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1
2
SILENCIO
Y
CONTEMPLACIÓN

JOSÉ LUIS VÁZQUEZ BORAU

Nº 2

3
“Cuando el Cordero abrió el séptimo sello,
se hizo en el cielo un silencio como de media hora”
(Apocalipsis, 8,1)

© Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld
© José Luis Vázquez Borau
Editor: Bubok S. A.
Primera Edición: Abril 2013

4
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN

................................................................... Pág. 7

PRIMERA PARTE:
EL CAMINO MÍSTICO ...................................................................

Pág. 11

I. ANTROPOLOGÍA ESPIRITUAL DE LA MÍSTICA ........................... Pág. 17
1. Vía purgativa ............................................................................... Pág. 17
2. Vía iluminativa

........................................................................

Pág. 18

3. Vía unitiva ................................................................................... Pág. 18
II. SAN BUENAVENTURA
1. Testimonio de vida

......................................................

........................................................... Pág. 21

2. Su pensamiento místico

................................................... Pág. 23

3. Etapas para conseguir la sabiduría
III. SAN JUAN DE LA CRUZ
1. Testimonio de vida

Pág. 21

.................................. Pág. 25

..................................................... Pág. 29
............................................................ Pág. 29

2. Su pensamiento místico

.................................................... Pág. 31

3. Etapas para conseguir la sabiduría

................................... Pág. 32

SEGUNDA PARTE:
PERLAS DE SILENCIO Y CONTEMPLACIÓN ................................. Pág. 39
I PERLAS DE SILENCIO

…......................................................... Pág. 43

II. PERLAS DE CONTEMPLACIÓN

................................................ Pág. 59

CONCLUSIÓN

........................................................................... Pág. 83

BIBLIOGRAFÍA

.......................................................................... Pág. 85

ORACIÓN DEL HOREB ...................................................................... Pág. 86

5
6
INTRODUCCIÓN
El camino de descenso a las profundidades de nuestro ser y salida al
encuentro de nuestros hermanos es cíclico y a la vez progresivo, hasta que
veamos a Dios ‘cara a cara’. Por esto no hay auténtica mística sin ética, ni ética
verdadera sin mística, ni verdadera religión sin mística ni ética. Y todo esto lo
vive la persona santa en el aquí y ahora del presente de Dios. Todo comienza
con una decisión, la de salir, la de ponerse en camino para descubrir nuevos
horizontes, abrirse a lo provisional y hacerse peregrino.
Ponerse en camino significa haber recibido una llamada, misteriosa,
desconcertante, desestabilizadora, que imprime un nuevo rumbo a la vida,
amparado y guiado por el Espíritu. Para poder ser nómada y estar en camino,
hay que confiar con todas las fuerzas en Dios que es a la vez Padre, Madre y
Amigo. Desposeerse de todas las cosas y especialmente del propio deseo,
para recibir la vida, con sus dones, como un niño. Sólo quien tiene un corazón
de pobre y de poeta se abre al infinito, pues Dios resiste al soberbio y acoge al
de corazón sencillo.
Todos llevamos dentro un monje. Todos llevamos en las capas más
profundas de nuestro ser una llamada a la soledad, al silencio, a la
contemplación de las criaturas y al trato con el Creador con un corazón
indiviso, es decir, todos llevamos un monje antropológico dentro, aunque
después derive nuestra historia de mil formas distintas; pero incluso en la vida
matrimonial, si se desea la estabilidad de la pareja, se deberá tener en cuenta
esta primera realidad configuradora del ser humano. En el interior de cada
persona hay una alcoba interior. Todos tenemos dentro de nosotros una
intimidad oscura, un cuarto cerrado, un lugar que ha sido creado para el amor,
un paraíso interior. Pero la mayoría de los seres humanos no lo saben. Y por
esto la mayoría tienen el interior vacío, sin amor. El ser humano, con la
creación entera, ha sido creado para el amor. Y todo el tiempo que no emplee
en ese amor, es tiempo perdido. Dios es ese sentimiento íntimo de soledad, y
la conciencia de que existe un compañero, con el que todas las personas

7
nacemos. Una presencia que está en lo más interior de nosotros mismos, en el
ápice del alma.
El encuentro místico con Dios es como una cita con su misterio
contemplado en el silencio y en la intimidad del Padre dador de todo bien, de
Cristo hermano, del Espíritu Santo, que es luz y fortaleza. La mística invita a la
interioridad, a escrutar a fondo la propia realidad personal, a descubrir también
en el propio interior la morada de Dios que no nos abandona, a meditar sobre
el significado salvífico del momento actual y por tanto de la crisis en curso.
Vivir en comunión no es vivir el sentimiento romántico de un lazo
afectivo de los unos con los otros, más allá del tiempo y del espacio como una
bonita idea. Es Cristo Resucitado el lazo de unión radical, a través del tiempo,
de todos los seres humanos, pues todos reciben de él Su Vida. No es pues una
sensación vaga, sino un lazo realmente divino entre toda la humanidad.
A la Iglesia se la podría definir como la comunidad de los santos o
comunidad de los fieles, pues no se trata de santos de pedestal, sino de
personas creyentes que, llamadas por Dios a través de Cristo, han dejado el
camino fácil y ancho del egoísmo e intentan modestamente, en la vida
cotidiana, seguir a Cristo. El mismo Dios, al apoderarse, en tanto que Espíritu
Santo, del corazón de las personas, es el fundamento de la comunión de los
santos.
La esencia de la Iglesia es la obra del Espíritu que realiza la comunión

de las personas a imagen de la Trinidad y es también sacramento, signo visible
y medio de esta comunión. Si la Iglesia quiere ser lugar de comunión y de
reconciliación del género humano, si quiere ser fermento de la 'civilización del
amor', ha de poner en el centro de su vida la plegaria contemplativa, la oración
como acogida de la misericordia divina, para dar después testimonio de ella en
los hermanos.
Estar en comunión puede tener dos significados: Por un lado puede
indicar participación en lo santo, es decir, participación en los sacramentos,
refiriéndose entonces sobre todo a la Eucaristía como centro de la vida
litúrgica; por otro puede significar comunión con los santos del cielo, es decir

8
con los mártires y los demás justos de todos los tiempos, de los que nos es
dado suponer que han llegado a la plenitud de Dios. Ellos son los garantes de
la futura plenitud de todos los cristianos. Así pues, para un cristiano 'la
comunión de los santos' significa que, a través de Cristo Resucitado, podemos
comunicarnos con todos los seres humanos, desde el primero hasta el último,
el del final de los tiempos, constituyendo la Fraternidad universal, el Cuerpo
Místico de Cristo.
La persona tiene un ritmo binario: salir de sí y volver a sí. Pero también
es su drama existencial. La revelación judeo-cristiana nos aporta una luz
decisiva sobre este enigma: Dios no es un ser solitario sino relacional, una
comunión interpersonal de amor. Y si el ser humano es creado a imagen del
Dios trinitario es, consiguientemente, por naturaleza un ser de relación. No
puede existir, desarrollarse, ser persona sino es a través y en el juego de la
relación: amar y ser amado. La relación es constitutiva de su ser, de su
identidad. La persona es un ser solitario y comunitario que necesita de soledad
y de relación para encontrarse a sí mismo y para encontrar a Dios.
Para ver la realidad como la veía Jesús de Nazaret; para descubrir la
bondad de la creación; para descubrir la beatitud en los pobres, los mansos, los
que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los
limpios de corazón, los pacíficos, los que padecen persecución por la justicia;
para reconocer las maravillas que hace Dios, para agradecer su misericordia,
para saber con certeza que dispersa a los que se engríen con los
pensamientos de su corazón; que derriba a los potentados de sus tronos y
ensalza a los humildes; que a los hambrientos llena de bienes y a los ricos
despide vacíos; hace falta ‘nacer de nuevo’ y que se nos iluminen los ojos del
corazón. Así podremos descubrir la presencia del Amor y cantar sus alabanzas.
Hemos dividido el libro en dos partes. En la primera acudiremos a la
enseñanza de dos maestros del ‘silencio y la contemplación’: San
Buenaventura y San Juan de la Cruz y. En la segunda parte presentamos unas
perlas de silencio y de contemplación que nos ayuden a no perder de vista al
‘silencio y la contemplación’ a lo largo de nuestro peregrinaje hacia la casa del
Padre.

9
.

10
PRIMERA PARTE:
EL CAMINO MÍSTICO

11
Si damos al término 'contemplación' el significado restringido de una cierta
forma de conocimiento, esto no lo encontramos en la Biblia. Los profetas, por
ejemplo, pueden dar a conocer la voluntad de Dios, pero no tienen necesidad
para este fin de un ejercicio metódico; su don profético es de otro orden. Lo que
más se aproxima a la actividad contemplativa es la actitud de los sabios del
Antiguo Testamento. Es indudable que sufrieron el influjo del pensamiento
helenístico, pero lo importante es que lo aceptaron, llegando a pensar que la
sabiduría que alcanzaron era una participación de la sabiduría divina. A través
de la contemplación del universo y de la acción divina en la historia, consiguen
un verdadero conocimiento de Dios y de su providencia.
En el Nuevo Testamento las alusiones más explícitas a una actividad
contemplativa se encuentran en las cartas de san Pablo. Como dice J. Dupont,
el término 'contemplación' no aparece, pero encontramos allí la noción de
'conocimiento espiritual' o gnosis. San Pablo no dice que tal conocimiento sea
fruto de una actividad contemplativa, pero no se excluye esta eventualidad,
pues sabemos que Pablo dedicaba largos ratos a la oración y que, al comienzo
de su vocación cristiana se retiró durante dos años en Arabia. Esta es la
experiencia personal a la que hace referencia san Pablo en el capítulo 12 de la
Segunda Carta a los Corintios: Frente a quienes cuestionaban la legitimidad de
su apostolado, no enumera tanto las comunidades que había fundado, los
kilómetros que había recorrido; no se limita a recordar las dificultades y las
oposiciones que había afrontado para anunciar el Evangelio, sino que indica su
relación con el Señor, una relación tan intensa que se caracteriza también por
momentos de éxtasis, de contemplación profunda; así pues, no se jacta de lo
que ha hecho él, de su fuerza, de su actividad y de sus éxitos, sino que se
gloría de la acción que Dios ha realizado en él y a través de él. De hecho, con
gran pudor narra el momento en que vivió la experiencia particular de ser
arrebatado hasta el cielo de Dios. Recuerda que catorce años antes del envío
de la carta “fue arrebatado hasta el tercer cielo” (v. 2). Con el lenguaje y las
maneras de quien narra lo que no se puede narrar, san Pablo habla de aquel
hecho incluso en tercera persona; afirma que un hombre fue arrebatado al
«jardín» de Dios, al paraíso. La contemplación es tan profunda e intensa que el
Apóstol no recuerda ni siquiera los contenidos de la revelación recibida, pero
tiene muy presentes la fecha y las circunstancias en que el Señor lo aferró de
12
una manera tan total, lo atrajo hacia sí, como había hecho en el camino de
Damasco en el momento de su conversión.
San Pablo prosigue diciendo que precisamente para no engreírse por la
grandeza de las revelaciones recibidas, lleva en sí mismo una “espina” (v.7), un
sufrimiento, y suplica con fuerza al Resucitado que lo libre del emisario del
Maligno, de esta espina dolorosa en la carne. Tres veces ha orado con
insistencia al Señor para que aleje de él esta prueba. Y precisamente en esta
situación, en la contemplación profunda de Dios, durante la cual “oyó palabras
inefables, que un hombre no es capaz de repetir” (v. 4), recibe la respuesta a
su súplica. El Resucitado le dirige unas palabras claras y tranquilizadoras: “Te
basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad” (v. 9). Y Pablo exclama:
“Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la
fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los
insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por
Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (vv. 9b-10)
En este momento de intensa oración contemplativa, san Pablo
comprende con claridad cómo afrontar y vivir cada acontecimiento, sobre todo
el sufrimiento, la dificultad, la persecución: en el momento en que se
experimenta la propia debilidad, se manifiesta el poder de Dios, que no nos
abandona, no nos deja solos, sino que se transforma en apoyo y fuerza.
El conocimiento del que habla Pablo es la conciencia de su vida en
Cristo. Esta proviene de una luz interior, fruto de la presencia del Espíritu, que
transforma la vida de Pablo en una vida "en Cristo Jesús". En la contemplación
de san Pablo podemos distinguir también un movimiento que va hacia una
mayor interioridad. Cristo aparece al inicio como juez. Luego como aquel de
cuya vida nosotros participamos. Finalmente, como el que vive en nosotros.
La contemplación es una forma de oración cristiana que no va dirigida a
nada concreto. Es una situación de experiencia que trasciende las potencias
activas de nuestra conciencia cristiana. La meta es mirar dentro de uno mismo,
mirar lo divino en nosotros y en la creación, mediante la percepción o la
experiencia que trasciende nuestras capacidades intelectuales. Se trata de
calmar esas olas de conciencia, para que la mente se vuelva como un agua

13
mansa y cristalina. En este tipo de oración el orante no razona, sino que trata
de silenciar su cuerpo y su mente para estarse en silencio con Dios.
La búsqueda en nuestro interior se fundamenta en un dato de fe: Dios
nos inhabita, somos "templos del Espíritu Santo" (cf. 1 Cor 3, 16).“Entra", dice
Santa Teresa, porque tienes"al Emperador del cielo y de la tierra en tu casa ...
no ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle
dentro de sí ... Llámase recogimiento porque recoge el alma todas las
potencias (voluntad, entendimiento, memoria) y se entra dentro de sí con su
Dios".
La oración de silencio es un movimiento de interiorización, en la que el
orante se entrega a Dios que habita en su interior. Ya no razona acerca de
Dios, sino que se queda a solas con Dios en el silencio, y Dios va haciendo en
el alma su trabajo de Alfarero para ir moldeándola de acuerdo a Su Voluntad.
La contemplación consiste en ser atraído por el Señor, quedarse con El y
dejarle que El actúe en el alma. La contemplación, según Santo Tomás, es
una anticipación de la Visión Beatífica. Es vivir de manera incompleta y sólo
por un instante lo que Dios vive eternamente.
Sea la contemplación o sean gracias místicas que pueden darse en este
tipo de oración, son don de Dios. Por ello, no pueden lograrse a base de
técnicas. Ni siquiera son fruto del esfuerzo que se ponga en la oración, sino
que como don de Dios que son, El da a quién quiere, cómo quiere, cuándo
quiere y dónde quiere. Buscar a Dios en la oración de silencio depende del
orante.

Recibir el don de la contemplación depende de Dios.

Dice Sta.

Teresa: "Es ya cosa sobrenatural ... que no la podemos procurar nosotros por
diligencias que hagamos".
Pero cuando deseamos ahondar un poco más en la adoración el Espíritu
Santo puede darnos un poco de consuelo, haciéndonos sentir su Amor, su
consentimiento, sus gracias. Es muy importante tener en cuenta que las
gracias místicas que puedan derivarse de este tipo de oración no son su
verdadero fruto, ni siquiera son necesarias para obtener ese fruto. En la
contemplación somos instruidos por el Espíritu Santo de manera especial, en
silencio, aún sin ver ni oír nada.

Si es Voluntad Divina, el Espíritu

14
Santo puede regalarnos gracias especiales de visión o de escucha, hasta de
olfato.

Pero las gracias verdaderamente importantes no están en esas

experiencias sensoriales, que son consentimientos del Señor y que no son
indispensables para avanzar en la oración.
El fruto verdadero de la oración (vocal, mental o contemplativa) es:
1. ir descubriendo la Voluntad de Dios para nuestra vida.
2. irnos haciendo dóciles a la Voluntad de Dios.
3. llegar a que sea la Voluntad de Dios y no la propia la que rija nuestra
vida: nuestra voluntad unida a la de Dios, o sea, la“unión de
voluntades” de que habla Santa Teresa.
Un error común es creer que ésta, que es la oración más elevada, está
reservada sólo para unas poquísimas personas escogidas, generalmente
monjas o monjes de claustros y comunidades contemplativas. Ese concepto le
encanta al Enemigo, que no quiere que seamos verdaderos orantes. La oración
de silencio, de recogimiento, de contemplación es para todo aquél que desee
buscarla. Santa Teresa de Jesús dice que la oración contemplativa es
la "Fuente de Agua Viva" que Jesús promete a la samaritana y que la promete
para "todo el que beba de esta agua no volverá a tener sed" (Jn 4, 13). No
dice el Señor que la dará a unos y a otros, no. Asi pues, para tratar del amor
místico o de la contemplación nos vamos ayudar del testimonio y doctrina de
dos doctores de la Iglesia: San Buenaventura y San Juan de la Cruz.

15
16
I. ANTROPOLOGÍA ESPIRITUAL DE LA MÍSTICA
La

mística

se

basa

en

la

idea

de

las

tres

potencias

del

alma: memoria, entendimiento y voluntad. Esta idea que ya encuentra en
Platón pasa al cristianismo donde es enriquecida relacionándola con las tres
personas de la Trinidad. San Buenaventura en el Itinerario de la mente hacia
Dios considera la memoria como facultad imagen del Padre, el entendimiento
como facultad imagen del Hijo y la voluntad como facultad imagen del Espíritu
Santo.
Misticismo es el conocimiento experimental de la presencia divina, en
que el alma tiene, como una gran realidad, un sentimiento de contacto con
Dios. Pero si la mística es el punto más alto de la vida espiritual y representa
un regalo extraordinario de la Gracia de Dios, el alma puede colaborar por
todos los medios a su alcance para aproximarse a tal estado de perfección y
hacerse digna de él. Esta variada serie de esfuerzos o ejercicios del espíritu se
designa con el nombre de «ascética», que podría definirse como la pedagogía
humana que conduce hacia el misticismo.

La ascética depende, pues,

exclusivamente, de la voluntad y actividad humanas; deriva esta palabra del
verbo griego que significa «ejercitarse», pues se trata del período de la vida
espiritual en que, por medio de ejercicios espirituales, mortificaciones y oración,
logra el alma purificarse, purgarse o desprenderse del afecto a los placeres
corporales y a los bienes terrenos. Tradicionalmente, la mística es un camino
de tres vías o etapas: la vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva.

1. Vía purgativa

La vía purgativa consiste en la purgación de la memoria, entendida como
potencia del alma, para limpiarla de los apegos sensitivos que provienen del
cuerpo. En palabras de San Juan de la Cruz: “Hay que perder el gusto por el
apetito de las cosas”.
El apetito como tal no tiene por qué ser malo pero sí lo es el apego o
gusto que provoca en la memoria, porque la impide orientarse plenamente
17
hacia Dios. La privación corporal y la oración son los principales medios
purgativos. El estado en que se sume la memoria se llama esperanza.

2. Vía iluminativa

La vía iluminativa consiste en la elevación del entendimiento hacia Dios,
entendido como potencia del alma. Una vez limpio el entendimiento de toda
relación con las criaturas queda vacío para entregarse a la sabiduría
oscura o sabiduría secreta que se sabe sin necesidad de entender, experiencia
que en la mística se llama Fe.

3. Vía unitiva

La vía unitiva consiste en la purificación de la voluntad, entendida como
potencia del alma. En ella el alma alcanza el grado más perfecto de la unión
con Dios, ya que ha vaciado su propia voluntad, lo más suyo para entregarla a
Dios. Es el grado más perfecto de la caridad. El “matrimonio espiritual” según
san Juan de la Cruz..
La ascética está, pues, en el camino de la mística, y de los tres
momentos dichos: los dos primeros son comunes a ambas, quedando el último
reservado para la mística. En lo que atañe a su contenido, la ascética se basa
en el ejercicio racional, mientras que la mística es puramente intuitiva. No
puede llegarse a la cima de la perfección espiritual sin pasar por el camino de
la ascética. Para recorrer este itinerario es necesario liberarse de los apetitos
mundanos por medio de la penitencia y la mortificación y desarrollar al
máximo las virtudes cristianas que nos conducen a la imitación de Cristo.
Para lograr ese perfeccionamiento el alma se sirve de la oración, y con
la ayuda de la gracia ordinaria, se eleva hacia Dios por su propio esfuerzo y
voluntad.
Este camino depende directamente de la voluntad,

está al

alcance

de cualquier persona. El alma debe seguir tres vías para llegar a la unión con

18
Dios: la vía purgativa, de purificación en la que el alma se libera de todos los
lazos terrenales y de las pasiones humanas, a través de varios medios:
la penitencia corporal y espiritual, la lectura de obras piadosas que la
alienten, la meditación, la oración, la dirección espiritual…La vía iluminativa:
el alma va aproximándose a Dios y se ilumina el camino. La gracia divina
va penetrando y, con ella, los dones del Espíritu Santo. Los apetitos materiales
han quedado atrás y las virtudes se desarrollan progresivamente. Durante
este periodo el alma avanza en la contemplación que abarca todos los
grados comprendidos entre la meditación y la unión estática. El último
grado es la vía unitiva. La mística parte de la estética pero supone un grado
superior que sólo estaba reservado a algunas almas escogidas a las que
Dios distingue con gracias especiales. En esta vía se consuma la unión con
Dios y se alcanza la perfección. Predomina aquí el amor en su más alto
grado.

Frente al

carácter

activo de la ascética,

en

la mística

es

Dios

quien penetra en el alma sin que ésta manifieste otra actividad que la de recibir
este don de Dios.
San Juan de la Cruz, en la Noche oscura del alma (1578), nos dice
que es necesario despojarse de las cosas externas para conseguir que la “casa
esté sosegada”, sustrayéndose a las penas y angustias que traen consigo
los apetitos mundanos. Es el tránsito del alma a la unión con Dios. Para llegar
a Él debe pasar forzosamente por esta etapa de purificación. San Juan
distingue, además, dos tipos distintos de “noche”: una destinada a la
purificación de los sentidos, de suerte que el alma se sumerge en la
negación de sí misma. Este tipo de “noche” corresponde a los principiantes
que son llamados por Dios al estado de contemplación. Cuando se sumerge
en esta noche, el alma pena constantemente porque teme no servir a Dios
como es conveniente. Cumplida esta primera etapa, los elegidos deben
internarse en una segunda noche, mucho más oscura y tenebrosa, que les
llevará a la anhelada unión con Dios. Se trata de la noche del espíritu. En ella
la voluntad y la memoria se someten por completo y el entendimiento se
ve sumido en la más profunda oscuridad y deja de ser humano para
hacerse partícipe de la sabiduría divina, quedando atrás la ignorancia y las
imperfecciones. El mismo San Juan explica por qué utiliza el término noche

19
para designar este tránsito. Son tres razones: la negación del apetito de todas
las cosas del mundo, que es el punto de partida, viene a ser como una
noche para el alma, en la que carece de todo. El único camino que puede
seguir el alma para lograr la ansiada unión con Dios es la fe, que se
presenta al entendimiento con una oscuridad sólo comparable a la noche más
cerrada. El fin

último que persigue

el alma, Dios, en la presente

vida se le ofrece como algo sumamente oscuro. Las etapas se corresponden
a las noches. La primera supone el final del día de los apetitos corporales,
la segunda se caracteriza por una oscuridad total y la tercera deja entrever
la luz del verdadero “día” que se acerca ya.

