a que Dios actúe. El don de consejo, que le permite al
hombre hablar en nombre de Dios (de manera habitual identificado con la misión de anunciar
el evangelio), se presenta con fuerza en la visita de María a santa Isabel, en donde proclama
abiertamente la salvación a su prima (es evidente también en las bodas de Cana en donde
dice: “hagan lo que él les diga (cfr. Juan 2”).
Los dones del Espíritu no únicamente enriquecen nuestra vida, sino que son el medio
por el que se puede alcanzar la santidad y con ello la plenitud de nuestra vida. Es por ello que
cuando vemos a María, vemos el modelo acabado de santidad, pues en nadie ha obrado tan
plenamente la gracia. El don de ciencia nos posibilita entender y ver las cosas del mundo como
son en realidad y no como nuestros sentidos nos las presentan, así como María valora mucho
más el hecho de estar con su esposo que el tener que dar a luz en una cueva. Para ella lo
importante está más allá de sus sentidos. Aunque no tenemos muchos testimonios sobre su
oración personal, podemos ver el desarrollo del don de piedad reflejado en su canto de
alabanza a Dios. El Magníficat refleja la profundidad de su corazón y el ardor de su oración. El
don de fortaleza, que nos capacita para dar testimonio de fidelidad a Dios aun en medio de
nuestros sufrimientos y dificultades, se ve patente en ella desde la anunciación hasta el
calvario. Nadie como ella sufrió, nadie como ella manifestó fidelidad a Dios, en nadie como ella
actuó el Espíritu de fortaleza. Finalmente, el don de temor de Dios, que nos ayuda y posibilita
para amar a Dios por sobre todas las cosas hasta el extremo de llegar a sentir tristeza de
ofenderlo, se muestra con esplendor en la vida de María, que prefiere perder lo que más ama
en este mundo (a José), incluso hasta la propia vida, con tal de agradar y de ser fiel al Señor. Su
Fe, en medio de la más densa oscuridad, es prueba patente de su inmenso amor a Dios, es la
manifestación más clara de su ser «lleno de gracia». Por ello, en María, su Divino Esposo se
recreó perfeccionándola no sólo para que fuera modelo de toda la Iglesia y de la humanidad
redimida, sino para él mismo gozarse en la perfección que él mismo había creado y la docilidad
y respuesta a su eterno amor que María siempre le brindó todos los días de su vida.
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María y el Padre eterno
Finalmente, trataremos de abordar en nuestra meditación el misterio inefable que
envuelve el misterio de María y del Padre. Queremos proponer algunas de las ideas teológicas
y espirituales que pueden llevarnos, en nuestra meditación personal, a introducirnos en las
profundidades del misterio de María en su relación con el Dios Trino. De acuerdo a la teología
tradicional, María puede relacionarse desde dos perspectivas con el Padre: por un lado,
tendríamos su relación filial de hija, la cual le viene de la adopción realizada por la acción
salvífica de Cristo; la segunda, como producto de compartir la filiación con la segunda persona
de la Trinidad. La primera contemplación nos presenta a María Santísima como nuestra
hermana, es decir, hija del mismo Padre, sin embargo, el Concilio Vaticano II ha tenido cuidado
de llamarla «Hija Predilecta», ya que si la filiación divina nos viene por la acción del Espíritu,
que es quien nos injerta en Dios, nadie ha estado tan lleno de gracia como María, quien ya al
momento de la anunciación es saludada por el ángel como la “llena de gracia”. Esto ha sido
visto como uno de los signos eminentes de la Inmaculada Concepción, y de esta predilección.
Podemos decir que si nosotros, como nos dice San Pablo, llamamos “Abbá” al Padre celeste, y
lo podemos hacer con amor filial, nadie sobre esta tierra lo puede amar con más intensidad
(salvando todo cuanto se refiere a la filiación divina del Hijo con el Padre), que la Santísima
Virgen María.
Si algo agrada al Padre es la obediencia y por ello, ya desde los Santos Padres, María ha
sido llamada la Nueva Eva, ya que mientras en el paraíso, por la desobediencia de una mujer
(Eva), la humanidad fue sometida a la muerte, por la obediencia de otra mujer (María), Dios
nos ha dado la gracia y la redención. De manera que María se relaciona de una manera íntima
con el Padre de la misma manera que lo hace Jesús por su obediencia incondicional y total a su
voluntad. Por ello, su relación e intimidad con el Padre se fue desarrollando hasta alcanzar el
grado máximo de amor y fidelidad cuando, unida con Jesús en la Cruz, pronunciará en su
corazón su último «fiat», su último: “hágase como tú dices y no como a mí me gustaría...
hágase, según tu voluntad”. La actitud de María delante del Padre nos muestra que la oración
del padrenuestro sólo tiene sentido si nosotros estamos, también como ella, dispuestos a
hacer la voluntad de Dios, pues es precisamente en ella en donde crece nuestra relación de
amor con el Padre.
La relación de María Santísima no se limita —como en todos nosotros— en el hecho de
ser hija de Dios, sino que comparte, como dice el P. Pikaza, la generación de Jesucristo, pues
con el mismo sentido y propiedad que Dios llama a Jesús «Hijo mío», lo hace María Santísima.
Jesús, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, participa de la filiación tanto con María
como con su Padre eterno. Dios establece así con María una relación de confianza infinita,
pues siendo el «generador» del Verbo confía totalmente la generación humana de Jesús no
sólo al seno de María, sino al amor perfecto y trascendente de la que en vías a su maternidad
fue preservada del pecado y llena de gracia desde el primer momento de su existencia. Esta
relación de confianza ha hecho que su intercesión sea grande tanto ante su Hijo, como ante el
mismo Padre. Esto es posible si recordamos que Jesús había dicho ya que todo lo que se
pidiera en su nombre lo obtendríamos. Si unimos esto a lo que acabamos de decir, sólo María
se puede referir al Padre por medio del Hijo de una manera única, pues nadie más que ella le
puede decir al Padre: Te lo pido en nombre de nuestro Hijo, refiriéndose precisamente a
Jesucristo.
