1. El corazón Trinitario
Pbro. Alejandro Gutiérrez Buenrostro.
Un auténtico encuentro con Jesús debe ser establecido sobre todo en el sólido
fundamento de la Trinidad–Amor. La experiencia de un Dios Uno y Trino nos
permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio al otro
(cfr. DA 240).
El momento de la cruz es una expresión profunda de la entrega de la Trinidad.
Pues la primera entrega es la que el Hijo hace de sí mismo, ya que se entrega a
su Padre por amor a los hombres; y a la entrega del Hijo corresponde la entrega
del Padre, donde el Padre sacrifica a su propio Hijo por amor y por último la
entrega del Espíritu, que expresa el destierro del Hijo en obediencia a la entrega
del Padre y la salvación que se ha hecho posible.1
Así, el corazón de Jesús es la gran epifanía del Amor del Padre, abrasado en las
llamas vivas del Espíritu Santo,2
el corazón del Verbo Encarnado es el principal
índice y símbolo del triple amor, con el cual Jesús ama incesantemente al Padre y
a todos los hombres. Es el símbolo del amor divino, que el Hijo tiene en común
con el Padre y el Espíritu Santo.3
La pasión del Padre es amar al Hijo, y la pasión
del Espíritu es amar al Hijo del Padre, porque el Espíritu es el Amor del Padre que
se ha derramado en el Hijo, siendo la misión del Espíritu conducir al Hijo amado
para que el hombre se configure en él, mediante el amor.4
El Hijo brota del amor del Padre, de su realidad más profunda, de lo hondo de su
corazón, el Hijo, que procede del corazón del Padre, en cuanto Palabra eterna que
estaba junto al Padre (cfr. Jn. 1, 1-2), Hijo, que en la encarnación por obra del
1
Cfr. FORTE B., Trinidad como historia. Ensayo sobre el Dios cristiano, Sígueme, Salamanca 2001, pp. 37
– 43.
2
Cfr. MAZARIEGOS E., Corazón en llamas…, ob. cit., p. 167.
3
Cfr. FILOGRASSI G., Oggetto del Culto al Cuore Gesù..., ob. cit., p. 22.
4
Cfr. MAZARIEGOS E., Corazón en llamas..., oc. cit., p. 25.
2. Espíritu Santo, tomó un corazón humano y manifiesta el rostro del Padre, dando a
conocer lo íntimo de Dios.
“El Corazón de Jesús ha recibido el Don del amor del Padre y se ha dejado poseer
por Él y ha respondido con su Don que inunda el corazón del Padre,”5
Manifestándose así, un amor recíproco que se hace y realiza amando, es decir, un
amor que sabe recibir y sabe dar en el Amor.
“Jesús es el Hijo amado del Padre en la comunidad trinitaria. En ese clima de
amor, el Padre ama al Hijo y derrama sobre Él todo su amor. El Padre es el
Amante. Y el Hijo es el Amado. El Amante y el Amado se unen en intimidad de
amor y expresan ese amor compartido y unido en el Espíritu Santo: el Amor. Y ese
amor es dinámico, es generoso, se derrama en la humanidad.”6
Sobre el calvario, la fuerza del Padre aparece como la fuerza que suscita el bien,
que sabe ofrecer aquello que tiene de más precioso (su propio Hijo), con
participación afligida a la suerte de quien está en el dolor y en la necesidad,
mientras que la fuerza del Hijo se expresa en la fidelidad al Padre expresada hasta
beber el cáliz amargo de la pasión; en el don de sí que lleva hasta el grito del
abandono, y el Espíritu Santo se expresa en el alimentar y sostener el generoso
sacrificio del Hijo y en el consolar el dolor del Crucificado, se debe reconocer que
una de las más grandes obras espirituales posibles al cristiano es aquella que
consiste en convertirse en compañero y consolador de los afligidos; es aquella que
lleva a compartir alegrías y esperanzas, tristezas y angustias,7
dándose en la
Trinidad una experiencia de Amor puro, sincero y eterno, del cual debe aprender
todo discípulo misionero de la salud, pues el hombre de hoy, lleno de ansias y
deseos anda en busca del amor y no lo encuentra, se le escapa de las manos
fácilmente porque lo que cree “ser amor” en realidad es puro egoísmo, piensa que
recibiendo todo y no dando nada, experimentará el amor. Es necesario que el
5
Ibidem, p. 25.
6
Ibidem.
