1. La belleza del jardín japonés en Ponce
Por la Redacción de ESCENARIO
Periódico El Nuevo Día, Jueves, 16 de junio de 2005
El simbolismo, religiosidad y poesía de los jardines japoneses Niwa, Sono o Tei se manifiestan
el que recientemente inaugurara en los predios de la Cruceta del Vigía en Ponce.
Este jardín, diseñado para que el visitante se pasee y descubra sus diferentes áreas, posee dos
accesos; el portal sur es el acceso principal. Tras ascender por la amplia escalinata, guiados por
una erizada verja de bambú y en medio de una cascada de color (Bouganvillea) se encuentra el
pórtico custodiado, a ambos lados, por fieros guerreros (Beaucarnea recurvada) de múltiples
cabezas y verdes cabelleras.
Al cruzar el umbral, un estanque de agua cristalina y tranquila recibe al visitante y le acerca un
trozo de cielo. Una vasija (tsukubai) de aguas límpidas y e inagotables invitan a la purificación
A ambos lados, un mar de pulcra arena blanca invoca los elementos marinos omnipresentes en la
realidad de la Cruceta del Vigía, los barcos aproximándose a puerto y las impávidas islas en la
lejanía. Aquí se observan los típicos elementos del jardín Zen (kare san sui) como son la arena
(agua) y las rocas (barcos e islas), los cuales se transforman en realidad y se mueven al corazón
del jardín.
La vista es atraída por la continua presencia del agua, la cual se percibe –al mismo tiempo-
ininterrumpida e intermitente hacia el fondo del jardín. El manantial se escapa de su jaula de
piedra para desaparecer bajo las rocas y resurgir en el estanque principal, bajo la mirada vigilante
del bombax (Bombax elipticum), que le observa desde la montaña.
Un bosquecillo de árboles de helecho japonés (Fillicium decipens) y robles amarrillos (Tabebuia
glomerata), indica la transición a un nuevo espacio, uno sagrado y místico.
Al este se encuentra el patriarca, el árbol sagrado (Swietenia mahagoni), distinguido por la soga
de fibra (shime nawa) que lo envuelve. Su silueta encorvada es prueba de la perseverancia del
viento que, a lo largo de los anos, le obligado a ceder la resistencia por la adaptación. Bajo el,
pequeñas evocaciones de forma y vigor se reúnen, tras anos de esfuerzo, en un secreto y
reservado patio de bonsái.
Al continuar el recorrido se tropieza con un tributario de nuestro rio, dibujado por Iris Amarillos
(Neomarica sp.), el cual tímidamente, aporta su invisible caudal al rio y sin pedir nada a cambio,
desaparece. Sobre la montana, rodeado por tres caobas, el laurel (Picus benjamina) afianza sus
raíces a la roca y trata, sin descanso, de reunirse con la tierra mientras espera pacientemente
crecer.
Mas adelante, tímidos pasos de lajas ofrecen paso seguro entre las caliandras (Calliandra
emarginata) hacia el puente de rocas y la casa del Te. Esta estructura, que flota solemne sobre el
agua, se concibe como un acogedor refugio para el retiro espiritual. Los papiros (Cyperus
2. giganteus) resguardan el estanque y los lirios acuáticos (Nymphaea sp.) intentan con avidez
incontrolada, cubrir la superficie a cambio de destellos del color violeta y rosado.
El camino principal dirige hacia un encuentro con el espacio consagrado a los dioses. Dos
imponentes rocas (iwa) enmarcan la entrada. Los ucarillos (Bucida spinosa) abrazan las rocas y
complementan la fría rigidez de la piedra con siluetas firmes, pero a la vez flexibles. La
impecable pureza de la arena envuelve los conjuntos de piedras que sirven de asiento a lo divino
(iwa kura). Los dos eternos contrarios de la filosofía oriental (“in” y “yo”) se representan por los
colores de la arena. El gran círculo central simboliza el equilibrio, la transformación y la
interdependencia.
Desde la montaña el guayacán (Guaiacum officinale) es testigo silencioso de los
acontecimientos. El bosque de robles rosados (Tabebuia rosea) y ucares (Bucida buceras) crea
una cortina protectora que aísla el sitio sagrado del bullicio exterior. A lo lejos las montanas
circundantes se acercan al jardín y se integran a sus formas. Al fondo, nuevamente el agua,
inagotable fuente de vida.
De regreso, un puente, bajo el cual se vierte el cauce hacia el rió, lleva hacia un bosque de
bambú. El sinuoso camino de redondeadas piedras, corre casi paralelo al lecho seco del rió. Los
pasos de la naturaleza y los del hombre discurren juntos sobre los mismos materiales. Al este, las
zamias (Zamia furfuracea) intentan conquistar la montaña.
Los robles nativos (Tabebuia heterophylla) se confunden con el entorno. Una masa compacta de
arbustos floridos y el follaje colgante de los sauces llorones (Salix babilonica) dan paso a puentes
curvos (sori-bashi) que comunican a una isla central (nakajima) que simboliza la tierra pura de
buda. Estos puentes representan la conexión entre el mundo terrenal y el cielo, infiriendo la
posibilidad de renacer en el paraíso.
Los jardines son una expresión de la relación con el mundo natural a través de principios
espirituales, estéticos e intelectuales. No es una simple imitación de la naturaleza; es la
convergencia de la belleza de la natural y la creación del hombre.
El Jardín Japonés, cuya construcción fue una iniciativa del Patronato de Ponce y su presidente,
José E. Costas Loyola, esta localizado en el sector El Vigía en Ponce. Descúbralo y cultive la
capacidad de escuchar, entre la armonía (“WA”) con la naturaleza. Deje a un lado el caos de la
vida diaria y cambie pesadumbre, aburrimiento y desesperación por renovación, inspiración y
esperanza. Para hacer sus reservaciones llame al (787)259-1774.