Sabemos que en el orden natural los hijos nos parecemos a nuestros padres. Por ello,
Jesús decía a sus discípulos: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”. En esta
perfección María se relaciona de una manera especial con el Padre del cielo, pues su ser «lleno
de gracia» hace de ella un arquetipo de la semejanza con el Padre (hasta donde humanamente
es posible). Podríamos decir que, de la misma manera que viendo al hijo reconocemos los
rasgos del padre, viendo a María podemos reconocer en ella de manera «eminente» esta
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semejanza. Esto hace, por otro lado, que el hijo busque, no sólo identificarse con su físico (lo
cual es imposible en Dios), sino con sus metas y objetivos. Es así que María en esta
identificación con «su» Padre busque en todo momento no únicamente hacer su voluntad,
sino contribuir con todo su ser al desarrollo del proyecto del Padre, que es la salvación del
mundo. Su “sí” generoso al anuncio del ángel, el acompañamiento a Jesús hasta la misma cruz,
y el estar en Pentecostés con los apóstoles para provocar con su intercesión que la «hora» se
llegara, hace de ella, el modelo de los hijos que, sabiéndose identificados con el proyecto del
Padre, ponen toda su vida hasta ver realizada la obra.
Dios ha querido unir a María, por medio del misterio de la «Maternidad Divina», a su
propio misterio, creando, como hemos visto, relaciones tan particulares con cada una de las
personas divinas que hacen de María un misterio del cual apenas, después de 2000 años de
reflexión, parecería que nos hemos acercado a la playa de este insondable mar. Si queremos
seguir adelante en el profundizar y descubrir quién es María para Dios y para nosotros,
tendremos que continuar el camino de San Pedro quien, perplejo ante la pregunta de Jesús
“¿quién dicen ustedes que soy yo?”, se deja inundar por la gracia para responder: “Tú eres el
Mesías, el hijo de Dios vivo”. En los inicios del nuevo milenio debemos levantar nuestros
corazones en oración y contemplación para que él que la creó, la llenó de dones, la predestinó
para ser la madre de su Hijo y finalmente la llevó a vivir con él por toda la eternidad, nos
revele, en lo más íntimo de nuestro corazón, quién es María.
*Por el Padre Ernesto María Caro
(https://www.evangelizacion.org.mx/biblioteca/pdf/maria_y_la_trinidad.pdf)
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A lo largo de los siglos, la Iglesia y los santos han animado a los fieles a amar la Eucaristía e
incluso hay quienes han dado su vida por protegerla. En la Solemnidad del “Corpus Christi” te
presentamos 10 cosas que todo cristiano debe saber en torno a este gran milagro.
1. Jesús instituyó la Eucaristía
Jesús reunido con sus apóstoles en la Última Cena instituyó el sacramento de la Eucaristía:
“Tomen y coman; esto es mi cuerpo…” (Mt, 26, 26-28). De esta manera hizo partícipes de
su sacerdocio a los apóstoles y les mandó que hicieran lo mismo en memoria suya.
2. Eucaristía significa "acción de gracias"
La palabra Eucaristía, derivada del griego εὐχαριστία (eucharistía), significa "Acción de
gracias" y se aplica a este sacramento porque nuestro Señor dio gracias a su Padre cuando la
instituyó. Además, porque el Santo Sacrificio de la Misa es el mejor medio de dar gracias a Dios
por sus beneficios.
3. Cristo se encuentra de forma íntegra en el Sacramento del Altar
El Concilio de Trento (siglo XVI) define claramente: "En el Santísimo Sacramento de la
Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor
Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad. En realidad Cristo íntegramente". Asimismo,
en el Derecho Canónico de la Iglesia ninguna otra festividad recibe tanta atención como la
Solemnidad del Corpus Christi.
4. Los sucesores de los apóstoles convierten el pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Cristo
En la Santa Misa, los obispos y sacerdotes convierten realmente el pan y el vino en el Cuerpo y
Sangre de Cristo durante la consagración; el proceso es llamado Transubstanciación. La
Solemnidad del Corpus Christi es una de las cinco ocasiones en el año en que un Obispo no
puede estar fuera de su diócesis, salvo por una urgente y grave razón.
5. Se debe recibir la Eucaristía al menos una vez al año
La Comunión es recibir a Jesucristo sacramentado en la Eucaristía. La Iglesia manda comulgar
al menos una vez al año, en estado de gracia, y recomienda la comunión frecuente. Es muy
importante recibir la Primera Comunión cuando se llega al uso de razón, con la debida
preparación.
6. Para comulgar se necesita del ayuno eucarístico y confesarse
El ayuno eucarístico consiste en abstenerse de tomar cualquier alimento o bebida, al menos
desde una hora antes de la Sagrada Comunión, a excepción del agua y las medicinas. Los
enfermos y sus asistentes pueden comulgar aunque hayan tomado algo en la hora
inmediatamente anterior. El que comulga en pecado mortal comete un grave pecado llamado
sacrilegio. El que desea comulgar y está en pecado mortal no puede recibir la Comunión sin
haber acudido antes al sacramento de la Penitencia, pues no basta el acto de contrición.
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7. Es mandamiento de la Iglesia asistir a Misa domingos y días de precepto
Frecuentar la Santa Misa es un acto de amor a Dios que debe brotar naturalmente de cada
cristiano. Es también obligatorio asistir los domingos y feriados religiosos de precepto, a
menos que se esté impedido por una causa grave.
8. La Eucaristía es alimento espiritual para enfermos y agonizantes
La Eucaristía en el Sagrario es un signo por el cual Nuestro Señor está constantemente
presente en medio de su pueblo y es alimento espiritual para enfermos y moribundos. Se le
debe agradecimiento, adoración y devoción a la real presencia de Cristo reservado en el
Santísimo Sacramento.
9. La fiesta del Corpus Christi se celebra el jueves posterior al domingo de la Santísima Trinidad
La Solemnidad del Corpus Christi fue establecida en 1246 por el Obispo Roberto de Thorete y a
sugerencia de Santa Juliana de Mont Cornillon. Después del milagro eucarístico de Bolsena, a
mediados del Siglo XIII, el Papa Urbano IV expandió esta celebración a toda la Iglesia Universal
en 1264 con la bula “Transiturus”, fijándola para el jueves posterior al domingo de la Santísima
Trinidad. El Pontífice encomendó a Santo Tomás de Aquino que compusiera un oficio litúrgico
propio e himnos que se entonan hasta nuestros días.
10. También es posible celebrarla el domingo posterior a la Santísima Trinidad
En el Vaticano, el Corpus Christi se celebra el jueves después de la Solemnidad de la Santísima
Trinidad. Mientras que en varias diócesis se traslada al domingo posterior a la Santísima
Trinidad por una cuestión pastoral. El Papa San Juan Pablo II fue quien llevó la procesión anual
del Corpus Christi de la Plaza de San Pedro a las calles de Roma.
