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EROS Y CIVILIZACION 
“Primera Parte” 
1. La tendencia oculta en el psicoanálisis 
Un ser humano solo por medio de una fundamental transformación de su naturaleza que afecta no solo las 
aspiraciones instintivas, sino también los “valores” instintivos. 
Freud describió este cambio como la transformación del principio del placer en el principio de la realidad. 
El individuo existe, en dos dimensiones diferentes, caracterizadas por procesos mentales y principios diferentes. La 
diferencia entre estas dos dimensiones es genética-histórica. El inconsciente, regido por el principio del placer. El 
principio del placer: el hombre aprender a sustituir el placer momentáneo, incierto y destructivo, por el placer 
retardado, restringido pero “seguro”. 
El ajustamiento del placer al principio de la realidad implica la subyugación y desviación de las fuerzas destructivas 
de la gratif icación instintiva, y, por lo mismo, implica la transustanciación del placer mismo. 
Bajo el principio de la realidad, el ser humano desarrolla la función de la razón: el hombre adquiere las facultades 
de atención, memoria y juicio. Por lo demás, el aparato mental esta efectivamente subordinado al principio de la 
realidad. 
La situación del principio del placer por el principio de la realidad es el gran suceso traumático en el desarrollo del 
hombre, de acuerdo con Freud, este suceso no es único, sino que se repite a través de la historia de la humanidad 
y en cada individuo. 
El individuo, creciendo dentro de tal sistema, aprende los requerimientos del principio de la realidad como los de la 
ley y orden, en la concepción f reudiana, la civilización domina y reprime las exigencias del principio del placer. El 
retorno de lo reprimido da forma a la historia prohibida y subterránea de la civilización. 
Freud considera “eterna” la “primordial lucha por la existencia” y, por tanto, cree que el principio del placer y el 
principio de la realidad son “eternamente antagónicos”. 
La discusión subsecuente estará centrada en esta tendencia oculta en el psicoanálisis. 
El análisis de Freud desarrollo del aparato represivo procede en 2 niveles: 
a. Ontogenético: crecimiento del individuo reprimido desde la primera infancia hasta su existencia social 
consciente. 
b. Filogenético: crecimiento de la civilización represiva desde la horda original hasta el estado civilizado 
totalmente construido. 
La constante interrelación entre los dos niveles implica las referencias cruzadas, las anticipaciones y las 
repeticiones han de ser inevitables. 
2. El origen del individuo reprimido (Ontogénesis) 
Dos temas principales vienen ahora analizados: la estructura del «aparato psíquico», como dice Freud ref iriéndose al hombre; 
y las modif icaciones de los instintos que se operan en el ámbito del trabajo. 
“El aparato psíquico aparece como unión dinámica de opuestos: de estructuras inconscientes y conscientes...; de fuerzas 
heredadas ´f ijadas constitutivamente´, y de f uerzas adquiridas; de soma? Psique y de realidad externa”. Ese dualismo 
dinámico está centrado prevalentemente sobre dos instintos: el instinto de vida o de placer (Eros) y el instinto de muerte 
(Thanatos). En un principio los concibió Freud como antagonistas, operando en el subconsciente; pero su tesis de la tendencia 
regresiva o conservadora de toda la vida instintiva parece anular esa dualidad antagonista. En otras palabras: la satisfacción 
completa del instinto de placer tendería a reproducir un estado del organismo anterior a la vida misma (quietud absoluta): “los 
procesos primarios del aparato psíquico, en su lucha para obtener una satisfacción integral, parecen fatalmente ligados... a 
la ´aspiración más universal de toda la sustancia viviente, precisamente a la tendencia a retornar a la quietud absoluta del 
mundo inorgánico´. Los instintos caen así en la órbita de la muerte”. Por eso, “el pr incipio del placer se presenta bajo la luz 
del principio del Nirvana, como una ´expresión´ de este principio”. 
En este punto, Marcuse parece advertir al lector que contamos ya con una tesis nada despreciable que volverá a aparecer en 
el momento oportuno, para salvar un f uerte escollo: el problema de la muerte. “Si el principio del Nirvana es el f undamento 
del principio del placer, entonces la necesidad de la muerte aparece con una luz completamente nueva... El descenso hacia 
la muerte es una fuga inconsciente del dolor y del deseo”. 