20
II. SAN BUENAVENTURA
1. Testimonio de vida

Se llamaba Giovanni da Fidanza (I22I – I274). Nació en Bagnorea, cerca de
Vierbo, en Toscana. Se dice que el sobrenombre de Buenaventura se lo dieron
como consecuencia de una curación milagrosa de una grave enfermedad y ni
siquiera su padre, que era médico, esperaba ya salvarlo de la muerte.
Entonces, su madre recurrió a la intercesión de san Francisco de Asís,
canonizado hacía poco. Y Giovanni se curó.
Cuando se encontraba en París, donde estudiaba. Fascinado por el
testimonio de fervor y radicalidad evangélica de los Frailes Menores, que
habían llegado a París en 1219, Giovanni llamó a las puertas del convento
franciscano de esa ciudad, y pidió ser acogido en la gran familia de los
discípulos de Francisco.
Alrededor del año 1243 Giovanni vistió el hábito franciscano y asumió el
nombre de Buenaventura. Estudió a fondo la Sagrada Escritura, las Sentencias
de Pedro Lombardo, el manual de teología de aquel tiempo, y los autores de
teología más importantes y, en contacto con los maestros y los estudiantes que
afluían a París desde toda Europa, maduró su propia reflexión personal y una
sensibilidad espiritual de gran valor que, a lo largo de los años sucesivos, supo
infundir en sus obras y en sus sermones, convirtiéndose así en uno de los
teólogos más importantes de la historia de la Iglesia.
En aquellos años en París, surgió una violenta polémica contra los
Frailes Menores de san Francisco de Asís y los Frailes Predicadores de santo
Domingo de Guzmán. Se impugnaba su derecho a enseñar en la Universidad,
e

incluso

se

ponía

en

duda

la

autenticidad

de

su

vida

consagrada. Buenaventura, aunque rodeado por la oposición de los demás
maestros universitarios, había comenzado a enseñar en la cátedra de teología
de los Franciscanos y, para responder a quien criticaba a las Órdenes

21
Mendicantes, compuso un escrito titulado La perfección evangélica; en el que
demuestra como las Órdenes Mendicantes, especialmente los Frailes Menores,
practicando los votos de pobreza, de castidad y de obediencia, seguían los
consejos del Evangelio.
El conflicto se apaciguó, por lo menos durante algún tiempo, y, por
intervención personal del Papa Alejandro IV, en 1257, Buenaventura fue
oficialmente reconocido como doctor y maestro de la Universidad parisina. Sin
embargo, tuvo que renunciar a este prestigioso cargo, porque en ese mismo
año el Capítulo general de la Orden lo eligió Ministro general. Desempeñó ese
cargo durante diecisiete años con sabiduría y entrega, visitando las provincias,
escribiendo a los hermanos, interviniendo alguna vez con una cierta severidad
para eliminar abusos. Cuando Buenaventura inició este servicio, la Orden de
los Frailes Menores se había desarrollado de modo prodigioso: los frailes
esparcidos por todo Occidente eran más de 30.000, con presencias misioneras
en el norte de África, en Oriente Medio, e incluso en Pekín. Era necesario
consolidar esta expansión y, sobre todo, conferirle unidad de acción y de
espíritu, guardando plena fidelidad al carisma de Francisco. De hecho, entre los
seguidores del santo de Asís había distintos modos de interpretar el mensaje,
existía realmente el riesgo de una fractura interna. Para evitar este peligro, en
1260, el Capítulo general de la Orden en Narbona aceptó y ratificó un texto
propuesto por Buenaventura, en el que se recogían y se unificaban las normas
que regulaban la vida diaria de los Frailes Menores. Buenaventura intuía, sin
embargo, que las disposiciones legislativas, si bien se inspiraban en la
sabiduría y la moderación, no eran suficientes para asegurar la comunión del
espíritu y de los corazones. Era necesario que se compartieran los mismos
ideales y las mismas motivaciones.
Por esta razón, Buenaventura quiso presentar el auténtico carisma de
Francisco, su vida y su enseñanza. Por eso recogió con gran celo documentos
relativos al Poverello y escuchó con atención los recuerdos de quienes habían
conocido directamente a Francisco. Nació así una biografía del santo de Asís
bien fundada históricamente, titulada Legenda Maior, redactada también de
forma más sucinta, y llamada por eso Legenda minor. ¿Cuál es la imagen de
san Francisco que brota del corazón y de la pluma de su hijo devoto y sucesor,

22
san Buenaventura? El punto esencial: Francisco es un alter Christus, un
hombre que buscó apasionadamente a Cristo. Un amor que impulsa a la
imitación.
En 1273 la vida de san Buenaventura conoció otro cambio. El papa
Gregorio X lo quiso consagrar obispo y nombrar cardenal. Le pidió también que
preparara un importantísimo acontecimiento eclesial: el II Concilio Ecuménico
de Lyon, que tenía como objetivo restablecer la comunión entre la Iglesia latina
y la griega. Se dedicó a esta tarea con diligencia, pero no logró ver la
conclusión de esa asamblea ecuménica, porque murió durante su celebración.

2. Su pensamiento místico

Su obra maestra es el Itinerarium mentis in Deum, que es un ‘manual’ de
contemplación mística. Lo escribió en el monte de la Verna, donde san
Francisco recibió los estigmas. En la introducción el autor ilustra las
circunstancias que dieron origen a este escrito:
Mientras meditaba sobre las posibilidades del alma de ascender a Dios, se
me presentó, entre otras cosas, el acontecimiento admirable que sucedió en
aquel lugar al bienaventurado Francisco, es decir, la visión del serafín alado
en forma de Crucifijo. Y meditando sobre ello, en seguida me percaté de que
esa visión me ofrecía el éxtasis contemplativo del mismo padre Francisco y a
la vez el camino que lleva hasta él

Las seis alas del serafín se convierten así en el símbolo de seis etapas
que llevan progresivamente al hombre desde el conocimiento de Dios,
mediante la observación del mundo y de las criaturas y mediante la exploración
del alma misma con sus facultades, a la unión íntima con la Trinidad por medio
de Cristo, a imitación de san Francisco de Asís. En todas las obras de san
Buenaventura, incluidas las obras científicas, de escuela, se ve y se encuentra
esta inspiración franciscana; es decir, se nota que piensa partiendo del
encuentro con el Poverello de Asís. Pero para entender la elaboración concreta
del tema de la ‘primacía del amor’ hay que tener en cuenta otra fuente: los

23
escritos del llamado Pseudo-Dionisio. Mientras que para san Agustín
el intellectus, el ver con la razón y el corazón, es la última categoría del
conocimiento, el Pseudo-Dionisio da otro paso más: en la subida hacia Dios se
puede llegar a un punto en que la razón deja de ver. Pero en la noche del
intelecto el amor sigue viendo, ve lo que es inaccesible a la razón. El amor se
extiende más allá de la razón, ve más, entra más profundamente en el misterio
de Dios. San Buenaventura quedó fascinado por esta visión, que coincidía con
su espiritualidad franciscana. Precisamente en la noche oscura de la cruz se
muestra toda la grandeza del amor divino; donde la razón deja de ver, el amor
ve. Las palabras conclusivas del Itinerario de la mente a Dios, VII, 6 expresan
la espiritualidad franciscana:
Si ahora anhelas saber cómo sucede esto (la subida hacia Dios), pregunta a
la gracia, no a la doctrina; al deseo, no al intelecto; al clamor de la oración, no
al estudio de la letra; no a la luz, sino al fuego que todo lo inflama y transporta
en Dios con las fuertes unciones y los afectos vehementes... Entremos, por
tanto, en la neblina, acallemos los afanes, las pasiones y los fantasmas;
pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre, para decir con Felipe
después de haberlo visto: esto me basta.

Todo esto no es anti-intelectual y no es anti-racional: supone el camino
de la razón, pero lo trasciende en el amor de Cristo crucificado. San
Buenaventura se sitúa así en los inicios de una gran corriente mística, que
elevó y purificó mucho la mente humana: es una cima en la historia del espíritu.
Esta teología de la cruz no quiere decir que san Buenaventura no comparta
también con san Francisco de Asís el amor a la creación, la alegría por la
belleza de la creación de Dios, como se puede ver en el primer capítulo del
Itinerario:
Quien no ve los innumerables esplendores de las criaturas, está ciego; quien
con tantas voces no se despierta, está sordo; quien no alaba a Dios por todas
estas maravillas, está mudo; quien con tantos signos no se eleva hasta el
primer principio, es necio» (I, 15). Toda la creación habla en voz alta de Dios,
del Dios bueno y bello; de su amor.

Por tanto, para san Buenaventura toda nuestra vida es un «itinerario»,
una peregrinación, una subida hacia Dios. Pero sólo con nuestras fuerzas no

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podemos subir hasta la altura de Dios. Dios mismo debe ayudarnos, debe «tirar
de nosotros» hacia arriba. Por eso es necesaria la oración. La oración es la
madre y el origen de la elevación, sursum actio, acción que nos eleva. Así
concluye san Buenaventura:
En la tierra... podemos contemplar la inmensidad divina mediante el
razonamiento y la admiración; en la patria celestial, en cambio, mediante la
visión, cuando seremos hechos semejantes a Dios, y mediante el éxtasis...
entraremos en el gozo de Dios.

3. Etapas para conseguir la sabiduría

Para san Buenaventura, la sabiduría es el itinerario que recorre la mente hacia
Dios. Se trata de un desprendimiento de las cosas terrenas, de la purificación,
por el ejercicio de la virtud, hasta alcanzar a Dios y gozar de la estática paz. A
la realización de este ideal debe contribuir la filosofía, sabiendo que, si el
conocimiento no nos hace mejores como personas, es inútil. San Buenaventura
refleja el mensaje de San Francisco de Asís señalando la primacía del amor
como clave del universo. El proyecto de Dios es un plan de amor, más que el
conocimiento del mismo. Se trata de vivir en el amor. Por eso su planteamiento
filosófico es vitalista.
1. El mundo como huella de Dios
El mundo, que ha sido creado por Dios, es un inmenso vestigio de éste. La
persona de limpio corazón en cada cosa, persona o acontecimiento, puede
descubrir su presencia: "El esplendor de las cosas nos lo revela si no estamos
ciegos". Así, todas las realidades que nos rodean están llenas de una
trascendencia, que hemos de descubrir desde la percepción de su inmanencia.
Es la fe la que nos hace ver esta realidad trascendente en lo inmanente,
convirtiendo así a la creación entera en una transparencia de la densidad divina
de la que está cargada.
2. El alma como imagen de Dios

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Por el conocimiento de nuestra alma hallamos una verdadera imagen de Dios.
La unidad de nuestra alma reproduce la unidad de Dios; sus tres potencias
(memoria, entendimiento y voluntad) reproducen a Dios. San Buenaventura
recoge aquí el pensamiento de san Agustín, para quien el alma es imagen de la
Trinidad. Así, el alma, en primer lugar es 'mente': ser racional, imagen de Dios
(memoria de la divinidad) y de ella brota el 'conocimiento' (noticia). Y de la
relación mente-conocimiento surge el 'amor'. San Agustín no dice nunca que el
Padre sea la memoria de Dios, pero sí que admite que esta capacidad original
del recuerdo que llamamos memoria es una "imagen imperfecta" del Padre, así
como el concepto de entendimiento es "imagen imperfecta" del Hijo. Dios está
absolutamente presente en nuestra alma, y, por lo mismo, es cognoscible. Tan
presente le está, que es más interior a nosotros que nosotros mismos. La idea
de Dios implica su existencia real.
Tenemos una idea clara y precisa de la existencia de Dios hasta el punto
que no podemos ignorar que Dios es, pero no tenemos un concepto claro y
comprensivo de lo que Dios es. El conocimiento del alma, de Dios, y hasta de
los primeros principios se lleva a cabo gracias a una luz interior. De la verdad
de las cosas tenemos una evidencia relativa; de la verdad de Dios, una
evidencia absoluta.
3. La contemplación como conocimiento y unión con Dios
Corresponde a la vía mística gustar las alegrías de la unión con Dios. Es el
tercer grado de ascensión a Dios, que al mismo tiempo es un mayor
ahondamiento en nosotros mismos, hasta llegar al corazón del alma, al ápice
de la mente, apex mentis, en donde con mayor realidad se halla presente la
Divinidad.
En san Buenaventura la contemplación tiene dos sentidos diversos. El
primero se refiere a la ‘contemplación intelectual o imperfecta’, que es el don
del entendimiento y de la bienaventuranza de los limpios de corazón y que se
caracteriza por la admiración, que se gradúa por la intensidad de luz
iluminadora. Viene a coincidir con la especulación. En la contemplación
imperfecta se suspende el discurso, pero no la actividad intelectual.

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El segundo aspecto se refiere a la ‘contemplación perfecta o afectiva
infusa’, que es la meta de todo conocimiento y de toda actividad: la verdadera
sabiduría, que es la bienaventuranza de los pacíficos. Para san Buenaventura,
pues, la sabiduría es un conocimiento experimental de la suavidad divina que
se adquiere pasivamente, en el silencio de las facultades cognoscitivas en
cuanto a todas sus operaciones naturales, por la unión inmediata y amorosa
del alma con Dios. Un ejemplo que tenía siempre presente San Buenaventura
es el de su maestro Francisco de Asís, que se identificó con Jesús, el
Redentor-Crucificado, de un modo afectivo-cristocéntrico, dando prueba de
esto los estigmas.
San Buenaventura refleja el mensaje de Francisco de dos maneras:
Primero dando la primacía al amor, como clave del universo. El plan de Dios es
un plan de amor, más que verdad y conocimiento del mismo. Por eso su
teología es una guía que conduce por etapas a la visión estática de Dios. El
estudio orientado hacia el amor de Dios. Si el conocimiento no nos hace
mejores como personas, es inútil.
Para san Buenaventura, la perfección evangélica es la caridad, que nos
diviniza. Para él, la caridad es raíz, forma y fin de las virtudes a un tiempo: raíz
en cuanto las impera y las mueve, forma en cuanto las perfecciona y las
decora, y fin en cuanto las termina y consuma, reduciéndolas a Dios y
tomándolas aceptables a sus divinos ojos. Por tano, la perfección cristiana no
consiste en la pobreza, sino en la caridad en la potencia afectiva del alma, que
es voluntad, como hábito infuso o principio inexhausto de operaciones
multiformes. Y como vida del alma que es, se halla sujeta a la ley del
crecimiento. Según va creciendo en grados, se purifica, se simplifica y se
asemeja más con Dios. La caridad es fermento que transforma, fuego que
consume y calor que comunica vida, dirección y movimiento. Todo esto expresa
actividad y dinamismo. La caridad sería pues para san Buenaventura como una
purísima llama encendida por el Espíritu Santo en la potencia afectiva del alma.
Y la perfección evangélica se consigue por la vía del apartamiento del mal, la
práctica del bien y el sufrimiento en las adversidades.

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28
III. SAN JUAN DE LA CRUZ
1. Testimonio de vida

Juan de Yepes nace el año 1542 en Fontiveros, pequeño pueblo situado entre
Ávila y Salamanca. Es el tercer hijo de Gonzalo de Yepes, de ascendencia
noble, y de Catalina Álvarez, de familia modesta. Gonzalo ha tenido que
romper con su familia para casarse con Catalina. Tejedor de oficio, a duras
penas logra sacar adelante a su mujer y a sus hijos. Cuando muere, la pobreza
de la familia Yepes se convierte en miseria. Catalina lleva entonces a sus hijos
a Medina del Campo, después de una breve estancia de Juan, en el pueblo de
Gálvez (Toledo), en casa de unos familiares.
El pequeño Juan prueba diversos oficios como aprendiz, pero sobre todo
hace grandes progresos en la escuela de los Niños de la doctrina, hasta el
punto de que el director del hospital, Alonso de Toledo, decide encargarse de
su educación. Compaginándolo con sus horas de servicio en el hospicio, Juan
prosigue sus estudios en el colegio de la Compañía de Jesús. Llega el
momento en que Alonso le propone el puesto de capellán del hospital. Ante el
estudiante se abre un camino fácil y confortable. Pero este joven, ávido de
absoluto, no busca precisamente el confort, y rechaza la proposición, para
ingresar en el convento de los carmelitas de la ciudad en 1563. Tiene veintiún
años. Juan acaba de escoger un camino del que nunca se desviará. Va a
buscar a Dios, con un rigor que da vértigo.
Durante su año de noviciado lee los antiguos textos del Carmelo,
haciendo suyo el ideal de soledad y contemplación de los fundadores de la
orden. Ideal que ha sido endulzado por los carmelitas mitigados, en cuyo
convento acaba de ingresar. Luego pasará cuatro años en la Universidad de
Salamanca, en la que adquiere una sólida formación escolástica. Es ordenado
sacerdote en 1567. Pero la vida mediocre y demasiado volcada al exterior del
Carmelo ya no le basta. Decide entonces ingresar en la Cartuja, en la que

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encontrará las condiciones de silencio y austeridad que le permitirán ir a Dios,
despojándose totalmente a imagen de Cristo.
Pero surge el encuentro de Juan de la Cruz con Teresa de Ávila durante
el verano de 1567. Teresa, que acaba de reformar varios conventos de
carmelitas, busca la manera de extender su empresa a la rama masculina de la
orden. Impresionada por la calidad de vida espiritual que descubre en Juan, le
suplica que revise su decisión y tome parte en la reforma del Carmelo.
En Octubre de 1568 tenemos ya a Juan de la Cruz, tal es el nombre que
acaba de tomar, en la destartalada casucha de Duruelo, el primer Carmelo
masculino reformado. En compañía de algunos hermanos, lleva allí una vida
tan intensamente austera que Teresa tiene que imponerle moderación.
Mientras la reforma sigue adelante. Juan es enviado a Pastrana como maestro
de novicios, y luego a Alcalá, como rector de la casa de estudios que el
Carmelo abre en la Universidad, y, por último, al convento de la Encarnación,
de Ávila, durante cinco años es confesor de Teresa y de sus hijas. Cinco años
extraordinariamente ricos, durante los cuales los dos santos, tan diferentes
entre sí, persiguen juntos la misma meta y transforman con su presencia a
carmelitas de una u otra rama, contagiándolos con su santidad.
Pero su éxito provocó reacciones. Entre los carmelitas mitigados, que
ven desiertos sus conventos, crece el mal humor, hasta que un día deciden dar
un golpe definitivo a la reforma, pidiendo la excomunión de las hermanas que
acaban de reelegir a Teresa como superiora y secuestrando al que es el alma
de la "rebelión". Durante la noche del 3 al 4 de diciembre de 1577 se apoderan
de Juan de la Cruz y, con los ojos vendados para que no sepa a dónde va, lo
llevan a su convento de Toledo. La soledad y los malos tratos conseguirán,
piensan, vencer su resistencia: es preciso que Juan de la Cruz renuncie a la
reforma.

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2. Su pensamiento místico

Juan de la Cruz sólo confía en Dios, avanzando por el camino de la Nada. La
intuición fundamental de Juan de la Cruz es que "todo el ser de las criaturas,
comparado con el infinito de Dios, nada es" (I Subida, 4,4). Es por esto que con
paciencia va soltando todos los hilos que pueden retener su inteligencia, su
voluntad y su memoria lejos de Dios. Y se sumerge en el No-saber. Así, su vida
y su enseñanza mística es una sola cosa. Fruto de su experiencia de soledad y
de abandono en la cárcel, sabe descubrir que, en el proceso espiritual, este
‘horror nocturno’ es positivo, pues es el paso de la acción divina en el alma,
experimentando en unión con Cristo crucificado, el silencio de Dios. Por esto,
cuando más tarde Juan de la Cruz quiso educar y alentar sobre la manera de
llegar a la unión mística, simboliza este camino como una senda empinada y
angosta, lo que exige al caminante desprenderse de todo, asumiendo
generosamente la negación de las criaturas.
Para la mística sanjuanista la unión es meramente "transformación
participante". Juan de la Cruz compara al alma mística como una vidriera "en la
cual siempre está embistiendo o, por mejor decir, en ella está morando esta
divina luz del ser de Dios". La mística sanjuanista es mucho más mística de la
‘noche’ que mística del éxtasis como instante de ‘gran Mediodía’. Dios, para
san Juan de la Cruz está siempre ‘escondido’ y solo en medio del vacío, la
desnudez, la soledad, hay mística. ‘¿A dónde te escondiste?’ es la pregunta
que nunca se acaba de contestar. En san Juan de la Cruz no hay mística de
pura, fácil, carismática ‘iluminación’, como la del iluminismo: su mística es
inseparable de la ascética y esta es ya mística. La relación entre la
contemplación, la fe, que es contrario de visión, y la purgación, es decir el
padecimiento, es para él esencial. La conversión del ‘purgatorio’, purgatorio en
vida, en experiencia mística, es una de las grandes características de la
concepción sanjuanista.
La purificación se realiza a nivel del sentido y de espíritu, a través de tres
instrumentos decisivos: fe, esperanza y caridad. Esto queda reflejado en sus
versos sobre la ‘doctrina de las nadas’:

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Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada.
Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada.
Para venir a lo que no gustas,
has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes,
has de ir por donde no sabes.
Para venir a lo que no posees,
has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres,
has de ir por donde no eres.

Este es el camino, nos dice el santo, de llegar a la desnudez espiritual, a
su quietud y descanso, porque se está en el centro de su humildad.

3. Etapas para conseguir la sabiduría

Poco a poco, la noche se ilumina para convertirse en presencia divina. Si
todavía es "oscura", lo es en la medida en que supone un deslumbramiento, un
exceso de luz, en el que el alma queda cegada por el resplandor del ser divino.
Llega entonces, por puro don de Dios, a la unión mística que la diviniza:

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"Amada en el Amado transformada". Gozo indecible y ardiente de quien por fin
encuentra lo que buscaba tan angustiosamente, que vive de la vida misma de
Dios y puede en adelante devolverle amor por amor. Místico es igual a
enamorado.
Es en la cárcel cuando inicia la composición del Cántico espiritual, al oír
a lo lejos cantar a un enamorado. Como no tenía tinta ni papel, al componer los
versos, los repetía insistentemente para no olvidarlos. Sólo a los seis meses de
estar en el calabozo aliviaron su castigo. Pudo salir de la celda algún momento
y el nuevo carcelero le entregó papel y tinta con que, al fin, pudo copiar sus
poemas.
Al cabo de nueve meses, el 16 de agosto de 1578, Juan, aprovechando
que la vigilancia de los guardianes se ha relajado algo, consigue evadirse y
llegar al convento de las carmelitas reformadas. Su estado físico es lamentable,
pero él no se preocupa de ello y, lejos de insistir en el relato de su cautiverio, se
pone a comentar el Cántico espiritual.
Los años siguientes son más tranquilos. Felipe II encarga al nuncio Sega
resolver el conflicto entre mitigados y reformados o descalzos", y a partir de
entonces éstos se ven libres para extender su reforma. Juan de la Cruz es prior
del convento de los Mártires, cerca de Granada, de 1582 a 1588. A petición de
los frailes, monjas y seglares a quienes dirige espiritualmente, redacta los
comentarios de los poemas escritos en el encerramiento toledano, la Subida al
Monte Carmelo, la Noche oscura, fragmentos de una vasta obra de conjunto
sobre el itinerario místico, cuyo final fue destruido o no llegó a ser redactado.
Pero ninguna de estas obras se publicó durante su vida, por prudencia
respecto a la Inquisición, que podía tomarle por ‘iluminado’, como le acusaban
sus enemigos.
Los poemas de San Juan de la Cruz son modos de acercamiento
‘pedagógico’ al misterio místico. Su poesía es ‘poesía de vuelta’, poesía de
retorno. Poesía no antes de la mística, no de camino hacia ella. Es poesía de
después de la mística. Poesía que ve las cosas en Dios y no a Dios en las
cosas.

