1. Botticelli. Florencia 1445-1510
Sandro Filipepi, llamado Botticelli. Su formación se produce en el taller de
Fray Filipo Lippi primero, y después en el de Verrochio, taller en el que
coincidirá con Leonardo. La antítesis entre ambas personalidades explica
también la diferencia entre la obra de Boticelli y la del periodo florentino de
Leonardo, hasta el punto de que al primero podemos considerarlo el último
del Quattrocento y al segundo, el primer gran genio del Cinquecento.
Su pintura representa una vía de plena idealización platónica en medio de la
experimentación renacentista. La filosofía neoplatónica es una corriente
estetizante y en parte por ello se considera también a Botticelli un puro
esteta, un místico de la belleza.
Fue un gran admirador de la belleza femenina Es el pintor de la gracia ideal,
capaz de dotar a sus composiciones de un profundo lirismo. Sus personajes
aparecen muy estilizados, de cuerpos sinuosos, casi etéreos con expresiones
soñadoras y melancólicas, largas cabelleras ondulantes. Además, las vistió
de finas gasas que dejaban traslucir la anatomía humana.
Muestra en su obra el dominio del dibujo y de la composición, y un estilo
lírico facilitado por la esbeltez de las figuras y las posturas curvadas y por
la sensación de gracia y armonía que transmite. Botticelli fue el primer
pintor renacentista en recrear temas mitológicos, siguiendo para ello las
narraciones clásicas del que era un gran conocedor. También pintó temas
alegóricos y religiosos. Fue un pintor profundamente religioso.
La Primavera. Uffici. Florencia.1480 -81. Temple sobre tabla
Este cuadro de La Primavera es en realidad un emblema mitológico del
amor platónico, que antepone la belleza ideal a la real, y el intelecto a los
sentidos. Vemos así al Botticelli que idealiza la realidad a través de su
formación neoplatónica y humanista. Botticelli acudió a Ovidio para
desarrollar el tema de la metamorfosis de la ninfa Cloris en Flora pero no lo
hizo para mostrar un episodio de la mitología clásica, sino para expresar el
triunfo exultante del humanismo.
En el centro de la imagen aparece Venus, flanqueada a la derecha por
Céfiro que persigue a la ninfa de la Tierra, Cloris, que en ese momento al
ser tocada por él se transforma en Flora (Diosa de la vegetación y las
flores).
Sobre Venus, Cupido dirige sus flechas hacia las Tres Gracias (servidoras
de Venus y por ello muy apreciadas por los neoplatónicos que les atribuyen
sus mismas virtudes), situadas a la izquierda, y más concretamente hacia
una de ellas, Castitas, colocada en el centro de las tres. A su vez, a la
izquierda, Castitas mira al Dios Mercurio, mensajero de los dioses y por
ello también, nexo de unión entre la Tierra y el Cielo.
De esta forma, por medio de este amplio y complejo relato temático, se crea
un círculo neoplatónico del Amor: el Amor que surge en la Tierra como
Pasión (la de Céfiro), regresa al Cielo como Contemplación (la de Castitas
hacia Mercurio, que mira hacia lo alto meditabundo). Es decir, que el amor
sensual y carnal, que no es el verdadero (de hecho desaparece al tocarlo
como ocurre con la metamorfosis de Cloris) debe convertirse para ser real
en un amor contemplativo, espiritual, profundo, idealizado en fin, y por
tanto platónico.
2. El perfecto simbolismo temático reitera su mensaje a través de un estilo
pictórico particular como el de toda la pintura de Botticelli.
De nuevo el ambiente nostálgico y melancólico de este mundo neoplatónico
e ideal se refuerza con la ausencia de perspectiva; con el protagonismo de la
línea, que de nuevo marca los ritmos suaves y danzarines de las figuras, que
flotan en un mundo que no es el nuestro; con un detallismo minucioso, que
hace de esta tabla entre otras cosas un inventario de botánica; y finalmente,
esos rostros delicados, casi de porcelana, tan característicos de Botticelli, los
sutiles ritmos de las manos, los cuerpos y los velos crean una sinfonía
plástica que recorre sin sosiego toda la tabla, frente al ritmo de la escena
principal se contrapone al fondo la quietud de los árboles y hierbas del
paisaje.