¿Qué otros elementos existen en el aparato psíquico f reudiano? Esencialmente los tres «estratos» a los que su visión 
reduccionista y simplif icadora restringe la vida humana. “El Ello (Id), reino del subconsciente, el más antiguo, vasto y 
fundamental..., libre de las formas y principios que constituyen al individuo social consciente; el Ello no conoce ´ni valores, ni 
bien o mal, ni moralidad´...; no lucha por nada que no sea la satisfacción de sus deseos instintivos, de acuerdo con el principio 
del placer”. 
El Ello se desarrolla gradualmente bajo la inf luencia del mundo externo (ambiente), hasta hacerse Yo, que emerge así como 
“mediador entre el Ello y el mundo externo; se adapta a la realidad externa y la modif ica en f unción de los intereses del Ello. 
Viene a ser como un protector de éste, del que depende esencialmente y que ha sido producido por él”.
Y, f inalmente, el tercer “estrato”: el Súper Yo? que “tiene su origen en el largo período de dependencia del niño respecto a 
sus padres; esta inf luencia forma el núcleo esencial del Súper yo. Sucesivamente, un cierto número de inf luencias sociales y 
culturales se incluyen en el Súper yo, hasta que concentra en sí mismo la representación poderosa de la moralidad 
constituida... Ahora, las ´restricciones externas´ que primero fueron impuestas al individuo por sus padres... vienen 
´interiorizadas´ en el Yo y se hacen su ´conciencia”. 
Para Freud es un hecho indiscutible que la civilización ha progresado gracias al dominio organizado, en menos cabo de la 
libre expansión de los instintos. Por eso “el desarrollo histórico asume la dignidad y necesidad de un desarrollo biológico 
universal”. Pero Marcuse, que no puede aceptar una realidad histórica que no haya de ser superada, se apresura a decir que 
Freud “no distingue adecuadamente las vicisitudes biológicas de los instintos, de aquellas otras histórico-sociales”; e introduce 
dos conceptos clave para expresar los componentes históricos sociales específicos (que han de ser superados), ajenos a las 
vicisitudes biológicas de la represión de los instintos. Estos conceptos son: 
a) La represión adicional: constituye las restricciones que el poder o dominio social ha hecho necesarias. Se distingue de la 
represión fundamental, o de base, es decir, de las ´modif icaciones´ de los instintos estrictamente necesarios para que la raza 
humana pueda perpetuarse en régimen de civilización. 
b) Principio de prestación: es la forma histórica prevalente del principio de la realidad”. Bajo el dominio del principio de 
prestación, la sociedad se estratif ica según las prestaciones económicas de sus miembros. 
Las conclusiones parciales a las que Marcuse desea llegar con esos conceptos son las siguientes: los varios modos de 
dominio sobre el hombre y la naturaleza llevan a varias formas históricas del principio de realidad, incorporadas en “un sistema 
de instituciones y relaciones, leyes y valores de la sociedad que imponen la requerida ´modif icación´ de los instintos”. Las 
instituciones históricas específicas introducirían controles adicionales en los instintos, que es preciso superar derrocando esas 
instituciones. 
También el trabajo “ha impuesto restricciones universales a la libido... que ha sido desviada para consentir prestaciones 
socialmente útiles”. En esta desviación de la libido reside para Marcuse el concepto de trabajo alienado: los elementos 
f reudianos se amalgaman y funden con tesis marxistas, bajo un nuevo enfoque: la sexualidad. Es trabajo alienado porque 
“los hombres no viven su vida...; mientras trabajan no satisfacen los propios deseos y facultades, sino que trabajan en un 
estado de alienación”. Los hombres “quedan reducidos a instrumentos de trabajo alienado; como tales pueden funcionar sólo 
si renuncian a la libertad de aquel sujeto-objeto de libido que es originalmente el organismo humano, y desea seguir siendo”. 
Sobre el instinto de muerte, en cambio, la sociedad no ha logrado un control tan f uerte como en el Eros, porque “la profundidad 
en la que opera el instinto de muerte lo protege de una organización sistemática análoga”. Sin embargo, el entero progreso 
de la civilización se ha hecho posible solamente por la transformación y utilización del instinto de muerte... Los impulsos 
agresivos proveen continuamente de energía para el dominio, modif icación y explotamiento de la naturaleza en provecho de 
la humanidad”. En ese sentido, el instinto de muerte o de destrucción se pone al servicio del Eros, pues al llevar al hombre 
hacia “fases de civilización siempre más ricas, facilita mayor satisfacción al Eros. 