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María nos atrae a la Eucaristía.
Afirma el Venerable Juan Pablo II: la Maternidad espiritual de María "ha sido
comprendida y vivida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado Banquete -
celebración litúrgica del misterio de la Redención-, en el cual Cristo, su verdadero cuerpo
nacido de María Virgen, se hace presente. Con razón la piedad del
pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la
devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía...
María guía a los fieles a la Eucaristía" (R.M.44). María nos
atrae irresistiblemente hacia la Eucaristía.
María nos atrae a la Eucaristía, Sacrificio incruento
del cuerpo y de la sangre de Cristo, formados al calor de su
corazón por obra del Espíritu Santo. Nos atrae a la
Eucaristía, comunión en Cristo, porque Cristo está
privilegiadamente en Ella y Ella en Cristo. Nos atrae a la
Eucaristía-tabernáculo porque Ella es custodia viviente
excepcionalmente enriquecida por la gracia redentora, y la
mejor adoradora de la Presencia Real de Cristo.
María y la Presencia real de la Eucaristía.
María es la Madre de Dios. Madre-Virgen por obra
del Espíritu Santo. Es, por lo tanto, portadora de la
Presencia Real del Cuerpo, de la Sangre, del Alma y de la
Divinidad de N. S. Jesucristo. Es Sagrario viviente.
María es Madre de los redimidos. ¡Madre
nuestra!: no ceses de conducirnos al encuentro de
Cristo-Eucaristía, renovación incruenta del Sacrificio del
Calvarios. No ceses de ofrecernos el Cuerpo y la Sangre
de Cristo porque somos peregrinos hambrientos y
sedientos del Pan verdadero y de la Bebida verdadera.
No ceses de atraernos como adoradores a los pies del
Tabernáculo.
María es la Madre al pie de la Cruz. Testigo
excepcional del sacrificio de Cristo, contenido del
Sacrifico incruento de la Sta. Misa. Ella nos conduce a la
Eucaristía porque está asociada al sacrificio redentor con
su corazón traspasado por la espada de dolor, y testifica
el cumplimiento del amor que Cristo nos tiene "hasta el
extremo". María -afirma el Siervo de Dios Juan Pablo II-
es "testigo particularmente sensible de ese amor que
encuentra su expresión sacramental precisamente en la
Eucaristía" (Polonia, 08, 06, 87).
24. A Ñ O M A R I A N O N A C I O N A L 2 0 2 0 Página 24
María, la Eucaristía y la Iglesia.
María nos conduce a la
Eucaristía en la Iglesia. "La Virgen
Santísima -nos enseña el Concilio-
por el don y la prerrogativa de la
maternidad divina, que la une con el
Hijo Redentor, y por sus gracias y
dones singulares, está íntimamente
unida con la Iglesia"(LG. 63), con esta
Iglesia que vive centrada en la
Eucaristía.
La Virgen María está
especialmente asociada a la
Eucaristía en la Iglesia y nos conduce
al centro de su misterio. La Iglesia
vive y se alimenta de la Eucaristía, y
la Virgen Madre nos orienta hacia la
Eucaristía, nuestra vida y alimento. Si
queremos vivir en el corazón de la
Iglesia, hemos de vivir centrados en
la Eucaristía.
La Virgen María está presente
en el Cenáculo el día de Pentecostés, "momento del nacimiento de la Iglesia -nos dice el
Venerable Juan Pablo II- de esta Iglesia que constantemente vive de la Eucaristía: El que me
come vivirá por mi (Jo.6,57)" (Polonia ut s.).
La solicitud de María.
El desvelo de María en Caná de Galilea es signo
de su solicitud maternal para que no nos falte la
celebración de la Santa Misa, para que nos podamos
alimentar del Cuerpo y de la Sangre de su Hijo y para
que se prolongue la Presencia real de Cristo en el
Sagrario.
La Virgen María no cesa de interceder ante su
Hijo por las necesidades de la Iglesia peregrina. Le
pedimos que no falten vocaciones sacerdotales
porque necesitamos sacerdotes santos que renueven
el Sacrificio del Calvario, que nos inviten al banquete
del Cuerpo y la Sangre de Cristo y que cuiden del
Sagrario y de la adoración eucarística.
En conclusión.
Lo mismo que Dios para hacerse hombre quiso contar con la Virgen María, quiso contar
con su Madre para ofrecernos el don de la Eucaristía. Ella, como Madre solícita nos atrae
irresistiblemente hacia la Eucaristía Sacrificio, Comunión y Tabernáculo. Ella nos pide que
vivamos centrados en la Eucaristía porque la mejor manera de penetrar los sentimientos del
Corazón de Cristo en la Eucaristía, es vivir en comunión con los sentimientos del Corazón de
María.
25. A Ñ O M A R I A N O N A C I O N A L 2 0 2 0 Página 25
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es de origen medieval. Comenzó en los
claustros y posteriormente pasó a los ambientes seglares fervorosos. Pero a partir de las
apariciones de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque, en pleno siglo XVII, su propagación
se hizo mucho más extensa. En Francia, en la segunda mitad del siglo XVII, el catolicismo
estaba sufriendo la influencia del jansenismo, una doctrina basada en una visión pesimista,
que concebía al hombre orientado al pecado e incapaz de hacer libremente el bien.
Fomentaba una actitud de temor ante Dios, e imponía una moral rigorista que alejaba a las
personas de los sacramentos, pues consideraba que el hombre “nunca” era digno de ellos. En
ese contexto, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús llevó a los católicos a redescubrir la
importancia de la humanidad del Corazón de Cristo, “que tanto ha amado a los hombres”, y de
su misericordia. Esa devoción logró su forma actual a partir de 1675, luego de las apariciones
del corazón de Jesús a la religiosa francesa Santa Margarita María de Alacoque.
Un mensaje de misericordia para el hombre de hoy A pesar de los años transcurridos,
esta devoción no ha perdido su vigencia. Todos nos sabemos heridos y frágiles, y necesitamos
creer que podemos ser perdonados, que el amor de Dios está esperando, que su mirada sobre
nosotros es bondadosa; que con nuestras obras podemos reparar, que lo destruido no es para
siempre; que la gracia de Dios cura y restaura. Es así como la devoción al Sagrado Corazón nos
ayuda a evitar una espiritualidad rigorista, donde unos pocos se consideran buenos por encima
de los demás; o de una moralidad culpabilizadora, fundamentada en una visión negativa del
hombre y del mundo, con temor a la libertad y responsabilidad del hombre ante Dios. Hoy el
hombre necesita, de manera especial, el mensaje de la misericordia de Dios. Y es algo que nos
ha transmitido el Papa Francisco, desde sus primeros días de pontificado: “El mensaje más
fuerte del Señor [es] la misericordia. Pero él mismo lo ha dicho: «No he venido para los
justos»; los justos se justifican por sí solos. (…) Yo he venido para los pecadores (cf. Mc 2,17).