Pervive también la composición triangular de perfecto equilibrio, la luz
blanquecina y homogénea, y el color suave con predominio de tonos
complementarios, verde y rojo.
3. El Nacimiento de Venus. Uffici, Florencia 1480-.1481. Temple sobre
tabla.
La tabla representa el nacimiento de Venus (diosa del amor, de la belleza y
el matrimonio) de las aguas, empujada a la playa por el soplo de Céfiro y su
consorte Cloris entrelazados, entre una lluvia de rosas, siendo finalmente
recibida por Flora, diosa como vimos de la vegetación y la Naturaleza.
Venus se desliza sobre los genitales de urano transformados en una concha
marina.
De nuevo aparece el tema mitológico en la obra de Botticelli, las rosas que
caen sobre la diosa hacen referencia al amor, ya que implican alegría pero
también dolor con sus espinas; la concha remite a la fertilidad y la guirnalda
de mirto que lleva Flora simboliza el amor eterno. Aunque como es
habitual en el Primer Renacimiento, con una segunda lectura religiosa. Al
fin y al cabo también el cristiano nace a la verdadera religión a través del
agua del bautismo, como parece indicar la presencia simbólica de la concha
gigante.
No obstante, la verdadera temática del cuadro insiste de nuevo en la
idealización platónica. Esta representación de Venus, es la representación
de la belleza, pero de la belleza neoplatónica, es decir, inalcanzable,
espiritual, de ensueño, existente en todo caso en el Mundo de las Ideas, pero
no en el terrenal.
La pintura una vez más refleja plásticamente este ambiente. Es por ello una
pintura plana, grácil, etérea, en la que tanto los personajes como los
elementos del paisaje se abstraen de la materia y de la realidad. Botticelli
sacrifica la realidad para dotar de mayor armonía y gracia a sus figuras. Un
examen atento de Venus revela un cuello demasiado largo, un brazo que se
dobla de forma poco natural y unos hombros excesivamente estrechos y
caídos.
Prevalece la línea sinuosa y sensual, marcando el ritmo sutil de la
composición, y desentendiéndose de la representación del volumen (el
modelado de las figuras es superficial y el resultado es algo plano, los
cuerpos son delgados y de escaso desarrollo muscular si los comparamos
con los pintados por otros artistas renacentistas) y de la perspectiva (la
profundidad espacial del cuadro no pretende ser fiel a la realidad). De
composición simétrica, contrastan la diagonal de Céfiro (el viento del
Oeste) y de Cloris su consorte y señora de las flores, que vuelan
entrelazados y Flora con la verticalidad de Venus. El trémulo cabello de
Venus se entrelaza con el cuerpo al igual que hacen los vientos y el velo en
el cuerpo de Flora, todo es ritmo, todo es ternura ante un paisaje que apenas
es símbolo (el naranjal con toques dorados imbuido de la presencia divina
de Venus, bajo la Hora una anémona azul florece para recalcar la idea de
que ha llegado la primavera, las rosas símbolo del amor). Tal es su
idealización, que las olas del mar se reducen a un mero esquematismo de
pequeñas líneas todas iguales.
La composición vuelve al esquema triangular, que equilibra en armonía la
obra; la luz, cenital, de brillos inmaculados, cristalina, acentúa sin duda la
sensación de inmaterialidad; lo mismo que el color, de tonos alegres, pero
en le que impera un ámbito verde- azulado, que enmarca todo el sentido
"celestial" de esta representación.
4. Es igualmente importante subrayar la recuperación del desnudo como
imagen de belleza espiritual, lo que es una muestra más de sus referencias
clásicas, si bien se trata por supuesto, de un desnudo puro y recatado.