Al mismo tiempo, sin embargo, el instinto de muerte se muestra antagonista del Eros, porque al intervenir en la formación de 
la conciencia moral, a través del Súper yo, reprime el principio del placer radicado en el Ello, “dirigiendo una parte de los 
instintos destructivos contra una parte de la personalidad... La destructividad cuando se interioriza constituye además el 
núcleo moral de la personalidad madura”. Todo en el “aparato psíquico» surge, como es fácil deducir por las citas señaladas, 
de lo que en el hombre hay de menos humano: la vida instintiva. 
De ese modo, “la civilización se sumerge en una dialéctica destructiva: las restricciones perpetuas impuestas al Eros acaban 
debilitando los instintos de vida, y así refuerzan y liberan las fuerzas mismas que esas restricciones tratan de combatir: las 
fuerzas de destrucción”. Veamos cómo Marcuse razona apuntando una posible solución: 
“Si, según Freud, la sexualidad tiene un aspecto explosivo disgregador de la sociedad que llevaría a consecuencias funestas 
si no es controlada, ¿cómo puede justif icarse entonces la def inición f reudiana de Eros, como esfuerzo para ´combinar 
sustancias orgánicas en unidades siempre mayores?... ¿Cómo puede ser la sexualidad el probable ´sustituto´ del Instinto que 
empuja a la perfección´, de la fuerza que ´aúna todo lo que existe en el mundo”. Recordando el aspecto “constructivo” que 
también tiene el Eros en la teoría f reudiana, he aquí una de las ideas claves de Marcuse: “Contra la noción f reudiana del 
inevitable conf licto ´biológico´ entre el principio del placer y el principio de la realidad, entre sexualidad y civilización, habla la 
idea del poder unif icador y portador de satisfacción del Eros, encadenado y deteriorado en una civilización enferma. Esta idea 
implica que el Eros libre no obstaculiza relaciones civilizadas permanentes en la sociedad, sino que rec haza sólo la 
organización híper represiva... en una sociedad dominada por un principio que es la negación del principio del placer ”. 
3. Origen de la civilización represiva (Filogénesis) 
El individuo no es propiamente dueño de sus actos. Es obvio que el condicionamiento esencial de lo instintivo en la 
conducta humana no permite otra conclusión, aunque Freud no la formule con esa precisión. Pero ahora nos va a 
decir algo que lo conf irma plenamente: el determinismo es tremendo anulador de la libertad? introducido en el 
“aparato psíquico” lo ve como el resultado de experiencias de la especie; el individuo queda como anulado y 
subsumido por esas experiencias, sin una libertad propia. 
En lugar de explicar lo que en el comportamiento humano hay de universal, atendiendo a la naturaleza común que 
los hombres tienen, tratará de hacerlo recurriendo a experiencias “arcaicas”, siempre relacionadas con la 
satisfacción instintiva sexual. Para Marcuse, la represión que acontece, como hemos visto, a nivel individual, no es
sino un f iel ref lejo de lo ocurrido en la especie humana: “Las experiencias singulares son en realidad condicionadas 
por las de la especie y, en sus líneas esenciales, coinciden unas y otras”; “la psicología descubre que... el individuo 
vive el destino universal de la humanidad”; “la civilización continúa estando determinada por su herencia arcaica”; 
“incluso antes de que el Yo exista, ya están determinadas las sucesivas líneas de desarrollo, sus tendencias y sus 
reacciones”. Cuando la libertad queda reducida, como en Marcuse, a la libertad del Eros, el gran “pecado” será lo 
que se oponga a ella: el dominio del hombre por el hombre, tal como lo describe Freud en su curiosa interpretación 
de la prehistoria de la humanidad, ligada siempre a su teoría de los instintos. 
El origen del hombre, la existencia de la culpa original y el verdadero sentido del pecado desaparecen en su 
auténtica realidad, si nos atenemos a la teoría f reudiana del “padre primitivo”. Marcuse la aprueba complacido 
porque “no lleva a la imagen de un paraíso que el hombre ha perdido después de su pecado contra Dios, sino al 
dominio del hombre por parte del hombre, instituido por un padre déspota terreno, y perpetuado por la rebelión 
incompleta o fallida contra él. El ´pecado original´ ha sido un pecado contra el hombre y no ha sido propiamente un 
pecado porque se cometió contra un hombre, él mismo culpable”. 
