1. UN ENCUENTRO VIVO CON EL CORAZÓN-AMOR DE DIOS.
La admiración por la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan
suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del
discípulo, una adhesión de toda nuestra persona al saber que Cristo nos llama por
nuestro nombre (cfr. Jn. 10,3). Siendo un “si” que compromete radicalmente la
libertad del discípulo a entregarse completamente a Jesús (cfr. Jn. 14,6), siendo una
respuesta de amor de Dios (cfr. DA 136), que se descubre en su corazón para hacerlo
vivo en el nuestro.
Necesitamos descubrir lo que hay en el corazón de Dios y de Jesús para ver cuánto
amor tiene por nosotros y poder tener un encuentro verdadero, que es el que nos está
pidiendo Aparecida (cfr. DA226a), el cual ha de ser un encuentro profundo e intenso.
Este encuentro nos lleva a descubrir que el amor humano va a encontrar su plenitud
cuando participe del amor divino, del amor de Jesús que se entrega solidariamente
por nosotros en su amor pleno hasta el fin (cfr. Jn. 13,1, 15,9). Así, le término “corazón
es parte de las palabras con las cuales el hombre, conociéndose así mismo, expresa el
misterio de su existencia sin resolverlo. Cuando el hombre dice tener un corazón, se
enuncia a sí mismo uno de los misterios que deciden su existencia, entendiéndose
como un ser consciente, que evoca la unidad de su existencia concreta, que es anterior
a la distinción entre alma y cuerpo, entre acción y disposición del ánimo, entre
exterioridad e interioridad. Es unidad originaria, que hace surgir al hombre y lo
conserva, es personal; donde es consciente de sí, arriesga y decide libremente,
responde donándose en el amor o refutándolo. Para configurarse verdaderamente a
Cristo es necesario asumir la centralidad del Mandamiento del amor. (Cfr. DA138). Es
un punto en el cual el hombre confina con el misterio de Dios y toma conciencia de su
derivación de Dios como “parther”. Dándose así, en el corazón una serie de
movimientos existenciales donde el hombre es consciente de sí mismo, se arriesga,
decide, responde y se abre o se cierra a los demás y a Dios.
El encuentro con Jesús en la intimidad es indispensable para alimentar la vida
comunitaria y la actividad misionera (cfr. DA154). Es importante penetrar en el
misterio del corazón y descubrir ese abismo de profundidad divina, misterio que se
revela a través de la obra salvadora en la Sagrada Escritura. En el amor que lleva a
cumplimiento esta obra maravillosa se expresa toda la oportunidad de las intenciones
divinas, expresado en un lenguaje humano, en sentimientos humanos y en acciones
humanas. En el Antiguo Testamento el término hebreo Leb/lebab indica el órgano
físico que nosotros llamamos “corazón” (cfr. 1Sam. 25,37; Jr. 4,19). Además que es la
sede de la fuerza y la vida corporal, es el centro de la vida espiritual y anímica, del
interior del hombre, es la sede la inteligencia y del conocimiento. (cfr 1Re. 3,12). Del
corazón sale la voluntad y la decisión dispuesta a la acción, el corazón se asocia
2. también al aspecto de la responsabilidad, lo que descubre una hermosa profundidad
del corazón del hombre, siendo el corazón del hombre, el hombre mismo bajo el
aspecto de sus facultades interiores (cfr. 1Sam. 2,1). Es la sede de la conciencia, de las
opciones y de la sensibilidad.
En el Nuevo Testamento, el término griego Kardía habla de la importancia del corazón
como vida interior y meollo de la persona, como el lugar donde el hombre se
manifiesta al hombre, considerándose como centro de la vida corporal y espiritual,
representando así el corazón al yo del hombre. Por lo tanto, Kardía en
correspondencia al leb/lebab hebreo, indica la sede del conocimiento, de las
decisiones y de los afectos del hombre y por lo tanto, el hombre mismo en su centro
de existencia, simbolizando el corazón la unidad Fontal de la personalidad humana,
anterior a la distinción entre la inteligencia y afectividad; según el análisis tomista, el
significante del dinamismo espiritual está indicando el lugar de la decisión fundadora,
capaz de dirigir lucídamente al hombre hacia su destino último.
