El documento discute las diferencias entre llamar un ataque terrorismo versus otros tipos de violencia masiva. Plantea preguntas sobre por qué el ataque de la Maratón de Boston ha sido considerado terrorismo mientras que otros ataques masivos no, a pesar de cumplir con las definiciones legales de terrorismo. También argumenta que la línea entre un atacante suicida motivado ideológicamente y uno con desequilibrios mentales es borrosa, y sugiere que las definiciones legales de terrorismo en EEUU deberían ampliarse.
1. ¿Cuándo llamarlo terrorismo?
El atentado de la Maratón de Boston volvió a sacudir a Estados Unidos de los
hombros para recordarle su largo affaire con la violencia. La investigación aún no
termina, pero el mismo Obama ya definió el ataque como terrorista aún cuando
todavía se ignore el móvil y sigamos hablando de sospechosos.
Por: Verónica Klingenberger
Me pregunto qué es lo que diferencia a los hermanos Tamerlan y Dzohkhar Tsarnaev de
Seung-Hui Cho o Adam Lanza? ¿Recuerdas a ese par? La sangre aún sigue húmeda debajo
de la alfombra. El primero fue el autor de la masacre de Virginia Tech, en el 2007 (32
personas muertas, incluyendo el suicidio del homicida, y 17 heridos). El segundo mató a 20
niños y seis adultos el año pasado, incluyendo a su madre, para luego quitarse la vida.
¿Por qué el supuesto ataque cometido por los chechenos ha sido considerado un atentado
terrorista mientras que las otras dos matanzas fueron definidas como asesinatos masivos?
2. Según las leyes estadounidenses, se considera “terrorismo” a todo acto de violencia que tiene
como objetivo intimidar a la población, coaccionarla, o afectar la política del gobierno. La
mayoría de veces esos actos son dirigidos por una organización extranjera, como al-Qaeda.
Pero, ¿qué pasa con la minoría? ¿Qué pasa cuando un crimen cumple con todo lo anterior
pero no se descubre a ninguna organización extranjera que lo respalde?
En un artículo publicado por el New York Times, Adam Lankford describe el terrible parecido
entre el psicópata que entra armado a una escuela para disparar a quemarropa y luego
suicidarse, y el fanático que se ata una bomba al cuerpo en nombre de cualquier dios para
después volarse en pedazos mientras se lleva consigo a decenas de inocentes. En ambos
casos se trata de personas con un gran desequilibrio mental que buscan desesperadamente
algún tipo de gloria o fama y tienen algún pretexto o motivo ideológico.
¿Qué pasaría si quitamos el suicidio de la ecuación? Quizás sea hora de ampliar las varias
definiciones del término “terrorista” en las leyes gringas. Porque desde el 11 de
setiembre, EEUU ha sido más dañado por atentados personales de dementes gringos que por
ataques de al-Qaeda o de cualquier organización que maneje el terror a control remoto desde
algún punto de oriente