El sentido de culpa de Marcuse no habla, obviamente, de pecado, se produciría por la destrucción del “orden que 
ha conservado la vida del grupo. Los rebeldes han cometido un crimen contra el conjunto y también, por tanto, 
contra ellos mismos... y deben arrepentirse. Pero los hijos tienen los mismos deseos del padre: ansían una 
satisfacción duradera de sus deseos (placer). Y pueden alcanzar este objetivo sólo repitiendo, aunque en una forma 
nueva, el orden del dominio que había controlado el placer y, de este modo, había conservado el grupo. El proceso 
del dominio que pasa así de uno a muchos... hace que la represión venga autoimpuesta en el mismo grupo 
dominante: todos sus miembros deben observar los tabús, si quieren conservar el poder. Ahora la represión permea 
la vida de los mismos opresores, y una parte de su energía instintiva se hace disponible para ser sublimada en 
´trabajo”. Como Marcuse no concibe más libertad que la derivada de la satisf acción del Eros, entonces el sentido 
de culpa, “la angustia, permanece porque el crimen contra el principio del placer no ha sido redimido. Existe la culpa 
por una acción que no ha sido realizada: la liberación”; es decir, la rebelión de los hijos de la teoría f reudiana? no 
ha conseguido el objetivo que pretendía. Es fácil deducir la consecuencia que extraerá Marcuse: lucha contra todo 
orden establecido que impida la absoluta liberación del Eros *. 
Paulatinamente va apareciendo una idea clave: al concebir la libertad y el ser en términos de Eros, la ansiada 
unif icación de hombre y naturaleza (sujeto y objeto) se alcanzará cuando suprimido el dominio y el trabajo alienado 
(antagonistas del placer), el Eros vuelva a unir toda la realidad: a los individuos entre sí y éstos con la naturaleza. 
4. La dialéctica de la civilización 
La hipótesis apuntada por Freud de que la civilización tiende a desintegrarse, no es compartida por Marcuse. Para 
Freud, si la cultura exige una sublimación continua de la sexualidad, entonces “debilita al Eros, constructor de la 
cultura”; y si la desexualización desata los impulsos destructores, entonces, a medida que las prohibiciones e 
inhibiciones se dif unden, “la civilización, desarrollándose bajo renuncias progresivas, tiende a la destrucción”. Para 
Marcuse no hay tal, porque opina y no faltan af irmaciones de Freud que le den pie a ello, que los impulsos 
destructores, ligados al instinto de muerte, también son sublimados, pues “el trabajo... es en buena medida 
utilización social de esos impulsos y, en tal sentido, es trabajo al servicio del Eros”. 
De ese modo habría una especie de compensación de fuerzas que aboca, según Marcuse, a una cierta parálisis; 
es lo que sucedería en la civilización tecnológica donde la dinámica original de los instintos se hace estática: las 
correlaciones del Yo, Súper Yo y Ello se congelan en reacciones automáticas... La conciencia, que soporta cada 
vez menos el peso de la autonomía, tiende a reducirse a la función de regular la coordinación del individuo con el 
conjunto. Por este motivo, Marcuse va a descargar sus críticas contra esa civilización; lo ha hecho ex profeso en 
otra de sus obras: El hombre unidimensional. 
Conviene advertir que en un contexto f ilosóf ico inmanentista, como es el de Marcuse, no hay propiamente un Ser 
primero, un principio trascendente, en orden al cual quepa guiar esa crítica; o, más exactamente, dado que concibe 
el Eros como “mediador” universal para la “verdadera” realización del hombre consigo mismo y con la naturaleza, 
ése ha de ser el punto de referencia que mueve su crítica; y no, en cambio, los conceptos de bien y mal alcanzados 
por una metaf ísica de la trascendencia, por la metaf ísica del ser, que remiten a un Ser primero, principio de todo 
cuanto es. Sería ingenuo, por eso, aceptar, sin más, la crítica de Marcuse a la sociedad tecnológica, que promueve 
con un lenguaje vivo, capaz de arrastrar a quien no tuviese en cuenta el contexto f ilosóf ico en que está apoyada. 