7
Cfr. SALVATI G. M., La forza del Dio Trinitario, CINÀ G. et Altri, (a cura di), Dio è amore ma può
soffrire?. Deus caritas est, ovvero il pathos di carità, Camiliane, Torino 2008, pp. 120 – 121.
3. corazón del discípulo misionero de la salud, sea un apasionado del amor que nace
del amor trinitario.
El Hijo nos ha revelado el corazón del Padre haciéndonos capaces de compartir el
amor trinitario, para realizar una existencia cristiana del amor de Dios Uno y Trino,
que se da en una dinámica de amor recíproco entre las personas de la Trinidad y
amor al mundo, que procede del designio amoroso y que está permanentemente
bajo su cuidado, así, configurados con el corazón de Cristo (cfr. DA 136–142), los
cristianos estamos capacitados para latir con ese amor trinitario, en la unidad del
amor a Jesucristo, puerta de la Trinidad y del amor al prójimo.8
El Padre ha querido revelar su corazón paterno, por medio del corazón de su Hijo,
así que se debe retornar al Padre para descubrir toda la intención reveladora de la
vida terrena de Cristo, y es por medio del Espíritu Santo que se es invitado a
penetrar en el corazón del Salvador y a examinar la prolongación de su acción
salvífica en la vida de la Iglesia,9
descubrir a Jesús en esa máxima expresión de
amor, descubre el gran amor que nos tiene el Padre y al mismo tiempo nos hace
capaces de descubrirlo y latir en ese amor trinitario.
Tocar con las manos el corazón de Jesús, es tocar el corazón del Padre, pues el
corazón de Jesús es el amor hecho manantial del torrente interno del amor del
Padre; se sabe, que el manantial que se ve, se escucha, se toca, se siente, es
solo la manifestación de la corriente interna que corre y brota bajo la tierra
buscando un espacio para manifestarse y dar vida.
Volviendo a la alegoría de Cristo como manantial de amor, y el Padre como
torrente subterráneo; el Espíritu Santo vendría a ser el canal o río que extiende
ese amor auténtico y los corazones de los discípulos misioneros de la salud serían
los recipientes que acercan el amor a los que se encuentran paralizados en su
vida.
8
Cfr. URÍBARRI G., El corazón de Jesús…, ob. cit., p. 510.
9
Cfr. GALOT J., Al centro dell’amore..., ob. cit., pp. 36 - 37.
4. Amar al corazón de Jesús es disfrutar el cielo en la tierra, es gozar del amor divino
encarnado en lo humano.
Por lo que la teología del corazón de Cristo se debe desarrollar en un cuadro
trinitario, ya que cada conocimiento de Dios, así como se ha revelado en la historia
de la salvación, es obra del Dios trinitario. Todavía el punto de partida de la
Encarnación y, en particular, de la formación del corazón de Jesús se encuentra
en la Trinidad. Por lo tanto, se debe considerar este corazón en sus relaciones con
las tres personas divinas. Haciendo referencia al testimonio evangélico en el cual
se encuentra la revelación del corazón del Salvador en el cuadro del misterio
trinitario,10
se podría decir entonces que ¿el corazón de Cristo es el lugar teológico
de la presencia de Dios en la historia de los hombres? La respuesta sería si, ya
que en Cristo se descubre a Dios y se descubre al hombre.
El punto de partida es el principio que en su naturaleza humana el Hijo de Dios
encarnado se ha hecho semejante a todos los hombres, por lo que se puede
conocer como se conoce a cualquier ser humano. Así, para conocer el corazón de
Cristo, bastaría conocer el corazón de cada uno,11
pues, conocerse a sí mismo,
quiere decir, hacerse capaz de conocer mejor a Cristo y al mismo tiempo,
prepararse mejor a acoger toda la verdad del evangelio.12
Así, todo lo que
conocemos de nuestro corazón nos ayuda a descubrir el corazón de Cristo.
Como diría el Papa Pío XII en la encíclica “Haurietis Aquas” “… es igualmente
verdad que Él estuvo provisto de un corazón físico, en todo semejante al nuestro,
puesto que, sin esta parte tan noble del cuerpo, no puede haber vida humana, y
menos en sus afectos. Por consiguiente, no hay duda de que el corazón de Cristo,
unido hipostáticamente a la Persona divina del Verbo, palpitó de amor y de todo
otro afecto sensible; más estos sentimientos estaban tan conformes y tan en
armonía con su voluntad de hombre esencialmente plena de caridad divina, y con
10
Cfr. GALOT J., Al centro dell’amore... ob. cit., pp. 26s.
11
Cfr. Ibidem, p. 11.