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Para el alma que ha alcanzado la unión con Dios y puede verlo todo
desde Él, todo es ya Dios, paso de Dios, rastro de Dios. Sentir ese paso,
descubrir ese rastro es comenzar ya a hacer poesía mística, poesía en Dios y
desde Dios, poesía de retorno, poesía de vuelta.
Cuando ya se han limpiado los ojos tras largas contemplaciones divinas,
es lícito al alma extasiarse en la visión cósmica, en el cielo estrellado, en el
soto y su donaire, en la fonte que mana y corre y en los valles solitarios
nemorosos.
La poesía de San Juan de la Cruz es una Celebración del mundo, un
Cántico a las criaturas desde su Creador, un grande y poético sí a las cosas.
Esta poesía es oración y es poesía mística. La poesía sirve a la actitud mística
para mover y conmover el alma, evocar lo Inefable aludiéndolo y celebrándolo,
suscitar estados anímicos propicios a la oración sin palabras, puramente
espiritual, al fervor y al ‘cántico’, cantar el amor de Dios. Para lo que no sirve,
sólo como impulso, es para enseñar el camino. El camino, la vía, se nos
enseña por la doctrina o ‘pedagogía mística’. Por extraño que parezca, también
la prosa es lenguaje de la mística. Se descubre así, a través de su dualidad, la
unidad profunda, aunque rota, entre poesía y comentario. Por tanto, las obras
de San Juan de la Cruz no consisten ni en tratados de teología mística ni en
poemas, sino en ese género único que es el poema-con-su-comentario. La
relación entre uno y otro es circular. En su obra, redactada para conducir a
otros hacia Dios, no figura la más mínima confidencia autobiográfica. Aparece
siempre la pureza de quien lo ha querido perder todo hasta llegar a olvidarse
de sí mismo.
Los últimos años de su vida se ven ensombrecidos por las disensiones
en el seno mismo de los descalzos. El provincial, Nicolás Doria, vuelve a poner
en cuestión la reforma acometida por Teresa de Ávila y Juan de la Cruz. Tiene
intención de centralizar fuertemente la orden, orientándola a menesteres
apostólicos. Juan, que se opone a ello, se ve privado de todo cargo. Aunque el
capítulo de 1591 le nombra provincial de Méjico, Doria anula la elección,
relegándolo al lejano convento de la Peñuela. Y, lo que es peor, intenta
desprestigiarlo enviando inspectores encargados de obtener denuncias que le

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hagan convicto de faltas contra la moral y de entregar sus libros a la
Inquisición. Se intentará incluso expulsarlo de la orden.
Juan, enfermo, cubierto de úlceras, ha de ser transportado a un
convento en el que se le pueda atender convenientemente. Le proponen el
convento de Baeza, en el que ha sido prior. Juan, que prefiere quedar en el
olvido, escoge Úbeda, donde no se le conoce, y donde el prior, que no lo
quiere, no le escatima injurias ni reproches. Destrozado por el sufrimiento
físico, lo acepta todo como venido de la mano de Dios. La muerte lo libera
pronto.
¡Oh llama de amor viva!
Qué tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro.
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres.
¡Rompe la tela de este dulce encuentro!

Había escrito estos versos en 1584. El 13 de diciembre de 1591 llegó
para él la hora del ‘dulce encuentro’.
El proceso de transformación se realiza a través de la ‘noche’. Al inicio
es ‘noche activa’ del sentido y del espíritu, en donde la persona trabaja para
eliminar todo aquello que le impide acercarse a Dios. Después, ‘noche pasiva‘
del sentido y del espíritu, en que Dios mismo hace la obra de purificación. Es
este momento el que Juan de la Cruz considera determinante. Todo el esfuerzo
anterior no es sino una plataforma para que Dios pueda actuar directamente en
el ser humano. Es aquí donde la persona se gana para sí misma y para Dios
bajo la acción transformadora del mismo Dios.
San Juan de la Cruz califica la ‘noche pasiva’ como un abismo de fe. La
oscuridad de la noche del espíritu afecta no solamente ciertos momentos o
parcelas de la vida, sino que se proyecta sobre toda la vida. Es como una crisis
que cuestiona el sentido mismo de la existencia. En esta situación de

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purificación radical, donde el sufrimiento espiritual y la oscuridad llegan a
límites insospechados, serán la fe, la esperanza y la caridad los fundamentos
de toda vivencia de la persona.
Sobre la Fe San Juan de la Cruz se expresa de esta manera:
La fe dicen los teólogos que es un hábito del alma cierto y oscuro. Y la razón
de ser hábito oscuro es porque hace creer verdades reveladas por el mismo
Dios, las cuales son sobre toda luz natural y exceden todo humano
entendimiento sin alguna proporción. De aquí es que, para el alma, esta
excesiva luz que se le da de fe le es oscura tiniebla, porque lo más priva (y
vence) lo menos, así como la luz del sol priva otras cualesquieras luces, de
manera que no parezcan luces cuando ella luce, y vence nuestra potencia
visiva, de manera que antes la ciega y priva de la vista que se le da, por
cuanto su luz es muy desproporcionada y excesiva a la potencia visiva. Así, la
luz de la fe, por su grande exceso, oprime y vence la del entendimiento...
Por otro ejemplo... Si a uno que nació ciego, el cual nunca vio color
alguno, le estuviesen diciendo cómo es el color blanco o el amarillo, aunque
más le dijesen, no entendería más así que así, porque nunca vio los tales
colores ni sus semejanzas, para poder juzgar de ellos; solamente se le
quedaría el nombre de ellos, porque aquello púdolo percibir con el oído; mas
la forma y figura no, porque nunca la vio.... De esta manera es la fe para con
el alma, que nos dice cosas que nunca vimos ni entendimos en sí ni en sus
semejanzas, pues no la tienen. Y así, de ella no tenemos luz de ciencia
natural, pues a ningún sentido es proporcionado lo que nos dice; pero
sabémoslo por el oído, creyendo lo que nos enseña, sujetando y cegando
nuestra luz natural. Porque, como dice San Pablo (Rm 10, 17), fides ex
auditu, como si dijera: la fe no es ciencia que entra por ningún sentido, sino
sólo es consentimiento del alma de lo que entra por el oído... Luego claro está
que la fe es noche oscura para el alma, y de esta manera la da luz; y cuanto
más la oscurece más luz la da de sí, porque cegando la (da) luz, según este
dicho de Isaías (7,9)1.

1SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras Completas, Subida del Monte Carmelo, II, 3,BAC, Madrid
1994, 298.

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Y, finalmente, después de este desierto de transformación y participación
divina en clave teologal, se comienza a degustar la plenitud de vida y se atisba
la gloria eterna.
En todo este proceso descrito, San Juan de la Cruz destaca la
importancia de la noche sobre lo demás. La primera noche está en clave de
subida a través del esfuerzo y el compromiso de la persona humana. La
segunda, en clave de oscuridad interna, donde la persona es renovada por la
acción de Dios. Y como de la primera noche hay muchas cosas escritas, San
Juan de la Cruz centra la atención en la segunda. Es el rasgo fundamental de
su enseñanza. Es decir el camino contemplativo o la Sabiduría del corazón.
No obstante, el esfuerzo humano y la acción de Dios han de estar
siempre presentes en todo el proceso, si bien, en este camino, hay etapas en
que se pone más de manifiesto un aspecto, sin olvidar que en la relación entre
Dios y el hombre, es el amor la clave de todas las actividades globales y
puntuales que realiza la persona.
Hay que recordar aquí que la contemplación jamás es presentada como
la actividad suprema de la actividad cristiana, ni constituye su fin último, que es
la visión beatífica. El valor absoluto de la vida cristiana es el amor, al que se
subordinan todos los demás carismas. Aunque la visión beatífica pueda
anticiparse en cierto modo en la contemplación, en definitiva es fruto y
recompensa de vivir en el amor. Como decía san Juan de la Cruz: "Al final de
nuestros días seremos juzgados por el amor".

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SEGUNDA PARTE:
PERLAS DE SILENCIO
Y CONTEMPLACIÓN

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Presentamos ahora, querido lector, 70 perlas escogidas sobre el silencio y 120
perlas de contemplación. No están pensadas para leerlas de un tirón, aunque
también; principalmente están escritas para meditarlas y saborearlas una a una
y así nos puedan llevar así al silencio contemplativo. La meditación de estas
perlas puede ayudar tanto a las personas que se inician en el camino
contemplativo como para aquellas que ya están consolidadas en el mismo
ayudándolas a reafirmarse en el mismo. Esto significa que cada persona, en el
contexto que le ha tocado vivir, encuentre sentido positivo a la soledad, el
silencio, el vacío interior, el sufrimiento y la pobreza. Esto significa, en lenguaje
paradójico, que sepamos vivir en la ausencia del Dios presente, o en la
presencia del Dios ausente, soportando la noche oscura interior.

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I. PERLAS DE SILENCIO
“Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y esta habla siempre en eterno
silencio, y en el silencio ha de ser oída del alma”
(San Juan de la Cruz: Dichos de luz y amor, 21).

5. Si hacemos silencio no es para encontrar al vacío de la nada, sino a la
respiración del espíritu donde se acaba percibiendo el soplo ligero de la
presencia de Dios, la Realidad más real que existe y que se encuentra
más allá de la dimensión sensible.
6. El silencio, el verdadero silencio nos sitúa más allá de las palabras, en el
manantial infinito y silencioso desde donde toma forma toda palabra.
Nos sitúa en el mismo silencio de Dios, desde donde brotó la Palabra
infinita y amorosa de Dios, Jesús, Hijo de Dios, Palabra eterna del
Padre.
7. El silencio y la palabra definen la identidad de una persona más que los
rasgos físicos y su estilo de vida, pues nos muestran a la persona como
un ser orgulloso o humilde, ya que en el silencio interior encontramos
nuestro centro personal y en el hondón de este centro encontramos al
Señor.
8. El silencio cuando se hace presente no pasa inadvertido, te llama la
atención sin pretenderlo, nos habla sin decir nada, nos interroga sin
hacer preguntas, nos sitúa y nos descubre el lugar donde nos
encontramos, sin análisis ni cálculos mentales.
9. Dios se comunica con cada uno de nosotros de una manera propia,
intransferible e incomunicable. Quiere darse, revelar sus más puros
secretos a quien esté más preparado para recibirlo. Y el mayor de los
secretos de Dios es Él mismo. Por eso hay que ir al silencio.
10. La soledad física tiene sus peligros, pero no debemos exagerarlos, pues
la gran tentación del hombre moderno no es la soledad física, sino la

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inmersión en la masa humana. No la huida al desierto, sino huir al mar
grande y amorfo de la irresponsabilidad que es la multitud.
11. Es en la soledad, simbolizada por el desierto, donde comienzan las
actividades más profundas. Es aquí donde se descubre la acción sin el
movimiento, la visión en la oscuridad, y, más allá de todo deseo, una
plenitud cuyos límites se extienden al infinito.
12. Experimentamos a Dios en la media en que somos vaciados del apego
egoísta a sus criaturas. Y cuando somos liberados así, gozamos la
perfección de un júbilo incorruptible. Es como despertar a nuestra más
íntima, pura y divina sabiduría. Es la luz divina, el cielo interior, la llave
de todos los tesoros del alma, el centro del pensamiento y de la
conciencia, la sede de la bondad, de la justicia, de la simpatía, de la
medida de todas las cosas. Es la luz espiritual que nos da una misión y
nos hace tomar conciencia de que la vida no es un valle de lágrimas,
sino un templo santo donde podemos gustar las delicias de la
contemplación haciendo silencio.
13. En el hoy que nos toca vivir, el hombre moderno carece de intimidad e
interioridad. Es un hombre deshabitado. ¿Cómo conseguir la visión?
Haciendo silencio. El hombre de hoy tiene soledad pero no silencio.
Necesitamos engendrar en nosotros el hombre interior. Y, ¿cómo
conseguir hacer silencio? Estando quieto y resistiendo. Elevando las
manos y el corazón a Dios. Esta es la más grande actividad que
podemos hacer.
14. Adorar es esto: Callarse de todo lo que no es Dios, hacer silencio,
dejarse penetrar por el misterio. Esto significa, en cierta manera, morir
para volver a la vida con mirada renovada. s un paso de muerte a vida
donde se renuevan todas las cosas. Donde se escucha la Palabra y se
recibe la fuerza para Testimoniarla. Se trata de escuchar en el silencio la
voz de Dios: Palabra creadora y comprometedora, que genera liberación
en el entorno donde se vive.

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15. Para encontrar a Dios en las profundidades de nuestro ser, debemos
comenzar por "volver a nosotros mismos", pararnos, situarnos,
relajarnos, salir de tanta dispersión. Así, se puede decir que, desde un
punto de vista meramente antropológico, hacer silencio es ya un bien
para la persona.
16. Cualquiera que ama, ama la soledad en compañía del ser amado. Quien
ama al Creador, persevera en la dulce y exigente intimidad con El. La
persona contemplativa no es pasiva ya que la adoración es la más
grande actividad. Busca a Dios desde lo más profundo de su ser y se es
útil al prójimo obedeciendo fielmente la Voluntad de Dios allí donde El
nos quiere.
17. Para santa Teresa de Ávila el alma es un castillo, como los castillos de la
meseta castellana. Y nuestro interior, el centro de nuestro ser, en el que
mora Dios, es la cámara nupcial de ese castillo. Pero para la mayoría de
nosotros es la cárcel oscura a donde no vamos nunca. No obstante, es
la habitación secreta y escondida, la cámara nupcial de cada uno. En lo
más profundo de nosotros está el Amor. Y la santidad es nuestra
verdadera personalidad. Cuanto más nos identificamos con Dios, que es
Amor, somos más nosotros mismos. Porque Dios no nos ama en
conjunto, sino individualmente. Cada uno de nosotros es irremplazable y
único y él nos ama a cada uno más que nos amamos a nosotros
mismos.
18. El silencio nos lleva a una experiencia de soledad, sin que nadie nos
proteja y arrope. A esta experiencia tenemos miedo, pues nos sitúa ante
nosotros mismos, sin ropajes ni artificios. Tenemos miedo de
encontrarnos ante nuestra propia realidad. Si tenemos paciencia y
afrontamos este miedo, recuperamos el paraíso perdido, nuestro
auténtico hogar, lleno de vida y de paz. Es la vida y la paz que brota del
silencio, para iluminar nuestra mente y nuestro corazón.
19. Hemos expulsado el silencio de nuestras ciudades y de nuestras vidas.
Hemos de recuperar el silencio, pues es el único que aporta calma, da
paz y hace crecer en sabiduría. Los momentos más grandes de la vida
45
humana son siempre momentos de profundo silencio. Los momentos
más grandes del arte, de la ciencia, de la creatividad, son momentos de
absoluto silencio.
20. El silencio es una “música callada” que brota en el corazón cuando se
callan todos los sonidos de alrededor. El silencio es la melodía de Dios,
una presencia amorosa, quieta y luminosa que envuelve a toda la
creación. El silencio siempre habla, pero se escucha en silencio. Así,
silencio y quietud es lo mismo que presencia amorosa.
21. El silencio habla desde la otra orilla, desvelando la presencia silenciosa
y eterna de Dios, que nos da el espíritu de sabiduría para manifestarnos
el verdadero conocimiento y nos ilumina nuestros ojos para conocer a
que esperanza estamos llamados.
22. El silencio es el lenguaje de Dios con el que nos dice todo sin
intermediarios. El silencio es la presencia amorosa de Dios que nos
revela su Espíritu en el corazón. El silencio es la palabra más densa de
Dios, que sin decir nada, nos llena de su propia presencia, que es
amorosa, ablanda el corazón y suaviza el dolor.
23. Si la palabra no quiere ser frívola es preciso que nazca en el silencio. El
silencio no es un repliegue sobre sí mismo, sino la toma de conciencia
de sí mismo.
24. La conciencia es el centro de la vida moral de la persona. Es el lugar
donde se decide la voluntad de Dios. La conciencia es ‘un corazón
palpitante' del que brotan las decisiones, los discernimientos, los juicios,
etc.
25. Todo silencio verdadero es una oración. El momento en que tomo
conciencia de lo que quiero decir, eso no me pertenece, pero si soy
responsable de ello.
26. La palabra no me pertenece. Yo sólo soy o existo en tanto que
participación en una Palabra que no es mía, sino la de Dios. Por tanto, el
momento del silencio es el momento del despojamiento de mis intereses

46
personales, deseos y egoísmos, para tratar de expresar una palabra que
es más yo que mi propio yo; una palabra que está en mí sin ser para mí.
27. La oración y la acción son dos momentos indisociables. Todo es diálogo,
todo es soledad. Diálogo porque mi centro no está en mí. Sólo hay
diálogo si desde el principio del intercambio estoy convencido de que
tengo algo que recibir del otro, si no, no vale la pena el diálogo.
28. La palabra ha sido la mejor forma de expresión del espíritu y si
afirmamos que carece de poder transformador caemos en un
materialismo mecanicista y fatalista. La persona santa es una portadora
de la palabra. Una palabra que le supera y que, como en todas las
épocas, lleva al fracaso. Su belleza consiste en no renunciar nunca, a
pesar de los fracasos.
29. La soledad habita en el corazón. La soledad es el sentimiento de la no
realización interior. El que uno viva en una cueva es algo exterior a la
persona. Si vives en plenitud no puedes estar solo. Estarás solo, en el
sentido de que no estarás cerca de otras personas, pero únicamente en
este sentido. La auténtica soledad es la carencia de Dios. San Bernardo
afirma: “Quien tiene a Dios consigo nunca es un solitario, aunque esté
solo”. Si vivimos así, somos 'hermanos universales'.
30. El silencio no es ausencia o rechazo de la palabra, sino, por el contrario,
es acogida de toda palabra interior donde debería enraizarse toda
palabra exterior. El silencio da a cada palabra y a cada nota de música
su densidad y su color propios. No es, pues, una casualidad que, en la
tradición bíblica, el silencio preceda o prolongue la Palabra, iluminando a
su modo el diálogo entre Dios y la persona.
31. El silencio es un pedagogo que nos enseña a escuchar: Escuchar la
naturaleza; escuchar nuestro corazón, nuestra conciencia, para
conocernos mejor y dirigir nuestra vida; escuchar a las personas para
enriquecernos con su diversidad y quererlas más, y, finalmente,
escuchar a Dios, su Palabra interior, su Espíritu que habla en nuestro
corazón para comunicarnos su Vida.

47
32. Cando nuestro silencio parece vacío, cuando Dios parece que se nos ha
hecho una realidad inconsistente, ‘el silencio de Dios’, entonces resulta
que el Espíritu nos está conduciendo hacia una actitud más verdadera
delante de Dios. Si es verdad que el aparente silencio de Dios nos hiere,
puede convertirse también en una pregunta verdadera y saludable: ¿En
qué Dios creemos?
33. El Dios revelado por Jesucristo no 'sirve' para nada, en el sentido
estricto de la palabra. No suprime ni los límites ni las pruebas de la
condición humana, pero transfigura nuestro hacer cotidiano y hace
estallar nuestros horizontes. El silencio de Dios es una invitación a
profundizar, a purificar el contenido de nuestros deseos, a ensanchar el
horizonte de nuestras necesidades, a asumir nuestra radical pobreza, a
acoger la gratuidad de su propia Vida.
34. El silencio es indispensable para existir como persona y esencial a toda
ética auténticamente humana, sea o no de inspiración cristiana, pues
ese silencio deja sitio a las decisiones que incumben, en último análisis,
a toda la persona, permitiendo que nos alcemos al nivel de la dignidad
humana. Una ética que suprimiera esta parte última y decisiva de la
autonomía personal, negaría la dimensión más específica de la
responsabilidad humana.
35. Hacer silencio es dejarse penetrar por el misterio. Esto significa, en
cierta manera, morir para volver a la vida con mirada renovada. Es un
paso de muerte a vida donde se renuevan todas las cosas. Donde se
escucha la Palabra y se recibe la fuerza para testimoniarla. Se trata de
escuchar en el silencio la voz de Dios: Palabra creadora y
comprometedora, que genera liberación en el entorno donde se vive.
36. Adoración y profetismo son parte de la misma realidad. El adorador, el
que escucha y capta el mensaje liberador, es un profeta que habla en
nombre de Dios e ilumina la realidad, testificando su palabra con el
testimonio de su vida, llegando incluso hasta el martirio si fuera
necesario. Es por esto que no puede haber auténtica adoración sin
testimonio, ni auténtico testimonio sin adoración.
48
37. Mediante el silencio se va adquiriendo sabiduría, que es un saber de
experiencia, es decir que tanto es afectiva como intelectual. Es tanto
hacer como saber. Es una experiencia de totalidad que configura nuestra
vida. La sabiduría, como actitud fundamental, depende de nuestra
transparencia, de nuestro ser, de la autenticidad de nuestra vida. La
sabiduría es armonía personal con la realidad, concordia con el ser. No
conseguimos la sabiduría ‘sabiendo mucho’, sino en tanto que no
sabemos. A la sabiduría no la podemos poseer, manipular, gozar. No es
ningún objeto. No sirve para nada. No es ningún sirviente. Es
completamente superflua. No se puede obtener, conquistar, coger,
utilizar incluso para buenas intenciones. La sabiduría es un don.
38. La fe a un nivel humano significa confiar, tener certeza de que las
promesas serán cumplidas. Sin confianza no hay honestidad. Tener una
actitud de confianza implica adoptar una actitud positiva ante la vida,
ante los demás, verles no como un obstáculo en mi camino sino como
una ocasión para celebrar la fiesta de la vida. Confiar es sumar,
desconfiar es restar. Confiar es ir abriéndose, saber descansar en otro.
Quien confía descansa, pero quien desconfía se agobia y termina por
encerrarse a sí mismo.
39. Tener fe en Dios es creer, es decir, afirmar y tener por verdadero aquello
que no vemos. Es un regalo del cielo. Gracias a la fe vemos toda la
realidad del mundo con una perspectiva más profunda que la simple
mirada natural y mundana. La fe es una decisión responsable de fiarse
de Dios. La fe no es efecto de la luz de nuestra inteligencia, sino una
iluminación, una dilatación, una agudización de nuestro conocimiento
mediante una participación en el conocimiento de Dios. La inteligencia
se doblega por la fe ante la autoridad de Dios. No obstante, la fe es
razonable. La verdad de la fe está, sin duda, por encima de la razón,
más no va contra ella. No se trata de una manipulación de la inteligencia
sino

un

perfeccionamiento

de

la

misma

y

una

iluminación

insospechadamente maravillosa. El mayor obstáculo para la fe es la
soberbia, pues para abrirse al Todopoderoso es indispensable
entregársele y sometérsele.
49
40. En la geografía interior del alma, no se pude recorrer el camino sin
esperanza. La vida de la persona sobre la tierra es como un camino que
se recorre paso a paso, y no podemos definir mejor al ser humano que
diciendo que es un caminante, un peregrino sobre la tierra. En este
caminar la esperanza proyecta más allá del trecho recorrido hacia
etapas aún no cubiertas, hacia metas aún no alcanzadas.
41. El ser humano espera poseer lo que aún no posee, llegar más allá de
donde ha llegado. La virtud de la esperanza consiste en esperar unirse
totalmente con Dios. Llegar hasta Él, unirse a Él y gozar de su amor. Y la
oración es la mejor manifestación y actuación de la esperanza. Quien
espera en Dios y confía obtener de Él lo que le pide, ora siempre sin
desfallecer.
42. Como somos peregrinos tememos no poder alcanzar el fin eterno. Pero
no por eso debemos aspirar a la salud o a la riqueza, al honor o al éxito,
sino tan sólo en cuanto estos bienes favorezcan, o por lo menos no
impidan la consecución de nuestro fin eterno, si es que queremos llevar
una vida conforme a la esperanza divina, ya que esta es rebelión contra
el mal, sueño de justicia y felicidad. La esperanza es confianza, pero no
es seguridad, a causa de las limitaciones humanas y de la libertad, la
esperanza es siempre insegura.
43. El amor no es un sentimiento. El sentimiento es algo adjetivo, adventicio;
el amor en cambio es algo sustantivo. Pero tampoco es un deseo, pues
podemos desear cosas que en sí mismas no impliquen amor. Además el
deseo tiende a absorber al objeto, mientras que el amor impele hacia
fuera y mueve a hacer del otro el verdadero centro de gravedad del
amante. Tampoco se puede identificar con la pasión, que en lugar de
plenificar, está más cerca de un estado obsesivo que lleva al descalabro.
El amor es pulsión unificante, que hace de amado y amante una sola
carne. Este estar el uno en el otro en lo que consiste el amor, implica
estar cada uno fuera de sí, que es la mejor manera de estar en sí. Así, el
amor es un impulso unificante, continuo y desinteresado. El amor va de
dentro a fuera: es un don que necesita ser aceptado, unos ojos que