(…) No es fácil encomendarse a la misericordia de Dios, porque eso es un abismo
incomprensible. Pero hay que hacerlo. «Ay, padre, si usted conociera mi vida, no me hablaría
así». «¿Por qué, qué has hecho?». «¡Ay padre!, las he hecho gordas». «¡Mejor!». «Acude a
Jesús. A Él le gusta que se le cuenten estas cosas». Él se olvida, él tiene una capacidad de
olvidar especial. Se olvida, te besa, te abraza y te dice solamente: «Tampoco yo te condeno.
Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8,11)”.
“Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a
cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: «El Hijo de Dios me amó y
se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por
esta razón, el Sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra
26. A Ñ O M A R I A N O N A C I O N A L 2 0 2 0 Página 26
salvación (cf. Jn 19, 34), «es considerado como el principal indicador y símbolo... del amor con
que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres» (Pío XII,
Enc. “Haurietis aquas”: DS 3924; cf. DS 3812)”. Catecismo de la Iglesia Católica, 478
NUEVE PRIMEROS VIERNES PROMESAS DE NUESTRO SEÑOR
A los que vivan la devoción a su Sagrado Corazón
Por SCTJM
A partir de la primera revelación, Santa Margarita María
Alacoque sufriría todos los primeros viernes de mes, hasta
su muerte, la experiencia mística de la llaga del costado de
Jesús. Estos eran los momentos particularmente elegidos
por el Señor para manifestarle lo que quería de ella y para
descubrirle los secretos de su amable Corazón.
Propósito de la devoción: Reparación al Corazón de
Jesús.
Las promesas de Jesús dada por medio de Santa Margarita
María Alacoque a los que practicaran y propagaran dicha
devoción. Incluye la promesa a quienes comulguen nueve
primeros viernes de mes.
El motivo principal de la devoción debe ser el amor a Jesús
y no solo las promesas ligadas a ella. Sin embargo si el
mismo Jesús quiso darnos un aliciente con sus promesas,
podemos legítima y provechosamente apoyarnos también
en ellas para fortalecer nuestra débil voluntad para todo lo
que es el servicio de Dios.
Para ganar esta gracia debemos:
1-Recibir sin interrupción la Sagrada Comunión durante nueve primeros viernes consecutivos.
2-Tener la intención de honrar al Sagrado Corazón de Jesús y de alcanzar la perseverancia final.
3-Ofrecer cada Sagrada Comunión como un acto de expiación por las ofensas cometidas contra
el Santísimo Sacramento.
4-Oración: "Oh Dios, que en el corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, has
depositado infinitos tesoros de caridad; te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestro
amor, le ofrezcamos una cumplida reparación. Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío."
Promesas
(1) Les daré todas las gracias necesarias en su estado de vida.
(2) Estableceré la paz en sus hogares.
(3) Los consolaré en todas sus aflicciones.
27. A Ñ O M A R I A N O N A C I O N A L 2 0 2 0 Página 27
(4) Seré su refugio en su vida y sobre todo en la muerte.
(5) Bendeciré grandemente todas sus empresas.
(6) Los pecadores encontrarán en Mi Corazón la fuente y el océano infinito de misericordia.
(7) Las almas tibias crecerán en fervor.
(8) Las almas fervorosas alcanzarán mayor perfección.
(9) Bendeciré el hogar o sitio donde esté expuesto Mi Corazón y sea honrado.
(10) Daré a los sacerdotes el don de tocar a los corazones más empedernidos.
(11) Los que propaguen esta devoción, tendrán sus nombres escritos en Mi Corazón, y de El,
nunca serán borrados.
(12) Nueve primeros viernes: Yo les prometo, en el exceso de la infinita misericordia de mi
Corazón, que Mi amor todopoderoso le concederá a todos aquellos que comulguen nueve
primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán, en desgracia
ni sin recibir los sacramentos; Mi divino Corazón será su refugio seguro en este último
momento.
Viernes 19 de Junio
Solemnidad del Sagrado
Corazón de Jesús
EN ESTE MES DE JUNIO, PODEMOS
JUNTOS COMO FAMILIAS, HACER ESTA PEQUEÑA
LECTURA Y MEDITACIÓN JUNTO A LOS
MIEMBROS DE NUESTRAS FAMILIAS. ELEGIMOS
UN VIERNES PARA HACERLO Y BUSCAMOS UN
LUGAR DE LA CASA PARA COLOCAR UNA IMAGEN
DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS.
Meditación de la Palabra de Dios en el mes del Sagrado Corazón
Hacer de Cristo el corazón del mundo
Lectio divina
Oración de inicio
Ofrecemos nuestra vida, para que se cumpla el proyecto del Padre: hacer de Cristo el
corazón del mundo. Dirigimos nuestra mirada a ti, Jesús crucificado del costado abierto, que te
has entregado a nosotros en el último gesto de darnos tu Corazón. Cargado con el pecado del
mundo, rechazado por la tierra y abandonado por el cielo, has sido traspasado hasta la
muerte. Ahora, que vives en la gloria del Padre, tu llaga permanece abierta para proclamar el
amor sin fin de Dios, para difundir tu pentecostés de gracia. Esta familia, en comunión con la
Iglesia, te glorifica y te bendice y proclama en el mundo tu evangelio de misericordia.
Concédele tu perdón, sostén su fe, acoge su ofrenda cotidiana y renuévala en tu amor, para
que pueda trabajar en el advenimiento de tu Reino en los corazones y en la sociedad. Amén.
Lectura
Juan 19, 28-37 (o bien Mateo 11, 25-30; Mateo 9, 9-13; Marcos 6, 30-44 o la lectura del día).
Silencio
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Responsorio
V./ Cristo, por amor, nos lavó de toda culpa con su sangre.
R./ Cristo, por amor, nos lavó de toda culpa con su sangre.
V./ Hizo de nosotros un pueblo real, sacerdotes para la gloria del Padre.
R./ Con su sangre.
V./ Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu santo.
R./ Cristo, por amor, nos lavó de toda culpa con su sangre.