12
Cfr. Ibidem, p.14.
5. el mismo amor divino que el Hijo tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo”
(HA13
n. 22).
La venida del Hijo de Dios como verdadero hombre constituye la respuesta más
clara de todas las quejas respecto a la vida humana. La teología y psicología se
unen para hacer reconocer el valor: la psicología, para mostrar que se trata de una
vida humana auténtica e integral y la teología, para hacer descubrir la intención
divina que ha producido el modelo humano,14
teniendo en cuenta lo anterior, la
psicología y la teología pueden ser un medio que ayuda a descubrir la profundidad
del corazón de Cristo.
Con la psicología se revela al hombre Jesús en la novedad de sus pensamientos y
afectos; y con la fe se hace creer en un Ser infinitamente superior, que trasciende
todos los límites de las cualidades humanas, ahora, para reconciliar y unir los dos
puntos de vista, es importante integrar la búsqueda psicológica con una
investigación animada de la fe, con el fin, de elaborar una verdadera teología del
corazón de Cristo: una teología que haga ver como toda la vida psicológica de
Jesús es animada de su persona divina de Hijo.15
La teología ayudándose de la
psicología puede hacer un análisis de la vida íntima de Cristo, de manera especial
para descubrir su corazón.
En Cristo existe una verdadera psicología, porque hay una verdadera naturaleza
humana, más esta psicología se desarrolla en modo particular, pues, se trata de la
psicología del Hijo de Dios encarnado, y por este motivo tiene un fundamento
teológico.16
La presencia de Cristo en medio de los hombres, proviene del corazón
del Hijo eterno.
Cristo, emerge del ambiente humano e impone sus palabras y sus acciones con
una autoridad idéntica a aquella de Dios. Por lo que para conocer a Cristo no
basta conocer al hombre, sino que es necesario aprender a conocer a Dios.17
13
Con las siglas “HA” en este trabajo se hará referencia a la Carta Encíclica del Papa Pío XII, “Haurietis
Aquas”, dada en Roma el 15 de mayo de 1956.
14
Cfr. GALOT J., Al centro dell’amore..., ob. cit., p.15.
15
Cfr. Ibidem, p.12.
16
Cfr. Ibidem, p.16.
17
Cfr. Ibidem, p. 22.
6. Es Cristo quien ha permitido a la teología ser completamente verdadera: Antes
que Él, Dios Padre había comenzado a revelarse a los hombres, como se ve en el
desarrollo del Antiguo Testamento, en este modo la verdad sobre Dios llegaba a la
inteligencia humana, y el amor divino tocaba el corazón humano, más se trataba
sólo de una revelación incompleta, la revelación completa se da solo con Cristo, el
cual ha manifestado a la humanidad las profundidades divinas de verdad y de
amor, es sólo por medio de él que se ha elaborado la “verdadera” teología, aquella
que está destinada a satisfacer y colmar las aspiraciones del espíritu y del corazón
del hombre,18
En Cristo se realiza así la verdadera teología, por lo que si se quiere
conocer a Cristo, se necesita entrar en el misterio de Dios.
Dos factores son los que marcan una teología y una espiritualidad del corazón, en
primer lugar, su horizonte de comprensión es simbólico, por lo que la teología y la
espiritualidad del corazón de Cristo combinan una serie de textos bíblicos en los
que se habla del corazón de Cristo, aún sin la presencia literal del término
“corazón”, partiendo de la intuición válida de que allí donde se habla tanto del
corazón como de la interioridad, de la conciencia última, del deseo profundo, de lo
que habita en el pecho, de la intimidad recóndita, se está hablando, de un modo u
otro, del corazón del Señor, y en segundo lugar se habla en el tipo de
conocimiento, el cual se da mediante un acercamiento “de corazón a corazón” con
el Señor en un diálogo profundo y personal, que se convierte en una relación
interpersonal en la cual se descubre el amor del corazón del Señor y de la que
surge el deseo de una respuesta de amor.19
Es necesario aprender a ejemplo de Jesús a ser amado y amar; a eternizar el
amor en comprensión de sí mismo y en las acciones de la vida, viviendo
intensamente cada momento, para que el corazón físico que es limitado se
convierta en un corazón inmenso e ilimitado en el amor, pues el corazón aumenta
su capacidad de amar, amando; y al mismo tiempo es como el hombre se hace
irradiación de lo divino encarnado.
18
Cfr. Ibidem, p. 23.
19
Cfr. URÍBARRI G., El corazón de Jesús…, art. cit, pp. 501 – 502.