50
buscan otros ojos, una mano al encuentro de otra mano, una pregunta
en demanda de respuesta. Por esto, el amor es dialógico.
44. La aspiración del ser humano al bien, al amor, encuentra en Dios su
propio objeto. La persona halla en Dios un criterio de jerarquización de
su amor a los seres creados y la garantía de que este amor, jerarquizado
según Dios, no es una dilapidación insensata, sino una actividad sólida y
consistente, porque el mismo Dios es amado en los seres creados.
45. La vocación no es algo que tienen algunos, sino que la tenemos todos.
Se trata de un encuentro que proporciona una inspiración básica en la
vida, de la que nace el compromiso, el cometido principal que cada
persona tiene, y que quien es creyente percibe como los planes de Dios
para él. Por eso, saber cuál es nuestra misión en la vida es la cuestión
más importante que debemos plantearnos cada uno, y que podemos
plantear a quienes queremos ayudar a vivir con acierto.
46. Dios busca la felicidad del ser humano y la vocación es el
descubrimiento de ese designio y ese plan que Él ha previsto para que
cada uno alcance la máxima realización personal. La vocación es como
el reto que nos plantea nuestra vida. Es una nueva luz, un
acontecimiento que nos da una nueva visión de la vida, y la llena de
sentido.
47. La vocación es un don y para poder acogerlo es necesario dejarle
espacio en nuestras vidas, hacer silencio en nuestro interior. Debemos
abandonar los ruidos, los mil objetos que distraen nuestra atención en
una multitud de pequeños detalles intrascendentes. El silencio nos
ayuda a concentrar nuestra vida, a profundizar en ella, a vivirla en
plenitud y a descubrir nuestra vocación.
48. La tarea irrenunciable que todo ser humano debe llevar a cabo a lo largo
de su vida es la de conocerse a sí mismo. Se trata de ser uno mismo en
el mundo. Este ser uno mismo resulta imposible si el yo no se refiere a
una realidad que está en él, pero que le trasciende. Cada ser humano
está llamado a ser un yo único e irrepetible, a construir una historia

51
particular y diferente, a realizar un proyecto de vida y una misión en el
mundo. Para llegar a comprender el propio destino, es necesario realizar
el silencio, para oír la voz interior del Maestro divino. No se trata de
inventar, de crear imaginativamente, sino de escuchar y de obedecer.
Esta escucha resulta fundamental para aclarar el misterio de uno mismo
y clarificar lo que uno está llamado a ser y a hacer en el mundo.
49. El descubrimiento del sí mismo requiere la apertura al Tú incondicional
de Dios, que ha creado a cada ser humano con una singularidad propia,
pero para percatarse de este don, tenemos que confrontarnos con Dios,
aislarnos de los demás y ahondar en la propia estructura personal. El yo
auténtico no se capta más que en relación con el Absoluto que,
revelándose, le hace conocerse. Existir ante Dios es tener consciencia
de las propias limitaciones y pecados. Ante la presencia del Amor puro,
de la Luz del mundo, tomamos consciencia de nuestra fragilidad moral,
pero, al mismo tiempo, se abre el camino de acceso a la providencia y a
la gracia de la salvación.
50. La tarea de ser uno mismo entraña, necesariamente, padecer un sin fin
de sufrimientos, que están íntimamente vinculados a la empresa de ser
uno mismo. No se llega a ser lo que se está llamado a ser sin sufrir, sin
padecer la incomprensión y el odio de los demás. El temor a ser uno
mismo, a vivir conforme a la voz que llama en el interior de uno mismo
engendra, lógicamente, angustia, puesto que, tal modo de vida, nos
hace diferentes al resto de las demás personas. Reconocerse ante Dios
implica aprender a vivir sin el reconocimiento de los demás. Ser
auténticos implica asumir la propia interioridad.
51. Quien se evade de sí mismo, se evade, en el fondo de Dios, que está en
la raíz del sí mismo. La vocación, que tiene su origen en lo alto,
encuentra en lo profundo del ser humano aspiraciones, estímulos y
condicionamientos para que pueda ser recibida, escuchada, acogida y
vivida. El despuntar y el desarrollo de una vocación es un misterio del
que entrevemos sólo algunos aspectos parciales, en continua e

52
imprevisible evolución, indicadores de un proceso cuyos componentes
dinámicos brotan de dos seres libres y en continuo diálogo entre sí.
52. La vida más que un simple hacer es quehacer en el que el ser humano
se proyecta y se realiza hacia nuevas formas de ser real. Nuevas formas
que cada uno, desde su realidad concreta, elige como metas preferibles
y por tanto valiosas. Los humanos necesitamos fijarnos un objetivo,
entregarnos a ese objetivo, e ir avanzando poco a poco sin pararse a
mirar a un lado y a otro. De esta manera, encontramos el sentido de la
vida. El objetivo ha de estar en consonancia con el proyecto humano en
general. Incluso en las adversidades y circunstancias angustiosas
debemos intentar dar con el sentido, bien para salir de ellas, bien para
poder aguantarse equilibradamente en ellas. Solamente cuando se da
ese sentido uno puede justificar la vida y la muerte y soportar el dolor y
las situaciones límites.
53. Cada ser humano tiene dentro de sí una mente y un corazón que nadie
puede tocar, que nadie puede destruir. Es verdad que nos pueden matar,
pero nadie nos puede obligar a pensar lo que no queremos, ni amar lo
que odiamos, ni despreciar aquello que es lo más importante para
nosotros. A lo sumo, podrán enloquecernos, pero no habrán podido
doblegar nuestro espíritu. Cada hombre y mujer, en esta tierra, puede
vivir para algo, puede vivir para alguien. Querer vivir ‘para nada’ sin
ningún proyecto serio, sin ningún amor sincero, es caminar hacia la
propia destrucción de la persona. Por eso hay que descubrir nuestro
quehacer, nuestra misión en esta vida. Se trata de ver como es mi
trayectoria personal y preguntarse qué esperan los demás de mi
existencia. Sentido de la vida y vocación personal en este punto se
encuentran.
54. Hay un designio que nos supera, que nunca es comprendido del todo;
hay un proyecto en el que cada uno tiene un lugar maravilloso. Descubrir
ese proyecto de Dios, pensado para nosotros, para nuestra propia
felicidad y para el bien del mundo, es una tarea que nos pide a todos
abrir el corazón a la esperanza. El dolor no es el fracaso de una vida sin

53
sentido. El dolor es una invitación a dar sentido a lo que parece una vida
fracasada, pero no lo es: todo vale en el horizonte del amor de Dios.
55. La realidad del ser humano es primariamente pretensión, proyecto, y en
esto consiste su extraño carácter de ser a la vez real e irreal. El
elemento de irrealidad, de imaginación, de futuro, de proyecto o
pretensión, forma parte de la realidad humana. La sabiduría no se
consigue sabiendo mucho, sino no sabiendo nada. El saber de la
sabiduría no es una actividad puramente racional, sino sobre todo un
contacto con la realidad. Nada más se conoce lo que se ama. Este
conocimiento de la sabiduría crea comunión, pues la sabiduría no es
complicada, no es la suma de muchos conocimientos, ni de experiencias
múltiples. No se la puede acumular. No se puede tener experiencia de la
sabiduría si no se vive el mundo como patria propia.
56. La sabiduría es un don libre, un puro regalo. La persona sabia utiliza su
ojo interior, su oído interior para penetrar las cosas, sin necesidad del
conocimiento intelectual. Podemos conocer la sabiduría gracias a una
experiencia interna que proporciona paz, alegría y libertad. Por eso no
hay que malgastar nuestro tiempo en cosas que no proporcionan
alegría, hay que hacer silencio.
57. La sabiduría no es una meta de la voluntad. Cuando estamos centrados,
todo se coloca en su justo sitio. Llegamos a ese centro gracias al
silencio contemplativo. Estar centrado, significa pues, encontrarse a la
misma distancia de todos los puntos de la circunferencia. Ver no es
reflexionar sobre lo acontecido, sino simplemente mirar, contemplar
dejándose contagiar por lo contemplado.
58. Hay que hacer crecer la vida espiritual en nuestro corazón si no
queremos que las preocupaciones de la vida nos invadan. De esta
manera vamos encontrando el sentido a la vida, que no se debe plantear
en términos generales, sino que ha de ir dirigida al significado concreto
de la vida de cada ser en un momento dado. Todas las situaciones
tienen un sentido aunque nos parezcan incomprensibles. En el horizonte

54
de las infinitas situaciones humanas, debemos descubrir la presencia
escondida de Dios.
59. La evolución no termina en la persona humana. Después viene la
comunidad humana. La conciencia es la clave, el hilo conductor, por
donde discurre la evolución general. El ser personal humano, donde la
conciencia encuentra su plenitud a escala individual, se presenta como
el puente de articulación de todas las fibras cósmicas. La explicación del
universo tiene su fundamento en la persona, centro y punto de
armonización del mundo. A partir de la experiencia de la persona
humana, es decir, de la conciencia de nuestros valores espirituales,
todos los demás fenómenos, no sólo los humanos, sino los biológicos y
físicos, adquieren coherencia y explicación en la perspectiva de una
materia que evoluciona hacia el espíritu. Por esta razón el proceso
ascendente de los seres no puede menos de ser concebido que en
función de la personalización.
60. La persona como síntesis recapitula en sí todo lo que le antecede, al
mismo tiempo que se erige como grado específico de unidad lograda. Es
un resumen donde aflora el cosmos entero, ya que por todas las fibras,
tanto materiales como psíquicas, se halla vinculada a todo cuanto la
rodea. Se halla prendida de una red de relaciones de suerte que la
persona es esencialmente cósmica.
61. La persona no es algo realizado, sino un deber ser. La persona es
persona en la medida en que es consciente de la orquestación universal
en que se inserta su papel individual. La etimología nos recuerda que la
persona es ese personaje que representa un papel, cumple una función.
Tener por vocación el desempeñar un papel individual en el drama
universal, constituye el ser mismo de la persona.
62. El universo material y espiritual no son una mera yuxtaposición de
partes, sino una verdadera conexión en la que cada cual ocupa su lugar
y desempeña su función. La persona y el mundo están en devenir. En su
esencia el universo está inconcluso caminando hacia su Centro

55
Absoluto. Ser una persona es tener conciencia del drama cósmico y
participar en él desempeñando el papel eficaz al que ha sido llamada.
63. El silencio y la soledad es el medio adecuado para trascender las
ilusiones de la naturaleza y ser capaz de presencia moral o mental.
Mediante el silencio se asocia la persona a los demás seres, siendo esta
presencia aún más profunda. Es necesario apartarse de la exterioridad
para hacer accesible la presencia de los demás en la conciencia. La
soledad se resquebraja por un solo acto de generosidad. La amistad no
consiste en añadir dos aislamientos, sino en liberarse del propio
aislamiento por la percepción activa de la otra persona en la que la otra
persona se encontraba, pues vamos al tú por el descubrimiento de
nuestro yo ideal. El amor sólo aparentemente es unilateral. Si la
generosidad es eficaz para un ser, lo será también para el amante y el
amado, e indirectamente para todo el universo.
64. La generosidad es, además, el único medio que tenemos en influir en las
decisiones temporales de las demás personas. Hay más felicidad en dar
que en recibir, en seguir dando también cuando no se recibe nada o se
recibe ingratitud. Al odiar el crimen y querer al criminal se construye la
historia ideal del mundo y se devuelve a las personas la dignidad que
han perdido, destruyendo las causas de la separación.
65. El fracaso en la generosidad, que suele ser proporcional al amor que se
profesa, nos lleva a amar a Dios que ama y crea unilateralmente. Una
conciencia verdaderamente generosa no rehúsa el riesgo de sufrir por
causa de otra persona, precisamente porque no se puede mostrar
indiferente a ésta. Amar a alguien es también otorgarle el poder de
hacernos desgraciados.
66. El camino hacia el sano sentimiento del propio valor pasa por la
aceptación del lado de sombra, por la integración de los propios valores
y por la admisión de la imagen de Dios que se expresa en el alma
humana por medio de imágenes y de símbolos. Así, nuestra tarea es
llegar a 'sí mismo' o el yo ideal y no llegar a ser 'yo'. El yo es únicamente
consciente. Para llegar hasta el 'sí mismo' he de desasirme del pequeño
56
yo. Quien esté en contacto con el 'sí mismo', será independiente de los
demás. Ha encontrado el camino hacia sí mismo, hacia su propia
dignidad. Y será capaz de permanecer en sí mismo, de mantenerse en
sí mismo, y ser independiente del juicio de los demás. El 'sí mismo' es la
imagen de Dios en mí, la imagen singularísima que Dios se ha hecho de
sí a base únicamente de mí.
67. El 'sí mismo' espiritual es la patria interior en la que estamos
enteramente con nosotros mismos y en la que descubrimos que nuestro
verdadero 'sí mismo' ha sido plasmado por Dios. Mientras que no
descubramos esta antiquísima verdad de que nuestra patria está en lo
interior, estamos condenados a andar errantes y buscar consuelo en el
mundo exterior.
68. Los místicos creen que en cada persona existe un espacio de silencio y
quietud. No obstante muchas personas no sienten este espacio debido a
las múltiples preocupaciones y problemas que se interponen entre la
conciencia y el 'sí mismo'.
69. El camino hacia ese lugar de silencio pasa por la oración y la
meditación. Cuando la persona se adentra en el lugar de quietud que
hay en su interior, entonces crece en ella el sentimiento de libertad y
confianza. Crece el sentimiento del propio valor. Crece el sentimiento de
libertad y confianza. Es el sentimiento de que la persona tiene un núcleo
divino, que es el espacio de silencio y quietud en el que sólo Dios habita,
y sobre el que este mundo no tiene poder ninguno.El yo de la persona
no es más que una etapa; el nosotros es un fin y la soledad un medio
para percibir los valores.
70. La ética del amor al prójimo nos pone ante el rostro de la persona en su
peculiaridad irrepetible, en su enigma indescifrable, y nos invita a
ayudarle, siendo ella un fin y nunca un medio. Girar la historia consiste
en crear una sociedad donde la ambición esté desterrada y en lugar de
la rivalidad reine el amor mutuo. Cualquier cambio estructural fracasará
si no va a acompañado del cambio de valores y de conducta.

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58
II PERLAS DE CONTEMPLACIÓN
“No tenga otro deseo, que el de entrar sólo por amor a Cristo en el desapego,
el vacío y la pobreza de todo lo que existe en la tierra. No tendrá otras
necesidades más que aquellas a las que haya sometido su corazón; el pobre
de espíritu nunca será más feliz que cuando se encuentre en la indigencia;
aquel cuyo corazón no desea nada es siempre generoso. Los pobres en el
Espíritu (Mt 5,3) tienen una gran libertad en todo lo que poseen. Su placer es
pasar necesidad por amor a Dios y al prójimo... No sólo los bienes, las alegrías
y los placeres de este mundo nos estorban y nos retrasan en el camino hacia
Dios, sino también las alegrías y las consolaciones espirituales, son en sí
mismas un obstáculo en nuestra marcha, si los recibimos o las buscamos con
un espíritu de propiedad”
SAN JUAN DE LA CRUZ (1542-1591)

5. A diferencia de la ciencia, que, para analizarla, divide la materia en
partes más pequeñas, y se va fragmentando conforme progresa en
especialidades más y más penetrantes, la sabiduría, hasta cuando
recoge los múltiples conocimientos proporcionados por las ciencias, los
refiere siempre al centro donde ella se encuentra, al nivel del espíritu,
gracias a la inteligencia espiritual, más allá de la mente razonante. En
ese lugar interior es donde la sabiduría se desarrolla mediante un
continuo trabajo de síntesis, comparable a una rumia y a una digestión,
pero desarrollados a la luz del Espíritu.La sabiduría es activa por su
trabajo de reflexión y de asimilación a base de experiencia, y
contemplativa por su atención a la luz superior que la preside tanto a ella
como a las ideas ordenadoras que emergen ante sus ojos. El
crecimiento de la sabiduría no se puede verificar, como en las ciencias,
mediante exámenes, tests, mediciones y cálculos. Progresa por medio
de una maduración que se inserta en la duración vital, diferente al
tiempo mecánico; tiene sus etapas y sus estaciones, como los

59
organismos vivos, como crecen también las virtudes en el corazón y en
el espíritu. La sabiduría se manifiesta a través de su fecundidad cuando
llega el tiempo, a través de la excelencia y del sabor de sus frutos para
quien sabe apreciarlos, pues es preciso tener formado el gusto por la
sabiduría.
6. Nuestra mente, habitualmente dispersa en una gran diversidad de
pensamientos y de ideas, debe ser unificada y llevada de la multiplicidad
a la simplicidad, de la diversidad a la sobriedad. Debe ser purificada de
toda imagen mental, de todo concepto intelectual, hasta no ser
consciente de nada, salvo de la presencia amorosa de Dios invisible e
incomprensible. Es así como, entrando en el silencio aprendemos el arte
de la oración, que es un camino espiritual que nos une con Dios y no un
lugar para reflexionar sobre Dios o sobre nosotros mismos.
7. El paso de la oscuridad a la luz es la primera separación de las ideas
falsas y erróneas sobre Dios. La inteligencia espiritual oscurece todo lo
sensible y habitúa al alma a la contemplación de aquello que está
escondido.
8. Contemplamos un Dios que es invisible, pero que nos ofrece un
sentimiento de presencia, un sentir no con los sentidos del cuerpo, sino
con aquellos interiores del corazón.
9. Entrando en la “nube del no saber”, es decir creyendo, la persona
permite a la propia razón ejercer su acto más noble: reconocer que hay
una infinidad de cosas que la sobrepasan.
10. La contemplación divina lejos de humillarnos y privarnos de algo está
hecha para llenar al ser humano de entusiasmo y de alegría. Dios es
infinitamente más grande, más bello, más bueno, de cuanto lograríamos
nunca pensar.
11. Orar es ponerse en comunión con Dios, para estar en su presencia, que
nos penetra y rodea como el aire que respiramos. "Es pensar en Dios
amándolo", como decía Carlos de Foucauld. Es, en definitiva, en
palabras de santa Teresa de Jesús, "un trato de amistad a solas con
quien sabemos que nos ama". Esta relación puede crecer y

60
desarrollarse desde las tentativas más incipientes hasta la intimidad más
profunda, vivida en la oración continua del auténtico peregrino.
12. La oración es una historia de amistad entre la persona y Dios. El
Creador es el agente principal y la criatura padece su acción: Donde
Dios más actúa, la persona más se transforma.
13. La oración no se conquista ya que es una realidad viva, un proceso
evolutivo y permanente. Sucede lo mismo con la amistad, que entraña
un dinamismo en continuo crecimiento. Se sabe el punto de partida, pero
no el de llegada. Así, la oración es un proceso que va desde la
exterioridad a la interioridad en búsqueda de Alguien que sabemos que
nos ama.
14. Se necesita tener mucho valor para orar, para perseverar sin ver, para
prolongar la oración y mantenerse en ella, seguros de que Dios vendrá a
nuestro encuentro.
15. El ser contemplativo no es pasivo. La contemplación es la más grande
actividad que el ser humano puede realizar. Es un buscador de Dios
desde lo más profundo del ser y se es útil al prójimo obedeciendo
fielmente a la Voluntad de Dios diseñada en nuestra conciencia y en
favor de nuestros hermanos, allí donde Él nos quiere.
16. Contemplar es un conocer no pensante. Mirar con amor, adorar, es la
forma perfecta de conocer sin más. Contemplar es, por tanto, intuir,
entrar en el "presente absoluto", que es el tiempo verbal de la eternidad.
Cuando se rompen las normas del tiempo, el instante más pequeño se
rasga como un vientre preñado de eternidad. el éxtasis es el gozo de
sentirse engendrado en el infinito de ese instante y nos deja entrever,
más allá del pensamiento humano, un oculto sentido.
17. Contemplar no significa mirar a Dios, sino ser mirados por Dios. Dejarse
penetrar de su Amor y descubrir su Presencia a través de los "signos de
su creación".
18. La contemplación es purificación del interés. Es una oración pura, pero
no deshumana. Más que subir al cielo, es un profundo descender al
61
vientre de la tierra donde están las raíces del ser, que son la vida, la
misericordia y la esperanza.
19. Contemplar es anticipar lo que debe ser un día el estado de vida de la
familia humana, el destino de toda persona. Quien tiene un poquito de
esta oración, puede hacer cosas inmensas por la humanidad,
permaneciendo atento a la "oscura presencia de Dios" y cumpliendo su
Voluntad.
20. La oración no es otra cosa que conocer el Amor como experiencia más
profunda. Esta experiencia nos hace tomar conciencia de que somos
hijos de Dios y nos proporciona una paz que nada ni nadie nos puede
dar.
21. La contemplación nos va haciendo realmente mejores, más pacíficos,
más pacientes, más unificados interiormente. El amor de Dios va
poniendo orden en nuestro interior suavemente, sin represión ni
violencia. El contacto con el fuego del amor opera en nosotros una
purificación. No se puede contemplar a Dios sin morir a nuestro
egoísmo.
22. Hay personas que viven para Dios, otras que viven con Dios y otras que
viven en Dios. Las que viven para Dios, su vida es lo que hacen y la
valoran por lo que hacen por Él. Las que viven con Dios también viven
para Él, pero no viven por lo que hacen por Él, sino por lo que son ante
Él. Su vida es reflejo de Dios por su sencillez y pobreza. Las que viven
en Dios, no viven por lo que hacen ni por lo que son, pues Dios hace
todo en ellos. Descansan en el ser de Dios por encima de su propio ser.
23. Cuando el ser humano está dispuesto a estar a solas con Dios, en el
desierto, el bosque o la ciudad, el relámpago ilumina todo el horizonte y
toca donde quiere. Cuando la infinita libertad de Dios brilla en las
profundidades del corazón, el ser humano es iluminado. En este
momento, aunque esté a la mitad de su viaje, ha llegado ya a su fin.
24. La humildad consiste precisamente en ser la persona que se es a los
ojos de Dios. Y como no hay dos personas iguales, si se tiene la
62
humildad de ser uno mismo, se será distinto de todos los demás seres
del universo. Por esta razón, el camino de la realidad, el camino de la
santidad, es el camino de la humildad, que nos lleva a rechazar nuestro
ser ilusorio y aceptar nuestra verdadera realidad ante Dios.
25. La entrada más usual a la contemplación es a través de un desierto de
aridez en la cual, aunque no se ve nada, no se siente nada, ni se capta
nada, y sólo se tiene la conciencia de un cierto sufrimiento y angustia
interiores, uno está atraído y mantenido en esta oscuridad y sequedad
porque es el único lugar en que se puede hallar alguna forma de
estabilidad y paz.
26. Al ir avanzando, se aprende a descansar en esta árida quietud, y la
seguridad de una consoladora y fuerte presencia en el corazón de esta
experiencia crece cada vez más, hasta que gradualmente se comprende
que es Dios quien se revela a uno en una luz penosa para nuestra
naturaleza y todas sus facultades, porque está infinitamente por encima
de ellas y porque la pureza está en guerra con nuestro egoísmo,
oscuridad e imperfección.
27. Cuando

Dios comienza a infundir su luz de

conocimiento y

entendimiento en el espíritu de una persona atraída a la contemplación,
la experiencia suele ser más de derrota que de triunfo.
28. Llegamos a ser "contemplativos" cuando Dios se descubre a sí mismo
en nosotros. La verdadera contemplación significa la destrucción de todo
egoísmo, la pobreza y la limpieza de corazón.
29. Como el fuego, que ilumina y purifica, en la contemplación no vemos a
Dios. Le conocemos mediante el amor. Cuando gustamos la experiencia
de amar a Dios por sí solo, sabemos por experiencia que es puro amor.
30. La verdadera experiencia mística de Dios coincide en el momento que
amamos a Dios y al prójimo "como a nosotros mismos". "Si dices que
amas a Dios y no amas al hermano, eres un mentiroso" (1Jo. 4,20).