Así, por ejemplo, denuncia “la manipulación de la conciencia que... dejada libre podría reconocer la existencia de 
la represión, en la aumentada y mejorada satisf acción de los deseos”, es decir, en las múltiples posibilidades de 
placer controlado que permite esa sociedad tecnológica. Denuncia el “triunf o de las ideologías anti-intelectuales” 
por que actuarían como una especie de anestésico f rente a la “libertad” (del Eros, por supuesto). Denuncia la 
supresión de la responsabilidad personal, aunque, en un contexto marxista, esa expresión es más literaria que real; 
pero esto no le impide a Marcuse proclamarse def ensor de la “autonomía” personal, criticando esa sociedad en la 
que “el valor social del individuo se mide en términos de capacidades standard o de cualidades de adaptación, más 
que en base a la f acultad de autonomía de juicio y de responsabilidad personal”. 
Pero, obviamente, no puede condenar todos los aspectos de la sociedad tecnológica: la fase histórica que ésta 
representa tiene su lado positivo; por eso, deja constancia de que en tal sociedad “lo regresivo no es la 
mecanización, ni la estandarización, sino su poder limitante; no la coordinación universal, sino su enmascaramiento 
bajo f alsas libertades... y falsas individualidades”. Todo eso lo necesita Marcuse para su civilización del Eros: los
aspectos positivos de la alienación progresiva abren nuevos horizontes; son los horizontes de una nueva vida, de 
un nuevo modo de ser, en el que las energías instintivas humanas no se consuman en trabajo: la eliminación de 
las potencialidades humanas del mundo del trabajo (alienado) crea las condiciones preliminares para la eliminación 
del trabajo en el mundo de las potencialidades humanas.

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La discusión subsecuente estará centrada en esta tendencia oculta en el psicoanálisis. El análisis de Freud desarrollo del aparato represivo procede en 2 niveles: a. Ontogenético: crecimiento del individuo reprimido desde la primera infancia hasta su existencia social consciente. b. Filogenético: crecimiento de la civilización represiva desde la horda original hasta el estado civilizado totalmente construido. La constante interrelación entre los dos niveles implica las referencias cruzadas, las anticipaciones y las repeticiones han de ser inevitables. 2. El origen del individuo reprimido (Ontogénesis) Dos temas principales vienen ahora analizados: la estructura del «aparato psíquico», como dice Freud ref iriéndose al hombre; y las modif icaciones de los instintos que se operan en el ámbito del trabajo. “El aparato psíquico aparece como unión dinámica de opuestos: de estructuras inconscientes y conscientes...; de fuerzas heredadas ´f ijadas constitutivamente´, y de f uerzas adquiridas; de soma? Psique y de realidad externa”. Ese dualismo dinámico está centrado prevalentemente sobre dos instintos: el instinto de vida o de placer (Eros) y el instinto de muerte (Thanatos). En un principio los concibió Freud como antagonistas, operando en el subconsciente; pero su tesis de la tendencia regresiva o conservadora de toda la vida instintiva parece anular esa dualidad antagonista. En otras palabras: la satisfacción completa del instinto de placer tendería a reproducir un estado del organismo anterior a la vida misma (quietud absoluta): “los procesos primarios del aparato psíquico, en su lucha para obtener una satisfacción integral, parecen fatalmente ligados... a la ´aspiración más universal de toda la sustancia viviente, precisamente a la tendencia a retornar a la quietud absoluta del mundo inorgánico´. Los instintos caen así en la órbita de la muerte”. Por eso, “el pr incipio del placer se presenta bajo la luz del principio del Nirvana, como una ´expresión´ de este principio”. En este punto, Marcuse parece advertir al lector que contamos ya con una tesis nada despreciable que volverá a aparecer en el momento oportuno, para salvar un f uerte escollo: el problema de la muerte. “Si el principio del Nirvana es el f undamento del principio del placer, entonces la necesidad de la muerte aparece con una luz completamente nueva... El descenso hacia la muerte es una fuga inconsciente del dolor y del deseo”. ¿Qué otros elementos existen en el aparato psíquico f reudiano? Esencialmente los tres «estratos» a los que su visión reduccionista y simplif icadora restringe la vida humana. “El Ello (Id), reino del subconsciente, el más antiguo, vasto y fundamental..., libre de las formas y principios que constituyen al individuo social consciente; el Ello no conoce ´ni valores, ni bien o mal, ni moralidad´...; no lucha por nada que no sea la satisfacción de sus deseos instintivos, de acuerdo con el principio del placer”. El Ello se desarrolla gradualmente bajo la inf luencia del mundo externo (ambiente), hasta hacerse Yo, que emerge así como “mediador entre el Ello y el mundo externo; se adapta a la realidad externa y la modif ica en f unción de los intereses del Ello. Viene a ser como un protector de éste, del que depende esencialmente y que ha sido producido por él”.