Oración final
Dios Padre nuestro, concédenos a nosotros, tus fieles, revestirnos de las virtudes y los
sentimientos del Corazón de Cristo tu Hijo, para que, transformados a su imagen, nos hagamos
partícipes de la redención eterna y anunciemos al mundo la obra de tu amor. Por Cristo
nuestro Señor. Amén.
EL CORAZÓN DE JESÚS Y LOS NIÑOS
LES PROPONEMOS IMPRIMIR LOS DETENTES DEL CORAZÓN
DE JESÚS, PARA QUE LOS NIÑOS LOS PEGUEN EN CARTULINAS, LOS
RECORTEN Y SE LOS REGALEN A SUS SERES QUERIDOS.
COMO ESTAMOS EN CUARENTENA, SE LOS PUEDEN MANDAR
A SUS ABUELOS, POR EJEMPLO CUANDO SUS PADRES LES LLEVAN LA
COMIDA, REMEDIOS, O LOS VISITAN.
29. A Ñ O M A R I A N O N A C I O N A L 2 0 2 0 Página 29
30. A Ñ O M A R I A N O N A C I O N A L 2 0 2 0 Página 30
Hay dos Corazones humanos que laten en el Cielo. El de Jesús, y el de su Santísima
Madre, elevada en cuerpo y alma a la gloria.
Queremos hacer memoria reverente y agradecida del Inmaculado Corazón de María,
sabiendo que siempre, las alabanzas a Nuestra Señora, tienen como fin último la adoración
que solo debemos a Dios Trinidad, Creador del universo. Venerar, pues, el Corazón de María,
es alabar al Señor y honrar a la misma persona de la Virgen, compendio infinito de virtudes.
Esta actitud nos impulsa también a pedir a tan dulce Madre la gracia de imitarla cada día más
en su fidelidad a la Palabra de Dios, en su amor maternal hacia todos, y en su inefable
humildad.
Hablar del corazón, y más hablar del corazón
de una mujer bendita, es situarnos en un campo de
esperanza. El lenguaje popular dice: "tiene un corazón
de oro", "te lo digo de corazón", "es toda corazón".
Corazón significa intimidad, vida interior, el motor y la
raíz de la persona. En la Biblia, corazón es igual a la
persona misma. El corazón de la Virgen María es
representado con dos símbolos: la espada del dolor y
del martirio y las llamas del amor y la ternura.
Con qué temblor apunta el evangelista: "Su
madre conservaba todo esto en su corazón". Otro
tanto se afirmaba en la Noche de Navidad. No se dice
cómo era este corazón; pero si María, madre y
formadora, hizo al de Jesús manso y humilde, Jesús,
como Dios, hizo al de María, misericordioso y
clemente.
Contemplar hoy a Nuestra Señora es mirar el
misterio del hombre desde la luz que brota de María.
Y decirse devoto del Corazón de María es ser hombre
o mujer de corazón misericordioso, donde habita el
amor y la ternura. Aquí es inconcebible cualquier
integrismo o rigorismo moral, están fuera de sitio los
corazones duros e inflexibles o los discursos retóricos y curialescos. La Iglesia es madre y
maestra, pero maestra va delante.
Corazón es emoción, sentimiento y pasión. Sólo la palabra que sale del corazón y se
dice de corazón puede llegar al corazón del otro. Lenguajes rutinarios, formalistas, abstractos
no pueden ser los de un profeta porque nada dicen ni a nadie llegan.
Finalmente, cantar al Corazón de la Virgen María es adentrarse por el camino de la
profundidad, de la contemplación, del silencio interior. Lo que guardaba y meditaba en su
corazón nos señala la senda. Del hondo silencio brota la palabra insondable. "No se ve bien
sino con el corazón (El Principito).
Así lo deseo para todos en esta fiesta. "Tener corazón" es la herencia y el regalo que
nos ofrece hoy María. Por eso suplicamos: "Danos un corazón grande para amar".
Vuestro amigo,
Conrado Bueno Bueno (ciudadredonda@ciudadredonda.org)
31. A Ñ O M A R I A N O N A C I O N A L 2 0 2 0 Página 31
Inmaculado Corazón de María
Sábado 20 de Junio
https://www.youtube.com/watch?v=hgaAJylOvoI
La devoción al corazón de
María ha sido siempre a lo largo de
toda su historia una fuente inagotable
de vida interior para las almas
marianas. Las escuelas de Helfta,
benedictina, franciscana y dominicana,
durante toda la edad media, nos
ofrecen textos de incomparable valor
ascético y místico. Posteriormente, el
humanismo devoto de san Francisco
de Sales hace del corazón de la virgen
María el lugar de encuentro de las
almas con el Espíritu Santo. La escuela
berulliana, apartándose de este
humanismo, tiende más bien hacia una
espiritualidad desencarnada, que
satisface solamente a las almas más
elevadas. Así, p. ej., la fiesta sulpiciana
de la Intimidad de la virgen María, aun
siendo teológicamente válida, altera el
verdadero sentido de la devoción al
corazón de María. San Juan Eudes, a
pesar de haber sufrido fuertemente el
influjo de Olier, no se dejó arrastrar
por este exceso de angelismo. En su
obra más significativa Le Coeur
admirable de la Mere de Dieu
restablece el equilibrio entre el
espiritualismo berulliano y el
humanismo desbordante de los jesuitas franceses. Pero la influencia de Paray-le-Monial vuelve
a romper peligrosamente el equilibrio en favor de un fisicismo (acentuación de la importancia
del corazón como órgano físico) que pierde de vista el sentido genuino de la espiritualidad de
esta devoción.
En nuestros días, la espiritualidad cordimariana se ha enriquecido con la aportación de
los nuevos estudios sobre el corazón de Jesús. Y no hemos de olvidar que los últimos escritos
de sor Lucia, sobre todo su Cuarta Memoria, ofrecen riquísimos elementos para una
espiritualidad sobre el mensaje de Fátima de indudable alcance místico. Por otra parte, las
grandes almas marianas de nuestra época constituyen un claro ejemplo del alto nivel espiritual
que puede alcanzar una auténtica espiritualidad cordimariana.
COR/QUE-ES: Sin embargo, es necesario que la devoción al corazón de María
reexamine el simbolismo que ha utilizado hasta ahora. Si, superando la reciente decadencia
semántica, usamos el término corazón en su significado original, suscitará en nosotros una
imagen mucho más profunda y rica de contenido, no limitada a la esfera afectivo-sentimental.