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  • 2. 1
  • 3. 2
  • 5. “Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo en el cielo un silencio como de media hora” (Apocalipsis, 8,1) © Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld © José Luis Vázquez Borau Editor: Bubok S. A. Primera Edición: Abril 2013 4
  • 6. ÍNDICE INTRODUCCIÓN ................................................................... Pág. 7 PRIMERA PARTE: EL CAMINO MÍSTICO ................................................................... Pág. 11 I. ANTROPOLOGÍA ESPIRITUAL DE LA MÍSTICA ........................... Pág. 17 1. Vía purgativa ............................................................................... Pág. 17 2. Vía iluminativa ........................................................................ Pág. 18 3. Vía unitiva ................................................................................... Pág. 18 II. SAN BUENAVENTURA 1. Testimonio de vida ...................................................... ........................................................... Pág. 21 2. Su pensamiento místico ................................................... Pág. 23 3. Etapas para conseguir la sabiduría III. SAN JUAN DE LA CRUZ 1. Testimonio de vida Pág. 21 .................................. Pág. 25 ..................................................... Pág. 29 ............................................................ Pág. 29 2. Su pensamiento místico .................................................... Pág. 31 3. Etapas para conseguir la sabiduría ................................... Pág. 32 SEGUNDA PARTE: PERLAS DE SILENCIO Y CONTEMPLACIÓN ................................. Pág. 39 I PERLAS DE SILENCIO …......................................................... Pág. 43 II. PERLAS DE CONTEMPLACIÓN ................................................ Pág. 59 CONCLUSIÓN ........................................................................... Pág. 83 BIBLIOGRAFÍA .......................................................................... Pág. 85 ORACIÓN DEL HOREB ...................................................................... Pág. 86 5
  • 7. 6
  • 8. INTRODUCCIÓN El camino de descenso a las profundidades de nuestro ser y salida al encuentro de nuestros hermanos es cíclico y a la vez progresivo, hasta que veamos a Dios ‘cara a cara’. Por esto no hay auténtica mística sin ética, ni ética verdadera sin mística, ni verdadera religión sin mística ni ética. Y todo esto lo vive la persona santa en el aquí y ahora del presente de Dios. Todo comienza con una decisión, la de salir, la de ponerse en camino para descubrir nuevos horizontes, abrirse a lo provisional y hacerse peregrino. Ponerse en camino significa haber recibido una llamada, misteriosa, desconcertante, desestabilizadora, que imprime un nuevo rumbo a la vida, amparado y guiado por el Espíritu. Para poder ser nómada y estar en camino, hay que confiar con todas las fuerzas en Dios que es a la vez Padre, Madre y Amigo. Desposeerse de todas las cosas y especialmente del propio deseo, para recibir la vida, con sus dones, como un niño. Sólo quien tiene un corazón de pobre y de poeta se abre al infinito, pues Dios resiste al soberbio y acoge al de corazón sencillo. Todos llevamos dentro un monje. Todos llevamos en las capas más profundas de nuestro ser una llamada a la soledad, al silencio, a la contemplación de las criaturas y al trato con el Creador con un corazón indiviso, es decir, todos llevamos un monje antropológico dentro, aunque después derive nuestra historia de mil formas distintas; pero incluso en la vida matrimonial, si se desea la estabilidad de la pareja, se deberá tener en cuenta esta primera realidad configuradora del ser humano. En el interior de cada persona hay una alcoba interior. Todos tenemos dentro de nosotros una intimidad oscura, un cuarto cerrado, un lugar que ha sido creado para el amor, un paraíso interior. Pero la mayoría de los seres humanos no lo saben. Y por esto la mayoría tienen el interior vacío, sin amor. El ser humano, con la creación entera, ha sido creado para el amor. Y todo el tiempo que no emplee en ese amor, es tiempo perdido. Dios es ese sentimiento íntimo de soledad, y la conciencia de que existe un compañero, con el que todas las personas 7
  • 9. nacemos. Una presencia que está en lo más interior de nosotros mismos, en el ápice del alma. El encuentro místico con Dios es como una cita con su misterio contemplado en el silencio y en la intimidad del Padre dador de todo bien, de Cristo hermano, del Espíritu Santo, que es luz y fortaleza. La mística invita a la interioridad, a escrutar a fondo la propia realidad personal, a descubrir también en el propio interior la morada de Dios que no nos abandona, a meditar sobre el significado salvífico del momento actual y por tanto de la crisis en curso. Vivir en comunión no es vivir el sentimiento romántico de un lazo afectivo de los unos con los otros, más allá del tiempo y del espacio como una bonita idea. Es Cristo Resucitado el lazo de unión radical, a través del tiempo, de todos los seres humanos, pues todos reciben de él Su Vida. No es pues una sensación vaga, sino un lazo realmente divino entre toda la humanidad. A la Iglesia se la podría definir como la comunidad de los santos o comunidad de los fieles, pues no se trata de santos de pedestal, sino de personas creyentes que, llamadas por Dios a través de Cristo, han dejado el camino fácil y ancho del egoísmo e intentan modestamente, en la vida cotidiana, seguir a Cristo. El mismo Dios, al apoderarse, en tanto que Espíritu Santo, del corazón de las personas, es el fundamento de la comunión de los santos. La esencia de la Iglesia es la obra del Espíritu que realiza la comunión de las personas a imagen de la Trinidad y es también sacramento, signo visible y medio de esta comunión. Si la Iglesia quiere ser lugar de comunión y de reconciliación del género humano, si quiere ser fermento de la 'civilización del amor', ha de poner en el centro de su vida la plegaria contemplativa, la oración como acogida de la misericordia divina, para dar después testimonio de ella en los hermanos. Estar en comunión puede tener dos significados: Por un lado puede indicar participación en lo santo, es decir, participación en los sacramentos, refiriéndose entonces sobre todo a la Eucaristía como centro de la vida litúrgica; por otro puede significar comunión con los santos del cielo, es decir 8
  • 10. con los mártires y los demás justos de todos los tiempos, de los que nos es dado suponer que han llegado a la plenitud de Dios. Ellos son los garantes de la futura plenitud de todos los cristianos. Así pues, para un cristiano 'la comunión de los santos' significa que, a través de Cristo Resucitado, podemos comunicarnos con todos los seres humanos, desde el primero hasta el último, el del final de los tiempos, constituyendo la Fraternidad universal, el Cuerpo Místico de Cristo. La persona tiene un ritmo binario: salir de sí y volver a sí. Pero también es su drama existencial. La revelación judeo-cristiana nos aporta una luz decisiva sobre este enigma: Dios no es un ser solitario sino relacional, una comunión interpersonal de amor. Y si el ser humano es creado a imagen del Dios trinitario es, consiguientemente, por naturaleza un ser de relación. No puede existir, desarrollarse, ser persona sino es a través y en el juego de la relación: amar y ser amado. La relación es constitutiva de su ser, de su identidad. La persona es un ser solitario y comunitario que necesita de soledad y de relación para encontrarse a sí mismo y para encontrar a Dios. Para ver la realidad como la veía Jesús de Nazaret; para descubrir la bondad de la creación; para descubrir la beatitud en los pobres, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacíficos, los que padecen persecución por la justicia; para reconocer las maravillas que hace Dios, para agradecer su misericordia, para saber con certeza que dispersa a los que se engríen con los pensamientos de su corazón; que derriba a los potentados de sus tronos y ensalza a los humildes; que a los hambrientos llena de bienes y a los ricos despide vacíos; hace falta ‘nacer de nuevo’ y que se nos iluminen los ojos del corazón. Así podremos descubrir la presencia del Amor y cantar sus alabanzas. Hemos dividido el libro en dos partes. En la primera acudiremos a la enseñanza de dos maestros del ‘silencio y la contemplación’: San Buenaventura y San Juan de la Cruz y. En la segunda parte presentamos unas perlas de silencio y de contemplación que nos ayuden a no perder de vista al ‘silencio y la contemplación’ a lo largo de nuestro peregrinaje hacia la casa del Padre. 9
  • 11. . 10
  • 13. Si damos al término 'contemplación' el significado restringido de una cierta forma de conocimiento, esto no lo encontramos en la Biblia. Los profetas, por ejemplo, pueden dar a conocer la voluntad de Dios, pero no tienen necesidad para este fin de un ejercicio metódico; su don profético es de otro orden. Lo que más se aproxima a la actividad contemplativa es la actitud de los sabios del Antiguo Testamento. Es indudable que sufrieron el influjo del pensamiento helenístico, pero lo importante es que lo aceptaron, llegando a pensar que la sabiduría que alcanzaron era una participación de la sabiduría divina. A través de la contemplación del universo y de la acción divina en la historia, consiguen un verdadero conocimiento de Dios y de su providencia. En el Nuevo Testamento las alusiones más explícitas a una actividad contemplativa se encuentran en las cartas de san Pablo. Como dice J. Dupont, el término 'contemplación' no aparece, pero encontramos allí la noción de 'conocimiento espiritual' o gnosis. San Pablo no dice que tal conocimiento sea fruto de una actividad contemplativa, pero no se excluye esta eventualidad, pues sabemos que Pablo dedicaba largos ratos a la oración y que, al comienzo de su vocación cristiana se retiró durante dos años en Arabia. Esta es la experiencia personal a la que hace referencia san Pablo en el capítulo 12 de la Segunda Carta a los Corintios: Frente a quienes cuestionaban la legitimidad de su apostolado, no enumera tanto las comunidades que había fundado, los kilómetros que había recorrido; no se limita a recordar las dificultades y las oposiciones que había afrontado para anunciar el Evangelio, sino que indica su relación con el Señor, una relación tan intensa que se caracteriza también por momentos de éxtasis, de contemplación profunda; así pues, no se jacta de lo que ha hecho él, de su fuerza, de su actividad y de sus éxitos, sino que se gloría de la acción que Dios ha realizado en él y a través de él. De hecho, con gran pudor narra el momento en que vivió la experiencia particular de ser arrebatado hasta el cielo de Dios. Recuerda que catorce años antes del envío de la carta “fue arrebatado hasta el tercer cielo” (v. 2). Con el lenguaje y las maneras de quien narra lo que no se puede narrar, san Pablo habla de aquel hecho incluso en tercera persona; afirma que un hombre fue arrebatado al «jardín» de Dios, al paraíso. La contemplación es tan profunda e intensa que el Apóstol no recuerda ni siquiera los contenidos de la revelación recibida, pero tiene muy presentes la fecha y las circunstancias en que el Señor lo aferró de 12
  • 14. una manera tan total, lo atrajo hacia sí, como había hecho en el camino de Damasco en el momento de su conversión. San Pablo prosigue diciendo que precisamente para no engreírse por la grandeza de las revelaciones recibidas, lleva en sí mismo una “espina” (v.7), un sufrimiento, y suplica con fuerza al Resucitado que lo libre del emisario del Maligno, de esta espina dolorosa en la carne. Tres veces ha orado con insistencia al Señor para que aleje de él esta prueba. Y precisamente en esta situación, en la contemplación profunda de Dios, durante la cual “oyó palabras inefables, que un hombre no es capaz de repetir” (v. 4), recibe la respuesta a su súplica. El Resucitado le dirige unas palabras claras y tranquilizadoras: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad” (v. 9). Y Pablo exclama: “Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (vv. 9b-10) En este momento de intensa oración contemplativa, san Pablo comprende con claridad cómo afrontar y vivir cada acontecimiento, sobre todo el sufrimiento, la dificultad, la persecución: en el momento en que se experimenta la propia debilidad, se manifiesta el poder de Dios, que no nos abandona, no nos deja solos, sino que se transforma en apoyo y fuerza. El conocimiento del que habla Pablo es la conciencia de su vida en Cristo. Esta proviene de una luz interior, fruto de la presencia del Espíritu, que transforma la vida de Pablo en una vida "en Cristo Jesús". En la contemplación de san Pablo podemos distinguir también un movimiento que va hacia una mayor interioridad. Cristo aparece al inicio como juez. Luego como aquel de cuya vida nosotros participamos. Finalmente, como el que vive en nosotros. La contemplación es una forma de oración cristiana que no va dirigida a nada concreto. Es una situación de experiencia que trasciende las potencias activas de nuestra conciencia cristiana. La meta es mirar dentro de uno mismo, mirar lo divino en nosotros y en la creación, mediante la percepción o la experiencia que trasciende nuestras capacidades intelectuales. Se trata de calmar esas olas de conciencia, para que la mente se vuelva como un agua 13
  • 15. mansa y cristalina. En este tipo de oración el orante no razona, sino que trata de silenciar su cuerpo y su mente para estarse en silencio con Dios. La búsqueda en nuestro interior se fundamenta en un dato de fe: Dios nos inhabita, somos "templos del Espíritu Santo" (cf. 1 Cor 3, 16).“Entra", dice Santa Teresa, porque tienes"al Emperador del cielo y de la tierra en tu casa ... no ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí ... Llámase recogimiento porque recoge el alma todas las potencias (voluntad, entendimiento, memoria) y se entra dentro de sí con su Dios". La oración de silencio es un movimiento de interiorización, en la que el orante se entrega a Dios que habita en su interior. Ya no razona acerca de Dios, sino que se queda a solas con Dios en el silencio, y Dios va haciendo en el alma su trabajo de Alfarero para ir moldeándola de acuerdo a Su Voluntad. La contemplación consiste en ser atraído por el Señor, quedarse con El y dejarle que El actúe en el alma. La contemplación, según Santo Tomás, es una anticipación de la Visión Beatífica. Es vivir de manera incompleta y sólo por un instante lo que Dios vive eternamente. Sea la contemplación o sean gracias místicas que pueden darse en este tipo de oración, son don de Dios. Por ello, no pueden lograrse a base de técnicas. Ni siquiera son fruto del esfuerzo que se ponga en la oración, sino que como don de Dios que son, El da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere. Buscar a Dios en la oración de silencio depende del orante. Recibir el don de la contemplación depende de Dios. Dice Sta. Teresa: "Es ya cosa sobrenatural ... que no la podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos". Pero cuando deseamos ahondar un poco más en la adoración el Espíritu Santo puede darnos un poco de consuelo, haciéndonos sentir su Amor, su consentimiento, sus gracias. Es muy importante tener en cuenta que las gracias místicas que puedan derivarse de este tipo de oración no son su verdadero fruto, ni siquiera son necesarias para obtener ese fruto. En la contemplación somos instruidos por el Espíritu Santo de manera especial, en silencio, aún sin ver ni oír nada. Si es Voluntad Divina, el Espíritu 14
  • 16. Santo puede regalarnos gracias especiales de visión o de escucha, hasta de olfato. Pero las gracias verdaderamente importantes no están en esas experiencias sensoriales, que son consentimientos del Señor y que no son indispensables para avanzar en la oración. El fruto verdadero de la oración (vocal, mental o contemplativa) es: 1. ir descubriendo la Voluntad de Dios para nuestra vida. 2. irnos haciendo dóciles a la Voluntad de Dios. 3. llegar a que sea la Voluntad de Dios y no la propia la que rija nuestra vida: nuestra voluntad unida a la de Dios, o sea, la“unión de voluntades” de que habla Santa Teresa. Un error común es creer que ésta, que es la oración más elevada, está reservada sólo para unas poquísimas personas escogidas, generalmente monjas o monjes de claustros y comunidades contemplativas. Ese concepto le encanta al Enemigo, que no quiere que seamos verdaderos orantes. La oración de silencio, de recogimiento, de contemplación es para todo aquél que desee buscarla. Santa Teresa de Jesús dice que la oración contemplativa es la "Fuente de Agua Viva" que Jesús promete a la samaritana y que la promete para "todo el que beba de esta agua no volverá a tener sed" (Jn 4, 13). No dice el Señor que la dará a unos y a otros, no. Asi pues, para tratar del amor místico o de la contemplación nos vamos ayudar del testimonio y doctrina de dos doctores de la Iglesia: San Buenaventura y San Juan de la Cruz. 15
  • 17. 16
  • 18. I. ANTROPOLOGÍA ESPIRITUAL DE LA MÍSTICA La mística se basa en la idea de las tres potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad. Esta idea que ya encuentra en Platón pasa al cristianismo donde es enriquecida relacionándola con las tres personas de la Trinidad. San Buenaventura en el Itinerario de la mente hacia Dios considera la memoria como facultad imagen del Padre, el entendimiento como facultad imagen del Hijo y la voluntad como facultad imagen del Espíritu Santo. Misticismo es el conocimiento experimental de la presencia divina, en que el alma tiene, como una gran realidad, un sentimiento de contacto con Dios. Pero si la mística es el punto más alto de la vida espiritual y representa un regalo extraordinario de la Gracia de Dios, el alma puede colaborar por todos los medios a su alcance para aproximarse a tal estado de perfección y hacerse digna de él. Esta variada serie de esfuerzos o ejercicios del espíritu se designa con el nombre de «ascética», que podría definirse como la pedagogía humana que conduce hacia el misticismo. La ascética depende, pues, exclusivamente, de la voluntad y actividad humanas; deriva esta palabra del verbo griego que significa «ejercitarse», pues se trata del período de la vida espiritual en que, por medio de ejercicios espirituales, mortificaciones y oración, logra el alma purificarse, purgarse o desprenderse del afecto a los placeres corporales y a los bienes terrenos. Tradicionalmente, la mística es un camino de tres vías o etapas: la vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva. 1. Vía purgativa La vía purgativa consiste en la purgación de la memoria, entendida como potencia del alma, para limpiarla de los apegos sensitivos que provienen del cuerpo. En palabras de San Juan de la Cruz: “Hay que perder el gusto por el apetito de las cosas”. El apetito como tal no tiene por qué ser malo pero sí lo es el apego o gusto que provoca en la memoria, porque la impide orientarse plenamente 17
  • 19. hacia Dios. La privación corporal y la oración son los principales medios purgativos. El estado en que se sume la memoria se llama esperanza. 2. Vía iluminativa La vía iluminativa consiste en la elevación del entendimiento hacia Dios, entendido como potencia del alma. Una vez limpio el entendimiento de toda relación con las criaturas queda vacío para entregarse a la sabiduría oscura o sabiduría secreta que se sabe sin necesidad de entender, experiencia que en la mística se llama Fe. 3. Vía unitiva La vía unitiva consiste en la purificación de la voluntad, entendida como potencia del alma. En ella el alma alcanza el grado más perfecto de la unión con Dios, ya que ha vaciado su propia voluntad, lo más suyo para entregarla a Dios. Es el grado más perfecto de la caridad. El “matrimonio espiritual” según san Juan de la Cruz.. La ascética está, pues, en el camino de la mística, y de los tres momentos dichos: los dos primeros son comunes a ambas, quedando el último reservado para la mística. En lo que atañe a su contenido, la ascética se basa en el ejercicio racional, mientras que la mística es puramente intuitiva. No puede llegarse a la cima de la perfección espiritual sin pasar por el camino de la ascética. Para recorrer este itinerario es necesario liberarse de los apetitos mundanos por medio de la penitencia y la mortificación y desarrollar al máximo las virtudes cristianas que nos conducen a la imitación de Cristo. Para lograr ese perfeccionamiento el alma se sirve de la oración, y con la ayuda de la gracia ordinaria, se eleva hacia Dios por su propio esfuerzo y voluntad. Este camino depende directamente de la voluntad, está al alcance de cualquier persona. El alma debe seguir tres vías para llegar a la unión con 18
  • 20. Dios: la vía purgativa, de purificación en la que el alma se libera de todos los lazos terrenales y de las pasiones humanas, a través de varios medios: la penitencia corporal y espiritual, la lectura de obras piadosas que la alienten, la meditación, la oración, la dirección espiritual…La vía iluminativa: el alma va aproximándose a Dios y se ilumina el camino. La gracia divina va penetrando y, con ella, los dones del Espíritu Santo. Los apetitos materiales han quedado atrás y las virtudes se desarrollan progresivamente. Durante este periodo el alma avanza en la contemplación que abarca todos los grados comprendidos entre la meditación y la unión estática. El último grado es la vía unitiva. La mística parte de la estética pero supone un grado superior que sólo estaba reservado a algunas almas escogidas a las que Dios distingue con gracias especiales. En esta vía se consuma la unión con Dios y se alcanza la perfección. Predomina aquí el amor en su más alto grado. Frente al carácter activo de la ascética, en la mística es Dios quien penetra en el alma sin que ésta manifieste otra actividad que la de recibir este don de Dios. San Juan de la Cruz, en la Noche oscura del alma (1578), nos dice que es necesario despojarse de las cosas externas para conseguir que la “casa esté sosegada”, sustrayéndose a las penas y angustias que traen consigo los apetitos mundanos. Es el tránsito del alma a la unión con Dios. Para llegar a Él debe pasar forzosamente por esta etapa de purificación. San Juan distingue, además, dos tipos distintos de “noche”: una destinada a la purificación de los sentidos, de suerte que el alma se sumerge en la negación de sí misma. Este tipo de “noche” corresponde a los principiantes que son llamados por Dios al estado de contemplación. Cuando se sumerge en esta noche, el alma pena constantemente porque teme no servir a Dios como es conveniente. Cumplida esta primera etapa, los elegidos deben internarse en una segunda noche, mucho más oscura y tenebrosa, que les llevará a la anhelada unión con Dios. Se trata de la noche del espíritu. En ella la voluntad y la memoria se someten por completo y el entendimiento se ve sumido en la más profunda oscuridad y deja de ser humano para hacerse partícipe de la sabiduría divina, quedando atrás la ignorancia y las imperfecciones. El mismo San Juan explica por qué utiliza el término noche 19
  • 21. para designar este tránsito. Son tres razones: la negación del apetito de todas las cosas del mundo, que es el punto de partida, viene a ser como una noche para el alma, en la que carece de todo. El único camino que puede seguir el alma para lograr la ansiada unión con Dios es la fe, que se presenta al entendimiento con una oscuridad sólo comparable a la noche más cerrada. El fin último que persigue el alma, Dios, en la presente vida se le ofrece como algo sumamente oscuro. Las etapas se corresponden a las noches. La primera supone el final del día de los apetitos corporales, la segunda se caracteriza por una oscuridad total y la tercera deja entrever la luz del verdadero “día” que se acerca ya. 20
