1. JAQUE MATE AL PREPÚBER
Comenzaron mis vacaciones y con ello, la costumbre de volver a viejas lecturas, de repasar obras
significativas que leí en el pasado. Comienzan mis vacaciones y también las de mi ahijado. Un
prepúber que hace un par de años internalizó que al menos dos semanas estivales, debía
compartirlas con su padrino. Por lo tanto, se entenderá que mi tiempo transcurre entre páginas
desgastadas, películas animadas y videojuegos. Principalmente, videojuegos.
Por ahora, tarde en la noche y temprano en la mañana, cuando el prepúber duerme, releo “La Vie
Mode d’Emploi”, que Georges Perec, imaginó hace 35 años.
Fue en 1999, cuando una bibliotecaria del Metro me sugirió a Perec. Tienes que puro leer “La vida
instrucciones de uso”. En esa ocasión, no alcancé a estudiarlo completamente, a disfrutar, por
ejemplo, cada novela que hay en su interior. Siempre he creído que una obra monumental e
inclasificable como ésta, debe discutirse página a página, disfrutarse al máximo capítulo a capítulo,
saborearse palabra a palabra.
Necesitaba hacerme de ese libro, pero claro, en aquella época, para un universitario
económicamente lábil, el dinero sólo alcanzaba para sopaipillas, cigarros sueltos y de vez en
cuando fotocopias. Pero tenía una treta que aprendí de un amigo. Viejo… papá… en la universidad
me pidieron un libro… ¿Te lo anoto?
Ahora que rememoro e intento redactar, el prepúber interrumpe. Primero pide que me encargue
del desayuno. Simultáneamente enciende su consola. Al poco rato, grita, ¡Padrino te toca! Sirvo
leche con cereales, cierro el libro, presiono torpemente los botones de un control. Mientras tanto,
el prepúber se ubica frente al computador, entra a una página de juegos online, colapso.
Después de una semana en la misma situación, busco una salida, “La vida instrucciones de uso” lo
exige, Perec lo merece. El prepúber es cada vez más talentoso para el fútbol con los dedos. Me
grita un gol en la cara, con la euforia tatuada en las pupilas, tal como hace una década, lo hizo un
extraño sujeto en una calle de Providencia.
Tanto me trastornó su lectura, que en mi interior elevé a la figura de Perec, a la categoría de
rockstar. Llegué hasta un centro comercial y pedí que me diseñaran una polera con el rostro de
autor francés, y con una imagen alusiva a la novela.
Con la misma felicidad de un perro que recibe a su amo después de un largo viaje, me emperifollé
con la polera ahí mismo y salí a la calle. Caminé lento, como un pavo en pleno cortejo, con el
estampado de Perec, de una fotografía que lleva un gato negro sobre el hombro en plano medio, a
la cual sobrepuse la imagen de un puzle. Tema fundamental en la novela.
Así iba, con la actitud de quien luce un deportivo del año, pero consciente de que el común del
chileno, podría confundir a Georges Perec con el Napoleón de cualquier casa de orates. Recorría
las calles con la misma parsimonia con que se deambula en un bosque al terminar el otoño. En
eso, el sujeto de las pupilas eufóricas me abordó de frente. Voluntariamente calvo, con la barba de
2. chivo, camiseta negra de una banda metal y completamente rudo, me agarró del cuello, del cuello
de mi flamante polera y de la melena enmarañada del retrato de Perec. Me miró directo a los ojos
y me preguntó ¿De dónde sacaste esa polera, de dónde la sacaste…? Le di una breve explicación y
se fue sin decir nada.
De pronto, por decir algo, el prepúber me pregunta qué escribo. Una crónica relacionada con una
de las obras literarias más importantes del siglo XX, según Le Monde. Una narración que surge en
1978, en la cual el lector, se encuentra con más de cuarenta novelas, que Perec talló durante
nueve años. Un libro que me atrapó y marcó hasta los huesos. Para que te hagas una idea: El
narrador se posiciona frente a un edificio parisino y comienza a relatar el pasado y presente de un
departamento cualquiera. Luego se traslada a otro, aplicando el Problema del Caballo, es decir,
recorriendo la fachada del antiguo inmueble como si fuera un tablero de ajedrez… qué decirte de
Percival Bartlebooth, un personaje que durante un década toma clases de acuarela con un
connotado pintor, para después emprender un periplo de veinte años por diversos puertos, entre
ellos Valparaíso, para retratar la vida del ser humano junto al mar. Aquellas pinturas son enviadas
a un artesano que las convierte en puzles o rompecabezas, que esperarán a Bartlebooth para ser
rearmadas. La bibliotecaria del Metro tenía razón. Tenía que puro leer al inconmensurable Perec.
Todo eso pensé responder, pero no tenía sentido. El prepúber seguía pasmado por el videojuego.
Sin embargo, como si el prepúber escuchar, sentencia. Padrino ¿te juego una partida de ajedrez?
Pausa la pantalla y sin mediar respuesta va por el tablero. Como siempre elije las blancas. Abre
avanzando su peón de rey dos casillas (1.e4). Después de cinco minutos amenazo su rey. Jaque
Mate. Falta algún tiempo para que me gane, espero algún día lo logre. Cuando llegue ese
momento, le regalaré un libro de Perec, con este texto como dedicatoria. Por ahora ubico las
piezas, reclama su revancha.