Para lograrlo es necesario superar más de dos siglos de historia, durante los cuales esta noble
palabra —palabra-clave— siguió estando anclada o, mejor dicho, varada en un primer tiempo
32. A Ñ O M A R I A N O N A C I O N A L 2 0 2 0 Página 32
en las arenas del preciosismo francés, que impregna los textos de santa Margarita María, y
luego en las del romanticismo alemán, que domina todo el s. XIX. A pesar de ello, en la
literatura cristiana esta palabra-clave permaneció abierta a una semántica plenamente
humana y con sólidas raíces teológicas.
Si entendemos el término corazón en toda su riqueza semántica, semita y cristiana,
por la que viene a designar el punto de referencia, el lugar en donde se concentra su esencia y
del que parten sus palabras y sus acciones, y si entendiéndolo así aplicamos el término a la
Virgen, veremos que la imagen que evoca es el signo sagrado de la persona y de las acciones
de la misma Virgen. Conviene insistir en la sacramentalidad del corazón; no se ve, pero se
prevén sus acciones; se trata de una realidad vital, pero que remite a realidades más altas,
humanas y sobrenaturales.
La devoción al corazón de María no puede reducirse a la contemplación del signo del
corazón, como sucedió a veces en épocas de gusto decadente. Tiene que abrazar toda la
realidad de María, captada como misterio de gracia, el amor y el don total que ella hizo de sí
misma a los hombres. Para concluir, digamos que la espiritualidad cordimariana está llamada a
desempeñar, en el terreno más amplio de la espiritualidad mariana, tres funciones
importantes: informar, interiorizar y purificar. Ante todo, por los motivos ya indicados, informa
de sí misma a todas las devociones genuinas a la Virgen. Luego, desempeña una función de
interiorización al exigir que los fieles vivan coherentemente en su intimidad (en su corazón) las
expresiones externas de piedad que dirigen a la Virgen. Finalmente, ejerce una función
catársica respecto a las diversas expresiones de piedad mariana, para que todas ellas alcancen
un alto nivel espiritual; para que, sin perder su espontaneidad y su sinceridad, purificadas de
las escorias de un folclore deteriorante. Hagan brillar el oro de la genuina devoción. ·ALONSO-
J-M.
Memoria litúrgica actual
La MC (María Cultus), de Pablo Vl, incluye la memoria del Corazón inmaculado de la
bienaventurada Virgen María entre las "memorias o fiestas que... manifiestan orientaciones
que brotan en la piedad contemporánea" (MC 8). Es algo perfectamente cierto.
1. ORIGEN HISTÓRICO DE LA FIESTA.
El que promovió de hecho la celebración litúrgica del Corazón de María fue san Juan
Eudes (16011680), como se deduce también de las explícitas declaraciones de León Xlll (1903)
y de Pío X (1909)` que le dan el nombre de "padre, doctor y primer apóstol" de la devoción y
particularmente del culto litúrgico a los sagrados corazones de Jesús y de María, a los que el
santo quiso consagrar de manera especial a los religiosos de su congregación. Ya hacia el año
1643 —unos veinte años antes de la fiesta del Corazón de Jesús— empezó a celebrar con sus
seguidores la fiesta del Corazón de María. Cinco años después, el 8 de febrero de 1648, esta
fiesta se celebró también en público, en la ciudad de Autun, con misa y oficio compuestos por
el santo y aprobados por el obispo diocesano. Estos textos litúrgicos propios de san Juan Eudes
encontraron la aprobación de numerosos obispos, a pesar de la viva oposición de los
jansenistas. El 2 de junio de 1668 la fiesta y los textos litúrgicos recibieron también la
aprobación del cardenal legado para Francia. Pero cuando al año siguiente se pidió a Roma la
confirmación de esta ratificación, la Congregación de Ritos respondió negativamente.
Fue el jesuita p. Gallifet el que en 1726 renovó una petición formal a la Santa Sede
para la aprobación de la fiesta. La causa fue tratada por Próspero Lambertini, el futuro
Benedicto XIV, que era entonces promotor de la fe. La Congregación de Ritos respondió por
primera vez en 1727 con un non proposita, es decir, con la invitación a no insistir en la
petición, ya que ésta, por las dificultades doctrinales que presentaba, habría tenido que
encontrarse con una respuesta negativa. Pero Gallifet no se dio por vencido, volvió a insistir, y
en esta ocasión, el 30 de julio de 1729, se respondió oficialmente: negative. Como es sabido, la
33. A Ñ O M A R I A N O N A C I O N A L 2 0 2 0 Página 33
Santa Sede concedió en 1765 un oficio propio festivo al Sagrado Corazón de Jesús; pero en
aquella ocasión no se pensó en proponer otro para el Corazón de María. En 1799 Pío VI
autorizó a la diócesis de Palermo a celebrar una fiesta en honor del Corazón santísimo de la
bienaventurada virgen María. Pío VIl, en 1805, decidió conceder esta celebración litúrgica a
todos los que la solicitasen expresamente a Roma, con la obligación de utilizar mutatis
mutandis el oficio de la fiesta de nuestra Señora de las Nieves. En tiempos de Pío IX, en 1855,
la Congregación de Ritos aprobaba para la celebración del Corazón purísimo de María nuevos
textos para la misa y el oficio, utilizando en parte los de san Juan Eudes, pero destinados
siempre y solamente a aquellas diócesis y familias religiosas que hubieran hecho la debida
solicitud. En 1914, con ocasión de la reforma del misal romano, la fiesta del Corazón de María
fue trasladada del cuerpo del misal a un apéndice del mismo, entre las fiestas "pro aliquibus
locis".
Posteriormente se presentaron a la Santa Sede muchísimas peticiones que imploraban
la extensión de esta fiesta a toda la iglesia. Esas peticiones estaban promovidas, por una parte,
especialmente por el celo de los misioneros Hijos del Corazón inmaculado de María
(claretianos) y, por otra, por la difusión de una devoción semejante sobre todo después de las
apariciones de Fátima. Y esta vez Roma respondió de forma afirmativa. El 31 de octubre de
1942 (y luego, solemnemente, el 8 de diciembre en la basílica vaticana), en el 25 aniversario de
las apariciones de Fátima, Pío Xll consagraba la iglesia y el género humano al inmaculado
corazón de María; como recuerdo perenne de aquel acto, el 4 de marzo de 1944, con el
decreto Cultus liturgicus, el papa extendía a toda la iglesia latina la fiesta litúrgica del
Inmaculado Corazón de María, asignándole como día propio el 22 de agosto —octava de la
Asunción— y elevándola a rito doble de segunda clase. El calendario actual ha reducido la
celebración a memoria facultativa y ha querido encontrarle un lugar más adecuado poniéndola
el día después de la solemnidad del Sacratisimo Corazón de Jesús.