  • 22. II. SAN BUENAVENTURA 1. Testimonio de vida Se llamaba Giovanni da Fidanza (I22I – I274). Nació en Bagnorea, cerca de Vierbo, en Toscana. Se dice que el sobrenombre de Buenaventura se lo dieron como consecuencia de una curación milagrosa de una grave enfermedad y ni siquiera su padre, que era médico, esperaba ya salvarlo de la muerte. Entonces, su madre recurrió a la intercesión de san Francisco de Asís, canonizado hacía poco. Y Giovanni se curó. Cuando se encontraba en París, donde estudiaba. Fascinado por el testimonio de fervor y radicalidad evangélica de los Frailes Menores, que habían llegado a París en 1219, Giovanni llamó a las puertas del convento franciscano de esa ciudad, y pidió ser acogido en la gran familia de los discípulos de Francisco. Alrededor del año 1243 Giovanni vistió el hábito franciscano y asumió el nombre de Buenaventura. Estudió a fondo la Sagrada Escritura, las Sentencias de Pedro Lombardo, el manual de teología de aquel tiempo, y los autores de teología más importantes y, en contacto con los maestros y los estudiantes que afluían a París desde toda Europa, maduró su propia reflexión personal y una sensibilidad espiritual de gran valor que, a lo largo de los años sucesivos, supo infundir en sus obras y en sus sermones, convirtiéndose así en uno de los teólogos más importantes de la historia de la Iglesia. En aquellos años en París, surgió una violenta polémica contra los Frailes Menores de san Francisco de Asís y los Frailes Predicadores de santo Domingo de Guzmán. Se impugnaba su derecho a enseñar en la Universidad, e incluso se ponía en duda la autenticidad de su vida consagrada. Buenaventura, aunque rodeado por la oposición de los demás maestros universitarios, había comenzado a enseñar en la cátedra de teología de los Franciscanos y, para responder a quien criticaba a las Órdenes 21
  • 23. Mendicantes, compuso un escrito titulado La perfección evangélica; en el que demuestra como las Órdenes Mendicantes, especialmente los Frailes Menores, practicando los votos de pobreza, de castidad y de obediencia, seguían los consejos del Evangelio. El conflicto se apaciguó, por lo menos durante algún tiempo, y, por intervención personal del Papa Alejandro IV, en 1257, Buenaventura fue oficialmente reconocido como doctor y maestro de la Universidad parisina. Sin embargo, tuvo que renunciar a este prestigioso cargo, porque en ese mismo año el Capítulo general de la Orden lo eligió Ministro general. Desempeñó ese cargo durante diecisiete años con sabiduría y entrega, visitando las provincias, escribiendo a los hermanos, interviniendo alguna vez con una cierta severidad para eliminar abusos. Cuando Buenaventura inició este servicio, la Orden de los Frailes Menores se había desarrollado de modo prodigioso: los frailes esparcidos por todo Occidente eran más de 30.000, con presencias misioneras en el norte de África, en Oriente Medio, e incluso en Pekín. Era necesario consolidar esta expansión y, sobre todo, conferirle unidad de acción y de espíritu, guardando plena fidelidad al carisma de Francisco. De hecho, entre los seguidores del santo de Asís había distintos modos de interpretar el mensaje, existía realmente el riesgo de una fractura interna. Para evitar este peligro, en 1260, el Capítulo general de la Orden en Narbona aceptó y ratificó un texto propuesto por Buenaventura, en el que se recogían y se unificaban las normas que regulaban la vida diaria de los Frailes Menores. Buenaventura intuía, sin embargo, que las disposiciones legislativas, si bien se inspiraban en la sabiduría y la moderación, no eran suficientes para asegurar la comunión del espíritu y de los corazones. Era necesario que se compartieran los mismos ideales y las mismas motivaciones. Por esta razón, Buenaventura quiso presentar el auténtico carisma de Francisco, su vida y su enseñanza. Por eso recogió con gran celo documentos relativos al Poverello y escuchó con atención los recuerdos de quienes habían conocido directamente a Francisco. Nació así una biografía del santo de Asís bien fundada históricamente, titulada Legenda Maior, redactada también de forma más sucinta, y llamada por eso Legenda minor. ¿Cuál es la imagen de san Francisco que brota del corazón y de la pluma de su hijo devoto y sucesor, 22
  • 24. san Buenaventura? El punto esencial: Francisco es un alter Christus, un hombre que buscó apasionadamente a Cristo. Un amor que impulsa a la imitación. En 1273 la vida de san Buenaventura conoció otro cambio. El papa Gregorio X lo quiso consagrar obispo y nombrar cardenal. Le pidió también que preparara un importantísimo acontecimiento eclesial: el II Concilio Ecuménico de Lyon, que tenía como objetivo restablecer la comunión entre la Iglesia latina y la griega. Se dedicó a esta tarea con diligencia, pero no logró ver la conclusión de esa asamblea ecuménica, porque murió durante su celebración. 2. Su pensamiento místico Su obra maestra es el Itinerarium mentis in Deum, que es un ‘manual’ de contemplación mística. Lo escribió en el monte de la Verna, donde san Francisco recibió los estigmas. En la introducción el autor ilustra las circunstancias que dieron origen a este escrito: Mientras meditaba sobre las posibilidades del alma de ascender a Dios, se me presentó, entre otras cosas, el acontecimiento admirable que sucedió en aquel lugar al bienaventurado Francisco, es decir, la visión del serafín alado en forma de Crucifijo. Y meditando sobre ello, en seguida me percaté de que esa visión me ofrecía el éxtasis contemplativo del mismo padre Francisco y a la vez el camino que lleva hasta él Las seis alas del serafín se convierten así en el símbolo de seis etapas que llevan progresivamente al hombre desde el conocimiento de Dios, mediante la observación del mundo y de las criaturas y mediante la exploración del alma misma con sus facultades, a la unión íntima con la Trinidad por medio de Cristo, a imitación de san Francisco de Asís. En todas las obras de san Buenaventura, incluidas las obras científicas, de escuela, se ve y se encuentra esta inspiración franciscana; es decir, se nota que piensa partiendo del encuentro con el Poverello de Asís. Pero para entender la elaboración concreta del tema de la ‘primacía del amor’ hay que tener en cuenta otra fuente: los 23
  • 25. escritos del llamado Pseudo-Dionisio. Mientras que para san Agustín el intellectus, el ver con la razón y el corazón, es la última categoría del conocimiento, el Pseudo-Dionisio da otro paso más: en la subida hacia Dios se puede llegar a un punto en que la razón deja de ver. Pero en la noche del intelecto el amor sigue viendo, ve lo que es inaccesible a la razón. El amor se extiende más allá de la razón, ve más, entra más profundamente en el misterio de Dios. San Buenaventura quedó fascinado por esta visión, que coincidía con su espiritualidad franciscana. Precisamente en la noche oscura de la cruz se muestra toda la grandeza del amor divino; donde la razón deja de ver, el amor ve. Las palabras conclusivas del Itinerario de la mente a Dios, VII, 6 expresan la espiritualidad franciscana: Si ahora anhelas saber cómo sucede esto (la subida hacia Dios), pregunta a la gracia, no a la doctrina; al deseo, no al intelecto; al clamor de la oración, no al estudio de la letra; no a la luz, sino al fuego que todo lo inflama y transporta en Dios con las fuertes unciones y los afectos vehementes... Entremos, por tanto, en la neblina, acallemos los afanes, las pasiones y los fantasmas; pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre, para decir con Felipe después de haberlo visto: esto me basta. Todo esto no es anti-intelectual y no es anti-racional: supone el camino de la razón, pero lo trasciende en el amor de Cristo crucificado. San Buenaventura se sitúa así en los inicios de una gran corriente mística, que elevó y purificó mucho la mente humana: es una cima en la historia del espíritu. Esta teología de la cruz no quiere decir que san Buenaventura no comparta también con san Francisco de Asís el amor a la creación, la alegría por la belleza de la creación de Dios, como se puede ver en el primer capítulo del Itinerario: Quien no ve los innumerables esplendores de las criaturas, está ciego; quien con tantas voces no se despierta, está sordo; quien no alaba a Dios por todas estas maravillas, está mudo; quien con tantos signos no se eleva hasta el primer principio, es necio» (I, 15). Toda la creación habla en voz alta de Dios, del Dios bueno y bello; de su amor. Por tanto, para san Buenaventura toda nuestra vida es un «itinerario», una peregrinación, una subida hacia Dios. Pero sólo con nuestras fuerzas no 24
  • 26. podemos subir hasta la altura de Dios. Dios mismo debe ayudarnos, debe «tirar de nosotros» hacia arriba. Por eso es necesaria la oración. La oración es la madre y el origen de la elevación, sursum actio, acción que nos eleva. Así concluye san Buenaventura: En la tierra... podemos contemplar la inmensidad divina mediante el razonamiento y la admiración; en la patria celestial, en cambio, mediante la visión, cuando seremos hechos semejantes a Dios, y mediante el éxtasis... entraremos en el gozo de Dios. 3. Etapas para conseguir la sabiduría Para san Buenaventura, la sabiduría es el itinerario que recorre la mente hacia Dios. Se trata de un desprendimiento de las cosas terrenas, de la purificación, por el ejercicio de la virtud, hasta alcanzar a Dios y gozar de la estática paz. A la realización de este ideal debe contribuir la filosofía, sabiendo que, si el conocimiento no nos hace mejores como personas, es inútil. San Buenaventura refleja el mensaje de San Francisco de Asís señalando la primacía del amor como clave del universo. El proyecto de Dios es un plan de amor, más que el conocimiento del mismo. Se trata de vivir en el amor. Por eso su planteamiento filosófico es vitalista. 1. El mundo como huella de Dios El mundo, que ha sido creado por Dios, es un inmenso vestigio de éste. La persona de limpio corazón en cada cosa, persona o acontecimiento, puede descubrir su presencia: "El esplendor de las cosas nos lo revela si no estamos ciegos". Así, todas las realidades que nos rodean están llenas de una trascendencia, que hemos de descubrir desde la percepción de su inmanencia. Es la fe la que nos hace ver esta realidad trascendente en lo inmanente, convirtiendo así a la creación entera en una transparencia de la densidad divina de la que está cargada. 2. El alma como imagen de Dios 25
  • 27. Por el conocimiento de nuestra alma hallamos una verdadera imagen de Dios. La unidad de nuestra alma reproduce la unidad de Dios; sus tres potencias (memoria, entendimiento y voluntad) reproducen a Dios. San Buenaventura recoge aquí el pensamiento de san Agustín, para quien el alma es imagen de la Trinidad. Así, el alma, en primer lugar es 'mente': ser racional, imagen de Dios (memoria de la divinidad) y de ella brota el 'conocimiento' (noticia). Y de la relación mente-conocimiento surge el 'amor'. San Agustín no dice nunca que el Padre sea la memoria de Dios, pero sí que admite que esta capacidad original del recuerdo que llamamos memoria es una "imagen imperfecta" del Padre, así como el concepto de entendimiento es "imagen imperfecta" del Hijo. Dios está absolutamente presente en nuestra alma, y, por lo mismo, es cognoscible. Tan presente le está, que es más interior a nosotros que nosotros mismos. La idea de Dios implica su existencia real. Tenemos una idea clara y precisa de la existencia de Dios hasta el punto que no podemos ignorar que Dios es, pero no tenemos un concepto claro y comprensivo de lo que Dios es. El conocimiento del alma, de Dios, y hasta de los primeros principios se lleva a cabo gracias a una luz interior. De la verdad de las cosas tenemos una evidencia relativa; de la verdad de Dios, una evidencia absoluta. 3. La contemplación como conocimiento y unión con Dios Corresponde a la vía mística gustar las alegrías de la unión con Dios. Es el tercer grado de ascensión a Dios, que al mismo tiempo es un mayor ahondamiento en nosotros mismos, hasta llegar al corazón del alma, al ápice de la mente, apex mentis, en donde con mayor realidad se halla presente la Divinidad. En san Buenaventura la contemplación tiene dos sentidos diversos. El primero se refiere a la ‘contemplación intelectual o imperfecta’, que es el don del entendimiento y de la bienaventuranza de los limpios de corazón y que se caracteriza por la admiración, que se gradúa por la intensidad de luz iluminadora. Viene a coincidir con la especulación. En la contemplación imperfecta se suspende el discurso, pero no la actividad intelectual. 26
  • 28. El segundo aspecto se refiere a la ‘contemplación perfecta o afectiva infusa’, que es la meta de todo conocimiento y de toda actividad: la verdadera sabiduría, que es la bienaventuranza de los pacíficos. Para san Buenaventura, pues, la sabiduría es un conocimiento experimental de la suavidad divina que se adquiere pasivamente, en el silencio de las facultades cognoscitivas en cuanto a todas sus operaciones naturales, por la unión inmediata y amorosa del alma con Dios. Un ejemplo que tenía siempre presente San Buenaventura es el de su maestro Francisco de Asís, que se identificó con Jesús, el Redentor-Crucificado, de un modo afectivo-cristocéntrico, dando prueba de esto los estigmas. San Buenaventura refleja el mensaje de Francisco de dos maneras: Primero dando la primacía al amor, como clave del universo. El plan de Dios es un plan de amor, más que verdad y conocimiento del mismo. Por eso su teología es una guía que conduce por etapas a la visión estática de Dios. El estudio orientado hacia el amor de Dios. Si el conocimiento no nos hace mejores como personas, es inútil. Para san Buenaventura, la perfección evangélica es la caridad, que nos diviniza. Para él, la caridad es raíz, forma y fin de las virtudes a un tiempo: raíz en cuanto las impera y las mueve, forma en cuanto las perfecciona y las decora, y fin en cuanto las termina y consuma, reduciéndolas a Dios y tomándolas aceptables a sus divinos ojos. Por tano, la perfección cristiana no consiste en la pobreza, sino en la caridad en la potencia afectiva del alma, que es voluntad, como hábito infuso o principio inexhausto de operaciones multiformes. Y como vida del alma que es, se halla sujeta a la ley del crecimiento. Según va creciendo en grados, se purifica, se simplifica y se asemeja más con Dios. La caridad es fermento que transforma, fuego que consume y calor que comunica vida, dirección y movimiento. Todo esto expresa actividad y dinamismo. La caridad sería pues para san Buenaventura como una purísima llama encendida por el Espíritu Santo en la potencia afectiva del alma. Y la perfección evangélica se consigue por la vía del apartamiento del mal, la práctica del bien y el sufrimiento en las adversidades. 27
  • 29. 28
  • 30. III. SAN JUAN DE LA CRUZ 1. Testimonio de vida Juan de Yepes nace el año 1542 en Fontiveros, pequeño pueblo situado entre Ávila y Salamanca. Es el tercer hijo de Gonzalo de Yepes, de ascendencia noble, y de Catalina Álvarez, de familia modesta. Gonzalo ha tenido que romper con su familia para casarse con Catalina. Tejedor de oficio, a duras penas logra sacar adelante a su mujer y a sus hijos. Cuando muere, la pobreza de la familia Yepes se convierte en miseria. Catalina lleva entonces a sus hijos a Medina del Campo, después de una breve estancia de Juan, en el pueblo de Gálvez (Toledo), en casa de unos familiares. El pequeño Juan prueba diversos oficios como aprendiz, pero sobre todo hace grandes progresos en la escuela de los Niños de la doctrina, hasta el punto de que el director del hospital, Alonso de Toledo, decide encargarse de su educación. Compaginándolo con sus horas de servicio en el hospicio, Juan prosigue sus estudios en el colegio de la Compañía de Jesús. Llega el momento en que Alonso le propone el puesto de capellán del hospital. Ante el estudiante se abre un camino fácil y confortable. Pero este joven, ávido de absoluto, no busca precisamente el confort, y rechaza la proposición, para ingresar en el convento de los carmelitas de la ciudad en 1563. Tiene veintiún años. Juan acaba de escoger un camino del que nunca se desviará. Va a buscar a Dios, con un rigor que da vértigo. Durante su año de noviciado lee los antiguos textos del Carmelo, haciendo suyo el ideal de soledad y contemplación de los fundadores de la orden. Ideal que ha sido endulzado por los carmelitas mitigados, en cuyo convento acaba de ingresar. Luego pasará cuatro años en la Universidad de Salamanca, en la que adquiere una sólida formación escolástica. Es ordenado sacerdote en 1567. Pero la vida mediocre y demasiado volcada al exterior del Carmelo ya no le basta. Decide entonces ingresar en la Cartuja, en la que 29
  • 31. encontrará las condiciones de silencio y austeridad que le permitirán ir a Dios, despojándose totalmente a imagen de Cristo. Pero surge el encuentro de Juan de la Cruz con Teresa de Ávila durante el verano de 1567. Teresa, que acaba de reformar varios conventos de carmelitas, busca la manera de extender su empresa a la rama masculina de la orden. Impresionada por la calidad de vida espiritual que descubre en Juan, le suplica que revise su decisión y tome parte en la reforma del Carmelo. En Octubre de 1568 tenemos ya a Juan de la Cruz, tal es el nombre que acaba de tomar, en la destartalada casucha de Duruelo, el primer Carmelo masculino reformado. En compañía de algunos hermanos, lleva allí una vida tan intensamente austera que Teresa tiene que imponerle moderación. Mientras la reforma sigue adelante. Juan es enviado a Pastrana como maestro de novicios, y luego a Alcalá, como rector de la casa de estudios que el Carmelo abre en la Universidad, y, por último, al convento de la Encarnación, de Ávila, durante cinco años es confesor de Teresa y de sus hijas. Cinco años extraordinariamente ricos, durante los cuales los dos santos, tan diferentes entre sí, persiguen juntos la misma meta y transforman con su presencia a carmelitas de una u otra rama, contagiándolos con su santidad. Pero su éxito provocó reacciones. Entre los carmelitas mitigados, que ven desiertos sus conventos, crece el mal humor, hasta que un día deciden dar un golpe definitivo a la reforma, pidiendo la excomunión de las hermanas que acaban de reelegir a Teresa como superiora y secuestrando al que es el alma de la "rebelión". Durante la noche del 3 al 4 de diciembre de 1577 se apoderan de Juan de la Cruz y, con los ojos vendados para que no sepa a dónde va, lo llevan a su convento de Toledo. La soledad y los malos tratos conseguirán, piensan, vencer su resistencia: es preciso que Juan de la Cruz renuncie a la reforma. 30
  • 32. 2. Su pensamiento místico Juan de la Cruz sólo confía en Dios, avanzando por el camino de la Nada. La intuición fundamental de Juan de la Cruz es que "todo el ser de las criaturas, comparado con el infinito de Dios, nada es" (I Subida, 4,4). Es por esto que con paciencia va soltando todos los hilos que pueden retener su inteligencia, su voluntad y su memoria lejos de Dios. Y se sumerge en el No-saber. Así, su vida y su enseñanza mística es una sola cosa. Fruto de su experiencia de soledad y de abandono en la cárcel, sabe descubrir que, en el proceso espiritual, este ‘horror nocturno’ es positivo, pues es el paso de la acción divina en el alma, experimentando en unión con Cristo crucificado, el silencio de Dios. Por esto, cuando más tarde Juan de la Cruz quiso educar y alentar sobre la manera de llegar a la unión mística, simboliza este camino como una senda empinada y angosta, lo que exige al caminante desprenderse de todo, asumiendo generosamente la negación de las criaturas. Para la mística sanjuanista la unión es meramente "transformación participante". Juan de la Cruz compara al alma mística como una vidriera "en la cual siempre está embistiendo o, por mejor decir, en ella está morando esta divina luz del ser de Dios". La mística sanjuanista es mucho más mística de la ‘noche’ que mística del éxtasis como instante de ‘gran Mediodía’. Dios, para san Juan de la Cruz está siempre ‘escondido’ y solo en medio del vacío, la desnudez, la soledad, hay mística. ‘¿A dónde te escondiste?’ es la pregunta que nunca se acaba de contestar. En san Juan de la Cruz no hay mística de pura, fácil, carismática ‘iluminación’, como la del iluminismo: su mística es inseparable de la ascética y esta es ya mística. La relación entre la contemplación, la fe, que es contrario de visión, y la purgación, es decir el padecimiento, es para él esencial. La conversión del ‘purgatorio’, purgatorio en vida, en experiencia mística, es una de las grandes características de la concepción sanjuanista. La purificación se realiza a nivel del sentido y de espíritu, a través de tres instrumentos decisivos: fe, esperanza y caridad. Esto queda reflejado en sus versos sobre la ‘doctrina de las nadas’: 31
  • 33. Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada. Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada. Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada. Para venir a lo que no gustas, has de ir por donde no gustas. Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes. Para venir a lo que no posees, has de ir por donde no posees. Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres. Este es el camino, nos dice el santo, de llegar a la desnudez espiritual, a su quietud y descanso, porque se está en el centro de su humildad. 3. Etapas para conseguir la sabiduría Poco a poco, la noche se ilumina para convertirse en presencia divina. Si todavía es "oscura", lo es en la medida en que supone un deslumbramiento, un exceso de luz, en el que el alma queda cegada por el resplandor del ser divino. Llega entonces, por puro don de Dios, a la unión mística que la diviniza: 32
  • 34. "Amada en el Amado transformada". Gozo indecible y ardiente de quien por fin encuentra lo que buscaba tan angustiosamente, que vive de la vida misma de Dios y puede en adelante devolverle amor por amor. Místico es igual a enamorado. Es en la cárcel cuando inicia la composición del Cántico espiritual, al oír a lo lejos cantar a un enamorado. Como no tenía tinta ni papel, al componer los versos, los repetía insistentemente para no olvidarlos. Sólo a los seis meses de estar en el calabozo aliviaron su castigo. Pudo salir de la celda algún momento y el nuevo carcelero le entregó papel y tinta con que, al fin, pudo copiar sus poemas. Al cabo de nueve meses, el 16 de agosto de 1578, Juan, aprovechando que la vigilancia de los guardianes se ha relajado algo, consigue evadirse y llegar al convento de las carmelitas reformadas. Su estado físico es lamentable, pero él no se preocupa de ello y, lejos de insistir en el relato de su cautiverio, se pone a comentar el Cántico espiritual. Los años siguientes son más tranquilos. Felipe II encarga al nuncio Sega resolver el conflicto entre mitigados y reformados o descalzos", y a partir de entonces éstos se ven libres para extender su reforma. Juan de la Cruz es prior del convento de los Mártires, cerca de Granada, de 1582 a 1588. A petición de los frailes, monjas y seglares a quienes dirige espiritualmente, redacta los comentarios de los poemas escritos en el encerramiento toledano, la Subida al Monte Carmelo, la Noche oscura, fragmentos de una vasta obra de conjunto sobre el itinerario místico, cuyo final fue destruido o no llegó a ser redactado. Pero ninguna de estas obras se publicó durante su vida, por prudencia respecto a la Inquisición, que podía tomarle por ‘iluminado’, como le acusaban sus enemigos. Los poemas de San Juan de la Cruz son modos de acercamiento ‘pedagógico’ al misterio místico. Su poesía es ‘poesía de vuelta’, poesía de retorno. Poesía no antes de la mística, no de camino hacia ella. Es poesía de después de la mística. Poesía que ve las cosas en Dios y no a Dios en las cosas. 33
