1. Virgen con el Niño (Virgen de Belén)
Alto relieve en madera policromada originalmente para retablo; alto: 142. 5
cm. Junturas, recubiertas y afinadas con tela. La Virgen: ojos de cristal y
cabellera de pelo humano; pestañas de pelo de res; después de 1570. El Niño:
ojos de vidrio pintado, recientemente repuestos; cofradía de Belem, Tecpan
Izalco.
Articulo y Fotografías : Carlos Leiva Cea
3. María, de rojo achiotado, manto celeste esmaltado a la chinesca y una toca cruzando su pecho al gusto
sevillano, aparece sentada en lo que debió haber sido una especie de trono, con el Niño sobre su rodilla
izquierda, pero tomándolo con ambas manos para mantenerlo fijo sobre su regazo. No obstante que, con
el rostro levemente vuelto hacia la izquierda y elegantemente inclinada hacia adelante, parece más
dispuesta a escuchar deferente, los pedidos de sus fieles que, atender al mismo Niño. Luce varias tocas
nuevas sobre la cabeza y el cabello natural, ha sido recogido también con sencillez sobre sus hombros por
José Manuel González*, tratando de ceñirse a una época. Calza zapatillas negras y zarcillos a juego con la
túnica. El Niño, que tampoco ve hacia su Madre, envuelto en una mantilla, sonriente y confiado, busca su
seno, mientras mira hacia lo Alto.
El conjunto está tallado en cedro real o salvadorensis, según clasificación del sacro árbol mesoamericano,
de María Luisa Reina, reconocida bióloga izalqueña; lo cual no significa sin embargo que, la escultura
ahuecada y aplanada atrás -aunque
María solo entre el cuello y los pies-, debido a su factura para retablo, haya sido necesariamente tallada
localmente. Con seguridad posterior al recuento del 10 de diciembre de 1570 (Escalante, Códice
Sonsonate, tomo I, p. 230, ésta tardía Virgen de la de la Leche, resultaría arruinada por santa Marta en
1773, o una ruina similar. Del asolado templo, la Virgen saldría, como ha ocurrido en otras ocasiones en
Izalco, con otras imágenes muy deseadas, hacia el rancho de su acomodado mayordomo, para no volver
jamás a su sitio en él. Iniciado su proceso de restauración, gracias al Premio del Embajador, muy pronto,
la luz rasante, evidenció en la cabeza y sobre la frente, que fue devastada en la toca y el cabello, que
debieron haber caído a lo largo del cuello, antes de ese malhadado momento. Un aflojamiento del
ensamble de su nariz, así como la rotura sobre su vientre, evidenciadas durante su limpieza, indicarían
que al menos en un momento desconocido, sufriría ciertos daños que motivaron una primera intervención
llevada a cabo, muy inteligentemente -en comparación con otras sufridas con posterioridad-. De ahí que
el rostro de la Virgen siga siendo el que esperamos de María, en ese primer período de la imaginería
guatemalteca, recordándonos –salvando las capas de pintura y los tamaños-, al de Chiantla y el de la
Virgen sedente con el Niño de pie, sobre columna de nubes de la capilla del Socorro, ahora en la Nueva
Guatemala; aunque no muestre el semblante algo airado de la de Ostuma o el algo imperioso de la titular
de la mencionada capilla. Por su parte, el lino recubriendo las junturas entre el Niño y su Madre, no son
raras en la imaginería de este momento, debido a la carencia del instrumental técnico necesario para
lograr mejores acabados. De presencia mayestática, debido a su eclecticismo que auna una “vuelta al
románico” –rodillas remarcadas- y goticismo tardío –alto talle-, pero sin volverla “trono de David”;
manierismo -cuello largo- y renacentismo –Niño hercúleo-, con cierta resolución oriental en el rostro,
como producto del pujante comercio con el Oriente, la Virgen es un compendio de estilos que finaliza
cuando tras la ruina, es devastada para llevar cabellera natural y tocas de paños verdaderos. El Niño, a
quien debemos suponer un lactante de tierna edad -sólo burdos rasguños, quedan como insuficiente
prueba del seno supuestamente cercenado por el obispo Vilanova y Meléndez en 1935-, es tan musculado,
como pudiera esperarse también de este momento artístico. Por ende, originalmente debió estar peinado a
la romana, pero ocurre que llegó hasta nosotros, con sus cabellos seriamente devastados. Carencia, que
fue necesario suavizar con una mezcla de color entre fuerte y suave a la vez. Su faz, sumamente
deshumanizada y retocada, iniciado su proceso de conservación, mimetizaba a vuelo de pájaro, las
cuencas oculares de un pez, debido al borramiento de párpados superiores e inferiores, lo que motivaría
una intervención más allá de la idea ortodoxa de lo que debe ser la restauración.
Otra prueba más de lo tardío de la pieza? El Niño que hasta Trento se había interpretado desnudo y con
sus “atributos masculinos al completo”, los cubre aquí tras la nueva normativa conciliar, respecto a la
compostura y decencia de las imágenes, dadas a conocer en estas tierras, en 1565. Sobre el autor del
conjunto, no podemos más que felicitar sus soluciones conseguidas con carestía de medios y dificultades
técnicas, las cuales creemos no tienen porqué solo haber sido confrontadas por los artistas indígenas.
Se acercan todavía hoya Ella, las mujeres preñadas quienes piden alumbramientos fáciles y bebés sanos.
Por tanto, debió haber jugado un papel muy importante, durante el enorme descenso de la tasa
poblacional nativa de fines del siglo XVI y su posterior incremento, en el siglo XVIII.
Articulo y Fotografías : Carlos Leiva Cea