  • 2. Y, f inalmente, el tercer “estrato”: el Súper Yo? que “tiene su origen en el largo período de dependencia del niño respecto a sus padres; esta inf luencia forma el núcleo esencial del Súper yo. Sucesivamente, un cierto número de inf luencias sociales y culturales se incluyen en el Súper yo, hasta que concentra en sí mismo la representación poderosa de la moralidad constituida... Ahora, las ´restricciones externas´ que primero fueron impuestas al individuo por sus padres... vienen ´interiorizadas´ en el Yo y se hacen su ´conciencia”. Para Freud es un hecho indiscutible que la civilización ha progresado gracias al dominio organizado, en menos cabo de la libre expansión de los instintos. Por eso “el desarrollo histórico asume la dignidad y necesidad de un desarrollo biológico universal”. Pero Marcuse, que no puede aceptar una realidad histórica que no haya de ser superada, se apresura a decir que Freud “no distingue adecuadamente las vicisitudes biológicas de los instintos, de aquellas otras histórico-sociales”; e introduce dos conceptos clave para expresar los componentes históricos sociales específicos (que han de ser superados), ajenos a las vicisitudes biológicas de la represión de los instintos. Estos conceptos son: a) La represión adicional: constituye las restricciones que el poder o dominio social ha hecho necesarias. Se distingue de la represión fundamental, o de base, es decir, de las ´modif icaciones´ de los instintos estrictamente necesarios para que la raza humana pueda perpetuarse en régimen de civilización. b) Principio de prestación: es la forma histórica prevalente del principio de la realidad”. Bajo el dominio del principio de prestación, la sociedad se estratif ica según las prestaciones económicas de sus miembros. Las conclusiones parciales a las que Marcuse desea llegar con esos conceptos son las siguientes: los varios modos de dominio sobre el hombre y la naturaleza llevan a varias formas históricas del principio de realidad, incorporadas en “un sistema de instituciones y relaciones, leyes y valores de la sociedad que imponen la requerida ´modif icación´ de los instintos”. Las instituciones históricas específicas introducirían controles adicionales en los instintos, que es preciso superar derrocando esas instituciones. También el trabajo “ha impuesto restricciones universales a la libido... que ha sido desviada para consentir prestaciones socialmente útiles”. En esta desviación de la libido reside para Marcuse el concepto de trabajo alienado: los elementos f reudianos se amalgaman y funden con tesis marxistas, bajo un nuevo enfoque: la sexualidad. Es trabajo alienado porque “los hombres no viven su vida...; mientras trabajan no satisfacen los propios deseos y facultades, sino que trabajan en un estado de alienación”. Los hombres “quedan reducidos a instrumentos de trabajo alienado; como tales pueden funcionar sólo si renuncian a la libertad de aquel sujeto-objeto de libido que es originalmente el organismo humano, y desea seguir siendo”. Sobre el instinto de muerte, en cambio, la sociedad no ha logrado un control tan f uerte como en el Eros, porque “la profundidad en la que opera el instinto de muerte lo protege de una organización sistemática análoga”. Sin embargo, el entero progreso de la civilización se ha hecho posible solamente por la transformación y utilización del instinto de muerte... Los impulsos agresivos proveen continuamente de energía para el dominio, modif icación y explotamiento de la naturaleza en provecho de la humanidad”. En ese sentido, el instinto de muerte o de destrucción se pone al servicio del Eros, pues al llevar al hombre hacia “fases de civilización siempre más ricas, facilita mayor satisfacción al Eros. Al mismo tiempo, sin embargo, el instinto de muerte se muestra antagonista del Eros, porque al intervenir en la formación de la conciencia moral, a través del Súper yo, reprime el principio del placer radicado en el Ello, “dirigiendo una parte de los instintos destructivos contra una parte de la personalidad... La destructividad cuando se interioriza constituye además el núcleo moral de la personalidad madura”. Todo en el “aparato psíquico» surge, como es fácil deducir por las citas señaladas, de lo que en el hombre hay de menos humano: la vida instintiva. De ese modo, “la civilización se sumerge en una dialéctica destructiva: las restricciones perpetuas impuestas al Eros acaban debilitando los instintos de vida, y así refuerzan y liberan las fuerzas mismas que esas restricciones tratan de combatir: las fuerzas de destrucción”. Veamos cómo Marcuse