  • 35. Para el alma que ha alcanzado la unión con Dios y puede verlo todo desde Él, todo es ya Dios, paso de Dios, rastro de Dios. Sentir ese paso, descubrir ese rastro es comenzar ya a hacer poesía mística, poesía en Dios y desde Dios, poesía de retorno, poesía de vuelta. Cuando ya se han limpiado los ojos tras largas contemplaciones divinas, es lícito al alma extasiarse en la visión cósmica, en el cielo estrellado, en el soto y su donaire, en la fonte que mana y corre y en los valles solitarios nemorosos. La poesía de San Juan de la Cruz es una Celebración del mundo, un Cántico a las criaturas desde su Creador, un grande y poético sí a las cosas. Esta poesía es oración y es poesía mística. La poesía sirve a la actitud mística para mover y conmover el alma, evocar lo Inefable aludiéndolo y celebrándolo, suscitar estados anímicos propicios a la oración sin palabras, puramente espiritual, al fervor y al ‘cántico’, cantar el amor de Dios. Para lo que no sirve, sólo como impulso, es para enseñar el camino. El camino, la vía, se nos enseña por la doctrina o ‘pedagogía mística’. Por extraño que parezca, también la prosa es lenguaje de la mística. Se descubre así, a través de su dualidad, la unidad profunda, aunque rota, entre poesía y comentario. Por tanto, las obras de San Juan de la Cruz no consisten ni en tratados de teología mística ni en poemas, sino en ese género único que es el poema-con-su-comentario. La relación entre uno y otro es circular. En su obra, redactada para conducir a otros hacia Dios, no figura la más mínima confidencia autobiográfica. Aparece siempre la pureza de quien lo ha querido perder todo hasta llegar a olvidarse de sí mismo. Los últimos años de su vida se ven ensombrecidos por las disensiones en el seno mismo de los descalzos. El provincial, Nicolás Doria, vuelve a poner en cuestión la reforma acometida por Teresa de Ávila y Juan de la Cruz. Tiene intención de centralizar fuertemente la orden, orientándola a menesteres apostólicos. Juan, que se opone a ello, se ve privado de todo cargo. Aunque el capítulo de 1591 le nombra provincial de Méjico, Doria anula la elección, relegándolo al lejano convento de la Peñuela. Y, lo que es peor, intenta desprestigiarlo enviando inspectores encargados de obtener denuncias que le 34
  • 36. hagan convicto de faltas contra la moral y de entregar sus libros a la Inquisición. Se intentará incluso expulsarlo de la orden. Juan, enfermo, cubierto de úlceras, ha de ser transportado a un convento en el que se le pueda atender convenientemente. Le proponen el convento de Baeza, en el que ha sido prior. Juan, que prefiere quedar en el olvido, escoge Úbeda, donde no se le conoce, y donde el prior, que no lo quiere, no le escatima injurias ni reproches. Destrozado por el sufrimiento físico, lo acepta todo como venido de la mano de Dios. La muerte lo libera pronto. ¡Oh llama de amor viva! Qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro. Pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres. ¡Rompe la tela de este dulce encuentro! Había escrito estos versos en 1584. El 13 de diciembre de 1591 llegó para él la hora del ‘dulce encuentro’. El proceso de transformación se realiza a través de la ‘noche’. Al inicio es ‘noche activa’ del sentido y del espíritu, en donde la persona trabaja para eliminar todo aquello que le impide acercarse a Dios. Después, ‘noche pasiva‘ del sentido y del espíritu, en que Dios mismo hace la obra de purificación. Es este momento el que Juan de la Cruz considera determinante. Todo el esfuerzo anterior no es sino una plataforma para que Dios pueda actuar directamente en el ser humano. Es aquí donde la persona se gana para sí misma y para Dios bajo la acción transformadora del mismo Dios. San Juan de la Cruz califica la ‘noche pasiva’ como un abismo de fe. La oscuridad de la noche del espíritu afecta no solamente ciertos momentos o parcelas de la vida, sino que se proyecta sobre toda la vida. Es como una crisis que cuestiona el sentido mismo de la existencia. En esta situación de 35
  • 37. purificación radical, donde el sufrimiento espiritual y la oscuridad llegan a límites insospechados, serán la fe, la esperanza y la caridad los fundamentos de toda vivencia de la persona. Sobre la Fe San Juan de la Cruz se expresa de esta manera: La fe dicen los teólogos que es un hábito del alma cierto y oscuro. Y la razón de ser hábito oscuro es porque hace creer verdades reveladas por el mismo Dios, las cuales son sobre toda luz natural y exceden todo humano entendimiento sin alguna proporción. De aquí es que, para el alma, esta excesiva luz que se le da de fe le es oscura tiniebla, porque lo más priva (y vence) lo menos, así como la luz del sol priva otras cualesquieras luces, de manera que no parezcan luces cuando ella luce, y vence nuestra potencia visiva, de manera que antes la ciega y priva de la vista que se le da, por cuanto su luz es muy desproporcionada y excesiva a la potencia visiva. Así, la luz de la fe, por su grande exceso, oprime y vence la del entendimiento... Por otro ejemplo... Si a uno que nació ciego, el cual nunca vio color alguno, le estuviesen diciendo cómo es el color blanco o el amarillo, aunque más le dijesen, no entendería más así que así, porque nunca vio los tales colores ni sus semejanzas, para poder juzgar de ellos; solamente se le quedaría el nombre de ellos, porque aquello púdolo percibir con el oído; mas la forma y figura no, porque nunca la vio.... De esta manera es la fe para con el alma, que nos dice cosas que nunca vimos ni entendimos en sí ni en sus semejanzas, pues no la tienen. Y así, de ella no tenemos luz de ciencia natural, pues a ningún sentido es proporcionado lo que nos dice; pero sabémoslo por el oído, creyendo lo que nos enseña, sujetando y cegando nuestra luz natural. Porque, como dice San Pablo (Rm 10, 17), fides ex auditu, como si dijera: la fe no es ciencia que entra por ningún sentido, sino sólo es consentimiento del alma de lo que entra por el oído... Luego claro está que la fe es noche oscura para el alma, y de esta manera la da luz; y cuanto más la oscurece más luz la da de sí, porque cegando la (da) luz, según este dicho de Isaías (7,9)1. 1SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras Completas, Subida del Monte Carmelo, II, 3,BAC, Madrid 1994, 298. 36
  • 38. Y, finalmente, después de este desierto de transformación y participación divina en clave teologal, se comienza a degustar la plenitud de vida y se atisba la gloria eterna. En todo este proceso descrito, San Juan de la Cruz destaca la importancia de la noche sobre lo demás. La primera noche está en clave de subida a través del esfuerzo y el compromiso de la persona humana. La segunda, en clave de oscuridad interna, donde la persona es renovada por la acción de Dios. Y como de la primera noche hay muchas cosas escritas, San Juan de la Cruz centra la atención en la segunda. Es el rasgo fundamental de su enseñanza. Es decir el camino contemplativo o la Sabiduría del corazón. No obstante, el esfuerzo humano y la acción de Dios han de estar siempre presentes en todo el proceso, si bien, en este camino, hay etapas en que se pone más de manifiesto un aspecto, sin olvidar que en la relación entre Dios y el hombre, es el amor la clave de todas las actividades globales y puntuales que realiza la persona. Hay que recordar aquí que la contemplación jamás es presentada como la actividad suprema de la actividad cristiana, ni constituye su fin último, que es la visión beatífica. El valor absoluto de la vida cristiana es el amor, al que se subordinan todos los demás carismas. Aunque la visión beatífica pueda anticiparse en cierto modo en la contemplación, en definitiva es fruto y recompensa de vivir en el amor. Como decía san Juan de la Cruz: "Al final de nuestros días seremos juzgados por el amor". 37
  • 39. 38
  • 40. SEGUNDA PARTE: PERLAS DE SILENCIO Y CONTEMPLACIÓN 39
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  • 42. Presentamos ahora, querido lector, 70 perlas escogidas sobre el silencio y 120 perlas de contemplación. No están pensadas para leerlas de un tirón, aunque también; principalmente están escritas para meditarlas y saborearlas una a una y así nos puedan llevar así al silencio contemplativo. La meditación de estas perlas puede ayudar tanto a las personas que se inician en el camino contemplativo como para aquellas que ya están consolidadas en el mismo ayudándolas a reafirmarse en el mismo. Esto significa que cada persona, en el contexto que le ha tocado vivir, encuentre sentido positivo a la soledad, el silencio, el vacío interior, el sufrimiento y la pobreza. Esto significa, en lenguaje paradójico, que sepamos vivir en la ausencia del Dios presente, o en la presencia del Dios ausente, soportando la noche oscura interior. 41
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  • 44. I. PERLAS DE SILENCIO “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y esta habla siempre en eterno silencio, y en el silencio ha de ser oída del alma” (San Juan de la Cruz: Dichos de luz y amor, 21). 5. Si hacemos silencio no es para encontrar al vacío de la nada, sino a la respiración del espíritu donde se acaba percibiendo el soplo ligero de la presencia de Dios, la Realidad más real que existe y que se encuentra más allá de la dimensión sensible. 6. El silencio, el verdadero silencio nos sitúa más allá de las palabras, en el manantial infinito y silencioso desde donde toma forma toda palabra. Nos sitúa en el mismo silencio de Dios, desde donde brotó la Palabra infinita y amorosa de Dios, Jesús, Hijo de Dios, Palabra eterna del Padre. 7. El silencio y la palabra definen la identidad de una persona más que los rasgos físicos y su estilo de vida, pues nos muestran a la persona como un ser orgulloso o humilde, ya que en el silencio interior encontramos nuestro centro personal y en el hondón de este centro encontramos al Señor. 8. El silencio cuando se hace presente no pasa inadvertido, te llama la atención sin pretenderlo, nos habla sin decir nada, nos interroga sin hacer preguntas, nos sitúa y nos descubre el lugar donde nos encontramos, sin análisis ni cálculos mentales. 9. Dios se comunica con cada uno de nosotros de una manera propia, intransferible e incomunicable. Quiere darse, revelar sus más puros secretos a quien esté más preparado para recibirlo. Y el mayor de los secretos de Dios es Él mismo. Por eso hay que ir al silencio. 10. La soledad física tiene sus peligros, pero no debemos exagerarlos, pues la gran tentación del hombre moderno no es la soledad física, sino la 43
  • 45. inmersión en la masa humana. No la huida al desierto, sino huir al mar grande y amorfo de la irresponsabilidad que es la multitud. 11. Es en la soledad, simbolizada por el desierto, donde comienzan las actividades más profundas. Es aquí donde se descubre la acción sin el movimiento, la visión en la oscuridad, y, más allá de todo deseo, una plenitud cuyos límites se extienden al infinito. 12. Experimentamos a Dios en la media en que somos vaciados del apego egoísta a sus criaturas. Y cuando somos liberados así, gozamos la perfección de un júbilo incorruptible. Es como despertar a nuestra más íntima, pura y divina sabiduría. Es la luz divina, el cielo interior, la llave de todos los tesoros del alma, el centro del pensamiento y de la conciencia, la sede de la bondad, de la justicia, de la simpatía, de la medida de todas las cosas. Es la luz espiritual que nos da una misión y nos hace tomar conciencia de que la vida no es un valle de lágrimas, sino un templo santo donde podemos gustar las delicias de la contemplación haciendo silencio. 13. En el hoy que nos toca vivir, el hombre moderno carece de intimidad e interioridad. Es un hombre deshabitado. ¿Cómo conseguir la visión? Haciendo silencio. El hombre de hoy tiene soledad pero no silencio. Necesitamos engendrar en nosotros el hombre interior. Y, ¿cómo conseguir hacer silencio? Estando quieto y resistiendo. Elevando las manos y el corazón a Dios. Esta es la más grande actividad que podemos hacer. 14. Adorar es esto: Callarse de todo lo que no es Dios, hacer silencio, dejarse penetrar por el misterio. Esto significa, en cierta manera, morir para volver a la vida con mirada renovada. s un paso de muerte a vida donde se renuevan todas las cosas. Donde se escucha la Palabra y se recibe la fuerza para Testimoniarla. Se trata de escuchar en el silencio la voz de Dios: Palabra creadora y comprometedora, que genera liberación en el entorno donde se vive. 44
  • 46. 15. Para encontrar a Dios en las profundidades de nuestro ser, debemos comenzar por "volver a nosotros mismos", pararnos, situarnos, relajarnos, salir de tanta dispersión. Así, se puede decir que, desde un punto de vista meramente antropológico, hacer silencio es ya un bien para la persona. 16. Cualquiera que ama, ama la soledad en compañía del ser amado. Quien ama al Creador, persevera en la dulce y exigente intimidad con El. La persona contemplativa no es pasiva ya que la adoración es la más grande actividad. Busca a Dios desde lo más profundo de su ser y se es útil al prójimo obedeciendo fielmente la Voluntad de Dios allí donde El nos quiere. 17. Para santa Teresa de Ávila el alma es un castillo, como los castillos de la meseta castellana. Y nuestro interior, el centro de nuestro ser, en el que mora Dios, es la cámara nupcial de ese castillo. Pero para la mayoría de nosotros es la cárcel oscura a donde no vamos nunca. No obstante, es la habitación secreta y escondida, la cámara nupcial de cada uno. En lo más profundo de nosotros está el Amor. Y la santidad es nuestra verdadera personalidad. Cuanto más nos identificamos con Dios, que es Amor, somos más nosotros mismos. Porque Dios no nos ama en conjunto, sino individualmente. Cada uno de nosotros es irremplazable y único y él nos ama a cada uno más que nos amamos a nosotros mismos. 18. El silencio nos lleva a una experiencia de soledad, sin que nadie nos proteja y arrope. A esta experiencia tenemos miedo, pues nos sitúa ante nosotros mismos, sin ropajes ni artificios. Tenemos miedo de encontrarnos ante nuestra propia realidad. Si tenemos paciencia y afrontamos este miedo, recuperamos el paraíso perdido, nuestro auténtico hogar, lleno de vida y de paz. Es la vida y la paz que brota del silencio, para iluminar nuestra mente y nuestro corazón. 19. Hemos expulsado el silencio de nuestras ciudades y de nuestras vidas. Hemos de recuperar el silencio, pues es el único que aporta calma, da paz y hace crecer en sabiduría. Los momentos más grandes de la vida 45
  • 47. humana son siempre momentos de profundo silencio. Los momentos más grandes del arte, de la ciencia, de la creatividad, son momentos de absoluto silencio. 20. El silencio es una “música callada” que brota en el corazón cuando se callan todos los sonidos de alrededor. El silencio es la melodía de Dios, una presencia amorosa, quieta y luminosa que envuelve a toda la creación. El silencio siempre habla, pero se escucha en silencio. Así, silencio y quietud es lo mismo que presencia amorosa. 21. El silencio habla desde la otra orilla, desvelando la presencia silenciosa y eterna de Dios, que nos da el espíritu de sabiduría para manifestarnos el verdadero conocimiento y nos ilumina nuestros ojos para conocer a que esperanza estamos llamados. 22. El silencio es el lenguaje de Dios con el que nos dice todo sin intermediarios. El silencio es la presencia amorosa de Dios que nos revela su Espíritu en el corazón. El silencio es la palabra más densa de Dios, que sin decir nada, nos llena de su propia presencia, que es amorosa, ablanda el corazón y suaviza el dolor. 23. Si la palabra no quiere ser frívola es preciso que nazca en el silencio. El silencio no es un repliegue sobre sí mismo, sino la toma de conciencia de sí mismo. 24. La conciencia es el centro de la vida moral de la persona. Es el lugar donde se decide la voluntad de Dios. La conciencia es ‘un corazón palpitante' del que brotan las decisiones, los discernimientos, los juicios, etc. 25. Todo silencio verdadero es una oración. El momento en que tomo conciencia de lo que quiero decir, eso no me pertenece, pero si soy responsable de ello. 26. La palabra no me pertenece. Yo sólo soy o existo en tanto que participación en una Palabra que no es mía, sino la de Dios. Por tanto, el momento del silencio es el momento del despojamiento de mis intereses 46
  • 48. personales, deseos y egoísmos, para tratar de expresar una palabra que es más yo que mi propio yo; una palabra que está en mí sin ser para mí. 27. La oración y la acción son dos momentos indisociables. Todo es diálogo, todo es soledad. Diálogo porque mi centro no está en mí. Sólo hay diálogo si desde el principio del intercambio estoy convencido de que tengo algo que recibir del otro, si no, no vale la pena el diálogo. 28. La palabra ha sido la mejor forma de expresión del espíritu y si afirmamos que carece de poder transformador caemos en un materialismo mecanicista y fatalista. La persona santa es una portadora de la palabra. Una palabra que le supera y que, como en todas las épocas, lleva al fracaso. Su belleza consiste en no renunciar nunca, a pesar de los fracasos. 29. La soledad habita en el corazón. La soledad es el sentimiento de la no realización interior. El que uno viva en una cueva es algo exterior a la persona. Si vives en plenitud no puedes estar solo. Estarás solo, en el sentido de que no estarás cerca de otras personas, pero únicamente en este sentido. La auténtica soledad es la carencia de Dios. San Bernardo afirma: “Quien tiene a Dios consigo nunca es un solitario, aunque esté solo”. Si vivimos así, somos 'hermanos universales'. 30. El silencio no es ausencia o rechazo de la palabra, sino, por el contrario, es acogida de toda palabra interior donde debería enraizarse toda palabra exterior. El silencio da a cada palabra y a cada nota de música su densidad y su color propios. No es, pues, una casualidad que, en la tradición bíblica, el silencio preceda o prolongue la Palabra, iluminando a su modo el diálogo entre Dios y la persona. 31. El silencio es un pedagogo que nos enseña a escuchar: Escuchar la naturaleza; escuchar nuestro corazón, nuestra conciencia, para conocernos mejor y dirigir nuestra vida; escuchar a las personas para enriquecernos con su diversidad y quererlas más, y, finalmente, escuchar a Dios, su Palabra interior, su Espíritu que habla en nuestro corazón para comunicarnos su Vida. 47
  • 49. 32. Cando nuestro silencio parece vacío, cuando Dios parece que se nos ha hecho una realidad inconsistente, ‘el silencio de Dios’, entonces resulta que el Espíritu nos está conduciendo hacia una actitud más verdadera delante de Dios. Si es verdad que el aparente silencio de Dios nos hiere, puede convertirse también en una pregunta verdadera y saludable: ¿En qué Dios creemos? 33. El Dios revelado por Jesucristo no 'sirve' para nada, en el sentido estricto de la palabra. No suprime ni los límites ni las pruebas de la condición humana, pero transfigura nuestro hacer cotidiano y hace estallar nuestros horizontes. El silencio de Dios es una invitación a profundizar, a purificar el contenido de nuestros deseos, a ensanchar el horizonte de nuestras necesidades, a asumir nuestra radical pobreza, a acoger la gratuidad de su propia Vida. 34. El silencio es indispensable para existir como persona y esencial a toda ética auténticamente humana, sea o no de inspiración cristiana, pues ese silencio deja sitio a las decisiones que incumben, en último análisis, a toda la persona, permitiendo que nos alcemos al nivel de la dignidad humana. Una ética que suprimiera esta parte última y decisiva de la autonomía personal, negaría la dimensión más específica de la responsabilidad humana. 35. Hacer silencio es dejarse penetrar por el misterio. Esto significa, en cierta manera, morir para volver a la vida con mirada renovada. Es un paso de muerte a vida donde se renuevan todas las cosas. Donde se escucha la Palabra y se recibe la fuerza para testimoniarla. Se trata de escuchar en el silencio la voz de Dios: Palabra creadora y comprometedora, que genera liberación en el entorno donde se vive. 36. Adoración y profetismo son parte de la misma realidad. El adorador, el que escucha y capta el mensaje liberador, es un profeta que habla en nombre de Dios e ilumina la realidad, testificando su palabra con el testimonio de su vida, llegando incluso hasta el martirio si fuera necesario. Es por esto que no puede haber auténtica adoración sin testimonio, ni auténtico testimonio sin adoración. 48
  • 50. 37. Mediante el silencio se va adquiriendo sabiduría, que es un saber de experiencia, es decir que tanto es afectiva como intelectual. Es tanto hacer como saber. Es una experiencia de totalidad que configura nuestra vida. La sabiduría, como actitud fundamental, depende de nuestra transparencia, de nuestro ser, de la autenticidad de nuestra vida. La sabiduría es armonía personal con la realidad, concordia con el ser. No conseguimos la sabiduría ‘sabiendo mucho’, sino en tanto que no sabemos. A la sabiduría no la podemos poseer, manipular, gozar. No es ningún objeto. No sirve para nada. No es ningún sirviente. Es completamente superflua. No se puede obtener, conquistar, coger, utilizar incluso para buenas intenciones. La sabiduría es un don. 38. La fe a un nivel humano significa confiar, tener certeza de que las promesas serán cumplidas. Sin confianza no hay honestidad. Tener una actitud de confianza implica adoptar una actitud positiva ante la vida, ante los demás, verles no como un obstáculo en mi camino sino como una ocasión para celebrar la fiesta de la vida. Confiar es sumar, desconfiar es restar. Confiar es ir abriéndose, saber descansar en otro. Quien confía descansa, pero quien desconfía se agobia y termina por encerrarse a sí mismo. 39. Tener fe en Dios es creer, es decir, afirmar y tener por verdadero aquello que no vemos. Es un regalo del cielo. Gracias a la fe vemos toda la realidad del mundo con una perspectiva más profunda que la simple mirada natural y mundana. La fe es una decisión responsable de fiarse de Dios. La fe no es efecto de la luz de nuestra inteligencia, sino una iluminación, una dilatación, una agudización de nuestro conocimiento mediante una participación en el conocimiento de Dios. La inteligencia se doblega por la fe ante la autoridad de Dios. No obstante, la fe es razonable. La verdad de la fe está, sin duda, por encima de la razón, más no va contra ella. No se trata de una manipulación de la inteligencia sino un perfeccionamiento de la misma y una iluminación insospechadamente maravillosa. El mayor obstáculo para la fe es la soberbia, pues para abrirse al Todopoderoso es indispensable entregársele y sometérsele. 49
  • 51. 40. En la geografía interior del alma, no se pude recorrer el camino sin esperanza. La vida de la persona sobre la tierra es como un camino que se recorre paso a paso, y no podemos definir mejor al ser humano que diciendo que es un caminante, un peregrino sobre la tierra. En este caminar la esperanza proyecta más allá del trecho recorrido hacia etapas aún no cubiertas, hacia metas aún no alcanzadas. 41. El ser humano espera poseer lo que aún no posee, llegar más allá de donde ha llegado. La virtud de la esperanza consiste en esperar unirse totalmente con Dios. Llegar hasta Él, unirse a Él y gozar de su amor. Y la oración es la mejor manifestación y actuación de la esperanza. Quien espera en Dios y confía obtener de Él lo que le pide, ora siempre sin desfallecer. 42. Como somos peregrinos tememos no poder alcanzar el fin eterno. Pero no por eso debemos aspirar a la salud o a la riqueza, al honor o al éxito, sino tan sólo en cuanto estos bienes favorezcan, o por lo menos no impidan la consecución de nuestro fin eterno, si es que queremos llevar una vida conforme a la esperanza divina, ya que esta es rebelión contra el mal, sueño de justicia y felicidad. La esperanza es confianza, pero no es seguridad, a causa de las limitaciones humanas y de la libertad, la esperanza es siempre insegura. 43. El amor no es un sentimiento. El sentimiento es algo adjetivo, adventicio; el amor en cambio es algo sustantivo. Pero tampoco es un deseo, pues podemos desear cosas que en sí mismas no impliquen amor. Además el deseo tiende a absorber al objeto, mientras que el amor impele hacia fuera y mueve a hacer del otro el verdadero centro de gravedad del amante. Tampoco se puede identificar con la pasión, que en lugar de plenificar, está más cerca de un estado obsesivo que lleva al descalabro. El amor es pulsión unificante, que hace de amado y amante una sola carne. Este estar el uno en el otro en lo que consiste el amor, implica estar cada uno fuera de sí, que es la mejor manera de estar en sí. Así, el amor es un impulso unificante, continuo y desinteresado. El amor va de dentro a fuera: es un don que necesita ser aceptado, unos ojos que 50