2. CONTENIDOS DE LOS TEXTOS LITÚRGICOS.
Esta cercanía de las dos festividades nos hace retornar al origen histórico de la
devoción; efectivamente, san Juan Eudes en sus escritos no separa nunca los dos Corazones.
Por lo demás, durante nueve meses la vida del Hijo de Dios hecho carne estuvo rítmicamente
palpitando con la del corazón de María.
Pero los textos propios de la misa del día puntualizan además el esfuerzo espiritual del
corazón de la primera discípula de Jesucristo. El canto para el evangelio y la antífona de
comunión, que utilizan a Lc. 02-19, y el trozo evangélico de Lc. 02-41.51 con su conclusión, nos
presentan a María tensa —en la intimidad de su corazón— a escuchar la palabra de Dios y a
profundizar en ella. En el primer texto Lucas pone de relieve la amorosa atención de la Virgen a
todo lo que ve y escucha y a los acontecimientos divinos en los que se ve envuelta; también
José y otros muchos escucharon en particular el testimonio de los pastores, pero María —
según nos dice el evangelista— es la única que medita, que intenta penetrar dentro de su
corazón en el misterio que está viviendo. Luego, en el segundo texto, Lucas indica a propósito
que María y José no comprendieron las palabras de Jesús en el templo; pero, apenas
recordada la vuelta a Nazaret, llama la atención sobre una constante de la actitud de María: "Y
su madre conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón". De esta forma María,
que se había convertido en la madre del Hijo de Dios adhiriéndose a la palabra del Padre en la
anunciación, va realizando ahora progresivamente su madurez maternal escuchando y
guardando en su corazón las palabras del Hijo. Éste fue el vínculo más profundo que los unió,
ya que no habrían sido suficientes los vínculos de la carne y de la sangre (cf Lc. 8,21 y 11,28;
Mt. 12,49-50; Mc. 3,34-35). Ella llevó realmente a Jesús más en su corazón que en su seno; lo
engendró más con la fe que con la carne.
Así pues, María escuchaba y meditaba en su corazón la palabra del Señor, que era para
ella como un pan que la alimentaba en su intimidad, como un agua generosa que riega un
34. A Ñ O M A R I A N O N A C I O N A L 2 0 2 0 Página 34
terreno fecundo. A lo largo de todo el AT se impone frecuentemente al pueblo elegido la
obligación de recordar y meditar en su corazón todo lo que Dios había hecho en favor suyo, de
forma que pudiera confirmar y profundizar cada vez más su fe. Ahora la Virgen muestra que ha
heredado dignamente esta dote de sus padres. También ella tiene una doble actitud frente a
los acontecimientos y las palabras de Jesús: por una parte conserva su recuerdo y por otra se
esfuerza en ahondar en su comprensión, reflexionando en su corazón o bien —según el tenor
original del verbo symbállein utilizado por Lc 2,19—confrontándolas en su corazón. He aquí la
fase dinámica de la fe de María: recordar para profundizar, confrontar para encarnar,
reflexionar para actualizar.
Y he aquí la enseñanza para nosotros. Con este esfuerzo de su corazón por
comprender la divina palabra, María nos enseña cómo hemos de albergar a Dios, cómo hemos
de alimentarnos de su Verbo, cómo hemos de vivir saciando en él nuestra hambre y nuestra
sed. Es sobre todo la colecta de la misa donde se recogen estas referencias prácticas: "Oh Dios,
tú que has preparado en el corazón de la virgen María una digna morada al Espíritu Santo, haz
que nosotros, por intercesión de la Virgen, lleguemos a ser templos dignos de tu gloria". María
se convierte así en el prototipo de aquellos que escuchan la palabra de Dios y hacen de ella su
tesoro; el modelo perfecto de todos los que en la iglesia deben descubrir con profunda
meditación el hoy de este mensaje divino. Imitar a María en esta actitud quiere decir estar
siempre atentos a los signos de los tiempos, es decir, a todo lo nuevo y admirable que Dios va
realizando en la historia tras las apariencias de la normalidad, en una palabra, quiere decir
reflexionar con el corazón de María sobre los acontecimientos de la vida cotidiana, deduciendo
de ellos —como lo hizo María— conclusiones de fe.
D. SARTOR
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 951-954)
Fiesta del Inmaculado Corazón de María
Sábado, 20 de junio
Ésta fiesta está íntimamente vinculada con la del Sagrado Corazón de Jesús, la cual se
celebra el día anterior, viernes. Ambas fiestas se celebran, viernes y sábado
respectivamente, en la semana siguiente al domingo de Corpus Christi. Los Corazones de
Jesús y de María están maravillosamente unidos en el tiempo y la eternidad desde el momento
de la Encarnación. La Iglesia nos enseña que el modo más seguro de llegar a Jesús es por
medio de María. Por eso nos consagramos al Corazón de Jesús por medio del Corazón de
María.
La fiesta del Corazón Inmaculado de María fue oficialmente establecida en toda la
Iglesia por el papa Pío XII, el 4 de mayo de 1944, para obtener por medio de la intercesión de
María "la paz entre las naciones, libertad para la Iglesia, la conversión de los pecadores, amor a
la pureza y la práctica de las virtudes". Esta fiesta se celebra en la Iglesia todos los años el
sábado siguiente al segundo domingo después Pentecostés.
Después de su entrada a los cielos, el Corazón de María sigue ejerciendo a favor
nuestro su amorosa intercesión. El amor de su corazón se dirige primero a Dios y a su Hijo
Jesús, pero se extiende también con solicitud maternal sobre todo el género humano que
Jesús le confió al morir; y así la alabamos por la santidad de su Inmaculado Corazón y le
solicitamos su ayuda maternal en nuestro camino a su Hijo.
Una práctica que hoy en día forma parte integral de la devoción al Corazón de María,
es la Devoción a los Cinco Primeros Sábados. En diciembre de 1925, la Virgen se le apareció a
Lucía Martos, vidente de Fátima y le dijo: "Yo prometo asistir a la hora de la muerte, con las
gracias necesarias para la salvación, a todos aquellos que en los primeros sábados de cinco
meses consecutivos, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen la tercera parte del
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Rosario, con intención de darme reparación". Junto con la devoción a los nueve Primeros
Viernes de Mes, ésta es una de las devociones más conocidas entre el pueblo creyente.