razona apuntando una posible solución: “Si, según Freud, la sexualidad tiene un aspecto explosivo disgregador de la sociedad que llevaría a consecuencias funestas si no es controlada, ¿cómo puede justif icarse entonces la def inición f reudiana de Eros, como esfuerzo para ´combinar sustancias orgánicas en unidades siempre mayores?... ¿Cómo puede ser la sexualidad el probable ´sustituto´ del Instinto que empuja a la perfección´, de la fuerza que ´aúna todo lo que existe en el mundo”. Recordando el aspecto “constructivo” que también tiene el Eros en la teoría f reudiana, he aquí una de las ideas claves de Marcuse: “Contra la noción f reudiana del inevitable conf licto ´biológico´ entre el principio del placer y el principio de la realidad, entre sexualidad y civilización, habla la idea del poder unif icador y portador de satisfacción del Eros, encadenado y deteriorado en una civilización enferma. Esta idea implica que el Eros libre no obstaculiza relaciones civilizadas permanentes en la sociedad, sino que rec haza sólo la organización híper represiva... en una sociedad dominada por un principio que es la negación del principio del placer ”. 3. Origen de la civilización represiva (Filogénesis) El individuo no es propiamente dueño de sus actos. Es obvio que el condicionamiento esencial de lo instintivo en la conducta humana no permite otra conclusión, aunque Freud no la formule con esa precisión. Pero ahora nos va a decir algo que lo conf irma plenamente: el determinismo es tremendo anulador de la libertad? introducido en el “aparato psíquico” lo ve como el resultado de experiencias de la especie; el individuo queda como anulado y subsumido por esas experiencias, sin una libertad propia. En lugar de explicar lo que en el comportamiento humano hay de universal, atendiendo a la naturaleza común que los hombres tienen, tratará de hacerlo recurriendo a experiencias “arcaicas”, siempre relacionadas con la satisfacción instintiva sexual. Para Marcuse, la represión que acontece, como hemos visto, a nivel individual, no es
  • 3. sino un f iel ref lejo de lo ocurrido en la especie humana: “Las experiencias singulares son en realidad condicionadas por las de la especie y, en sus líneas esenciales, coinciden unas y otras”; “la psicología descubre que... el individuo vive el destino universal de la humanidad”; “la civilización continúa estando determinada por su herencia arcaica”; “incluso antes de que el Yo exista, ya están determinadas las sucesivas líneas de desarrollo, sus tendencias y sus reacciones”. Cuando la libertad queda reducida, como en Marcuse, a la libertad del Eros, el gran “pecado” será lo que se oponga a ella: el dominio del hombre por el hombre, tal como lo describe Freud en su curiosa interpretación de la prehistoria de la humanidad, ligada siempre a su teoría de los instintos. El origen del hombre, la existencia de la culpa original y el verdadero sentido del pecado desaparecen en su auténtica realidad, si nos atenemos a la teoría f reudiana del “padre primitivo”. Marcuse la aprueba complacido porque “no lleva a la imagen de un paraíso que el hombre ha perdido después de su pecado contra Dios, sino al dominio del hombre por parte del hombre, instituido por un padre déspota terreno, y perpetuado por la rebelión incompleta o fallida contra él. El ´pecado original´ ha sido un pecado contra el hombre y no ha sido propiamente un pecado porque se cometió contra un hombre, él mismo culpable”. El sentido de culpa de Marcuse no habla, obviamente, de pecado, se produciría por la destrucción del “orden que ha conservado la vida del grupo. Los rebeldes han cometido un crimen contra el conjunto y también, por tanto, contra ellos mismos... y deben arrepentirse. Pero los hijos tienen los mismos deseos del padre: ansían una satisfacción duradera de sus deseos (placer). Y pueden alcanzar este objetivo sólo repitiendo, aunque en una forma nueva, el orden del dominio que había controlado el placer y, de este modo, había conservado el grupo. El proceso del dominio que pasa así de uno a muchos... hace que la represión venga autoimpuesta en el mismo grupo dominante: todos sus miembros deben observar los tabús, si quieren conservar el poder. Ahora la represión permea la vida de los mismos opresores, y una parte de su energía instintiva se hace disponible para ser sublimada en ´trabajo”. Como Marcuse no concibe más libertad que la derivada de la satisf acción del Eros, entonces el sentido de culpa, “la angustia, permanece porque el crimen contra el principio del placer no ha sido redimido. Existe la culpa por una acción que no ha sido realizada: la liberación”; es decir, la rebelión de los hijos de la teoría f reudiana? no ha conseguido el objetivo que pretendía. Es fácil deducir la consecuencia que extraerá Marcuse: lucha contra todo orden establecido que impida la absoluta liberación del Eros *. Paulatinamente va apareciendo una idea clave: al concebir la libertad y el ser en términos de Eros, la ansiada unif icación de hombre y naturaleza (sujeto y objeto) se alcanzará cuando suprimido el dominio y el trabajo alienado (antagonistas del placer), el Eros vuelva a unir toda la realidad: a los individuos entre sí y éstos con la naturaleza. 