En Cristo, Dios ha hecho resplandecer el conocimiento de la propia gloria en nuestros
corazones; el Espíritu Santo es garantía en el corazón; la decisión de la fe nace de la
obediencia del corazón; es con el corazón que se cree, por esto se debe orar para que
“los ojos del corazón sean iluminados” y puestos en grado de abrirse a la esperanza a
la cual se está llamados. Todo esto se va manifestando en toda la persona, por ejemplo
se dice que una persona es de “ buen corazón”, de gran corazón, todo corazón” cuando
es buena, generosa, caritativa y benévola. Y se dice que actúa “con el corazón” cuando
su modo de actuar es sincero, cordial, afectuoso, amable, cargado de humanidad.
Dándose una unidad entre el órgano físico y los sentimientos,, ahora ¿se podría decir
que el corazón es el símbolo interno del corazón de la persona?
De alguna manera sí, ya que el corazón se ha convertido en el símbolo característico
de todo el hombre interior, pues la verdadera esencia del hombre no está en su
aspecto exterior, sino en su interior, es decir, en su corazón, en la historia humana el
corazón ha tenido siempre un extraordinario poder de simbolismo, simbolismo que se
ha caracterizado de una manera particular en el amor, llegando a descubrir que el
corazón es la personificación de la persona que ama, por lo que nos encontramos
frente a la esencia del hombre que ama, a lo que está llamado el discípulo de Cristo.
En la vida afectiva se puede decir que late con un cierto ritmo, manifiesta una
reciprocidad y una correlación con el espíritu, pues se presenta como parte del
cuerpo, que palpita y se excita por las emociones y lso afectos, especialmente por las
emociones del amor sensible, siendo así, la afectividad, la resonancia natural a la
relación del hombre con el ambiente, sobre todo con las otras personas, relación con
el mundo y con los otros que suscita dentro del hombre tres afectos: sanciones,
3. emociones y sentimientos. Siendo el corazón el centro vital del organismo humano de
los sentimientos y de los afectos, expresando así toda la vida afectiva de la persona
humana que sabe ver hacia el contingente y el Trascendente.
El corazón es también instrumento y la sede del amor a Dios y al prójimo,
convirtiéndose en raíz, fuente y morada de la íntima y familiar relación del hombre
con Dios y del hombre con su semejantes notándose que esta relación se verifica en
base al nivel en el cual vive y palpita el corazón. El hombre que se convierte en
discípulo no puede vivir solo, no puede crecer ignorando al otro, necesita saber
descubrir al otro, como diferente de sí, es su dignidad a la que se está llamado a tener
en grande consideración, sí, la dignidad del otro, quien quiera que sea. Estando así, el
corazón del hombre hecho de ese gusto de lo imposible, llegando a ser misionero
auténtico de lo que por el amor puede ser posible. Sólo el que ama puede pronunciar
la palabra “corazón” pues sólo él sabe lo que dice.
Ahora al acercarse a Jesús que es Dios y hombre, se tienen la oportunidad de tocar,
sentir, ver, y gustar la plenitud del más allá en el aquí y ahora. Pues en Jesús lo celeste
y lo terrestre se unen, sin fusionarse ni fundirse, ya que perderían su identidad. Lo
humano y lo divino se abrazan, se unen en el amor, donde cada uno sigue siendo el
mismo, porque no se debe olvidar que el amor respeta y deja ser al amado, siendo el
verbo de Dios hecho hombre donde se unen estas dos realidades. El Verbo eterno de
Dios tiene un corazón humano, dándose a la aventura de un corazón, hasta dejarse
traspasar del pecado del mundo, sufrir la impotencia de su amor sobre la Cruz, y
convertirse así en el Corazón eterno del mundo. Por eso, para hablar del corazón de
Dios, se tiene que partir del corazón divino y humano de Cristo.
Pbro. Alejandro Gutiérrez Buenrostro.