El Papa Juan Pablo II recientemente declaró que la conmemoración del Inmaculado
Corazón de María, será de naturaleza "obligatoria" y no "opcional". Es decir, por primera vez
en la Iglesia, la liturgia para esta celebración debe de realizarse en todo el mundo Católico.
Entreguémonos al Corazón de María diciéndole: "¡Llévanos a Jesús de tu mano!
¡Llévanos, Reina y Madre, hasta las profundidades de su Corazón adorable! ¡Corazón
Inmaculado de María, ruega por nosotros!
CELEBRACIÓN DE LA PALABRA
“Inmaculado Corazón de María”
Introducción por el Celebrante
La celebración en honor del Inmaculado Corazón de María está vinculada muy de cerca
con la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, celebrada el día anterior, ayer. No es así por
mero accidente. Cuando honramos al Sagrado Corazón de Jesús celebramos claramente el
gran amor de nuestro Señor, mostrado al morir por nosotros en la cruz, y que sigue
mostrándonoslo día a día. María vivía íntimamente unida a su Hijo; no solamente porque era
su madre, sino porque ella amaba y ama a todos y cada uno por los que su Hijo vivió, murió y
resucitó de entre los muertos. Su corazón es suficientemente ancho como para incluirnos a
todos nosotros en su amor. Ella está con nosotros, en nuestras penas y alegrías.
Colecta
Señor Dios nuestro:
te damos gracias por el amor
con que colmaste el Corazón de María,
la Madre de tu Hijo y también Madre nuestra.
Por tu gran bondad nos la has dado a nosotros
para que abramos nuestros corazones
a tu palabra y a tu amor,
de forma que podamos buscar siempre tu voluntad
en todo lo que proyectamos y hacemos.
Que ella también toque nuestros corazones
y los haga sensibles a las necesidades de los hermanos,
en sus tristezas y preocupaciones.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. R/ Amén.
Lectura del libro del profeta Isaías 61, 9-11
La descendencia de mi pueblo será conocida entre las naciones, y sus vástagos, en medio
de los pueblos: todos los que los vean, reconocerán que son la estirpe bendecida por el Señor.
Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque él me vistió con las
vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se
ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas.
Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el
Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.
Palabra de Dios.
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SALMO 1Sam 2, 1. 4-5. 6-7. 8abcd (R.: cf. 1a)
R. Mi corazón se regocija en el Señor, mi salvador.
Mi corazón se regocija en el Señor,
tengo la frente erguida gracias a mi Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque tu salvación me ha llenado de alegría. R.
El arco de los valientes se ha quebrado,
y los vacilantes se ciñen de vigor;
los satisfechos se contratan por un pedazo de pan,
y los hambrientos dejan de fatigarse;
la mujer estéril da a luz siete veces,
y la madre de muchos hijos se marchita. R.
El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el Abismo y levanta de él.
El Señor da la pobreza y la riqueza,
humilla y también enaltece. R.
El levanta del polvo al desvalido
y alza al pobre de la miseria,
para hacerlos sentar con los príncipes
y darles en herencia un trono de gloria. R.
ALELUIA Cf. Lc 2, 19
Feliz la Virgen María,
que conservaba la Palabra de Dios
y la meditaba en su corazón.
EVANGELIO
Conservaba estas cosas en el corazón
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 41-51
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño
cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron,
pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la
caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y
conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y
haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus
respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has
hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los
asuntos de mi Padre?» Ellos no entendieron lo que les decía.
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El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas
cosas en su corazón.
Palabra del Señor.
Intenciones
Alcemos nuestros corazones en oración a Dios nuestro Padre, y pidámosle que inflame
este nuestro mundo y nuestras comunidades con el calor de su amor. Responderemos:
“SEÑOR, ESCUCHA CON BONDAD A TU PUEBLO”
Por la Iglesia de Jesucristo, que es una comunidad de gente frágil y débil, para que el
poder de la bondad de Dios se haga visible y palpable en nuestro amor de unos para
con otros, oremos…
Por el mundo en que vivimos con todas sus necesidades, para que María vigile
maternalmente sobre él, interceda por él y nos guarde a todos como hermanos en su
amor. Que no permita que luchemos unos contra otros; que no nos hagamos sufrir
entre hermanos, oremos…
Por la gente que tiene empleos y trabajo de bajo nivel, como los de María y José en
Nazaret, para que aprendan de la humilde María y de su esposo José que Dios valora
altamente todo trabajo realizado con amor, oremos…
Por todos los misioneros, para que como María, nuestra querida Madre, ofrezcan a
Cristo al mundo; y que tengan un corazón grande para amar a todos sin excluir a nadie,
pero más especialmente a los más pobres, débiles y necesitados, oremos…
Por todos nosotros, reunidos aquí como hermanos en la fiesta del Corazón de nuestra
Madre, para que nuestra fe produzca en nosotros, como en María, frutos de auténtico
amor para con todos, oremos…
Oh Dios bondadoso:
Esto es lo que hoy confiadamente te pedimos.
Que María enriquezca nuestra oración con la suya para obtener todos los dones espirituales,
por Cristo nuestro Señor. Amén.
Padre nuestro
Junto a María elevemos nuestras voces al Padre, rezando la oración que Jesús nos
enseñó.
Padre nuestro... ¿dónde te has metido? Mira que te esperamos, deja todo lo que tienes entre
manos y ven aprisa... Se llega la hora y tenemos todo «patas arriba» ¡Te necesitamos!
Que tu nombre suene por los altavoces de los centros comerciales, que seas reclamado en los
estadios de fútbol, en las grandes convenciones, en los hospitales, en los centros de trabajo...,
incluso hasta en el Congreso de los diputados..., pero sobre todo y ante todo, que tu nombre
suene en nuestros corazones.
Venga a nosotros tu reino, tu persona, ¡sí! Cuanto antes, acude rapidito y no te entretengas
por el camino, a ver si entre todos arreglamos este desaguisado en el que hemos convertido tu
mundo, nuestro mundo.
Hágase tu voluntad, confiamos en tu justicia, sabemos que tu venida nos descolocará y a más
de uno nos saldrán los colores, pero te necesitamos tanto que...
Danos hoy tu pan, llevamos mucho tiempo esperando, atiborrándonos de mediocridades. Que
tu pan, tu palabra, tu persona, sacie nuestro apetito, el que surge de lo más profundo de
nuestro corazón.