4. La dialéctica de la civilización La hipótesis apuntada por Freud de que la civilización tiende a desintegrarse, no es compartida por Marcuse. Para Freud, si la cultura exige una sublimación continua de la sexualidad, entonces “debilita al Eros, constructor de la cultura”; y si la desexualización desata los impulsos destructores, entonces, a medida que las prohibiciones e inhibiciones se dif unden, “la civilización, desarrollándose bajo renuncias progresivas, tiende a la destrucción”. Para Marcuse no hay tal, porque opina y no faltan af irmaciones de Freud que le den pie a ello, que los impulsos destructores, ligados al instinto de muerte, también son sublimados, pues “el trabajo... es en buena medida utilización social de esos impulsos y, en tal sentido, es trabajo al servicio del Eros”. De ese modo habría una especie de compensación de fuerzas que aboca, según Marcuse, a una cierta parálisis; es lo que sucedería en la civilización tecnológica donde la dinámica original de los instintos se hace estática: las correlaciones del Yo, Súper Yo y Ello se congelan en reacciones automáticas... La conciencia, que soporta cada vez menos el peso de la autonomía, tiende a reducirse a la función de regular la coordinación del individuo con el conjunto. Por este motivo, Marcuse va a descargar sus críticas contra esa civilización; lo ha hecho ex profeso en otra de sus obras: El hombre unidimensional. Conviene advertir que en un contexto f ilosóf ico inmanentista, como es el de Marcuse, no hay propiamente un Ser primero, un principio trascendente, en orden al cual quepa guiar esa crítica; o, más exactamente, dado que concibe el Eros como “mediador” universal para la “verdadera” realización del hombre consigo mismo y con la naturaleza, ése ha de ser el punto de referencia que mueve su crítica; y no, en cambio, los conceptos de bien y mal alcanzados por una metaf ísica de la trascendencia, por la metaf ísica del ser, que remiten a un Ser primero, principio de todo cuanto es. Sería ingenuo, por eso, aceptar, sin más, la crítica de Marcuse a la sociedad tecnológica, que promueve con un lenguaje vivo, capaz de arrastrar a quien no tuviese en cuenta el contexto f ilosóf ico en que está apoyada. Así, por ejemplo, denuncia “la manipulación de la conciencia que... dejada libre podría reconocer la existencia de la represión, en la aumentada y mejorada satisf acción de los deseos”, es decir, en las múltiples posibilidades de placer controlado que permite esa sociedad tecnológica. Denuncia el “triunf o de las ideologías anti-intelectuales” por que actuarían como una especie de anestésico f rente a la “libertad” (del Eros, por supuesto). Denuncia la supresión de la responsabilidad personal, aunque, en un contexto marxista, esa expresión es más literaria que real; pero esto no le impide a Marcuse proclamarse def ensor de la “autonomía” personal, criticando esa sociedad en la que “el valor social del individuo se mide en términos de capacidades standard o de cualidades de adaptación, más que en base a la f acultad de autonomía de juicio y de responsabilidad personal”. Pero, obviamente, no puede condenar todos los aspectos de la sociedad tecnológica: la fase histórica que ésta representa tiene su lado positivo; por eso, deja constancia de que en tal sociedad “lo regresivo no es la mecanización, ni la estandarización, sino su poder limitante; no la coordinación universal, sino su enmascaramiento bajo f alsas libertades... y falsas individualidades”. Todo eso lo necesita Marcuse para su civilización del Eros: los
  • 4. aspectos positivos de la alienación progresiva abren nuevos horizontes; son los horizontes de una nueva vida, de un nuevo modo de ser, en el que las energías instintivas humanas no se consuman en trabajo: la eliminación de las potencialidades humanas del mundo del trabajo (alienado) crea las condiciones preliminares para la eliminación del trabajo en el mundo de las potencialidades humanas.