  • 52. buscan otros ojos, una mano al encuentro de otra mano, una pregunta en demanda de respuesta. Por esto, el amor es dialógico. 44. La aspiración del ser humano al bien, al amor, encuentra en Dios su propio objeto. La persona halla en Dios un criterio de jerarquización de su amor a los seres creados y la garantía de que este amor, jerarquizado según Dios, no es una dilapidación insensata, sino una actividad sólida y consistente, porque el mismo Dios es amado en los seres creados. 45. La vocación no es algo que tienen algunos, sino que la tenemos todos. Se trata de un encuentro que proporciona una inspiración básica en la vida, de la que nace el compromiso, el cometido principal que cada persona tiene, y que quien es creyente percibe como los planes de Dios para él. Por eso, saber cuál es nuestra misión en la vida es la cuestión más importante que debemos plantearnos cada uno, y que podemos plantear a quienes queremos ayudar a vivir con acierto. 46. Dios busca la felicidad del ser humano y la vocación es el descubrimiento de ese designio y ese plan que Él ha previsto para que cada uno alcance la máxima realización personal. La vocación es como el reto que nos plantea nuestra vida. Es una nueva luz, un acontecimiento que nos da una nueva visión de la vida, y la llena de sentido. 47. La vocación es un don y para poder acogerlo es necesario dejarle espacio en nuestras vidas, hacer silencio en nuestro interior. Debemos abandonar los ruidos, los mil objetos que distraen nuestra atención en una multitud de pequeños detalles intrascendentes. El silencio nos ayuda a concentrar nuestra vida, a profundizar en ella, a vivirla en plenitud y a descubrir nuestra vocación. 48. La tarea irrenunciable que todo ser humano debe llevar a cabo a lo largo de su vida es la de conocerse a sí mismo. Se trata de ser uno mismo en el mundo. Este ser uno mismo resulta imposible si el yo no se refiere a una realidad que está en él, pero que le trasciende. Cada ser humano está llamado a ser un yo único e irrepetible, a construir una historia 51
  • 53. particular y diferente, a realizar un proyecto de vida y una misión en el mundo. Para llegar a comprender el propio destino, es necesario realizar el silencio, para oír la voz interior del Maestro divino. No se trata de inventar, de crear imaginativamente, sino de escuchar y de obedecer. Esta escucha resulta fundamental para aclarar el misterio de uno mismo y clarificar lo que uno está llamado a ser y a hacer en el mundo. 49. El descubrimiento del sí mismo requiere la apertura al Tú incondicional de Dios, que ha creado a cada ser humano con una singularidad propia, pero para percatarse de este don, tenemos que confrontarnos con Dios, aislarnos de los demás y ahondar en la propia estructura personal. El yo auténtico no se capta más que en relación con el Absoluto que, revelándose, le hace conocerse. Existir ante Dios es tener consciencia de las propias limitaciones y pecados. Ante la presencia del Amor puro, de la Luz del mundo, tomamos consciencia de nuestra fragilidad moral, pero, al mismo tiempo, se abre el camino de acceso a la providencia y a la gracia de la salvación. 50. La tarea de ser uno mismo entraña, necesariamente, padecer un sin fin de sufrimientos, que están íntimamente vinculados a la empresa de ser uno mismo. No se llega a ser lo que se está llamado a ser sin sufrir, sin padecer la incomprensión y el odio de los demás. El temor a ser uno mismo, a vivir conforme a la voz que llama en el interior de uno mismo engendra, lógicamente, angustia, puesto que, tal modo de vida, nos hace diferentes al resto de las demás personas. Reconocerse ante Dios implica aprender a vivir sin el reconocimiento de los demás. Ser auténticos implica asumir la propia interioridad. 51. Quien se evade de sí mismo, se evade, en el fondo de Dios, que está en la raíz del sí mismo. La vocación, que tiene su origen en lo alto, encuentra en lo profundo del ser humano aspiraciones, estímulos y condicionamientos para que pueda ser recibida, escuchada, acogida y vivida. El despuntar y el desarrollo de una vocación es un misterio del que entrevemos sólo algunos aspectos parciales, en continua e 52
  • 54. imprevisible evolución, indicadores de un proceso cuyos componentes dinámicos brotan de dos seres libres y en continuo diálogo entre sí. 52. La vida más que un simple hacer es quehacer en el que el ser humano se proyecta y se realiza hacia nuevas formas de ser real. Nuevas formas que cada uno, desde su realidad concreta, elige como metas preferibles y por tanto valiosas. Los humanos necesitamos fijarnos un objetivo, entregarnos a ese objetivo, e ir avanzando poco a poco sin pararse a mirar a un lado y a otro. De esta manera, encontramos el sentido de la vida. El objetivo ha de estar en consonancia con el proyecto humano en general. Incluso en las adversidades y circunstancias angustiosas debemos intentar dar con el sentido, bien para salir de ellas, bien para poder aguantarse equilibradamente en ellas. Solamente cuando se da ese sentido uno puede justificar la vida y la muerte y soportar el dolor y las situaciones límites. 53. Cada ser humano tiene dentro de sí una mente y un corazón que nadie puede tocar, que nadie puede destruir. Es verdad que nos pueden matar, pero nadie nos puede obligar a pensar lo que no queremos, ni amar lo que odiamos, ni despreciar aquello que es lo más importante para nosotros. A lo sumo, podrán enloquecernos, pero no habrán podido doblegar nuestro espíritu. Cada hombre y mujer, en esta tierra, puede vivir para algo, puede vivir para alguien. Querer vivir ‘para nada’ sin ningún proyecto serio, sin ningún amor sincero, es caminar hacia la propia destrucción de la persona. Por eso hay que descubrir nuestro quehacer, nuestra misión en esta vida. Se trata de ver como es mi trayectoria personal y preguntarse qué esperan los demás de mi existencia. Sentido de la vida y vocación personal en este punto se encuentran. 54. Hay un designio que nos supera, que nunca es comprendido del todo; hay un proyecto en el que cada uno tiene un lugar maravilloso. Descubrir ese proyecto de Dios, pensado para nosotros, para nuestra propia felicidad y para el bien del mundo, es una tarea que nos pide a todos abrir el corazón a la esperanza. El dolor no es el fracaso de una vida sin 53
  • 55. sentido. El dolor es una invitación a dar sentido a lo que parece una vida fracasada, pero no lo es: todo vale en el horizonte del amor de Dios. 55. La realidad del ser humano es primariamente pretensión, proyecto, y en esto consiste su extraño carácter de ser a la vez real e irreal. El elemento de irrealidad, de imaginación, de futuro, de proyecto o pretensión, forma parte de la realidad humana. La sabiduría no se consigue sabiendo mucho, sino no sabiendo nada. El saber de la sabiduría no es una actividad puramente racional, sino sobre todo un contacto con la realidad. Nada más se conoce lo que se ama. Este conocimiento de la sabiduría crea comunión, pues la sabiduría no es complicada, no es la suma de muchos conocimientos, ni de experiencias múltiples. No se la puede acumular. No se puede tener experiencia de la sabiduría si no se vive el mundo como patria propia. 56. La sabiduría es un don libre, un puro regalo. La persona sabia utiliza su ojo interior, su oído interior para penetrar las cosas, sin necesidad del conocimiento intelectual. Podemos conocer la sabiduría gracias a una experiencia interna que proporciona paz, alegría y libertad. Por eso no hay que malgastar nuestro tiempo en cosas que no proporcionan alegría, hay que hacer silencio. 57. La sabiduría no es una meta de la voluntad. Cuando estamos centrados, todo se coloca en su justo sitio. Llegamos a ese centro gracias al silencio contemplativo. Estar centrado, significa pues, encontrarse a la misma distancia de todos los puntos de la circunferencia. Ver no es reflexionar sobre lo acontecido, sino simplemente mirar, contemplar dejándose contagiar por lo contemplado. 58. Hay que hacer crecer la vida espiritual en nuestro corazón si no queremos que las preocupaciones de la vida nos invadan. De esta manera vamos encontrando el sentido a la vida, que no se debe plantear en términos generales, sino que ha de ir dirigida al significado concreto de la vida de cada ser en un momento dado. Todas las situaciones tienen un sentido aunque nos parezcan incomprensibles. En el horizonte 54
  • 56. de las infinitas situaciones humanas, debemos descubrir la presencia escondida de Dios. 59. La evolución no termina en la persona humana. Después viene la comunidad humana. La conciencia es la clave, el hilo conductor, por donde discurre la evolución general. El ser personal humano, donde la conciencia encuentra su plenitud a escala individual, se presenta como el puente de articulación de todas las fibras cósmicas. La explicación del universo tiene su fundamento en la persona, centro y punto de armonización del mundo. A partir de la experiencia de la persona humana, es decir, de la conciencia de nuestros valores espirituales, todos los demás fenómenos, no sólo los humanos, sino los biológicos y físicos, adquieren coherencia y explicación en la perspectiva de una materia que evoluciona hacia el espíritu. Por esta razón el proceso ascendente de los seres no puede menos de ser concebido que en función de la personalización. 60. La persona como síntesis recapitula en sí todo lo que le antecede, al mismo tiempo que se erige como grado específico de unidad lograda. Es un resumen donde aflora el cosmos entero, ya que por todas las fibras, tanto materiales como psíquicas, se halla vinculada a todo cuanto la rodea. Se halla prendida de una red de relaciones de suerte que la persona es esencialmente cósmica. 61. La persona no es algo realizado, sino un deber ser. La persona es persona en la medida en que es consciente de la orquestación universal en que se inserta su papel individual. La etimología nos recuerda que la persona es ese personaje que representa un papel, cumple una función. Tener por vocación el desempeñar un papel individual en el drama universal, constituye el ser mismo de la persona. 62. El universo material y espiritual no son una mera yuxtaposición de partes, sino una verdadera conexión en la que cada cual ocupa su lugar y desempeña su función. La persona y el mundo están en devenir. En su esencia el universo está inconcluso caminando hacia su Centro 55
  • 57. Absoluto. Ser una persona es tener conciencia del drama cósmico y participar en él desempeñando el papel eficaz al que ha sido llamada. 63. El silencio y la soledad es el medio adecuado para trascender las ilusiones de la naturaleza y ser capaz de presencia moral o mental. Mediante el silencio se asocia la persona a los demás seres, siendo esta presencia aún más profunda. Es necesario apartarse de la exterioridad para hacer accesible la presencia de los demás en la conciencia. La soledad se resquebraja por un solo acto de generosidad. La amistad no consiste en añadir dos aislamientos, sino en liberarse del propio aislamiento por la percepción activa de la otra persona en la que la otra persona se encontraba, pues vamos al tú por el descubrimiento de nuestro yo ideal. El amor sólo aparentemente es unilateral. Si la generosidad es eficaz para un ser, lo será también para el amante y el amado, e indirectamente para todo el universo. 64. La generosidad es, además, el único medio que tenemos en influir en las decisiones temporales de las demás personas. Hay más felicidad en dar que en recibir, en seguir dando también cuando no se recibe nada o se recibe ingratitud. Al odiar el crimen y querer al criminal se construye la historia ideal del mundo y se devuelve a las personas la dignidad que han perdido, destruyendo las causas de la separación. 65. El fracaso en la generosidad, que suele ser proporcional al amor que se profesa, nos lleva a amar a Dios que ama y crea unilateralmente. Una conciencia verdaderamente generosa no rehúsa el riesgo de sufrir por causa de otra persona, precisamente porque no se puede mostrar indiferente a ésta. Amar a alguien es también otorgarle el poder de hacernos desgraciados. 66. El camino hacia el sano sentimiento del propio valor pasa por la aceptación del lado de sombra, por la integración de los propios valores y por la admisión de la imagen de Dios que se expresa en el alma humana por medio de imágenes y de símbolos. Así, nuestra tarea es llegar a 'sí mismo' o el yo ideal y no llegar a ser 'yo'. El yo es únicamente consciente. Para llegar hasta el 'sí mismo' he de desasirme del pequeño 56
  • 58. yo. Quien esté en contacto con el 'sí mismo', será independiente de los demás. Ha encontrado el camino hacia sí mismo, hacia su propia dignidad. Y será capaz de permanecer en sí mismo, de mantenerse en sí mismo, y ser independiente del juicio de los demás. El 'sí mismo' es la imagen de Dios en mí, la imagen singularísima que Dios se ha hecho de sí a base únicamente de mí. 67. El 'sí mismo' espiritual es la patria interior en la que estamos enteramente con nosotros mismos y en la que descubrimos que nuestro verdadero 'sí mismo' ha sido plasmado por Dios. Mientras que no descubramos esta antiquísima verdad de que nuestra patria está en lo interior, estamos condenados a andar errantes y buscar consuelo en el mundo exterior. 68. Los místicos creen que en cada persona existe un espacio de silencio y quietud. No obstante muchas personas no sienten este espacio debido a las múltiples preocupaciones y problemas que se interponen entre la conciencia y el 'sí mismo'. 69. El camino hacia ese lugar de silencio pasa por la oración y la meditación. Cuando la persona se adentra en el lugar de quietud que hay en su interior, entonces crece en ella el sentimiento de libertad y confianza. Crece el sentimiento del propio valor. Crece el sentimiento de libertad y confianza. Es el sentimiento de que la persona tiene un núcleo divino, que es el espacio de silencio y quietud en el que sólo Dios habita, y sobre el que este mundo no tiene poder ninguno.El yo de la persona no es más que una etapa; el nosotros es un fin y la soledad un medio para percibir los valores. 70. La ética del amor al prójimo nos pone ante el rostro de la persona en su peculiaridad irrepetible, en su enigma indescifrable, y nos invita a ayudarle, siendo ella un fin y nunca un medio. Girar la historia consiste en crear una sociedad donde la ambición esté desterrada y en lugar de la rivalidad reine el amor mutuo. Cualquier cambio estructural fracasará si no va a acompañado del cambio de valores y de conducta. 57
  • 59. 58
  • 60. II PERLAS DE CONTEMPLACIÓN “No tenga otro deseo, que el de entrar sólo por amor a Cristo en el desapego, el vacío y la pobreza de todo lo que existe en la tierra. No tendrá otras necesidades más que aquellas a las que haya sometido su corazón; el pobre de espíritu nunca será más feliz que cuando se encuentre en la indigencia; aquel cuyo corazón no desea nada es siempre generoso. Los pobres en el Espíritu (Mt 5,3) tienen una gran libertad en todo lo que poseen. Su placer es pasar necesidad por amor a Dios y al prójimo... No sólo los bienes, las alegrías y los placeres de este mundo nos estorban y nos retrasan en el camino hacia Dios, sino también las alegrías y las consolaciones espirituales, son en sí mismas un obstáculo en nuestra marcha, si los recibimos o las buscamos con un espíritu de propiedad” SAN JUAN DE LA CRUZ (1542-1591) 5. A diferencia de la ciencia, que, para analizarla, divide la materia en partes más pequeñas, y se va fragmentando conforme progresa en especialidades más y más penetrantes, la sabiduría, hasta cuando recoge los múltiples conocimientos proporcionados por las ciencias, los refiere siempre al centro donde ella se encuentra, al nivel del espíritu, gracias a la inteligencia espiritual, más allá de la mente razonante. En ese lugar interior es donde la sabiduría se desarrolla mediante un continuo trabajo de síntesis, comparable a una rumia y a una digestión, pero desarrollados a la luz del Espíritu.La sabiduría es activa por su trabajo de reflexión y de asimilación a base de experiencia, y contemplativa por su atención a la luz superior que la preside tanto a ella como a las ideas ordenadoras que emergen ante sus ojos. El crecimiento de la sabiduría no se puede verificar, como en las ciencias, mediante exámenes, tests, mediciones y cálculos. Progresa por medio de una maduración que se inserta en la duración vital, diferente al tiempo mecánico; tiene sus etapas y sus estaciones, como los 59
  • 61. organismos vivos, como crecen también las virtudes en el corazón y en el espíritu. La sabiduría se manifiesta a través de su fecundidad cuando llega el tiempo, a través de la excelencia y del sabor de sus frutos para quien sabe apreciarlos, pues es preciso tener formado el gusto por la sabiduría. 6. Nuestra mente, habitualmente dispersa en una gran diversidad de pensamientos y de ideas, debe ser unificada y llevada de la multiplicidad a la simplicidad, de la diversidad a la sobriedad. Debe ser purificada de toda imagen mental, de todo concepto intelectual, hasta no ser consciente de nada, salvo de la presencia amorosa de Dios invisible e incomprensible. Es así como, entrando en el silencio aprendemos el arte de la oración, que es un camino espiritual que nos une con Dios y no un lugar para reflexionar sobre Dios o sobre nosotros mismos. 7. El paso de la oscuridad a la luz es la primera separación de las ideas falsas y erróneas sobre Dios. La inteligencia espiritual oscurece todo lo sensible y habitúa al alma a la contemplación de aquello que está escondido. 8. Contemplamos un Dios que es invisible, pero que nos ofrece un sentimiento de presencia, un sentir no con los sentidos del cuerpo, sino con aquellos interiores del corazón. 9. Entrando en la “nube del no saber”, es decir creyendo, la persona permite a la propia razón ejercer su acto más noble: reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan. 10. La contemplación divina lejos de humillarnos y privarnos de algo está hecha para llenar al ser humano de entusiasmo y de alegría. Dios es infinitamente más grande, más bello, más bueno, de cuanto lograríamos nunca pensar. 11. Orar es ponerse en comunión con Dios, para estar en su presencia, que nos penetra y rodea como el aire que respiramos. "Es pensar en Dios amándolo", como decía Carlos de Foucauld. Es, en definitiva, en palabras de santa Teresa de Jesús, "un trato de amistad a solas con quien sabemos que nos ama". Esta relación puede crecer y 60
  • 62. desarrollarse desde las tentativas más incipientes hasta la intimidad más profunda, vivida en la oración continua del auténtico peregrino. 12. La oración es una historia de amistad entre la persona y Dios. El Creador es el agente principal y la criatura padece su acción: Donde Dios más actúa, la persona más se transforma. 13. La oración no se conquista ya que es una realidad viva, un proceso evolutivo y permanente. Sucede lo mismo con la amistad, que entraña un dinamismo en continuo crecimiento. Se sabe el punto de partida, pero no el de llegada. Así, la oración es un proceso que va desde la exterioridad a la interioridad en búsqueda de Alguien que sabemos que nos ama. 14. Se necesita tener mucho valor para orar, para perseverar sin ver, para prolongar la oración y mantenerse en ella, seguros de que Dios vendrá a nuestro encuentro. 15. El ser contemplativo no es pasivo. La contemplación es la más grande actividad que el ser humano puede realizar. Es un buscador de Dios desde lo más profundo del ser y se es útil al prójimo obedeciendo fielmente a la Voluntad de Dios diseñada en nuestra conciencia y en favor de nuestros hermanos, allí donde Él nos quiere. 16. Contemplar es un conocer no pensante. Mirar con amor, adorar, es la forma perfecta de conocer sin más. Contemplar es, por tanto, intuir, entrar en el "presente absoluto", que es el tiempo verbal de la eternidad. Cuando se rompen las normas del tiempo, el instante más pequeño se rasga como un vientre preñado de eternidad. el éxtasis es el gozo de sentirse engendrado en el infinito de ese instante y nos deja entrever, más allá del pensamiento humano, un oculto sentido. 17. Contemplar no significa mirar a Dios, sino ser mirados por Dios. Dejarse penetrar de su Amor y descubrir su Presencia a través de los "signos de su creación". 18. La contemplación es purificación del interés. Es una oración pura, pero no deshumana. Más que subir al cielo, es un profundo descender al 61
  • 63. vientre de la tierra donde están las raíces del ser, que son la vida, la misericordia y la esperanza. 19. Contemplar es anticipar lo que debe ser un día el estado de vida de la familia humana, el destino de toda persona. Quien tiene un poquito de esta oración, puede hacer cosas inmensas por la humanidad, permaneciendo atento a la "oscura presencia de Dios" y cumpliendo su Voluntad. 20. La oración no es otra cosa que conocer el Amor como experiencia más profunda. Esta experiencia nos hace tomar conciencia de que somos hijos de Dios y nos proporciona una paz que nada ni nadie nos puede dar. 21. La contemplación nos va haciendo realmente mejores, más pacíficos, más pacientes, más unificados interiormente. El amor de Dios va poniendo orden en nuestro interior suavemente, sin represión ni violencia. El contacto con el fuego del amor opera en nosotros una purificación. No se puede contemplar a Dios sin morir a nuestro egoísmo. 22. Hay personas que viven para Dios, otras que viven con Dios y otras que viven en Dios. Las que viven para Dios, su vida es lo que hacen y la valoran por lo que hacen por Él. Las que viven con Dios también viven para Él, pero no viven por lo que hacen por Él, sino por lo que son ante Él. Su vida es reflejo de Dios por su sencillez y pobreza. Las que viven en Dios, no viven por lo que hacen ni por lo que son, pues Dios hace todo en ellos. Descansan en el ser de Dios por encima de su propio ser. 23. Cuando el ser humano está dispuesto a estar a solas con Dios, en el desierto, el bosque o la ciudad, el relámpago ilumina todo el horizonte y toca donde quiere. Cuando la infinita libertad de Dios brilla en las profundidades del corazón, el ser humano es iluminado. En este momento, aunque esté a la mitad de su viaje, ha llegado ya a su fin. 24. La humildad consiste precisamente en ser la persona que se es a los ojos de Dios. Y como no hay dos personas iguales, si se tiene la 62
  • 64. humildad de ser uno mismo, se será distinto de todos los demás seres del universo. Por esta razón, el camino de la realidad, el camino de la santidad, es el camino de la humildad, que nos lleva a rechazar nuestro ser ilusorio y aceptar nuestra verdadera realidad ante Dios. 25. La entrada más usual a la contemplación es a través de un desierto de aridez en la cual, aunque no se ve nada, no se siente nada, ni se capta nada, y sólo se tiene la conciencia de un cierto sufrimiento y angustia interiores, uno está atraído y mantenido en esta oscuridad y sequedad porque es el único lugar en que se puede hallar alguna forma de estabilidad y paz. 26. Al ir avanzando, se aprende a descansar en esta árida quietud, y la seguridad de una consoladora y fuerte presencia en el corazón de esta experiencia crece cada vez más, hasta que gradualmente se comprende que es Dios quien se revela a uno en una luz penosa para nuestra naturaleza y todas sus facultades, porque está infinitamente por encima de ellas y porque la pureza está en guerra con nuestro egoísmo, oscuridad e imperfección. 27. Cuando Dios comienza a infundir su luz de conocimiento y entendimiento en el espíritu de una persona atraída a la contemplación, la experiencia suele ser más de derrota que de triunfo. 28. Llegamos a ser "contemplativos" cuando Dios se descubre a sí mismo en nosotros. La verdadera contemplación significa la destrucción de todo egoísmo, la pobreza y la limpieza de corazón. 29. Como el fuego, que ilumina y purifica, en la contemplación no vemos a Dios. Le conocemos mediante el amor. Cuando gustamos la experiencia de amar a Dios por sí solo, sabemos por experiencia que es puro amor. 30. La verdadera experiencia mística de Dios coincide en el momento que amamos a Dios y al prójimo "como a nosotros mismos". "Si dices que amas a Dios y no amas al hermano, eres un mentiroso" (1Jo. 4,20). 63